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En los años setenta del siglo XX cobraron relevancia los estudios sobre la historia de las mujeres, un modo de interpretar el pasado en el que ellas ya no eran concebidas como objetos pasivos, sino como sujetos conscientes y activos. Por tanto, había que reescribir su historia, elaborar un relato que entrara en diálogo e interacción con la Historia general para poder inscribirlas en esta de manera más completa y real. Se trata, pues, de una historia de las mujeres, pero que comprende y afecta también a los hombres, y a cómo las relaciones entre los sexos se han ido construyendo en los distintos momentos de la historia, tanto en los espacios sociales y políticos como en los privados. El libro aborda, desde una perspectiva universal y global, el carácter cultural e histórico de las diferencias y las desigualdades, y analiza la influencia de los cambios sociales y políticos sobre las mujeres, pero también la de ellas sobre estos: ¿pudieron participar activamente en el devenir de la historia?, ¿se vieron afectadas sus vidas significativamente por los diversos acontecimientos?, ¿hubo progreso para las mujeres? La obra –dirigida por Isabel Morant, Rosa Ríos y Rafael Valls, y escrita por investigadores y docentes de todos los niveles educativos que, por su trayectoria profesional, conocen los límites de la historia enseñada– se completa con un dosier eminentemente práctico –con textos, imágenes y propuestas didácticas–, pretende servir a las necesidades del estudiantado y aspira también a encontrar un público más amplio entre quienes comprenden que la historia de las mujeres constituye un saber nuevo para pensar sobre nosotras y nosotros, para comprender y construir la vida y el mundo que queremos.
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EL LUGAR DE LAS MUJERES
EN LA HISTORIA
Desplazando los límites
de la representación del mundo
EL L
UGAR DE LAS MUJERES
EN LA HISTORIA
Desplazando los límites
de la representación del mundo
Isabel Morant Deusa
Rosa Elena Ríos Lloret
Rafael Valls Montés
(dirs.)
UNIVERSITAT DE VALÈNCIA
Esta publicación no puede ser r
eproducida, ni total ni parcialmente,
ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información,
en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, foto químico,
electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el per miso previo de la editorial.
©
De los textos
:
las autoras y los autores, 2023
©
De las imágenes
:
ver Apéndice (pp. 497-504)
©
De esta edición
:
Publicacions de la Universitat de València, 2023
Edición
:
Maite Simón y Amparo Jesús-Maria
Corrección
:
David Lluch
Diseño y maquetación del interior
:
Inmaculada Mesa
Diseño de la cubierta
:
Celso Hernández de la Figuera y Maite Simón
ISBN: 978-84-1118-123-5 (papel)
ISBN: 978-84-1118-124-2 (ePub)
Edición digital
Esta publicación ha contado con una ayuda
de la Unitat d’Igualtat de la Universitat de València
7
P
REFACIO
..........................................................................................................
11
I
SABEL
M
ORANT
, R
OSA
R
ÍOS
, R
AFAEL
V
ALLS
I
NTRODUCCIÓN
..............................................................................................
13
I
SABEL
M
ORANT
I
MUJERES Y HOMBRES,
EL PROBLEMA DE LOS ORÍGENES
1
Las sociedades de la Prehistoria
..............................................................
25
P
AULA
J
ARDÓN
G
INER
, B
EGOÑA
S
OLER
M
AYOR
2
Sexuar el pasado. Interpretaciones desde el registro arqueológico
.....
33
P
AULA
J
ARDÓN
G
INER
, B
EGOÑA
S
OLER
M
AYOR
II
EL MUNDO ANTIGUO Y MEDIEVAL
3
Diosas, reinas y mujeres en Egipto y Mesopotamia
.............................
47
J
OAN
S
ANTACANA
M
ESTRE
4
Las iberas
...................................................................................................
59
C
ARMEN
A
RANEGUI
G
ASCÓ
5
La Atenas clásica
.......................................................................................
69
M
ERCEDES
M
ADRID
N
AVARRO
6
La Roma antigua
......................................................................................
79
M
ERCEDES
M
ADRID
N
AVARRO
7
La vida de las mujeres en el Occidente medieval
..................................
89
M
ONTSERRAT
C
ABRÉ
I
P
AIRET
, Á
NGELA
M
UÑOZ
F
ERNÁNDEZ
8
Intervenir en el mundo. Formas de autoridad y poder femeninos
en el Occidente medieval
.........................................................................
101
M
ONTSERRAT
C
ABRÉ
I
P
AIRET
, Á
NGELA
M
UÑOZ
F
ERNÁNDEZ
9
Lo femenino en el mundo americano prehispánico
.............................
111
G
ERARDO
M
EDINA
D
ICKINSON
Í N D I C E
8
III
EL UNIVERSO DE LAS RELIGIONES
10
La mujer en la Biblia hebraica y la cristiana
........................................
125
J
OAN
S
ANTACANA
M
ESTRE
11
El islam y las mujeres. Certezas y dudas
..............................................
133
J
OAN
S
ANTACANA
M
ESTRE
12
Lo femenino en la religión de Buda. El ayer y el hoy
........................
143
J
OAN
S
ANTACANA
M
ESTRE
13
Las mujeres en las religiones tradicionales de África
..........................
151
J
OAN
S
ANTACANA
M
ESTRE
IV
RENACIMIENTO E ILUSTRACIÓN
14
Espacios de saber. Humanismo y reformas religiosas
........................
165
H
ELENA
R
AUSELL
G
UILLOT
15
Cuerpos y estados. Poder político en el Renacimiento y el Barroco
175
H
ELENA
R
AUSELL
G
UILLOT
16
Escribir sobre las mujeres, escribir sobre el matrimonio.
El pensamiento humanista
....................................................................
185
I
SABEL
M
ORANT
D
EUSA
17
Amor y matrimonio en la literatura ilustrada
.....................................
201
I
SABEL
M
ORANT
D
EUSA
18
Luces y sombras de la Ilustración
.........................................................
219
M
ÓNICA
B
OLUFER
P
ERUGA
19
Mujeres coloniales americanas
..............................................................
229
A
LEJANDRA
A
RAYA
E
SPINOZA
, E
STELA
R
OSELLÓ
S
OBERÓN
V
RUPTURAS POLÍTICAS, TRANSFORMA
CIONES SOCIALES
Y MODERNIZACIÓN
20
¿De qué igualdad hablamos cuando hablamos de igualdad?
La Revolución francesa
..........................................................................
243
D
OLORES
S
ÁNCHEZ
D
URÁ
21
¿De qué libertad hablamos cuando hablamos de libertad?
La construcción del orden social liberal
...............................................
255
D
OLORES
S
ÁNCHEZ
D
URÁ
9
22
Mujeres en la construcción de las naciones latinoamericanas
...........
265
V
ALERIA
S
ILVINA
P
ITA
23
La Revolución Industrial y las mujeres de la clase obrera
..................
275
À
NGELS
M
ARTÍNEZ
B
ONAFÉ
24
La revolución socialista pensada por mujeres
......................................
285
À
NGELS
M
ARTÍNEZ
B
ONAFÉ
25
Reformistas, pacifistas, abolicionistas, sufragistas.
El feminismo entre dos siglos
...............................................................
297
D
OLORES
S
ÁNCHEZ
D
URÁ
26
Trabajos femeninos en la América Latina del siglo
XIX
.....................
309
F
LORENCIA
D’U
VA
, G
ABRIELA
M
ITIDIERI
27
Procesos de colonización y descolonización
........................................
319
C
ARLA
B
EZANILLA
R
EBOLLO
28
Gritos y susurros. Representaciones de la vida privada entre dos siglos
327
R
OSA
E. R
ÍOS
L
LORET
29
La agencia femenina en el arte
..............................................................
341
R
OSA
E. R
ÍOS
L
LORET
30
Las científicas
..........................................................................................
351
J
ORDI
S
OLBES
, M
ANEL
T
RAVER
31
New women
: la modernización y sus límites
.......................................
363
D
OLORES
S
ÁNCHEZ
D
URÁ
VI
TIEMPOS DE INCERTIDUMBRE.
DEMOCRACIAS Y DICTADURAS
32
Las guerras del siglo
XX
..........................................................................
377
À
NGELS
M
ARTÍNEZ
B
ONAFÉ
, S
IRA
S
ANCHO
C
OMAS
33
La Segunda República Española y las mujeres como sujeto político:
¿De qué democracia hablamos cuando hablamos de democracia?
....
389
À
NGELS
M
ARTÍNEZ
B
ONAFÉ
34
Ser mujer en la dictadura y contra la dictadura
..................................
403
À
NGELS
M
ARTÍNEZ
B
ONAFÉ
35
El oficio de maestra. Conservar o transgredir la construcción
de género
.................................................................................................
415
M.
DEL
C
ARMEN
A
GULLÓ
D
ÍAZ
10
VII
UN NUEV
O SUJETO POLÍTICO:
LOS FEMINISMOS
36
El movimiento de liberación de las mujeres
........................................
427
D
OLORES
S
ÁNCHEZ
D
URÁ
37
Agentes culturales y sociales en busca de libertad.
Mujeres del siglo
XX
e
n América Latina
..............................................
439
G
ABRIELA
P
ULIDO
L
LANO
38
Un tsunami feminista
............................................................................
451
C
ARLA
B
EZANILLA
R
EBOLLO
39
Posfeminidades y feminismos
...............................................................
465
J
OSÉ
J
AVIER
D
ÍAZ
F
REIRE
BIBLIOGRAFÍA CITADA
...............................................................................477
BIBLIOGRAFÍA GENERAL
............................................................................487
APÉNDICE:
Contenido del dosier
.................................................................................491
Créditos de las imágenes
...........................................................................497
AUTORÍAS
.......................................................................................................505
11
S
ABER
ES
MEJOR
QUE
NO
SABER
. El conocimiento de las mediaciones sociales
que influyen en la construcción del sexo femenino y la determinan –la edu-
cación, los valores y costumbres, las relaciones y prácticas sociales o las leyes– es,
como escribe Simone de Beauvoir, un primer paso necesario para comprender
los límites que se imponen a la libertad y a la igualdad de las mujeres, al tiempo
que permite pensar en las posibilidades de su emancipación.
Con este espíritu, la historia de las mujeres, estimulada por el feminismo de
los años setenta del siglo
XX
, debía preguntarse, con la mirada puesta en el pre-
sente, acerca de cómo ocurrieron las cosas en el pasado, cómo pudo suceder que
en un tiempo difícil de datar un sexo lograra imponerse a otro. Por tanto, los en-
foques tenían que referirse al conocimiento de los procesos históricos, a cómo
en un momento determinado se produjeron los cambios sociales y políticos que
afectaron a las vidas de las mujeres. En estos estudios, era necesario que ellas, re-
presentadas como objetos pasivos, emergieran también como sujetos conscien-
tes y activos, desbordando o resistiendo los límites impuestos desde el exterior
por una sociedad gobernada por hombres. Pero esta historia incluye también a
los hombres, cuyas identidades, relaciones y funciones sociales, representadas y
construidas en relación con el sexo femenino, deberían ser estudiadas.
La historia de las mujeres que hemos estado construyendo no es, como po-
dría pensarse, una historia específica, sino que los interrogantes y los temas que
en ella se suscitan afectan a la Historia general. Pensada, como pedía Virginia
Woolf, como un «suplemento» de la historia «para que así las mujeres pudieran
figurar en ella sin impropiedad», la historia de las mujeres se presenta hoy como
un conocimiento nuevo, que permite inscribir a las mujeres en la historia y,
también, de algún modo, reescribirla de manera más completa y real.
Esta es la historia que recoge esta obra. Escrita por investigadores y docentes
pertenecientes a los distintos niveles de la enseñanza, en ella se sigue la crono-
logía habitual, que comprende desde los orígenes de la humanidad hasta las
posfeminidades y feminismos del siglo
XXI
, abarcando, además de España, paí-
ses a los que nos vincula una afinidad cultural, como los de América Latina, o
que vivieron procesos que determinaron transformaciones significativas, como
P R E F A C I O
12
las
revoluciones industrial y burguesas, sin olvidar el lugar de las mujeres en ci-
vilizaciones y culturas más lejanas representadas en el universo de las religiones:
las tradicionales africanas, el budismo, la judeo-cristiana y el islam. En este reco-
rrido se descubren las representaciones de la feminidad y de la masculinidad, las
relaciones familiares y los afectos, las funciones sociales que eran propias del sexo
femenino, así como sus aspiraciones y creaciones: como científicas, escritoras,
artistas, coleccionistas y marchantes en el mundo del arte o participantes activas
en los acontecimientos políticos. En estas páginas se demuestra el carácter cul-
tural e histórico de
las diferencias
y de
las desigualdades
de los sexos; se destacan,
además, los efectos que los cambios sociales y políticos debieron de producir en
las vidas de las mujeres: ¿Pudieron participar activamente en ellos? ¿Se vieron
afectadas sus vidas de una manera significativa? ¿Hubo progreso para las mujeres?
Nacido de la experiencia de un profesorado que en su trayectoria profesional
conoce los límites y las dificultades en la introducción de cambios en los pro-
gramas establecidos, la obra se dirige a quien tenga interés en la renovación de
la historia enseñada, por lo que los capítulos del libro se complementan con un
dosier eminentemente práctico que reúne textos, imágenes y propuestas didác-
ticas. Este dosier completo, formalmente independiente de la obra y cuyo índice
se puede consultar en un apéndice al final de este libro, está disponible en la pá-
gina web de la editorial (https://puv.uv.es) para la adquisición en formato papel
o electrónico o para su consulta o descarga por capítulos.
Esta obra pretende servir a las necesidades y preferencias del estudiantado,
pero también espera encontrar un público lector más amplio entre quienes reco-
nocen que las cuestiones desveladas desde la historia de las mujeres y del género
constituyen un saber nuevo y estimulante para pensar sobre nosotras y nosotros,
para comprender y construir la vida y el mundo que queremos.
Isabel Morant, Rosa Ríos y Rafael Valls
13
L
A
HERENCIA
DE
S
IMONE
DE
B
EAUVOIR
¿La mujer? Es muy sencillo, dicen los amantes de las fórmulas sencillas:
es una matriz, un ovario, es una hembra y basta esta palabra para defi-
nirla. En boca del hombre, el epíteto «hembra» suena como un insulto,
y,sin embargo, él no se avergüenza de su animalidad, está orgulloso
de que se diga de él: Es un macho. El término
hembra
es peyorativo,
no porque arraigue a la mujer en su naturaleza, sino porque la confina
dentro de los límites de su sexo (Beauvoir, 1999: 67).
En
El segundo sexo
, de Simone de Beauvoir, escrito en 1949 como denuncia de
la condi ción de las mujeres en la sociedad de su tiempo, se ponía de manifiesto
el prejuicio interesado de los autores que, a lo largo de una dilatada historia, se
habían empeñado en sostener la inferioridad física y moral de las mujeres. Ser
mujer, nos dice Beauvoir, no es un castigo divino, como pensaban los judíos
que daban gracias a Dios por haber nacido hombres, ni una desgracia, como
escribe el filósofo, uno de tantos: «¡Qué desgracia ser mujer! Y sin embargo la
peor desgracia de ser mujer es no comprender que es una desgracia». Ser mujer
es el resultado de la voluntad humana, de los hombres que, tanto en el pasa-
do como en el presente, han usado su poder para pensar las cosas de manera
favorable a su sexo: «Este mundo siempre ha pertenecido a los varones, pero
ninguna de las explicaciones que se han
dado sobre las mujeres resultan convin-
centes». Ella toma como referente el juicio de Poullain de la Bare, un filósofo
cartesiano poco conocido en su época, autor de un libro titulado
De l’egalité des
deux sexes
, publicado en 1673, en el cual se dice: «Todo lo que los hombres han
escrito sobre las mujeres debe ser sospechoso, pues son a la vez jueces y parte».
Y añade que los que hicieron y compilaron las leyes eran hombres, por lo que
favorecieron a su sexo, y los jurisconsultos convirtieron sus leyes en principios.
I
ntroducción
I
SABEL
M
ORANT
14
Isabel Morant
Desde entonces, insiste la autora, «sacerdotes, filósofos, legisladores, escritores,
sabios, se afanaron en demostrar que la condición subordinada de las mujeres
era grata al cielo y provechosa en la tierra»
(Beauvoir, 1999: 56).
Desde esta perspectiva crítica examina las teorías sobre la feminidad que con-
tienen los textos clásicos, los de filosofía, los de marxismo o los de psicoanálisis;
la idea de que la naturaleza biológica sería determinante y explicativa, y con ello
justificativa, de la desigualdad del sexo femenino. Pero como escribe Beauvoir
marcando su apuesta por el existencialismo: «El ser no existe y no debe confun-
dirse con el llegar a ser».
No se nace mujer, se llega a serlo.
Esta idea, adoptada por
el feminismo en los años setenta, abría un camino para seguir indagando en la
historia: «¿En qué momento y por qué razones el sexo que da la vida pudo ser
dominado por el sexo que hace la guerra?». Beauvoir no era historiadora ni antro-
póloga, y la parte que en su libro dedica a la historia no es la más interesante, pero
su intento de seguir el proceso social e histórico por el cual las mujeres fueron do-
minadas interesaría a las historiadoras que, en los años setenta, continuaron in-
dagando en ese proceso histórico de dominación. Cuando, en esos años setenta,
Beauvoir se unió al movimiento, se interesaba por este trabajo de las investiga-
doras. Las apreciaba, y esperaba que sus estudios pudieran ayudar a comprender
el proceso social por el que las mujeres habían sido dominadas y a vislumbrar
también el camino de su libertad y su liberación. Como ella misma explica:
¿Cómo puede realizarse un ser humano dentro de la condición femenina?
¿Qué caminos se le abren? ¿Cómo recuperar la independencia en el seno de la
dependencia? ¿Qué circunstancias limitan la libertad de la mujer? ¿Las puede
superar? (Beauvoir, 1999: 63-54).
L
AS
RELACIONES
DE
LOS
SEXOS
SON
RELACIONES
SOCIALES
C
uando en el corazón de los cambios ideológicos y sociales de los años
setenta surgió lo que llamamos ahora la «historia de las mujeres», no
era cuestión de preguntarse si esta historia era posible. Seimponía, por
la fuerza de la evidencia y la necesidad, el deseo de hacerla, después de
escribirla. Así nació una práctica, al mismo tiempo que un tema nuevo
en el campo de la disciplina histórica (Farge, 1984: 18).
Cuando en los años setenta comenzamos a hacer la historia de las mujeres no
nos preguntábamos sobre sus posibilidades o su pertinencia. Había que hacerla.
Las mujeres, decíamos, existieron, pero los historiadores, practicantes de una his-
toria general que era básicamente económica y política, consideraban que el sexo
femenino no había tenido ningún protagonismo relevante para la Historia, con
mayúsculas, a la que debían dedicar sus mayores esfuerzos. En los manuales que
Introducción
15
entonces se escribían había siempre alguna santa o reina que sí podían figurar en
ellos, pero como una excepción. Sin embargo, sus figuras, que se utilizaban para
reforzar credos de lo religioso o de la patria, eran irreales, pues la verdad de aque-
llas mujeres –célebres y celebradas– quedaba enterrada bajo el mito que las había
construido, como bien evidenciaban las figuras de Isabel de Castilla, Agustina de
Aragón o Mariana Pineda, entre otras.
La historia de las mujeres, tal y como hoy la conocemos, comenzaría a desa-
rrollarse en Europa y Estados Unidos, impulsada por el feminismo, que, en sus
inicios, reclamaba hacer memoria de las mujeres, restituir su pasado. El objetivo
declarado entonces era hacer una historia en positivo que sirviera para poner
en valor las acciones de las mujeres del pasado, que, además, pudiera ser gratifi-
cante para las mujeres del presente, que buscaban una identificación. Así, en un
primer momento, se privilegiaría el estudio de las llamadas figuras de la rebelión:
las brujas, las herejes de todas las religiones, las rebeldes primitivas o las revolu-
cionarias de todas las causas. Eran nuestras heroínas. Pero el problema en este
caso era que el mito hacía olvidar las penas que las amenazaron: las inquisiciones
religiosas, las condenas civiles, la hoguera o el cadalso.
Ampliando el foco de los estudios se des cu briría que las mujeres habían tra-
bajado siempre y que sus actividades, incluidas la maternidad y el cuidado de
la salud física y moral de la familia y de la sociedad, eran necesarias –impres-
cindibles– para la reproducción y para el progreso no solo de la familia, sino
también de la comunidad. Por tanto, se podía considerar que las mujeres que
desarrollaban estas numerosas y benéficas funciones tuvieron cierta relevancia
y, por qué no, algún poder. Lo que entonces se ponía de relieve era la necesidad
de no pensar en el poder desde una perspectiva exclusivamente masculina, como,
por otro lado, se podía hacer a partir de los estudios centrados en los textos de la
misoginia, en los que se destacaba el empeño continuado de los hombres, filóso-
fos, legisladores o moralistas, de producir la diferencia de los sexos y la domina-
ción de un sexo sobre otro. En consecuencia, las preguntas pertinentes eran: ¿qué
poder?, ¿qué significa tener poder?, ¿cómo se construye el poder entre los sexos
en un tiempo y en una sociedad determinados?
En la cuestión que, en su día, se formularon las historiadoras sobre la deno-
minación de la historia de las mujeres, ¿historia de las mujeres o historia de las
relaciones entre los sexos?, se reflejaba la diferencia de los enfoques: el estudio
de las mujeres entendidas como un colectivo social y moralmente diferenciado y
portadoras de unos saberes y conocimientos específicos, o pensadas como parte
de una sociedad mixta, compuesta de hombres y mujeres, socialmente diferen-
ciados y relacionados entre sí. Como escribe Arlette Farge, poniendo de relieve el
segundo enfoque, adoptado por las historiadoras francesas:
No se trata ya de reproducir unos discursos y unos saberes específicos de las
mujeres, ni tampoco de atribuirles poderes olvidados. Lo que hay que hacer
16
Isabel Morant
ahora es entender cómo se constituye una cultura femenina en el interior de
un sistema de relaciones desigualitarias, cómo enmascara los fallos, reactiva los
conflictos, jalona tiempos y espacios, y cómo piensa, en fin, sus particularida-
des y sus relaciones con la sociedad global (Farge, 1991: 97).
Desde esta perspectiva debíamos fijarnos en las relaciones de los sexos, no
como datos naturales sino como construcciones sociales, y mostrar cómo estas
relaciones se forman en una sociedad desigualitaria, en la cual los papeles po-
dían ser complementarios, pero también subordinados. El poder no siempre
se percibe como una certeza, pero implica que hay desigualdad, violencia y,
aunque las luchas no fueron siempre frontales, sí se producían exclusiones, un
reparto desigual de los bienes y de la explotación. Igualmente, había que pre-
guntarse por los mecanismos que sirven a la dominación, por la producción
del consentimiento, esa especie de servidumbre voluntaria de las mujeres, que
no siempre se percibían como víctimas. En este sentido, se tenía que indagar
acerca del sistema de compensaciones que debían servir para enmascarar las
desigualdades; investigar, pues, sobre los sistemas de protección de las hijas o
de las esposas, los afectos o la galantería, el elogio de las madres, el respeto a la
madonna
o a la musa, etc. De forma menos pasiva, las mujeres reconocidas por
las cualidades y virtudes femeninas podían tener opinión y ejercer su influencia
sobre los hombres, lo cual se puede suponer que creaba malestar en aquellos que
soportaban mal la autoridad de las mujeres, de las madres, que eran considera-
das demasiado poderosas. Y, por último, las mujeres podían también ejercer el
poder directamente, delegado o no, en el espacio doméstico, sobre los hijos me-
nores, o sobre otras mujeres y hombres a su servicio. Pero las mujeres, al mismo
tiempo halagadas y despreciadas, podían sentirse confusas y actuar en sentido
opuesto, mostrando a la vez conformidad y rebeldía. En conclusión, estudiar la
delicada articulación de poderes y contrapoderes no solo debía permitir com-
prender la verdadera dimensión de las relaciones entre los sexos, sino romper
las dicotomías demasiado simples, y «hacer, en suma, una historia interior del
poder, familiar, social y político»
(Farge, 1991: 86).
En sus inicios, la historia de las mujeres fue obra exclusiva de ellas, una histo-
ria que tuvieron que comenzar trabajando en los márgenes de las universidades,
en las que muchas investigaban, ya que las instituciones podían prestar sus aulas
y dar algún apoyo a algunos cursos o seminarios, pero poco más. En el trayec-
to, las historiadoras, que habían asumido la necesidad de ordenar las investi-
gaciones, que crecían de manera exponencial en varias direcciones, buscaron
la alianza con las corrientes renovadoras de la historia social o cultural, o con la
microhistoria, interesada en el estudio de la diversidad de los sujetos y de las
gentes sin historia. Pero en estos inicios debieron comprobar, no sin amargura,
el silencio ensordecedor de la mayoría de los colegas, que consideraban que esa
historia, hecha por mujeres, no era la suya.
Introducción
17
E
L
GÉNERO
:
UNA
CATEGORÍA
ÚTIL
PARA
LA
HISTORIA
Como historiadora esto
y particularmente interesada en hacer la his-
toria del género, señalando los significados variables y contradicto-
rios que se atribuyen a la diferencia sexual, a los procesos políticos, por
los cuales dichos significados se desarrollan y contradicen, a la ines-
tabilidad y maleabilidad de las categorías de «mujer» y «hombre», y
las formas en que estas categorías se articulan una respecto a la otra,
aunque no sea de forma consciente ni igual cada vez (Scott, 1986: 2).
La categoría de género, procedente del debate del feminismo americano, se
presentaba como una solución teórica para los estudios feministas, que mostraban
la dificultad de desprenderse del determinismo imperante en los trabajos que po-
nían el acento en la relación causal entre el Sexo, que en el caso de las mujeres se
seguía pensando en mayúsculas, y el género, referido a la construcción social de
la diferencia sexual. El género (
gender
), que permitía establecer la diferencia entre
el sexo biológico y el género social, debía servir para marcar el carácter cultural,
histórico, de las diferencias. De lo femenino y de lo masculino. Los hombres
también tienen género. El género, que debía desarrollarse en un momento de un
importante debate epistemológico en el seno de las ciencias sociales, se presentaba
como una ruptura entre los estudiosos que planteaban el paso de una historia que
insistía en el descubrimiento de la causalidad universal y el estudio de las construc-
ciones del lenguaje que dan sentido a las cosas; otra ruptura entre quienes creían
en la transparencia de los hechos y quienes sostenían una visión diferente de la
realidad, como producto de una interpretación o una construcción, y por último,
entre los que defendían y los que cuestionaban que el hombre y la mujer eran
consecuencia de una racionalidad previamente establecida. Así, escribe Joan Scott:
En el espacio que se abre con este debate, en el de la crítica científica desa-
rrollada en el campo de las humanidades, y en el del empirismo y del huma-
nismo de los posestructuralistas, las feministas han empezado a encontrar no
solo una voz teórica propia sino también aliados políticos. Yes en el interior
de este espacio donde debemos articular el género como categoría analítica
(Scott, 1999: 65).
En los años noventa, la teoría del género se presentaba como un antes y un
después en la historia de las mujeres. Lo que Scott, con cierta displicencia, lla-
maba la historia de ellas debía ser sustituida por la historia de género. Desde
esta perspectiva, el objetivo de las historiadoras tenía que seguir una explicación
significativa, preguntarnos no ya por el origen primero y las causas de la dife-
rencia sexual, sino estudiar cómo ocurrieron las cosas para comprender por qué
ocurrieron: «Ahora me parece que el lugar de las mujeres en la vida humana y
social no es producto de esta, sino el significado que adquieren sus actividades
18
Isabel Morant
a través de la interacción social concreta». En la línea marcada por Foucault, la
teoría del género contenía también una nueva representación del poder, enten-
dida no tanto como un poder universal y unificado, sino como una constelación
de poderes cuyos objetivos y efectos –no siempre evidentes– debían ser puestos
al descubierto. Cabe decir, sin embargo, que, en esta representación del poder
como un poder institucional, no se descarta la acción del sujeto parcialmente
racional (Scott, 2008: 65-66).
Pero este planteamiento no sería del todo aceptado por las historiadoras, que,
si bien comprendían las virtualidades del giro lingüístico (
linguistic turn
), debían
marcar también distancias. Consideraban que la historia del género, entendida
como la historia de la construcción social de las identidades y de las relaciones
sociales, era extremadamente útil para desenmascarar las evidencias y para poner
al descubierto los usos del poder. Pensaban también que la historia del género
no debía eclipsar la historia de las mujeres, que había de centrarse en el descubri-
miento de los hechos, del pensamiento y de las acciones femeninas, y que tenía
que seguir practicándose. Como escribe Gianna Pomata, la historia del género
no debe confundirse con la historia de las mujeres y no puede en ningún caso
borrar la necesidad de una historia social de las mujeres. La primera tarea
de la historia de las mujeres no es, desde mi punto de vista, «deconstruir»
los discursos masculinos sobre las mujeres, sino superar la penuria de hechos
sobre sus vidas que ha producido una historiografía tan irreal, tan coja, tan
pobre, diría yo (Pomata, 1992: 30).
En este caso, el problema no era tanto el acento puesto en el estudio de los
discursos, las representaciones o las prácticas culturales constitutivas de la reali-
dad, sino los «excesos» de la teoría. La idea de construcción constituye un eje de
reflexión significativo que sirve para mostrar la relatividad de los hechos cultu-
rales y políticos, pero en el desarrollo del género se presuponía que, si algo ha
sido «construido», se puede «deconstruir» a todos los niveles (teorías y prácticas,
representaciones y hechos materiales, palabras y cosas). Este planteamiento es el
que se cuestiona en la historiografía francesa, que, aun reconociendo las virtudes
del constructivismo, rechaza lo que se ha dado en llamar «las tentaciones del
linguistic turn
, que termina por olvidar que existen posiciones e intereses socia-
les exteriores al discurso, y la necesidad de unir la construcción discursiva de la
realidad y la construcción social del discurso» (Thebaud, 1998: 139). El debate
continúa, en el seno de la historiografía, entre los que sostienen la necesidad de
relacionar las producciones del lenguaje con las prácticas sociales y quienes de-
fienden la absoluta preponderancia del lenguaje (del género social sobre el sexo
material). Como se pregunta Michelle Perrot: «¿Podemos llegar más lejos, tan
lejos en el rechazo de los inmutables y hacer de la diferencia de sexos una pura
creación del lenguaje y del simbolismo? ¿Se puede eludir del todo la biología?
¿Se puede negar del todo la presencia del cuerpo y del deseo?» (Perrot, 1993: 81).
Introducción
19
L
AS
MUJERES
COMO
SUJETOS
M
ucho se habla de ella, incansablemente, a fin de poner el universo en
orden: pero aquí es donde salta la paradoja. Pues este discurso pletórico
y machacón acerca de la mujer y de su naturaleza es un discurso im-
pregnado de la necesidad de contenerla, del deseo apenas disimulado
de hacer de su presencia una especie de ausencia, o por lo menos, una
presencia discreta que debe ejercerse en los límites cuyo trazado se ase-
meja a un jardín cerrado (Farge, 1993: 19).
Las historiadoras familiarizadas con el desarrollo de la historia de las mujeres
podían recordar, en los años noventa, las palabras de Virginia Wolff, quien, en
las primeras décadas del siglo
XX
, mostraba su extrañeza por la parcialidad de los
libros de historia. Las mujeres existían, pero nada se decía sobre ellas en los textos
de la historia de Inglaterra que ella consultaba inútilmente: ¿cómo eran sus vidas?,
¿a qué edad se casaban? ¿cuántos hijos tenían? Escribió, no sin ironía: «... pero por
qué no podían añadir un suplemento a la historia para que las mujeres pudieran
figurar en él decorosamente» (Woolf, 2014: 37-56).
La historia de las mujeres ya ha sido escrita, en distintos países y en varios
idiomas. En Francia, entre 1992 y 1993, se publicó la
Histoire des femmes en
Occident
, dirigida por Georges Duby y Michelle Perrot. Entre 2005 y 2006, se
publicaría en castellano la
Historia de las mujeres en España y América Latina
.
Sin embargo, en el coloquio celebrado en 1992 en la Sorbona
para presentar los
resultados de esta historiografía, se pudo hacer una crítica a este tipo de estudios:
las mujeres estaban ocultas, cubiertas por las palabras ajenas que las definían.
De ellas se ha hablado mucho, pero su «realidad» se perdía «en el fárrago de las
palabras machaconas e insistentes de los filósofos, médicos o moralistas, que
las definen limitándolas» (Farge, 1993, vol.
III
: 19-20). Devolver a las mujeres
a la historia implicaba lidiar con la penuria de los datos para comprenderlas
como sujetos activos, en el uso de la palabra o actuando de prota
gonistas en los
espacios de la vida social o cultural. Objetos del discurso ajeno, sometidas por
las normas sociales y las leyes que las definen y las determinan como género, las
mujeres también deben ser entendidas como sujetos en la encrucijada entre
las condiciones que se les imponen y el modo en que se relacionan con la reali-
dad y negocian con ella. En suma, como sujetos semejantes y diferenciados en
sus acciones, tal como propone Natalie Zemon Davis en el prefacio a su obra
Mujeres de los márgenes. Tres vidas del siglo
XVII
, en el que la autora se representa
a sí misma hablando con los personajes de su libro, una judía, una católica y una
protestante, para explicarles el objetivo del texto que les dedica:
Soy la autora, dejadme que os explique.
Os puse a todas juntas para aprender de vuestras semejanzas y diferencias.
En mi época se dice a veces que las mujeres del pasado se parecen unas a
20
Isabel Morant
otras, sobre todo si vivieron en un lugar semejante. Quería mostrar en qué se
parecían y en qué no, cómo hablaron de sí mismas y qué hicieron. En qué
se diferenciaban de los hombres de su mundo y en qué se parecían...
Quería contar con una judía, una católica y una protestante para poder
ver qué diferencia establecía la religión en las vidas de las mujeres, qué puertas
les habría o les cerraba, qué palabras y acciones les permitía elegir (Zemon
Davies, 1999: 10-11).
Poner al descubierto, dar visibilidad, a los sujetos femeninos ha sido úni-
camente un primer paso, lo que ahora interesa a la historia de las mujeres no
son solo los hechos biográficos, más o menos relevantes o extravagantes de una
u otra mujer, sino también el modo en que se construye una personalidad, no
tanto como reflejo causado por un contexto que sería determinante, sino por la
relación que las personas mantienen con sus entornos (católicos, protestantes, de
clase o de raza). Como escribe Isabel Burdiel, la biografía que interesa no nos dice
tanto quién es o lo que ha hecho, sino cómo se forja una existencia a partir de
su experiencia: «Cada individuo es un híbrido y una encrucijada de posibili-
dades... y no hay identidades fijas y excluyentes» (Burdiel, 2022: 10).
S
OBRE
LAS
CATEGORÍAS
DE
LO
PÚBLICO
Y
LO
PRIVADO
H
ay en nuestros códigos algo que es preciso rehacer: es lo que yo llamo
«la ley de la Mujer». El Hombre tiene su ley; se ha hecho a sí mismo:
la Mujer no tiene más ley que la del Hombre (Víctor Hugo,citado por
Fraisse, 2003: 9).
Una idea fuertemente arraigada en una parte de la historiografía es la dife-
rencia y la separación entre el espacio público y el privado. El primero, regido
por las leyes de la política que afectan a la vida colectiva, sería territorio privile-
giado de los hombres, y el segundo, entendido como lugar de la privacidad, de
la intimidad y de los afectos, patrimonio de las mujeres. Pero en esta división
–irreal– se ocultaría el carácter construido y por tanto móvil e inestable de los es-
pacios, públicos y privados, y su composición mixta, es decir, una universalidad
partida en dos
.
En este sentido, se ha subrayado la presencia y el protagonismo
de las mujeres en los espacios de la vida social y cultural y, especialmente, la
inflexión que se produce entre los siglos
XVIII
y
XIX
. En la teoría y en la práctica
del nuevo modelo político, basado en una ampliación y reconocimiento de los
derechos de ciudadanía consagrados en las nuevas cartas magnas que inauguran
el liberalismo en Europa, se ocultaría
el contrato sexual
, implícito en los textos
fundacionales –y en las leyes– de las democracias modernas, por las cuales,
las mujeres, consideradas «La preciosa mitad de la República», en palabras de
Introducción
21
Rousseau,
excluidas
de la política, reservada a los hombres, serían
integradas
en
el nuevo orden como ciudadanas responsables de la moral y las costumbres de
la familia y de la sociedad.
La consigna «Lo personal es político», acuñada por el feminismo de los años
setenta, revelaba la influencia de la política en la construcción de lo privado.
La familia, cerrada al exterior, se diferenciaría del espacio público, regido por
las leyes dictadas por los hombres. Lo privado, ordenado por la moral y por las
costumbres que serían «naturales» en los hombres y en las mujeres, se revalori-
za ría como lo auténtico y lo libre. En este espacio, sacralizado por el matrimo-
nio, las mu jeres, excluidas y extrañadas de la política y del mundo del trabajo,
debían asumir otras funciones que implicaban un mayor cuidado y atención a
las actividades de la vida privada y familiar, particularmente a la mater
nidad.
Conviene recordar que el sexo femenino no se consideraba como el sexo emi-
nentemente productivo, sino destinado a la familia, como esposas y madres
domésticas, y hay que tener en cuenta que obtuvieron el voto muchos años
después que los hombres. En este proceso, al mismo tiempo se sostendría el ale-
jamiento –y/o la irresponsabilidad– de los hombres respecto de la vida privada.
Concebidos como padres y esposos afectivos, pero ocupados en los meneste-
res de la economía y la política, los hombres habían trasladado la responsabi-
lidad de la familia y los afectos a las mujeres.
R
UPTURAS
Y
DISCONTINUIDADES
E
ncontrar la corriente, hacia adelante y hacia atrás, de un acon te ci-
miento que impone una ruptura, equivale a rechazar preten didas evi-
dencias. Es volver a poner en cuestión la idea, aún viva en el ánimo
de los historiadores (o historiadoras), de que la historia de las mujeres
obedece en definitiva a la de un progreso. Es desear que se desarrollen
visiones contrastadas y contradictorias (Farge, 1991: 101).
La historia de las mujeres que ha seguido la línea marcada por la historio-
grafía general, que abarca un periodo amplio, asumía el riesgo de producir una
imagen lineal –el tranquilo acontecer de la historia– que ocultaría los cam-
bios en las relaciones de los sexos. La idea de ruptura, adoptada por el feminis-
mo, debía permitir pensar el modo en que los procesos políticos afectaban a
las vidas de las mujeres. En la pregunta formulada en los años setenta por una
conocida historiadora, «¿Tuvieron Renacimiento las mujeres?», se adivinaba la
necesidad de pensar el sentido de la historia desde el ángulo femenino, ampliando
las preguntas: ¿qué ganaron o qué perdieron las mujeres?, ¿qué espacios sociales
ocuparon?, ¿qué funciones ejercieron?, ¿qué influencias? O, en sentido contrario,
¿qué exclusiones se produjeron?, ¿qué poderes se perdieron?
22
Isabel Morant
Desde esta perspectiva crítica, se podían descartar los significados demasiado
simples de los conceptos arraigados en nuestra historiografía, tales como mo-
dernidad, democracias, liberalismo o progresos; cuestionar la idea de progreso
aplicada al matrimonio y a la familia en los siglos
XVIII
y
XIX
, para preguntar-
nos cómo influyeron estos cambios en las relaciones de los sexos, qué libertades
propiciaron y qué coacciones forzaron, y sus efectos sobre mujeres y hombres;
indagar el significado de las democracias liberales, que, nacidas bajo el signo de
la igualdad y la libertad, se conformarían como democracias «exclusivas» de los
hombres, ellos sí, podían ser considerados libres e iguales. O, incluso, preguntar-
se por el progreso del capitalismo: ¿cómo afectaron los cambios en las relaciones
laborales a los sexos?, ¿qué nuevas o viejas funciones debieron asumir?
I
Mujeres y hombres.
El problema de los orígenes
25
H
AC
E
CASI
SIETE
MILLONES
DE
AÑOS
,
en África, con la aparición del primer
ancestro de la humanidad, comienza la eta-
pa más larga de la historia humana: la Pre-
historia. A partir de ese momento y hasta la
aparición de la escritura, los seres humanos
van ocupando poco a poco espacios a lo largo
del planeta y desarrollando tecnologías, pero
también en este tiempo se produce la sociali-
zación, se establecen vínculos y se van confi-
gurando diferentes culturas.
La historia de la humanidad de este amplio
periodo ha sido contada en neutro masculi-
no, un discurso en el que el origen del hom-
bre dejaba fuera a las mujeres, que no eran
nombradas y tampoco estaban representadas.
Desde el establecimiento de la arqueología
como ciencia en el siglo
XIX
, solo las élites
masculinas se permitían interpretar el pasado,
con marcados sesgos como el androcentrismo
o el eurocentrismo, desarrollados por hom-
bres blancos de clase alta. De esta manera, la
contribución de las mujeres al relato histórico
quedaba invisibilizada. Tuvieron que pasar
casi cien años para que el cuestionamiento
que el movimiento feminista hacía del rela-
to sobre el pasado empezara a publicarse en
Las sociedades de la P
rehistoria
P
AULA
J
ARDÓN
G
INER
B
EGOÑA
S
OLER
M
AYOR
1
los trabajos de inv
estigación y, mucho des-
pués, en los libros de texto.
El origen de las desigualdades, el patriar-
cado o la división sexual del trabajo son cues-
tiones que todavía hoy están presentes en la
investigación arqueológica.
1
E
L
ORIGEN
DE
LA
HUMANIDAD
S
abemos por la investigación arqueológica
que la especie humana comenzó a habitar
la Tierra hace millones de años, aunque se-
guimos preguntándonos en qué consiste ser
humano. Para algunos autores, los rasgos que
nos caracterizan se basan en nuestra capaci-
dad creativa de organización, para otros en
la tecnología, que nos ha permitido habitar
todos los ecosistemas del planeta. También
se ha sugerido que aquello que es específica-
mente humano es nuestra capacidad de des-
trucción, de enfrentamiento entre nosotros.
Porel contrario, hay quienes subrayan la
cooperación, que se apoya en la empatía que
desarrollamos respecto a otros individuos de
nuestra especie.
26
Paula Jardón ~ Begoña Soler
La búsqueda en nuestr
os orígenes de aque-
llo que somos no ha estado exenta de repre-
sentaciones sociales que se han utilizado para
justificar el presente. La pregunta ¿qué hay de
esencia y qué de circunstancia en las acciones
humanas? no tiene respuestas sencillas, ya que
ello supondría simplificar la gran diversidad
de las culturas y de las acciones individuales
humanas. La antropología cultural, la arqueo-
logía, la antropología física y la genética tratan
de caracterizar los rasgos de las poblaciones
del pasado, intentando rescatar piezas para un
relato que se construye día a día. Igualmente,
desde la etología se está trabajando para iden-
tificar lo que comparte nuestra especie con
otras espacies de primates.
Hasta el siglo
XIX
, los relatos sobre los orí-
genes se construyeron sobrela base del mito
de Adán y Eva y la Creación, proveniente de
la tradición judeocristiana. Con el desarrollo
de la teoría de Darwin sobre la evolución co-
mienza la aproximación científica a lo que se
ha dado en llamar proceso de hominización.
El lastre de las creencias religiosas y su asimi-
lación cultural ha sido ampliamente descri-
to. Si bien no vamos a negar que muchos de
aquellos tópicos, aún existentes, mediatizan
la investigación y la interpretación de las evi-
dencias arqueológicas, actualmente se está
produciendo un cambio de paradigma que
atiende a la sostenibilidad y al feminismo, y
que alumbra hipótesis diferentes y más com-
plejas sobre la evolución humana a la luz de
la multiplicación de hallazgos y de estudios
arqueológicos, antropológicos y de
ADN
.
En cuanto al número de especies distintas
y sus relaciones genéticas y evolutivas, frente a
una evolución prácticamente lineal, propues-
ta hasta los años noventa del siglo pasado, la
multiplicación de ramas en las líneas evoluti-
vas y la existencia, en algunos momentos, de
especies inteligentes contemporáneas entre
ellas, enriquece el panorama evolutivo.Por
tanto, a finales del siglo
XX
, partimos de una
evolución definida por la aparición en Áfri-
ca de
Australopithecus
, que evoluciona local-
mente en
Homo habilis
y, más tarde, en
Homo
ergaster
(
erectus
o
heidelbergensis
), que se ex-
tiende a Europa yAsia. En Europa se define
el
Homo neanderthalensis
, hasta hace poco ex-
clusivamente europeo.Posteriormente es co-
lonizada, al igual que Asia, por
Homo sapiens
(hace 40.000 años aproximadamente), que
proviene también de África y que llega a ocu-
par América (a partir de hace 30.000 años).
En los últimos años, la cuestión de la con-
vivencia de neandertales y sapiens, la identifi-
cación de
Homo georgicus
, denisovanos y flore-
siensis, el retraso de la población de América a
cronologías más antiguas y la caracterización
del
ADN
de las poblaciones pasadas y actuales,
han multiplicado el número y la complejidad
de las cuestiones a las que se debe atender.
Si nos centramos en la caracterización físi-
ca de los homininos, las adquisiciones que se
van incorporando a lo largo de la Prehistoria
son: la encefalización, es decir, un mayor ta-
maño del cerebro respecto a la masa corporal;
la bipedestación, con la liberación de las ma-
nos respecto de la locomoción; la disminu-
ción del dimorfismo sexual, y la alimentación
omnívora. En relación con estos cambios se
producen otros de carácter también físico que
van a producir o facilitar transformaciones en
las relaciones sociales y su organización:
En primer lugar, la comunicación oral. El
lenguaje articulado se puede detectar a partir
de la morfología nasofaríngea (base del cráneo
e hioides) y de la aparición del gen FOXP2,
presente en sapiens y neandertales.
En segundo lugar, el trabajo del parto, que
se hace más dificultoso como consecuencia
del tamaño del cerebro de los bebés y de la
posición erguida, que modifica la morfología
Las sociedades de la Prehistoria
27
y orientación de la cadera. A
demás, el creci-
miento extrauterino del cerebro durante el
primer año de vida, con una situación de de-
pendencia de los miembros más jóvenes de
los grupos respecto de los individuos adultos,
genera también mayor interacción social y el
desarrollo de la educación.
En tercer lugar, la tecnología, que se ma-
nifiesta en la transformación intencional y
premeditada de las materias primas que se
hallan en la naturaleza para objetivos diver-
sos que facilitan la supervivencia en todos los
ecosistemas del planeta: fabricación de útiles
para cazar, pescar o recolectar, la indumenta-
ria y los hábitats, además del uso del fuego.
El acceso a fuentes de proteínas vegetales y
animales se relaciona con el crecimiento del
cerebro y la disminución de la energía nece-
saria para la digestión, que se traslada al uso
y desarrollo encefálico.
2
L
A
BÚSQUEDA
DE
RASGOS
DE
NUESTRO
COMPORTAMIENTO
ESPECÍFICO
T
odos estos cambios afectaron a los indivi-
duos masculinos y a los femeninos por igual,
con la salvedad específicamente femenina
de las gestaciones, los partos y las lactancias.
Sin embargo, las interpretaciones que se han
dado de estas circunstancias y novedades
han sido muy diversas. Mayoritariamente,
la mirada más generalizada sobre la otredad
es masculina, eurocéntrica y patriarcal. Para
demostrarlo, cabe señalar las atribuciones al
sexo masculino de recientes descubrimientos
de restos antropológicos, que solo tras un aná-
lisis minucioso se han «cambiado de sexo»: de
Homo georgicus
a georgina, de
Homo floresensis
a la mujer de la isla de Flores, de chico de la
Gran Dolina a la chica de la Gran Dolina, por
mencionar algunos casos (fig. 1.1).
F
ig. 1.1
La chica de la Gran Dolina.
28
Paula Jardón ~ Begoña Soler
S
in embargo, la idea de combate y de coo-
peración había surgido en los años ochenta
de la mano de Glyn Isaac, que señalaba, por
un lado, la existencia de lazos de apareamien-
to relacionados con el hecho de compartir
alimentos y la cría de individuos infantiles y
las restricciones al acceso sexual. Este autor
muestra también que en las sociedades ac-
tuales de grupos cazadores-recolectores la
mayoría de las proteínas (vegetales, mariscos,
animales pequeños, huevos...) las proporcio-
nan los individuos femeninos, mientras que
el alimento cazado lo aportan los miembros
masculinos de los grupos. Isaac advierte, ade-
más, que la mejor conservación de los restos
animales respecto de los vegetales supondría
un sesgo masculino en la interpretación de las
evidencias de estos grupos.
Porotro lado, para Domínguez Rodrigo,
el reforzamiento social de los grupos es la con-
secuencia del cambio de hábitat de los prime-
ros homínidos que se enfrentan a la sabana,
un ecosistema más desguarecido y arriesgado
que el bosque tropical. M.ª Ángeles Querol
(2005) apunta la hipótesis de la ampliación
del modelo maternal al resto de los miem-
bros del grupo, por lo que ser más cooperati-
vo está en los orígenes de la humanidad.
Existen tres nuevas aproximaciones que
vienen a reforzar estas ideas: la proveniente
del análisis del comportamiento de los prima-
tes, es decir, de la etología; la que procede del
estudio de la evolución humana desde la psi-
cología, y la desarrollada desde el feminismo.
La primera describe el comportamiento de
chimpancés y bonobos con rasgos similares a
los humanos. La lucha por el poder entre los
chimpancés muestra la existencia de alianzas
políticas, actitudes amenazadoras, condenas
al ostracismo y cargas intimidatorias entre los
machos. Recoge también que
la unidad femenina frente a la adversidad es
un rasgo antiguo [...] las hembras de gorilas
doblegan a un nuevo macho aliándose para
resistir sus cargas y pasar luego al ataque.
Las hembras de chimpancé también se unen
para atacar a los machos, en especial a los que
abusan demasiado (De Waal, 2007: 71).
La preponderancia femenina es más co-
mún entre los bonobos, que forman grupos
más numerosos que los chimpancés y pasan
gran parte de su tiempo acicalándose unos a
otros. También es común la mediación feme-
nina en conflictos entre bonobos.
Otro aspecto señalado actualmente es el
desarrollo de la empatía, entendida como la
capacidad de reconocer los estados mentales
de otros. Entre chimpancés y bonobos apa-
recen rasgos de este estado mental, de modo
que, según afirma Frans de Waal a partir de
la observación de primates en cautividad, les
interesan situaciones sociales que involucran
a individuos cercanos a ellos, necesitan dis-
frutar de lo que hacen para hacerlo bien. Los
monos antropoides calman a las crías altera-
das y proporcionan abrazos y caricias.
Tomasello afirma que, cuando unos indi-
viduos comprenden a las otras personas como
agentes intencionales como ellas mismas, un
mundo totalmente nuevo de realidad inter-
subjetivamente compartida empieza a abrirse.
Es un mundo poblado por artefactos mate-
riales y simbólicos que los miembros de su
cultura, pasados y presentes, han creado para
el uso de otros. Esta intersubjetividad se desa-
rrolla, según Sarah Hrdy,a través de los cui-
dados y juegos con los niños, por parte de
los hombres, de otros niños y jóvenes y de
las mujeres mayores, como está atestiguado
en múltiples grupos de cazadores-recolectores
actuales. Es así, por otra parte, como se trans-
miten los rasgos culturales.
Las sociedades de la Prehistoria
29
las inv
estigaciones feministas realizadas desde
los años setenta del siglo
XX
, como crítica a
esa postura androcéntrica en torno al papel
de las mujeres recolectoras, muestran la im-
portante contribución económica de la reco-
lección; sin embargo, no tuvieron la misma
repercusión en la investigación.
Así, los trabajos ejercidos por ambos sexos
que se recogen en los estudios etnográficos no
obtuvieron la atención de quienes los estudia-
ron, para evidenciarlos y contrastarlos con el
resto de actividades que sí se acomodaban a
las actitudes de las sociedades burguesas eu-
ropeas, donde las mujeres no tenían acceso al
poder político y económico.
De las sociedades cazadoras-recolectoras-
pescadoras podemos afirmar que las mujeres
realizaron el trabajo de la reproducción, de
aportar miembros a la comunidad, actividad
básica para el sostén de cualquier grupo y,
como veremos en la documentación arqueo-
lógica, también se encargaron de la alimen-
tación de los bebés hasta, al menos, los tres
años de edad, que es cuando se documenta el
destete. Pero, en algunos casos, el trabajo de
parto resulta fallido y la mujer fallece junto al
bebé, dando su vida en un intento de hacer
crecer el grupo (fig. 1.2).
Los trabajos relacionados con la reproduc-
ción y el mantenimiento de los recién nacidos
son de las pocas actividades que se pueden asig-
nar a uno de los dos sexos. Se han identificado
también algunos de los trabajos que llevaban
a cabo estas sociedades para su supervivencia,
evidenciados por los útiles necesarios para su
realización, pero no existen datos para cono-
cer el sexo de quién los usó. Los estudios ex-
perimentales, tecnológicos y funcionales per-
miten saber que se abastecían de las materias
primas necesarias (sílex, cuarcita o caliza) que
luego transformaban en herramientas que se
usaban para descuartizar, pelar, trabajar la piel
3
L
A
DIVISIÓN
SEXUAL
DEL
TRABAJO
:
NARRATIVAS
Y
EVIDENCIAS
La realidad es que todavía es difícil recons-
tr
uir los roles sociales de estas primeras socie-
dades. Nuevas preguntas al registro arqueo-
lógico y nuevos enfoques en el estudio de las
evidencias van a determinar los trabajos y, por
tanto, responderán a si hubo división sexual
del trabajo, cómo y desde cuándo.
La arqueología recupera una parte de los
restos materiales que los grupos humanos de-
jaron a su paso por determinados espacios en
un tiempo concreto.No son todos, son aque-
llos que abandonaron; por tanto, no tenemos
una visión completa de sus actividades diarias.
El análisis pormenorizado de esos restos en su
contexto es lo que permite un acercamiento
a sus actividades. Y si además contamos con
restos humanos, su detallado estudio permitirá
obtener algunos rasgos de su comportamiento.
Conocer cuál fue la relación entre los dos
sexos a lo largo de la Prehistoria es algo com-
plejo que se ha querido simplificar hablando
de la dualidad hombre-cazador / mujer-reco-
lectora, basando el comportamiento de los se-
res humanos durante miles de años en el hecho
de la diferenciación biológica entre machos y
hembras, que conferiría unas características
consideradas como naturales: la fuerza física
de los hombres los haría adecuados para la
caza, mientras que las mujeres quedarían re-
legadas a tareas consideradas históricamente
menores, como serían la recolección y el cre-
cimiento y desarrollo del grupo.Esta idea
de división sexual del trabajo se ha instalado
en el imaginario colectivo de tal forma que
el papel de las mujeres, desde los orígenes,
queda minusvalorado socialmente: han sido
relegadas a un segundo plano, fruto de una
visión sesgada del pasado, donde solo se dio
importancia al macho cazador. No obstante,
30
Paula Jardón ~ Begoña Soler
o par
tir los huesos. Pero ninguna de estas ac-
tividades puede ser sexuada por sí misma, ni
siquiera por los paralelos etnográficos.
En el caso del Sidrón, el estudio de las lí-
neas de hipoplasia en la superficie del diente,
que aparecen como resultado de una deten-
ción del crecimiento, ha permitido saber que
las madres neandertales realizaban el destete
en torno a los tres años de edad. Elpaso de ali-
mentación materna a alimentos sólidos pro-
vocó esas líneas en los dientes que marcan un
parón en el crecimiento.
Respecto a otras actividades que han podi-
do ser sexuadas, también el estudio de las mar-
cas en los dientes de los individuos adultos ha
dado como resultado que estos neandertales
usaban la boca como una tercera mano con la
que agarraban pieles para su curtido y prepa-
ración. Mediante el estudio de la dirección de
estas marcas microscópicas, se ha podido ave-
riguar que los individuos del Sidrón analiza-
dos eran diestros. Y este estudio detallado de
los dientes ha mostrado que hombres y mu-
jeres trabajaban con la boca la piel (algo que
hacen los esquimales) o fibras, pero la manera
de hacerlo era diferente en ambos casos, ya
que las marcas dejadas por ese trabajo son dis-
tintas. Sin embargo, creemos que este hecho
no prueba la existencia de una división sexual
del trabajo entendida como algo excluyente,
sino que remite a diferentes acciones frente a
un mismo trabajo, no a diferentes trabajos.
¿El hecho de ocuparse de la alimentación
de los bebés impediría a las mujeres partici-
par en otros trabajos que desarrollaban estos
grupos? La arqueología no proporciona la res-
puesta a esta cuestión y, si nos fijamos en los
estudios etnográficos, encontraremos muchas
variables, quizá tantas como los cientos de
miles de años que duró la Prehistoria. Por
tanto, responder sin un análisis exhaustivo de
los restos y sus contextos es realizar una inter-
pretación actualista del pasado, basada en el
argumento de «lo natural», y que por tanto
«siempre fue así».
F
ig. 1.2
Parto gemelar fallido. Hace 7.700 años. Yaci-
miento siberiano de Lokomotiv (lago Baikal).
U
n caso de estudio se localiza en la cueva
del Sidrón (Asturias). Este lugar fue habitado
por un grupo de neandertales hace 42.000
años. El estudio de este yacimiento ha pro-
porcionado información a partir del examen
de trece individuos que quedaron allí. El aná-
lisis del
ADN
mitocondrial (que se hereda de
la madre) ha permitido saber que doce de los
trece eran parientes. A su vez, estos resultados
han generado la hipótesis de que se trataría
de un modelo patrilocal, que supone que las
mujeres cambiarían de residencia durante la
adolescencia, mientras que los varones per-
manecerían en su territorio de origen.
Las sociedades de la Prehistoria
31
La etnografía ha sido uno de los r
ecursos
utilizados desde la arqueología y la antropo-
logía para comprender los comportamien-
tos y las organizaciones sociales de los grupos
del pasado. La etnoarqueología muestra a las
sociedades cazadoras-recolectoras o agríco-
las actuales, su organización social, su com-
portamiento, sus espacios de vida, sus rituales,
etc. El problema surge cuando esos estudios
se hacen desde una perspectiva presentista,
con un uso incorrecto y peligroso de la analo-
gía directa como instrumento de interpreta-
ción, sin control de los contextos históricos.
La etnoarqueología se debe considerar como
un método arqueológico que sirva para esta-
blecer hipótesis que han de ser testadas poste-
riormente mediante el registro arqueológico.
Algunas investigaciones etnoarqueológi-
cas llevadas a cabo por equipos internacio-
nales con un enfoque materialista explican
que la relación entre los sexos está regulada
socialmente, como la división sexual del tra-
bajo y la disimetría social. Para estos equipos,
el modo de producción cazador-recolector
estaría caracterizado por el control de la re-
producción sobre el de la producción.La
discriminación se produce al minusvalorar
el tipo de trabajo que desarrollan las muje-
res; así se las predispone a su control social.
Las consecuencias han sido diversas formas
de opresión, explotación y discriminación.
Como explican, la causa de la división sexual
del trabajo se encuentra en las contradiccio-
nes del proceso reproductivo mismo, es de-
cir, en su transformación de algo natural y
biológicamente determinado a algo social e
históricamente determinado. Los conceptos
universales de división del trabajo basada en
el género, desigualdad entre los sexos y dis-
criminación contra la mujer fueron las conse-
cuencias históricas del manejo de estrategias
reproductivas para controlar la demografía.
Porsu parte, Almudena Hernando, tras
sus trabajos con los grupos awà de la selva de
Brasil, argumenta que la Prehistoria represen-
ta el inicio de nuestro proceso de creciente
desigualdad, es decir, esos momentos en los
que aún no cabe hablar de opresión, ni de in-
justicia, ni incluso, casi, de desigualdad. Con-
sidera que las sociedades con una economía
cazadora-recolectora son igualitarias y en ellas
no existiría la división sexual del trabajo, aun-
que puede producirse una distribución sexual
complementaria, es decir, trabajos diferentes
y complementarios asignados con más fre-
cuencia a cada sexo.
Todas las investigadoras están de acuerdo
en la existencia de sociedades matrilineales,
aquellas en las que el linaje está formado por
la descendencia en la línea femenina, y matri-
locales, en las que son los hombres quienes se
desplazan al lugar de origen de las mujeres.
4
E
L
ORIGEN
DE
LAS
DESIGUALDADES
:
¿
MATRIARCADO
VERSUS
PATRIARCADO
?
Fue Bachofen, un evolucionista darwiniano,
quien afirmó, en el siglo
XIX
, que las mujeres
de las sociedades primitivas desarrollaron la
cultura y hubo un estadio de «matriarcado»
que llevó a la civilización desde la barbarie.
Joan Marler explica que investigar los orí-
genes del patriarcado es cruzar las fronteras de
disciplinas como la arqueología, la antropolo-
gía, la historia, el género o la mitología, entre
otras, que llevan a asunciones y creencias so-
bre el origen de la civilización en Europa. El
patriarcado ha sido definido como un sistema
que estructura la parte masculina de la socie-
dad como un grupo superior al que forma la
parte femenina, y dota al primero de autori-
dad sobre el segundo.Por su parte, otros au-
tores lo definen como la organización social