Corazón generoso - Susan Fox - E-Book
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Corazón generoso E-Book

SUSAN FOX

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Beschreibung

Cade Palmers sabía que lo mejor para sus dos sobrinos, que acababan de quedarse huérfanos, era que él y su tía compartieran la custodia. El problema era que Cade y Colleen nunca se habían llevado bien, y jugaban con fuego al intentar vivir bajo el mismo techo. Aquella situación estaba creando un ambiente explosivo lleno de mutua atracción. Y Cade no hizo más que encender la mecha cuando sugirió que la mejor solución era que Colleen y él se casaran. Se suponía que no era más que una medida práctica, pero el resultado echaba chispas...

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Seitenzahl: 185

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

 

© 2001 Susan Fox

 

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Corazón generoso, n.º 1655 - febrero 2020

Título original: The Wife He Chose

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1328-974-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

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Capítulo 1

 

 

 

 

 

COLLEEN James había tardado meses en salir del hospital después del terrible accidente de coche en el que su hermana había perdido la vida. Sabía que no se recuperaría con facilidad, ni de la muerte de su hermana, ni de sus propias heridas.

Mientras conducía por la autopista de Texas, sentía que un dolor constante le atenazaba el cuerpo roto y magullado. A pesar de las muchas operaciones y de los meses de rehabilitación, todavía estaba muy lejos de estar completamente curada. Su lado derecho seguía muy frágil e inestable, y el bastón negro que odiaba utilizar iba a ser imprescindible durante varias semanas, o incluso meses. El accidente también era el causante de los dolores de cabeza que tenía cuando estaba cansada.

Pero las heridas emocionales eran las peores. Parecía que no iba a poder librarse nunca de la depresión que arrastraba y que hacía que los días fueran grises y agotadores. El terror a conducir un coche, incluso a viajar de pasajero, se había ido desvaneciendo después de practicar con un vehículo alquilado. Por lo menos, iba a poder hacer el recorrido de dos horas que había entre San Antonio y el Rancho Chalmers.

Necesitaba hablar urgentemente con Cade Chalmers. Le había enviado una carta y unas flores para darle el pésame por la reciente muerte de su hermano, Craig. Después le había escrito más cartas y lo había llamado varias veces; pero él nunca había contestado.

Al final, decidió ir a verlo. Pensó que eso era preferible a contratar a un abogado.

Los hijos de su hermana, Beau, de tres años y Amy, de solo unos meses, también habían perdido a su padre. Craig Chalmers se había ahogado hacía un mes y los tribunales decidirían quién se quedaba con la tutela permanente de los niños. El hecho de que su tío Cade tuviera en ese momento la custodia hacía necesario que hablara con él.

Colleen estaba segura de que Cade Chalmers no había pensado en ella. Por eso ese viaje era tan difícil: tenía que recordarle su existencia. Debido a sus limitaciones físicas y económicas, sabía que no podría obtener el privilegio de criar a sus sobrinos, pero, al menos, quería formar parte de las vidas de estos.

Craig la había acusado de ser la culpable de que Sharon y él se separaran, al permitir que esta y los niños vivieran en su casa mientras decidían si se divorciaban. La negativa a responder a sus cartas o llamadas después de la muerte de Sharon era buena prueba de ello.

Colleen era la que conducía cuando tuvieron el accidente. Menos mal que los niños se habían quedado en casa con una canguro. Había sido imposible esquivar el camión que se les había echado encima en un cruce, en San Antonio. El sol había cegado al conductor del camión, que no había visto su coche hasta que ya era demasiado tarde.

Aunque no recordaba nada del accidente, ni del último día con Sharon, había leído los artículos de los periódicos que le habían guardado y había escuchado la versión del camionero y de los otros testigos. El terror que le causaba conducir se debía a las horribles pesadillas que tuvo después.

De repente, sintió que el sudor le empapaba las manos. Delante de ella, la autopista de dos carriles se estrechaba de tal manera que parecía imposible que pasaran dos coches. Cada vez que veía venir de frente un automóvil, le daba un ataque de pánico. La náusea era abrumadora.

Si la desviación al rancho no hubiera estado tan cerca, habría tenido que encontrar otro sitio para abandonar la autopista. Lo que normalmente era un trayecto de dos horas se había convertido en un viaje de cuatro, debido a las ocasionales paradas que había tenido que realizar para calmarse. Hubo momentos durante el camino en los que solo el deseo de ver a sus sobrinos la animó a seguir conduciendo.

Cuando tomó el desvío al rancho, paró el coche e intentó recuperarse. Todavía le temblaban las manos, y tuvo que beber un trago de agua para suavizar la sequedad de la boca.

Cuando sintió que estaba lista para continuar, arrancó el coche y condujo a lo largo de la carretera. La lenta velocidad del coche y la ausencia de tráfico la ayudaron a calmarse. Después de una curva pronunciada, la casa principal del rancho apareció ante sus ojos.

El rancho de los Chalmers era impresionante. La casa principal estaba rodeada de cuadras y otras edificaciones. La casa era enorme, una construcción de una planta en forma de U que daba la espalda a la carretera. Tenía el tejado de texas rojas y un porche con arcos de escayola. La sombra bajo el porche prometía un paraíso de frescor en las calurosas tardes de Texas.

Cuando Colleen paró el coche al final del camino, estaba temblando de nervios. Afortunadamente, el lugar parecía desierto, así que tuvo tiempo de limpiarse el sudor de la cara y recobrar el ánimo.

Aunque dudaba de que alguna vez pudiera reunir el suficiente coraje para enfrentarse a Cade Chalmers con calma y seguridad. Este nunca se había mostrado cariñoso con Sharon, pero Colleen sabía que siempre se había portado muy bien con los niños.

Los recuerdos que Colleen tenía de él eran de un hombre grande, duro, demasiado brusco y callado. Las pocas veces que lo había visto, él se había mostrado distante y educado, pero por sus modales se notaba que juzgaba a la gente con dureza. Había dejado claro que la encontraba poco interesante, quizá nunca se hubiera fijado en ella si no hubiese sido la hermana de la mujer de su hermano.

Colleen no era tan guapa como Sharon y, en ese momento, con el pelo tan corto, se sentía menos atractiva que nunca. Había perdido tanto peso que estaba más plana que un chico. Los hombres nunca la habían encontrado particularmente atractiva, pero, en esos momentos, ni siquiera la veían. Solo miraban su bastón y su manera torpe de moverse con una mezcla de curiosidad y pena.

Todo ello subrayaba la idea de que los pequeños Beau y Amy eran su única familia. Aunque los había querido a los dos con locura desde el momento en que nacieron, las circunstancias de su futuro incierto hacían necesario que pudiera verlos y que le permitieran ejercer la maravillosa responsabilidad de ser su tía. Ella era la única familia que tenían los niños por parte de madre. Con toda seguridad, Cade Chalmers entendería la importancia de ese hecho.

 

 

Cade Chalmers se dirigía a la cocina desde su despacho, situado en el ala este, cuando oyó llegar un coche. Fue a la entrada a ver quién era, pero no reconoció a la mujer delgada y frágil que había bajado del vehículo y se dirigía hacia la puerta. El bastón negro atrajo rápidamente su atención, y entonces recordó.

Colleen James caminaba con tanta dificultad y se apoyaba tanto en el bastón que él se preguntó por qué no llevaba muletas. Era la persona que menos le interesaba ver. Se había involucrado demasiado en la pelea marital que había acabado con la muerte de Sharon y, después, con la muerte de su hermano. La pareja había dejado dos huérfanos: un niño de tres años y un bebé de meses.

Si ella no se hubiera prestado a participar, quizá las cosas se hubieran resuelto con rapidez. Creía con toda seguridad que Sharon, aunque peleona e irresponsable, se habría atenido a sus responsabilidades familiares.

Sharon era el tipo de mujer que él había evitado desde que era adulto. Su hermano se había enamorado de ella y se había dejado arrastrar como un idiota. Sharon le había pagado haciendo de su vida un infierno.

Y ese infierno había sido la prueba definitiva del nivel de adicción de Craig a su manipuladora y hermosa mujer.

Después del accidente, Cade se había quedado con la responsabilidad de un hermano destrozado, un bebé y un niño pequeño. Y, como Colleen había estado en coma durante varias semanas, también tuvo que encargarse de todos los arreglos para el funeral de Sharon.

Después, se enteró de que ella no quería saber nada, ni de su cuñado ni de los niños. Así que enseguida la apartó de su mente. Ya había tenido suficiente con hacerse cargo de los niños y del rancho, y con la dependencia de su hermano de la bebida.

La razón por la que esa mujer había decidido presentarse en su casa no suponía más que un pequeño misterio que, probablemente, le llevaría poco tiempo. Estaba seguro de que no sería nada de vital importancia. Quizá necesitase dinero. Si era así, no estaba de suerte. Las mujeres de su familia ya le habían sacado suficiente dinero a los Chalmers.

Abrió la puerta justo cuando Colleen daba un paso bajo la sombra del cenador. La repentina aparición la sorprendió. Pero después la sorpresa se la llevó él al verla de cerca.

Tenía la piel pálida, casi translúcida, y su boca estaba rodeada de finas líneas de tensión. El cansancio le hacía entrecerrar los ojos, pero aún se podía ver el azul sin vida de su mirada.

Siempre había sido delgada, pero, en ese momento, estaba tan delgada que una suave brisa la podría derrumbar. De pronto, sintió que debía mostrarse amable con ella.

Pero al ver el coche cambió de opinión; si estaba tan bien como para conducir desde San Antonio, probablemente, estaría más fuerte de lo que aparentaba.

Sharon había puesto a prueba la paciencia de todos con una lista de enfermedades que iban desde el dolor de cabeza hasta la tensión. Siempre había evitado el cuidado diario de sus hijos y eso, en opinión de Cade, era una conducta imperdonable. Aunque contratar niñeras y canguros era algo que los Chalmers se podían permitir, Sharon siempre conseguía que se marcharan, haciendo de la búsqueda una preocupación constante.

Pero al observar a Colleen James, se sintió culpable por la dura comparación. Sabía que sus heridas habían sido muy graves y estaba claro que no se había recuperado. La fragilidad que veía era algo imposible de simular. Entonces, sintiendo curiosidad, la observó con más atención.

Llevaba el pelo tan corto que casi se le transparentaba la cabeza, pero ella lo había intentado peinar con algún tipo de fijador. Sus ojos eran grandes y estaban rodeados de pestañas oscuras. Tenía la nariz fina y delgada, y sus labios eran finos, aunque parecían demasiado tiernos y vulnerables para haber experimentado demasiados besos.

Si engordara, su pequeño cuerpo podría ser bastante femenino. La Colleen que se imaginó lo sorprendió y lo atrajo, a pesar del aspecto de chico que tenía en ese momento.

Su saludo sonó como un gruñido.

–Hola, señorita James.

–Hola, señor Chalmers.

Ella respondió con la misma formalidad, pero él se dio cuenta de que la voz le temblaba.

–¿Puedo pasar?

La pregunta subrayó su falta de educación, por quedarse mirándola en lugar de invitarla a pasar.

Cade se hizo a un lado y ella entró con paso lento. La condujo hasta el salón y la invitó a sentarse. Después, llamó al ama de llaves, que apareció al instante.

–¿Qué desea? –preguntó la mujer.

–¿Nos trae algo de beber? —pidió el ranchero.

–¿Café?

Cade miró a Colleen.

–Para mí agua, por favor —dijo esta.

–Y café para mí, Esmeralda.

Se sentó en el gran sillón que había frente al sofá que ella había elegido. Y desde allí, la observó con frialdad mientras Colleen dejaba el bastón a un lado.

–Muchas gracias por recibirme. Siento mucho lo de Craig. Fue una tragedia.

Cade sintió que empezaba a enfurecerse. No había recibido ningún pésame hasta ese momento. Era como si ella hubiera decidido darle el pésame porque quería algo de él.

Ella continuó hablando y el enfado de Cade aumentó.

–Sé que envié las flores y la tarjeta demasiado tarde, pero no me enteré de lo de Craig hasta que lo leí en los periódicos.

Él comprendió la amonestación implícita, pero no le daba tanta pena como para dejar que le mintiera abiertamente.

–No recibimos ni flores ni tarjeta, señorita James –dijo–. ¿Por qué ha venido?

Colleen notó su enfado, pero estaba sorprendidísima de que no le hubieran llegado las flores.

–Debe haber algún error. A pesar de las diferencias, Craig era mi cuñado. No pude venir al funeral, pero sí envié mis condolencias.

La explicación solo consiguió endurecerlo aún más.

Tenía un cuerpo grande, los hombros anchos y una musculatura que lo hacía tan sólido como una roca. Pero lo que más impresionaba a Colleen era el rostro. Era duro y parecía no admitir bromas; tenía las cejas oscuras y los ojos profundos, del color del coñac añejo. Los pómulos eran prominentes y sugerían antepasados indios. La nariz era afilada y la boca, una línea que podía estrecharse con el mar humor o curvarse e iluminar su rostro con una sonrisa.

Cade Chalmers no era guapo, pero era impresionante y tenía una apariencia carismática, como la de una estrella de cine. A ella siempre le había costado un esfuerzo terrible mirarlo a la cara, pero él nunca lo había notado porque ella había sido prácticamente invisible para él. Una mujer carente de atractivo sexual, que no llamaba la atención y que siempre estaba a la sombra de su hermosa y extrovertida hermana menor.

Entonces se dio cuenta de que él se estaba impacientando, que pensaba que le había mentido.

–¿Por qué está aquí?

La pregunta cerró el tema de las flores. Él había escuchado su explicación y la había tachado de mentirosa. Abatida, intentó corregir esa opinión:

–Seguro que en la floristería tienen un recibo. Las encargué en un lugar de por aquí. Josie’s Flowers, creo.

Él entrecerró los ojos. Estaba claro que ya había tomado una decisión y que no quería cambiar de opinión al respecto.

Colleen se sintió más cansada; desde luego, era un mal comienzo.

–¿Es esa la razón por la que no ha respondido a ninguna de mis cartas ni a mis llamadas? –preguntó cautelosa–, ¿porque herí sus sentimientos?

«¡Porque herí sus sentimientos!»

Colleen se sintió inmediatamente horrorizada. No había querido decirlo así. Como si alguien como ella pudiera herir sus sentimientos, eso había sido muy vanidoso por su parte.

Además, los hombres como Cade Chalmers eran demasiado machos para esas emociones. Debería haberse expresado con otras palabras, pero uno de sus problemas después del accidente era que, a veces, no se expresaba con claridad.

Para sorpresa de Colleen, la dura línea de los labios de Cade se suavizó.

–¿Qué cartas? –preguntó él con una ligera sonrisa, como si el comentario anterior le hubiera hecho gracia.

–Le he escrito tres cartas preguntándole por los niños y esta semana he llamado varias veces, la última esta mañana.

Ella dudó. ¿Era posible que no las hubiera recibido? ¿O estaba mintiendo? Si era así, tendría que preocuparla el hecho de que fuera a criar a sus sobrinos.

–Señor Chalmers, he intentado ponerme en contacto con usted –dijo, decidida–. Sé que tengo la dirección y el número bien. Usted debería saberlo y me temo que probablemente lo sepa.

Entonces, la leve diversión del rostro de Cade se desvaneció y sus facciones se endurecieron de nuevo por la conclusión a la que ella había llegado. Colleen estaba temblando y él vio una finas gotas de sudor en su rostro.

–No tengo ni idea de por qué finge que no ha recibido noticias mías.

Incapaz de mantener su afilada mirada, dirigió la vista hacia el suelo, sintiendo que las mejillas le ardían. Estaba claro que él no la respetaba lo suficiente para decirle la verdad. La falta de integridad personal que eso implicaba, aumentaba sus preocupaciones sobre el tipo de tutor que sería.

Cualquier esperanza que hubiera tenido de que le permitiera formar parte de la vida de los niños se desvaneció. Tendría que buscarse un abogado y ver lo que los tribunales le concedían. Probablemente, nada.

Antes de que ninguno de los dos pudiera decir nada más, Esmeralda entró con la bandeja de las bebidas. Cuando la dejó sobre la mesa de café que había en el salón, le acercó a Colleen su vaso de agua. Ella lo tomó con una débil sonrisa y unas palabras de agradecimiento.

El peso del cristal y la condensación fuera del vaso hacían que le resultase difícil sujetarlo con su mano temblorosa. Esmeralda se marchó de la habitación y Colleen dio un trago. Después, se inclinó hacia delante para dejarlo en la bandeja, preparada para intentar sacarle una respuesta. Aunque la atemorizaba, tenía que pensar en los pequeños y en lo mejor para ellos. Nada era más importante para ella que eso.

Pero para horror suyo, el vaso se le resbaló de la mano y cayó al suelo con un estruendo. El agua lo salpicó todo.

De repente, se sintió terriblemente avergonzada. Con torpeza, se inclinó para recoger la servilleta de la bandeja, pero no se dio cuenta de que estaba pillada con la taza y al tirar de ella vertió el café.

La mortificación y la necesidad de arreglar el desastre que había ocasionado hicieron que perdiera el equilibrio y se cayera de rodillas sobre el agua y los trozos de hielo.

Cade estaba a su lado antes de que se diera cuenta. La levantó y la ayudó a sentarse de nuevo en el sofá. Él recogió la servilleta y, con una mano, empapó el agua de la alfombra, mientras con la otra agarraba el vaso y los cubitos de hielo. Al menos, los bordes de la bandeja habían evitado que se vertiera el café derramado.

Colleen estaba horrorizada.

–Lo siento muchísimo –fue lo único que logró balbucir.

Su torpeza había quedado de manifiesto. Seguro que sus evidentes dificultades físicas iban a impedir unas visitas sin vigilancia.

Esmeralda había escuchado el ruido y entró en la habitación para ver qué sucedía.

–Lo siento muchísimo –repitió Colleen.

Esmeralda le sonrió para quitarle importancia al asunto, como si el vergonzoso desastre no hubiera tenido ninguna importancia.

–El agua no le hace ningún daño a la moqueta –afirmó mientras agarraba la bandeja para retirarla.

Cade se dirigió a la mujer antes de que abandonara la habitación.

–¿Recuerdas si la señorita James ha escrito alguna carta?

Esmeralda se quedó pensativa un segundo, como si la pregunta le resultara extraña.

–Sí. He visto su nombre en el remite de algunas cartas y también en las flores tan bonitas que envió. Las cartas las dejé en su escritorio, como siempre, y las flores sobre esta mesa. ¿No lo recuerda?

La cara de Cade era como de piedra.

–Gracias, Esmeralda. Por favor, tráenos otra bandeja.

Esmeralda salió como un torbellino y la habitación se quedó en silencio. Cade estaba de pie mirándola y ella no podía hacer otra cosa que mirarlo a él.

Su sinceridad había sido confirmada por Esmeralda.

Él había preguntado a su ama de llaves delante de ella, sin intentar ocultar nada, por lo que obviamente no tenía nada que ocultar. Pero ¿cómo era posible que no hubiera visto ni sus cartas ni las flores?

–Lo siento mucho, señorita James –su voz tenía un tono que lo hacía parecer arrepentido y sincero–. No tengo disculpa. Usted envió las cartas y yo no las leí.

Colleen lo creyó al instante y notó que la tensión disminuía. En ese momento, recobró un poco de esperanza. Quizá su terrible comienzo no había sido tan terrible después de todo.

–Quería saber qué tal estaban Beau y Amy. Craig nunca contestó a mis llamadas y mis cartas. Creo que me consideraba culpable de todo lo sucedido. Pensé que usted debía pensar lo mismo.

Le dolía admitir que Craig debía haberla odiado y culpado por todo. Pero tenía que ser sincera con él; se sentía obligada a decirle toda la verdad, aunque fuera una estupidez.

Cade se sentó, pero sus ojos no se apartaron ni un instante del rostro de ella.

–Craig dijo que usted no quería nada con él ni con los niños.

La magnitud de la mentira de Craig la tomó totalmente por sorpresa y su rostro palideció. No se le ocurría qué decir para defenderse; desde luego, no podía cuestionar la honestidad de su hermano muerto, porque ya no estaba para defenderse.

El silencio se hizo espeso. Ella no podía mantener su mirada más tiempo por lo que la desvió hacia otro lado, no sin antes comprobar que se había suavizado un poco.

–Llegaré al fondo de la cuestión con las cartas –dijo él con un gruñido–; pero usted preguntó por los niños…

La alusión a Beau y Amy devolvió la esperanza a Colleen y esta tornó sus ojos hacia él mostrando la emoción que la embargaba. Habían pasado seis largos meses desde la última vez que los viera.

–Están bien. Les he buscado una niñera, pero hoy es su día libre. Una vecina se los ha llevado a casa de unos amigos para que jueguen un rato.

–¿Puedo verlos? –preguntó ella sin aliento, llena de esperanza y aterrada al mismo tiempo.

–Por supuesto –fue su amable respuesta.

El alivio intensificó la emoción que sentía Colleen y tuvo que agachar los ojos hacia sus manos temblorosas para intentar controlar las lágrimas que amenazaban con correr a raudales.

–Muchísimas gracias. Significa mucho para mí –aseguró, con una sonrisa.

El esfuerzo por contener las lágrimas hizo que su barbilla temblara.

Pero aún tenía que sacar el tema más espinoso: