Un mar de dudas - Sherryl Woods - E-Book

Un mar de dudas E-Book

SHERRYL WOODS

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Beschreibung

HQN 231 Enamorarse de un guapo desconocido la misma mañana en que lo vio no era lo que había planeado Abby Miller para su regreso a Seaview Key. Abby había vuelto a su pueblo con la esperanza de recuperar viejas amistades y ayudar a crecer a una comunidad a la que amaba. Sin embargo, acababa de divorciarse y no estaba buscando pareja. Seth Landry, un soldado retirado del servicio militar, encontró en Seaview Key el lugar perfecto para curar su destrozado corazón. Aunque no quería volver a correr riesgos en el amor, después de rescatar a una bella mujer de morir ahogada todos sus miedos desaparecieron. Ni Abby ni Seth estaban buscando una relación para siempre, pero el amor, con todo su poder, tenía sus propios tiempos. Y el hecho de arriesgarse para construir un futuro en común puso a prueba el valor de la pareja de un modo que ninguno de los dos hubiera imaginado. "En esta historia dulce, a veces divertida y a menudo conmovedora, los personajes están retratados de una forma muy bella, y los lectores querrán… escaparse a Seaview Key". RT Book Reviews, sobre Con vistas al mar

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Sherryl Woods

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un mar de dudas, n.º 231 - marzo 2021

Título original: Home to Seaview Key

Publicada originalmente por Mira Books, Ontario, Canadá

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQN y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-670-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Abby se movió al sentir la inconfundible presión de los labios de un hombre sobre la boca, persuadiéndola, seduciéndola. El deseo que llevaba reprimiendo durante años se despertó con fuerza. No le importó que aquello fuera la realidad o un sueño. Se le aceleró el pulso. Hacía mucho tiempo que no sentía nada parecido.

Suspiró cuando el hombre se retiró y, lentamente, abrió los ojos y se encontró con un desconocido empapado, desnudo de cintura para arriba, guapísimo. Estaba arrodillado en la arena, a su lado, con una expresión de asombro tan grande como la que debía de tener ella misma.

–Parece que se va a recuperar –dijo él, con la voz entrecortada y las mejillas enrojecidas.

–¿Cómo? –preguntó ella. No tenía nada de lo que recuperarse. De hecho, los dos últimos minutos habían sido espectaculares.

–Acabo de sacarla del agua –respondió él, mirándola con unos ojos muy azules y una expresión de angustia–. ¿No recuerda que empezó a hundirse y tuvo que pedir socorro?

De repente, al recordar cómo había perdido pie en la orilla del golfo de México por culpa de una ola, el pánico volvió a apoderarse de ella.

Con histeria, recordó que hacía unos años había estado a punto de ahogarse en aquellas mismas aguas. Después, los recuerdos desaparecieron y volvió a la dura realidad del presente. Había tenido que luchar por salir a la superficie, que tratar de tomar aire, que pedir socorro a gritos. Se había atragantado con el agua antes mientras se hundía una y otra vez.

–Me estaba ahogando, como antes –susurró, temblando.

Desapareció el potente efecto de lo que había pensado que era un beso. Se dio cuenta de que le habían hecho una reanimación cardiopulmonar y se sintió avergonzada por haber pensado algo distinto. Se preguntó si habría intentado besarlo; le daba la horrible sensación de que sí. Tuvo un recuerdo muy poderoso de unas lenguas entrelazadas de una manera sorprendentemente sensual. Estaba mortificada, y le ardieron las mejillas.

Hacía unos años, en una situación similar, Luke Stevens la había salvado y se había convertido en su héroe. Después se habían hecho inseparables junto a su mejor amiga, Hannah, pero Luke y ella se habían hecho pareja hasta el día en que se separaron para ir a la universidad. Aunque ambos decían que estaban muy apenados, estaban decididos a no interponerse en el camino del otro, a no ser un obstáculo para sus sueños y sus esperanzas. Él quería ser médico, y ella… Ella quería destacar en cualquier cosa que la alejara de aquella vida en una isla sin salida.

Por muy inmaduros que fueran, sabían que lo suyo no podía durar para siempre. Y, aunque Luke y ella se habían separado deliberadamente, Hannah y ella se habían ido alejando la una de la otra, simplemente.

Resultaba irónico que, ahora, después de tanto tiempo, los tres hubieran vuelto a Seaview Key. Sin embargo, la situación era distinta; Luke y Hannah se habían casado, y ella era la tercera en discordia… o, al menos, lo sería si se pusiera en contacto con ellos. No sabía si quería ocupar el lugar al que se había visto relegada Hannah durante su adolescencia. La vida le había enseñado que ser testigo de la felicidad de otro podía ser increíblemente doloroso.

Además, por el momento se sentía bien estando sola, tomando de nuevo las riendas de su vida, aunque aquel día no hubiera sido precisamente un buen comienzo. Había aprendido a nadar antes que a andar, y le resultaba sorprendente haber sido tan inepta en el agua…

El hombre que estaba arrodillado junto a ella la observaba con preocupación.

–No sé si deberíamos llevarla a la clínica para que la examinen –dijo–. Parece que está un poco confusa.

Abby hizo un gesto negativo con la cabeza. Ir a la consulta del pueblo significaba volver a ver a Luke, y en unas circunstancias muy embarazosas.

–No, de verdad, estoy bien. Solo estoy un poco aturdida, creo. Se me pasará.

–Ha tragado mucha agua.

–Pero seguramente lo he expulsado casi todo, tosiendo –dijo ella, al recordarlo, y volvió a sentir vergüenza por el espectáculo que debía de haber dado.

–Me sentiría mejor si la viera el doctor Stevens. Tengo el coche ahí mismo, y puedo llevarla a la clínica en dos minutos.

–De veras, no –repitió Abby, con más firmeza.

Aquel no era el modo en que quería volver a ver a Luke, medio ahogada y hecha un desastre. Tenía su orgullo y, cuando se cruzara nuevamente con Hannah y con él, quería estar lo mejor posible. Necesitaba que supieran que había vuelto a casa por elección propia, no por necesidad.

–Vivo ahí mismo –dijo, señalando la casa en la que había vivido siempre con su familia.

El jardín estaba descuidado, y la casa necesitaba reformas. Aunque llevaba bastante tiempo pensando en su vuelta y había hecho varios viajes a la isla, solo hacía unos días que se había instalado allí permanentemente. Hasta aquel momento, solo se había encargado de limpiar bien el interior de la vivienda para que fuera habitable. El resto lo iría haciendo poco a poco. No sabía bien el motivo, pero estaba empeñada en hacer el trabajo por sí misma. Tal vez fuese porque necesitaba volver a lo más básico, recordarse que algunos de los lujos a los que se había acostumbrado, en realidad, no importaban.

El hombre se puso de pie y le tendió la mano para ayudarla a levantarse.

–Entonces, voy a asegurarme de que llega a casa sana y salva. Puedo tomarle el pulso y auscultarla yo mismo. Tengo el equipo médico en el coche.

Abby lo miró con escepticismo. ¿Desde cuándo había dos médicos en Seaview Key, si el pueblo tenía tan pocos habitantes?

–¿Usted también es médico? –le preguntó.

–Paramédico –dijo él–. Me llamo Seth Landry. Trabajé en Irak con el doctor Stevens. Después de que me licenciaran, vine a hacerle una visita. Él me dijo que al pueblo le vendría bien tener un grupo voluntario de rescate, e hizo que me contrataran para organizarlo –explicó. Después, sonrió y añadió–: ¿Lo ve? Soy totalmente respetable. No estoy intentando ligar, ni nada por el estilo.

Pues era una pena, pensó Abby. Durante unos pocos minutos había vuelto a sentirse deseable, no como la mujer en la que se había convertido después de que su matrimonio le hubiera succionado la vida.

Seth la acompañó caminando por la arena de la playa hacia su casa.

En los escalones del porche, Abby se detuvo y lo miró. Le agradó que, aunque ella midiese un metro setenta y cinco centímetros, él fuera aún más alto. Debía de medir casi un metro ochenta y cinco.

–¿Lo ve? –le preguntó–. Estoy perfectamente. Le agradezco mucho que me haya sacado del agua.

–No tiene que agradecérmelo. Pero, si es usted de la zona, debería saber que aquí la resaca es muy fuerte. Si no es buena nadadora, quédese más cerca de la orilla. No deje que le cubra más alto de las rodillas.

–Tiene razón. No volverá a suceder –dijo ella.

De hecho, se estremeció al pensar en lo que podía haberle sucedido.

–Nos vemos otro día –dijo él, y se despidió moviendo la mano mientras se alejaba y empezaba a correr por la playa.

Abby lo observó. Tenía los hombros musculosos, las caderas estrechas y las piernas largas. Era joven, y eso hacía que la chispa de atracción que había surgido entre ellos fuera todavía más interesante. Podía ser que todavía tuviera lo que hacía falta para llamar la atención de un hombre.

Por desgracia, el beso no había sido real. Una pena, porque Seth estaba hecho para despertar los sentidos de una bella durmiente. Los suyos, incluidos.

 

 

Hannah estaba sentada en el porche, mirando al mar, con una taza de café. Sonrió cuando su marido se acercó a ella y le besó la nuca. Después, él se sentó a su lado. Aquellos minutos que compartían al levantarse daban la pauta del resto del día. Le tomó la mano a Luke y entrelazó sus dedos con los de él.

–¿Qué tienes que hacer hoy? –le preguntó.

–Necesito hablar con Seth sobre un barco de rescate que he encontrado. He pensado en ir a verlo a Seaview Inn antes de abrir la clínica.

A ella le divirtió que tratara de hacerse el inocente.

–Buen intento. Los dos sabemos que quieres ir a la posada porque la abuela Jenny hace los bizcochos los miércoles. Así que hoy tendrá delicias que otros días no están en la carta.

Él sonrió sin arrepentimiento alguno.

–Me has pillado. Quería algún muffin de arándanos. ¿Y tú? ¿Qué tal va el libro?

Hannah se emocionó al pensarlo. Hacía un año era una ejecutiva ambiciosa y motivada que trabajaba en el sector de las relaciones públicas en Nueva York. Ahora, sin embargo, vivía en medio de la tranquilidad de Seaview Key y escribía libros para niños. El primero iba a publicarse dentro de unos meses, y el segundo, seis meses después. Ya llevaba trabajando un par de meses en el tercero.

Sonrió.

–Hoy voy a darle los últimos retoques –le dijo a Luke, y frunció el ceño–. Bueno, por lo menos, eso creo. Estoy deseando que Kelsey y Jeff vuelvan al pueblo para que puedan leérselo a Isabella. Ella es mi crítica favorita.

–Bueno, pero ya sabes que todavía no ha cumplido un año –dijo Luke–. Quizá debieras llamar a mis niños. Ellos siempre tienen algún consejo sincero que darte. Y mi hija fue la primera en darse cuenta del talento que tienes. La cautivaste con tu historia cuando se rompió el brazo durante aquel traslado en barco. Se interesó tanto por la historia que se le olvidó el dolor. Le diste la mejor medicina posible antes de que consiguiéramos llegar a la costa.

Hannah se echó a reír.

–Eso no lo sé, pero tus hijos pueden ser demasiado sinceros algunas veces –dijo–. Me gusta cómo se ríen. Después de eso, puedo aceptar cualquier cosa que me digan.

Sus hijastros, que vivían en Atlanta con su madre y su nuevo marido, iban frecuentemente de visita a Seaview Key. Después de un comienzo un poco difícil, habían terminado por aceptar a Hannah y habían perdonado a su padre que se fuera a vivir tan lejos. Incluso habían aceptado el hecho de que él no había sido el causante del divorcio de sus padres, que era su madre la que había decidido rehacer su vida mientras su padre estaba sirviendo en el ejército en una zona de guerra.

Aunque fueran pequeños, ya habían aprendido que no servía de nada tratar de echar la culpa a uno u otro. Hannah pensó en la vida que había dejado atrás para volver a casa. Siempre había estado segura de que esa era la vida que debía vivir. En realidad, echaba de menos algunas cosas de Nueva York. Poder pedir cualquier tipo de comida a medianoche, por ejemplo. A su mejor amiga. Pero, aparte de eso… Vivía en una casa que Luke y ella habían comprado recientemente, y ya le parecía más su hogar que el apartamento que siempre había tenido en Nueva York, incluso cuando su hija Kelsey llenaba el espacio de cosas y de ruido. En cuanto a su matrimonio… El mero hecho de estar con Luke un día normal y corriente superaba con creces lo que había vivido con el padre de Kelsey que, aunque era un hombre agradable, siempre había sido el hombre menos indicado para ella. Tanto para el matrimonio, como para la paternidad.

–Soy más feliz de lo que nunca hubiera pensado –le dijo a Luke, con sinceridad.

Luke la observó con cierta preocupación.

–Entonces, ¿por qué tienes el ceño fruncido?

–No estoy frunciendo el ceño –respondió ella. No era posible que estuviera disimulando tan mal sus sentimientos.

–¿Es porque pronto tienes otra revisión del cáncer? –insistió él–. Sabes que va a salir bien, Hannah. Yo lo sé. Los resultados van a ser perfectos.

–Yo también quiero creerlo, pero, a veces, siento pánico.

–¿Por qué?

Ella hizo un gesto con el que abarcó todo lo que les rodeaba.

–Por esto –dijo–. Por ti, por Kelsey, por Jeff y por mi nieta. Y por la abuela Jenny que, para su edad, tiene una salud de hierro. Es todo tan maravilloso… Más de lo que nunca hubiera esperado.

Él la miró comprensivamente.

–Y tienes miedo de que todo sea demasiado bueno para ser cierto, ¿no? Es como si te lo fueran a quitar.

–Algunas veces, sí.

Luke le apretó la mano.

–Ni hablar, cariño. Tú y yo, y todo lo demás, es para siempre.

–Qué seguro estás –dijo ella, con envidia.

–Estoy seguro, sí. Y espero que, un día de estos, tú estés segura también.

Hannah también lo deseaba. Quería vivir con el mismo optimismo que su marido, pero no podía liberarse de las dudas. Había pasado demasiados años enfrentándose a retos sin pensar en lo bueno de la vida. Si no conseguía liberarse de las dudas, en parte, porque su madre había muerto de cáncer pocos meses después de que ella conociera su propio diagnóstico. Por supuesto, ella se había curado, pero sabía que las cosas podían cambiar en un instante. En cuanto empezara a sentir confianza y a dar por sentada aquella vida maravillosa, el destino podía dar un giro caprichoso y arrebatársela.

 

 

Después de salir a correr y darse una buena ducha, Seth entró en la cocina de Seaview Inn y se encontró a la dueña de la posada sentada a la mesa, con una taza de café, revisando recetas de cocina. Había unos muffins de arándanos en el horno, y el aroma había inundado toda la cocina. Los que ya habían salido del horno estaban enfriándose sobre una rejilla, y Seth se fijó en que faltaba uno de la hornada. Sonrió. Estaba seguro de que Luke había pasado por allí.

–¿Qué festín vas a preparar para esta noche? –le preguntó a la abuela Jenny, señalando las recetas que ella estaba hojeando.

La abuela Jenny alzó la vista y se echó a reír.

–Todavía no lo sé. Cuando me aburro de preparar siempre lo mismo, saco el libro de recetas de mi madre y busco inspiración –respondió. Después, miró a Seth con severidad–. Me estaba preguntando cuándo ibas a aparecer. El servicio de desayuno terminó hace una hora.

Seth se inclinó y le dio un beso en la frente.

–¿Puedo comerme uno de esos muffins y unos huevos revueltos, si me los preparo yo?

–¿Y volver a ensuciar la cocina, después de que la haya limpiado? –le preguntó ella–. No, de eso, nada. Esta mañana voy a hacer una excepción y voy a prepararte yo los huevos revueltos. ¿Te apetecen con un poco de queso?

Aquel era su ritual de todas las mañanas. La abuela Jenny, que era la suegra del doctor Stevens, fingía que le molestaba que él se saltara el horario de la posada y, después, se aseguraba de que saliera de allí con el estómago bien lleno. Se había dado cuenta de que se convertía en una figura maternal para cualquiera que pasara por allí, fuese o no fuese de la familia.

–Antes ha venido Luke a preguntar por ti –dijo ella.

Seth se rio.

–¿Seguro que no ha venido por los muffins? Me he dado cuenta de que siempre aparece los miércoles por la mañana.

–Bueno, por supuesto que sí, pero también fue muy convincente diciendo que necesitaba hablar contigo enseguida. Quiere que pases por la clínica. Dice que ha localizado un barco de rescate que podría valer para llevar a la gente desde la isla a la costa, al hospital.

Aquello era una buena noticia, pensó Seth.

–Justo lo que necesitamos –dijo, mientras la abuela Jenny le ponía un plato de huevos revueltos delante, con uno de los muffins recién hechos–. En cuanto termine de desayunar me voy a la clínica. Después, tengo que empezar a buscar casa. No puedo pasarme toda la vida en una de tus habitaciones de huéspedes, sobre todo, teniendo en cuenta que no me dejas pagar el alojamiento.

Ella se quedó desilusionada.

–No hay ninguna prisa para eso –dijo, tratando de convencerle de lo contrario–. Estamos en temporada baja, y la posada no está completa, así que no me está costando ni un centavo tenerte aquí. Y, como mi bisnieta, su marido y su hija están de vacaciones, agradezco la compañía, para ser sincera.

Sin embargo, en cuanto lo reconoció, frunció el ceño.

–No vayas corriendo a decírselo a Hannah, o empezará otra vez a decirme que me vaya a una residencia de la costa para estar bien atendida, aunque yo ya le he explicado que ese tema está cerrado para siempre.

–La posada no sería lo mismo sin ti –le dijo Seth.

Al oírlo, a ella le brillaron los ojos.

–Tonterías, pero gracias por decirlo. Mi bisnieta lleva la posada mucho mejor de lo que yo lo haya hecho nunca. Kelsey y Jeff hacen el noventa por ciento del trabajo. Incluso tenemos página web, por el amor de Dios. Yo solo tengo que figurar un poco. A algunos de nuestros clientes de siempre les gusta ver que sigo viva y coleando.

Seth se echó a reír. Lo que estaba diciendo la abuela Jenny no era cierto. Ella era el corazón de Seaview Inn. Kelsey había heredado su amor por aquel pequeño hotel en primera línea de playa, pero la abuela Jenny sabía hacer que la gente se sintiera bien recibida. Lo había hecho con él cuando, después de que lo contrataran, se había empeñado en que dejara la habitación de invitados de Luke y Hannah y se alojara en la posada. Desde que había llegado allí, hacía dos meses, Jenny lo había convertido en un miembro más de la familia, del mismo modo que hacía con el resto de sus huéspedes. Él tenía muy pocos familiares, y le resultaba maravilloso estar entre gente que lo trataba como si fuera uno más.

Teniendo en cuenta que la relación que tenía con sus hermanas no era la mejor, porque ellas llevaban peleándose por la herencia desde que habían muerto sus padres, aquello era un cambio gratificante.

–Esta mañana has vuelto más tarde que otros días. ¿Ha ocurrido algo durante tu carrera? –le preguntó la abuela Jenny, con curiosidad.

–Pues sí. He conocido a una mujer en la playa.

A ella se le iluminaron los ojos.

–¿De verdad? Pues eso es justo lo que necesitabas.

–No es lo que crees –dijo él.

Aunque, a decir verdad, había sentido atracción por aquella desconocida mientras notaba sus labios bajo los de él. Era muy poco profesional por su parte el hecho de haber tenido aquella reacción, y se ruborizó.

–No me digas que no es lo que creo –replicó la abuela Jenny–. Porque te has puesto como un tomate.

–La mujer tenía problemas para salir del agua –le explicó él–. No hacía pie y se estaba hundiendo. Yo la rescaté y la llevé a la orilla. Eso es todo, un rescate rutinario.

–¿Y está bien? –preguntó la abuela Jenny, con preocupación.

–Me pareció que sí. No permitió que la llevara a la clínica ni que le hiciera un reconocimiento. A decir verdad, parecía que estaba avergonzada. La acompañé a casa y, cuando llegamos, me dio la impresión de que estaba bien.

–¿Quién era?

–No me dijo su nombre.

–Vaya. ¿Acaso siempre dejas a las mujeres atractivas que se despidan sin decirte cómo se llaman? ¿Qué voy a hacer contigo?

Seth se echó a reír.

–Yo no he dicho que fuera atractiva.

–No lo has dicho con palabras, pero yo lo he notado. ¿Dónde vive?

–En esa casa de Blue Heron Cove, aunque su casa no es como las enormes mansiones que supuestamente van a construir en esa zona los próximos meses. Es una casa de las de siempre.

–Abby Dawson –dijo la abuela Jenny, con asombro–. ¿Pelo oscuro y ojos verdes?

–Sí –dijo Seth, y recordó que le brillaban los ojos como dos pedazos de jade.

–¿Y qué estará haciendo aquí? Lo último que supe de ella era que vivía en Pensacola, o cerca de allí. Se me ha olvidado su apellido de casada. Creo que era Miller, o algo así.

–Puede que haya venido de visita. ¿Es que tiene algo de raro que haya vuelto? –preguntó él. Terminó el último pedazo de muffin y apartó el plato para concentrarse en lo que tuviera que decir la abuela Jenny.

–No, supongo que no –respondió ella, aunque la preocupación no desapareció de su rostro.

–No se te da bien mentir. Tú me escuchas cuando te cuento todos mis problemas. Ahora me toca devolverte el favor. ¿Qué es lo que te preocupa de que haya vuelto Abby Dawson?

–Bueno, es que cuando eran adolescentes, Luke y ella eran inseparables. Él estaba loco por esa chica. Luke la salvó de que se ahogara. ¿Te lo contó?

–No, pero dijo algo sobre que no era la primera vez que tenía problemas en el agua. ¿Luke la salvó?

–Sí, y se enamoró de ella a primera vista –dijo la abuela Jenny.

–Pensaba que salía con Hannah en aquel entonces –dijo Seth, que estaba empezando a comprender su preocupación.

–Sí, pero como amigos. Estaban juntos los tres, noche y día, pero Hannah era la tercera en discordia. Para ser justos con Abby, no era una de esas chicas que abandonan a su mejor amiga cuando empiezan a salir con un chico. Aunque, a lo mejor, así las cosas habrían sido más fáciles para ella.

–¿Por qué?

–Porque Hannah estuvo enamorada de él durante años.

–¿Y Abby lo sabía?

–No lo sé a ciencia cierta, pero siguieron siendo muy amigas. ¿Acaso las chicas no se lo cuentan todo unas a otras cuando tienen esa edad?

Él cabeceó.

–Tengo dos hermanas, pero el funcionamiento de su cabeza es un misterio para mí.

–Bueno, para mí fue difícil verlo. Era obvio que Hannah estaba sufriendo, pero intentaba comportarse como si no le importara que Luke y Abby estuvieran saliendo. Ellos no tenían la culpa. Eran unos buenos chicos, y Hannah y Luke nunca habían salido juntos. Dudo que Luke se hubiera fijado en Hannah antes de conocer a Abby. Después, los tres se pasaban el día aquí. Algunas veces, me preguntaba si Abby no se esforzaba en ser lo más agradable posible porque sabía que Hannah lo pasaba mal y se sentía culpable por ello.

–En ese caso, no creo que Abby quiera recuperar su relación con Luke –dijo Seth–. ¿Crees que habrá vuelto solo para causarles problemas?

–No tengo ni idea de por qué ha vuelto –dijo la abuela Jenny, y suspiró–. Espero que solo haya venido de visita, pero, si no…

–Vamos –protestó Seth–. Luke y Hannah han formado una pareja sólida. Nunca he visto a dos personas más enamoradas. Y has dicho que la tal Abby estaba casada.

–Eso es lo que me dijeron. Pero su presencia en la isla puede despertar recuerdos, buenos y malos –respondió ella, y se levantó–. Será mejor que avise a Hannah.

–Pues yo creo que deberías dejar las cosas como están –le sugirió Seth, aunque en realidad, él no sabía nada de relaciones maritales. La única relación seria que había tenido terminó de forma trágica y, antes de eso, era demasiado apasionada como para pensar en otras cosas. No había ninguna cuestión peliaguda que resolver.

–Que sepamos, esta mujer podría marcharse mañana mismo. Si se lo cuentas a Hannah, la vas a preocupar sin motivo. Además, no sabemos con certeza si la mujer con la que he estado esta mañana era Abby Dawson.

–Oh, sí, sí era Abby –dijo la abuela Jenny, totalmente convencida–. Lo sé. Va a haber problemas.

Antes de que se le ocurriera algún otro argumento para impedir que fuera a ver a Hannah, Jenny se marchó apresuradamente, y él se quedó preguntándose si Seaview Key era un pueblecito tan tranquilo y aburrido como había pensado cuando llegó. Casi parecía que el regreso de aquella Abby Dawson podía provocar una situación dolorosa para sus amigos. Lo cual, pensándolo bien, también podía perjudicarlo a él, teniendo en cuenta los sentimientos que le había despertado aquella mujer.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Hannah terminó el último borrador de una historia sobre un perro llamado Jasper que se había hecho amigo de un niño solitario. Apagó el ordenador justo cuando oyó que se abría la puerta principal.

–¿Hannah? ¿Estás ahí arriba? –le preguntó su abuela.

–Ahora mismo bajo –respondió ella, con preocupación.

Su abuela no solía ir a verla a media mañana, porque respetaba su horario de trabajo, y nunca pasaba por su casa antes de la tarde. Debía de haber ocurrido algo grave si incumplía aquella norma que ella misma se había impuesto.

Cuando bajó, Hannah se la encontró en la cocina, dejando sobre la mesa una bandeja de muffins recién hechos.

–Seguro que mi marido ya se ha comido unos cuantos hoy –comentó.

–Me encanta que a Luke le gusten mis dulces –dijo la abuela Jenny–. ¿A ti no te apetece uno?

–Sí. Voy a hacer té.

–Para mí, té helado, por favor. Hace mucho calor todavía. Ya debería haber empezado a hacer frío a estas alturas. Estamos casi en Acción de Gracias, por el amor de Dios.

Hannah sirvió dos vasos de té helado. Se sentó en la mesa de la cocina y miró a su abuela con expectación.

–¿Qué es lo que te preocupa?

–Vaya, ¿es que tiene que preocuparme algo para que venga a verte?

–Bueno, es que, normalmente, esperas hasta la tarde por si estoy trabajando. He pensado que debía de haber ocurrido algo importante para que aparecieras a estas horas.

–Pues, entonces, es evidente que tengo que empezar a ser más impredecible.

Hannah enarcó una ceja al notar el tono de irritación de su abuela.

–¿Te sientes sola ahora que no están Kelsey y Jeff? Yo también echo de menos a Isabella. Y, para ti, debe de ser aún más duro, aunque pensaba que tener allí a Seth te ayudaría.

–No me siento sola. Lo que pasa es que estoy preocupada –dijo la abuela Jenny.

–¿Por qué?

–Seth ha conocido a una mujer esta mañana.

–Vaya, ¿y por qué te preocupa eso? Teniendo en cuenta tu tendencia a hacer de celestina, deberías estar encantada. Desde que llegó al pueblo, no has dejado de decir que necesitaba tener a una mujer a su lado.

–Lo que pasa es que, si ella es quien creo que es, lo mejor sería que volviera al lugar del que ha venido.

–¿Y por qué? –preguntó Hannah, con asombro–. ¿Quién es? No sabía que hubiera nadie en Seaview Key con quien tú tuvieras problemas.

–Estoy casi segura de que es Abby Dawson. Y no soy yo la que tiene problemas con ella.

Aquella noticia fue un golpe para Hannah. No debería serlo; el regreso de Abby no debería importarle en absoluto. Abby y ella no se habían peleado; simplemente, habían perdido el contacto al marcharse de la isla. Pero, en realidad, su amistad se había resentido antes de que se separaran, cuando Abby había empezado a salir con Luke. Por mucho que las dos hubieran intentado mantener su amistad, fingir que las cosas iban tan bien como siempre, ambas sabían que su relación había cambiado irremediablemente.

–¿Abby ha vuelto? –preguntó–. ¿Estás segura? En el pueblo nadie lo ha mencionado. Puede que yo no me entere de las últimas noticias, pero Luke sí se entera de todo.

–¿Y te iba a decir él algo así? Sabes que detesta disgustarte.

–Sí, me lo habría dicho –respondió Hannah, aunque, en el fondo, se preguntó si era cierto.

–Puede ser –dijo la abuela Jenny, encogiéndose de hombros–. Puede que Abby no haya salido mucho, o puede que acabe de volver. No lo sé. Solo pensé que tenía que decírtelo, porque, ya sabes…

–Porque salió con Luke cuando éramos adolescentes –dijo Hannah, sin rodeos.

No quería que su abuela se diera cuenta de lo afectada que estaba, así que trató de disimular su preocupación.

–Bah, eso fue hace muchos años.

–Sí, ya lo sé, pero eso no significa que tú estés preparada.

–Pero ¿preparada para qué? ¿Para que Luke se enamore de ella otra vez? No puedo pensar esas cosas. Además, Abby está casada. Él, también. La vida continúa.

–Y, de vez en cuando, el pasado vuelve y altera la situación –dijo la abuela Jenny–. Tengo un mal presentimiento, Hannah.

–Gracias por tu confianza en mi matrimonio –dijo Hannah. Lamentaba estar en su cocina y no poder levantarse y marcharse de allí, fingiendo que aquella conversación no había tenido lugar.

–No quería decir eso –respondió rápidamente su abuela–. Luke te adora, y sé a ciencia cierta que vuestro vínculo es muy fuerte.

–Entonces, ¿qué querías decir? –preguntó ella, con más calma.

–Es que no estoy segura de que tú lo creas –respondió Jenny, mirando a Hannah a los ojos–. Y, cuando tú empiezas a tener esas dudas, las cosas se complican.

Hannah tuvo que contener un suspiro. Era cierto. Aquella misma mañana había reconocido, mientras hablaba con Luke, que siempre sentía dudas sobre todas las cosas buenas que ocurrían en su vida. Y su abuela lo sabía. Ella había ayudado a su madre a criarla. Había visto su dolor cuando Luke se había enamorado de Abby, en su adolescencia. También había visto cómo la muerte de su madre a causa del cáncer había minado su confianza en su propia recuperación. Parecía que las dudas brotaban como dientes de león, malas hierbas que no deseaba, pero que prosperaban sin que pudiera evitarlo.

–No quiero que tú misma veas problemas donde no los hay –dijo su abuela–. Esta felicidad que has encontrado con Luke es exactamente lo que te mereces. No permitas que nada ni nadie cuestione eso.

Hannah sonrió forzadamente.

–Está bien. No voy a dejarme llevar por el pánico porque haya vuelvo Abby, al menos, si no hay ningún motivo.

–Un motivo de verdad –dijo su abuela Jenny–. No algo que empieces a imaginarte para volverte loca.

–¿Y cómo voy a distinguirlo? –preguntó Hannah, con curiosidad.

–Yo voy a estar vigilando –le prometió su abuela–. Y seré la primera en avisarte.

Hannah se echó a reír.

–Muy bien. Sabiendo que tú estás controlándolo todo, no voy a volver a preocuparme por el regreso de Abby.

La abuela Jenny no quedó muy convencida, pero asintió.

–De acuerdo. Por cierto, me parece que Seth se siente atraído por ella. Eso podría ser la respuesta a nuestras plegarias, sobre todo, si el matrimonio de Abby ha terminado y ella está a la caza.

–¿A la caza? –repitió Hannah, riéndose.

–Sí, ya sabes. A veces, las mujeres mayores van a la caza de hombres más jóvenes cuando acaban de divorciarse. Claramente, Seth es más joven que ella. Abby tiene tu edad, por el amor de Dios.

–Ya. Entonces, es una anciana –dijo Hannah, irónicamente.

–Deja de atribuirme cosas que no he dicho. Solo he comentado que hay una diferencia de edad. Eso es un hecho, no un juicio.

–Ah, entonces, ¿has decidido hacer de celestina de todos modos, si las circunstancias lo permiten? ¿Y Seth está al tanto? ¿Se habrá dado cuenta ya de lo manipuladora que puedes llegar a ser?

–Espero que no. Si se ha dado cuenta, no tendré ni la mitad de posibilidades –dijo Jenny, con determinación y sin el más mínimo arrepentimiento–. Además, si no me he equivocado, y yo no suelo equivocarme, Seth no necesitará mucho empuje por mi parte. Esta mañana ha ocurrido algo entre esos dos en la playa, y ha sido mucho más que un simple rescate.

–¿Seth rescató a Abby?

Su madre asintió.

–Dijo que estaba a punto de ahogarse.

Por desgracia, Hannah recordaba perfectamente que esa era la misma situación que había unido a Luke y a Abby. ¿Iba a repetirse la historia? Y, si iba a repetirse… ¿era bueno o malo que el héroe hubiese sido Seth? Intentó convencerse de que había sido bueno.

Sonrió sin ganas, y trató de hablar en un tono alegre.

–En ese caso, será divertido verte en acción, ahora que no soy yo el objeto de tus esfuerzos. Puede que sea Abby la que necesite un aviso.

–Sigue mi consejo y mantente alejada de ella –le dijo su abuela, sin ambages.

–Esto es Seaview Key. Ya sabes que no va a ser posible. Si Abby va a quedarse aquí, me la encontraré más tarde o más temprano, y Luke, también.

–Sí, pero no te conviertas en su mejor amiga otra vez, por lo menos, hasta que no sepamos qué pretende, o hasta que Seth haya dado algún paso.

Hannah cabeceó al oír el tono dramático de su abuela. Al mismo tiempo, le ayudaba saber que estaba maquinando la forma de mantener a Abby alejada de Luke, porque, a pesar de lo que hubiera dicho, estaba preocupada por el regreso de su antigua amiga.

 

 

Abby había estado un poco aislada desde que había vuelto a Seaview Key. Incluso había hecho la compra en un supermercado de la costa y había cargado el maletero de comida y productos de limpieza antes de embarcar el coche en el ferry que iba a la isla. Quería evitar los rumores sobre ella antes de estar preparada para soportarlos. Sin embargo, después de lo sucedido aquella mañana, su soledad iba a verse alterada. Así pues, lo mejor que podía hacer era aceptarlo y salir a dar un paseo por el pueblo.

Le pareció que una buena forma de dejarse ver era ir a comer a The Fish Tale. Así, la gente del pueblo, o por lo menos aquellos que se acordaran de ella, podrían saber que había vuelto. También podría enterarse de qué pensaban de sus planes para Blue Heron Cove. Teniendo en cuenta cómo habían respondido siempre los habitantes de Seaview Key a la amenaza de cualquier tipo de nueva construcción, pensaba que habría muchas opiniones diferentes sobre las casas que había planificado para las tierras que le habían dejado en herencia sus padres.

Cuando llegó al restaurante, se sentó en la única mesa que quedaba libre, frente a la ventana, y tomó la carta para esconderse tras ella. Quería tener unos minutos más de anonimato.

Reconoció a Jack Ferguson detrás de la barra. Estaba igual que siempre. Y su hija, Lesley Ann, que había sido compañera suya de clase, estaba sirviendo las mesas, aunque se acercaba a menudo a tomar en brazos a un bebé que estaba en un parque infantil al final de la barra y presumir de él ante todo el mundo. Cuando se acercó a su mesa, lo llevaba en brazos.

–Hola, ¿qué va a tomar? –le preguntó–. Volveré en un minuto con su bebida y le tomaré nota de la comida.

Antes de que Abby pudiera responder, Lesley Ann abrió mucho los ojos.

–¿Abby? ¿Eres tú? ¡Oh, Dios mío! Hace años que no nos veíamos. ¡Estás fantástica!

Abby sonrió. Lesley Ann era muy exuberante, y eso no había cambiado desde que eran animadoras en el mismo equipo del instituto.

–Y tú eres toda una madraza, meciendo a un bebé en la cadera mientras atiendes las mesas. Debes de haberlo aprendido de tu madre. Ella siempre es capaz de hacerlo todo a la vez.

A Lesley Ann se le entristeció el semblante.

–Era una experta, eso es cierto.

–¿Era? –preguntó Abby, suavemente–. ¿Murió?

–Sí, hace unos años. La echo mucho de menos, y mi padre ha estado perdido sin ella. Gracias a Dios que tenemos este lugar. Es lo que le mantiene vivo. Sabe que la gente cuenta con él, y le gusta conocer a los turistas que vienen en verano.

–Siento mucho lo de tu madre –le dijo Abby–. Siempre me cayó bien. Nunca se alteraba, por mucho alboroto que causáramos.

–Aspiro a ser como ella, pero todavía no lo he conseguido. Aunque se me da muy bien hacer varias cosas a la vez, eso sí. Este angelito es el cuarto y último –dijo–. Si vuelvo a quedarme embarazada, demandaré al médico por negligencia. He obligado a Bobby a hacerse una vasectomía, y yo me he hecho una ligadura de trompas. Y estoy pensando en comprar un cargamento de preservativos, de paso.

–Creo que entonces no correrías peligro –dijo Abby, riéndose.

–Eh, ¿te importaría quedarte un segundo con el niño mientras te traigo la bebida? El pequeño Adam Jackson se está poniendo un poco quisquilloso. Le está llegando la hora del biberón. A mi padre se le da bien, siempre y cuando esté tranquilo, pero, cuando se pone a llorar, no es capaz de soportarlo. Y yo no me fío de que no vaya a darle de beber de la botella más cercana con tal de calmarlo. Como hay tantas cervezas detrás de la barra, es un problema real.

Sin esperar respuesta, le puso en los brazos al niño.

–Té helado, ¿verdad? Sin azúcar ni limón.

Abby se quedó impresionada.

–Qué buena memoria.

–No es tan difícil. Bebíamos litros y litros de té helado durante todo el año, y esa costumbre no se pierde. Vuelvo ahora mismo.

Se alejó rápidamente, y Abby se quedó mirando a unos enormes ojos azules que, a su vez, también la observaban. Sentir el peso del bebé en los brazos despertó su instinto maternal, algo que creía que había muerto ahora que ya había pasado de los cuarenta años. Ella siempre había deseado tener hijos, pero no había podido ser. Eso era lo que le había dicho su marido en un tono de aceptación.

Era lógico que su marido, siendo pastor, aceptara la voluntad de Dios sin cuestionársela, pero ella había querido tener respuestas científicas, reales, pruebas de que había algún impedimento físico que no les había dejado tener hijos después de tantos años de intentos. Marshall se había negado a hacerse pruebas. Para ser un hombre que predicaba sobre la tolerancia y el compromiso en un matrimonio sólido, había sido sorprendentemente inflexible a la hora de salirse con la suya.

En realidad, en su matrimonio había habido amor. Habían pasado muy buenas temporadas, y habían tenido momentos de verdadera ternura. Ella se había convertido en una persona mejor por haberlo conocido, por haber tratado de estar a la altura de sus ideales. Sin embargo, al final, el hecho de intentar ser buena siempre, de ser el modelo perfecto para los fieles, de hacer todo lo que estuviera en su mano por no ver la decepción reflejada en los ojos de Marshall cuando no lo conseguía, todo aquello la había agotado, le había absorbido la vida.

Así pues, allí estaba, otra vez en Seaview Key. Tenía la esperanza de encontrar a la otra Abby, a la que se reía libremente, a la que soñaba y vivía la vida con alegría.

Ojalá no fuera demasiado tarde para recuperarla.

 

 

Seth había tenido que acudir a dos emergencias seguidas, algo que casi nunca sucedía en Seaview Key.

La primera había sido un accidente de un pescador aficionado, que se había clavado un anzuelo. Solo había tardado unos minutos en desenganchárselo y curarle la herida. Y la segunda había sido la llamada de Ella Mae Monroe, una señora de ochenta y dos años que se quejaba de un dolor en el pecho. Aquello ocurría como mínimo una vez a la semana, así que Seth sabía que necesitaba calma y compañía, más que atención médica. Luke le había puesto al corriente de todos los casos durante la primera semana de trabajo.

Aquella mañana había estado más de una hora con ella, asegurándole que tenía muy bien las constantes vitales y que sus síntomas estaban relacionados con la ansiedad, no con un ataque al corazón.

Lo cierto era que Ella Mae necesitaba amigos que fueran a verla, o dedicarle tiempo a algunas actividades que le gustaran. Hablaría con la abuela Jenny para que pasara por su casa para invitarla a los grupos de la tercera edad de la iglesia.

Salió de casa de Ella Mae al mediodía y, como The Fish Tale estaba de camino a la clínica de Luke, decidió parar allí y pedir dos de sus excelentes sándwiches para llevar. A medio camino a la barra, vio a la mujer de la playa sentada en una de las mesas, con un bebé en brazos. Sin saber por qué, se acercó a ella.

–¿Es tuyo? –le preguntó, y ella lo miró con asombro.

Al reconocerlo, se alegró.

–No, no. Es el hijo menor de Lesley Ann, Adam Jackson.

–Ah, es cierto –dijo él, fijándose bien en el niño–. Lesley Ann es muy lista. Ten cuidado. Si se te da bien tener contento al bebé, te lo dejará durante horas.

Ella se echó a reír.

–¿Lo dices por experiencia?

–He pasado algunos ratos de canguro, sí –dijo él–. Pero A.J. y yo tenemos un trato: después de veinte minutos, él pega un grito de enfado y su madre viene corriendo desde la otra punta del restaurante. Sin embargo, parece que contigo está más contento. No sé si tardará más en gritar.

Seth observó a Abby con atención.

–Aunque no parece que eso te importe mucho.

–No, no mucho –dijo ella.

–¿Tienes hijos?

Ella negó con la cabeza, y él detectó su mirada de tristeza.

–Lo siento –dijo rápidamente.

–Yo también –dijo ella–. ¿Y tú? ¿Tienes hijos?

–No, nunca he estado casado –respondió Seth–. Y tampoco tengo hijos desperdigados por ahí.

Ella sonrió.

–Me alegro de que me lo aclares.

–Bueno, no siempre es así –dijo él–. He conocido a bastantes hombres que son mucho más irresponsables y despreocupados que yo. Por cierto, no me dijiste tu nombre esta mañana.

–Me llamo Abby.

Aunque sabía que la abuela Jenny no estaba equivocada, Seth se sintió un poco decepcionado. Era evidente que Abby Dawson llevaba mucho equipaje a la espalda.

–¿Dawson? –preguntó él, para estar seguro.

Ella lo miró con asombro.

–En realidad, ahora me apellido Miller, pero, sí. ¿Cómo lo sabes?

–Me estoy alojando en Seaview Inn. Cuando le comenté a la dueña que había conocido a una mujer en la playa, pensó que podías ser tú.

Ella se puso muy contenta.

–¿La abuela Jenny todavía vive?

–Pues sí, y está como un roble.

–Oí que ahora la posada la dirigía su bisnieta.

–Kelsey y su marido hacen gran parte del trabajo, pero la abuela Jenny es la que lleva las riendas.

Ella sonrió.

–Me alegro muchísimo. Debo de haberme comido un millón de galletas de las suyas.

–Yo ya me acerco a esa cantidad, y solo llevo dos meses aquí. Por eso nado, corro y voy al gimnasio todos los días.

–Esta mañana me dijiste que habías venido aquí por Luke. Entonces, debes de conocer también a Hannah.

–Sí. Es una mujer estupenda –dijo él. Y, al recordar la conversación que había tenido con la abuela Jenny, se sintió obligado a añadir–: Luke y Hannah están maravillosamente bien juntos.

–Me lo imagino –dijo Abby–. Esos dos se merecen ser felices –comentó, con una expresión nostálgica–. Antes éramos muy amigos, ¿lo sabías?

–Sí, me lo han contado.

–Espero que podamos volver a serlo –respondió ella.

–¿De verdad? –preguntó Seth, sin poder disimular su escepticismo.

Ella lo miró con los ojos entrecerrados.

–¿Te has enterado también de que Luke y yo salíamos juntos? ¿Por eso sientes la necesidad de hablarme de lo bien que están juntos? ¿Y por eso acabas de insinuar que es imposible que volvamos a ser amigos?

–La abuela Jenny mencionó algo de que Luke y tú erais pareja –dijo él–. Y, en cuanto a mí, solo quería charlar.

–¿Ah, sí? –preguntó ella, con incredulidad–. Todo eso ocurrió hace mucho tiempo, y yo no he vuelto a Seaview Key por nada que tenga que ver con Luke.

–Me alegro de oír eso –respondió él, con solemnidad.

–Y espero de verdad que podamos ser amigos otra vez. Seaview Key es un pueblo pequeño, y yo no quiero que las cosas sean incómodas para ninguno de nosotros.

Como aquella decisión no era cosa suya, Seth cambió de tema.

–Has mencionado que su apellido es Miller. ¿Estás casada?

–Estoy divorciada desde hace un año, así que ya no lloro por las noches hasta que me quedo dormida.

Él se quedó asombrado por su sinceridad.

–Pero antes me ha dado la sensación de que estás intentando huir del pasado.

El bebé empezó a gimotear, y ella lo acunó instintivamente hasta que volvió a dormirse. Entonces, miró a Seth a los ojos.

–Prefiero pensar que estoy corriendo hacia algún lugar. No quiero aburrirte con los detalles, pero mi matrimonio me cambió. He vuelto para ver si puedo recuperar algo de mi antigua persona. Es irónico, en realidad… Cuando era joven, estaba deseando marcharme de Seaview Key y convertirme en alguien diferente.

–¿Y eso no fue como esperabas?

–En muchos sentidos, sí. En otros, no tanto.

En aquel momento, Lesley Ann se acercó a la mesa con un vaso de té helado para Abby y un vaso de soda para Seth.

–Siento haberos hecho esperar –le dijo a Abby–. Hemos tenido una pequeña crisis en la cocina –añadió, y sonrió a Seth–. Te he visto entrar y te he traído lo de siempre. Vaya, qué rápido eres. Ya conoces a Abby, y eso que acaba de volver al pueblo.

Él le guiñó un ojo a Abby.

–Nos hemos conocido esta mañana. Yo había entrado sin autorización en una zona privada de la playa.

–Pero me imagino que la convenciste para que no llamara a la policía –dijo Lesley Ann, y sonrió a Abby–. Ten cuidado con él. Tiene mucha labia.

Abby se echó a reír.

–Ya me he dado cuenta.

–Bueno, entonces, ¿dos bocadillos de pescado? –preguntó Lesley Ann.

–Claro –dijo Seth, y miró a Abby–. Si no te importa que me quede un rato.

–Me encantaría –respondió ella.

–Y yo me llevo a A.J. para que podáis relajaros –dijo Lesley Ann, mientras tomaba a su hijo en brazos–. Vuelvo enseguida con vuestra comida.

–¿Siempre tiene tanta energía? –preguntó Seth, cuando se quedaron a solas.

–Jefa de animadoras, presidenta del consejo escolar y reina del baile –dijo Abby–. Lesley Ann siempre fue una dinamo. Yo creía que acabaría siendo gobernadora de Florida, no madre de cuatro hijos.

Seth se echó a reír.

–¿Quién sabe? A lo mejor termina haciendo las dos cosas. ¿Y tú? ¿Qué hiciste cuando te marchaste de Seaview Key?

–Estudié en la universidad y, después, me casé –dijo ella–. Tuve un negocio en un pueblo pequeño a las afueras de Pensacola.

–¿Qué tipo de negocio?

–Un restaurante. Por eso sé lo bien que hacen las cosas Lesley Ann y su padre aquí. Muchas de las cosas que hicieron que mi restaurante tuviera éxito las aprendí aquí, viéndolos a ellos. Para ser un establecimiento indispensable en una comunidad hace falta algo más que dar bien de comer.

–¿Todavía tienes el restaurante?

–No. Lo vendí hace varios meses, justo después del divorcio.

–¡Vaya! Muchos cambios en el mismo periodo de tiempo.

Ella se encogió de hombros.

–Era el momento. Necesitaba empezar de cero. ¿Y tú? Venir a vivir a Seaview Key también debe de haber sido un cambio muy grande para ti, después de haber servido en Irak.

–Y después en Afganistán –dijo él–. Es un buen cambio. Justo lo que necesitaba. Me imagino que Luke dirá lo mismo.

–¿Y piensas quedarte aquí de manera permanente, o solo una temporada?

Él se había hecho aquella misma pregunta. Cuando había llegado a Seaview Key y Luke le había ofrecido el trabajo, lo había visto como una situación transitoria hasta que encontrara otra cosa. Sin embargo, últimamente se había dado cuenta de que estaba empezando a tomarle mucho cariño a aquel lugar y a su gente. Le gustaba el ritmo de la vida. Lo único que le faltaba era alguien con quien poder compartirla.

Se decía que no tenía ninguna prisa, que podía esperar hasta que llegara la relación adecuada, pero cada vez que estaba con Hannah y con Luke sentía envidia. Irse de juerga a la costa, salir a los bares y ligar de vez en cuando no era la solución.

Miró a Abby, que lo estaba observando con interés.

–No estoy seguro –dijo–. Me he enamorado de Seaview Key, pero no sé si eso es suficiente.

–¿Ya te sientes inquieto? –le preguntó ella.

Seth vio la preocupación reflejada en su rostro y, como no pensaba que aquella preocupación fuera por él, le preguntó:

–¿Te preocupa que no sea suficiente tampoco para ti?

–Antes no lo fue.

–Pero ya no eres la misma persona que antes –le recordó él–. Eso es lo que has dicho. Que ahora quieres cosas distintas.

–Sí, por eso he vuelto. Supongo que tendré que esperar para saber si he acertado.

–En eso consiste la vida –dijo Seth–. En ir paso a paso, ver cómo avanzan las cosas. Hacer planes casi nunca sirve de nada.

Lesley Ann les sirvió los bocadillos y las patatas fritas en aquel momento, y Abby abrió los ojos como platos.

–Sigue siendo exactamente igual, tal y como lo recordaba –comentó ella. Dio un mordisco a su bocadillo y suspiró–. Celestial.

Seth la observó, y tuvo que contenerse para no suspirar también. A pesar de que Abby podía causarle muchas complicaciones, no podía evitar pensar que ella sí era celestial. Por primera vez desde que había llegado a Seaview Key, se le ocurrió que tal vez hubiera encontrado otra cosa, aparte del trabajo, que podía convencerlo para quedarse allí.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

La gente que había ido a comer a The Fish Tale ya se había marchado, y Seth también había tenido que irse a una cita. Sin embargo, Abby permaneció en su mesa, tomando té y pensando en cómo había reaccionado él ante la posibilidad de que ella retomara el contacto con Hannah y Luke. Era obvio que se había preocupado. ¿Cómo podía demostrarles a todos que lo último que quería era causarles problemas?

Mientras estaba reflexionando, Jack Ferguson se sentó a su mesa, frente a ella.

–¿Qué fue de la niña que yo recordaba, que venía aquí con su padre y su madre y con un par de coletas? –le preguntó, con una sonrisa–. Hace muchísimo tiempo, Abby. Ya eres una mujer.

Abby se echó a reír.

–Eso es lo que pasa cuando alguien está fuera más de veinte años. Y, gracias a Dios, las coletas ya quedaron atrás.

Él cabeceó.