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El alcalde mayor es una comedia teatral del autor Lope de Vega. En la línea de las comedias famosas del Siglo de Oro Español, se articula en torno a una serie de enredos contados en tono jocoso, en este caso alrededor de la historia de una doncella que va para casada pero se rebela ante su destino.
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Seitenzahl: 92
Veröffentlichungsjahr: 2020
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Lope de Vega
Saga
El alcalde mayorCover image: Shutterstock Copyright © 1929, 2020 Lope de Vega and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726616514
1. e-book edition, 2020
Format: EPUB 3.0
All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com
La distancia que entre los dos pone no menos que un mar tan grande y el nombre de un Nuevo Mundo, dividirá el trato, pero no la voluntad, que por medio de sus cartas de Vuestra Merced ha solicitado la mía por tanto años. Porque si bien es opinión de los [...] tantas por escrito, quiero yo presumir que está distante, pero no ausente. Y tendré por infelicidad jurisconsultos que absens dicitur qui tantum distat, ut verba loquentis non possit audire; quien escu-[...] que Vuestra Merced juzgase por ingrato mi ánimo, faltando a esta correspondencia con menos causa. Bien sé que el agradecimiento es ley de la Naturaleza, y fue sentencia de Plutarco que Civilia iura violari possunt, naturac non possunt. Con este advertimiento pienso que pago el amor y afecto que Vuestra Merced muestra a la rudeza de mis escritos, los cuales hubieran tenido más castigo si la fortuna se concertara con la pluma. No entienda Vuestra Merced aquí el aforismo del Filósofo que Ubi plurimus intellectus, ibi minima fortuna y al contrario, porque estoy más lejos de esta imaginación que Vuestra Merced de esta Corte, viviendo en Méjico. Y finalmente, se ha pasado tanta parte de la vida, que no es a propósito quejarse del largo servicio ni del corto premio. Dijo Aristóteles, en el primero libro de sus Éticas, que, por lo menos, el desdichado no se diferenció del dichoso por la mitad de la vida; yo creo que se ha de entender del sueño, y de ese he gozado tan poco, que quien hubiere vivido pocos años y dichosamente, lo fuera más que yo, cuando mi vida fuera la que tenían los hombres en la juventud del mundo. Bien es verdad que la Naturaleza (que, como Vuestra Merced sabe, se contenta con poco) anduvo tan piadosa conmigo, que con dos flores de un jardín, seis cuadros de pintura y algunos libros, vivo sin envidia, sin deseos, sin temor y sin esperanza, vencedor de mi fortuna, desengañado de la grandeza, retirado en la misma confusión, alegre en la necesidad, y, si bien incierto del fin, no temeroso de que es tan cierto. Con esta filosofía camino por donde más me puedo apartar de la ignorancia, desviando las piedras de la calumnia y las trampas de la envidia. En el número de mis amigos tiene Vuestra Merced el lugar que permite la distancia, y en el que escogí para estas comedias, le ofrecí la séptima en orden a las de esta parte. Reciba el don, aunque desigual a sus méritos, con benignidad, pues yo se le presento con amor, sin poder, en tan remotas distancias, hallar otra proporción ni acompañar de otra memoria mi agradecimiento, porque, Quando unica, tantum ratio assignari potest, illa habetur pro expresa, glos, singul . Dios guarde a Vuestra Merced como merecen sus virtudes y letras y yo deseo. –De Madrid, 9 de noviembre de 1619.
Capellán de Vuestra Merced
Lope de Vega Carpio
Salen DINARDO y MAURICIO.
MAURICIO
Seguro podéis, por Dios,
dar principio a vuestra historia;
solos estamos los dos.
DINARDO
No pudiera tanta gloria,
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Mauricio, serlo sin vos.
Haced que un momento estén
vuestros criados conmigo.
MAURICIO
Yo haré que silencio os den.
DINARDO
Y yo, como a tal amigo,
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digo y aumento mi bien.
En esta insigne ciudad,
que con imperiales armas
muestra que tuvo en su frente
el rico Imperio de España,
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vive Rosarda, Mauricio,
hija de Fulgencio y Marcia,
nobles por sangre y virtudes.
Serví, en efecto, a Rosarda,
después de darme ocasión
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haberla visto en mi casa
una o dos veces primero,
visitando a mis hermanas.
Que nuestros padres tenían,
de mocedades pasadas,
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amistad que confirmó
trato de hacienda y ganancia.
Al primero papel mío
respondió que le agradaba
mi intención y mi persona,
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pero que desconfiaba
de palabras y papeles
de hombres, porque en palabras
de pretensiones de amor
es necia la confianza.
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No me correspondería
si no es que yo se la daba
de que a pariente ni amigo,
por más que fuese del alma,
le diría este secreto.
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Pues mira si es cosa extraña,
que lo juré y lo cumplí.
De suerte, en las sacras aras
de Amor, que hoy hace dos años
que me escribo con Rosarda,
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sin saber la mano izquierda
lo que la derecha trata.
¿Qué dirías de este amor,
si te dijese que pasan
los papeles de trescientos?
MAURICIO
50
¿Trescientos?
DINARDO
¿De qué te espantas?
MAURICIO
¿Qué ordinario de Castilla
llevó al Rey de Granada,
cuando nuestro rey Alfonso
dio principio a conquistarla,
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tan espantosa estafeta,
tanto número de cartas?
Mas ¿cómo las recibías
y de qué suerte las dabas,
sin terceros?, porque son
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los polos en que Amor anda.
DINARDO
Colgaba Rosarda un hilo
de una pequeña ventana
que de su casa salía
a una calle extraordinaria,
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donde estaba la respuesta,
y yo mi papel le daba;
el verla era los domingos,
pero al descuido el mirarla.
No con libertad de mozo,
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como suelen muchos que aman,
que con los ojos, a veces,
dicen de su dama infamias.
Hoy, Mauricio, me escribió
que su padre la casaba
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a gran priesa, y que temía
su desdicha y mi desgracia.
Callome el nombre del novio.
Sospecho que fue la causa
presumir de mi locura
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que le hablara o le matara.
Pareceme que entre ti
estás diciendo: si estaban
conformes las voluntades
de estos dos, ¿para qué aguardan
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a que los padres impidan
el casamiento que tratan?
Sino pídela, Dinardo.
Con que la historia se acaba
de estos trescientos papeles.
MAURICIO
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En mi pensamiento estabas;
y pues la objeción apuntas,
responde tú mismo.
DINARDO
Aguarda.
Como las cosas de hacienda,
de cuentas y de finanzas
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traen voces, nuestros padres
dieron una tarde tantas,
que llegaron a sacar,
aunque viejos, las espadas,
dándoles ocasión al mío
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con no bien dichas palabras;
esta ira concebida
del suyo, ha sido la causa.
Por donde ya no es posible
que yo le pida a Rosarda;
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mas tenemos concertado
que esta noche, las diez dadas,
saldrá a su puerta y conmigo
irá, Mauricio, a mi casa,
de donde a la del juez
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iremos por la mañana,
porque a su pesar nos case.
Aquí el secreto se acaba,
y me fue forzoso hacer
de persona tan honrada
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como voz justa elección.
Tengo padre, tengo hermanas;
no las quiero alborotar,
y así os ruego, pues se halla
libre vuestra casa ahora,
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que en ella amanezca el alma
de este sol, que a las diez quiere
salir a abrasarme el alma.
MAURICIO
Lo menos que haré por vos,
en ocasión semejante,
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será el dárosla, por Dios;
mirad si será importante
el ir por ella los dos.
No os suceda alguna cosa
de pesadumbre, si os ven.
DINARDO
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Pienso que será forzosa,
y así lo será también
vuestra espada temerosa.
La noche baja y se va
pintando el cielo de estrellas;
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la luna mengua y saldrá
más tarde a verse con ellas
que el sol que esperando está.
Idos a mudar y armar;
iré a lo mismo.
MAURICIO
Creed
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que os he de servir.
DINARDO
Dudar
que me habéis de hacer merced,
es pedir fuego al mar,
agua al fuego, al suelo estrellas,
yerba al cielo, al sol secreto.
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Adiós.
MAURICIO
Adiós.
DINARDO
Luces bellas,
tenelde, y tendrán efeto
mis esperanzas por ellas.
Vase DINARDO.
MAURICIO
¿Es posible que he podido
disimular mi pesar?
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Basta, que yo mismo he sido
a quien trataban de dar
el bien que no he merecido.
Yo fui, Dinardo, yo fui
el que a Rosarda pedía
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y a quien por ella dio el ‟sí”
su padre, que no sabía
que estaba empleada en ti.
Callé, porque si dijera
que yo su marido era,
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tan loco está, que a la espada,
contra la amistad pasada,
la venganza remitiera.
Mas, pues siendo yo su amigo
usó de traición conmigo
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en encubrirme su amor,
yo quedo libre, en rigor,
de la obligación que digo.
No me quiero declarar,
sino acudir a las diez,
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callando, al mismo lugar,
que la industria alguna vez
la bendición supo hurtar.
Rosarda saldrá; yo haré
un justo engaño a Rosarda
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cuando en mi poder esté.
CAMILO y BELTRÁN, lacayo.
CAMILO
Hasta la mañana aguarda.
BELTRÁN
No hay que tratar; no podré.
CAMILO
¡Bestia!, ¿por cuál ocasión
de mi servicio te vas?
BELTRÁN
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Cosas de importancia son.
MAURICIO
[Aparte]
(Camilo es este, a quien más
debo amor y obligación.
A muy buen tiempo ha venido;
quiero esperar que esté solo.)
BELTRÁN
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Yo pienso que te he servido,
porque no hay de polo a polo
lacayo tan bien nacido,
con grande puntualidad.
Hagamos cuenta.
CAMILO
El sentir
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tu servicio y amistad
me obliga.
CAMILO
Y a mí, el salir
de esta famosa ciudad.
CAMILO
¿Qué has hecho? Que, si no es cosa
como lo creo de ti,
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baja, infame y afrentosa,
buen dueño tienes en mí;
estate en casa y reposa.
BELTRÁN
¿Qué tengo de reposar
si me va la vida?
CAMILO
Espera,
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¿quiérete alguno matar?
BELTRÁN
No, señor, que eso no fuera
parte a dejar el lugar.
Porque soy un Lucifer,
los hombres suelo comer
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por quítame allá esa paja,
CAMILO
Pues las desgracias baraja,
¿quiérente acaso prender?
BELTRÁN
¿Por qué?
CAMILO
Por alguna moza
que te pida casamiento.
BELTRÁN
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¡Oh, qué risa me retoza!
En cosa que se anda a tiento
y que sin lumbre se goza,
¿se puede a un hombre pedir
debida satisfacción?
CAMILO
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¿Pues no es razón acudir
un hombre a su obligación,
y el honor restituir?
BELTRÁN
Pida, señor, el platero
que da la joya, el dinero,
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y el mercader que midió
el paño, y, si me calzó,
sus botas el zapatero.
Porque estos y todos dan
su hacienda a vista de todos;