E-Pack HQN Sherryl Woods 1 - Sherryl Woods - E-Book

E-Pack HQN Sherryl Woods 1 E-Book

SHERRYL WOODS

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Beschreibung

Pack 234 Romance en la bahía Ahora que Jess O'Brien estaba lista para compartir su futuro con un hombre, sus amigas la convencieron para registrarse en un servicio de citas, ¡pero no recibió pretendientes! El responsable de ello era su amigo de la infancia y psicólogo Will Lincoln, que ya había elegido al hombre perfecto para ella: él mismo. Un momento en la vida En la pequeña comunidad de Chesapeake Shores, en Maryland, la "no relación" entre Susie O' Brien y Mack Franklin estaba confundiendo a todo el mundo, sobre todo desde que pasaban juntos todos y cada uno de los minutos que tenían libres. Cuando aquella amistad platónica por fin comenzó a subir de temperatura, la emoción de Susie fue indescriptible. Pero justo en el momento en el que la felicidad parecía al alcance de su mano, Mack perdió un trabajo que adoraba y Susie tuvo que enfrentarse a un diagnóstico devastador. Un jardín de veranoEnamorarse de una mujer como Moira fue el inesperado broche de oro a las vacaciones que Luke O'Brien pasó en Dublín. De modo que cuando ella se presentó por sorpresa en Chesapeake, él la recibió emocionado, por lo menos en un primer momento. Disfrutar de una aventura con aquella rosa silvestre de Irlanda era una cosa, ¿pero estaba dispuesto a comprometerse para siempre con Moira? Quizá lo estuviera en el futuro, pero no en aquel momento, cuando estaba completamente volcado en montar un negocio. Una historia sencilla, que te transporta de nuevo a la bahía, a esa pequeña comunidad donde te sentirás bienvenido y parte de ellos. Lectura adictiva Con la presencia del resto de personajes, vamos a disfrutar de esta peculiar familia, y vamos a encontrarnos nuevas sorpresas que pondrán el broche de oro al final de esta serie. Lectura adictiva

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www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

E-pack HQN Sherryl Woods 1, n.º 234 - febrero 2021

I.S.B.N.: 978-84-1375-648-6

Table of Content

Créditos

Romance en la bahía

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

TÍTULOS PUBLICADOS EN HQN

Promoción

Un momento en la vida

Prefacio

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Epílogo

Publicidad

Un jardín de verano

Carta de la autora

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Epílogo

Publicidad

Capítulo 1

–Tenemos una idea –anunció Laila Riley cuando Connie Collins y ella aparecieron en el despacho de Jess O’Brien en La Posada en Eagle Point el sábado por la noche.

El brillo que tenían sus ojos puso inmediatamente nerviosa a Jess, por lo que sus amigas pudieran tener en mente.

–¿Hará que nos arresten? –preguntó con desconfianza. Y no es que no estuviera dispuesta a correr el riesgo, pero le gustaría conocer las posibilidades por adelantado, calcular las probabilidades y tener un plan alternativo.

Laila sonrió.

–Si hubiera alguien interesante trabajando para el departamento del sheriff, nos lo plantearíamos, pero no. Esto es solo para hacer algo distinto, algo que ninguna de nosotras haríamos nunca a menos que decidiéramos hacerlo juntas.

–¿Me atrevo a preguntar? –se planteó Jess.

–Citas online –reveló Connie. La falta de entusiasmo en su voz sugirió que había sido idea de Laila y que ella solo había accedido impulsada por el mismo aburrimiento que había estado afectando a Jess últimamente.

Sin embargo, Jess no estaba tan desesperada.

–No puedes estar hablando en serio.

–Oh, claro que sí –confirmó Laila.

Jess miró a las dos mujeres que invadían su despacho una noche de la semana en la que las mujeres más atractivas e inteligentes deberían haber estado saliendo con algún hombre. Connie y Laila estaban emparentadas con ella indirectamente mediante los matrimonios de sus hermanos con sus hermanas y habían elegido ser amigas a pesar de su diferencia de edad.

Connie era la madre soltera de cuarenta y un años de una adolescente que acababa de marcharse a la universidad. Su hermano pequeño, Jake, estaba casado con la hermana de Jess, Bree. Laila era la directora del banco, tenía treinta y seis años y era la hermana pequeña de Trace, que estaba casado con Abby, la hermana mayor de Jess. Jess, a sus treinta años, era la más joven.

A veces parecía como si todo el mundo en Chesapeake Shores estuviera emparentado con un O’Brien de una forma u otra.

–De acuerdo, vamos a pensar en esto –dijo Laila sintiéndose como en casa y sirviéndose un té de la tetera que siempre estaba presente sobre la mesa de Jess–. ¿Qué vas a hacer esta noche? Estás aquí en el despacho cuando deberías estar por ahí, ¿verdad?

Jess miró a la perpetua montaña de papeles de su escritorio; esa era la peor parte de su trabajo.

–¿Tiene sentido para ti? –insistió Laila–. ¿Qué pasa con los hombres de este pueblo para que las tres estemos solas un sábado por la noche? Está claro que tenemos que ampliar nuestros horizontes, salir por ahí y animar un poco las cosas.

–¿Y encontrar a un hombre que, por razones geográficas, nunca podrá estar a nuestro lado? –respondió Jess–. A mí me parece contraproducente.

–Al principio pensé lo mismo –dijo Connie pidiéndole otro vaso de té a Laila–, pero la triste verdad es que ese aburrimiento me ha abierto la mente. Durante mucho tiempo he estado deseando que mi hija creciera y se marchara a la universidad, pero ahora que de verdad Jenny se ha ido, la casa está tan vacía que no puedo soportarlo.

–Y yo he estado muerta de aburrimiento desde que Dave y yo rompimos hace tres años, que es decir mucho, ya que salir con él era tan estimulante como ver crecer la hierba –dijo Laila–. Las citas online son el modo perfecto de cambiar el status quo. Está de moda y será divertido.

Jess seguía sin estar muy convencida. Se giró hacia Connie, que era conocida por ser la más sensata.

–¿De verdad estás a favor de esto?

Connie se encogió de hombros.

–Puedo ver algunas ventajas.

–Geográficamente indeseable –dijo Jess con énfasis.

–Eso no es problema –insistió Laila–. Es un nuevo servicio local. Todos estos hombres están por aquí.

Jess no podía creerse que Connie estuviera dispuesta, o más bien ansiosa, a probar una cita online. Mirándola a los ojos, comenzó a decir:

–Pero yo creía que… –se suponía que ella no sabía que habían saltado chispas entre Connie y su tío, Thomas O’Brien porque sus hermanos, Connor y Kevin, le habían hecho jurar que lo mantendría en secreto. Suspiró–. Bueno, no importa.

Connie la observó con desconfianza, pero ya que era un tema en el que no quería ahondar, se quedó en silencio.

Laila, al parecer ajena a todo ello, dijo emocionada:

–Es perfecto, ¿no crees?

–¿Hay hombres solteros por aquí que no conozcamos ya? –preguntó Jess, aún escéptica–. ¿No es esa exactamente la razón por la que estamos aquí sentadas un fin de semana sin ningún hombre con quien salir?

–La región se extiende más allá de los límites del pueblo –admitió Connie.

–Eso incluye Annapolis –explicó Laila sacando un folleto de su bolsillo y entregándoselo a Jess–. ¿Lo ves? Almuerzo junto a la bahía. ¿No te suena de maravilla? Y eso es todo a lo que nos comprometeríamos, a un almuerzo con un acompañante. Tiene que ser mejor que esperar en Brady’s a que alguien se fije en ti. Si paso más tiempo allí, Dillon ha amenazado con ponerle mi nombre a uno de los taburetes.

–Por lo menos tendrías un legado de tu vida en Chesapeake Shores –bromeó Jess–. Mucho mejor que tener tu foto en la pared de ese viejo banco que tiene tu familia y al que te sientes tan unida.

–Búrlate de mí todo lo que quieras, pero creo que deberíamos hacer esto –insistió Laila–. Somos mujeres inteligentes y atractivas. Nos merecemos pasar algo de tiempo con hombres excitantes y de éxito que no estén emparentadas con nosotras.

–Y yo estoy hartísima de las cenas de sábado en la casa de Jake y Bree –añadió Connie–. Desde que Jenny se marchó, esperan que vaya allí para hacerle monerías al bebé. Es una monada, pero no me veo pasando así los sábados por la noche de los próximos años.

–Yo ya he tenido bastantes cenas de esas con mis hermanos; cenas a las que te invitan por pena –añadió Jess.

–Pues a mí ni siquiera me invitan a cenas de esas. Trace y Abby solo cuentan conmigo para cuidar de las gemelas. Si no me caso pronto, acabarán haciendo que me mude a su casa y me convierta en niñera interna.

–Tienes una carrera –le recordó Jess–. Estoy segura de que puedes mantener un estilo de vida independiente.

–La independencia apesta –declaró Laila.

–Amén –añadió Connie–. No es que quiera que un hombre controle lo que hago con mi vida, pero sería agradable acurrucarse con alguien delante del fuego.

–Di lo que quieres de verdad –dijo Jess–. Quieres sexo.

Connie suspiró.

–¿No es lo que queremos todas?

–Entonces, ¿vamos a hacerlo? –preguntó Laila.

Aunque no era conocida por su cautela, Jess no pudo evitar preguntar:

–Pero, ¿qué sabemos de esta compañía?

–Solo lo que dice en el folleto –respondió Laila mirando la página trasera–. Promete emparejamientos discretos hechos por un psicólogo que lleva años trabajando con clientes solteros. Ha desarrollado un buen criterio de selección para asegurarse de que la gente a quien empareja tiene los mismos valores y objetivos –soltó el folleto y las miró–. ¡Vamos, chicas! ¿Qué tenemos que perder? Y si las citas resultan un espanto, pues siempre podemos reírnos mientras nos tomamos unas copas en Brady’s.

–Yo me apunto –dijo Connie de inmediato–. ¿Jess?

Jess miró los papeles del trabajo; no irían a ninguna parte.

–¡Qué demonios! Me apunto.

Se giró, apagó el ordenador y buscó la página Web de la empresa.

–Tiene un diseño muy bonito –dijo con aprobación.

–Da la sensación de ser de fiar –apuntó Connie.

–Y me encanta la foto –añadió Laila–. Estoy segura de que la sacaron en Shore Road. Ahí a la izquierda está el muelle de pesca del pueblo.

–¿No os preocupa que podríamos acabar emparejadas con alguien que ya conocemos, incluso alguien con quien hayamos salido en el pasado? –preguntó Jess–. Eso podría ser humillante.

–O podría hacer que le echáramos otro vistazo al chico en cuestión –respondió Connie con expresión pensativa–. Después de todo, si un experto pensara que haríamos buena pareja, tal vez es que estuvimos infravalorando a la otra persona.

–O tal vez el experto no es tan listo –contestó Jess.

Aun así, cuando el formulario para registrarse apareció en la pantalla, ella fue la primera en rellenarlo. Tuvo la tentación de fingir las respuestas solo por ver qué pasaría, pero Connie y Laila se le adelantaron.

–Tienes que tomarte esto en serio –la reprendió Connie.

–Estamos esperando que un ordenador y un supuesto experto haga lo que no hemos sido capaces de hacer solas –respondió Jess–. ¿Y queréis que me lo tome en serio?

–Yo sí –dijo Connie–, porque esta podría ser mi última oportunidad.

–No va a ser tu última oportunidad –dijo Laila con fuerza–. Si vas a mirarlo así, Connie, entonces tal vez no deberías hacerlo. La desesperación nunca es un camino inteligente cuando se trata de quedar con hombres. Estamos haciendo esto para reírnos y para tener algunos almuerzos gratis, eso es todo. No podemos tener nuestras expectativas demasiado altas y tenemos que concentrarnos en divertirnos.

Connie no parecía convencida del todo, pero cuando el formulario de Jess estuvo cumplimentado, Connie inmediatamente se acercó y se situó frente al ordenador. Laila la siguió.

Cuando habían enviado el último formulario, se miraron.

–Necesito una copa –dijo Jess.

–Me apunto –añadió Laila.

Connie asintió.

–Creo que yo me la tomaré doble.

Una de las pocas cosas que no habían cambiado desde que Jake se había casado con Bree era que Mack Franklin, Will Lincoln y él seguían almorzando cada día en Sally’s. Los almuerzos habían comenzado cuando Jake necesitaba apoyo después de que Bree y él hubieran roto unos años atrás. Ahora que estaban juntos otra vez y felizmente casados, la tradición del almuerzo se había convertido para los tres en una forma de mantener su amistad bien cimentada. Will se apoyaba en esos dos hombres más de lo que probablemente ellos sabían.

Como psicólogo, pasaba los días escuchando los problemas de los demás, pero él no tenía a nadie más que a Jake y a Mack para escuchar los suyos. Aunque los tres lo sabían prácticamente todo sobre la vida de los otros, había una cosa que Will llevaba tiempo ocultándoles: su nuevo negocio, Almuerzo junto a la bahía.

El servicio de citas había sido fruto de la frustración. Pasaba demasiado tiempo apoyando psicológicamente a solteros sobre las relaciones de su vida y demasiado poco cultivando cualquier relación suya. El nombre de la empresa, que se le había ocurrido en mitad de una solitaria noche, pretendía ser irónico, aunque solo fuera para él. Por mucho que le gustaba reunirse con sus colegas, pensaba que ya era hora de empezar a almorzar con alguien que llevara falda y se echara perfume. Sí, en ocasiones, Jake olía a rosas, pero eso era solo después de que hubiera pasado la mañana plantando rosales para uno de sus muchos clientes de paisajismo. Estaba claro que no era lo mismo.

Además, pensaba que ya era hora de dejar de apoyar a Jess O’Brien. A lo largo de los años, Jess había tenido muchas oportunidades de mostrar el más mínimo interés por él, pero por lo general lo trataba como si fuera un hermano mayor especialmente molesto.

O peor; desde que era psicólogo lo acusaba de analizarla, porque padecía trastorno por déficit de atención, y de querer convertirla en un caso de estudio y, por mucho que se lo había negado, no había logrado que dejara de pensar semejante ridiculez. Y ya que se veían mucho, las sospechas de Jess hacían que la mayoría de sus encuentros acabaran resultando incómodos y ambos se mostraran irritados.

Lo cual significaba que había llegado el momento de seguir adelante de una vez por todas, aunque no era fácil en un pueblo con una población inferior a cinco mil habitantes exceptuando las épocas de primavera y verano cuando los turistas y los domingueros lo llenaban. Almuerzo junto a la bahía había sido creado no solo para llenar un hueco en la escena social de Chesapeake Shore, sino también para aliviar la soledad de Will.

Se lo explicó todo a Jake y a Mack, que lo miraban como si de pronto le hubieran salido cuernos.

–¿Vas a abrir una Web de citas? –repitió Mack.

–Exacto –respondió Will–. Si no estuvieras tan ocupado «no saliendo» con Susie, te animarías a apuntarte. Eres uno de los solteros más codiciados del pueblo.

–¿Pretendes hacer uso tú mismo de la web? –dijo Jake asombrado–. Creía que estabas viéndote con una psicóloga que se había comprado una casa de verano.

–Y lo estaba –respondió Will–. Hace dos años, pero no funcionó y lo sabrías si alguna vez prestaras atención a lo que te digo.

–Pero has estado saliendo con alguien, eso no me lo estoy imaginando.

–¿Qué puedo decir? –dijo Will encogiéndose de hombros–. Ninguna de esas relaciones ha llegado a nada.

–Supongo que tiene sentido –apuntó Mack–. Susie siempre está quejándose por la escasez de hombres disponibles en el pueblo.

Jake esbozó una sonrisa.

Mack lo miró muy serio.

–¿Qué?

–Creía que te tenía a ti –respondió Jake.

–No estamos saliendo –repitió Mack.

–Y aun así ninguno de los dos parece estar buscando a nadie –apuntó Will–. Si me equivoco y estáis abiertos a otras posibilidades, puedo registraros en la nueva Web. Eres un ex atleta y un columnista de deportes semi famoso. Para cuando acabe la semana ya te habré encontrado una pareja.

Jack lo miró con incredulidad.

–¿Ya tienes clientes?

–Unos treinta, por ahora –confirmó Will.

–¿Alguien que conozcamos? –preguntó Mack–. ¿Susie, por ejemplo? –añadió con un tono que indicaba que su relación con ella era más de lo que quería admitir.

–No estoy en libertad de decir nada –le dijo Will.

–¿Cuándo has abierto esta empresa? –preguntó Jake.

–Oficialmente, hace tres semanas, aunque llevaba tiempo pensando en la idea de emparejar a gente. Finalmente me decidí, hice unos folletos y los he repartido por la ciudad.

No tenía ni idea de qué esperar, pero cuando los clientes comenzaron a registrarse, supuse que debía decíroslo todo antes de que os enterarais por otra fuente. Alguien acabará descubriendo que yo soy el psicólogo que se encuentra detrás de todo esto. Después de todo, no somos muchos en la zona.

–Entonces, ¿estás haciendo esto para ganar dinero? —preguntó Mack aún intentando entender qué motivaciones tenía. Antes de Susie, no había tenido ninguna dificultad para atraer a mujeres solteras, así que no comprendía la frustración de Will.

—Podría ser una mina de oro, sí, pero esa no ha sido mi motivación realmente —insistió Will—. Lo veo más como un servicio a la comunidad.

—Buen intento, pero ya has admitido que estás haciendo esto para poder conocer a mujeres. ¿No podrías haberte pasado por Brady’s más a menudo?

Will sacudió la cabeza.

—No me estaba funcionando.

—¿Y la iglesia? He oído que muchos hombres conocen a mujeres en la iglesia —dijo Mack—. Ahora que lo pienso, si hubiera sabido que estabas tan desesperado, podría haberle pedido a Susie que te hubiera buscado algo. Tiene un montón de amigas.

—No estoy desesperado –contestó Will, ofendido—. Solo estoy siendo activo.

Jake y Mack se miraron y fue Jake el que se atrevió a preguntar:

—¿Y qué pasa con Jess?

Will se quedó paralizado.

—¿Qué pasa con ella?

—Bueno, no es que esté loca por mí —dijo Will, sin negar sus sentimientos, ya que nunca se le había dado bien ocultarlos—. Vamos a dejarla al margen de esto. No tiene nada que ver con el tema.

Ninguno de sus amigos parecía demasiado convencido, pero lo dejaron.

—Entonces, ¿vas a organizar fiestas de chicos y chicas como en la universidad y vas a hacer que todos se pongan etiquetas con sus nombres? ¿O vas a preparar citas de esas de sesenta segundos? Ya sabes, como el juego de las sillas musicales. He oído que son muy animadas.

Will captó su tono irónico.

—¡Que te den! —se levantó—. Ahora, si me disculpáis, voy a volver a mi despacho a jugar a los casamenteros.

—Tú y Dolly Levi —dijo Mack con una impenitente sonrisa.

—¿Quién? —preguntó Will.

—Hello, Dolly. Es un musical. Susie y yo vimos la reposición hace poco. Ella es una casamentera.

—Por favor, no le digas a mucha gente que tú, el que fuera una estrella del fútbol de la universidad, va a musicales de chicas. Destruirá tu buena reputación como uno de los mejores solteros del pueblo de todos los tiempos y dejarás de ser considerado un jugador en el terreno de las citas. Es más, es muy probable que no vuelvas a tener una cita en tu vida.

—No necesita otra cita —dijo Will—. Ya tiene a Susie.

—Que, sin duda, es una mala influencia —respondió Jake.

—¿Tengo que señalar que tu mujer produce obras de teatro en su bonito y nuevo teatro de Chesapeake Shores y en el que, de vez en cuando, hay musicales? ¿Piensas asistir?

Jake se estremeció.

—Eso es una obligación marital, no una elección. Hay una diferencia.

—Will, ¿te tragas esa excusa? ¿De verdad hay diferencia?

—No pienso mediar en esto, chicos. Ahí os quedáis.

Quería volver a su despacho para ver si podía encontrar a la mujer de sus sueños. Tal vez estaba justo ahí, a la vuelta de la esquina, aunque de ser así, ya tendría que haberse cruzado con ella.

Por primera vez desde el viernes anterior, Will abrió su email el lunes por la tarde para comprobar las nuevas solicitudes de ingreso al servicio de citas online. Durante el fin de semana habían llegado seis; ya había introducido los datos de todos cuando vio las solicitudes de Laila, Connie y Jess. Se le abrieron los ojos como platos. Lo de Laila y Connie podría hacerlo, ¿pero Jess? ¿Qué iba a hacer con ella?

Ya que había adjuntado un pago con su tarjeta de crédito al registrarse en la Web, la integridad profesional requería absolutamente que él incluyera sus datos en el sistema y viera si su perfil encajaba con el de algún hombre. Sin embargo, sentía un cosquilleo en el estómago que le decía que borrara su solicitud como si nunca la hubiera visto. No quería ser el hombre que ayudara a Jess a irse con otro. Sí, tarde o temprano, ella acabaría haciéndolo, pero no quería ser él el que se lo facilitara.

Estuvo batallando con su propia conciencia durante unos diez minutos antes de que, muy a su pesar, incluyera sus datos en el sistema. Deliberadamente, excluyó su propia información y cuando vio que la búsqueda no daba resultados, suspiró aliviado.

Se dijo que le devolvería el dinero y le diría que volviera a enviar la solicitud pasado un tiempo, pero cuando estaba a punto de enviarle ese correo, no pudo hacerlo. Por mucho que no le gustara, se lo debía a Jess.

En cuanto a Laila y Connie, lo tuvo más fácil con sus solicitudes. Tres parejas potenciales aparecieron casi de inmediato en el caso de Connie y envió a los tres implicados la información de contacto mutua. Para Laila salieron cuatro posibilidades y, sorprendentemente, una de las mejores parejas, el hombre que parecía tener más en común con ella, era él mismo.

–No, ni hablar –murmuró para sí. Jamás había pensado en salir con la hermana pequeña de Trace… aunque, ¿por qué no? Tal vez sería la mejor forma de comprobar si los criterios que estaba empleando en su programa eran efectivos.

Ya casi se había convencido para llamarla cuando pensó que no era casualidad que las solicitudes de las tres hubieran llegado el sábado por la noche una detrás de otra. ¿Las habían enviado juntas? ¿Y cómo reaccionaría Jess si saliera con Laila? ¿La ofendería que sus amigas hubieran encontrado citas y ella no? ¿Le molestaría que la primera cita de Laila fuera él? ¿Y por qué iba eso a preocuparlo a él, si estaba intentando vivir su vida tal y como se había jurado que haría?

Antes de poder cambiar de opinión, levantó el teléfono y llamó a Laila al banco.

–Ey, Will, ¿qué tal? –dijo con su amistoso tono.

–Seguro que no te lo crees, pero un servicio de citas online nos ha emparejado –le dijo sin explicarle que se trataba de su propio negocio. Ya se enteraría enseguida…

–¿Almuerzo junto a la bahía? ¡Estás de broma! No me esperaba que surgiera algo tan rápido.

–Estoy tan sorprendido como tú, pero he pensado que tal vez deberíamos intentarlo. ¿Te gustaría almorzar mañana?

–¿Por qué no? –dijo antes de vacilar y preguntar–: ¿Estás seguro de que es una buena idea?

–¿Por qué no iba a serlo? Está claro que los dos estamos buscando nuevas formas de conocer gente, y si un ordenador dice que somos compatibles, creo que al menos deberíamos probar.

–Bueno, al menos nos echaremos unas buenas risas, ¿no?

–Exacto. ¿Qué dices?

–¿A qué hora y dónde?

–¿Panini Bistro al mediodía? ¿O preferirías ir a algún otro sitio?

–Creía que siempre comías con Mack y Jake al mediodía –dijo ella demostrando que su rutina era bien conocida por todos.

–He decidido que ya es hora de modificar mi rutina.

–Entonces, cuenta conmigo. Y el Panini Bistro me parece bien. Nos vemos allí. ¿Tengo que llevar un clavel rojo detrás de la oreja para que puedas identificarme? –le preguntó entre carcajadas.

–A menos que hayas pegado un gran cambio desde la comida en casa de los O’Brien hace dos domingos, creo que te reconoceré –respondió antes de añadir–: Tal vez por ahora deberíamos mantener esto en secreto. ¿Qué te parece?

–¿Te da vergüenza que te vean en público conmigo, Will Lincoln?

–Si así fuera, no iríamos a almorzar a Shore Road. Es solo que pienso que puede que lo mejor sea ser discretos hasta que veamos cómo funciona esto. Puede que nuestros amigos tengan mucho que decir si se enteran.

–¿No estarás pensando en un amigo en particular, verdad? ¿Es Jess quien prefieres que no se entere?

–¡Claro que no! ¿Por qué iba a importarle a ella?

–Me alegra que pienses eso, porque no se me da nada bien guardar secretos, y menos a mis amigas.

–Vale, de acuerdo –dijo resignado ante la posibilidad de que su almuerzo pudiera crear una conmoción–. Nos vemos mañana.

–Lo estoy deseando.

Will deseó poder decir lo mismo, pero por el contrario, una sensación de pavor se instaló en su estómago porque sabía que estaba jugando con fuego.

Capítulo 2

Unos días después de registrarse en Almuerzo junto a la bahía, Jess comprobó su bandeja de entrada.

–No lo entiendo –le dijo frustrada a Laila, que acababa de pasar por el hotel–. Connie y tú habéis obtenido respuesta casi de inmediato. Yo no he tenido nada, ni siquiera una confirmación de mi registro.

–Seguro que habrá sido un error –respondió Laila, aunque a Jess le pareció que se sintió algo culpable al decirlo.

–¿Es que sabes algo que yo no sé? –preguntó Jess observando a su amiga.

–Claro que no –respondió Laila demasiado apresuradamente–. Tal vez los intereses que pusiste eran demasiado pocos. La empresa promete alguien con intereses similares, y puede que tarde un poco en encontrar la pareja adecuada. Seguro que no todo el mundo recibe una respuesta inmediata. Lo importante es que la persona con la que acaben emparejándote sea la correcta.

–La verdad es que me da igual. De todos modos no confiaba mucho en esto. ¿Qué te parece si vamos a Sally’s y comemos algo?

Laila se estremeció.

–Lo siento, no puedo. Tengo mi primera cita.

Jess se quedó mirándola, intentando juzgar la extraña expresión del rostro de su amiga. Laila parecía más preocupada que emocionada y no era la reacción que Jess se habría esperado.

–¿Por qué no me has dicho nada al llegar? ¿Quién es? ¿Sabes su nombre? ¿Dónde vais a reuniros?

–En Panini Bistro.

De nuevo, Jess la miró fijamente.

–Me sigue dando la sensación de que ocultas algo. ¿Quién es ese hombre? ¿Lo conozco?

Laila asintió.

–La verdad es que sí. Por eso he venido, para poder contártelo por si tenías alguna objeción.

–¿Y por qué demonios iba a tener alguna objeción? No hay nadie en este pueblo con quien haya salido en serio, a menos que contemos a Stuart Charles de tercer curso. Fui a un montón de partidos de la Liga Menor para ver jugar a ese niño.

–Creía que ibas a esos partidos para ver a Connor.

–¿Crees que quería que alguien se enterara de que me gustaba un hombre mayor? –respondió Jess con una sonrisa–. Creo que Stuart tenía doce años, estábamos condenados desde el principio –su sonrisa se desvaneció–. Pero nos hemos salido de la conversación. Estábamos hablando de tu cita e intentaba dejarte claro que no tienes que preocuparte por nada en lo que a mí concierne.

–No estoy tan segura de eso –dijo Laila sin mirarla a los ojos–. Es Will.

Jess se quedó absolutamente quieta e incluso le pareció como si el corazón le hubiera dado un vuelco.

–¿Vas a almorzar con Will? –le preguntó lentamente–. ¿Estás diciéndome que el ordenador os ha emparejado?

Laila asintió y después le preguntó preocupada:

–No estarás molesta, ¿verdad? Quería que te enteraras por mí por si alguien nos ve juntos. Si te molesta, puedo llamar para cancelarlo.

–No seas ridícula. ¿Por qué iba a molestarme? –preguntó intentando sonar despreocupada y aparentar que no estaba afectada, a pesar de que en realidad la noticia la había dejado desconcertada–. Nunca he salido con Will –vaciló–. ¿No crees…?

–¿Qué?

–El folleto decía que la empresa la dirigía un psicólogo. ¿Crees que podría ser Will?

Laila se encogió de hombros.

–Podría ser, pero no sé por qué tendría que importar eso.

–¿No crees que será raro salir con un loquero? –a Jess le había costado estar en la misma habitación que él, nunca había sido capaz de quitarse de encima la sensación de que Will estaba analizándola. Tal vez bajo otras circunstancias esa atención que él le dirigía habría sido halagadora, pero por el contrario la hacía sentirse expuesta y ya había experimentado esa sensación demasiado cuando los médicos habían estado intentando determinar su síndrome de déficit de atención años atrás. Todas esas pruebas psicológicas la habían hecho sentirse como un espécimen de laboratorio.

–¿Por qué iba a ser raro? –preguntó Laila encogiéndose de hombros–. Con suerte, será más perspicaz que la mayoría de los hombres con los que me he topado. Es curioso, pero nunca antes había pensado en salir con Will. Tenemos la misma edad, pero nunca salimos con la misma gente cuando estudiábamos.

–Porque tú ibas con la gente popular y él iba con los friquis.

–Will no era un friqui –dijo Laila saltando en su defensa de un modo que sorprendió a Jess–. Jake y Mack son sus dos mejores amigos y los dos eran atletas. Siempre estaba en tu casa con Kevin y con Connor, además. Si no recuerdo mal, incluso jugaba al baloncesto en la universidad –se le iluminó la cara–. ¡Esa es otra cosa buena! Es más alto que yo; estoy cansada de tener que llevar zapatos planos cuando salgo por ahí para no intimidar a algún tipo que no pase del metro setenta.

Jess no podía explicar por qué la idea de que Laila fuera a salir con Will la molestaba tanto. ¿Era porque estaba más interesada en él de lo que había admitido nunca? ¿O era porque ese estúpido ordenador había confirmado lo que ella siempre había dicho, que harían una pareja terrible? Y ya que no quería que su amiga se preocupara por nada de eso, esbozó una forzada sonrisa.

–Espero que lo paséis genial. Estaría muy bien que todo esto de los emparejamientos funcionara.

Laila sonrió, claramente aliviada por tener la bendición de Jess, por muy poco entusiasta que se hubiera mostrado su amiga.

–Cruzaré los dedos. Luego te llamo para contarte cómo ha ido.

En cuanto se marchó, Jess agarró las llaves y se dirigió a Sally’s, donde sabía que encontraría a Jake y a Mack. Tal vez ellos podrían decirle si Will estaba detrás del servicio de citas. Si lo estaba, una vez se recuperara del impacto, no querría volver a saber nada de él.

Will se encontraba en la acera delante del Panini Bistro esperando a Laila Riley. Se había sentido un poco extraño al emparejarse con una persona a la que conocía prácticamente desde siempre, pero habían intercambiado un par de e-mails desde que habían hablado el día antes y había descubierto unas cuantas cosas más que tenían en común, además de todas las personas que conocían los dos y de los intereses que ambos habían mencionado en sus solicitudes. Por lo menos podrían pasar la siguiente hora charlando y poniéndose al día de cómo les iba en la vida sin ningún tipo de presión. Todo ello hizo que ella fuera ideal como su primera cita de Almuerzo junto a la bahía.

La vio salir del coche al final de la calle y caminar hacia él decididamente. Laila sonrió al verlo, extendió la mano para estrechársela, pero entonces se encogió de hombros y lo abrazó directamente.

–Es extraño, ¿verdad? –preguntó ella.

–Pues yo estaba pensando en lo fácil que sería. Nos conocemos prácticamente de toda la vida.

–Pero no así. No como un esposo o esposa potencial.

Will la miró con tanto asombro que la hizo reír.

–Lo siento –dijo ella inmediatamente–. Solo quería decir que esto no es como encontrarnos por casualidad en una fiesta o en Brady’s. Es una cita real, incluso aunque sea solo para almorzar.

Will sonrió a medida que pasaba el incómodo momento.

–Entonces debería apartar una silla y pedirte que te sentaras –dijo haciendo exactamente eso antes de sentarse en la mesa de la terraza–. ¿Te apetecería una copa de vino con el almuerzo?

Ella negó con la cabeza.

–Una cosa que he aprendido de la banca es que para mirar todos esos números necesito tener la cabeza despejada. Tómala tú, si quieres.

–Yo no; mis pacientes esperan que les dé consejos sensatos y que, al hacerlo, esté sobrio.

Miraron las cartas, pidieron la comida y se acomodaron en sus sillas. A Will no se le ocurría nada que decir que no hubiera dicho ya en sus e-mails.

–He ido a ver a Jess antes de venir aquí –dijo Laila al cabo de un instante.

Will sintió que el corazón se le detuvo un instante.

–¿Ah, sí? ¿Cómo está?

–Se ha quedado un poco asombrada cuando le he dicho que iba a verte, pero sentía que tenía que contárselo.

–¿Por qué?

–Bueno, no estoy segura… –admitió–. Supongo que es porque siempre he pensado que los dos teníais una especie de conexión. Y, claro, nosotras somos amigas. Ya te dije que no se me daba bien ocultarles secretos a mis amigas.

Will se dijo que lo que Laila estaba contando sobre la reacción de Jess no significaba nada, que probablemente la había sorprendido tanto como si le hubiera dicho que los dos se habían encontrado en el supermercado.

Cuando no dijo nada, Laila añadió:

–Jess se preguntaba si todo esto del servicio de citas era idea tuya. ¿Lo es?

Will vaciló, pero no le vio sentido a darle una respuesta evasiva.

–Sí –explicó las razones por las que había creado la empresa y añadió–: Hasta el momento ya he formado diez parejas para que tengan su primera cita, aunque esta es la primera para mí.

–¿En serio? –le preguntó impresionada–. ¿Y me has elegido a mí? ¿Por qué?

–¿Sinceramente?

–Por supuesto.

–Quería comprobar por mí mismo los criterios que he empleado y tú parecías ser la oportunidad menos amenazante para hacerlo –admitió–. En el peor de los casos, si resultaba ser un absoluto desastre, pensé que podríamos reírnos de ello.

–No estoy segura de si hay algún cumplido enterrado en alguna parte de lo que has dicho o no…

—Seguro que enterrado muy en el fondo —respondió Will riéndose.

—Bueno, ¿y qué tal las demás parejas?¿Alguna parece estar funcionando?

—Mi criterio parece estar funcionando, por lo menos cuando se trata de extraños. Varias personas me han dicho que ya van por la tercera, e incluso por la cuarta, cita con la primera persona con la que quedaron emparejados.

—¿Y qué criterios te hicieron emparejarte conmigo? —preguntó Laila y lo miró fijamente—. En lugar de con Jess, ¿por ejemplo? Ella se registró el mismo día que yo.

Will no podía negar que él había pensado eso mismo. Después de todo, era la oportunidad perfecta para animar a Jess a pensar en él de forma distinta, pero no había estado preparado del todo para la humillación de que ella se riera a carcajadas ante la sugerencia de que tuvieran una cita.

—Jess y yo no encajamos en realidad.

—¿Según tus criterios?

—No exactamente. Me excluí de su búsqueda de pareja cuando encontré sus datos en el ordenador.

Laila pareció sorprendida.

—¿Por qué?

—Como te he dicho, ya sabía que no encajaríamos.

—¿Pero nosotros sí, según el ordenador?

Él asintió.

—Tú y yo teníamos al menos unas cuantas cosas en común, intereses parecidos, ambiciones y cosas así.

Ella lo miró divertida.

—Parece que somos una pareja ideal.

—¿Quién sabe? Podríamos serlo —la miró fijamente esperando sentir algo, el más mínimo atisbo de la química que sentía cuando Jess y él se encontraban en la misma habitación, pero no pasó nada. No obstante, eso no significaba que sus criterios no funcionaran, sino que él no tenía un modo cuantificable de medir la atracción, a pesar de saber que era un ingrediente clave en cualquier relación.

Tras un incómodo momento cambió de tema para pedirle opinión sobre una variedad de asuntos económicos y de banca. Laila era una persona informada, una que daba sus opiniones y que era directa, todas ellas buenas cualidades según él lo veía. Habían terminado el postre antes de que se diera cuenta de que era tarde y que debía volver al despacho para atender a su próximo paciente.

—Ha sido divertido —dijo, y lo dijo en serio—. Me encantaría volver a almorzar contigo.

—A mí también, pero la próxima vez invito yo.

Will interpretó esa declaración como lo que era: una oferta de amistad. Y ya que él había estado pensando lo mismo, se sintió aliviado.

—Trato hecho.

—Pero no una cita. Olvídate de tu estúpido ordenador, Will, y pídele salir a Jess. Sabes que es la chica que quieres. Siempre lo ha sido.

—No encajamos.

—¿Y eso quién lo dice?

—Principalmente, Jess —confesó él.

—¿Le has pedido salir de verdad y te ha dado calabazas?

—Bueno, no, pero me ha dejado abundantemente claro que la hago sentirse incómoda.

—Eso es exactamente lo que Jess necesita, alguien que pueda darle caña. Deja de perder el tiempo intentando encontrar una sustituta que nunca llegue a igualársele. Ve a buscar lo auténtico —le dio un abrazo—. Ese es mi consejo —sonrió—. Y por suerte para ti, no te cobro por él.

Se alejó por la calle dejando a Will mirándola y preguntándose por qué no podía haber sido ella la mujer de su vida. La sincera y directa Laila Riley era mucho menos complicada de lo que jamás sería Jess O’Brien.

Suspiró. Ese, por supuesto, era el problema. Al parecer, le gustaban las complicaciones y, por desgracia, esa sería su perdición.

La primera cita a ciegas oficial de Connie fue con un contable de Annapolis, un padre soltero cuyos hijos, al igual que Jenny, estaban ya en la universidad. Por escrito, le había parecido un tipo genial; los e-mails que se habían intercambiado habían revelado otras cosas que tenían en común, incluyendo el amor por el agua. Por todo ello, ya se había imaginado que disfrutarían de un agradable almuerzo con una estimulante conversación, aunque la cosa no fuera a más.

Ya que había accedido a conducir hasta Annapolis, había decidido salir temprano y parar en las oficinas de la fundación de Thomas O’Brien para conocer el estado de sus esfuerzos por recaudar fondos para la protección de la Bahía Chesapeake. Aunque era sábado por la mañana, sabía que se encontraría al tío de Jess trabajando. Su reputación de adicto al trabajo era ampliamente conocida. Cuando llamó a la puerta de su despacho, él levantó la mirada de los papeles que tenía sobre la mesa y le sonrió.

—Vaya, eres exactamente lo que necesitaba esta deprimente mañana —dijo quitándose las gafas de leer y soltando su boli—. ¿Qué te trae por Annapolis?

A Connie se le aceleró el pulso ante el entusiasmo de su voz, a pesar de que se había dicho miles de veces que eso se debía a su gratitud por sus esfuerzos para con la fundación y nada más.

—Tengo una cita —admitió arrugando la nariz—. Una cita a ciegas, mejor dicho.

Él se echó atrás, asombrado.

—¿Y por qué una mujer tan encantadora como tú tendría que tener una cita a ciegas?

—Me he apuntado a un servicio de citas online —dijo tímidamente—. Y Jess y Laila también.

—¿Las tres? —sacudió la cabeza tristemente—. No llego a entender en qué están pensando los hombres de Chesapeake Shores si vosotras tenéis que recurrir a un servicio de citas online —aun así, se mostró ligeramente intrigado—. ¿Y es tu primera cita?

Connie asintió.

—Para ser sincera, estoy un poco nerviosa.

—Hoy en día, eso es perfectamente comprensible. Tal vez deberías reconsiderarlo.

—No puedo echarme atrás y no presentarme. Eso sería muy grosero.

—Entonces iré contigo —dijo decididamente—. No como cita, por supuesto, sino para estar cerca por si hay algún problema.

—¿Lo harías?

—Me siento obligado a hacerlo, de hecho. Alguien necesita mirar por ti, y somos prácticamente familia.

Ella se rio ante la seriedad de su voz.

—¿Sabes cuántos años tengo?

—Me hago una idea. ¿Qué quieres decir con eso?

—Que soy lo suficientemente mayor como para cuidar de mí misma.

—No, si este hombre resulta ser un depredador zalamero —insistió apretando la mandíbula.

—¿Por qué estoy empezando a pensar que pasar por aquí ha sido una mala idea? —dijo ella con actitud divertida a pesar de la actitud extremadamente protectora de él. Thomas le sonrió y esa sonrisa hizo que se le encogieran los dedos de los pies.

—Ya que está claro que no has venido buscando mi protección, ¿por qué has pasado por aquí?

«Para ver esa sonrisa, por un lado», pensó, aunque no se atrevió a decirlo. Sus sentimientos enfrentados por Thomas O’Brien eran una fuente constante de consternación para ella y sabía que jamás la abandonarían. Al mismo tiempo, parecía no saber mantenerse alejada de él. Se sentía atraída hacia su pasión por el trabajo, su atenta personalidad, su pícaro sentido del humor… En resumen, se sentía atraída hacia él.

–No te veo desde los eventos de este verano y quería ver cómo iba la recaudación de fondos y qué puedo hacer para ayudar durante el invierno.

–Tengo algunas ideas al respecto –dijo él de inmediato–. ¿Por qué no nos vamos antes a ese almuerzo tuyo y nos tomamos un café mientras esperamos a que llegue tu cita? Una vez lo haya conocido y haya visto por mí mismo que no pretende hacerte daño, me esfumaré.

Connie podía ver todo tipo de cosas potencialmente desastrosas en cuanto a ese plan, pero no se veía capaz de decirle que se olvidara del tema. Un café con Thomas sonaba mucho mejor, francamente, que almorzar con un extraño.

–Sería genial –dijo.

Fueron caminando hasta el restaurante que la cita de Connie había sugerido, eligieron una mesa con vistas al cercano río Severn y pidieron un café. Connie estaba tan ensimismada en lo que Thomas estaba diciendo que no se percató cuando otro hombre se acercó a la mesa y se quedó allí mirándolos con gesto de irritación.

–¿Eres Connie Collins?

Ella se sobresaltó.

–Sí. ¿Steve Lorton?

El hombre asintió y miró a Thomas con gesto serio.

–¿Interrumpo algo?

–Por supuesto que no –respondió Connie antes de que pudiera hacerlo Thomas, que había adoptado una extraña expresión territorial. Los presentó–. Thomas y yo estábamos charlando sobre los últimos progresos de su fundación para proteger la bahía. He estado trabajando como voluntaria para él.

Steve pareció apaciguado por la explicación, pero cuando Thomas no hizo intención de moverse, se vio obligado a agarrar una silla de una mesa cercana. Se sentó al lado de Connie, como reclamándola. Era la primera vez que se veía en mitad de dos hombres enfrentados por ella, pero descubrió que no le gustó tanto como siempre se había imaginado.

–Thomas ya se marchaba –dijo, aunque, para su pesar, él no parecía tener intención de moverse.

–Estoy seguro de que a Steve no le importará que me quede un rato más –respondió tensando la mandíbula de un modo que Connie reconoció porque ya lo había visto en otros O’Brien con demasiada frecuencia.

Estaba a punto de obligarlo a marcharse cuando él añadió:

–Hay algunas cosas que tenemos que discutir, Connie.

Connie lo miró confundida.

–¿Qué cosas?

–Nuestros planes para el próximo fin de semana.

Ahora sí que estaba confundida de verdad.

–¿Es que tenemos planes?

–Claro que sí –respondió mirando a Steve.

Steve se levantó tan bruscamente que su silla se volcó.

–Mira, no sabía que ya estabas saliendo con alguien –le dijo a Connie con mirada acusatoria–. Deberías habérmelo dicho.

Antes de que ella pudiera defenderse, él se giró y se marchó sin decir ni una palabra más.

Connie se quedó mirándolo y después se giró hacia Thomas.

–¿Por qué has hecho eso? ¿Por qué lo has espantado?

–No me ha gustado –le dijo sin el más mínimo atisbo de remordimiento.

Connie lo miraba incrédula.

–Creo que la finalidad de que se celebrara esta cita era descubrir si a mí me gustaba.

–No te habría gustado –predijo Thomas–. Es demasiado egocéntrico.

–¿Y eso lo sabes por haberlo visto dos minutos sentado aquí?

–Lo he sabido en cuanto no he visto el más mínimo interés en sus ojos cuando has mencionado lo de proteger la bahía.

Eso Connie no podía negarlo. Aun así, se sentía obligada a decir:

–Creo que tienes cierta predisposición cuando se trata de la bahía. No todo el mundo tiene tanta pasión por lo que hace como tú.

–Tú sí –le dijo mirándola fijamente–. ¿Puedes decirme sinceramente que estarías interesada en un hombre al que no le importa lo que le rodea?

–Probablemente no, pero no eres tú el que tiene que decidirlo –respondió.

–Te he hecho un favor –dijo él tercamente.

Ella suspiró; sabía que no iba a ganar esa discusión. Aunque, para ser sincera, no estaba tan descontenta con lo que él había hecho, no si eso les daba a los dos la oportunidad de pasar más tiempo juntos.

–Digamos que acepto que creyeras que estabas haciéndome un favor. He conducido hasta aquí para almorzar. ¿Significa eso que ahora vas a invitarme?

La expresión de él se iluminó y su resonante carcajada despertó sonrisas en las otras mesas cercanas.

–Creo que es lo mínimo que puedo hacer.

–¿Y qué me dices de esos planes que, supuestamente, tenemos para el próximo fin de semana? –preguntó ella, de pronto sintiéndose atrevida y osada, como hacía mucho tiempo que no se sentía.

–¿Cena en Brady’s el sábado por la noche? –sugirió él.

A pesar del zumbido de emoción que la recorrió ante la sugerencia, Connie vaciló.

–¿En Brady’s? ¿Estás seguro de eso?

–¿En territorio O’Brien? –preguntó demostrando que entendía exactamente qué le preocupaba.

–Sí.

–Bueno, no puedo pedirte que vuelvas a Annapolis, ¿verdad? Tendremos que encontrar un lugar ahí abajo que mi familia no haya descubierto. Chesapeake Shores no es el único lugar con restaurantes. Déjamelo a mí.

–De acuerdo –dijo ella con las manos temblando de pronto, tanto que tuvo que soltar la carta y dejarla sobre la mesa. Y para asegurarse de que no estaba malinterpretando lo que estaba pasando, se obligó a mirarlo a los ojos.

–¿Es esto una cita, Thomas? ¿O una reunión de trabajo? Quiero tenerlo claro.

Él no respondió inmediatamente. Es más, parecía como si estuviera intentando decidirse.

–La respuesta inteligente sería llamarlo «reunión de trabajo », ¿verdad? –respondió con arrepentimiento en la voz.

–Probablemente sería lo más sensato –contestó ella sin ni siquiera intentar ocultar su decepción y antes de recordarse que tenía más de cuarenta años y que ya no era una tímida adolescente. Thomas O’Brien era el primer hombre en años que había capturado su atención. Lo miró directamente a los ojos y añadió–: Pero me gustaría mucho que fuera una cita.

La expresión de Thomas se iluminó inmediatamente.

–¡Pues que sea una cita! Pero…

–No tienes que decirlo, Thomas. La familia no tiene por qué saber nada de esto.

–No es que crea que pase nada porque fuéramos a tener una cita –se apresuró él a decir.

Connie se rio.

–Créeme, lo entiendo. Una vez se los suelta, los entrometidos O’Brien son difíciles de contener.

–Exacto –agarró su carta–. De pronto me muero de hambre. Creo que tomaré la bandeja de marisco. ¿Y tú?

Connie estaba segura de que no sería capaz de dar bocado.

–Yo una ensalada pequeña.

–Tonterías. Necesitas proteínas antes de conducir hasta casa. Al menos tómate los pasteles de cangrejo. Aquí los hacen excelentes.

Ella cedió porque no tenía sentido luchar contra él y porque sabía que lamentaría haber tomado la ensalada cuando a medio camino de casa comenzara a rugirle el estómago. Aun así, no podía dejarle salirse con la suya del todo porque eso sentaría un precedente con un hombre tan terco como parecía serlo Thomas.

–Un sándwich de cangrejo, entonces.

–¡Excelente!

Miró sus centelleantes ojos azules, azules, y pensó que no podía recordar haberse sentido tan cautivada por nadie así, ni siquiera por el padre de Jenny. Por mucho que había creído amar a Sam, a ese hombre le había faltado fuerza, madurez, pasión y compasión, todas ellas cualidades que Thomas personificaba.

Sí, estaba enamorada. Pero ojalá esa situación no tuviera el potencial de romperle el corazón.

Capítulo 3

Desde que había descubierto que Almuerzo junto a la bahía era, en efecto, la nueva empresa de Will, Jess había estado sintiéndose más inquieta de lo habitual y había estado evitando también las llamadas de Laila, no muy segura de querer saber nada sobre su maravillosa cita con Will. Pero sabía que no podía evadir a su amiga para siempre. Es más, era muy infantil que lo hubiera hecho.

Entró en la cocina del hotel, donde Gail estaba preparando comida para las cestas de picnic que varios de los huéspedes habían solicitado.

–Voy a marcharme una hora o así. Llámame al móvil si me necesitas.

–¿Quién está atendiendo en recepción?

–Ronnie.

Gail la miró sorprendida.

–Vaya, debes de estar ansiosa por largarte de aquí. Creía que no te fiabas de Ronnie en el mostrador.

Ronnie Forrest era un veinteañero, pero tenía la madurez de un preadolescente. Su padre, un amigo de Mick, había perdido la esperanza de ver a Ronnie desarrollando un trabajo responsable y manteniéndolo. Jess se había mostrado dispuesta a darle una oportunidad, pero hasta el momento la única tarea que podía desarrollar sin echarlo todo a perder era llevar las maletas de los huéspedes. Con bastante frecuencia se le podía encontrar en el vestíbulo principal viendo la televisión en lugar de desempeñar algunas de las otras tareas que se le habían asignado, pero por muy frustrante que resultara su hábito de fingir estar enfermo, en cierto sentido, Jess podía identificarse con él. Más de una vez se había preguntado si el chico no padecería también el síndrome de déficit de atención que a ella le había marcado la vida.

Jess sonrió a Gail.

–Y esa es la razón por la que tú vas a supervisar lo que hace mientras yo esté fuera. Eres mucho más dura que yo. A lo mejor tú puedes lograr que se tome su trabajo en serio.

Gail no podía negar que era una chica dura. Sin embargo, con una ceja enarcada preguntó:

–¿Y cómo se supone que voy a echarle un ojo desde la cocina?

–Transfiere las llamadas a tu línea, si quieres, y tráelo aquí y haz que pele cebollas –sugirió Jess–. Tal vez así empezará a ver que mis amenazas de despedirlo si no espabila no son en vano.

Gail la miró sorprendida.

–¿Ya le has dicho que su trabajo pende de un hilo?

Jess asintió.

–La semana pasada. No tenía elección después de que tres personas se quejaran de que nadie había respondido cuando llamaron para hacer reservas y lo encontraron viendo reposiciones de Ley y Orden.

–¿Qué va a decir tu padre?

–Le diré que si quiere darle una oportunidad al chico, entonces debería contratarlo él –dijo Jess–. Podría ser lo mejor. Mi padre no tolera a nadie que no se esfuerce en su trabajo. Tal vez le dirá al padre de Ronnie que le hagan pruebas por si tiene problemas de déficit de atención, que es lo que sospecho que está pasando.

Gail la miró sorprendida.

–¿En serio?

Jess asintió.

–¿Y por eso sigues dándole flexibilidad, a pesar de hablarle con dureza?

–Es probable que sí –admitió Jess con un suspiro–. Mientras tanto, es todo tuyo. Lo mandaré aquí antes de marcharme.

Por supuesto, no encontró a Ronnie en el vestíbulo, que era donde se suponía que tenía que estar. Y tampoco estaba en el salón. Estaba en el porche, con una gorra de béisbol tapándole los ojos y profundamente dormido. La imagen la enfureció tanto que agarró el respaldo de la mecedora en la que estaba sentado y a punto estuvo de volcarla y tirarlo desde el porche al jardín.

–¿Pero qué…? –murmuró él al agarrarse a una columna para evitar caer–. ¿Estás loca?

–Ni la mitad de lo loco que estás tú, si piensas que esta es una forma aceptable de comportarse en el trabajo –respondió dándose cuenta de pronto de por qué Abby se pasaba tanto tiempo furiosa con ella–. ¿Es que no lo has entendido cuando la semana pasada te dije que estabas acabando con mi paciencia?

–Tranqui, no pasa nada.

–¿Cómo puedes saberlo cuando el teléfono que deberías estar atendiendo está dentro? He pasado la línea de reservas a la cocina. Entra ahí y ayuda a Gail. Si cuando vuelva no me dice que lo has hecho genial, estás despedido. ¿Queda lo suficientemente claro? –en esa ocasión simplemente tenía que mantenerse firme. No iba a hacerle ningún favor si dejaba que siempre se saliera con la suya a pesar de tener ese comportamiento en el trabajo.

Por fin, él se mostró moderadamente agitado.

–Vamos, Jess.

–Para ti, señorita O’Brien –le contestó con brusquedad.

Él sonrió como si hubiera dicho algo histéricamente divertido.

–Vamos, señorita O’Brien, ya sabe que a mi padre le va a dar un infarto si pierdo otro trabajo.

–Pues entonces no lo pierdas –dijo ella y se marchó antes de decirle unas cuantas cosas más sobre su ética del trabajo que probablemente no entendería. Si Devlin Forrest se quejaba a Mick de que hubieran despedido a Ronnie, ella hablaría con su padre. La insolencia y la haraganería eran dos rasgos que Mick tampoco toleraría jamás. De eso estaba bien segura.

Tras llegar a la conclusión de que necesitaba un poco de aire fresco y un largo paseo para mejorar su estado de ánimo, fue caminando los kilómetros que la separaban del pueblo y se dirigió al banco. En la recepción saludó a Mariah y después asintió hacia los despachos de los directores.

–¿Está Laila? ¿Está libre?

Mariah asintió.

–Pasa. Puede que una cara amiga la anime un poco.

–¿Está teniendo un mal día?

–Días –le confió Mariah–, pero no te atrevas a decirle que te lo he dicho yo.

–¿Tienes alguna idea de por qué está así?

–Ni idea.

Jess fue al despacho que antes había pertenecido a Trace hasta que él había convencido a su padre de que era Laila la que tenía que estar ahí. Trace no había hecho nada durante el breve periodo que lo había ocupado, pero Laila había pintado las paredes de un cálido tono crema y había añadido toques de arte moderno a las paredes. Los cuadros habían horrorizado a su padre, que no los veía lo suficientemente tranquilizadores para estar en un banco de pueblo, pero Laila se había mostrado firme. Era la habitación más alegre en ese viejo y deprimente edificio.

–He oído que los ánimos no andan muy bien por aquí. ¿Es seguro entrar?

Laila sonrió.

–Pasa. Prometo no arrancarte la cabeza de un mordisco.

Jess se sentó y miró a su amiga.

–Pareces agotada. ¿Qué está pasando?

–Estoy intentando evitar que algunos de nuestros clientes más antiguos pierdan sus casas al no poder pagar sus hipotecas. Creía que la economía estaba recuperándose, pero aún tenemos gente por aquí que está pasándolo muy mal. El comité ejecutivo no quiere oír sus excusas. Estoy pidiéndoles compasión, pero me temo que voy a perder la batalla.

–Lo siento. Sé lo que es estar al otro lado de la apertura de un juicio hipotecario. Si Abby no hubiera venido y me hubiera puesto al día los asuntos económicos del hotel, quién sabe lo que habría pasado.

–Pero a ti te salió bien. El banco sabía que eras apta para el préstamo, al igual que sé que estas personas también lo son para los suyos si les quito un poco de presión. Echar a familias a la calle debería ser el último recurso.

Bueno, vamos a hablar de otra cosa. ¿Tienes tiempo para almorzar? Hace siglos que no hablamos.

Jess sonrió, aliviada por que la tensión que había estado sintiendo se hubiera evaporado al verse con una amiga.

–Estaba esperando que me lo propusieras. ¿Llamamos a Connie?

–Por supuesto –dijo Laila, llamando y haciendo que Connie accediera de inmediato a reunirse con ellas en un nuevo restaurante de ensaladas y sopas que había abierto sus puertas unas semanas atrás. Después de colgar, dijo–. Habría sugerido ir a Sally’s, pero Will estará allí, así que he supuesto que preferirías ir a alguna otra parte.

–Por eso eres mi amiga. Me conoces muy bien. Aunque quiero que me cuentes cómo fue tu cita con él.

Laila la miró extrañada.

–¿En serio? Creía que por eso no estabas contestando a mis llamadas.

Jess se estremeció. Debería haber sabido que Laila reconocería exactamente lo que había estado pensando.

–Y así era –admitió–, pero estaba comportándome como una estúpida. Quiero saberlo todo.

–Y yo quiero saber cómo fue la cita de Connie en Annapolis el otro día –dijo Laila mientras agarraba su bolso y salían hacia el restaurante–. Me dijo que era un contable. Podría haberla advertido al respecto. No somos tan interesantes, pero no quería espantarla.

Jess se rio.

–No puedo hablar por todos los contables, pero tú eres la persona menos aburrida que conozco –le dijo–. A lo mejor ha tenido suerte.

Unos minutos después, sin embargo, cuando estaban sentadas en una mesa frente a la bahía, Connie se ruborizó cuando Laila sacó el tema de su cita.

–Fue un fiasco, ¿verdad?

–Por completo –respondió Connie con las mejillas encendidas. Vaciló y después dijo–: Acabé almorzando con Thomas.

Jess la miró.

–¿Thomas? ¿Mi tío?

Connie asintió.

–Pasó, sin más. Empezamos a hablar de cosas de la recaudación de fondos y terminamos almorzando. No es para tanto.

Pero Jess podía ver que sí era para tanto. Laila, sin embargo, pareció aceptar la explicación de Connie. Jess tenía cientos de preguntas en la punta de la lengua, pero las contuvo.

Connie rápidamente se giró hacia Laila.

–¿Y tu almuerzo con Will? ¿Cómo fue? –se sonrojó de pronto, miró a Jess y le preguntó–: ¿Te importa que hable de ello?

–Ojalá todos dejarais de actuar como si Will y yo hubiéramos tenido un gran romance –se quejó–. Porque nunca lo hemos tenido. Nunca hemos tenido una cita.

–Pero eso es solo porque él cree que no quieres salir con él –dijo Laila–. Eso es lo que me dijo.

–¿Los dos hablasteis de mí en vuestra cita? ¡No me extraña que tu vida social apeste!

–Estuvimos hablando de ti porque era imposible ignorar lo obvio. Tiene sentimientos hacia ti y, en contra de lo que puedas decir, creo que tú tienes sentimientos hacia él.

–Creo que es irritante. ¿Es eso a lo que te refieres?

Laila puso los ojos en blanco y Connie se rio.

–No me convences –dijo Laila y miró a Connie–. ¿Y a ti?

–No.

Jess estuvo a un paso de borrar esa expresión de la cara de Connie soltando lo que sabía sobre lo que ella sentía por Thomas, pero llegado el momento, no pudo hacerlo. Si estaba pasando algo entre los dos, no quería ser ella la que lo arruinara todo causando un alboroto en la familia. Kevin y Connor habían pensado lo mismo, obviamente, cuando le habían jurado que lo mantendrían en secreto.

–Mirad las dos, pensad lo que queráis. Will y yo jamás funcionaríamos como pareja. Apenas nos soportamos como amigos y, si estuviera tan interesado en mí como las dos pensáis y fuéramos tan perfectos el uno para el otro, ¿no nos habría emparejado ese programa informático?

–No incluyó su nombre cuando pasó tu informe por el filtro –reveló Laila.

–¿Veis lo que quiero decir? No quiere tener nada que ver conmigo y eso lo demuestra. Vamos a dejar el tema, ¿de acuerdo? No quiero hablar ni de Will ni del hecho de que esa estúpida empresa que tiene sea un fraude.

Sus dos amigas la miraron consternadas.

–Estás siendo un poco dura –dijo Laila–. Que nuestras primeras citas no funcionaran no significa que las próximas no vayan a hacerlo.

–¿Vais a aceptar más citas? –preguntó Jess incrédula.

–¿Por qué no? –dijo Laila–. No ha cambiado nada sobre las razones por las que nos registramos, ¿verdad, Connie?

Connie asintió, aunque Jess pensó que parecía dudosa.

–Estoy dispuesta –dijo Connie con deslucido entusiasmo.

Laila centró su atención en Jess.

–Has pagado tu dinero. Ahora no puedes echarte atrás.

–Ya que no he recibido ni un e-mail ni una llamada, estoy pensando que debería exigir mi dinero. Es más, la próxima vez que vea a Will, pretendo decirle lo que pienso sobre todo este ridículo asunto de las citas online.

–Tienes que darle una oportunidad –insistió Laila–. Dale tiempo.

–¡Como si Will y tú formarais una buena pareja! O Connie y su contable. Vamos, chicas, admitid que esto es un error.

En lo que respecta a hacer de casamentero, Will es un aficionado.

–Pues yo no voy a tirar la toalla todavía –respondió Laila con decisión–. Y tampoco Connie, y Jess, tú prometiste que también te apuntabas. ¿Vas a echarte atrás después de habernos dado tu palabra?

–Vosotras dos podéis hacer lo que queráis, pero yo me quedo fuera.

–Una promesa es una promesa –persistió Laila.

Jess suspiró y cedió.

–De acuerdo, vale. Le daré un poco más de tiempo.

Pero a pesar del optimismo de Laila y de la renuencia de Connie, nadie iba a persuadir a Jess de que no era una pérdida de energía y de tiempo.