Espacios de vida. Casa, hogar y cultura material en la Europa Medieval - AAVV - E-Book

Espacios de vida. Casa, hogar y cultura material en la Europa Medieval E-Book

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Beschreibung

El estudio de la vivienda y de su contenido incorpora un amplio abanico de posibilidades de conocer multitud de aspectos sobre lo que representaba el espacio doméstico para los hombres y mujeres del pasado. La casa ha sido y es una gran conquista de la humanidad, como fundamento material de la familia, pilar del orden social, realidad moral y política, unidad organizativa y, en la época medieval, célula fiscal y demográfica. Además, en ella convergen numerosas actividades, desde la reproducción del agregado doméstico a la transmisión de conocimientos y sentimientos; la socialización de la familia o la producción de la empresa doméstica. Pero, además, la casa no puede percibirse como algo aislado, sino que se debe tener también en cuenta su contenido material, todo el universo de enseres, de muebles, vajillas, ropas, etc., que forman parte de eso que llamamos la "cultura material" de un período histórico. Y tampoco debemos olvidar que, en las sociedades complejas, una vivienda es también un bien inmueble, un objeto económico en sí misma, que puede ser comprado, vendido, donado, dado en herencia, dividido, ampliado o hipotecado. Este carácter poliédrico de la vivienda en la Europa medieval es tratado aquí por investigadores de diferentes disciplinas, desde historiadores a arqueólogos, historiadores del arte o arquitectos que, en dieciocho trabajos diferentes, proyectan sus miradas convergentes sobre los hogares de la Europa medieval.

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Este libro se inscribe en el proyecto «L’espai domèstic i la cultura material en el regne medieval de València. Una visió interdisciplinar (segles XIII-XVI). AICO/2020/044» de la Generalitat Valenciana.

Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni grabada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea fotomecánico, fotoquímico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de la editorial. Dirigíos a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org)si necesitáis fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

© Del texto: los autores, 2022

© De la presente edición:Universitat de València, 2022

Imagen de la cubierta:Cena de la Sagrada Familia, en el Libro de Horas de Catalina de Cleves,MS M.917/945, vol. 1, p. 151,de The Morgan Library & Museum de Nueva York.Obra realizada en Utrecht (Países Bajos), hacia 1440

Diseño de la cubierta:Publicacions de la Universitat de València

ISBN Papel: 978-84-9133-491-0ISBN: 978-84-9133-493-4ISBN PDF: 978-84-9133-492-7http://dx.doi.org/10.7203/PUV-OA-492-7

Edición digital

ÍNDICE

Casas y hogares medievales. Miradas convergentes, Juan Vicente García Marsilla

I. LA VIVIENDA COMO ESPACIO Y COMO INVERSIÓN

Crecimiento urbano y desarrollo de la producción. Poblas y obradores medievales en la ciudad de València a la luz de la arqueología, Bence Kovaks, Mirella Machancoses, Javier Martí

Microtransformaciones de la casa patio toledana a finales de la Edad Media, Jean Passini

La vivienda medieval valenciana. Reflexiones desde el punto de vista arquitectónico, Federico Iborra Bernad

Un espejo social. Representaciones de la vida doméstica en los techos pintados medievales, Georges Puchal

Ecos de lo cotidiano en la pintura gótica. El hogar, el espacio privilegiado para la vida, Teresa Izquierdo Aranda

Quasdam domos nostras. El mercado inmobiliario en Valencia a principios del siglo XV, Antonio Belenguer González

II. LA CULTURA MATERIAL DE LOS AJUARES DOMÉSTICOS

La vida cotidiana en el área meridional del reino medieval de Valencia en los siglos XIII y XIV. La cultura material medieval en la Pobla de Ifach (Calp, Alicante), José Luis Menéndez Fueyo

The Domestic and Personal Goods of Southampton’s People, 1250-1500, Chris Woolgar

Espacios domésticos y cultura material en las viviendas aragonesas. Una mirada a través de las fuentes escritas (siglos XIV-XV), Concepción Villanueva Morte, María Luz Rodrigo-Estevan

Reconstruir uns espais habitats de la ciutat de Lleida als segles XIV-XVI. Entre els documents escrits i les imatges, Jordi Bolòs, Imma Sánchez-Boira

Materials d’escriptura i lectura en llars de la ciutat de Mallorca baixmedieval, Maria Barceló Crespí

Belleza cristalina. El vidrio y sus espacios en las viviendas valencianas de la Baja Edad Media, Luis Almenar Fernández

III. VIVIENDAS Y GRUPOS SOCIALES

Archéologie et mobilier du quotidien dans les résidences des élites (France, Xe-XIIe siècles), Luc Bourgeois

Marcadores de estatus. Espacios y objetos de la distinción en las viviendas valencianas medievales, Juan Vicente García Marsilla

De palacios que trajo la arqueología. La materialidad de ciertos elementos definidores de modelos de casas principales en la València de los siglos XIII-XIV al XVI, Paloma Berrocal Ruiz, Víctor M. Algarra Pardo, Lourdes Roca Fernández

Casas de la huerta bajomedieval de València. Los espacios de Barrinto y Julià, dos alquerías convergentes con planteamientos iniciales distintos, Víctor Manuel Algarra Pardo, Paloma Berrocal Ruiz

Del vivir aristocrático. Los bienes domésticos de la familia del difunto virrey de Cerdeña Nicolau Carròs de Arborea en Cáller en 1487, Salvador Vercher Lletí

Una mirada al espacio doméstico de los menestrales dedicados a los oficios de la construcción. Entre la casa, el hostal, el solar y la cantera (Valencia, siglos XIV-XV), Encarna Montero Tortajada

De nuevo sobre la vivienda tardoandalusí. Una revisión de las casas de El Castillejo de los Guájares, Granada, Alberto García Porras, Moisés Alonso-Valladares

CASAS Y HOGARES MEDIEVALESMiradas convergentes

Juan Vicente García Marsilla

Universitat de València

El estudio de la vivienda y de su contenido incorpora un amplio abanico de posibilidades de acercamiento a la vida cotidiana de los hombres y mujeres del pasado que puede permitir una mejor comprensión de cómo se estructuraban las sociedades medievales, de los anhelos y los desvelos de sus integrantes, los cuales han marcado, desde su aparente banalidad, el desarrollo histórico posterior. En ese sentido, la casa ha sido y es una gran conquista de la Humanidad, como fundamento material de la familia, pilar del orden social, realidad moral y política, unidad organizativa y, en la época medieval, en la que se centran los estudios aquí recogidos, también célula fiscal y demográfica. Además, en ella convergen numerosas actividades: es el lugar donde se canaliza y regula la reproducción del agregado doméstico; es el espacio donde se transmiten, de una generación a otra, los conocimientos y los sentimientos, además de ser el elemento de fijación del grupo familiar; se trata también del emplazamiento privilegiado donde se come, donde se socializa la familia y sus sirvientes, si los hay, donde se trabaja –sobre todo las mujeres, ya que, en las sociedades preindustriales, solía ser el espacio femenino por antonomasia–, lo que las convierte a menudo en la sede de una empresa doméstica de producción, y es, en definitiva, el primer «átomo» de la colectividad vecinal de cualquier pueblo o ciudad. Pero, además, la casa no puede percibirse como algo aislado, sino que constituye un todo con su contenido, con el universo de enseres, muebles, vajillas, ropas, etc., que componen eso que se viene a llamar la «cultura material» de un período histórico. Y, por último, tampoco hay que olvidar que, en las sociedades complejas, una vivienda es también un bien inmueble, un objeto económico en sí mismo, que puede ser comprado, vendido, donado, dado en herencia, dividido, ampliado o hipotecado.

Este carácter poliédrico de la vivienda como objeto de investigación ha hecho que historiadores de muy diversas tendencias, formación e intereses se hayan acercado a él, lo que contribuye a enriquecer su análisis, aunque también hace especialmente difícil trazar un somero estado de la cuestión sobre el tema. Pero, al margen de los eruditos del siglo XIX, en su mayoría de ámbito local, que se dedicaban a reconstruir las «curiosidades» de la vida de sus antepasados, o de la figura rutilante de Eugène Viollet-le-Duc, el arquitecto que rediseñó nuestra visión de la Edad Media, incluidas sus viviendas, a finales de esa centuria,1 sin duda el repaso a la casa medieval como objeto de la historia más científica debería iniciarse con las escuelas historiográficas de los Annales y del materialismo histórico. Ambas pusieron el foco de sus estudios en las personas «comunes» que conforman el grueso de la población, y ya no únicamente en las elites, de manera que el espacio en el que estas habitaban y desarrollaban buena parte de sus vidas se convirtió en uno de los nuevos temas de la historiografía por derecho propio. Fernand Braudel, la gran figura de la segunda generación de los Annales, le dedicó, por ejemplo, el primer volumen de su obra Civilización material, economía y capitalismo, siglos XV-XVIII a Las estructuras de lo cotidiano, entre las que la vivienda se situó como una de las claras «prisiones de larga duración» que él mismo popularizó, por el ritmo lento de los cambios que habitualmente suele experimentar.2 En el caso de los habitáculos medievales, fueron más bien los arqueólogos vinculados a esta escuela los que primero se adentraron en su estudio, especialmente Jean-Marie Pesez e Yves Esquieu, que iniciaron una empresa colectiva de catalogación de las casas medievales de Francia y concibieron estas en relación directa con las personas que las habitaban y les proporcionaban un sentido.3 Esas pautas fueron seguidas por toda una escuela de arqueólogos e historiadores especialmente abiertos a las aportaciones de otras fuentes, además de las materiales, como las escritas o las iconográficas, consolidando una línea de trabajo sobre la vivienda medieval con figuras tan importantes como Jean Chapelot, Robert Fossier, Françoise Piponnier, Pierre Garrigou-Grandchamp, Danièle Alexandre-Bidon, Jean-Michel Poisson, André Bazzana, Philippe Bernardi, Perrine Mane o Florence Journot, entre otros.4

Al otro lado del canal de la Mancha, la estela de la gran figura del medievalismo marxista, Rodney Hilton, fue seguida por uno de los mayores especialistas en la vida cotidiana de este período, Christopher Dyer, cuyos estudios de la vivienda medieval británica, tanto urbana como rural, han estado siempre marcados por el deseo de expresar las diferencias entre clases sociales y por un análisis cuantitativo minucioso, también muy atento a documentar las importantes mutaciones en las formas de vida a lo largo de más de mil años, y los modos en los que esos cambios llegaron a la mayoría de la población.5 Junto a él, el estudio de la denominada Vernacular Architecture ha progresado, especialmente en las últimas décadas, gracias a las arqueólogas de la Universidad de York, como Jane Grenville o Sarah Rees Jones, a las que debemos estudios sobre el concepto de «domesticidad», es decir, la idea de cómo la forma de vivir articula el espacio y viceversa, cómo ese espacio también condiciona el devenir cotidiano, preguntas que enlazan con la historia de las mentalidades y, más recientemente, con la de las emociones y con la historia de género.6 También se ha aplicado al entorno doméstico la cinética del tiempo, bien relacionando su evolución con los ciclos de la vida, como ha hecho, por ejemplo, Roberta Gilchrist, bien considerando la household, el grupo familiar, especialmente de las clases altas, un todo complejo cuyo funcionamiento, analizado a partir de los libros de cuentas domésticas, se concibe como el de una gran empresa consumidora, tal y como hace Chris Woolgar.7

Desde la historia económica, en cambio, Richard Goldthwaite concentró sus esfuerzos en la Italia renacentista, primero en los palacios florentinos, para después estudiar la construcción edilicia como un sector económico de primer orden, en su The Building of Renaissance Florence (1981), obra en la que consiguió acortar la enorme distancia que separaba a los especialistas de la arquitectura de ese período y a los estudiosos de las grandes familias de la banca y los negocios. Después, con un planteamiento aún más ambicioso, consideraría todo el florecimiento de las artes en las ciudades-estado italianas, como un desarrollo de la demanda que llevó a consolidar un mercado interno, en Wealth and the Demand for Art in Italy, 1300-1600 (1993).8 Estas obras pusieron en valor, desde presupuestos económicos, la importancia de la casa y del contenido material de esta, especialmente para las grandes familias que comenzaron a considerar su entorno material como un escaparate social de primer orden. El estudio de los interiores domésticos, del contenido material de las viviendas, ha continuado después en otros ámbitos geográficos. En algunos casos ha servido como base para analizar la demanda artística, sin olvidar, eso sí, que la producción de lo que hoy consideramos «obras de arte» –retablos, esculturas, muebles decorados, tapices, etc.– era un sector económico en sí mismo, como hizo Sophie Cassagnes-Brouquet para la Europa atlántica de los siglos XIV y XV.9 En las actuales Bélgica y Países Bajos, sin embargo, han interesado especialmente las grandes transformaciones históricas de las pautas del consumo, presentadas como una «revolución» que habría tenido como escenario las ciudades neerlandesas del siglo XVII, pero que habría dado sus primeros pasos en la Baja Edad Media, cuando el mercado de las manufacturas de uso cotidiano comenzó a expandirse a capas más modestas de las sociedades urbanas.10

La historiografía italiana también ha realizado aportaciones muy relevantes sobre diversos aspectos de la vivienda y el entorno doméstico. Desde las obras fundacionales de un Attilio Schiaparelli que, a principios del siglo XX, documentó las casas florentinas medievales en el momento en que se estaban tirando abajo muchas de ellas para crear la «ciudad moderna» en torno a la Piazza della Repubblica,11 la riqueza de los archivos y de los vestigios materiales del pasado que caracterizan el país transalpino han dado origen a numerosos trabajos sobre el «espacio vivido» desde puntos de vista muy diversos. Sin ánimo de exhaustividad, se pueden considerar especialmente relevantes, por ejemplo, los estudios sobre la casa campesina y los bienes muebles que contenía de Maria Serena Mazzi y Sergio Raveggi, de la década de 1980, que comenzaron a acercarse a las «clases subalternas» para observarlas de cerca y comprenderlas de una forma más matizada.12 La relación entre ciudad y campo, con la difusión en las áreas rurales de las formas de habitar propias de la urbe, y a veces también el proceso contrario, ha sido otro de los temas recurrentes en la escuela italiana, especialmente a partir de los estudios de Paola Galetti.13 Igualmente, la presencia de libros privados de memorias conservados desde época bajomedieval ha permitido en Italia comprender de forma mucho más directa la relación íntima de las personas con los espacios que habitaban, o seguir de una manera detallada las inversiones edilicias de una familia durante generaciones.14 E incluso otros autores, desde la historia social del arte, han concebido la arquitectura como un campo de estudio de las relaciones sociales a través de una especie de «microhistoria» de los edificios, como han hecho Carlo Tosco o Federico Zoni, o han analizado la evolución de los planos de las casas desde la Edad Media en relación con la presencia de un servicio doméstico cada vez más numeroso y de estándares de confort que, en las clases altas, se iban incrementando paulatinamente, como ha comprobado Guido Guerzoni.15

En el caso de la historiografía española, quizá su rasgo diferenciador en cuanto a este tema radica en el propio encuentro de culturas y religiones que se produjo en la península ibérica durante la Edad Media, y en la posibilidad de contrastar los espacios domésticos de cristianos, musulmanes y judíos, para observar hasta qué punto sociedades distintas dieron lugar a viviendas diferentes, y cómo esas tres culturas se influenciaron mutuamente también en las formas de habitar. En ese sentido, Leopoldo Torres Balbás, el gran restaurador de la Alhambra de Granada, dedicó desde la década de 1920 hasta principios de los años sesenta numerosos escritos a ese complejo urbano. Escritos en los que no solo se preocupó por los elementos estéticos, sino también por las condiciones de vivienda en su interior y en otros palacios y casas de al-Ándalus. Desde las letrinas a la iluminación, pasando por los cierres de las ventanas o los sistemas de calefacción, todo interesó a aquel arquitecto con alma de historiador al que debemos también numerosos estudios sobre la población de las ciudades hispanomusulmanas o los rasgos del urbanismo medieval.16

El exotismo de esa coexistencia de culturas atrajo bien pronto a hispanistas de Francia, el Reino Unido o Estados Unidos. Entre ellos, el análisis de la vivienda andalusí, sobre todo rural, fue uno de los ejes de la investigación de arqueólogos como André Bazzana, codirector junto a Jesús Bermúdez del volumen La casa hispano-musulmana: aportaciones de la arqueología, que se publicó en 1990;17 mientras que el arquitecto Jean Passini se convirtió en el gran especialista de las casas bajomedievales toledanas, mostrando su variedad, su compleja evolución y, especialmente en una ciudad como Toledo, la coexistencia de culturas y las peculiaridades de las viviendas de la judería.18

Las propuestas metodológicas de los arqueólogos e historiadores españoles no han sido, sin embargo, menos importantes. En el mundo andalusí se podrían destacar por ejemplo las de Sonia Gutiérrez Lloret, que plantea una «gramática» de la casa en varios niveles: morfológico, sintáctico y semántico, o lo que es lo mismo, desde la forma y estructura de la casa en sí hasta su relación con otras viviendas y el significado cultural de estas, buscando comprender el uso social del espacio.19 Por su parte, desde la perspectiva de género, historiadoras como Teresa Vinyoles, Carme Batlle o María del Carmen García Herrero, entre otras, han analizado las fuentes escritas, y especialmente procesos e inventarios, para dar vida a los interiores domésticos y convertirlos en escenarios de unas relaciones sociales que tendían a confinar a las mujeres en el ámbito de lo privado, donde se convertían en las auténticas protagonistas.20

No se trata aquí de enumerar apresuradamente las muchas y variadas aproximaciones que sobre el tema de la casa y la vivienda medieval se han realizado en nuestro país en las últimas décadas, desde la historia del arte, la arquitectura o la historia económica, a menudo con motivo de exposiciones o de congresos. Sí hay que destacar que raramente se han intentado pergeñar síntesis o visiones globales, y que ha sido el estudio de casos locales el que ha predominado. Como en otras muchas temáticas, en la de la vivienda, los congresos y seminarios se han convertido, por tanto, en los foros ideales para la comparación y el intercambio de ideas que a menudo permite situar el estudio particular en perspectiva y valorar su representatividad o su excepcionalidad. En los últimos años, cabe destacar dos grandes encuentros relativos a la casa medieval que además han dado lugar a importantes publicaciones. El primero fue el realizado en octubre de 2013 por la Universidad de Granada y la Escuela de Estudios Árabes del csic en esa ciudad, con el título El espacio doméstico en la península ibérica medieval: sociedad, familia, arquitectura, ajuar, dirigido por María Elena Díez Jorge y Julio Navarro Palazón.21 En dicho congreso, el predominio de los estudios sobre la casa islámica fue evidente, conectando además la realidad andalusí, y también la nazarí en particular, con las del Magreb y el Mediterráneo oriental. En cambio, los reinos cristianos estuvieron bastante menos representados, aunque con intervenciones de peso a partir de fuentes muy variadas, desde las arqueológicas a las jurídicas, las notariales o las iconográficas. El segundo gran encuentro fue el que tuvo lugar, desgraciadamente de forma virtual, en plena efervescencia de la pandemia de la COVID-19, en octubre de 2020, organizado por el grupo de investigación «La casa medieval. Materiales para su estudio en Mallorca» (HAR2016-77032-P) bajo la dirección de Tina Sabater, y que llevó por título La casa medieval en Mallorca y el Mediterráneo.22 El ámbito de estudio se volcó en este caso más bien hacia la Corona de Aragón, tanto en sus riberas ibéricas como en las itálicas, y predominaron las intervenciones relacionadas con la historia del arte y con la arquitectura, poniendo el énfasis en el estudio material de las casas y su contenido.

Con estos importantes antecedentes, el proyecto L’espai domèstic i la cultura material en el regne medieval de València. Una visió interdisciplinar (segles XIII-XVI) AICO/2020/044, financiado por la Generalitat Valenciana, surgió con la idea de convertirse en una encrucijada de métodos y enfoques con el objetivo común de arrojar luz sobre el espacio doméstico medieval, entendiéndolo como escenario activo de las relaciones sociales. Por eso, era fundamental que ya el propio equipo de trabajo fuera interdisciplinar, y así lo integramos dos historiadoras del arte, Teresa Izquierdo y Encarna Montero, un arqueólogo, José Luis Menéndez Fueyo, y un historiador de la economía y la sociedad como el que esto suscribe. A ello hay que sumar, aunque no figure como parte del staff del proyecto, a Antonio Belenguer, quien está realizando bajo mi dirección una tesis sobre las viviendas y los talleres de los artesanos en la Valencia medieval, y que ha sido fundamental en la logística de los coloquios realizados en el marco del proyecto, así como en la elaboración de este volumen. Vaya para él todo mi reconocimiento y gratitud.

Gracias a dicho proyecto se pudo contratar además durante un tiempo a investigadores formados en el máster en Historia de la Formación del Mundo Occidental de la Universitat de València, con cuyo concurso fue tomando forma una gran base de datos de testamentos, inventarios y almonedas valencianos de los siglos XIV al XVI que ya cuenta con más de tres mil entradas y sobre la que se han de asentar muchos de nuestros estudios presentes y futuros sobre este tema. Pablo Clari, Alfredo García Femenia, Juli Mota, Alberto Barber y Andrea Martí fueron los artífices de ese monumental «caladero» de información, y sin duda ello ha contribuido también a su formación como buenos conocedores de los archivos valencianos y de su contenido.

Los avances del grupo investigador se han ido plasmando, en los dos años en que ha estado vigente el proyecto, en dos reuniones científicas. La primera fue un workshop que tuvo lugar, en un formato a medias entre presencial y online, los días 21 y 22 de diciembre de 2020, con el título Casa, hogar y vida cotidiana en el Mediterráneo ibérico medieval (siglos XIII-XV). Concebidas como unas jornadas para fomentar el debate y la exposición de trabajos que se encontraban todavía en fase de elaboración, se trataba de reunir en este caso, y dadas las restricciones a la movilidad que todavía estaban vigentes, solo a investigadores españoles con los que ya se habían establecido previamente lazos de colaboración. Se buscó que el elenco de los participantes fuera lo más variado y multidisciplinar posible, contando con historiadores, arqueólogos, historiadores del arte y arquitectos, con el objetivo de poner a dialogar entre sí los diversos métodos y las conclusiones parciales de todos ellos. Y con el mismo espíritu, al año siguiente el proyecto se cerró –provisionalmente– con un congreso internacional, Espacios de vida. Casa, hogar y cultura material en la Europa medieval, que tuvo lugar en la Sala de Juntas de la Facultat de Geografia i Història de la Universitat de València entre los días 13 y 15 de diciembre de 2021, con más de treinta ponentes de cinco países. Ese congreso está en la antesala del volumen que ahora tiene el lector entre manos, aunque no coincide totalmente con él, ya que se han producido, por desgracia, algunas bajas, y también se han incorporado nuevos investigadores, además de que en algunos casos ha cambiado la temática concreta que cada autor ha abordado.

El resultado es una obra colectiva firmada por 24 autores que aborda la casa medieval europea como un todo, aspirando a una comprensión global de esta. Desde luego, la «casa medieval» como idea es una enorme abstracción, que no puede esconder la gran variedad de viviendas distintas que en un período tan largo, en un área geográfica tan extensa y en unas sociedades tan complejas y estratificadas, se ha podido dar. No se trata, obviamente, de enumerarlas todas o de hacer un catálogo de «tipos» de casas, sino de lanzar miradas cruzadas sobre el fenómeno de la vivienda y las formas de habitar en esta en una época que ha marcado tan intensamente el devenir histórico posterior. La colaboración de estudiosos de las distintas materias que confluyen en esta temática se presenta fundamental para trabajar en pos de ese objetivo, de manera que los escritos que aquí se presentan no han sido agrupados por los métodos o las fuentes utilizadas, sino en función de las interrogantes concretas que se han planteado.

En el primer bloque, titulado «La vivienda: edificio, hogar y bien inmueble», es la casa en sí la protagonista. En este se encuadran análisis, como el de Bence Kovacs, Mirella Machancoses y Javier Martí, que sitúan las viviendas y los talleres artesanales en el marco del parque urbano y del callejero de una ciudad en plena y acelerada transformación, como fue la Valencia medieval, y que a partir del registro arqueológico comienzan a preguntarse por las razones concretas de la evolución de su trama. También sigue las dinámicas de evolución de las casas, pero en este caso a escala micro de cada una de ellas, Jean Passini en Toledo, utilizando fuentes tanto arqueológicas como escritas. Patios que se cierran, nuevas puertas que se abren, canalizaciones de agua o muros que se cargan sobre fábricas medievales convierten una ciudad tan aparentemente anclada en el pasado como esta en una realidad cambiante, que se readapta constantemente a los pequeños o grandes cambios de las sociedades que la han habitado.

Desde la arquitectura, por su parte, Federico Iborra aplica la noción de «tipo» a los esquemas distributivos de las viviendas valencianas bajomedievales, y observa una evolución desde la gran diversidad de las casas señoriales de los siglos XIII y XIV hasta los esquemas, tendentes a cerrarse en torno a un patio central, del famoso Segle d’Or. Los edificios conservados, no solo en la ciudad sino en un ámbito mediterráneo más amplio, y los inventarios post mortem, parecen interrogarse mutuamente para dar con un sentido del espacio que solo un arquitecto puede explicar de forma totalmente coherente. Y en esas estructuras, en sus suelos, paredes y techos, sin duda habría incorporada mucha decoración que en su mayor parte se ha perdido. Por eso es tan importante cuidar la que se ha conservado y entenderla como parte fundamental del hogar. La labor que, en ese sentido, está llevando a cabo la RCPPM (Association Internationale de Recherche sur les Charpentes et les Plafonds Peints Médievaux) en Francia, pero con colaboradores en otros países, como Italia y España, es encomiable, catalogando, estudiando y restaurando las techumbres pintadas medievales. Uno de sus grandes promotores, Georges Puchal, analiza aquí el «asalto a los cielos domésticos», como muy bellamente ha denominado, que protagonizó la imagen en estos siglos, y explica que dichas imágenes no se repartían aleatoriamente por las habitaciones, sino que contribuían a la jerarquización de los espacios y a expresar en cada uno de ellos las aspiraciones sociales de sus dueños.

Otras imágenes nos ayudan a recomponer cómo eran los espacios domésticos medievales, y son las que aparecen en retablos y miniaturas de libros «asomándose» al interior de las viviendas como en una instantánea de la época. A ellas dedica su estudio Teresa Izquierdo, que se adentra en los hogares a través del reflejo que los actos de la vida cotidiana dejaron en la pintura gótica, resaltando el protagonismo de las mujeres, expresado especialmente en algunas escenas relacionadas con la maternidad. Por último, Antonio Belenguer cierra este bloque con un estudio poco habitual, como es un análisis del mercado inmobiliario, en este caso de la Valencia de principios del siglo XV, a partir tanto de registros notariales como judiciales. Se trataba de un mercado en el que confluían los propietarios eminentes –los perceptores de rentas sobre los edificios– y los útiles, y donde los derechos de unos y otros se entrecruzaban, dando lugar a complejos contratos cuya efectividad se ponía a prueba especialmente cuando era necesario acometer una reforma o cuando el usufructo se vendía a un tercero. Belenguer constata además la casi frenética actividad de ese mercado, y se pregunta por qué, qué impulsaba a nuestros antepasados a cambiar con tanta frecuencia de casa y en qué casos y condiciones se optaba más bien por el alquiler. Son cuestiones de gran calado que solo un análisis profundo y sistemático de las ricas fuentes medievales valencianas podrá acabar de responder.

El segundo bloque, «La cultura material de los ajuares domésticos», se fija más bien en el contenido de aquellas viviendas, en todos los objetos que las hacían más habitables y las convertían en hogares. Es un tópico bastante admitido que las casas medievales estaban poco provistas de muebles y que, en general, la cultura material del período era bastante pobre. Sin embargo, los hallazgos arqueológicos y el estudio de los inventarios de bienes han comenzado a cuestionar esa visión, sobre todo en el período posterior al primer embate de la peste negra, cuando, según todos los indicios, muchos supervivientes mejoraron su situación económica y, quizá también impactados por los estragos de la pandemia, comenzaron a desarrollar conductas consumistas como no se habían visto con anterioridad. Ese nuevo universo de bienes materiales se analiza aquí combinando estudios realizados a partir de los registros de las excavaciones con otros que parten de la documentación escrita, y enfoques globales con los que se concentran en la difusión de algún tipo concreto de objetos o materiales.

A partir de un yacimiento espectacular, como es el de la Pobla d’Ifach (Calp, Alicante), cuyas excavaciones capitanea José Luis Menéndez Fueyo desde hace ya muchos años, este arqueólogo y miembro del proyecto nos ofrece la panorámica de los ajuares de unos vecinos que habitaron el lugar entre la fundación de la pobla –hacia 1300, aunque la licencia real es de 1282– y su abandono, en la década de 1370. De alguna forma, congelados en el tiempo quedaron, pues, desde entonces aquellos hogares, y para desentrañar su contenido no solo se han llevado a cabo repetidas campañas de excavación, sino que todo ello se ha puesto en contexto mediante las fuentes escritas. El material obtenido se ha analizado con las más modernas técnicas de laboratorio, desde los análisis antracológicos y polínicos a la arqueozoología, además de procederse a la clasificación de los tipos cerámicos, los metales, los objetos de vidrio y las monedas. Con todo ello, los habitantes de aquel pequeño núcleo costero cobran vida de una forma extraordinariamente cercana para aportar un toque de materialidad, de realidad, al fin y al cabo, a las elucubraciones que los especialistas de los documentos en papel llevamos a cabo.

También en Southampton, el gran puerto del sur de Inglaterra y uno de sus principales puntos de conexión con el continente, se han llevado a cabo importantes campañas arqueológicas desde la década de 1950. A partir de ellas, pero sobre todo de los testamentos, Chris Woolgar nos introduce en la cultura material de esa ciudad, porque era bastante frecuente que quien dictaba sus últimas voluntades se acordara de ceder algunos de sus bienes más preciados a familiares o amigos. Es evidente que no todos los objetos de una casa aparecen en esos documentos, pero sí existe una selección de aquellos considerados de más valor, o con los que se habían establecido unos especiales vínculos afectivos, lo que introduce en estos documentos un aspecto importante que estudiar en la relación entre los individuos y su entorno. Cuatro tipos de objetos destacaban, de hecho, sobre los demás en Southampton: los muebles, la vajilla y, especialmente, los recipientes para beber; así como las joyas y los tejidos, piezas estas dos últimas que se solían donar con mayor frecuencia a instituciones religiosas o caritativas. Esa valoración especial de este tipo de objetos sirve en este estudio para delinear las actitudes, las mentalidades y, en general, el estilo de vida burgués, y para oponerlos a los de los campesinos del entorno.

El caso británico se puede perfectamente comparar con los otros dos, en ambos casos de la Corona de Aragón, que aparecen a continuación. En su estudio sobre las viviendas aragonesas, y especialmente zaragozanas, Concepción Villanueva y Mari Luz Rodrigo atienden tanto al continente como al contenido de estas y nos ofrecen, a partir de los inventarios de bienes, pero también de procesos, contratos de obras y sentencias arbitrales, una compleja visión de la relación que los aragoneses de la Edad Media mantuvieron con las casas que les proporcionaban cobijo, seguridad y confort. Vemos que también allí los interiores domésticos se hacían más complejos y compartimentados con el tiempo, los objetos y utensilios más especializados, y algunas estancias marcaban la diferencia por los cuidados al cuerpo o al espíritu que se podían prodigar en ellas. Sus conclusiones enlazan perfectamente con las que Jordi Bolòs e Imma Sánchez-Boira apuntan en el otro estado fundador de la Corona de Aragón: Cataluña. Su estudio sobre los inventarios del Arxiu Capitular de Lleida, que llevan investigando a fondo ya un tiempo, se complementa en este caso con un exhaustivo análisis de las fuentes iconográficas, que muchas veces les permiten entender a qué corresponden exactamente muchos de los nombres de objetos que enumeraban los notarios. Bolòs y Sánchez-Boira exprimen como pocos toda esa información, proponiendo esquemas de distribución de las casas, cuantificando las estancias, poniéndolas en relación con la condición social de sus dueños y situando cada objeto en el lugar en que fue encontrado, cuestión esta última que a todos los que nos hemos acercado a los inventarios nos ha planteado no pocos interrogantes, sobre todo cuando las cosas parecen no estar en el sitio para el que estaban pensadas. Como ellos mismos afirman, la comparación con otros lugares, incluso en la forma de nombrar a esos objetos, ha de ser en un futuro próximo uno de los objetivos fundamentales de estos estudios.

Los dos últimos textos de este bloque se concentran, en cambio, en tipos concretos de objetos. El de María Barceló penetra en las casas de los mallorquines de los siglos XV y XVI, y especialmente en sus estudios y escritorios, para buscar los rastros de su actividad más intelectual, y especialmente todo lo que tiene que ver con la escritura, desde el papel a la tinta, las plumas, las gafas con las que poder leer los manuscritos y el mobiliario que servía para almacenarlos y clasificarlos. Como siempre, la minuciosidad de los escribanos baleares, y la riqueza de los bienes que describen, nos sorprende y nos proporciona datos preciosos que seguramente es posible extrapolar a otras ciudades y regiones, donde también se observaba el proceso de difusión creciente de la escritura que Barceló documenta en las islas. Como es igualmente probable que el aumento del consumo del vidrio, que aquí estudia Luis Almenar para el caso valenciano, se pueda aplicar también a otras regiones del continente. El trabajo de Almenar en todo caso demuestra la importancia de la producción vidriera de la ciudad de Valencia, que llegó a tener una gran reputación, al menos desde el punto de vista ibérico, y observa el cristal como otro material típicamente semiduradero, igual que la cerámica, y que por tanto se adaptaba como anillo al dedo a las nuevas estrategias consumistas de aquella sociedad que buscaba al mismo tiempo lo bello y lo efímero. Los objetos de vidrio se convirtieron así pues también en motivo de exhibición y en receptáculo de significados culturales, como elementos de comensalidad novedosos que expresaban muy bien el refinamiento de los dueños y su capacidad de seguir las modas.

El tercer y último bloque relaciona las viviendas y sus contenidos con la clase social a la que pertenecían sus dueños. Lo hemos titulado «Viviendas y grupos sociales», y nos propone un recorrido desde los más privilegiados a los más humildes, e incluso a las minorías religiosas. El primer estudio, el del arqueólogo Luc Bourgeois, se centra así en las formas de vida de las elites francesas de los siglos centrales de la Edad Media, entre los siglos X y XII, y le otorga una especial relevancia a los objetos muebles asociados a sus viviendas, especialmente a aquellos a los que les otorgaban una cierta distinción. Entre ellos, ya las formas de preparar los alimentos les comenzaban a diferenciar, y, por ejemplo, los morteros de piedra o las vajillas decoradas, diseñadas exclusivamente para la mesa, se habían convertido en marcas de clase. De la misma manera, los restos óseos de los animales sacrificados y consumidos en estas cortes señoriales dicen mucho de su estatus, destacando el alto consumo de carne de cerdo que caracterizaba a estas elites, mientras que la caza, tan característica de la nobleza, se revelaba ya como un deporte y no como una fuente de proteínas. Un estilo de vida ocioso comenzaba a dejar de hecho ya en esa época una huella material, no solo en los arreos para la caza y las aves para la cetrería, sino también en los tableros de ajedrez o los apliques y adornos para los vestidos. Se trata, al fin y al cabo, de establecer una serie de criterios, cuantitativos y cualitativos, para identificar la distinción a través del registro arqueológico.

Y de ese intento el artículo del que firma este prefacio, Juan Vicente García Marsilla, se puede considerar una continuación en una cronología posterior –del siglo XIV al XVI–, en un ámbito geográfico distinto –la ciudad de Valencia– y a partir de otro tipo de fuentes, como son en este caso los inventarios de bienes y las almonedas. He denominado a esos criterios «marcadores de estatus», y los he rastreado en los hogares valencianos bajomedievales, sobre todo en los urbanos. No se han considerado, sin embargo, unas elites cerradas, que no existieron como tal en ese contexto, sino que se ha observado la presencia de esos marcadores en cualquier casa acomodada y valorando especialmente la progresiva difusión social de las novedades de carácter más o menos lujoso. El resultado es un abanico de indicadores que va de la presencia de algunas habitaciones a la aparición de ciertos muebles y su tamaño, pasando por las vajillas decoradas, los cubiertos de plata, los tapices o los retablos domésticos. Pero esos indicadores fueron a la fuerza cambiantes a lo largo del tiempo, en tanto su imitación por los menos pudientes les hacía perder inmediatamente su aura de exclusividad, de manera que los privilegiados debían buscar constantemente elementos materiales nuevos para seguir marcando las diferencias.

Los dos artículos siguientes, firmados por el tándem de arqueólogos Paloma Berrocal-Víctor Algarra, junto con Lourdes Roca en el primer caso, son el complemento perfecto de este, desde el análisis material de los espacios que ocupaban las elites valencianas. El primero se centra en las casas principales del interior de la ciudad, que popularmente se conocen como «palacios», aunque en la Edad Media solo los del rey y el obispo merecieron tal denominación. Siguiendo los métodos de la arqueología de la arquitectura, los autores han recuperado las estructuras de esas construcciones bajomedievales a través de análisis murarios que han ido «desnudando» los edificios de los muchos añadidos posteriores que presentan, para comprender cuál sería su composición inicial y qué pautas siguieron sus sucesivas transformaciones. A partir de seis casos señeros, se observa cómo se ha ido configurando lo que hoy se considera el palacio «canónico» del gótico valenciano, con patio central y escalera monumental adosada a uno de sus lados, que en muchos casos no es sino el resultado final, y a menudo tardío, de una larga evolución. Y en la segunda contribución las casas notables se buscan también fuera de las murallas de la ciudad, en las alquerías que los propietarios urbanos construían como centro de sus pequeñas explotaciones en la huerta, donde conseguían alimentos con los que llenar sus despensas y disponían de espacios apartados en los que pasar algunas temporadas aislados del tráfago de la vida urbana. Lo que se viene a demostrar en este caso es que no todas aquellas alquerías eran iguales ni estaban concebidas de la misma manera, sino que había algunas, como la de Barrinto, que se constituían en el centro de una gran explotación agropecuaria, con sus infraestructuras para procesar las cosechas, como los lagares de su planta baja, y otras, como la de Julià, eran en cambio más bien auténticas casas de recreo. Tanto en esta última como en las partes altas de la de Barrinto se advierte, eso sí, la proyección de los gustos y las formas de vida burguesas hacia los espacios periféricos de Valencia, lo que lleva a pensar en las muchas vías por las que campo y ciudad se influían mutuamente, y a preguntarnos por las formas de distinción entre lo urbano y lo rural que la sociedad bajomedieval llegó a desarrollar.

Las conexiones entre la concepción del espacio doméstico y las formas de consumo de las distintas regiones de Europa son también otro aspecto enormemente interesante de esta temática, que aquí se ha abordado sobre todo en la contribución de Salvador Vercher, a partir del inventario de un personaje muy relevante: el virrey de Cerdeña Nicolau Carròs d’Arborea, de familia valenciana, descendiente de los conquistadores de la isla de principios del siglo XIV y muerto en 1487. A través de él Vercher ha podido estudiar el modus vivendi de esta elite transnacional y sus peculiaridades, observando, por ejemplo, cómo los colonizadores catalano-aragoneses se agruparon en algunas ciudades, y especialmente en Càller (hoy Cagliari), cómo en su entorno material se exaltaba la fidelidad al soberano y cómo buscaban siempre subrayar su pertenencia a la aristocracia de origen ibérico. Por lo demás, los hábitos consumistas de estas elites isleñas se podían homologar perfectamente con las del resto de la Corona de Aragón, con las ventajas de situarse en una encrucijada del Mediterráneo cercana a las repúblicas italianas, lo que hacía más fácil el acceso a ciertos bienes importados.

Cuando dejamos las altas esferas de la sociedad y descendemos a las viviendas del artesanado, como ha hecho Encarna Montero con las casas de los miembros de los oficios de la construcción en la Valencia medieval, el panorama cambia por completo. Los pedrapiquers, obrers de vila, fusters y demás profesionales implicados en la edilicia no cumplían el muy extendido axioma de que casa y taller iban siempre unidos, aunque solo fuera por la propia naturaleza de sus trabajos. En realidad, esa cercanía entre espacio de vida y espacio de producción es algo que convendría contrastar en muchos otros casos, ya que en no pocas ocasiones se ha comprobado que los artesanos tenían sus obradores en barrios relativamente alejados de donde tenían su domicilio. Los canteros, sin embargo, acostumbrados a trabajar al aire libre o al cobijo de sus logias, guardaban en casa las herramientas para devastar la piedra, algún andamio, los moldes para diseñar sus piezas y hasta alguna de ellas, un canecillo o una dovela, ya terminadas. Su trabajo, de alguna manera, invadía su hogar, pero también los lazos establecidos en sus casas se extendían fuera de estas, y efectivamente Montero documenta las formas de asociación y las redes de solidaridad en el seno del sector, en una época, finales del siglo XV, en la que tendría su origen el gremio de picapedreros, y en la que las grandes obras, como la de la Lonja, ponían a prueba esas relaciones entre los distintos agentes del oficio.

Por último, Alberto García Porras y Moisés Alonso-Valladares ofrecen el contrapunto de las viviendas andalusíes en su período final y más maduro, a partir de un ejemplo nazarí, el de las casas del poblado fortificado de El Castillejo en Los Guájares (Granada). A partir del estudio de cinco ejemplos especialmente ricos, se han establecido las distintas zonas según sus usos y funciones –de cocina, consumo de alimentos, alcobas, espacios de circulación, almacenes o espacios plurifuncionales–; se ha seguido la evolución de cada una y, además, considerándolas como células de un tejido mucho más complejo, se han determinado las relaciones entre ellas, la forma como encajaban más o menos en un todo urbanístico, en una sintaxis del poblamiento. Todo ello ha servido para entender mejor el grupo humano que allí se asentaba y su organización, que nos habla de una estratificación social mayor de lo que se ha solido admitir, y hace reflexionar sobre la complejidad de las sociedades rurales medievales, tanto en el mundo andalusí como en el feudal.

Con todo esto, el volumen que aquí se presenta debe ser una nueva e importante referencia en el estudio de los entornos domésticos medievales a escala europea, y muy especialmente en los ámbitos valenciano e hispánico. Son muchos los datos aportados, las cuestiones abordadas, pero, sobre todo, las interrogantes abiertas, señal de la riqueza de unas propuestas que se complementan mirando el fenómeno habitacional desde perspectivas distintas. Solo podemos desear que este sea solo el primer paso de una colaboración continuada entre investigadores de formación e intereses diferentes, que contribuya al diálogo entre ellos, y como consecuencia, a un mejor conocimiento de nuestro complejo y sugerente pasado.

1. Entre sus obras dedicadas a este tema destacan, sin duda, Histoire d’une maison (1873) e Histoire de l’habitation humaine (1875) (hay ediciones en castellano, de la primera bastante reciente, en Madrid, Adaba editores, 2004, y de la segunda, mucho más antigua, en Buenos Aires, Víctor Léru, 1945). También su Dictionnaire de l’architecture française du XIe au XVIe siècle (1854-68) incluía diseños de viviendas, y su Dictionnaire raisonné du mobilier français de l’époque Carolingienne à la Renaissance (1858-75) inició en buena parte el estudio del mobiliario medieval (la primera, traducida al español en Murcia, Colegio de Aparejadores de Murcia, 2007).

2. Madrid, Alianza, 1985 (original en francés en París, Armand Colin, 1979).

3. Jean-Marie Pesez e Yves Esquieu: Cent maisons médiévales de France (du XIIeme au XVIeme siècle). Un corpus et une esquisse, París, cnrs Éditions, 1998.

4. Véanse, por ejemplo, el libro ya clásico de Jean Chapelot y Robert Fossier: Le village et la maison au Moyen Âge, París, Hachette, 1980; los estudios reunidos por Danièle Alexandre-Bidon, Françoise Piponnier y Jean-Michel Poisson en Cadres de vie et manières d’habiter (XIIe-XVIe siècle), París, cnrs, 2006; o la obra de Florence Journot: La maison urbaine au Moyen Age: Art de construire et art de vivre, París, Picard, 2018.

5. Cristopher Dyer: Standards of Living in the Late Middle Ages, Cambridge, Cambridge University Press (edición española en Barcelona, Crítica, 1991); y del mismo autor, Making a Living in the Middle Ages. The people of Britain 850-1520, New Haven / Londres, Yale University Press, 2002.

6. Jane Grenville: Medieval housing, Londres, Leicester University Press, 1997; Sarah Rees Jones: «Building domesticity in the city: English urban housing before the Black Death», en Maryanne Kowaleski y Peter Jeremy Piers Goldberg (eds.): Medieval Domesticity: Home, Housing and Household in Medieval England, Cambridge, Cambridge University Press, 2008, pp. 66-91; Sarah Rees Jones: «Public and Private Space and Gender in Medieval Europe», en Judith M. Bennet y Ruth Mazo Karras (eds.): Oxford Handbook of Women and Gender in Medieval Europe, Oxford, Oxford University Press, 2013, pp. 246-261.

7. Roberta Gilchrist: Medieval Life. Archaeology and the life course, Woodbridge, The Boydell Press, 2012; Christopher Michael Woolgar: The Great Household in Late Medieval England, New Haven / Londres, Yale University Press, 1999.

8. Richard Goldthwaite: «The Florentine Palace as Domestic Architecture», The American Historical Review 77(4), 1972, pp. 977-1012; The Building of Renaissance Florence. An Economic and Social History, Baltimore/Londres, The Johns Hopkins University Press, 1981; y Wealth and the Demand for Art in Italy. 1300-1600, Baltimore/Londres, The Johns Hopkins University Press, 1993.

9. Sophie Cassagnes: D’art et d’argent. Les artistes et leurs clients dans l’Europe du Nord (XIVe-XVe siècle), Rennes, Presses Universitaires de Rennes, 2001.

10. Los grandes adalides de la «revolución del consumo» la situaron primero en la Inglaterra del siglo XVIII (Neil McKendrick, John Brewer y John Harold Plumb: The Birth of a Consumer Society: The Commercialization of Eighteenth-century England, Londres, Europa Publications, 1982); en lo que insisten, desde una perspectiva de «historia global», autores más recientes, como Michael Kwass: The Consumer Revolution, 1650-1800, Cambridge, Cambridge University Press, 2022. Los neerlandeses y belgas, en cambio, la adelantaron al siglo XVII y se la «llevaron» a sus países (véase, entre otras publicaciones, Bruno Blondé e Ilja Van Damme: «Retail growth and consumer changes in a declining urban economy: Antwerp (1650-1750)», The Economic History Review, New Series 3(63), 2010, pp. 638-663), aunque otros historiadores habían observado algunos de esos cambios en el consumo en otra «edad dorada» anterior, la del dominio de la casa de Borgoña (Wim Blockmans y Walter Prevenier: The Promised Lands: The Low Countries under Burgundian Rule, 1369-1530, Filadelfia, University of Pennsylvania Press, 1999).

11. Attilio Schiaparelli: La casa fiorentina e i suoi arredi nei secoli XIV e XV, Florencia, Sansoni, 1908.

12. Maria Serena Mazzi: Arredi e masserizie della casa rurale nelle campagne fiorentine del XV secolo, Florencia, All’Insegna del Giglio, 1980; Maria Serena Mazzi y Sergio Raveggi: Gli uomini e le cose nelle campagne fiorentine del Quattrocento, Florencia, Leo Olschki, 1983.

13. Paola Galetti: Abitare nel medioevo. Forme e vicende dell’insediamento rurale nell’Italia altomedievale, Florencia, Le Lettere, 1997; Uomini e case nel Medioevo tra Occidente e Oriente, Roma / Bari, Laterza, 2001; «Edilizia residenziale privata rurale e urbana: due modelli reciproci?», en Città e campagna nei secoli altomedievali, Atti della cinquantaseiesima Settimana di studi della Fondazione CISAM (LVI-2), Spoleto, Fondazione centro italiano di studi sull’alto Medioevo, 2009, pp. 697-731.

14. Maria Vittoria Daddario: «La casa», en Piero Bargellini (ed.): Vita privata a Firenze nei secoli XIV e XV, Florencia, Leo S. Olschki, 1966, pp. 53-73; Cinzia Ferreti (dir.): I «Memoriali» dei Mamellini, notai bolognesi. Legami familiari, vita quotidiana, realtà politica (secc. XV-XVI), Bolonia, Clueb, 2008; Simonetta Cavaciocci: «Costruire come fatto económico», en Giampiero Nigro (ed.): Francesco Datini. L’uomo, il mercante, Prato / Florencia, Fondazione Istituto Internazionale di Storia Economica F. Datini-Prato - Firenze University Press, 2010, pp. 169-202, y en el mismo volumen, Simonetta Cavacciochi: «Il gusto dell’abitare», pp. 203-215.

15. Carlo Tosco: Il castello, la casa, la chiesa. Architettura e società nel medioevo, Turín, Einaudi, 2003; Federico Zoni: «Le dimore medievale dell’Emilia occidentale», Rodis, Journal of Medieval and Postmedieval Archeology 3, 2021, pp. 147-174; Guido Guerzoni: «Servicing the casa», en Marta Ajmar-Wollheim y Flora Dennis (eds.): At Home in Renaissance Italy, Londres, V&A Publications, 2006, pp. 146-151.

16. La obra completa de Leopoldo Torres Balbás, con numerosos artículos sobre aspectos de la vivienda, especialmente andalusí, pero también mudéjar y cristiana, fue editada por Fernando Vela Cossío y Santiago Huerta González: Leopoldo Torres Balbás. Obra completa, Madrid, Mairea Libros, 2015.

17. Jesús Bermúdez López y André Bazzana (eds.): La casa hispano-musulmana: aportaciones de la arqueología, Granada, Patronato de la Alhambra y el Generalife, 1990.

18. Jean Passini: Casas y casas principales urbanas: el espacio doméstico de Toledo a fines de la Edad Media, Toledo, Universidad de Castilla-La Mancha, 2004; Jean Passini y Ricardo Izquierdo Benito (coords.): La ciudad medieval: de la casa principal al palacio urbano. Actas del III Curso de Historia y Urbanismo Medieval organizado por la Universidad de Castilla-La Mancha, Toledo, Consejería de Educación, Ciencia y Cultura, 2011; Jean Passini: La Judería de Toledo, Toledo, Sofer, 2011.

19. Sonia Gutiérrez Lloret: «Gramática de la casa. Perspectivas de análisis arqueológico de los espacios domésticos medievales en la península Ibérica (siglos VII-XIII)», Arqueología de la Arquitectura 9, 2012, pp. 139-164.

20. Carme Batlle y Teresa Vinyoles: Mirada a la Barcelona medieval des de les finestres gòtiques, Barcelona, Rafael Dalmau editors, 2002; María del Carmen García Herrero: Artesanas de vida: mujeres de la Edad Media, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 2009.

21. Publicado como María Elena Díez Jorge y Julio Navarro Palazón (eds.): La casa medieval en la Península Ibérica, Madrid, Sílex, 2015.

22. Tina Sabater (coord.): La casa medieval en Mallorca y el Mediterráneo. Elementos constructivos y decorativos, Gijón, Trea, 2021.

ILA VIVIENDA COMO ESPACIO Y COMO INVERSIÓN

CRECIMIENTO URBANO Y DESARROLLO DE LA PRODUCCIÓNPoblas y obradores medievales en la ciudad de València a la luz de la arqueología

Bence Kovaks, Mirella Machancoses, Javier Martí

Cuando en abril de 1238 las tropas de Jaime I comenzaron el asedio de Madinat Balansiya se encontraron ante una ciudad densamente poblada, que se extendía por barrios y arrabales más allá de las murallas y a la vera de los caminos que llevaban a ella, a un lado y al otro del río. El urbanismo, dentro y fuera del recinto murado, manifestaba sensibles diferencias, resultado de la evolución histórica del asentamiento. En la medina se había perdido la trama regular del parcelario supuestamente heredada de la antigüedad clásica; salvo unos pocos ejes que conectaban las puertas con la mezquita mayor, la red viaria era más bien un sistema neuronal de calles, callejones y adarves que tenían no tanto la misión de conectar puntos como la de mantener el aislamiento de los grupos parentales que prescribía la organización clánica de la sociedad. En los arrabales, por el contrario, surgidos como barrios planificados a partir del siglo XI, el urbanismo seguía pautas regulares y las calles preservaban su función viaria.

Tras la conquista feudal vamos a asistir a una evolución urbana desigual: lenta en las áreas consolidadas de la medina y del cinturón de arrabales, pero acelerada en la parte oeste de la ciudad, los actuales barrios del Carmen y de Velluters, recorridos ambos por ramales de las acequias de Rovella y Favara.

El distrito había tenido una dedicación agrícola hasta el siglo XIII. Es conocida la propuesta de conformación, desde época califal, de un primitivo núcleo de huerta en el área norte, con escorrentías hacia el río Turia,1 pero en general en toda la zona de poniente de la ciudad hay pozos, canales, balsas y otras evidencias de actividad agrícola.2 En época tardoalmohade se suman, además, tejerías y actividades extractivas de arcilla vinculadas con ellas,3 de las cuales aparecen indicios en ambos barrios.

Hasta ahora conocíamos bien la implantación de conventos en esta periferia alejada de la ciudad. Los franciscanos lo hicieron el mismo año de la conquista (mercedarios y dominicos también establecieron sus casas en ese momento, si bien lo hicieron más arrimados al recinto de la medina), en 1281 los carmelitas y en 1300 los agustinos. Los conventos femeninos no les fueron a la zaga, pues en 1249 se fundó el de Santa Isabel y Santa Clara (llamado más tarde la Puridad) y en 1287 el de Santa María Magdalena.4 Se ha hablado de una cierta distribución ordenada de los cenobios y también de que sirvieron para crear una primera línea defensiva de la ciudad,5 pero no hay que descartar una acertada visión del costo de oportunidad por parte de los previsores monjes, pues al fin y al cabo se instalaban junto a importantes caminos y acequias, como veremos de inmediato. Debían ser conscientes de que los terrenos se iban a poblar rápido, como en efecto así fue, pues al menos desde finales del siglo XIII se constata un verdadero asalto por parte de la población civil del distrito en poniente de la ciudad y asistimos a un rápido proceso de parcelación y edificación de lo que parecen, mayoritariamente, obradores.

Hay dos elementos orográficos que van a condicionar y, en cierta manera, pautar la urbanización: por un lado, los ejes viarios y, por otro, la red de acequias. Entre los primeros, el camino de poniente, esto es, el eje Cavallers-Quart, el camino meridional que desde antiguo definía la calle de Sant Vicent, y, al otro lado del río, el camino de Sagunto (que no trataremos aquí), los cuales ya habían originado una cierta urbanización desde época islámica. Pero, junto a estos, hay otros caminos menores que se van a convertir también en ejes de urbanización, como el límite occidental de la necrópolis de la Bab al-Hanax, el de Roteros o el de Russafa, entre otros.

Respecto a las acequias, primero debemos citar la de Rovella. Cabe pensar que en origen tomaba sus aguas del Turia, donde hoy se encuentra su azud o en un punto cercano, y se dirigía hacia la ciudad contigua al río, para ir derivando hacia levante (es posible que la instalación del Jardín Botánico en 1802 sobre el antiguo huerto de Tramoyeres y del Matadero Municipal en 1898 desvirtuara algo su recorrido original, pero la cuestión no hace al caso del presente artículo) hasta alcanzar el inicio de la actual calle Corona. Desde aquí seguía recta en lo que en la Edad Media era conocida, bien significativamente, como calle dels Tints majors, que se abría en diferentes brazos a izquierda y derecha. Los primeros abastecían el arrabal de Roteros y las adoberías allí establecidas al menos desde época califal. El canal principal definía una amplia y sinuosa curva en torno a la medina musulmana, y alimentaba el valladar, el extenso arrabal de la Boatella y diferentes almunias, para dirigirse luego al este, al distrito rural de Mont Olivet.6

Por lo que respecto a Favara, el brazo de Raiosa alcanzaba la ciudad musulmana y sus alrededores a través de diferentes ramales. Uno recorría el camino de Quart hasta llegar a una posible almunia, ubicada donde posteriormente se emplazaría el convento de la Puridad, para entregarse poco después al canal de Rovella. Otros dos ramales atravesaban el actual barrio de Velluters: uno al norte, que dibujaba varios quiebros hasta llegar a la actual calle de Maldonado, antiguamente de la séquia podrida, aunque su nombre no debía de hacer honor en origen a la calidad de sus aguas (como luego veremos), que vertía finalmente a la Rovella. Y otro, el brazo de Sant Jeroni, que bordeaba la ciudad musulmana por el sur, a cierta distancia de ella. Seguramente, abastecía la almunia o alquería a la que pertenecería la torre descubierta en el actual emplazamiento del muvim.

Como vemos, se dibuja una melena de canales en toda la parte occidental de la ciudad, que sin duda sirvió de pauta para el desarrollo urbano de la zona. Ese condicionamiento, sin embargo, debió de ser relativo, pues realmente cada nuevo asentamiento debió de ir ajustando, a su costa, el trazado de los diferentes brazos para hacer uso de ellos, en especial para drenaje de las aguas residuales de las actividades industriales o de los usos humanos.

LA DISTRIBUCIÓN DE LOS OFICIOS SEGÚN LA DOCUMENTACIÓN

Los canales no solo condicionaron la disposición del callejero, como advirtieron tiempo atrás Teixidor y Domingo.7 Además, su presencia atrajo a un gran número de oficios que precisaban del agua para realizar sus procesos fabriles o bien como fuente de energía. Es el caso, por ejemplo, de los pelaires, a propósito de los cuales Juan Vicente García Marsilla ha podido comprobar que se asentaron «siguiendo la línea de la acequia de Rovella, cuyas aguas articulaban en torno a ella el entramado artesanal del sector textil, al servir como fuerza motriz para los batanes y también para el lavado y tratamiento de los paños».8 García Marsilla se basa en registros de Obligacions i Condempnacions del Justícia dels 300 sous de València, comprendidos entre 1409 y 1412, para identificar y localizar en su domicilio de residencia a 2.171 personas y, lógicamente, a sus familias, lo que vendría a corresponder a un cuarto de la población de la época. Se trata, por tanto, de mucho más que un muestreo, y sus conclusiones son perfecto reflejo de la realidad del vecindario a principios del siglo XV. A partir de sus conclusiones vemos que los oficios dedicados a la transformación de las materias primas y aquellos centrados en las primeras fases del proceso fabril tienden a arracimarse en el distrito occidental de la ciudad, desde el mercado hacia el oeste (por más que nuestro autor advierte de que «todos los oficios aparecen por todas partes»).

Los tintoreros lo hicieron en lo que luego será el cuartel noroccidental del recinto, en torno a la ya citada calle dels Tints majors (hoy Corona), por donde corría descubierta la acequia de Rovella hasta 1778, dels Tints d’olleta (actualmente Sant Miquel), dedicados a los paños de lana, y dels Tints xics (Santa Teresa), centrados en los de seda.9 Los teixidors tenían una fuerte implantación en el actual barrio de Velluters, en torno a la calle a la que dieron nombre –todavía hoy existente– y otras aledañas, pero también en la parroquia de la Santa Creu. Los pelaires, ya comentados, con mucho el oficio más habitual de los menestrales, se extendían desde el Portal de Torrent a la Santa Cruz, con presencia destacada en la plaza de Pellissers (hoy desaparecida, al inicio de la actual calle de Hospital), la calle de Teixidors citada, la plaça dels Alls, el molino de Na Rovella (al inicio de la actual avenida del Oeste), los patios (o pobla) de En Frigola, el camino de Quart, la calle de Cordellats, la plaza de Sant Nicolau, los Tints majors y la plaza de Sant Bertomeu.

Respecto a la manufactura de la piel, los oficios que estaban al inicio de la cadena productiva se concentraban en dos puntos: en la Blanqueria, junto al cauce del Turia, y en la calle de Zurradores (Assaonadors en el siglo XV), esta última en pleno casco antiguo, quizá por una herencia musulmana no constatada hasta el momento. Los herreros, a su vez, se ubicaban preferentemente en las vías de acceso de la ciudad, a disposición de todo aquel que necesitara herrar su montura, por más que su oficio abarcara otras labores.