La cantidad hechizada - José Lezama Lima - E-Book

La cantidad hechizada E-Book

José Lezama Lima

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Beschreibung

La impronta literaria de José Lezama Lima graba su carácter peculiar en el ámbito de la cultura cubana y, a su vez, lo hace descollar por entre las altas cimas de las letras latinoamericanas. Su prosa ensayística, de opulenta naturaleza poética, engendra piezas magistrales como Analecta del reloj (1953), La expresión americana (1957), Tratados en La Habana (1958) y La cantidad hechizada (1970). Lezama en este último título, que la Editorial Letras Cubanas publica en su centenario, deja establecidos los fundamentos de su sistema poético del mundo e invita, a sus lectores, a sumirse en los dominios de la imagen y la metáfora. Sobre el frondoso tapiz discursivo de La cantidad hechizada, teje un impresionante universo categorial y estilístico, espacio fértil para la concurrencia de ensayos fundacionales: "Preludio a las eras imaginarias", "A partir de la poesía", "La imagen histórica", "Paralelos. La pintura y la poesía en Cuba (siglos XVIII y XIX)" y "Confluencias", por solo citar algunos. Estamos seguros que Lezama, paseante inmóvil y preterido por largo tiempo en su sillón de Trocadero 162, con esta propuesta, generatriz de posibilidades infinitas, hará realidad una de sus frases más reveladoras: Lo que pretendo es un hechizamiento, una dilatación de la imagen hasta la línea del horizonte.

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I

PRELUDIO A LAS ERAS IMAGINARIAS

Con ojos irritados se contemplan la causalidad y lo incondicionado. Se contemplan irreconciliables y cierran filas en las dos riberas enemigas. Gustaba la causalidad, pacificada, de los enlaces más visibles. Enlaces que se sumergían o adquirían su halo de visibilidad en los placenteros criterios de la finalidad. ¿Iban los enlaces causales por acariciadas colinas a su finalidad? ¿O la finalidad, imán devorador, atraía a la infinitud de la causalidad a su visible liberación? Pero antes de precisar si es apacible o cejijunto el rostro de la finalidad, veámoslo como una proyección ascendente, elascenditde causalidad a finalidad.

Las vicisitudes de la causalidad antes de precipitarse a su llamado, a la precisión de su nombre, tienen distintas máscaras. Las variantes que alteran, en un ingenuo afán de remozarse, un ordenamiento. Las variantes se lanzan a la diversidad de su ordenamiento coreográfico, apoyadas en los pies de la danza que logran un ritmo equivalente. La equivalencia jugaba sus ritmos alterados, la igualdad de un sonido para dos movimientos allograr su identidad. La identidad que es la extensión crea el ser,como la extensión crea el árbol. Pero todo ser es ser causal, buscaser causal, para diferenciarse de la sucesión en la infinitud. Pero el ser es ser causal, como el árbol es bosque. La causalidad es como un bosque… dominado. El ser causal es como un bosque dentro del espíritu de la visibilidad.

Elexperimenti sortes, de Bacon, es en su apariencia una refutación a la causalidad aristotélica. Suerte, sortilegio, parece como si llevase el azar entre una causalidad sucesiva y otra simultánea, que penetra como un cuerno de marfil en una ingle hirsuta. Hay que experimentar al azar, viene a decir Bacon, provocando una causalidad no esperada. Recibiendo la sorpresa de la causalidad, como unaNavidad primitiva llegada al villorrio el día de las danzas, sin ser esperada. No obstante, el sortilegio, aquí también irritado, quisiera ir contra lacausalidad, al menos la de nexos visibles, sucesivos. El conjuro, la formade causalidad entre el hombre y las cosas, engendra la reiteración, la conversión del hombre en cosa.

Veamos en una escultura del período helénico búdico, la dama de las manos finas, Apsara. Un escorpión resbala por la canalvoluptuosa de uno de sus muslos. Aceptamos la ley primera de esa escultura, lograr la afinación danzante de una de sus manos.Pero la otra mano, lejos de seguir el rastrotourmentédel escorpión, se cruzasobre el pecho, como sobrecogida de la serpentina perfección de una mano, del voluptuoso paseo delscorpiopor la teoría rosa. Su enigma fuera de causalidad habitable, parece reflejarse en su rostro, que contempla la penetración voluptuosa de una de sus manos, mientrases invadido por la otra deliciosa búsqueda del escorpión. Apsara, dama gozosa, se entretiene en el ritmo de sus dedos, mientras se sobrecoge al ver que es apetecida por la ajena voluptuosidad. Terror al sentirse en el centro de un ajeno destino, que tiembla.

Ahora, nos desplazamos hacia la robustez, que quisiera ser maliciosa, sin lograrlo, de Balzac, jugando con el enigma delonagro. ¿El mulito que estaba al pie del pesebre era un onagro?Balzac parte de la irrealidad del onagro, después para disminuir su tamaño y dispersarlo, acude a naturalistas y a físicos. Gigantescos aparatos de presión hidráulica, martillazos, intentan destruirlo. Pero entonces, vuelve al mundo de la irrealidad, «se creyótransportado al mundo nocturno y fantástico de las baladas alemanas». Deslizarse de esa tosca materialidad, una piel de onagro cuyo conjuro está en su reducción, a la niebla de una balada donde la muerte llega con una capa que suda escarcha y ademanes de irreconocible caballero, es aquí el trecho de la imagen a penetrar y develar.

Veamos a Van Gogh agitado por las espirales del amarillo en un fondo donde se extiende la aceptación del azul. Una cabellera arde en un amarillo devorada lentamente por un azul bituminoso. Lo obsesiona lo estelar fijado en el cóncavo. Sus tormentos tal vez cesarían si su imaginación se desplazase hacia una era imaginaria, como la asiria, donde lo estelar predomina. Sus espirales se calmarían en un despliegue de cacería, su oro en las tiaras de las consagraciones, sus jardines en la fuga de azoteas donde se persigue a la estrella. Los azules de Van Gogh son como una pirámide de sacrificios, donde la espiga de trigo al recibir un lanzazo, parte hacia las estrellas. Lo que lo irrita es la desproporción enloquecedora entre una cabellera y su gama de azules, frente a la aguja estelar y un mechón de azul nocturno como sucesivo inalcanzable perfecto.

Estoy en un café, de la mesa donde están aposentados los jugadores, sale una voz: «Todo el que tiene una novia china, tiene buena suerte». Enseguida, nace un verso, de la raíz de los versos que nos gustan: «Novia china, buena suerte». Me parece realmente deslumbrante. Fue la voz tan solo lo que oí, porque cuandome fijé en el grupo, observé que me era imposible precisar dequién era esa voz, la raíz humana de ese verso. Poética la voz, anónimo el rostro. Buena señal.

La novia china y la suerte, ¿en qué región de las emigraciones imaginarias se habían detenido? El epicúreo cálculo pascaliano de las posibilidades venía a resolverse en la imaginaria novia china. Y el azar que allí se busca para fijarlo, aquí venía sonriente a reencontrar la voz que lo aclare.

Podemos mencionar un aforismo: el que viaja puede encontrar una serpiente en la mesa donde se reúnen los maestros cantores; el que no viaja puede encontrar un maestro cantor enuna serpiente. Superación de las sorpresas por otra mayor, enla que ya el inmóvil recibe la sorpresa espejeante, ante sí misma, buscando una identidad imposible, donde cae como sorpresa una jerarquía como de revelación. Es decir, el no viajar aparece como un conjuro capaz de llevar lo órfico a confines donde la etapa previa a la maldición se entretiene cantando.

¿Se extienden de nuevo ante nosotros los ondulantes velos de Tanut, el reto inmisericorde de lo incondicionado? Kant pareció oponer lo incondicionado, la libertad, a la ley. Pero no es ahí donde plantea el problema que más nos incita, sino cuando afirma que la misma serie de lo condicionado engendra lo incondicionado, es decir, afirma una causalidad que se determina totalmente por sí misma o lo que es lo mismo, «remontar de lo condicionado a la condición en el infinito». O de la causalidad a lo causante en la infinitud. Su serie de lo condicionado sigue el punto de vista anselmiano, o sea que la concepción de la misma serie de lo condicionado prueba también la existencia del nexoen lo incondicionado. Habla de lacausa noumenon. Es decir, existeun paralelismo y una continuación entre la serie de lo condicionado y lacausa noumenon.

Para un griego del período aristotélico, no existían las seriescondicionadas ni lo condicionante, sino entre la causa y la forma, lo generatriz actuando sobre la materia producirá la forma.La causa era una potencia,una fuerza; el efecto era la forma o distribución de una fuerza y sueco o su forma ¿pero la forma era la extinción de la causa? ¿La materia era la pausa donde se entrelazaba la potencia y la forma? O, tal vez, hallada la forma, se engendraba de nuevo otra serie causal numinosa, como si volviese a sumergirse en lo generatriz del devenir.

En realidad, los nexos causales, las formas aristotélicas, lacausa noumenon, presuponen el continuo,que viene siendo como elespectador, la naturaleza cogitanda, lo extensivo. Aquí el continuo es lo condicionado y su misma posibilidad lo condicionante. Laforma como efecto presupone ya la segunda naturaleza, el segundo nacimiento, el «todo puede ser naturaleza» pascaliano. Los nexos causales en un continuo parecen como un reto al azar, a los sortilegios. La relación que puede existir entre las series causales y el continuo sucesivo, es la misma que existe entre la sustitución y la identidad. Si no aceptamos el continuo, el azar obtiene un triunfo vergonzante sobre los nexos causales, desfigurando indescifrablemente la cara de los dioses. De la misma manera que si no aceptamos el tapiz de fondo de la identidad, las sustituciones se convierten en metamorfosis como metempsicosis, no como transfiguraciones. Las sucesiones causales parecen desenvolverse en un teatro donde pueden ser leídas, como el continuo, por la unidad de su sustancia idéntica, pueden ser descifrables. La posibilidad que brota de los encadenamientos causales vence al azar, porque antes trazó el continuo como naturaleza condicionante, primera, por ser ella la que se brinda para escoger. El azar es una selección que brota de una lecturaindescifrable; las cadenas causales, adelantándose, son los torreones donde el azar sucumbe.

El agrupamiento de las variaciones inconexas, donde la causalidad se libera de la igual distribución de la potencia, nace de un margen espacial que se destrenza como condicionante. Recordemos a nuestro queridísimo Oppiano Licario, en la edificación de su «Súmula, nunca infusa, de excepciones morfológicas». La respuesta es la única condicionante fatal, de imposible escapatoria, de ese espacio donde la causalidad se hace esperada. Veamos a Robespierre, en sus años de abogadillo en Arras, cuando en casa de una familia de carpinteros, se gana el apodo estoico de «El incorruptible». Pasea, es pobre, extremadamente casto, agota el perplejo detrás de la palidez, prolonga la lámpara de la soledad. De esa masa de hechos tiene que surgir la respuesta como una condicionante del espacio de conocimiento. Si se pregunta el nombre del perro que acompañaba a Robespierre en sus paseos, más que la fulmínea respuesta Brown, lo que nos recorre es la fatalidad de esa respuesta, que permanece como en acecho de su relieve, que se logra cuando una temporalidad presenta comorespuesta, en directa relación con la pregunta, cuando su surgimiento es fatal y obligado. Como si en una orquesta se le dieseentrada a un instrumento, cuando en realidad el ejecutante, como si avanzase en una ensoñación, despierta en la obligación de entrar con un sonido, que era, por otra parte, el único que podía emitir para despertar.

Las variaciones causales, de nexo muy recóndito o profundo,solo pueden ser allegadas por la impulsión, por el aire cinegético que las impulsa a una finalidad, que ellas mismas se clarean por la potencia de su recorrido o movimiento. Lo que coincide en la marcha, se aclara por la igualdad de su meta. Si dos jinetesdesconocidos coinciden, si la impulsión que los atenacea es diversa,uno de ellos, al llegar a la higuera, destruye al otro antes de galopar cada una de las penetraciones en el desierto.

Retomemos, con las debidas precauciones, aquel escorpión que vimos deslizarse por los muslos de Apsara. Esa estatua es lo más opuesto a una prisa por suprimir un dolor. La afinación de las manos se aleja de la angustia inmediata, despertada por la punzante alimaña, y parece como buscar en el aire un peligro mayor, que apretará con extrema distinción cuidadosa. Se agita la figura como para tocar un punto en el aire, que ablandará y despegará la insolencia de la sabandija calcárea. Con la otramano, cruzada con delicado sobresalto sobre el pecho, quisieracomo resguardarse de los dos peligros. Pero el escorpión es muy reincidente en sus furias, y lo vemos aparecer en el pórtico de algunas iglesias medievales, donde se representaba a la lógica en figura de escorpión, moviendo sus pinzas como si fueran dilemas que destruyen a sorites y entimemas. En ambos casos, el escorpión es un persecutor incesante, mueve sus pinzas para cascar un sofisma o para extraer del aire un demonio delicado y peligrosísimo.

Pasemos el absorto que nos ganan los concentrados y estallantes girasoles de Van Gogh. Abren sus espirales como afanosos de romper el ciclo de Helios, en un azul que absorbe la fiereza de las hilachas amarillas. En las apreciaciones goetheanas de la luz, buscando el traslado de los girasoles espirales y el azul que devora de Van Gogh, a una atmósfera más crítica y apaciguada, el amarillo está siempre en las proximidades de la luz, es como un color que se busca porque se escapa, de ahí los tachonazosamarillos, las espirales que van hacia lo solar. Lo azul es la lejanía, no lo que se busca, sino el fin de la marcha. El amarillo con brillo, el oro, derivación de la energía solar, coincide con el amarillo subido, en seda también con brillo. Así, hay el amarillo grato, asociado a la idea de pureza, y el amarillo no grato, el azufre, infernal tósigo de Asmodeo. En la seda, despierta el amarillo lo curioso táctil; sobre el fieltro burdo, rugosidades de la mano, asperezas. Goethe, afanoso de sus morfologíasa priori, lleva la penetración de la luz en la lejanía, en la oscuridad, como era de esperarse, a un amarillo rojizo y a un azul rojizo; pero cuando nos dice que el francés prefiere el amarillo elevado al rojo, precisamos en Van Gogh, un amarillo que va hasta el final, que se pierde en la noche, que solo se reconcilia con el yo que se desata. En los girasoles, en su servidumbre de luces, can del sol culterano, después en la espiral de sus amarillos, la profundidad de los azules no logra remansar el pinchazo como de un ave siniestra que llevase en su pico la cinta del trigo. Lo que en Goethe aparece como una reconciliación, amarillo rojizo y azul rojizo, en Van Gogh adquiere la dimensión de una penetración en lo oscuro más retador. ¿Qué dimensión es necesaria adquirir para leer enesa luz de sucesivo furor de Van Gogh? Aquí, la luz y su cercanapersecución amarilla gravitan como una revelación, se persigue del lado de lo incondicionado y con el respaldo de un telón prodigioso, la antiguaterateiagriega, la maravilla. Pero antes de llegar a ese rapidísimo cortinón claroscuro de último acto, tenemos que recorrer algunas escenas, remolino yéclaircissements.

En el mundo griego parecía lograrse la antítesis entre causalidad y metamorfosis. La causalidad aparece allí como una sucesión de la visibilidad. Las metamorfosis se sumergen en los rápidos de las oscuras aguas somníferas. En las metamorfosis hay siempre como una lucha entre el fuego y el sueño, como si el fuego fuera la edificación que ofrece su pausa entre la incesante teoría del sueño. Mientras Licaón prepara el sueño de Júpiter,este le destruye el castillo con incendios. Mientras nos abandonamos al sueño, se levanta una hoguera. Recorremos las escalinatas, buscamos a Radamanto o Aquiles en los infiernos, laberintos o minas, voces de los muertos o pozas, pero en el centro de la marcha ha quedado la hoguera fría, hechizada, esbelta fuente de lo subterráneo. O sea, reemplaza el sueño por un equivalente elaborado, así cuando Júpiter pone a Ío temerosa, «cubrió la tierra de una suave y dorada neblina», donde la temerosa se rinde con «pasmosa naturalidad» (Ovidio). Cuando Ío es convertida en vaca por Juno, Hermes, para librarla de su suplicio, porta el caduceo y la varita de adormidera. Es innegable que en esas metamorfosis la causalidad subsistía, siquiera sea después de su cumplimiento. La metamorfosis ofrecía también esa causalidad, aunque atraída por su concurrencia hacia una forma final. Eran como operaciones, visibles o sumergidas, en las distintas etapas de la configuración, solamente que esa operación no era regida por la visibilidad.

La misma sucesión en la metamorfosis ofrecía como una tregua en la fulguración de la presencia. Al surgir en el mundo católico la posibilidad de lo incondicionado, era tan solo una relación momentánea, entrevista, entre la criatura y la divinidad. La brusquedad de ese incondicionado conmovía la masa recipiendaria, donde quedaba tan solo un recuerdo desvaído de aquella arrogante causalidad, como una piedra encendida que roza un enmascarado tumulto. Admitiendo que ese tumulto pudiera ofrecer sus propias leyes en lo irreal y en el demiurgo, tenía a su vez que penetrarle esa causalidad, tejida por las manos temblorosas de los efímeros, como otro incondicionado elemental, grotesco y muy disminuido.

La lucha de la causalidad y su incondicionado era de raíz mucho más trágica que la que ofrecían la causalidad y las metamorfosis. Trasladada la antítesis causalidad y metamorfosis al mundo griego de lapoiesis, la causalidad parecía convertida en sustitución y la metamorfosis en imagen. La condición para que ese reemplazo se verifique era que esa metamorfosis imagen seredujese a su identidad. La semejanza en la imagen, o la totalidaddel espejo, confluían en la identidad. La última contemplacióndel sí mismo, o la esencia de los objetos, confluencia del género triángulo con la especie triangularidad, alcanzan la identidad, en que coinciden el sí mismo y su trágica y tesonera reproducción. La persistencia en la identidad tiende como a crear un doble en la extensión. Yo diría que la sustitución o metáfora es posible en la identidad, porque la identidad es posible en su prolongación, que es la extensión.

La identidad gusta de asemejarse a lo saturniano, pero en esa aparente semejanza, se entroniza la perdurabilidad de lo idéntico.A satu, lo saturniano, para los latinos, es la plantación, la semilla. Pero lo saturniano crea primero, siquiera sea para cumplimentar la destrucción, también lo idéntico es capaz de un doble, para contemplar cómo se hunde en lo semejante, cómo escapado vuelve para sucumbir y sumergirse en lo indistinto, rostro en la onda, que solo logran descifrar las dríadas, sin desprenderse del ámbito protector del árbol, donde se hunden como una sombra en la neblina. Habría que plantearin extremissi la marcha de lo creado llega a teñirse del humor saturniano. Si la identidad logra desalojar un doble, que es la extensión; si la extensión suelta el árbol, que imanta el rayo, es fácil seguir el río saturniano, entre cañaverales y barqueros de sones gemebundos.

En ese momento precisamos que la imagen identidad se detiene, solo ha podido engendrar la extensión saturniana, el árbol para el rayo. Es el momento en que Dios logra su adecuacióncon el hombre, busca un cono de unión entre las preguntas de la criatura y su respuesta incondicionada. Oigamos a Job, rodeadode arenas, escamosa la piel, molestando, irritando, pegándole consu báculo a la respuesta de la divinidad. Dios no le responde, si no le pregunta a su vez, elquién hace llover sobre la tierra deshabitada y sobre el desierto donde no hay hombre. Vemos en esas respuestas deladivinidad el vencimiento de la extensión saturniana. Frente aesa identidad extensión que se consume,lanza la divinidad otra pregunta mayor que engendra un nuevocausalismo. Es decir, si se hace llover sobre la extensión desértica, algo tiene que suceder no esperado, pues si en la tierradeshabitada y las otras regiones donde el hombre está ausente llueve, no podríamos afirmar que se llueve para la tierra y para el hombre. La aparición de Dios no busca calmar las preguntas desesperadas de Job, él sabe que eso sería imposible, las calma a su vez con otras preguntas sin respuestas, pero en esa interpretación interrogante, la divinidad lleva la mejor parte: llueve, después aparecerá el árbol, después el hombre. De la única manera que podemos liberarnos de la extensión saturniana es creando la sobreabundancia de alimentos, donde el dios inexorable se enrede, se fatigue por los excesos incorporativos, se muestre en la vacilación de que toda la tierra se le brinde. Esa extensión saturniana, quizá se enfrente con eldesierto, en apariencia su más fácil enemigo, el que más se leparece. Es allí donde lo saturniano carece de alimentos, donde la criatura no aparece. Pero allí están las preguntas de la divinidad, la lluvia que aparece sin ninguna voz que le invoque, pero el doble sombrío de la identidad va a ser decapitado. En la últimaposibilidad de la extensión saturniana, cuando ya no podía obtenerla victoria, porque estaba ganada por anticipado. Pero es allí donde aparece el árbol, donde se descuelga el hombre. Ningún pueblo como el ruso para sentir la obligación creadora de la extensión, al extremo de que la palabra aldea en ruso viene dedérevo, que significa árbol.

De esa incomprensible derrota de la extensión saturniana frente al desierto, queda como un residuo de los retos anteriores enel uno. Formado por una reducción del doble en la identidad y por el árbol del desierto. El uno es el comienzo que vuelve a la extensión saturniana, a la muerte. Pero existe el uno, tan asombroso como la lluvia en el desierto, como el hielo en el vientre, según la frase que utiliza la Biblia, pero que mira el fragmento derrotado de la extensión, que está también en el asombro del árbol en el desierto, que es la unidad, el hombre. La unidad muere en la extensión saturniana, pero en el asombro de las preguntas de Dios, quien las oye, está el uno unidad, el hombre, hecho para la segunda muerte, cuando las preguntas de Dios se aclaren en la visión de la gloria.

Cualquiera de los asombros que el hombre se niega a aceptar, es inferior al del unicornio que bebe en una fuente. Un árbol en el desierto es menos asombroso que el hombre por los arrabales, bajo la lluvia, cubriéndose con un periódico. Todo lo acepta el hombre, menos que es un asombro, un monstruo que lanza preguntas sin respuestas. Se asombra del incondicionado de la divinidad, pero se niega a aceptar que él es un incondicionado igualmente asombroso. Encuentra en los desarrollos que le rodean un signo causal, pero si se le obliga a creer que él forma parte de esa causalidad mientras duerme, enmudece. La batalla que se libra en su sueño entre el uno y el árbol, lo adormece tan solo para el asombro, pues cree cerrarse en el sueño. El mundo del unicornio bebiendo agua en la fuente tiene su aceptación, pero el hombre se niega a aceptar que él continúa, que él prolonga un incondicionado, que Dios tiene que contestar, o volver a preguntar, para engendrarlo de nuevo en la causalidad misteriosa. No invisible como en la metamorfosis de los griegos, sinoen la transparencia, en el fulgor, en que el hombre toma el relámpago de lo incondicionado.

Era gloriosamente percibible el encuentro de la causalidad y lo incondicionado. Los últimos torreones de la causalidad se hundían en el mar, sus fundamentaciones rodaban por las arenas. Había que elaborar la causalidad que une a la divinidad con el hombre, a la muerte con el círculo, al colmillo que rasga el árbol para que salte el nacimiento de Adonis, con el colmillo que penetre en sus muslos para que Adonis descienda a las moradas subterráneas. Las dos cabalgatas parecían desear un castillo concurrente. La causalidad impulsada por un viento fastuoso,hierático, ancestral, amansaba su tropilla al borde de la línea delhorizonte donde el pensamiento se hundía en la extensión. Loincondicionado quería parir un árbol, vencer la extensión saturniana, recibir el doble enviado por los moradores, pero se siente atormentado por aquella misma identidad al revés ¿pues si lo incondicionado naciera y se interesara tan solo como incondicionado, qué placer podrían tener los dioses? La causalidad tenaz de los efímeros tiene que ser un orgullo placentero para Júpiter Cronión.

¿Dónde la causalidad puede sustituir incesantemente, dóndelo incondicionado encuentra la imagen que exprese su abarcableterrible lejanía? Se necesitaba una región donde la concurrenciafuera a la vez una impulsión, la impulsión una penetración, la penetración una esencia. Residuo de la causalidad sobre lo incondicionado, es un doble. Eco de lo incondicionado anegando e iluminando la causalidad, es un doble. Al llegar al castillo las dos poderosas huestes, el juglar hace sus suertes, baila el osezno,relata el falso padre, el secuestrador. Acepta bailar en lo alto de lallama, como el unicornio acepta beber en la fuente. Por la mañana ya no está. Llegó cuando no había nadie en el castillo, aldespertar ya no se le encuentra. Es lo incondicionado. Se sueltantropas a buscarlo, armadas de una causalidad minuciosa. Es Orfeo también, sumergido en la masa tonal de los navegantesaventureros. Es David, rey viejo, rayo largo que va entrandoenla noche. Lo que ha quedado es la poesía, la causalidad y lo incondicionado al encontrarse han formado un monstruosillo, la poesía. Baila en lo alto de la llama, metáfora, como el unicornio bebe en la fuente, imagen precisa de un desconocido ondulante. Sentimos que se ha creado un órgano para esa batalla de la causalidady lo incondicionado; que ese órgano,she looks like sleeps, dice el versode Shakespeare, es muy preciso en el sueño, logra crear vertiginosa causalidad en lo incondicionado. Ese órgano para lo desconocido se encuentra en una región conocida, la poesía.

Esa concurrencia —causalidad que deja de ser saturniana,incondicionado hipostasiado—, que ofrece la poesía, es hasta ahora el mayor homúnculo, el doble más misterioso creado por el hombre. Crea un devenir espacial, que al volcarse sobre el hombre, deviene el mayor posible conocido. Hace de ese espacio, por la poesía, el incondicionado más propicio a la contracción de su masa y expresión; crea el centro de la causalidad más misteriosa, visible mágico o cinegética de devorador final, pues en la poesía el hombre es el único para el cual parece creado ese espacio incondicionado, que al actuar la causalidad mágica del hombre sobre el espacio incondicionado, hace de este último un condicionante muy poderoso. Pero lo más fascinante es que ese encuentro, esa batalla casi soterrada, ofrece un signo, un registro, un testimonio, una carta, donde el hombre causalidad,me reitero para ofrecer más precisión, penetra en el espacio incondicionado, por el cual adquiere un condicionante, unpotens, unposible, del cual queda como la ceniza, el vestigio, el recuerdo,en el signo del poema. Lo maravilloso de la poesía está en queese combate entre la causalidad y lo incondicionado se puede ofrecer y transmitir como el fuego.

La invención del fuego y la poesía ofrecen desde los comienzos dos caminos. Satán vigilaría la energía del fuego transmitido como su voz más decisiva. Hay una historia del fuego, desde queacorralado se va reduciendo al corpúsculo irradiante, hasta ponera hervir a Gea, que el hombre vigila como su conocimiento más feraz. Mientras la poesía es siempre lo sobreviviente, como si elhombre habitase también el centro de la creación. Hay una invención del fuego y sus vicisitudes que culminan en la destrucción, pero hay también una red de coordenadas en la poesía que llevan al hombre a la visión de la gloria, a la resurrección.

Ese combate entre la causalidad y lo incondicionado, ofreceun signo, rinde un testimonio: el poema. Sigamos con un rasguñouna sentencia rica de evidencia de Pitágoras: «Existe untriple verbo. Hay la palabra simple, la palabra jeroglífica y lapalabra simbólica. Es decir, el verbo que expresa, el verbo que oculta y el verbo que significa». En esa frase, Pitágoras parece como si nos retomase y nos llevase de nuevo a la dimensión anterior en que estábamos, pues el verbo que expresa se muestra en una gran causalidad incandescente, en la que todo está por la transparencia, aclarado; el verbo que oculta, oculta la voz de lo incondicionado, pero en su propio verbo hermético, en su movimiento ocultado, lleva el deseo de aletear en un gesto, demostrar sus sobresaltos en unos pasos de danza. Aparece como un cono de claridad en lo oscuro, ya fulgurante, ya con la lentitud de la noche, que envuelve en la corteza del rocío, que cruje despaciosamente el secreto de la pulpa, que trenza el ramaje para la humedad favorable. Y el desprendimiento en el asombro natural, el desprendimiento… en la poesía. Ese desprendimiento que lleva siempre el recuerdo del árbol anterior y esa incorporación furiosa, devoradora, en el nuevo cuerpo, deviene el simbolismo de lo desprendido en el nuevo signo del cuerpo adquirido.

Fausto más Helena de Troya se producían en Euforión, monstruosillo de muerte. Euforión saltaba en la punta de la llama, con la aceptación del unicornio bebiendo en la fuente. Eran el itinerario del conocimiento, las vicisitudes del fuego. Triunfo de Satán en la muerte. Pero enfrente el verbo que significa. Las cadenas causales, los torreones de signos penetraban en lo oscuro como oculto, no como tinieblas frías; los signos penetraban en los símbolos, en el verbo. El verbo que significa estaba en la poesía, en ese residuo áureo que decantaba lo condicionante, lo posible, oscuro oculto que se expresa, no la tiniebla fría de Satán.

El signo penetra en la escritura, rehusando siempre su mortandad, pues signo es siempre señal. La señal comienza en la teoría o desfile a hora y júbilo señalados. En la vacilación del cortejo por aparecer, en la prosecución de la pareja, en el solitario deseado coincidente, también el signo rubrica la posibilidad dela aparición. El signo expresa pero no se demuda en la expresión. El signo pasado a la expresión, hace que la letra siempretenga espíritu. En el signo hay siempre como la impulsión quelo agita yel desciframiento consecuente. En el signo hay siempre unpneumaque lo impulsa y un desciframiento, en la sentencia, que lo resume. En el signo queda siempre el conjuro del gesto. El signo tienesiempre la suficiente potencia para recorrer la sentencia, su espacio asignado. La potencia actuando sobre la materia parece engendrar la forma y el signo. Es cierto que en la forma la materia parece llevada a su última dimensión y morada. En el signo la potencia en la materiase vuelve hilozoísta, cruje, se lamenta, regala su escultura para que la entierren.

En el afán primero, que rodea el nacimiento de la escritura, queda el propósito de señalar un contorno a la extensión, quizá el alfabeto sea también un parimiento de la extensión, como el árbol, y de escribir su nombre. Fueron «tan lejos como el río lo permitió», y para grabar el lentísimo paso de danza de la caravana, para encontrarse con los sucesivos, para impedir que el pie se borrase de la arena, el alfabeto naciendo en el terror deldesierto. Dos propósitos acompañan el nacimiento del signo. El confín de la aventura, donde algo se espera que suceda, y apuntalar el recuerdo de los que fueron llevados a la dimensión como lamentación. Por un lado, se pretende llegar hasta donde el río lo consintió; por el otro, el paso del buey, asegurar el rejón que va cubriendo y definiendo la extensión. El reto de la extensión yel paso del buey parecen quedar en cada letra mandada a grabar por los reyes pastores. El terror de ser destruido obligaba amarchar mirando hacia atrás, como si se temiese la llegada de los aullidos. En el signo alfabético hay algo de la vivienda en la extensión aposentada por la semilla, que recibe la tormenta y después reconstruye. Podemos verlo como un cuadro de primitivo con los siguientes elementos. Animales: buey, camello y pez;partes de la casa: puerta de tienda, piquete de tienda; partes delcuerpo: revés de la mano, palma de la mano, ojo, boca, parteposterior de la cabeza, lado de la cabeza, dientes; elementos deagricultura: seto, aguijón. Los ejércitos penetrantes, las inmigraciones deseosas, la penetración en el sol, la línea del horizonte, la aventura y su límite, el afán de volver a ser tocado después de muerto, conllevaban el signo de la lejanía precisándose en la extensión. El afán de pintar un camello en la línea del horizonte y un buey durmiendo cerca de la casa, apuntalaban la extensión de la fascinación para penetrar y del resguardo para asegurar el sueño y la promesade las estaciones.

Son los signos aparejados por el permiso del río. Dieciséis signos forman la casa del primitivo, del rey pastor, del consentimiento de la lluvia. Ese mismo alfabeto nos entrega un datoaterrador en relación con la expresión contemporánea. Cincoletras, cuyos significados nos son desconocidos, fueron introducidas por un poeta. La poesía, en el período mítico, no solo llegó a crear dioses, sino también signos desconocidos. Al lado de la vivienda del pastor y del campesino que traza signos en relacióncon la vivienda, el poeta comienza por situar signos de contenido desconocido. El alfabeto aparece entonces como una colecciónde señales de lo que se conoce y lo que se desconoce, de los diseños del rey pastor sobre lo que conoce y se agita en relación con su vivienda, y de las muestras del poeta sobre lo que desconoce, invisible y sin decidida aplicación. Pero entra también en el alfabeto un signo que resume lo que se conoce horizontal y lo que se desconoce vertical, laTau, el signo de la T, de la cruz, con sus aspas cruzadas de cielo y tierra. Copia de la posibilidad hasta donde la mirada la precisa y aparición de lo invisible estelar o surgimiento después del naufragio de lo visible, pero en una forma de asombro indetenible, de visible inexistente. Precisa intervención americana en ese momento del signario ceremonial transmisible, es la concepción de los cuatro soles de los aztecas. Sol de tierra, sol de aire, sol de lluvia de fuego, sol de agua. Un quinto sol, sol de movimiento que representa el signo de la cruz, en el rostro, en el pecho, el cielo y la tierra, la horizontal y vertical, lo bajo y lo alto. Es la cruz, como quincunce, como movimiento del medio, que adquiere una impresionante grandezaen la simbólica azteca. El quincunce es el eje del centro que vencela inercia, es también el Señor del Año y el Señor de la Piedra Preciosa. Recuérdese que los griegos colocaban en la boca de los muertos la adormidera, para intentar que lo hiperbólico en imagen volviera a penetrar como aliento de vida. El azteca situaba ese quincunce en la piedra preciosa, es el calor, la reducción solar para la medida del hombre. La leyenda afirma que la madre de Quetzalcóatl para concebir se tragó una piedra preciosa. Así colocaban en la boca de los muertos una piedra preciosa que sobreviviría después de la incineración. El griego intentaba por la adormidera establecer una relación entre lo invisible y lo visible, entre los muertos y los vivientes. Los aztecas buscaban en la piedra preciosa la pervivencia, la continuidad de la vida por el calor sobreviviente en las entrañas de la piedra preciosa. En su quincunce buscaban el predominio de lo solar, los ciclos irradiantes predominando sobre la unidad nueva de la vida y la muerte. En el centro de suTau, de su cruz, se mostraban el esplendor total del destello, del fuego central, del ombligo evaporado, de las piedras preciosas.

En el mundo antiguo uno de los mayores signos logrados fue elnomisma, nombre de una moneda que evaporaba una ostentosa riqueza de significados.Esta moneda se llamaba tambiénsólido, que a su vez interpretaban comoíntegro,total; llevaba la efigie y la firma del rey, a lo que debe su nombre.Elnomismase llama tambiénargénteo. Se le llamabatambiénséxtula(pesaba seis onzas). El pueblo la llamabaaureaum solidum(sólido de oro).Tremissis, se le llamaba a la tercera parte delnomisma, porque sise repetía tres veces formaba un sólido. Vacilamos ante la riqueza designificados que rodaba esta moneda. Condiciones de la materia: solidez, valores morales, alusión a integridad. Proposiciones de totalidad, relieves, caligrafía. Unión de fragmentos, unión de seis onzas. Metal, sólido de oro.Tremissis, fragmentos que aludían pitagóricamente a una totalidad. En ese mundo la riqueza del signo no era como en los modernos una contención, unalimitación y una nostalgia, sino un rodar de alusiones concurrentes, que se integraban en una metáfora que rotaba entre la solidez y las proposiciones, las efigies y los metales, la caligrafía y la integridad en las modulaciones de lo estatal.

En nuestra época la poesía no muestra ninguna de esas decisivas ocupaciones. Haber colocado letras, liberadas de la grafíasignaria; haber llevado dioses al Olimpo, como Hesíodo y Homero,situaba a la poesía en las dimensiones del titanismo mítico. ¿Quéhabía pasado, dentro de la poesía, en el transcurso deveinticinco siglos? Salvo la misteriosa coincidencia entre el rosetóndel pórtico de Notre Dame y la rosa que abre el paraíso dantesco; salvo el bosque de los conjurados de Shakespeare, alanceandoel jabalí infernal y los relámpagos en las tabernas con los misteriosos reyes confesores, hasta los venatorios cornos de marfil y las plateadas trompas renacentistas, la poesía había perdido los esplendores inaugurales, el gran sillón calendario para el jefede la tribu. Ese decaimiento en la persecución del silbo final, sedebía tal vez a la suma de lo transmitido en pequeños, pero enloquecidos fragmentos, revueltos corpúsculos en la infinitud, que parecían con nocturnidad y silencio adelantar la definitiva sorpresa que se avecinaba, los minúsculos y temblorosos primores que se colocaban momentáneamente preludiando un inmenso mantel, invisible y arremolinado, pero tentador como necesario final no esperado. ¿Qué otra disculpa sería tolerable para justificar esa pausa extensísima de la pequeñez, ese deterioro de lo nacido mayestático?

Retomemos los combates de la causalidad y lo incondicionado, como los primeros escuadrones de penetración en la extensiónocupada por la poesía. Apenas puede la causalidad operando sobre lo incondicionado, llegar a su apresamiento y conjugación. Tiene necesidad de un instrumento que muestre una delicadeza serpentina, no esperada, abridora de una brecha por el asombro tumultuoso. Ahí nos llega lavivencia oblicua, que parece crearse su propia causalidad. Si vemos en la ciudad de Tsuen Cheu-fu, levantar en su centro dos graciosas pagodas, según los datos suministrados por Frazer, para librarse de los maleficios que sobre ella ejerciera la ciudad de Yungchun, nos levanta el perplejo de una causalidad interrogante. Pero presto nos llegan noticias que integran la magia de esa causalidad, tales como la superstición china de la servidumbre formal de una ciudad por otra, cuya forma la destruya por su símbolo, así aquella ciudad de forma decarpa tenía que estar hechizada por otra que tuviera forma de red. Al levantar las dos pagodas, las redes quedaban enmarañadas y rotas y el conjuro de sometimiento formal se volatilizaba. ¿En qué forma mostraba su destreza esa vivencia oblicua? Vemos un imposible engendrando una realidad igualmente imposible, es decir, si extendemos una red sobre una ciudad, la única manera de quebrantar sus cordeles es llevarle a su centro dos rompientesde lanza, donde se cuelguen y destruyan sus ataduras.

La contracifra de lo anterior, lo incondicionado actuando sobre la causalidad, se muestra a través del súbito, por el que en una fulguración todos los torreones de la causalidad son puestos al descubierto en un instante de luz. En los idiomas donde el ordenamiento latino no gravitó con exceso, en el tránsito de la nominación, que fija al verbo, que ondula sobre la extensión, cobraban de repente la distancia que hay entre el nombre y el verbo.Vogelon(en alemán, el acto sexual), aislada tiene la oscuridad de lo germinativo. Esa oscuridad se rinde cuando vamos precisando dos sustantivos previos,vogel(pájaro) yvogelbaner(jaula para pájaros), no obstante, al llegar a la palabravogelon, penetramos por un súbito la riqueza de sus símbolos, súbitoque penetra en la acumulación de sus causalidades con la suficienteenergía para hacer y apoderarse de su totalidad en una fulguración.

Ese intercambio entre la vivencia oblicua y el súbito, crea, como ya hemos esbozado, el incondicionado condicionante, es decir, elpotens, la posibilidad infinita. La misma aparición del germen cae dentro del posible en la infinitud. El hombre persigue ese trueque de la nada en germen, del germen en acto, por apoderamiento de esa suspensión existente entre dos puntos o torreones causales, de los que se apodera por una vivencia oblicua, entre la causa extensión, y el efecto que es como una prolongación o doble, que a su vez se abandona de nuevo a la infinitud causal. Al aparecer en el hombre esa relación entre el germen y el acto, pues es innegable que solo el hombre al ascender del germen, lo hace pormedio de un acto, que reobra constantemente sobreel germen,procurando por ese acto volcar de nuevo su germen en una nueva extensión. Ese reobrar del acto sobre el germen engendra un ser causal, nutrido con los inmensos recursos de la vivenciaoblicua y un súbito, que hacen la extensión creadora, dándole unárbol a esa extensión, haciendo del árbol el uno, elesse sustancialis, y aquí comienza la nueva fiesta de la poesía, elpotens, el posible enla infinitud. Es decir, el hombre puede prolongar su acto hastallevar su ser causal a la infinitud, por medio de un doble, que es la poesía. Para lograr esa nueva dimensión de la poesía, ¿frente a qué tiene que contrastarse esepotensenla infinitud?

Existe unpotensconocido por la poesía para que la causalidad actúe sobre lo incondicionado, y otropotens, que desconocemos, por el que también lo incondicionado actúa sobre la causalidad. Ambos caminos serían de una diferencia cruel, si no existiese la encarnación, laoikonomía, o marcha del cielo, con sus innúmeros dioses cabalgando suspotens, sobre la tierraque los recibe, tratando de fijar en sus escudos, por medio también de supotens, esa imagen, como los antiguos espejos de obsidiana que daban las sombras de las imágenes.

Al convertirse el germen en acto, lo incondicionado encausalidad, no como en los griegos colocando las pausas del sueñoen las metamorfosis, sino por medio delumbravitde la sombra que avanza hacia nosotros, se lograba un perfectodoble de lo incondicionado sobre la causalidad y de la causalidad sobre lo incondicionado, por medio de la poesía que se apoderaba deesa imagen, formándose las siguientes parejas donde encarnabaesa relación: imagen-espejo, identidad-médula de saúco, extensión-árbol, unidad-el uno,esse sustancialis-ser causal,umbravit-obradit,encarnación-resurrección.

En las anteriores parejas cada signo incondicionado engendraba un efecto causal, orgánico, fácilmente reconocible. Espejo, médula de saúco, árbol, el uno, ser causal,obradit, resurrección constituyen la prodigiosa respuesta al reto de lo incondicionado. El espejo o puerta para el doble, el Ka de los egipcios, símbolo que acoge una sombra y la destruye lentamente; en la médula de saúco, nos encontramos con el espejo interior de una linfa, de una sustancia universal, ya corpúsculo, yaproton pseudosde los aristotélicos; en el árbol, hijo de la extensión, surgido de las contracciones de lo extenso, o en la hoguera transmitida en el procesional. Un bosque es un procesional en lo incondicionado, como un árbol o una hoguera pueden engendrar un procesional en lo causalista. El mundo parmenídeo de la unidad, trasladado a la conciencia del movimiento en la extensión, nos regala el uno, número que como una ardilla corre entre el árbol o la hoguera y el bosque o el procesional. Elesse sustancialis, la suprema esencia en la gloria de los bienaventurados, solo puede ser vislumbrada por el ser causal, dueño de la vivencia oblicua y el súbito, de las relaciones entre lo incondicionado y lo causal.

En las dos últimas parejas que señalamos,umbravit-obradit, encarnación-resurrección, es donde interviene elpotensde los etruscos, el condicional si es posible. Elpotenssacerdotal de los etruscos pasa en los católicos alVirgo potens, a la virginidad creadora en la infinita posibilidad. Elumbravites la sombra que acompaña al Espíritu Santo hasta el vientre de la Virgen. Cuando la Virgen oye la presencia de la transparencia angélica, siente elumbravitque la anega para que la siembre el Espíritu Santo. Luego hay unobradit, un brillo, el mejor color, una crepitación (de la onomatopeya griegabremetú, crepitar), para responder a la sombra invasora. Vemos en la Virgen, por la aparición delpotens, una relación prodigiosa entre elumbravity elobradit, entre la sombra y la crepitación de la energía solar. En la simbólica azteca elobraditactúa por medio de una pluma blanca. Coatlicue cuida del templo con exacerbada nitidez, sorprende una pluma blanca ovillada, que coloca debajo del seno izquierdo. Siente después el hinchamiento de la gravidez. Aquí la sombra ha sido reemplazada por la pluma.

La poesía había encontrado letras para lo desconocido, había situado nuevos dioses, había adquirido elpotens, la posibilidad infinita, pero le quedaba su última gran dimensión: el mundo de la resurrección. En la resurrección se vuelca elpotens, agotando sus posibilidades. Cuando elpotensactúa en lo visible, sus derivaciones son el dominio de laphysis; cuando se desarrolla en lo invisible, nos regala el prodigio de la imagen de la resurrección, aunque ahí no se desdeñan todas las obligaciones del mundo físico, de acuerdo con la sentencia paulina: «Es sembrando un cuerpo animal, pero resucitará espiritual». De la misma manera, podemos afirmar, que los recursos delpotensfrente a la resurrección, solo pueden ser manejados por ese ser causal, el hombre en el centro irradiante de su plenitud.

Al llegar el ser causal, el decidido dominador de toda causalidad, a causalizar, por la invasión de la Suprema Esencia, el mundo de lo incondicionado, adquiría unos dominios tan vastos, que solo la resurrección podía ser la guardadora de su ímpetu, que llegaba a las grietas por donde se esboza lo frío descendido. Solo el poeta, dueño del acto operando en el germen, que no obstante sigue siendo creación, llega a ser causal, a reducir, por la metáfora, a materia comparativa la totalidad. En esta dimensión, tal vez la más desmesurada y poderosa que se pueda ofrecer, elpoeta es el ser causal para la resurrección. El poema es el testimonio o imagen de ese ser causal para la resurrección, verificable cuando elpotensde la poesía, la posibilidad de su creación en la infinitud, actúa sobre el continuo de las eras imaginarias. La poesía se hace visible, hipostasiada, en las eras imaginarias, donde se vive en imagen, por anticipado en el espejo, la sustancia de la resurrección.

Septiembre y 1958.

A PARTIR DE LA POESÍA

Es para mí el primer asombro de la poesía, que sumergida en el mundo prelógico, no sea nunca ilógica. Como buscando la poesía una nueva causalidad, se aferra enloquecedoramente a esa causalidad. Se sabe que hay un camino, para la poesía, que sirve para atravesar ese desfiladero, pero nadie sabe cuál es ese camino que está al borde de la boca de la ballena; se sabe que hay otro camino, que es el que no se debe seguir, donde el caballo en la encrucijada resopla, como si sintiese el fuego en los cascos, pero sabemos también que ese camino sembrado de higueras, cepilla las virutas del perro de aguas cuando comienza su lucha con el caimán en las profundidades del légamo removido.

Si divididos por el espíritu de las nieblas o un sueño inconcluso, tratamos de precisar cuando asumimos la poesía, su primer peldaño, se nos regalaría la imagen de una primera irrupción en la otra causalidad, la de la poesía, la cual puede ser bruscay ondulante, o persuasiva y terrible, pero ya una vez en esaregión,la de la otra causalidad, se gana después una prolongada duración que va creando sus nudos o metáforas causales. Si decimos, por ejemplo, el cangrejo usa lazo azul y lo guarda enla maleta, lo primero, lo más difícil es, pudiéramos decir, subir a esa frase, trepar al momentáneo y candoroso asombro que nos produce. Si el fulminante del asombro restalla y lejos de ser rechazados en nuestro afán de cabalgar esa frase, la podemosmantener cubierta con la presión de nuestras rodillas, comienzaentonces a trascender, a evaporar otra consecuencia o duración del tiempo del poema. El asombro, primero, de poder ascender a otra región. Después, de mantenernos en esa región, dondevamos ya de asombro en asombro, pero como de natural respiración, a una causalidad que es un continuo de incorporar y devolver, de poder estar en el espacio que se contrae y se expande, separados tan solo por esa delicadeza que separa a la anémona de la marina.

Tenemos, pues, que el cangrejo de lazo azul nos hizo ganarotraregión. Si después lo guardó en una maleta, nos hizo ganar una morada, es decir, una causalidad metafórica. Pero he ahí que cualquier viajante de comercio puede guardar su lazo azul en una maleta, pero le falta ese primer asombro que inicia otra causalidad en la otra región, pues pasmo aquella corbata azul, en el viajante de vulgaridad cotidiana, se desinfla sin tocar la poesía.

Así, la poesía queda como la duración entre la progresión de la causalidad metafórica y el continuo de la imagen. Aunque la poesía sobre su causalidad metafórica, se integra y se destruye, y apenas arribada a la fuente del sentido, el contrasentido golpea al caudal en su progresión. Si la causalidad al llegar a su final no se rinde al continuo de la imagen, aquella fantasía en el sentido platónico no puede realizar la permanencia de sus fiestas.

Guiados por la precisión de la poesía, colocamos como una espera inaudita, que nos mantiene en vilo, como con ojos de insectos. Durante cerca de doce siglos antes de Cristo, hasta el siglo pasado, en las enloquecedoras precisiones demostradas por los arqueólogos, los epítetos homéricos, Terento, la de las grandes murallas, o la áurea Micenas, estaban como en acecho flotante,semejante a la holoturia atravesada por el amanecer. Hasta quela alucinación de Schliemann descansó en la contemplación deunatumba rectangular en Micenas, con los restos de diecinueve personas, entre ellas dos niños pequeños, no encontró su arraigo el epíteto homérico: «Los rostros de los hombres estaban cubiertos con máscaras de oro, y sobre el pecho tenían petos de oro. De las mujeres, dos tenían bandas de oro sobre la frente, y otra una magnífica diadema de oro. Los dos niños estaban envueltos en láminas de oro. Junto a los hombres estaban tendidos en el suelo sus espadas, puñales, copas para beber, de oro y de plata y otros utensilios. Las mujeres tenían a su lado sus cajas de tocador de oro, alfileres de diversos metales preciosos, y sus vestidos estaban adornados con discos de oro decorados con abejas, jibias, rosetas y espirales de oro…». Treinta y cuatro siglos para comprobar la veracidad de un epíteto…

Comenzaban así a hervir los prodigios, desde la suerte del Almirante misterioso, para nosotros los americanos, que sorprende en la cabellera de las indias, como unas sedas de caballo.Aquí lo sutil se hace fuerte, lo acerado ahilado viste como una resistencia acerada, refugiándose en la convocatoria para lo secular eterno. Sorprende después un perro grande, pero sin habla, que lleva en su boca una madera, donde el Almirante jura quecree ver letras. La imantación de lo desconocido es por el costadoamericano más inmediata y deseosa. Lo desconocido es casi nuestra única tradición. Apenas una situación o palabras, se nos convierten en desconocido, nos punza y arrebata. La atracción de vencer las columnas en su limitación, o las leyes del contorno,está en nuestros orígenes, pues parece como si el misterioso Almirante, siguiese desde el puente nocturno, el traspaso entre la sexta y la séptima morada, donde ya no hay puertas, según los místicos, y existe como la aventura de la regalía en el misterio. Sorprende además, la diferencia extrema en el pequeño círculo mágico. Un árbol que tiene ramas como cañas, y otra rama que tiene lentiscos. Los peces tienen formas de gallos, azules, amarillos, colorados. Toda esa riqueza de formas produce espera y descanso. En medio de esa diversidad, el hombre se nutre de una espera, que tiene algo del arco y de la flecha aporética.

Aún la muerte entre nosotros parece que ordena, y el caso de Martí, tan viviente antes como después de su muerte, tieneantecedentes en la tierra de los hechizos. En 1530, en el Castillo de la Fuerza, coinciden el que va a enloquecer buscando la juventud, Juan Ponce de León, y el que ya adivina que la tierra no lo va a contener, si el camino del río dialoga con las sombrías hojas de la medianoche. Hernando de Soto, hechizado de su época, perenne habitador de un castillo, regalador de la misma sobreabundancia. El buscador de la Juvencia, queda en asombro viendo cómo el otro le regala riquezas, le burla su desconfianza, con el indescifrable gesto bueno, solo leíble en la tierra de los prodigios y del eterno renacer. Le envía a su mujer con dinero, pues ya el otro sabe que la tierra no le podrá dar la paz, aunque bailen sobre su podredumbre, y los caballos hagan suerte para despistar a los indios, que saben el secreto, y que apenas alejados los españoles, comenzarán a desenterrar al hechizado. Como encuanto «sintió unas calenturas, que el primer día se mostró lentayel tercero rigurosísima», según nos dice el Inca Garcilaso, sintió que su mal era de muerte, apenas pudo hacerse de papel para dictar el testamento. Tres años siguieron a su muerte, en que amigos y su esposa Inés de Bobadilla, lo seguían buscando, dejando señales en los árboles y «cartas escritas metidas en un hueco de ellos con la relación de lo que habían hecho y pensaban hacer el verano siguiente». Desenterrado, sepulto en el río, continuabandesde las sombras las visitas del hechizado. El solo conocimientode su muerte, tres años después de estar en la tierra de fondo derío, mata a su esposa, que había mandado con juventud y riqueza, al buscador de la Juvencia, para decirle que estaba en el Castillo de la Fuerza. Ya el hechizado había estado en el entierro y en la casa de la muerte de los nobles curacas, repartiendo «la almorzada de perlas», como se decía al reparto hecho con las dos manos, para hacer cuentas de rosario, a pesar de que eran gruesas como garbanzos gordos, según decía el cronista. Llega así el hechizado a la casa de la muerte. Gigantes con cara de diamantes defendían la entrada de las maravillas. Luego, interminables ejércitos en los relieves, con hachas de pedernal, que descargaban la muerte centelleando. La quinta fila de arqueros con flechas de pedernal y cuenco de venado labrado en cuatro esquinas. Después, las picas de cobre. Y Hernando de Soto, que se adelanta para entrar en la casa de la muerte. Y el ejército, en el relieve de la casa de la muerte, disparando incesantemente,y el batallador que se desploma. Pero está más allá de ser guardado en la tierra, de ser mecido en el río, sobrevive tres años después de muerto, vuelve muerto para recoger a su esposa y volver a pasearse en su castillo.

No solo los hechizos, enviándonos sus meteoros y sus cometas, sino a veces situaciones excepcionales, que se mantienen en unidad de espacio, logran penetrar en el invisible poético, dándole como un centro de gravedad a su permanencia. En el período de la restauración Meiji, en el Japón, doscientos niños de las mejores familias japonesas fueron enviados al Vaticano. Aquella unidad coral de garzones penetraron en los pasillos seculares con sus colores, con su piel, con su habla como el chillido de las gaviotas. Debió de ser una sorpresa mayor que la de los misioneros llegados al Oriente. ¿Cuál habrá sido la reacción de la romanidad ante aquel envío de lo más delicioso del feudalismo de losshaguns? ¿Al regresar a su país, qué impresión llevarían los garzones japoneses de aquella majestuosa valoración teocrática? ¿Qué copias engendraron, en los que eran pintores, laAcademiay laCreación? Ellos que copiaron con tanta delicadeza y fidelidad las estampas chinas, diferenciándose, no obstante, de sus modelos, en formas significativas y muy visibles, por la colocación en la misma estampa, de un sapo domesticado por la magia taoísta o una pesada hoja de helecho que se mueve gemebunda.

Era una forma de invasión y reconocimiento hasta entoncesdesconocida. No eran los misioneros, los mercaderes o los guerreros iracundos, los que llevaban la responsabilidad secretade la visitación. Por las calles de la romanidad se veían aquellosmuchachos extraídos de la flor del feudalismo japonés. Por otra parte, qué valor incomparable en esas familias, de permitir un viaje que podía tener sus riesgos secretos. Y al mismo tiempo, qué confianza en la delicadeza de sus custodios que cuidaban las travesuras y las moscas del diablo. Uno solo que se hubiera perdido o mostrado su desagrado, habría traído consecuencias no previsibles.

En sombrías hileras de cruces, veintitrés sacerdotes franciscanos, misioneros en el Japón, al mismo tiempo del canto y de la gloria, penetran en la muerte. Con sus uniformes, que la altura abrillanta como un metal terroso, con sus salmos apenas musitados, con sus rostros nobles que la flaccidez de la muerte ladea, irrumpen, como una milicia que penetra por las murallas transparentadas, con la misma unidad, en el mismo coro, por el mismo boquete de la muerte. El mismo resplandor de veintitrés hombres, que al unísono repiten el gesto del Crucificado mayor, marcha paralelizado en la escena entregada a la infamia, pues veintitrés lanzas buscan los costados, las risotadas no de una ronda, sino de un regimiento, con algazara y tumulto de merendero sombrío, los jefes a caballo, las máscaras y los rabos diabólicos, los guardias que agigantan sus pasos para extender una herida, para vigilar impasiblemente una agonía, los indiferentes que seretiran como esperando el final del cansancio de la gloria y delainfamia. Pero ni siquiera tienen la tradición de la cruz, y el aspavertical tiene casi una triple extensión que la horizontal, y paraherir en el costado tienen que usar unas lanzas tan largas que parece que van a tocar una llama más que agrandar una herida. En lo alto, como una urna de aire dorado, fuerte, lista a la formación de sonidos, lo invisible que se llena como de la otra milicia, que viene como a preparar la recepción de los veintitrés hombres que llegan, ya en su transparencia, para agrandar la rueda de un resplandor mayor.

No solamente esos coros que han penetrado con algazara coloreada en la ciudad desconocida, o majestuosamente en lo invisible, sino que el hombre ha esbozado gestos, situaciones, fugas y sobresaltos, que unas veces exhalados por inexplicables exigencias, y otras por violencias de un destino indescifrable, lo rodean como si hubiese una zona de trabajos y expectativas,alejados de la mera carga individual, donde coinciden los acarreoscorales, muchedumbres cogidas por idénticos destinos, marchando congeladas dentro de las mismas finalidades. En un salón,podemos establecer la división de los que fuman y los que desdeñan lahoja encendida; en la cámara de la muerte, asisten los que parlotean y los que se adormecen. En una travesía, los que contemplan la estela, o los que bajan a valsar. Se acercan en sus potros los campesinos a un torneo de gallos, unos llegan silbando, otros cetrinos silenciosos, mascullan la borraja. Fulgurantes agrupamientos, que en un instante o en cualquier unidad de tiempo, establecen como una clave, una familia, una semejanza en lo errante o inadvertido. Claves que no existen en una demorada casa temporal, sino impuestas por una circunstancia, un agrupamiento aparentemente caprichosoo fatal, pero que establece una división por gestos o actitudes, por acudimientos o inhibiciones, tan importantes, dentro de ese breve reducto temporal, como una reorganización por lo económico, por las exigencias del trabajo, o por los linajes que se fundan o se suceden. Nada más lejos de poder contentarnos con la creencia de que son agrupamientos banaleso dictados por el capricho. Muy pronto, en el ejemplo de losque en la travesía contemplan la estela, se cambian miradas, seacercan. Si continúan en la medianoche en la contemplación deesos dualismos engendrados por invisiblesNikés