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En 1949 el escritor cubano Jorge Mañach agradeció a José Lezama Lima en una carta pública el regalo de un ejemplar de su libro de poemas La fijeza, editado en «esas bellas ediciones de la revista Orígenes, que usted viene dirigiendo desde hace algunos años con heroísmo y prestigio sumos». Por entonces ya Lezama era una figura en el panorama literario cubano y reivindicaba su parcela en él, con sus particularidades inherentes. Había madurado también su sistema poético, que, en La fijeza alcanza un esplendor que luego quedará reforzado en sus ensayos. El título evoca el barroco de Góngora. La fijeza es «el tiempo que resisten los objetos ante la luz», dice Lezama en referencia al concepto gongorino. En La fijeza debate la posibilidad, anhelada por Lezama, de un creación verbal, en cuyo acto quede abolida la causalidad. El poeta no se conforma con la contemplación de la realidad aparente, lo que el autor quiere reflejar es «el eterno reverso enigmático de la cosas». Poemas como: - Rapsodia para el mulo - Muerte del tiempo - Procesión - Tangencias - Éxtasis de la sustancia destruida - ResistenciaSon un paso más allá en el camino que recorre Lezama. Aquí el autor avanza en su intento de hacer de la poesía un sistema que nos revele un mundo nuevo, cuya causalidad es la de las conexiones poéticas. Asimismo, entre otros poemas más herméticos, estos destacan por la cadencia con que la voz del poeta nos lleva a su mundo.
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Seitenzahl: 101
Veröffentlichungsjahr: 2022
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José Lezama Lima
La fijeza
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: La fijeza.
© 2024, Red ediciones S.L.
Diseño cubierta: Michel Mallard
ISBN rústica ilustrada: 978-84-9953-641-5.
ISBN tapa dura: 978-84-1126-658-1.
ISBN ebook: 978-84-9007-207-3.
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Créditos 4
Brevísima presentación 11
La vida 11
La fijeza 12
La fijeza 13
I 15
Los ojos del río tinto 17
I 17
II 17
III 18
IV 19
V 20
VI 21
VII 22
VIII 23
IX 24
X 24
Variaciones del árbol 27
I 27
II 27
III 28
IV 29
Siesta de trojes 31
I 31
II 31
III 32
Poema 35
I 35
II 35
A la frialdad 37
I 37
II 37
III 38
IV 39
V 39
VI 40
VII 40
VIII 41
Pensamientos en La Habana 43
Ronda sin fanal 51
I 51
II 51
III 52
IV 53
V 53
VI 54
VII 54
Rapsodia para el mulo 57
Sacra 63
Sonetos a Muchkine 69
I 69
II 69
III 70
IV 71
V 72
VI 72
II 75
Noche dichosa 77
Censuras fabulosas 79
La sustancia adherente 81
Pífanos, epifanía, cabritos 83
Peso del sabor 85
Muerte del tiempo 87
Procesión 89
Tangencias 91
Éxtasis de la sustancia destruida 93
Resistencia 95
III 97
Desencuentros 99
I 99
II 99
III 100
IV 101
V 102
VI 102
VII 103
VIII 103
IX 104
X 104
XI 105
XII 106
Resguardo, alejo 107
Corta la madre del vinagre 109
El encuentro 111
Cuento del tonel 115
Invocación para desorejarse 117
Aclaración total 119
El cubrefuego 123
El arco invisible de Viñales 125
Danza de la jerigonza 131
José Lezama Lima (La Habana, 19 de diciembre de 1910-9 de agosto de 1976). Cuba.
Nació el 19 de diciembre de 1910 en el campamento militar de Columbia, en La Habana, hijo de José María Lezama, coronel de artillería, y de Rosa Lima. En 1920, Lezama entró en el colegio Mimó, donde terminó sus estudios primarios en 1921. Hizo sus estudios de segunda enseñanza en el Instituto de La Habana, y se graduó como bachiller en ciencias y letras en 1928. Un año más tarde estudió Derecho en la Universidad de La Habana.
Lezama participó el 30 de septiembre de 1930 en los movimientos estudiantiles contra la dictadura de Gerardo Machado. Y publicó por entonces el ensayo Tiempo negado, en la revista Grafos, en la que al año siguiente se publica su primer poema titulado Poesía. Hacia 1937 fundó la revista Verbum y publicó su libro Muerte de Narciso. En los años siguientes fundó otras tres revistas: Nadie parecía, Espuela de Plata y Orígenes, junto a José Rodríguez Feo.
En 1964 Lezama se casó con su secretaria María Luisa Bautista. En 1965 ocupó el cargo de investigador y asesor del Instituto de literatura y lingüística de la Academia de Ciencias. En esa época fue publicada su Antología de la poesía cubana.
Su novela Paradiso apareció en 1966, fue considerada una de las obras maestras de la narrativa del siglo XX y calificada por las autoridades cubanas de «pornográfica».
Profundo conocedor de Platón, los poetas órficos, los gnósticos, Luis de Góngora y las literaturas culteranas y herméticas, Lezama vivió entregado a la escritura. Murió el 9 de agosto de 1976 a consecuencia de las complicaciones del asma que padecía desde niño.
En 1949 el escritor cubano Jorge Mañach agradeció a José Lezama Lima en una carta pública el regalo de un ejemplar de su libro de poemas La fijeza, editado en «esas bellas ediciones de la revista Orígenes, que usted viene dirigiendo desde hace algunos años con heroísmo y prestigio sumos». Por entonces ya Lezama era una figura en el panorama literario cubano y reivindicaba su parcela en él, con sus particularidades inherentes. Había madurado también su sistema poético, que, en La fijeza alcanza un esplendor que luego quedará reforzado en sus ensayos.
La fijeza debate la posibilidad, anhelada por Lezama, de una creación verbal, en cuyo acto quede abolida la causalidad. Poemas como:
Rapsodia para el mulo
Muerte del tiempo
Procesión
Tangencias
Éxtasis de la sustancia destruida
Resistencia
Son un paso más allá en el camino que recorre Lezama. Aquí el autor avanza en su intento de hacer de la poesía un sistema que nos revele un mundo nuevo, cuya causalidad es la de las conexiones poéticas.
(Coro)
Son ellos, si fusilan
la sombra los envuelve.
Doble caduceo trituran,
pelota los devuelven.
Toscos, secos, inclinan
la risa que los pierde,
o al borde de la verde
ira taconan jocundos.
Gimen si manotean;
callan, taladran el oído
añicos o pestañeos.
Movidos al estampido
crótalos inician leves
los arqueros aqueos.
(Égloga)
La nube los destroza
y la mosca gobierna
el ritmo que se goza
en una sola pierna.
El tapiz no acaba
en la flauta siete ojos,
ojos que sonaban
teclas de la araña.
El tapiz no cierra
ojo de la huraña
fiesta que excusa
si el pañuelo baña
en sangre de guerra
pastores de Siracusa.
Una ráfaga muerde mis labios
picoteados por puntos salobres
que obstinados hacían nido en mi boca.
Una ráfaga de hiel cae sobre el mar,
más corpulenta que mi angustia de hilaza mortal,
como gotas que fuesen pájaros
y pájaros que fuesen gotas sobre el mar.
Lluvia sombría sobre el mar destruido
que mi costado devuelve finamente hacia el mar.
Mis dedos, mis cabellos, mi frente
luchan con mi costado, mi espalda
y mi pecho.
En esos días irreconciliables,
fríamente el ojo discute con la mirada
y la combinatoria lunar no adelanta en mis huesos.
Estoy en la torre que quería estar:
un tegumento que puede unir cabellos,
una sonrisa que traiciona la línea del mar.
La cantidad innumerable de dioses secuestrados,
el hierro torcido e hirviendo de las entrañas
del mar han huido sin un gemido acaso.
Mi indolencia peinaba la frente del mar
y originaba la muerte
en aquellos seres fieles, veloces e inocentes.
Desvían sus escamas inalterados ojos
en la iluminada casa de los árboles,
los días que la lluvia entretenida
divide en escamosos silbos desvelados
y en tenores de chalecos verdes.
Las aguas disparadas a los árboles,
inteligente flauta gota a gota,
suenan y aparecen toscas manos
en la rencorosa copa de los árboles.
La lluvia nocturna sueña curvos alfileres persas
en las escamas de chalecos fríos.
Las grandes hojas pesarosas
con la lluvia disfrazan
la ridícula anchura de sus frentes.
La jauría orquestal
va alimentando todo final de fruto:
la forma inalterada de la poma;
su sabor, ancho punto en lengua leve.
Lluvia sobre lluvia en los rieles,
se despiden a las fábricas
donde el hombre tornea inalcanzable.
De noche, las surcadas fábricas lluviosas
tienen las heridas formas más perversas.
La corrupción del fruto adormecido
adelanta una sierpe brazalete.
Nítida y sin minervas escamosas
la flauta que suspira golondrinas.
En el retorno de las cintas
su prolongación que ya no toca,
dejando un interregno de aguas
y donde a la cinta sigue la serpiente.
Siempre la sombra vuelve por el perro
y al tropezar desnuda en la corteza
un humo frío desprenden las raíces.
Las inertes tierras intocables
su prolongada nueva reconocen,
brotan de esa espera suspendida
de la raíz hasta el halcón cegato.
Si la medusa es cortada por la playa,
el reflejo del nácar que divide
la cuchilla que vuelve para hundir
la gota de cera en los sentidos.
Si la medusa es empuñada
por la mano que trisca y la va alzando,
una testa inclinada no sonríe
y cae como cuerpo brusco sin asombro
en la roca mantelada por helechos.
Si muerta la medusa al navegar,
fétida sombra la madera hundida,
desea que el tiempo no le sirva
el ave en la corriente muerta sin listones.
Y así se pierden las últimas murientes azoteas
y los débiles palacios no imantados
cantan y pierden incesantes
la remota Cambaya.
La remota clámide ramas pierde,
ópalo, cuarzo, hielo
de remoto bóreas desprendido.
Un anillo más de mi prisión.
Una varilla de hincapié sin término.
Resquebrajada salamandra muda
su cuadrante de nieblas dulcifica,
oyendo al grillo su dormir se dora.
Esta canción no me destroza el sueño.
Blanda la piedra no acostará mi rostro.
La higuera que camina hacia la roca
si estática su historia sucediese,
llevaríanle los saurios armaduras
y no se haría su muerte en el deshielo.
El fuego al carillón es la locura,
pintarrajeada mansa blanda fluye.
El agua hinchando bestia muda
desraíza el chorro columnata
que construye la bestia cuando rapta
el cuerpo del palacio hasta el umbral:
allí las aguas extienden por el órgano,
donde el hastío en vela de los ángeles
dentro las tubas mueven el oleaje.
No he de salvar ni las tenazas frías
que dejan el carbón sobre los ojos,
si el caracol al recorrer el ojo
riega la última estela desolada
por donde aclama el mar el lilibeo.
El creciente no pesa más porque los hombres asciendan.
El caballero recurva sumándose al guijarro,
en su bota se ahonda el agua
de los escapados por el río hasta la existencia sumergida
y en su bota ahora vive la longura de un petrel azul.
¿Mira él su fijeza, lo hace con gracia? ¿Se burla?
Grande como el brazo que no gira, inmóvil
como la columna astilladora de la noche carnosa.
Los cordones vueltos en su bullicioso tren de ceniza
recorren la opulencia toril de la humedad de la bota,
pero aún allí, en esas escalas de la ceniza, las hortensias
alfileran, mecen el gracejo del río de la ceniza.
Las lapas, la más pequeña Emys rugosa, el polvillo de la marga,
no sueltan su despertar al borde del río gomoso,
sino la flor que prescinde de la abstracción y es la flor por la flor.
La flor, por cuyos cañutos clásicos asciende el agua y se refina.
Ese mismo musgo que en las noches hace intocable
la piel de la flor y de la estrella.
Esos pasos, como el instrumento de la arena,
hacen el piano más de madera que de tímpanos,
cuando desaparecen, tocan; tocan y han encontrado su dueño.
Pero la bota a igual distancia de la roca,
mientras la plomada más áspera separa los pasos del paredón,
y la suela removida por el líquido hervor y la tierra blanca,
detiene el desprendimiento del petrel azul y lo disuelve en su base.
Los cabellos afinándose aún más, detienen su redondez,
prefieren saltar el límite gris, los ojos del recuerdo,
prefieren agitarse con un viento suave primero, después ese viento
golpea la piel de la cabra, deja las huellas de un reencuentro
en el que se ha combatido, un despertar en otra arena.
Los cabellos muertos, detenidos,
como del brazo del cazador cuelgan las aves muertas,
pero allí resbalan los aceites, los perfumes,
la vida adulterada por una delicia prestada;
el aceite que es para la eternidad
convertido en una dulzura pequeña para hacernos rebrillar
el arco del violín prestado.
Los cabellos amorosos que aíslan el rostro
del enemigo, de lo que nos ha sido robado a caballo,
tan rápido que nuestro índice no pudo señalarlo
ni hundirse hacia dentro en visión.
Esa visión de la que salió el rostro,
de la que sale después una manga con un arlequín tatuado, una araña sonrosada
que se traga el humo, un humo coniforme
que se puede clavar en el ropero napolitano, allí deposito el mentón
hendido por una clavija de marfil.
La cabellera que no se aísla en ceniza,
que se hincha para ahogarnos,
detenida en instrumento que tañe de nuevo,
un instrumento como una escala prolongada,
donde mi pesadumbre desciende o se corona,
pero que uno de mis dedos
le dice alteración, chispas o separación de dos rocas.
Ayer fijado parecía
la risa recordaba
el enigma se desvía
a siesta recreada.
La risa enamoraba
la oscura vía,
continuidad abría
anillo que enlazaba.
La siesta nominada:
el agua necesita
su forma suspirada.
El aire rodea y vuela,
toca y tu risa evita,
girando ser sin ser vela.
Si recíprocamente, en fuego inverso,
correspondía tu oscuro con mi ausencia,
como si tu sangre al destilar su esencia
fuese soplo de mí; si su fuego perverso
en círculo intocable fuese el reverso
de la escala tocable y no evidencia
fuese el humo en humus inmerso
y en ser de hilero soplo sin presencia.
Cae el vino alzado hasta la muerte,
la escarcha se prolonga si penetro
en nuevo aparte de mi oscuro nuevo.
Antes y después la alegría pervierte;