Ciudadanía, comunicación y pandemia - AAVV - E-Book

Ciudadanía, comunicación y pandemia E-Book

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Beschreibung

Durante la crisis de la COVID-19 se pusieron en práctica múltiples iniciativas tecnológicas de carácter solidario por parte de la ciudadanía y los activismos –de forma organizada o individual– que, mediante el uso de internet, persiguieron varios objetivos: la defensa de colectivos vulnerables, la satisfacción de las necesidades materiales y sociales de la población, el apoyo a los servicios públicos y el sistema de salud o la visibilización de las desigualdades y los problemas específicos surgidos a raíz de la pandemia. Estas aportaciones contribuyen a comprender la genealogía de las movilizaciones sociales tanto en el contexto español como latinoamericano y permiten reconocer las características concretas de esta etapa como continuación de las tendencias y repertorios iniciados en el 15M de 2011 y que se han ido sofisticando en la última década.

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Cultura & sociedad digital

2

DIRECCIÓN:

Joaquim Rius-Ulldemolins

Juan Pecourt Gracia

CONSEJO EDITORIAL:

Luis Enrique Alonso (Universidad Autónoma de Madrid)

Antonio Ariño (Universitat de València)

Eleonora Belfiore (Loughborough University)

Lluís Bonet (Universitat de Barcelona)

Mar Griera (Universitat Autònoma de Barcelona)

David Inglis (University of Helsinky)

Josep Lobera (Universidad Autónoma de Madrid)

Pierre-Michel Menger (Collège de France / EHESS)

Diane Saint-Pierre (Université de Quebec)

David Wright (University of Warwick)

Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, fotoquímico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de la editorial. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

© Dafne Calvo, José Manuel Sánchez-Duarte, Guillermo López-García, 2023

© De esta edición: Universitat de València, 2023

Publicacions de la Universitat de València

Arts Gràfiques, 13 • 46010 València

http://puv.uv.es

[email protected]

Coordinación editorial: Juan Pérez Moreno

Corrección y maquetación: Letras y Píxeles, S. L.

ISBN: 978-84-1118-181-5 (papel)

ISBN: 978-84-1118-182-2 (ePub)

ISBN: 978-84-1118-183-9 (PDF)

Depósito legal: V-2077-2023

Impreso en España

Índice

Prólogo. Redes digitales y pandemia: remedio y enfermedad

Introducción. (Des)conexiones pandémicas. Una aproximación tecnopolítica a la crisis de la COVID

Sofisticación de las tecnologías

Hibridación negociada

Glocalidad aumentada

Bibliografía

1. La catarsis de la cultura. Iniciativas en la red para cultivar y liberalizar las emociones de una sociedad encerrada

Introducción

Bajo demanda

Contra el tedio y contra la desigualdad

Máximo histórico en lectura

Un ecosistema frágil

Conclusiones

Bibliografía

2. Desconexión y cuidados: una aproximación al consumo tecnológico de las familias monoparentales durante el confinamiento por la COVID-19

Introducción

Metodología

Resultados

Reflexiones finales

Bibliografía

3. Herramientas de transparencia para informar sobre la pandemia. La reutilización y monitorización de los datos abiertos por parte de comunicadores alternativos

Introducción

Marco teórico

Metodología

Resultados

Conclusiones

Bibliografía

4. Vigilancia y pandemia

Introducción y estado de la cuestión

Objetivos e hipótesis

Materiales y métodos

Análisis y resultados

Conclusiones

Bibliografía

5. Plataformas de comunicación, colaboración y organización alternativa para la ciudadanía en Iberoamérica

Introducción

Plataformas de mapeo ciudadano

Iniciativas de producción colaborativa

Acciones colaborativas solidarias

Observatorios ciudadanos como iniciativas de comunicación e información alternativa durante la pandemia

Conclusiones

Bibliografía

6. La comunicación digital en la era de la desinformación: la verificación de datos en Iberoamérica durante la pandemia

Plataformas de verificación de datos en español

Cifras de la infodemia

Conclusiones

Bibliografía

7. Microactivismos de la Argentina contemporánea: mujeres entre la escuela, la calle y las pantallas

Introducción

Enseñar y aprender en pandemia

Prácticas pedagógicas por WhatsApp

Activismo en tiempos de pandemia

Activismo digital en el encierro

Reflexiones finales

Bibliografía

8. La transformación de la ciudadanía digital en contextos restrictivos. Cuba ante la pandemia

Introducción

(Des)identificaciones de la ciudadanía socialista

La ciudadanía digital como sujeto político

Metodología

Nuevos tipos de ciudadanía digital en la Cuba contemporánea

Conclusión

Bibliografía

Prólogo.Redes digitales y pandemia: remedio y enfermedad

Guiomar Rovira Sancho

Universidad de Girona

Cuando empezó la pandemia no nos imaginábamos lo que vendría. Para empezar, pensamos que duraría unas semanas. Jamás que nos cambiaría en muchos sentidos, que perderíamos a mucha gente, que mutaríamos a ojos con mascarilla y, sobre todo, que aprenderíamos a trasladar al mundo digital miles de actividades de nuestro quehacer diario. La pandemia ha sido una tragedia humana y una enorme oportunidad para las corporaciones tecnológicas. El salto de lo analógico a lo digital se aceleró exponencialmente y generó pocas resistencias. El solucionismo tecnológico, tan pregonado por la ideología neoliberal como criticado por sus detractores, fue adoptado de inmediato por quienes lo tuvieron al alcance.

Las redes nos salvaron de la soledad, del encierro, de la impotencia, del miedo. De la insignificancia que nos acongoja en este mundo precarizado y aislante, sin espacio para lo común. A través de las redes enlazamos nuestros afectos y sorteamos la distancia física. Las amigas, la familia, las colegas y tanta gente que estaba perpleja y encerrada se encontraron en la magia de las pantallas. Recuerdo la emoción que sentía viendo las proezas de la comunidad artística, bailando y tocando a distancia piezas colaborativas. Amé esos memes que lograban arrancarnos la risa a pesar de la tragedia, unidos en una condición humana consciente y vulnerable.

La creatividad de los audiovisuales de extrema belleza, donde se conjuga música, imagen y texto, arte, pintura, acrobacia. Todo tipo de productos de entretenimiento caseros lanzados al universo del compartir. La pandemia nos acercó rápido a un burn out digital, a sentirnos saturados de emisiones y recepciones confundidas todas en un frenesí estático que a la vez no podíamos alcanzar ni podíamos parar. La adicción prevista por los algoritmos funcionó porque la pedimos a gritos y estaba ahí para quedarse, insaciable, como es insaciable el alma humana aislada. Y el data capitalism en la era del data is the new oil supo bien servírnoslo en bandeja.

La pandemia segó vidas por doquier y dejó maltrechas familias y comunidades. A mucha gente nos enseñó que se podía parar, que podíamos abandonar el frenético ir y venir de nuestras importantes actividades. De la noche a la mañana nos vimos encerradas en una «habitación propia conectada», remedando a Remedios Zafra, de la que muchas no querremos salir si no es por la fuerza. Porque, como muy bien dijo Kant, «la insociable sociabilidad» humana se escuda tras sus murallas. Y nada mejor que eliminar con un click cualquier molestia y navegar por tu burbuja de afinidad sin necesidad de verle la cara al que se lleva tu basura.

Florecieron los grupos de WhatsApp, de Telegram, de Signal, en los que fluyó la posverdad, las teorías conspirativas, el negacionismo y las fake news. La llamada «infodemia» nos empachó, nos confundió, nos angustió. Se hizo evidente que estamos más dispuestas a creer ciegamente en nuestros miedos que en aceptar la incertidumbre. Contra toda evidencia científica, la explicación más plausible resultó ser la peor. Y lo peor siempre parece ser fruto de una conspiración.

Al sector de la salud, la pandemia le impuso lo contrario del sector académico: salir a realizar jornadas agotadoras, un mes tras otro. Tampoco paró ni pudo encerrarse la base que sostiene la vida, quienes cumplen las labores menos remuneradas, alimentación, limpieza, cuidados. En México no hubo imposición de confinamiento por parte del Estado. Estaba claro que parar era un privilegio que en este país del mundo no funcionaría. El movimiento en las calles de la gran Tenochtitlán (Ciudad de México) era inversamente proporcional al nivel económico. Con suficiente dinero, no había que pisar el asfalto. El riesgo lo corrían los que no tenían más remedio. Tan entretenidas estábamos que quizás no vimos que la brecha digital se hizo abismo.

Pero, aun así, se inventaron formas de solidaridad que lograron enlazar necesidades y apoyo, como tantas que se relatan en este libro, compendio de artículos y de experiencias. Florecieron iniciativas autogestionadas, formas de dar solución a problemas inéditos. Los activismos durante la pandemia fueron muchas veces invisibles, se armaron con lo que tenían a mano, con impresoras 3D, con cadenas de WhatsApp, con reparto de comida y canastas de despensa, con crowdfunding para apoyar donde hiciera falta, etc. En el fondo, los activismos pandémicos surgían de los movimientos sociales ya en marcha. El año 2019 fue el de más movilización social jamás visto en América Latina, por ejemplo. Y la ola de las multitudes conectadas feministas estaba en su cénit, con movilizaciones imparables, denuncias constantes y un amplísimo repertorio de acción colectiva.

En México, donde yo estaba, se necesitaba apoyo mutuo. Se necesitaba verificación de la información. Se necesitaba atender la violencia de género. Las caravanas de migrantes quedaron atoradas en albergues como cárceles en las fronteras de Guatemala y de Estados Unidos. Eran tantas las emergencias. Las respuestas institucionales, como siempre, no abarcaron. Pero al menos el Gobierno abrió los centros de salud y hospitales a cualquiera, sin necesidad de acreditarse, y se impulsó el sistema público de sanidad, desmantelado en las últimas décadas.

Por su parte, la sociedad civil de la capital tenía la experiencia del devastador terremoto del 19 de septiembre de 2017, cuando se organizaron de forma espontánea brigadas para levantar los escombros, abastecer de materiales los albergues, facilitar la búsqueda. En ese contexto, la autoorganización fue ejemplar, pero aparecieron mensajes falsos y alarmas fuera de contexto. Para ello se creó un mecanismo de verificación de noticias en línea, Verificado19S. Se elaboraron mapas con la ubicación de los albergues y de los edificios hundidos, se trabajó con los datos que eran muchas veces incompletos y difíciles de mantener actualizados.

Tal como muestra este libro, la cultura gestada en los ciclos de movilización anterior se continuó en pandemia. La ola feminista mexicana que estaba en su cénit, con la máxima protesta jamás vista en las calles el 8 de marzo de 2020, no se detuvo. Se siguió pensando y ensayando formas de cuidarse unas a otras ante el aumento de la violencia doméstica que trajo el encierro. Ante las dificultades de maternar sin escuelas, se hicieron «burbujas de niñes» entre vecinas. Se atendieron necesidades para parir sin ir a hospitales, se creó la Casa de Partería Morada Violeta. Y sobre todo vimos el giro a la reflexividad digital de una generación feminista, capaz de abrir todo tipo de conversatorios, webinars, conferencias y mesas por todos lados. Las más jóvenes tomaban la palabra sin esperar autorización, discutían, aprendían, enseñaban, se interpelaban, en un florecimiento del diálogo y la conversación entre pares, más allá de todo límite territorial. Se siguieron construyendo los nuevos sentidos comunes de la vida y de lucha. Y tal como se vio dos años después, el 8 de marzo de 2022, las mujeres volvieron a las calles más fuertes y numerosas.

A su vez, quienes paramos en seco entendimos que no éramos fundamentales. Cuando la vida peligra, el sector educativo sirve de poco. Y así, sin despedirnos siquiera, abandonamos las aulas, ignorando que el pizarrón y la tiza quedarían enterrados en el fondo de estos tiempos. No teníamos conciencia de que en breve usaríamos Blackboard Collaborate, Moodle, Google Classroom, Google Meets, BlueJeans, Jitsi, Zoom, Teams. La zoomificación del mundo académico llegó para quedarse.

Aprendimos a dar clase en todo tipo de plataformas, sin quitarnos el pantalón de pijama ni las zapatillas. En mi universidad, gran parte del profesorado se resistió, se argumentó que en el convenio colectivo no aparece que tengamos obligación de saber usar un teclado. Ya en 2022, dos años después, ese mismo personal docente que se declaraba incapaz de manejar una computadora, no quería volver a las aulas, aduciendo poca ventilación y peligro: prefería el Zoom.

En las soluciones individuales y las soluciones colectivas, los microactivismos generaron resonancias y contagios. Aprendimos a hacer lo que se pudiera con lo que teníamos a mano. Se donaron ordenadores para estudiantes carentes de equipo, se hicieron campañas para comprar tabletas para conectarse a internet. En la universidad pública, cada docente intentó atender las diferentes condiciones de la exclusión digital: dar contenidos sincrónicos y diacrónicos, grabar las sesiones para quienes no tenían un buen internet, recurrir al correo electrónico o a la llamada telefónica. Nos parecía imposible, pero se logró llevar a buen puerto las tesis y trabajos final de grado planeados en sus inicios para hacer etnografía y trabajo de campo. A marchas forzadas, todo fue digital. Entrevistas en profundidad no presenciales, etnografía digital, observación participante a partir de grupos de WhatsApp y Facebook, grupos de discusión en salas electrónicas, asesorías digitales y exámenes doctorales a distancia.

¿Qué más pasó? Descubrimos que se podía hacer yoga o cursos de meditación por Zoom, que no hacía falta ir al gimnasio, sino conectarse al Reto Runner Contra el Bicho, por ejemplo, en YouTube. Que para bailar bastaba con conectar la consola de la PlayStation al programa de JustDance. Y para comer platillos exquisitos no era necesario ir a un restaurante, se podía pedir por alguna plataforma digital o buscar una buena receta y seguir paso a paso un tutorial de internet.

Las plataformas en streaming de películas captaron el momento y pescaron clientela tras una ventana de «altruismo» y gratuidad. A la vez, el Metropolitan de Nueva York emitió sus óperas en abierto. Los museos ponían sus colecciones a la disposición de visitas virtuales. La lectura y compra de libros aumentó. Mucha gente entregó su obra, su conocimiento, todo lo que hacía, mientras la crisis devoraba los trabajos relacionados con el ocio, los espectáculos, la música, las artes. Y las salas de cine cerraban para siempre.

Al mismo tiempo, la burocracia se hizo impenetrable, metálica, cruel. Del «vuelva usted mañana», del que se quejaba Larra, pasamos a una interfaz que exigía certificados digitales y a unas oficinas «cerradas por contingencia», y luego a la tortura de la «cita previa». Las brechas se profundizaron por edades, excluyendo a los mayores.

Todo problema es una oportunidad para aprender algo. Pensábamos ingenuamente que estábamos ante una prueba mayor, que la COVID-19 nos haría más conscientes de la vulnerabilidad común, de la necesidad de una salud pública de calidad en todos los países, de la urgencia de una renta básica universal para sostener el mundo, de la responsabilidad colectiva ante el medio ambiente, de la imperiosa valoración de los trabajos más imprescindibles. Y también del imperativo de tomar las riendas de las corporaciones digitales y regularlas, y convertir la infraestructura de la comunicación en un servicio público global, no sometido a las tiranías de la ganancia de unos pocos.

Pero pasaron dos años y volvimos a lo mismo. Solo que más digitalizados que nunca. Y de inmediato, cuando creíamos que íbamos a bailar al mismo frenético son que antes, llegó la guerra en Ucrania para contaminar el cielo con armas y bombas, a sembrar la muerte e incrementar la expropiación. El negocio de la guerra, en pleno auge del imperialismo digital, necesitaba aceitar sus fusiles con el imperialismo territorial. Las resistencias y las luchas hoy se enlazan en un clamor apenas audible ante tanto ruido en unas redes que salvan y a la vez son tóxicas. Un remedio vuelto en veneno. Unas redes que permiten desarrollar el pensamiento crítico y la resistencia, pero que en la lógica del mejor postor quedan reducidas a la barbarie. En manos de la gente, exigen democracia y libertad. En manos del poder, son armas de destrucción.

Introducción.(Des)conexiones pandémicas. Una aproximación tecnopolítica a la crisis de la COVID-19

Como ha sucedido anteriormente con crisis de diferente naturaleza, la pandemia provocada por la COVID-19 ha supuesto transformaciones culturales, económicas y políticas a escala global. Este contexto plantea un desafío para la ciudadanía, que se enfrenta a esta situación a través de innovadoras formas de participación orientadas desde entonces a satisfacer las necesidades de la población afectada. Hasta el momento, se han identificado a escala internacional y nacional múltiples iniciativas que desde la primera ola se han dedicado a la defensa de los trabajadores esenciales y las organizaciones más vulnerables, el monitoreo de la actividad gubernamental, la gestión de actividades educativas o la organización de grupos de ayuda mutua, entre otros.

Este libro pretende profundizar en estas formas de participación en el caso iberoamericano y propone los factores sociotécnicos como una cuestión central del análisis. En España, esa relación entre ciudadanía, tecnología y comunicación ha sido especialmente reconocida por la comunidad académica internacional, que ha destacado la complejidad de los imaginarios desarrollados por el activismo español a inicios de este siglo (Castells, 2015; Treré et al., 2017). Es en este lugar donde los elementos tecnológicos destacan como un terreno de lucha política en sí mismo, de modo que la dimensión sociotécnica es inherente a la identidad del propio activismo español.

Si el 15M fue un punto de inflexión en este sentido, su naturaleza tecnopolítica ha de comprenderse como parte de un debate más amplio que proviene primero del movimiento altermundista de la década de los noventa, así como de las primeras comunidades que entonces, y en los años anteriores, quisieron experimentar con el ordenador como un instrumento transformador e impulsor de nuevas formas de organización política y económica (Benkler, 2003). En la década anterior, el hackeo de los regímenes de propiedad intelectual vino planteado especialmente durante las protestas contra la Ley Sinde, que fueron capaces de conjugar nuevos repertorios de acción política con la ampliación de sus reivindicaciones hasta alcanzar visiones holísticas sobre los derechos de una ciudadanía conectada a internet.

Lo que estos antecedentes plantean es que la instrumentalización tecnológica en los repertorios de acción no depende únicamente de una estructura de oportunidad política (Tarrow, 1993), ni tampoco de las características o posibilidades específicas de las herramientas del momento. Al contrario, estas formas de comunicación mediadas se relacionan con un conjunto complejo e interdependiente de factores culturales, históricos, políticos y también tecnológicos.

En un estudio reciente, Candón-Mena y Montero-Sánchez (2021) describen esta relación histórica entre política y tecnología como una transición del ciberactivismo a la tecnopolítica; es decir, de formas de experimentación y apropiación tecnológica para una comunicación emancipadora al desarrollo de visiones críticas sobre las condiciones sociotécnicas de internet y la creación de proyectos autónomos que encarnen valores disruptivos. La periodización del activismo digital sirve, en este caso, como instrumento analítico que permite ordenar teóricamente las características de los avances tecnológicos, la naturaleza de las protestas y los fenómenos que surgen de la conexión entre ambos elementos.

Nuestra propuesta, en ese sentido, plantea que el estudio detallado de la ciudadanía en periodo de la COVID-19 resulta de especial interés para completar la genealogía de las movilizaciones sociales en España, pues la crisis sanitaria se constituye como un jalón que da fin al periodo iniciado por el 15M y abre la puerta a un ciclo en el que surgen nuevas organizaciones, mientras que las anteriores son revitalizadas por las consecuencias del presente. De igual modo, este libro también incita a un diálogo con Iberoamérica como campo de experimentación e iniciativa de proyectos con similares envergaduras tecnolopolíticas.

El año 2019 plantea, en muchos sentidos, un escenario diferente al de 2011. Se trata, como lo denominan Bringel y Pleyers (2020), de un acontecimiento crítico global que llega en un momento de agotamiento de los recursos naturales, crisis climática, desconfianza hacia los sistemas políticos, retrocesos en los derechos civiles, auge del capitalismo y hegemonía neoliberal. La pandemia ha desafiado globalmente al sistema social contemporáneo y ha abierto, así, la posibilidad de múltiples futuros emanados de la reflexión sobre las causas y consecuencias de la crisis global actual.

En esta disputa por los significados, ha sido clave el papel de una ciudadanía que se ha movilizado diariamente para aplaudir al personal sanitario, donar alimentos y ropa, crear material médico o ayudar a personas ancianas durante el confinamiento (Gerbaudo, 2020). Sus prácticas, en tanto prefigurativas, no solamente apuntan a diversas formas de resiliencia desde la base civil, sino que de ellas emanan proyecciones sobre la transformación de las sociedades tras el periodo de crisis. En sus prácticas, además, el papel de la tecnología no ha resultado menor, dado que este periodo está atravesado por medidas de distanciamiento y por la amplia difusión de los dispositivos con conexión a Internet. La convergencia de estas dos circunstancias plantea, como una cuestión ineludible, pensar en la relación entre política y tecnología desde una perspectiva que incluya los factores históricos para explicarla.

Este libro, a través de sus ocho capítulos, brinda reflexiones sobre las diversas manifestaciones que implica la tecnopolítica, con diferente grado de complejidad. Los trabajos aquí planteados describen prácticas que contribuyen a definir el nuevo escenario sociotécnico y diferenciarlo de etapas previas, también la inmediatamente anterior a esta. De los trabajos que componen esta obra, extraemos tres factores clave: sofisticación de las tecnologías, hibridación y glocalidad aumentada.

Sofisticación de las tecnologías

Desde 2011, diversos fenómenos han puesto de manifiesto las consecuencias de las condiciones sociales y políticas de internet, que pasan por la socialización en plataformas gestionadas por un número menor de corporaciones tecnológicas extranjeras, con intereses específicos y no necesariamente democráticos. Escándalos como las filtraciones de Edward Snowden situaron en el centro del debate cuestiones sobre la privacidad de los datos y vigilancia como forma de control social en la red. Derivado del tratamiento de los datos de los usuarios, y especialmente a partir de las campañas electorales estadounidenses de 2016 y el escándalo de Cambridge Analytica, la personificación de los mensajes en redes sociales y el envío de mensajes emocionales y engañosos han sido el caldo de cultivo de escenarios de alta polarización emocional e ideológica.

Estas tácticas muestran que el escenario en internet no es solo un espacio para el activismo, sino que de él participan y se apropian otros sujetos con mayor poder político y económico. Estos, lejos de buscar una disrupción del sistema hegemónico, tratan de reforzar los flujos de poder establecidos. Las nuevas formas de activismo han identificado estos problemas y de ellos han surgido nuevos repertorios de acción política encaminados a reclamar los datos masivos como parte de los comunes y a combatir la desinformación a fin de alcanzar formas de comunicación emancipadora. Por tanto, la sofisticación tecnológica también define una sofisticación (o, al menos, una actualización) activista. Más allá del uso de unas plataformas frente a otras, surgen otros modos de hacer y actuar en la red y en la calle.

Hibridación negociada

Si bien la tecnopolítica ha planteado desde sus inicios la imbricación de los escenarios presenciales y en línea, así como el desarrollo paralelo de la sociedad y la tecnología (Price y Sanz Sabido, 2016), el contexto de la COVID-19 ha presentado nuevas implicaciones sobre las múltiples interrelaciones entre estos dos escenarios. Esto es así porque las propias medidas de distanciamiento social han servido de acicate a la creatividad de una población que entonces ha adaptado sus prácticas activistas al nuevo escenario. Queda comprobar el grado en el que esta priorización de las prácticas online se mantiene en el tiempo una vez desaparezcan los motivos relacionados con la urgencia sanitaria.

Al mismo tiempo, la pandemia ha planteado la imposición de las relaciones ciberconectadas y, con ello, ha implicado un cuestionamiento sobre las necesidades sociales de desconexión. Dicha desconexión se plantea entonces como una práctica cultural contra las formas de socialización impuestas que implican, como hemos visto anteriormente, también diversas formas de control social. Por tanto, la hibridación, en tanto característica clave de la tecnopolítica, no ha de plantear únicamente la conexión como una opción consciente, sino también la desconexión como un acto político. La cuestión clave de este planteamiento residirá en si estas formas permanecerán en el tiempo o regresaremos al «sonambulismo tecnológico» enunciado por Winner (2008).

Glocalidad aumentada

Las protestas surgidas alrededor del año 2011 fueron el escenario de maduración de la tecnopolítica, aun con diversos modos de entender y practicarla, mientras que unas a otras se inspiraban en sus prácticas y reivindicaciones. En el caso de 2019, esta influencia de unos movimientos sociales sobre otros ha sido prácticamente paralela, pues ha emplazado a todos ellos a enfrentarse a un momento de urgencia que provocaba, aun con matices y niveles de incidencia desigual, situaciones similares en lugares diferentes. No es de extrañar, por tanto, que determinados movimientos adquirieran modos similares de organizarse y que algunas iniciativas ampliaran su rango de influencia de lo local a lo nacional y de lo nacional a lo internacional.

Al mismo tiempo, la COVID-19 plantea un nuevo marco global de interpretación, que sirve también al activismo para situar su agenda desde una perspectiva más amplia. Los desafíos que esta crisis ha planteado al sistema han dejado patente las consecuencias de la globalización y la interdependencia entre diversos lugares, lo que plantea al mismo tiempo un futuro más local basado en lazos de conexión próximos que sean capaces de superar retos que serán comunes alrededor del mundo. Las tecnologías, como vector de comunicaciones mediadas, tienen en este sentido un papel clave al permitir la compartición de recursos e información útil que sirva a proyectos con objetivos similares.

A partir de estas bases teóricas y siguiendo sus enunciados, el libro se estructura en dos partes diferenciadas, pero complementarias y no excluyentes entre sí. En primer lugar, se exponen distintas iniciativas ligadas a la cultura digital y a la red como experiencias culturales, cuidados, acciones de colaboración y transparencia y reutilización de datos abiertos. Cierra este bloque una reflexión sobre la seguridad durante y derivada de la pandemia de la COVID-19. Todos estos casos de estudio tienen España como centro. Como continuación, y conformando un segundo bloque, se presentan cuatro capítulos con cuatro iniciativas centradas en Iberoamérica a partir del estudio de plataformas de colaboración y organización alternativa de la ciudadanía y verificación de datos. El libro cierra con dos capítulos que estudian microactivismos (Argentina) y las transformaciones de la ciudadanía digital en contextos restrictivos (Cuba).

En el primer capítulo del bloque I, María Iranzo-Cabrera reflexiona sobre la(s) funcione(s) de la cultura durante el confinamiento. A partir de diferentes iniciativas surgidas en la red, analiza el ecosistema cultural además de sus crisis y precariedades en contraposición al consumo masivo e intensivo de estos productos. Continúa Iris Simón-Astudillo realizando una aproximación al consumo tecnológico de las familias monoparentales durante el confinamiento por la COVID-19. Para finalizar este bloque, se presentan dos investigaciones centradas en datos abiertos y vigilancia. En el capítulo 3, María Díez Garrido analiza la utilidad de las herramientas de transparencia informativas proporcionadas por las instituciones en el análisis de la evolución de la pandemia. Para finalizar este bloque, Francisco José García-Ull realiza un estudio sobre la vigilancia, la percepción de esta y la pandemia de la COVID-19.

El comienzo del bloque II lo componen dos capítulos centrados en varias experiencias surgidas en Iberoamérica. Para ello, en el capítulo 6 Cristina Renedo Farpón revisa diferentes iniciativas y plataformas alternativas de colaboración y organización desplegadas en el contexto iberoamericano en pandemia. De igual modo, Vicente Fenoll analiza en el capítulo 7 los flujos de desinformación vinculados a la COVID-19 que circularon por la región durante casi la totalidad de la crisis sanitaria. El libro finaliza con dos casos de estudio en Argentina y Cuba. En el primero de ellos, Raquel Tarullo explora las prácticas de enseñanza y activismo feminista en Argentina durante la crisis sanitaria. El libro finaliza con el capítulo 8, en el que Sara García Santamaría realiza una reflexión sobre la transformación de la ciudadanía digital en contextos restrictivos reparando de manera especial en el caso cubano.

Por tanto, este libro se concibe como un trabajo bisagra a medio camino entre teorías referencia sobre el ciberactivismo y la tecnopolítica, pero en continua mutación. Observa unas sociedades que se reconfiguran tras el trauma social, económico y afectivo de una pandemia mundial. Todo lo expuesto aquí sirve como testimonio de un tiempo irreal con consecuencias reales. Tal vez su carácter, y en parte su relevancia, resida en su voluntad efímera. Si existe algún aprendizaje definitivo del periodo comprendido entre los años 2020 y 2022 es que todo puede mudar, desaparecer y renacer en cuestión de horas y segundos. También la teoría y los estudios académicos.

Bibliografía

BENKLER, Yochai. (2003): «Freedom in the Commons». Duke Law Journal 52 (1245).

BRINGEL, Breno y Geoffrey PLEYERS (2020): Alerta global. Políticas, movimientos sociales y futuros en disputa en tiempos de pandemia, Buenos Aires, CLACSO.

CANDÓN-MENA, José y David MONTERO-SÁNCHEZ (2021): «From Cyber-Activism to Technopolitics: A Critical Take on Historical Periods and Orientations in the Use of Digital Technology by Social Movements», International Journal of Communication 15, pp. 2921-2941.

CASTELLS, Manuel (2015): Redes de indignación y esperanza, Madrid, Alianza Editorial.

GERBAUDO, Paolo (2020): «The Pandemic Crowd: Protest in the Time of COVID-19», Journal of International Affairs 73(2), pp. 61-76.

PLEYERS, Geoffrey (2020): «The Pandemic is a battlefield. Social movements in the COVID-19 lockdown», Journal of Civil Society, pp. 1-18. DOI: 10.1080/17448689.2020.1794398

PRICE, Stuart y Ruth SANZ SABIDO (2016): Sites of protest, Londres, Rowman & Littlefield.

TARROW, Sindey (1993): «Cycles of Collective Action: Between Moments of Madness and the Repertoire of Contention», Social Science History 17(2), pp. 281-307.

TRERÉ, Emiliano, Sandra JEPPESEN y Alice MATTONI (2017): «Comparing digital protest media imaginaries: Anti-austerity movements in Spain, Italy & Greece», TripleC 15(2), pp. 404-422. DOI: 10.31269/TRIPLEC.V15I2.772.

WINNER, Landong (2008): La ballena y el reactor. Una búsqueda de los límites de la alta tecnología, Barcelona, Gedisa.

1.La catarsis de la cultura. Iniciativas en la red para cultivar y liberalizar las emociones de una sociedad encerrada

Maria [email protected]

Universitat de València

Introducción

Para Williams (1983), el término cultura ha adoptado tres acepciones en el siglo XX. Puede entenderse como proceso general de desarrollo intelectual, espiritual y estético; es decir, la subjetividad con la que seres humanos dan sentido a su mundo. También se ha definido como modo de vida particular, ya sea de un pueblo, una época, un grupo o la humanidad en general. Y la interpretación más materialista la consideraría el trabajo y las prácticas resultantes de la actividad intelectual y especialmente artística.

Si ahora intentamos aplicar estos conceptos a la Europa del siglo XXI, nos encontramos, en primer lugar, con una sociedad occidental que se desarrolla en general bajo el «individualismo acentuado» (Han, 2020). En palabras del filósofo y ensayista surcoreano Byung-Chul Han, su modo de vida se basa en la «autoexplotación» y el «exceso de positividad, de rendimiento, de producción y de comunicación».

Por lo que respecta a las industrias culturales y creativas, con el inicio de siglo las artes escénicas, la literatura, la música, el cine, la radio, la televisión y la publicidad han ido cediendo parte de sus espectadores a las industrias del entretenimiento; esto es, los videojuegos, los juegos de azar y las prácticas del deporte y el shopping digital, entre otros ejemplos de ocio.

Como señala Rodríguez-Ferrándiz (2011: 150), «el tiempo libre dedicado al consumo de productos y servicios culturales […] creados por otros, especialmente cualificados y ante los que se adoptaba una actitud esencialmente contemplativa», ha pasado a ser subsumido por «el disfrute esencialmente activo, participativo, en actividades de esparcimiento de las que somos actores necesarios». Las nuevas rutinas culturales necesitan de un público que decide el tiempo, el lugar y la cantidad de consumo; dependen de una audiencia que influye en el sentido del consumo comunicativo. Los usuarios pueden navegar por los contenidos guiados por su ingenio y sus apetencias, elecciones a menudo imprevisibles e incluso infinitas (Garrett, 2011). Es tal el poder que ganan los espectadores que cuánto más se acerque el producto cultural a sus gustos, intereses y propensiones, más probabilidades de éxito tendrá.

Para ponernos en situación sobre el ritmo de los consumos culturales, imagine que disfruta en el tren de Los vencejos de Fernando Aramburu mientras escucha a María Callas entonar O mio babbino caro en su cuenta de Spotify. De repente, decide compartir una fotografía de un párrafo en su cuenta de Instagram, y dedica treinta minutos a responder a los comentarios de sus seguidores sobre la esencia de la cita. Al decidir cambiar la lista musical, ahora por una instrumental de piano, vuelve de nuevo a sumirse en la lectura del libro digital.

Con todo, estas prácticas digitales individualizadas no han lastrado el consumo in situ de bienes culturales. En 2019, las 3.500 pantallas de cine que hay en España vendían por encima de los 100 millones de entradas y ello significaba la supervivencia de estos espacios (Lobillo, 2021).

Así estábamos cuando el 15 de marzo de 2020 una contagiosa enfermedad vírica nos obligó a redefinirnos espacial, intelectual, social, espiritual y estéticamente. La orden de confinamiento en los hogares nos retrotraía a otras limitaciones de movimiento provocadas por anteriores infecciones como la peste, la viruela, el cólera y la gripe española. Y como en aquellos infaustos tiempos, la incertidumbre y el miedo se apoderaron de las riendas de nuestras vidas predecibles. Lo explicaba así el psiquiatra Fernández Liria (Alfageme, 2020) un mes después de declararse la cuarentena:

Va a haber un fenómeno masivo de pérdidas; trabajos, propiedades, referencias, cosas que tienen que ver con la identidad […] Se tendrán que reinventar, y eso es un proceso muy complicado. Si se acomete apoyándose, de una manera social, puede ser muy constructivo.

En ese momento, la construcción de la identidad, especialmente de los más jóvenes, se limitó físicamente al entorno familiar y a unos códigos presentes en todos los hogares, independientemente de su situación socioeconómica. Trece son los estados emocionales que la literatura ha ido recogiendo en su retrato de crisis sanitarias provocadas por patógenos: negación, pánico, inseguridad, incertidumbre, desconfianza, soledad, heroísmo, sentimientos de castigo, búsqueda de chivos expiatorios, excesos hedonistas, desánimo y, finalmente, incluso locura y enajenación mental.

Los recupera el psiquiatra Novella (2021: 4), quien se pregunta por los recursos y las estrategias que dispone el mundo secularizado del siglo XXI para hacer frente «a la sensación de vulnerabilidad» que provoca la renovada enfermedad infecciosa «en nuestra vida cotidiana y en nuestro imaginario cultural»; esto es, ¿cómo nos evadimos, cómo combatimos el aburrimiento, cómo enriquecimos el alma durante las largas horas de aislamiento obligatorio?

Y la primera herramienta diferenciadora con las sociedades que nos precedieron ha sido el acceso a tecnologías de la información y la comunicación. Según la Encuesta sobre Equipamiento y Uso de Tecnologías de Información y Comunicación en los Hogares, del Instituto Nacional de Estadística, el 91,4 % de los hogares españoles tenían acceso a internet en octubre de 2019. Meses antes de declararse el estado de alarma, el 87,7 % de las personas de 16 a 74 años se conectaban ya al menos una vez a la semana, el 77,6 % diariamente y el 74,9 % varias veces al día. Y lo hacían para usar servicios de mensajería instantánea, buscar información sobre bienes y servicios, comunicarse por correo electrónico, informarse, escuchar música y participar en redes sociales; en gran parte para distraerse.

GRÁFICO 1.1Equipamiento TIC en los hogares españoles 2010-2019

Fuente: INE.

He aquí, en las excesivamente cotidianas pantallas que caracterizan nuestras «telepolis» (Echeverría, 1999), donde paradójicamente las 24 horas del día pudimos de nuevo vivir en sociedad. Los rituales o ceremonias con los que generamos cohesión y estabilidad –parafraseando a Émile Durkheim (Green, 2008)–, o al menos estabilidad mental, fueron los organizados en su mayoría por las industrias culturales, creativas y del entretenimiento.

Bajo demanda

Al director Bong Joon Ho le parecía fucking crazy la victoria de Parásitos en los Óscar a inicios de 2020 (Ximénez, 2020), pero en realidad auguraba un periodo vital de depauperación a escala global. Era doblemente premonitorio, pues el realizador surcoreano justificaba el éxito de su película gracias al acceso y a los subtítulos que había tenido el film en los servicios de streaming