El mejor alcalde, el Rey - Lope de Vega - E-Book

El mejor alcalde, el Rey E-Book

Лопе де Вега

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Beschreibung

Escrita entre 1620 y 1623, "El mejor alcalde, el Rey" ha suscitado desde hace siglos los más encendidos elogios de la crítica, que la han calificado de " obra maestra" y " acierto definitivo" de su autor, Lope de Vega.

La obra narra la historia de Sancho, un simple pastor que desea casarse con Elvira, una hermosa joven. Para ello, debe pedir consentimiento a su amo el Conde, y este no duda en concedérselo. Sin embargo, el día de la boda el Conde, que se queda maravillado por la belleza de Elvira, decide impedir la ceremonia con el fin de secuestrar a la joven doncella y hacerla suya, ejerciendo su poder de amo, Sancho, al intentar impedirlo, se verá envuelto en toda una tragedia.

Partiendo de un tipo de drama barroco en el que el proyecto sentimental de unos protagonistas es entorpecido por un hombre poderoso, Lope adapta aquí sus preocupaciones estéticas e ideológicas a un conmovedor caso de amor y honra para impartir doctrina política: la relativa a la monarquía como garantía y defensa del orden social. Pero más allá de esto, su arte logra poner en pie sobre la escena la apasionada vida de la España del siglo XVII, al tiempo que un suceso particular le sirve de base para las más profundas reflexiones sobre la naturaleza humana y sobre la verdad. 

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Lope de Vega

El mejor alcalde, el Rey

Tabla de contenidos

EL MEJOR ALCALDE, EL REY

Personas que hablan en ella

ACTO I

ACTO II

ACTO III

Notas

EL MEJOR ALCALDE, EL REY

Lope de Vega

Personas que hablan en ella

SANCHO.

DON TELLO.

CELIO.

JULIO.

NUÑO.

ELVIRA.

FELICIANA.

JUANA.

LEONOR.

EL REY DE LEÓN.

EL CONDE DON PEDRO.

DON ENRIQUE.

BRITO.

FILENO.

PELAYO.

Criados. Villanos.

ACTO I

Escena I

(Salen el COMENDADOR, FLORES, ORTUÑO, y criados)

[Décimas]

SANCHO: Nobles campos de Galicia,

que, a sombras destas montañas

que el Sil entre verdes cañas [1]

besar la falda codicia,

dais sustento a la milicia

de flores de mil colores;

aves que cantáis amores,

fieras que andáis sin gobierno,

¿habéis visto amor más tierno

en aves, fieras y flores?

Mas como no podéis ver

otra cosa, en cuanto mira

el sol, más bella que Elvira,

ni otra cosa puede haber;

porque, habiendo de nacer

de su hermosura, en rigor,

mi amor, que de su favor

tan alta gloria procura,

no habiendo más hermosura,

no puede haber más amor.

¡Ojalá, dulce señora,

que tu hermosura pudiera

crecer, porque en mí creciera

el amor que tengo agora!

Pero, hermosa labradora,

si en ti no puede crecer

la hermosura, ni el querer

en mí, cuanto eres hermosa

te quiero, porque no hay cosa

que más pueda encarecer.

Ayer las blancas arenas

deste arroyuelo volviste

perlas, cuando en él pusiste

tus pies, tus dos azucenas;

y porque verlos apenas

pude, porque nunca para [2],

le dije al sol de tu cara,

con que tanta luz le das,

que mirase el agua más [3],

porque se viese más clara.

Lavaste, Elvira, unos paños,

que nunca blancos volvías;

que las manos que ponías

causaban estos engaños.

Yo, detrás destos castaños,

te miraba con temor,

y vi que amor, por favor,

te daba a lavar su venda:

el cielo el mundo defienda [4],

que anda sin venda el amor.

¡Ay Dios!, ¿cuándo será el día

-que me tengo de morirque

te pueda yo decir?:

«¡Elvira, toda eres mía!»

¡Qué regalos te daría!

Porque yo no soy tan necio

que no te tuviese en precio,

siempre con más afición;

que en tan rica posesión

no puede caber desprecio.

Escena II

(Sale ELVIRA)

ELVIRA: Por aquí Sancho bajaba,

o me ha burlado el deseo.

A la fe que allí le veo;

que el alma me le mostraba.

El arroyuelo miraba

adonde ayer me miró;

¿si piensa que allí quedó

alguna sombra de mí?;

que me enojé cuando vi

que entre las aguas me vio.

¿Qué buscas por los cristales

destos libres arroyuelos,

Sancho, que guarden los cielos,

cada vez que al campo sales?

¿Has hallado unos corales

que en esta margen perdí?

SANCHO: Hallarme quisiera a mí,

que me perdí desde ayer;

pero ya me vengo a ver,

pues me vengo a hallar en ti.

ELVIRA: Pienso que a ayudarme vienes [5]

a ver si los puedo hallar.

SANCHO: ¡Bueno es venir a buscar

lo que en las mejillas tienes!

¿Son achaques [6] o desdenes?

¡Albricias, ya los hallé!

ELVIRA: ¿Dónde?

SANCHO: En tu boca, a la he [7],

y con estremos de plata.

ELVIRA: Desvíate.

SANCHO: ¡Siempre ingrata

a la lealtad de mi fe!

ELVIRA: Sancho, estás muy atrevido.

Dime tú: ¿qué más hicieras

si por ventura estuvieras

en vísperas de marido?

SANCHO: Eso, ¿cúya culpa ha sido?

ELVIRA: Tuya, a la fe.

SANCHO: ¿Mía? No,

ya te lo dije, y te habló

el alma, y no respondiste.

ELVIRA: ¿Qué más respuesta quisiste,

que no responderte yo?

SANCHO: Los dos culpados estamos.

ELVIRA: Sancho, pues tan cuerdo eres,

advierte que las mujeres

hablamos cuando callamos,

concedemos si negamos;

por esto, y por lo que ves,

nunca crédito nos des,

ni crüeles ni amorosas,

porque todas nuestras cosas

se han de entender al revés.

SANCHO: Según eso, das licencia

que a Nuño te pida aquí.

¿Callas? Luego dices sí.

Basta; ya entiendo la ciencia.

ELVIRA: Sí; pero ten advertencia

que no digas que yo quiero.

SANCHO: Él viene.

ELVIRA: El suceso espero

detrás de aquel olmo.

SANCHO: ¡Ay, Dios,

si nos juntase a los dos,

porque si no, yo me muero!

Escena III

(Escóndese ELVIRA y salen NUÑO y PELAYO)

[Redondillas]

NUÑO: Tú sirves de tal manera,

que será mejor buscar,

Pelayo, quien sepa andar

más despierto en la ribera.

¿Tienes algún descontento

en mi casa?

PELAYO: Dios lo sabe.

NUÑO: Pues hoy tu servicio acabe;

que el servir no es casamiento.

PELAYO: Antes lo debe de ser.

NUÑO: Los puercos traes perdidos.

PELAYO: Donde lo están los sentidos,

¿qué otra cosa puede haber?

Escúchame: yo quijera [8]

emparentarme…

NUÑO: Prosigue

de suerte que no me obligue

tu ignorancia…

PELAYO: Un poco espera;

que no es fácil de decir.

NUÑO: De esa manera, de hacer

será difícil.

PELAYO: Ayer

me dijo Elvira al salir:

«A fe, Pelayo, que están

gordos los puercos».

NUÑO: Pues bien;

¿qué le respondiste?

PELAYO: Amén,

como dice el sacristán.

NUÑO: Pues, ¿qué se saca de ahí?

PELAYO: ¿No lo entiendes?

NUÑO: ¿Cómo puedo?

PELAYO: Estó por perder el miedo.

SANCHO: ( Ap.[9] ¡Oh, si se fuese de aquí!

PELAYO: ¿No ves que es resquiebro y muestra

querer casarse conmigo?

NUÑO: ¡Vive Dios!

PELAYO: No te lo digo,

ya que fue ventura nuestra,

para que tomes collera [10].

NUÑO: Sancho, ¿tú estabas aquí?

SANCHO: Y quisiera hablarte.

NUÑO: Di.

Pelayo, un instante espera.

[Tercetos]

SANCHO: Nuño, mis padres fueron como sabes,

y supuesto que [11] pobres labradores,

de honrado estilo y de costumbres graves.

PELAYO: Sancho, vos que sabéis de amores,

decir una mujer hermosa y rica

a un hombre, que es galán como unas frores:

«Gordos están los puercos», ¿no inifica

que se quiere casar con aquel hombre?

SANCHO: ¡Bien el requiebro al casamiento aplica!

NUÑO: ¡Bestia, vete de aquí!

SANCHO: Pues ya su nombre

supiste y su nobleza, no presumo

que tan honesto amor la tuya asombre:

por Elvira me abraso y me consumo.