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Curioso ensayo de corte poético del autor Salvador Rueda en el que se dedica a analizar y reflexionar la idiosincrasia del ritmo en poesía, su importancia, su ponderación y sus cualidades desde un punto de vista tanto teórico como práctico.
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Seitenzahl: 186
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Salvador Rueda
CRÍTICA CONTEMPORÁNEA
Saga
El ritmo
Copyright © 1894, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726660296
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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Al flustrísímo Señor
Don José Jánchez guerra
Subsecretario del Ministerio de Ultramar.
Su amigo,
Saloador Rueda.
Madrid, 1893.
Barcelona 16 de Junio de 1893.
Sr. D. Salvador Rueda.
Mi distinguido amigo: Hace ya mucho tiempo que me escarabajeaba el remordimiento de haber dejado sin contestación una carta de usted, afectuosa como todas las suyas. Usted es tan bueno, que me ofrece ocasión de reparar mi falta precisamente redoblando sus atenciones y con nuevos envíos de obras. No tengo más que declararme vencido y entonar un grande mea culpa.
Mucho me honra dedicándome una poesía y remitiéndome dos colecciones tan interesantes y preciosas como En tropel y Sinfonía callejera. Ambos libros me han renovado el recuerdo de la personalidad literaria de usted, que me parece en progreso y trasformándose á cada nueva publicación. ¡Un aplauso sincero!
El pórtico de Rubén Darío me ha recordado que ese insigne poeta, digno compañero de usted, escribió últimamente algo, no sé dónde, si no estoy trascordado (mis indicaciones, como usted ve, son poco precisas), sobre métrica y rítmica. Cuanto piense y diga un versificador como Darío acerca de estas cuestiones técnicas, me interesa en sumo grado, por dos razones: primero, porque siendo uno de los versificadores innovadores y, en apariencia, por lo menos, influído por los nuevos poetas y preceptistas franceses que han tratado aquellas cuestiones técnicas me conviene é interesa mucho saber qué es lo que acepta de ellos, y qué es lo que considera aplicable á la versificación castellana. Esta es la primera razón, digo. La segunda es que aquí pocos, por no decir nadie, han escrito palabra acerca de la gran revolución métrica que se está realizando. Salvo los estudios de Benot, nada más conozco. Todo lo que se escriba, pues, en España sobre esta cuestión, es digno de ser leído. Aquí, algunos poetas y críticos catalanes han intentado decir algo; les preocupa la cuestión de métrica; pero nadie la ha tratado todavía en su conjunto y de frente. Yo pienso hacerlo. Cuantos materiales pueda reunir, me serán de alguna utilidad. Por tanto, pido y suplico que si usted conoce ese artículo, tratado, ó lo que sea, de Rubén Darío me lo mande, y que si usted, en la práctica tan original y tan influído también por el espíritu de novedad en este punto, tiene usted escrito ó pensado algo sobre el verso, los nuevos metros, las nuevas combinaciones rítmicas, etc., me lo escriba y lo mande también, pues se lo he de agradecer muchísimo. ¡Es lástima que cuando á italianos, franceses, alemanes é ingleses les interesan y toman en serio esas cuestiones, aquí estemos todavía á la altura de Rengifo sin soñar siquiera los profundos problemas musicales y estéticos que se ocultan en la técnica del arte de escribir versos!
Y dispénseme usted la molestia que le cause con mi cháchara.
Repito las gracias por todas sus bondades, que no merezco, y cuénteme entre sus admiradores.
J. Ixart .
A modo de indice.
Sr. D. J. Ixart.
Mi querido amigo: Lo primero que tengo que hacer al enviarle en esta carta algo de lo que me pide usted en la suya acerca del ritmo poético, es darle gracias de todo corazón por los inmerecidos elogios que tributa usted á mi arte y á mi humilde persona. ¡Ojalá fuese yo digno de sus alabanzas!
Supone usted en mí, con sobrada bondad, originalidad en la técnica, al producir, y experiencia, cosas ambas que quisiera poseer; pero, aunque no las posea, es tan elevado el tema del ritmo en nuestro tiempo, se le reconoce, según veo en su carta, tanta importancia por italianos, franceses, alemanes é ingleses, y haría tal sensación y provecho en el Parnaso español ese tema desarrollado por un talento, una sensibilidad artística y una solidez como los de usted, que creo que los poetas que en España practican el ritmo y no el sonsonete (apenas si hay de los primeros y casi todos son de los segundos), debían decir á usted en cartas ó en artículos lo que piensan sobre el tema, con absoluta imparcialidad, á fin de que usted pudiera tomar el pulso á asunto de esa importancia antes de empezar obra tan audaz y llamada á ser acaso sillar de un nuevo templo á la belleza poética.
La confesión que haría á usted mi ilustre amigo Rubén Darío, por cuyo juicio me pregunta, sería la siguiente:
«El verso no es solamente un vehículo, es la esencia misma de la poesía hecha ritmo; quiero variedad de armonías, de esencias, de formas; deseo un prisma y no un solo tono; una orquesta y no una sola voz. La instrumentación de las ideas y sentimientos, la técnica poética, es belleza de la más pura, y no es retórica mecánica. Según esté equilibrado el temperamento de cada poeta, brotan en él sentimientos é ideas tirando á musicales, ó á escultóricos, ó á pictóricos: las combinaciones métricas surgen por impulso natural, no se fraguan por cálculo, etc., etc.»
Para Rubén Darío, es un ídolo Banville; pero me apresuro á decir que no ve en él á un mecánico, á un habilidoso: ve en él á un artista lleno, repleto de formas diversas: en esas formas, ya hechas música, ya color, ya plasticidad, ve Darío las ideas del artista. En España, aparte de Clarín y de alguna que otra personalidad (por supuesto, poniendo la de usted en lugar preferente), esas cosas nosegustan así... acaso por falta de matices en el paladar literario. Con lo dicho basta para que usted se haga cargo de lo que piensa Darío del ritmo, poco más ó menos. No sé que haya escrito ningún trabajo particular sobre el tema, y este juicio suyo que dejo expuesto es deducido de mis conversaciones con él.
Lo indudable es que el tema del ritmo está ya en la atmósfera, se masca, como suele decirse, se siente, llega á la conciencia colectiva ilustrada; pero nadie se atreve á tirar de la manta, quizás por temor á que habría que echar por tierra toda nuestra retórica contemporánea (que es la mayor parte de nuestra poesía lírica), quizás porque ocasionaría muchos disgustos á porción de ídolos falsos, quizás también por no haber mucho material concreto con que levantar el edificio. Usted, con lo que tiene propio, que es muchísimo, y con lo que pudiera procurarse de los poetas, estoy seguro de que provocaría el conflicto y saldría victorioso de él. Creo que detrás del libro de usted se esconde la hermosa faz de una nueva lírica. Eso sí: le apedrearían á usted todos los picapedreros de la poética nacional; pero, en cambio, penetraría usted en los espíritus nobles é imparciales, que son los que dan la bandera del triunfo.
Hará como cosa de dos años (se lo diré, puesto que usted lo quiere) acabé un larguísimo trabajo, precisamente sobre ese tema, sobre el ritmo en poesía, cuando yo no sabía, ni podía imaginarme, que tal asunto preocupaba á estéticos y preceptistas de naciones extranjeras. Leí mi trabajo á un amigo, el cual me dijo que, entre nosotros, mi estudio iba á ser una salida de tono, una nota exótica, y que nuestra falange lírica acaso vería en mis cuartillas, más que una confesión desinteresada, el propósito de hacer un pino.
Era aquella opinión franca, y fácil como soy de convencer, delante de mi amigo rompí el haz de cuartillas.
¡Considere usted, hoy que recibo su carta, por la cual vengo en conocimiento de que el tema preocupa fuera de España, cuál habrá sido mi sorpresa!
De aquel trabajo mío, con auxilio de la memoria, voy á ver si puedo reconstituir algo, aunque sea poco, para que usted vea si puede ir en calidad de átom al ambiente de su libro.
Recuerdo que el tema del ritmo, á poco de reflexionarlo, se convirtió en una especie de pasador de abanico, del cual salían porción de rayos, de temas menores sometidos al principal. Esos rayos trataba yo de fijarlos en los epígrafes siguientes: El Ritmo (tema principal); de por qué hace falta la revolución rítmica en la poesía castellana; «endecasilabistas» y versificadores (que, á mi modo de ver, no son lo mismo); lostroqueles retóricos; parálisis del idioma; las palabras afónicas; todo cuanto se habla y se escribe es ritmo; el acento; la poesía como resumen de las bellas artes.
Poco más, poco menos, así desplegaba yo el tema del ritmo, basándome en la experiencia propia (dado caso de que la tuviese). Y si usted tiene paciencia para seguir leyendo estas cartas, iré diciendo á usted todo lo que yo recuerde de aquel mi trabajo, en buen hora hecho pedazos, puesto que su pluma de usted va á acometerlo con la brillantez, la ilustración, la valentía y la prodigiosa sensibilidad artística que le son propias.
Su amigo y compañero,
Salvador Rueda .
____________
El ritmo en su origen.
Sr. D. J. Ixart.
Mi querido Ixart: Quedábamos en mi carta anterior en que el tema del ritmo se presentaba en la forma de un abanico abierto, de cuyo pasador , el ritmo (tema principal), partían una serie de varillas ó temas.
No viene mal ese abanico ahora que estamos en pleno Julio, y en que yo, al escribir esta carta, sudo que es una bendición. Pero lo malo es que esa vitela no hace aire, aunque sí, manejada por usted, puede levantar ruido. Mas como en este caso se puede repicar y andar en la procesión, nos vamos á ir á tomar viento fresco en pos del ritmo á la misma Naturaleza, madre de todo, origen de la música, orquesta complicadísima y maravillosa, y pentagrama, á su modo, donde están fijos todos los ritmos y compases, desde el ritmo de las matemáticas y de la arquitectura, hasta el alado é invisible de las notas.
Preferible es beber en la fuente á beber en el vaso, aunque el caño de la fuente nos chorree (ahora no viene mal); preferible es beber en la vida, en la realidad, á beber en el libro.
Y vea usted, ya que nos hemos trasportado á la Naturaleza, el primer par de compases rítmicos (rítmico-alados) en los dos blancos vuelos de aquella paloma que ha huído al sentir nuestro paso: lleva, no cabe dudarlo, un pareado sobre la espalda. La plástica movible tiene también su ritmo y de él va colgado la paloma, como el astro va colgado del suyo.
A trueque de que nos tomen por gavilanes, vamos á seguir su marcha. Se ha parado á orilla de un manantial, de una fuente cuyas filtraciones bajan por miles de grietas y que se cubre de un amplio é intrincado dosel de rosales en flor y de gayombas.
Magnífico: ya tenemos sombra. Esa fuente no es la de los malos eruditos, los cuales desconocen el camino de la Naturaleza; ellos beben en un montón de hojas rancias, de pergaminos, de pliegos apolillados, de caracteres borrosos, de páginas caducas..., y ¡á eso llaman fuente! Pero no hay tal: la fuente es el origen, y ese montón de libros seguramente fueron tomados del manantial, de la vida; luego la fuente de los maloseruditos… es una fuente de segunda mano.
Nosotros estamos ahora, usted y yo, en la fuente verdadera, en la inspiradora, en la que nos va á dar nuestros detalles, los preceptos que buscamos, en música. No cabe mejor modo de estudiar, ¡regalados por una orquesta de cien mil notas! Oiga usted: todas cantan en un ritmo quebrado (como el ritmo de la prosa); cada hilo sonoro cae isócrono, acompasado; pero de la combinación de ritmos contrapuestos nace el concertante soberbio.
¡Qué internas melodías, qué gradación de entonaciones, qué urdimbre musical tan bien formada!
Voces, murmullos, siseos misteriosos, sonidos mágicos, acordes robustos, escalas agudas y zumbido de pedales se mezclan en esa página auditiva.
Más cálculo, más ficción, más artificio, encontrará usted en un número de Wagner, de Rossini, de Chapí; más inspiración, más acentos de verdad, más naturales bellezas, no hallará usted en la página de ningún músico.
En los amplios remansos que por sus orillas tiene la fuente, se reflejan de un modo admirable dalias y gayombas, margaritas y jazmines: es el ritmo plástico-coloreado. En los troncos, en las raíces de esas plantas, palpita el ritmo en una de sus infinitas variedades, y por los tallos sube su canto sin sonidos á desbordarse en un diluvio de notas de color; las flores son matemáticas bellas, compás, armonía callada, ritmo mudo; pero vibra á su modo en la retina, que á su modo también tiene algo de oído, como el tacto tiene algo de vista, de pupila: en cada yema de dedo va un ojo exótico cuya mirada es la adivinación sensitiva...
Volvamos al ritmo vegetal, al de las flores.
Ese jazmín que cubre la fuente lleva dentro, en su complexión fisiológica, el ritmo; es un poeta á su manera, poeta verdadero, pues no necesita buscar la combinación de la estrofa; ésta se da en él naturalmente; vea usted sus flores, todas son iguales; todas tienen las mismas hojas, los mismos versos; cada hoja es una rima perfecta y cada número de esas hojas ó rimas, compone una estrofa ó flor. El jazmín, pues, posee, por don de la Naturaleza, el ritmo de los ojos.
Son habas contadas, como suele decirse; son matemáticas esto que expreso y nada hay en ello de imaginación: no hay más que lógica y lógica. Yo no hago más que usar el sentido traslaticio y pasar el compás métrico de la poesía, al compas métrico de lo que es poesía también, de las flores. No tiene cada sentido del cuerpo humano sus funciones desligadas en absoluto de los demás sentidos, no: usted oye una quintilla, en música escrita, y esa misma quintilla la ve usted plastificada, vegetalisada en cualquiera flor de cinco hojas, y creo que esto no tiene vuelta de hoja. ¿Para qué sirve la quintilla métrica, la de la poesía? Para despertarnos una emoción bella. Pues para lo mismo sirve una flor, para despertarnos una emoción bella. En el primer caso, la emoción llega por el oído; en el segundo, por los ojos... y tanto monta.
El jazmín es una planta preferida de la Naturaleza y lleva en si el don del ritmo; el poeta, producto igualmente de la Naturaleza, lleva asimismo el don del ritmo, con la sola diferencia entre uno y otro, de que el poeta además de llevar el don del ritmo, lleva el don del ripio.
Ahora bien, ¿quiere usted ver una composición monorrima? Pues alce usted la vista á esa gayomba de tres mil flores: todas esas flores son un desbordamiento de rimas; todas acaban lo mismo en en ente, en ado, ó en otra cualquiera terminación, sólo que en este caso la terminación la determina el color; todas las flores de la gayomba son pajizas. Y repito que, aparte de usar el sentido traslaticio que usted y yo y el vecino estamos usando al expresarnos continuamente, no hay todo lo que digo más que lógica, lógica á machamartillo, sin nada de fantasía. Lo que ocurre es que el hombre es poco observador por lo general, y se ocupa con jactancia cómica, por no decir ridícula, mucho más de sí mismo que de ver y penetrarse de lo que está fuera de él; la Naturaleza surgió para ser original, y el hombre para rutinario y presuntuoso.
Un poeta termina una poesía y dice: «¡Qué hermosa me ha salido! Cierto que he sudado tinta para buscar ese metro, para fraguar esta combinación, para castigar y llenar de trasparencias y tallados la frase; pero ahí está la poesía. ¡Señores, puede versel»
Y no se fija ese poeta en que más poeta que él lo es un rosal, una gayomba, una mata de claveles, los cuales poseen el ritmo de un modo más natural, porque está toda la técnica en su naturaleza, todo el sentimiento, toda la brillantez, toda la inspiración, y sólo necesita del contacto de su musa, del sol, para arrojar al aire acabada y perfecta su obra.
Y aparte del ritmo vegetal, el ritmo existe en toda la Creación. El instinto lo lleva en nuestro paso al andar, en nuestros brazos al moverse; andamos porque vamos dentro de un ritmo. Cuando el ritmo pierde un compás, cuando damos un tropezón, al suelo: es que la canción se ha roto…
Desde el ritmo de nuestro pulso al ritmo á que van atados los astros del Universo, que yo llamaría el ritmoorigen, no hay más que una serie de escalas misteriosas que unen unas cosas á otras.
La serie de crestones de una cordillera ¿qué son sino colosales estrofas geológicas que átomo á átomo, en ese removerse rítmico de todo, se han ido formando al paso de los siglos?
El ritmo palpita en los minerales; según es el mineral, así cristaliza ó ritma, que es lo mismo. Coja usted un puñado de piedras preciosas (no lo suelte usted si lo coge) y vea qué combinación de hemistiquios, de versos, de ritmos, en una palabra: todos esos ritmos son una canción á la luz; todas las piedras preciosas cantan á lo mismo, al sol: repiten el mismo motivo, como un templo armónico repite también el mismo motivo en arcadas, columnas, altares, cornisas, etc.; el monumento no viene á ser más que la instrumentación de piedra de un motivo, como una ópera es la instrumentación de otro ó de varios motivos.
Y no me cansaré de decir que en todo lo que digo no hay fantasía ninguna, sino lógica.
Nuestra respiración es un ritmo mediante el cual se regularizan todas las funciones de la vida de nuestro organismo. El organismo mismo ¿no está basado en ul plan rítmico? La mitad de nuestro cuerpo es paralela de la otra mitad con no muchas diferencias. Yo no sé cómo de tantos estudiantes de medicina como hay, no salga alguno teniendo idea de la música, del ritmo, en presencia de la anatomía.
Los pájaros vuelan por música de movimientos; cuando cierran las alas y tienen un compás de silencio (que en este caso sería un compás estático) vienen á tierra.
Sí: el Universo es una urdimbre, una colosal urdimbre de ritmos. Fíjese usted un solo momento en ellos y los oirá, ó los verá, ó los tocará. Todo ese poema está hecho por el primero de los poetas: Dios; y si no quiere usted que sea Dios, llámelo usted Naturaleza.
Y ahora, para el fin que perseguiré en mi carta próxima, quiero que se fije usted en una cosa: en que el Universo no cansa por esa diversidad infinita de músicas en todos los órdenes, por esa variedad múltiple de canciones de ritmos, que lo abarcan todo, diferenciándolo por modos distintos de compases, de cesuras, de combinaciones isócronas, de estrofas y matices músicos, en una palabra.
Si hemos de creer (¡qué risa!) que el Universo lo ha hecho Dios para recreo del hombre y para que haga llevadera su vida, sólo de ese modo variadísimo hasta lo inconcebible es como la gran orquesta de todo lo creado no llega á cansar al mamífero bimano... para quien ha sido formada.
Y quedamos por hoy en eso: en que la variedad inenarrable de esa gran orquesta nutrida de infinitos ritmos, es a que hace que el citado mamífero no se aburra por aquí abajo.
Siempre de usted admirador,
Salvador Rueda .
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De por qué hace falta la revolución ritmica en la poesía castellana.
Sr. D. J Ixart.
Mi querido Ixart: Matemáticamente pensando, no puede por menos de notarse esa interminable variedad del Todo, como que cada cosa y cada ser son distintos de los demás, y en la «entrelazadísima» urdimbre de la vida universal, no hay dos puntos del todo semejantes: ni siquiera los dos puntos de la ortografía, puesto que uno está encima y otro debajo. Tanto tipo, tanta causa, tanta diversa individualidad, tanto efecto distinto, ¿cómo no han de recrear el alma del hombre? Para el artista y para el pensador existen motivos sobrados en el cuadro grandioso de la vida, que tengan el espíritu en un éxtasis constante ó en un delirio de admiración perpetua. Y cuenta que del gran Concertante sólo puede el hombre percibir, dado lo limitado de sus facultades, algo, y nada más que algo. Puede ser, por ejemplo, que el ritmo universal vibre, en efecto, sea un himno que requiera oídos distintos de los nuestros para ser escuchado; puede ser que el aroma de tanto vegetal sea idioma, y nuestro raciocinio no sea apto para entenderlo; puede ser que haya millares y millares de lógicas diversas, una para cada orden de cosas, y á la nuestra no le sea dable penetrarlas; puede ser, en fin, que todo tenga inteligencia y sentimiento á su modo, y nosotros estemos incapacitados de poder deletrear sus misterios. Habíamos de estar erizados de ojos, verbigracia, y que cada uno de ellos tuviese la virtud de ver á través de lo espeso, de lo duro, de lo opaco, de todo lo impenetrable, para abarcar con la vista el infinto Poema. Habíamos de poseer cien mil lógicas para poder entender todas las demás. Habíamos de ser una escala infinita de sentimientos, contrarios en su na turaleza, para poder disfrutar de todos los innumerables matices del sentir. El sentido enciclopédico, la intuición, presiente todas las cosas, pero nos estrellamos ante nuestra lógica limitada y nuestro entendimiento mezquino. ¡Oh! ¡Quién pudiera percibir en el tacto, en los ojos, en el oído, en el olfato, y en muchos más sentidos nuevos que se nos agregasen, toda la gran Orquesta, todo el gran Himno!