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Este primer tomo de la Poesía completa de José Lezama Lima contiene las obras de su primera etapa. En ellas Lezama construye su concepción de la poesía. La trayectoria poética de Lezama se inicia muy pronto, cuando apenas cuenta veintisiete años. En 1937 publicó un extenso poema, que había compuesto años atrás, y que lleva por título Muerte de Narciso. Muerte de Narciso, en su particular universo, expresa y contiene su propuesta estética. En él el autor dialoga con la herencia literaria que lo inspira en la búsqueda de nuevos horizontes de expresión. Lezama manifiesta a través de la imagen de Narciso la construcción de un linaje poético y de una expresión auténtica y propia. Este poema hace equivalencias entre la concepción estética de Góngora y la de Valéry, centrada en el lenguaje poético. Reivindica también la figura de Garcilaso De la Vega como emblema de la actitud del poeta y retoma la negación de la actitud narcisista, tal como lo hacen las fuentes clásicas del mito. Narciso, el joven enamorado de su imagen, el poeta, atraviesa el espejo para construir su propio ascenso, su propia concepción de la literatura. Después vendrán el resto los poemarios aquí reunidos: - Enemigo rumor (1941), - Aventuras sigilosas(1945), - y La fijeza (1949).El agua es uno de los elementos centrales en Enemigo rumor como lo es en Muerte de Narciso. Esto, llevado a un plano metafísico, se puede interpretar como un deseo posesivo de conocimiento poético. Sin embargo, éste es un deseo que nace frustrado, porque la poesía, como el agua, no se deja atrapar, se escapa en el instante en el que alcanza su mejor definición. En Aventuras sigilosas Lezama se mantiene dentro de las coordenadas de la realidad poética de sus obras anteriores. Sin embargo, en este libro se aprecian ya los primeros signos del sistema poético lezamiano. El texto tiene una especie de introducción, titulada «El Puerto», en la que se plasman los elementos centrales que después serán poetizados: - la madre, - la esposa, - el hijo - y las mujeres.La fijeza es un paso más allá en el camino que recorre Lezama. Avanza en su intento de hacer de la poesía un sistema que nos revele un mundo nuevo, cuya causalidad es la de las conexiones poéticas. Queremos terminar comentando que no hemos querido prologar nuestras ediciones de Lezama Lima. Creemos que la obra de un autor como el nuestro no obedece a una perspectiva única. En todo caso publicaremos una bibliografía sugiriendo a los lectores los mejores ensayos de interpretación que sobre Lezama se han escrito. La Poesía completa de José Lezama Lima deberá acompañarse algún día con una biografía de Lezama, libro necesario y actualmente inexistente.
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Seitenzahl: 201
Veröffentlichungsjahr: 2022
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José Lezama Lima
Poesía completa Tomo I
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: Poesía completa.
© 2024, Red ediciones S.L.
Diseño cubierta: Michel Mallard
ISBN rústica ilustrada: 978-84-1126-762-5.
ISBN tapa dura: 978-84-1126-761-8.
ISBN rústica: 978-84-1126-760-1.
ISBN ebook: 978-84-1126-759-5.
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Créditos 4
Brevísima presentación 15
La vida 15
MUERTE DE NARCISO 17
Muerte de Narciso 19
ENEMIGO RUMOR 25
I. Filosofía del clavel 27
Ah, que tú escapes 29
Rueda el cielo 31
Son diurno 33
Una oscura pradera me convida 35
Avanzan 37
Discurso para despertar a las hilanderas 39
Se te escapa entre alondras 41
No hay que pasar 43
I 43
II 43
Madrigal 45
Figuras del sueño 47
I 47
II 47
III 48
IV 49
V 50
VI 50
VII 51
Como un barco 53
Puedo mirar 55
Queda de ceniza 57
I 57
II 58
III 58
IV 60
II. Sonetos infieles 61
Sonetos a la virgen 63
I 63
II 63
III 64
IV 65
Ordenanza del marqués de Acapulco 67
Comienzo del humo 69
Primera luz 71
Su sueño toca 73
Melodía 75
Vuelta del aire 77
No ya el otoño 79
Espuelas 81
Fácil sueño 83
Llovida 85
Breve sueño 87
Pez nocturno 89
Ahora que estoy 91
Cifra de muerte 93
Último deseo 95
A santa Teresa sacando unos idolillos 97
Invisible rumor 99
I 99
II 99
III 100
IV 101
V 101
VI 102
III. Único rumor 103
Fiesta callada 105
I 105
II 105
III 107
Cuerpo, caballos 109
I 109
II 111
Aislada ópera 115
Doble desliz, sediento 119
San Juan de Patmos ante la puerta latina 123
Suma de secretos 127
Noche insular: jardines invisibles 131
Un puente, un gran puente 139
AVENTURAS SIGILOSAS 143
El puerto 145
Llamado del deseoso 147
La esposa en la balanza 149
Encuentro con el falso 151
El fuego por la aldea 153
I 153
II 155
Tapiz del ciego 157
I 157
II 158
Diálogo en una giba 161
Culebrinas 165
El retrato ovalado 167
Tedio del segundo día 171
El guardián inicia el combate circular 173
LA FIJEZA 179
I 181
Los ojos del río tinto 183
I 183
II 183
III 184
IV 185
V 186
VI 187
VII 188
VIII 189
IX 190
X 190
Variaciones del árbol 193
I 193
II 193
III 194
IV 195
Siesta de trojes 197
I 197
II 197
III 198
Poema 201
I 201
II 201
A la frialdad 203
I 203
II 203
III 204
IV 205
V 205
VI 206
VII 206
VIII 207
Pensamientos en La Habana 209
Ronda sin fanal 217
I 217
II 217
III 218
IV 219
V 219
VI 220
VII 220
Rapsodia para el mulo 223
Sacra 229
Sonetos a Muchkine 235
I 235
II 235
III 236
IV 237
V 238
VI 238
II 241
Noche dichosa 243
Censuras fabulosas 245
La sustancia adherente 247
Pífanos, epifanía, cabritos 249
Peso del sabor 251
Muerte del tiempo 253
Procesión 255
Tangencias 257
Éxtasis de la sustancia destruida 259
Resistencia 261
III 263
Desencuentros 265
I 265
II 265
III 266
IV 267
V 268
VI 268
VII 269
VIII 269
IX 270
X 270
XI 271
XII 272
Resguardo, alejo 273
Corta la madre del vinagre 275
El encuentro 277
Cuento del tonel 281
Invocación para desorejarse 283
Aclaración total 285
El cubrefuego 289
El arco invisible de Viñales 291
Danza de la jerigonza 297
José Lezama Lima (La Habana, 19 de diciembre de 1910-9 de agosto de 1976). Cuba.
Nació el 19 de diciembre de 1910 en el campamento militar de Columbia, en La Habana, hijo de José María Lezama, coronel de artillería, y de Rosa Lima. En 1920, Lezama entró en el colegio Mimó, donde terminó sus estudios primarios en 1921. Hizo sus estudios de segunda enseñanza en el Instituto de La Habana, y se graduó como bachiller en ciencias y letras en 1928. Un año más tarde estudió Derecho en la Universidad de La Habana.
Lezama participó el 30 de septiembre de 1930 en los movimientos estudiantiles contra la dictadura de Gerardo Machado. Y publicó por entonces el ensayo Tiempo negado, en la revista Grafos, en la que al año siguiente se publica su primer poema titulado Poesía. Hacia 1937 fundó la revista Verbum y publicó su libro Muerte de Narciso. En los años siguientes fundó otras tres revistas: Nadie parecía, Espuela de Plata y Orígenes, junto a José Rodríguez Feo.
En 1964 Lezama se casó con su secretaria María Luisa Bautista. En 1965 ocupó el cargo de investigador y asesor del Instituto de literatura y lingüística de la Academia de Ciencias. En esa época fue publicada su Antología de la poesía cubana.
Su novela Paradiso apareció en 1966, fue considerada una de las obras maestras de la narrativa del siglo XX y calificada por las autoridades cubanas de «pornográfica».
Profundo conocedor de Platón, los poetas órficos, los gnósticos, Luis de Góngora y las literaturas culteranas y herméticas, Lezama vivió entregado a la escritura. Murió el 9 de agosto de 1976 a consecuencia de las complicaciones del asma que padecía desde niño.
Dánae teje el tiempo dorado por el Nilo,
envolviendo los labios que pasaban
entre labios y vuelos desligados.
La mano o el labio o el pájaro nevaban.
Era el círculo en nieve que se abría.
Mano era sin sangre la seda que borraba
la perfección que muere de rodillas
y en su celo se esconde y se divierte.
Vertical desde el mármol no miraba
la frente que se abría en loto húmedo.
En chillido sin fin se abría la floresta
al airado redoble en flecha y muerte.
¿No se apresura tal vez su fría mirada
sobre la garza real y el frío tan débil
del poniente, grito que ayuda la fuga
del dormir, llama fría y lengua alfilereada?
Rostro absoluto, firmeza mentida del espejo.
El espejo se olvida del sonido y de la noche
y su puerta al cambiante pontífice entreabre.
Máscara y río, grifo de los sueños.
Frío muerto y cabellera desterrada del aire
que la crea, del aire que le miente son
de vida arrastrada a la nube y a la abierta
boca negada en sangre que se mueve.
Ascendiendo en el pecho solo blanda,
olvidada por un aliento que olvida y desentraña.
Olvidado papel, fresco agujero al corazón
saltante se apresura y la sonrisa al caracol.
La mano que por el aire líneas impulsaba,
seca, sonrisas caminando por la nieve.
Ahora llevaba el oído al caracol, el caracol
enterrando firme oído en la seda del estanque.
Granizados toronjiles y ríos de velamen congelados,
aguardan la señal de una mustia hoja de oro,
alzada en espiral, sobre el otoño de aguas tan hirvientes.
Dócil rubí queda suspirando en su fuga ya ascendiendo.
Ya el otoño recorre las islas no cuidadas, guarnecidas
islas y aislada paloma muda entre dos hojas enterradas.
El río en la suma de sus ojos anunciaba
lo que pesa la Luna en sus espaldas y el aliento que en halo convertía.
Antorchas como peces, flaco garzón trabaja noche y cielo,
arco y cestillo y sierpes encendidos, carámbano y lebrel.
Pluma morada, no mojada, pez mirándome, sepulcro.
Ecuestres faisanes ya no advierten mano sin eco, pulso desdoblado:
los dedos en inmóvil calendario y el hastío en su trono cejijunto.
Lenta se forma ola en la marmórea cavidad que mira
por espaldas que nunca me preguntan, en veneno
que nunca se pervierte y en su escudo ni potros ni faisanes.
Como se derrama la ausencia en la flecha que se aísla
y como la fresa respira hilando su cristal,
así el otoño en que su labio muere, así el granizo
en blando espejo destroza la mirada que le ciñe,
que le miente la pluma por los labios, laberinto y halago
le recorre junto a la fuente que humedece el sueño.
La ausencia, el espejo ya en el cabello que en la playa
extiende y al aislado cabello pregunta y se divierte.
Fronda leve vierte la ascensión que asume.
¿No es la curva corintia traición de confitados mirabeles,
que el espejo reúne o navega, ciego desterrado?
¿Ya se siente temblar el pájaro en mano terrenal?
Ya solo cae el pájaro, la mano que la cárcel mueve,
los dioses hundidos entre la piedra, el carbunclo y la doncella.
Si la ausencia pregunta con la nieve desmayada,
forma en la pluma, no círculos que la pulpa abandona sumergida.
Triste recorre —curva ceñida en ceniciento airón—
el espacio que manos desalojan, timbre ausente
y avivado azafrán, tiernos redobles sus extremos.
Convocados se agitan los durmientes, fruncen las olas
batiendo en torno de ajedrez dormido, su insepulta tiara.
Su insepulta madera blanda el frío pico del hirviente cisne.
Reluce muelle: falsos diamantes; pluma cambiante: terso atlas.
Verdes chillidos: juegan las olas, blanda muerte el relámpago en sus venas.
Ahogadas cintas mudo el labio las ofrece.
Orientales cestillos cuelan agua de Luna.
Los más dormidos son los que más se apresuran,
se entierran, pluma en el grito, silbo enmascarado, entre frentes y garfios. Estirado mármol como un río que recurva o aprisiona
los labios destrozados, pero los ciegos no oscilan.
Espirales de heroicos tenores caen en el pecho de una paloma
y allí se agitan hasta relucir como flechas en su abrigo de noche.
Una flecha destaca, una espalda se ausenta.
Relámpago es violeta si alfiler en la nieve y terco rostro.
Tierra húmeda ascendiendo hasta el rostro, flecha cerrada.
Polvos de Luna y húmeda tierra, el perfil desgajado en la nube que es espejo. Frescas las valvas de la noche y límite airado de las conchas
en su cárcel sin sed se destacan los brazos,
no preguntan corales en estrías de abejas y en secretos
confusos despiertan recordando curvos brazos y engaste de la frente.
Desde ayer las preguntas se divierten o se cierran
al impulso de frutos polvorosos o de islas donde acampan
los tesoros que la rabia esparce, adula o reconviene.
Los donceles trabajan en las nueces y el surtidor de frente a su sonido
en la llama fabrica sus raíces y su mansión de gritos soterrados.
Si se aleja, recta abeja, el espejo destroza el río mudo.
Si se hunde, media sirena al fuego, las hilachas que surcan el invierno
tejen blanco cuerpo en preguntas de estatua polvorienta.
Cuerpo del sonido el enjambre que mudos pinos claman,
despertando el oleaje en lisas llamaradas y vuelos sosegados,
guiados por la paloma que sin ojos chifla,
que sin clavel la frente espejo es de ondas, no recuerdos.
Van reuniendo en ojos, hilando en el clavel no siempre ardido
el abismo de nieve alquitarada o gimiendo en el cielo apuntalado.
Los corceles si nieve o si cobre guiados por miradas la súplica
destilan o más firmes recurvan a la mudez primera ya sin cielo.
La nieve que en los sistros no penetra, arguye
en hojas, recta destroza vidrio en el oído,
nidos blancos, en su centro ya encienden tibios los corales,
huidos los donceles en sus ciervos de hastío, en sus bosques rosados.
Convierten si coral y doncel rizo las voces, nieve los caminos,
donde el cuerpo sonoro se mece con los pinos, delgado cabecea.
Más esforzado pino, ya columna de humo tan agudo
que canario es su aguja y surtidor en viento desrizado.
Narciso, Narciso. Las astas del ciervo asesinado
son peces, son llamas, son flautas, son dedos mordisqueados.
Narciso, Narciso. Los cabellos guiando florentinos reptan perfiles,
labios sus rutas, llamas tristes las olas mordiendo sus caderas.
Pez del frío verde el aire en el espejo sin estrías, racimo de palomas
ocultas en la garganta muerta: hija de la flecha y de los cisnes.
Garza divaga, concha en la ola, nube en el desgaire,
espuma colgaba de los ojos, gota marmórea y dulce plinto no ofreciendo.
Chillidos frutados en la nieve, el secreto en geranio convertido.
La blancura seda es ascendiendo en labio derramada,
abre un olvido en las islas, espadas y pestañas vienen
a entregar el sueño, a rendir espejo en litoral de tierra y roca impura.
Húmedos labios no en la concha que busca recto hilo,
esclavos del perfil y del velamen secos el aire muerden
al tornasol que cambia su sonido en rubio tornasol de cal salada,
busca en lo rubio espejo de la muerte, concha del sonido.
Si atraviesa el espejo hierven las aguas que agitan el oído.
Si se sienta en su borde o en su frente el centurión pulsa en su costado.
Si declama penetra en la mirada y se fruncen las letras en el sueño.
Ola de aire envuelve secreto albino, piel arponeada,
que coloreado espejo sombra es del recuerdo y minuto del silencio.
Ya traspasa blancura recto sinfín en llamas secas y hojas lloviznadas.
Chorro de abejas increadas muerden la estela, pídenle el costado.
Así el espejo averiguó callado, así Narciso en pleamar fugó sin alas.
Ah, que tú escapes en el instante
en el que ya habías alcanzado tu definición mejor.
Ah, mi amiga, que tú no quieras creer
las preguntas de esa estrella recién cortada,
que va mojando sus puntas en otra estrella enemiga.
Ah, si pudiera ser cierto que a la hora del baño,
cuando en una misma agua discursiva
se bañan el inmóvil paisaje y los animales más finos:
antílopes, serpientes de pasos breves, de pasos evaporados,
parecen entre sueños, sin ansias levantar
los más extensos cabellos y el agua más recordada.
Ah, mi amiga, si en el puro mármol de los adioses
hubieras dejado la estatua que nos podía acompañar,
pues el viento, el viento gracioso,
se extiende como un gato para dejarse definir.
Rueda el cielo —que no concuerde
su intento y el grácil tiempo—
a recorrer la posesión del clavel
sobre la nuca más fría
de ese alto imperio de siglos.
Rueda el cielo —el aliento le corona
de agua mansa en palacios
silenciosos sobre el río—
a decir su imagen clara.
Su imagen clara.
Va el cielo a presumir
—los mastines desvelados contra el viento—
de un aroma aconsejado.
Rueda el cielo
sobre ese aroma agolpado
en las ventanas,
como una oscura potencia
desviada a nuevas tierras.
Rueda el cielo
sobre la extraña flor de este cielo,
de esta flor,
única cárcel:
corona sin ruido.
Ahora que ya tu calidad es ardiente y dura,
como el órgano que se rodea de un fuego
húmedo y redondo hasta el amanecer
y hasta un ancho volumen de fuego respetado.
Ahora que tu voz no es la importuna caricia
que presume o desordena la fijeza de un estío
reclinado en la hoja breve y difícil
o en un sueño que la memoria feliz
combaba exactamente en sus recuerdos,
en sus últimas playas desoídas.
¿Dónde está lo que tu mano prevenía
y tu respiración aconsejaba?
Huida en sus desdenes calcinados
son ya otra concha,
otra palabra de difícil sombra.
Una oscuridad suave pervierte
aquella Luna prolongada en sesgo
de la gaviota y de la línea errante.
Ya en tus oídos y en sus golpes duros
golpea de nuevo una larga playa
que va a sus recuerdos y a la feliz
cita de Apolo y la memoria mustia.
Una memoria que enconaba el fuego
y respetaba el festón de las hojas al nombrarlas
el discurso del fuego acariciado.
Una oscura pradera me convida,
sus manteles estables y ceñidos,
giran en mí, en mi balcón se aduermen.
Dominan su extensión, su indefinida
cúpula de alabastro se recrea.
Sobre las aguas del espejo,
breve la voz en mitad de cien caminos,
mi memoria prepara su sorpresa:
gamo en el cielo, rocío, llamarada.
Sin sentir que me llaman
penetro en la pradera despacioso,
ufano en nuevo laberinto derretido.
Allí se ven, ilustres restos,
cien cabezas, cornetas, mil funciones
abren su cielo, su girasol callando.
Extraña la sorpresa en este cielo,
donde sin querer vuelven pisadas
y suenan las voces en su centro henchido.
Una oscura pradera va pasando.
Entre los dos, viento o fino papel,
el viento, herido viento de esta muerte
mágica, una y despedida.
Un pájaro y otro ya no tiemblan.
Avanzan sin preguntar,
auxilios, campanillas,
sin farol, sin espuelas.
Intratable secreto,
ganancias declamadas.
Redondear, desaparecer,
breve tacto sin fin,
mano de límites previos,
peligros que la mirada
—argumentos— no puede curvar,
distanciar, desaparecer.
Respiro la niebla
de deshojar fantasmas;
con humo me pinto.
Como estrella sin firma
sobrenadan mis manos.
Sueño abejas reidoras
y lunas destrenzadas
y el abandono
encogido, disperso
de secretos sobresaltos, nieves declamadas.
Cuando advierte,
leve agitación, fronda inclinada,
va muriendo, color que si pregunta
en la sonrisa no puede ya ni respirar
horas grabadas en el aire dormitando
en los relieves, en la oquedad
del agua ascendiendo hasta los labios,
hasta las manos entibiando la oquedad
desnuda entre los sistros, entre las cítaras
frunciendo el aire aprisionado en las sandalias
que el gong devuelve redondo en amatista,
en la crujiente piel de la frente extendida
en pecho y raíz multiplicado por un cero níveo,
extendida en fría mano si en el gong advierte.
Allí despierta, peina o recorre —convulsa se adormece,
suave de torres— verde cabellera, silla de marfil.
Hondero normando mide la altura de las mareas,
de las mareas que por el brazo suben,
de la pirámide que las aguas mueve.
Oro peinado, peine mojado en aguamar
de risa en las salinas, en el no oído
nardo despierto en cabeceo arenoso
y testa truncada en flor de la marea.
Oh tú de torres, oh tú en la impedida nube alambrada
para moler insectos redorados o sueños giradores
que ya la flecha narra, que ya el corcel entrega,
que ya la sed en ríos notariales ciñe en el luto
árbol de marea y pirámides revueltas en vano
engendro de rosa y cordel o corcelete del corcel
a la nube que le pule reñida ofrenda y pliegues salineros.
Oh, ¿usted cree que la nieve, delgada escama, lámina o sonido,
cuela en sus bolsillos, mata como arena y dedo gordo?
Oh sí, yo creo, le diré la hora, la nieve no me importa
ni el sueño divisor de cuantos peces perecieron juntos.
Oh sí de torres, torre y marea que ya la noche exprime.
Torre entre lunas, ósea ofrenda y caramillos de cartílagos
lechosos en caracol destrenzan y martilladas islas afianzan.
Nariz malaya, trampa sin caracol y moaré de pájaros mojados
nieves escrutan en letras señaladas y querella avisada ya sin labios,
Mudo aire y papel que las embriaga toca en los labios, se irisa en las guitarras,
busca el nivel de las palabras que nacieron juntas
o el oído en vaivén de la marea en la madera que arañando escucha,
del caracol, de la guitarra, verde ladrido, multitud sangrienta.
Escalinata es la sal, hacia la Luna no pregunta, no despierta,
y el jacinto enterrado y el sollozo del pájaro leves vienen
hilo tras hilo hasta el cartílago de las más fría anémona
que toca y devuelve la testa truncada en flor de la marea.
Se te escapa entre alondras el ruido de sienes
para el agua desoída en las primeras horas
que existen o no existen pero siempre aletean
buscando la compuerta de un ruido virado
por el exceso de trabajo, por la risa.
Que existen o no existen
si tú fueras el primero
a cazar en la nieve
los insectos sin ojos
que ruedan por la nieve.
Oh, que tú seas el fin que entorna los balcones
que despiertan sin nunca despertar
en la hora prestada al baño de los ciervos.
Que lo que aprisiones sea más que el ruido
del brazo donde todo es un mar afinado
para el solo momento de alcanzar el relente.
Oh, que tus labios asciendan en la respiración de los balcones
que aceptan la prisa del humo deletreado
y tus miradas se estilen en la orilla de los ríos
reemplazando a los suicidas.
Y su suerte se ha quedado
bajo los párpados pobres
como un pellizco en la rosa
del aliento de los dedos
y se reconoce y se pierde
en los insectos sin ojos
que ruedan por la nieve.
No hay que pasar puentes de conchas de desprecios
de recomenzar la búsqueda de las vihuelas crecidas
o por más señas un brazo redoblante a castillo cerrado
a traspiés de araña que presagiaban los lotos
voy atravesando festones descolgados escamas destrenzadas
mandando en las planicies bajo arco de boca moribunda
y boquiabiertos presagios que mueven la corteza a desmayo
el agua a fresa nivelada y el latido a salto alto
por ahora silenciosos quilates del timbre y embates despertados
entre crisis de plateados placeres que chilla la pecera
y las escamas y la más aislada hebra que asciende
hasta confinar con la concha que ve sonar lo rubio
a impulsos de los ojos tirados contra la pared cariciosa
a rendijas de otoño por ahora no te creo crecida
ni olvidada intrusa rubí decaído en hilo por escamas furiosas.
Mi mano de mármol gris mis olvidos o mi sola alma
la navegación a medianoche hasta abrirse las tijeras
y destruirse la rosa para dar cinco campanadas
destruirse la rosa al pulsar el pájaro sin destruirse
ni hundirse si resbalan violines o perros al septentrión
o lo que ya cae en agua desluce su amargura
y la medialuna se entierra y el balcón escampa por primera vez
dime olvídame o deja de inclinar la torre y su sonrisa
y su plumón irisado acompasa el destilar del túmulo
por última vez el vidrio espolvorea las herraduras no las rosas
no las sortijas voladoras cuando el mármol descorre
cuando el mármol detiene una mirada fatal
o el inmoderado moribundo en azul rubio oscuro
destruye el mármol o la mujer viajera colorea
sus estanques que se reafirme porque la torre muere y chorrea
o que franjas de mármol de cuchillo y mi alma mojada.
¿No sabes que las puertas abiertas voltean los perros lanudos mirando al septentrión?
El tallo de una rosa se ha encolerizado con las avispas
que impedían que su cintura fuese y viniese con las mareas
cuando estaba tan tranquila en las graderías de un templo
y un marinero llamado por la palabra marea
se ha unido a los clamores de alfileres sin sueño
y le ha dado un fuerte pellizco al tallo de una rosa
lo que no merecía lo que no alcanzaba en su sonrisa
en su cítara en su respiración tornasolada
la cólera de un marinero
mil manos que se alzaban en el remedo de un beso
en esta pirámide de besos
para que en lo alto más despacio más pañuelo más señorita
una rosa una rosa
que no puede aislar ni unas cuantas avispas encolerizadas
que la han vencido que se le han pegado tenazmente a los flancos
y ya son ramita entre dos recuerdos.
Desconchamiento de lunas que no vienen
sus escamas de otoño
pero el niño que se ha quedado detenido frente a los encantamientos
de un caballo blanco
se apresura en su dulce memoria de lunares
a evocar sus regalos para ingresar en la nieve
entre dos recuerdos de aire pulsado entre dos conchas
que recorren un hilo de sienes de sien a sien
como entre dos recuerdos
un dedo besado atormentado desnudado
una muchedumbre de Perseos enlunados
que esperan a los más crecidos cazadores de medianoche
porque ha llegado el día que no se alcanza con media docena de cítaras
redondas espinas siempre festón de nieve enhebrado
que se adelantan con la crecida del aire
de dos conchas entre dos recuerdos
entrecortados silbidos en las graderías de un templo
hasta el instante en que es la sangre de hoy
hojas del recuerdo en las ventanas de las joyerías
ojos que miran cómodamente la avispa mordiendo el tallo de una rosa
para negártelo en el aire guante fronda lenta flauta
la misma rosa que ha inclinado su frente para recoger tu pañuelo
y esconderlo hasta que pasen los cazadores de medianoche.
Quede tu brazo alzado,
lo reconoceré pendiente
más deprisa en su sueño.
Refugio de uvas, de alondras
en sus grutas, en los ríos
de generosa vida prolongada.
Adivino en las venas
un tumulto que mira y se fija
en el primer chillido,
en manzana ingenua
que la siesta desviste.
¿Comprendes la mano alzada
—flor de hilo y de venas
la propia pertenencia real—
y el diapasón sin eco?
El sueño sobre mi carne
asegura su isla leve.
Lo que se abre por dentro,
el almendro, la cal eterna,
domesticado revuela,
paloma que se va
al fuego o al nido pasajero
caído de sus alas.
Todo lo que se deja caer,
mirada al pasar
y el sueño al decaer.
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