Cuentos - José Lezama Lima - E-Book

Cuentos E-Book

José Lezama Lima

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En ocasión de la primera centuria del gran visitador del Prado, se presentaron estas cinco piezas que alguien podría considerar menores; pero que lo serán solo en extensión. Difieren de aquellas ideas cronométricas que sobre el relato breve emitió, por ejemplo el uruguayo Horacio Quiroga. Parametrado al estilo del tempestuoso y nunca bien enaltecido autor de Anaconda, un cuento resulta una prueba difícil para José Lezama Lima; una prueba que él más bien se apresuraría a ridiculizar. Está visto que no lo atraen los argumentos sintéticos ni las historias excluyentes. Su poética es totalizadora, y cuando hay que hacer literatura, se hace en grande, parece decirnos.Aparecidas en un término de diez años, todas en revistas de la época, son mucho más que estilo, pues contienen de una u otra forma la mayoría de las interrogantes con las que Lezama lanzó su desafío a la literatura. Ironía, ese ilustre deleite en el verbo, hipótesis, fe. Pruébelas el lector y entrará en una dimensión de la imagen.

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Título: Cuentos

E-Book - Sandra Rossi Brito (Edición-corrección) / Javier Toledo Prendes (Diagramación)

Libro Impreso - Edición y corrección: Rogelio Riverón / Dirección artística y diseño: Alfredo Montoto Sánchez / Fotografía de cubierta: Rogelio Riverón

Todos los derechos reservados

© Sobre la presente edición:

Editorial Letras Cubanas, 2014

ISBN 978-959-10-2026-0

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

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Autor

JOSÉ LEZAMA LIMA (19 de diciembre de 1910- 9 de agosto de 1976). Poeta y narrador, es considerado uno de los más importantes escritores de habla hispana del siglo XX. Elaboró una singular teoría de la creación, de acuerdo con la cual la imagen poética es el motor de la Historia. Su obra ha sido traducida a numerosas lenguas extranjeras y antologada, en Cuba y en el extranjero, como poeta, cuentista, novelista o ensayista. Recibió premios literarios en Italia y España.

La aparición del poema «Muerte de Narciso» significó un hito en el contexto literario cubano por lo renovador de su propuesta formal y conceptual. Luego de este poema surgieron otros, recogidos en los libros Enemigo rumor, Aventuras sigilosas, La fijeza, Dador, Fragmentos a su imán y otras publicaciones aparecidas antes y después de su muerte; las novelas Paradiso y Oppiano Licario (quedó inconclusa con su muerte); un conjunto de 103 escritos entre ensayos, crónicas y otros trabajos publicados en los libros: Analecta del reloj, La Expresión americana, Tratados de La Habana, La cantidad hechizada; sus cuentos «Fugados», «El Patio Morado», «Para un Final Presto», «Juego de las Decapitaciones» y «Cangrejos, Golondrinas», publicados anteriormente en revistas y antologías, fueron reunidos, por primera vez, en 1987.

Fue fundador del grupo y la revista Orígenes, donde aparecieron trabajos de figuras de la talla de Juan Ramón Jiménez, María Zambrano, Wallace Steavens, T.S. Elliot, además de escritores del patio cuya obra se consolidaba y cobraba vigor en esos años: Eliseo Diego, Cintio Vitier, Fina García Marruz, Lorenzo García Vega, Ángel Gaztelu, Virgilio Piñera.

Pronunció conferencias, algunas no publicadas y compiló la Antología de la poesía cubana (La Habana, Consejo Nacional de Cultura, 1965. 3v.), desde los orígenes hasta José Martí, con extenso estudio preliminar y notas. Recopiló y prologó el tomo de Poemas (1966) de Juan Clemente Zenea. Entre otros prólogos tiene también el realizado a la reedición de El Regañón y El Nuevo Regañón (1965), de Ventura Pascual Ferrer. Entre sus traducciones de poemas y artículos del francés se destaca la del libro de poemas de SaintJohn Perse, Lluvias (La Habana, La Tertulia, 1961).

Colaboró en un sinnúmero de revistas cubanas y extranjeras: Verbum, Espuela de Plata, Lyceum, Nadie Parecía, Lunes de Revolución, La Gaceta de Cuba, El Caimán Barbudo, Casa de las Américas, Cuba Internacional, Revista Cubana, Diario de la Marina, Islas, Cuba en la UNESCO, Revolución y Cultura, Unión, Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, Boletín del Instituto de Literatura y Lingüística, Signos, Revista Mexicana de Literatura, El Corno Emplumado, El Pájaro Cascabel, El Heraldo Cultural, Vida Universitaria, Siempre (México); Informaciones de las Artes y las Letras (España); Margen (Argentina); Imagen (Caracas); Europe, Les Lettres Nouvelles (Francia); Tri Quarterly (Estados Unidos); Ufiras (Hungría).

Desempeñó cargos importantes en diferentes esferas de la cultura cubana: director del Departamento de Literatura y Publicaciones del Consejo Nacional de Cultura, vicepresidente de la Unión de Escritores de Cuba en 1962, investigador y asesor del Instituto de Literatura y Lingüística de la Academia de Ciencias y, posteriormente, de la Casa de las Américas.

En ocasión de la primera centuria del gran visitador del Prado, se presentaron estas cinco piezas que alguien podría considerar menores; pero que lo serán solo en extensión. Difieren de aquellas ideas cronométricas que sobre el relato breve emitió, por ejemplo el uruguayo Horacio Quiroga. Parametrado al estilo del tempestuoso y nunca bien enaltecido autor de Anaconda, un cuento resulta una prueba difícil para José Lezama Lima; una prueba que él más bien se apresuraría a ridiculizar. Está visto que no lo atraen los argumentos sintéticos ni las historias excluyentes. Su poética es totalizadora, y cuando hay que hacer literatura, se hace en grande, parece decirnos. Aparecidas en un término de diez años, todas en revistas de la época, son mucho más que estilo, pues contienen de una u otra forma la mayoría de las interrogantes con las que Lezama lanzó su desafío a la literatura. Ironía, ese ilustre deleite en el verbo, hipótesis, fe. Pruébelas el lector y entrará en una dimensión de la imagen.

Preludio

Ante las más severas definiciones del cuento como género, los cuentos de José Lezama Lima (1910-1976) nos ponen a pensar. Solo que no lo hacen desde una posición desventajosa. Entrar a eso que la ortodoxia llama un cuento, es vislumbrar un espacio más o menos breve, guiados por un argumento notable, que se cumple en etapas consabidas. Lo apunto sin ánimo despectivo. Sin tiempo ni —tal vez— intención para delinear personajes, el cuento es por lo común una historia de un simbolismo concentrado, sumamente aleccionador y de una concisión que algunos consideran congruente con toda escala humana.

Las piezas recogidas en el presente volumen difieren de aquellas ideas cronométricas que sobre el relato breve emitió, por ejemplo, el uruguayo Horacio Quiroga (1878-1937). Parametrado al estilo del tempestuoso y nunca bien enaltecido autor deAnaconda, un cuento resulta una prueba difícil para Lezama; una prueba que él más bien se apresuraría a ridiculizar. Está visto que no lo atraen los argumentos sintéticos ni las historias excluyentes. Su poética es totalizadora, y cuando hay que hacer literatura, se hace en grande, parece decirnos. De hecho, aproxima altivamente los géneros, en sentencias de una plasticidad paradójica. Así, en entrevista con Armando Álvarez Bravo, apunta: «… el poema organizado como una resistencia frente al tiempo se convierte en un arca que fluye sobre las aguas con todos los secretos de la naturaleza. El arca llega a una isla desierta, allí se encuentra a un almirante náufrago que dialoga incesantemente con una gallina que tiene un ojo de vidrio. En fin, una novela». El poema que se le encara al tiempo se llena de hechos, podemos concluir, y solo entonces será posible la narración. Tal inferencia es congruente al menos con la lezamiana idea de la imagen como origen de todas las cosas, y vale igual para la novela, que para piezas de menos aliento.

La relación del autor de Muerte de Narciso con sus prosas breves resulta, además, contradictoria. No parece preocuparse demasiado en otorgarles el sello de cuento, y a veces, cuando lo hace, termina olvidándolo. De cualquier forma, los incluidos en este libro fueron redactados por él como textos independientes, mundos de alguna manera cerrados en sí mismos, aunque sus ramificaciones fuesen tan insistentes que pusiesen en vilo todo concepto de perímetro. Tienen alguna analogía con aquellas relaciones de carácter autónomo que el alemán Herman Hesse(1877-1962) colocó enEl juego de abalorios,y con las que el propio Lezama trenzó al final de Paradiso, entre otras cosas por su carácter fuertemente alegórico, por su despliegue rotundo a nivel espacial y por la manera en que sugieren que el individuo, sea quien sea, debe tributo a la Historia. Destaca en ellas, además, la forma en que se perfilan sus personajes, como tocados por un sino superior, por la vecindad de la muerte, aunque aquella no siempre tenga efecto. El lapso que va del inicio de la andadura de esos personajes hasta el instante en que la muerte dice su palabra, o bien se retira a dormitar, es de una concentración corrosiva.

Ahora que se verifica la primera centuria del Gran Visitador del Prado, es conveniente presentar estas cinco piezas quealguienpodría considerar menores. Lo serán solo en extensión. Aparecidas en un término de diez años en diferentes revistas, son mucho más que estilo, pues contienen de una u otra forma la mayoría de las interrogantes con las que José Lezama Lima lanzó su desafío a la literatura. Ironía, ese ilustre deleite en el verbo, hipótesis, fe. Pruébelas el lector y entrará en una dimensión de la imagen.

Rogelio Riverón

La Habana, primavera de 2010

Fugados

No era un aire desligado, no se nadaba en el aire. Nos olvidábamos del límite de su color, hasta parecer arena indivisible que la respiración trabajosamente dejaba pasar. Llovía, llovía más, y entre lluvia y lluvia lograba imponerse un aire mojado, que aislaba, que hacía que nos enredásemos en las columnas, o que mirásemos a los hombres iguales que pasaban a nuestro lado durante muchos días y en muchos cuerpos distintos. Hubo una pausa que fue aprovechada por Luis Keeler, para dirigirse a la escuela apresurando el paso, no obstante se detuvo para contemplar cómo el agua lentísima recorriendo las letras de un escudo que anunciaba una joyería, había recurvado hacia la última letra, pareciendo que allí se estancaba, adquiría después una tonalidad verde cansado, se replegaba, giraba asustada, sin querer bordear el contorno del escudo, donde tendría que esperar que la brisa se dirigiese —podía también coger otro rumbo— directamente al escudo, cuyas letras desmemoriadas surgían ya con esfuerzo, ante la nivelación impuesta por la brisa y por las lluvias, y por último la gota después de recorrer las murallas y los desiertos desdibujados del escudo saltaba desapareciendo.

Armando Sotomayor había aprovechado también la pausa colocada entre laslluvias, para dirigirse al colegio, que ofrecía un aspecto deslustrado, como si la voz de los profesores hubiera ido formando una costra húmeda que separaba la pared de las miradas. El recuerdo de lalluvia y del agua enfermiza que saltaba de las casas al suelo azafranado, donde se iba borrando, como si la suela de los zapatos limpiase las caras inverosímiles grabadas sobre el asfalto blanduzco. Era como si una idea se dirigiese recta a adivinar el objeto enfrentado, y al encontrar las paredes, verde, amarilloescamoso, del colegio, saltase al mar para borrarse a sí misma.

Luis y Armando se miraron. Armando observó que al mismo tiempo que ya empezaba a sentir la humedad del agua evaporándose de su chaqueta azul oscuro, con rayas blancas, desde lejos grises, vio cómo también asomaban con nuevos colores que se secaban lentamente, como después de pensarlo mucho, dejando en las paredes mareadas, patas de moscas, caras viejas, casi resquebrajadas. Armando ya no miraba las paredes húmedas, mareadas, como si lalluvia se hubiese entretenido en extender sobre las paredes piel estirada de gamo, soplando estrellas, trazando una esfumada cartografía sideral. Los ojos de Armando giraron lentamente, los dejó caer sobre Luis que llegaba. Sin saludarlo le dijo: No entremos, en el malecón las olas están furiosas, quiero verlas.

Luis, más joven, alegre por la primera palabra de Armando, lo saludó primero con alegríadisimulada, después rápidamente respondió: Vamos.

La humedad persistía, se notaba más que en los zapatoshúmedos, en el sudor de la carade Luis. La última gota se demoraba en el escudo de la joyería, hasta que al fin caía tan rápidamente que la absorción de la tierra daba un grito. Luis parecía fijarse en el peligro de la próxima lluvia, en la disculpa que daría en su casa si sus padres descubrían el improvisado paseo. Aunque cualquier pregunta de Armando fuese demasiado brusca, no se fijaba en la cara de él, como quien goza la presencia de un espejo empañado o se imagina muy espesa la atmósfera lunar o demora la papill