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La ingratitud vengada es una comedia teatral del autor Lope de Vega. En la línea de las comedias famosas del Siglo de Oro Español, narra un malentendido amoroso a causa de celos que acabará por provocar varias situaciones humorísticas y de enredo. En este caso la trama se articula en torno a Octavio, soldado que explota a la joven Luciana para dar dinero a Lisarda, de quien está perdidamente enamorado. Su amor, sin embargo, es imposible, pues se interpone entre ellos Corciana, madre de Lisarda.
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Seitenzahl: 84
Veröffentlichungsjahr: 2020
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Lope de Vega
Saga
La ingratitud vengadaCopyright © 1620, 2020 Lope de Vega and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726617962
1. e-book edition, 2020
Format: EPUB 3.0
All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com
La ingratitud vengada es el título de esta comedia que presentan a Vuestra Merced mi amor, mi obligación y mi deseo. Dichosa fue Lucinda en esta fábula, que en su verdadero original debió de ser historia, pues se vengó de Octavio en la ingratitud que muestra su discurso, que no hay felicidad mayor que tomar venganza de un ingrato, cuando la ofrece él mismo. De suerte que, sin poner las manos ni perder la nobleza, queda satisfecha la culpa de su agravio. Pero pasando de los ejemplos de la voluntad a los del servir, nos responde Plauto que el beneficio es pluma y la ofensa plomo. De la patria, Sabélico con Milciades y Sócrates; esto en Atenas con sabios, que con sus capitanes fue Roma ingratísima con Escipión y Camilo. No se vengaron estos, que a los unos dio valor para las injurias la Filosofía, y a los otros la fortaleza de ánimo. Materia es esta de que apenas en los siglos pasados se hallarán los ejemplos en el presente. Los altos se quejan como los humildes; debe de ser que nos toca más en los oídos la razón y el sentimiento. Solo quiero advertir a Vuestra Merced la opinión de un sabio que tenía por linaje de ingratitud dar gracias del beneficio al verdadero amigo, cosa nueva y extraña a la primera vista, pero penetrando el alma de esta sentencia parece que es tener en poco al que hace el bien no creer de su amistad el gusto con que le hizo de su generoso ánimo la liberalidad. Lea Vuestra Merced esta ingratitud, pues aunque es don tan pequeño, muestra, por lo menos, que yo no lo soy, si alguno por lo sutil no se valiese de la equivocación diciendo que quien da ingratitud es ingrato; pero por eso la doy vengada, que es beneficio. Dios guarde a Vuestra Merced. Su capellán y amigo, Lope de Vega Carpio
Salen OCTAVIO y LUCIANA tirándole de la capa.
OCTAVIO
Suelta la capa, Luciana,
no me hagas tal agravio.
LUCIANA
¡Suéltame tú el alma, Octavio!
OCTAVIO
¡Ireme por la ventana
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a arrojarme, vive Dios!
¡Déjame, loca!
LUCIANA
Helo sido
solo en haberte querido.
OCTAVIO
Harto lo somos los dos:
yo en escuchar tus locuras
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y tú en sufrir mis verdades.
LUCIANA
A prueba de tus maldades
has hecho mil desventuras.
¿Piensas que he pensado yo
que nunca bien me quisiste?
OCTAVIO
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Si lo pensaste, mentiste.
LUCIANA
¿Y tú no has mentido?
OCTAVIO
No;
siempre te he dicho verdad,
y ahora vuelvo a decilla,
que nunca, o por maravilla,
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te he tenido voluntad,
que esa poca que te tuve
ha sido de obligación,
y no de amor y afición,
que siempre sin ella estuve.
LUCIANA
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¿Pues piensas que te atrevieras
a revestirme ese engaño
si de mi amoroso daño
tantas pruebas no tuvieras?
A la fe, Octavio, bien sabes
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con quien lo has, que soy yo
una mujer que te dio...
OCTAVIO
¿Qué me has dado? No te alabes,
que favorecer a un hombre,
pudiéndolo bien hacer,
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es oficio de mujer.
LUCIANA
No, a lo menos de mi nombre.
Deshonor y liviandad
de mujeres de ruin trato
ofenden mucho el recato
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de mi honor y calidad.
OCTAVIO
¿Esto tengo de sufrir?
¿A aquesto Octavio ha venido?
¿Puede un hombre bien nacido
tales palabras oís?
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¡Yo soy hidalgo! ¡Yo soy
Octavio! ¡Yo soy Octavio!
¡Las manos me muerdo y rabio
de ver que en tu casa estoy!
¡No más, Lucinda, no más,
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que todo cuanto me has dado
recibí como soldado,
no de otra suerte jamás!
Que unas ligad, y una banda,
y una sortija ruin,
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y una gala, gala en fin,
que es todo un poco de randa,
no son cosas que en amor
hacen menos liberales
las mujeres principales
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que dan a un hombre favor.
¡Estarás muy empeñada
por dos camisas de lienzo,
que decirlo me avergüenzo,
y una cuera acuchillada!
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Mira que dos mil ducados
pone en principio de cuenta,
pues que los tiene de renta
y yo en la tabla jugados.
Ahí tengo mi ventaja,
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¡gracias a Dios que esta es mía!
Que ya desde Alejandría
me está llamando la caja,
sin estarme aquí encerrado
tres días en una cuadra,
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pudiendo llegar mi escuadra
favorecido y honrado.
Que allí sé que me darán
mis quince escudos, y doce
de mi ventaja que goce,
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sin cuatro del capitán;
con lo demás de un criado,
sin otras mil circunstancias:
juegos, boletas, ganancias,
de un hombre de bien soldado.
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¡Vive Dios de no te oír
otra vez tus libertades!
LUCIANA
Vuelve, inventor de maldades,
¿adónde te quieres ir?
OCTAVIO
A Italia, a un presidio a estar
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sin esperar tu merced,
que no eres piedra o pared
que me puedes sustentar.
Pensé, como verde yedra,
crecer por tu muro asida;
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pero no podré en mi vida
subir por tu dura piedra.
LUCIANA
Díjete yo que te daba...
¿No ves que decir quería
que te daba el alma mía,
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que la mandes como esclava?
OCTAVIO
Esto es hecho; no hay remedio.
Quédate adiós.
LUCIANA
No podrás,
que un gusto que priva más
se te ha de poner en medio.
OCTAVIO
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¿En celos damos ahora?
¡Eso faltaba, por Dios!
Vase OCTAVIO y sale FELINA.
LUCIANA
Iremos juntos los dos.–
¿Oyes, Felina?
FELINA
Señora.
LUCIANA
¿Qué hacen esas doncellas?
FELINA
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Los cuellos que ayer las diste
del señor Octavio.
LUCIANA
¡Ay, triste,
cánsome en balde con ellas!
Ya es ido el señor Octavio;
haz que dejen la labor.
FELINA
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¿Lloras, señora?
LUCIANA
¡Ay, traidor,
nacido para mi agravio!
¿A Italia te vas, cruel?
FELINA
¡No llores, señora, tanto,
que harás que me ahogue en llanto
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y que me vaya tras él.
LUCIANA
Felina, yo estoy de suerte
por este Octavio rendida,
que si se va con mi vida
quedo en brazos de la muerte.
Entra TANCREDO, criado del PRÍNCIPE.
TANCREDO
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El Príncipe viene a verte,
y me ha enviado a pedir
licencia.
LUCIANA
Podéis decir...;
pero decid de esta suerte...
Mas no quiero despedirle,
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que es persona de valor.
Decidle a vuestro señor
que ya salgo a recibirle.
TANCREDO
Él sube ya la escalera.
Entra el PRÍNCIPE.
PRÍNCIPE
¿Pues viene vuesa merced
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con tal gusto a recibirme?
LUCIANA
No he podido resistirme
a tan notable merced.
¡Hola! arrastrad unas sillas.–
¿Vuestra Señoría está bueno?
PRÍNCIPE
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Traigo un poco de sereno.
LUCIANA
¿He de volver a pedillas?
Traen dos silla; siéntanse ella y él.
PRÍNCIPE
Paréceme que ha llorado,
que en los ojos se lo veo.
LUCIANA
Lloraba cierto deseo
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que se murió malogrado.
Pero luego que venistes
los ojos se me alegraron,
y solo en ellos quedaron
algunas reliquias tristes.
PRÍNCIPE
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Si el deseo [es] de las cosas
que no llegan a imposibles,
para todas las posibles
tengo fuerzas poderosas.
El Fénix de Arabia estese
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en el lugar que se abrasa.
Pedid en toda mi casa
de lo que posible fuese.
Que si es cosa que el dinero,
la voluntad y el mandar,
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la solicitud y el dar,
el crédito caballero
pueden hallar en el mundo,
hallarlo puedo mejor
que otro vuestro servidor,
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porque en lo que soy me fundo.
LUCIANA
Los pies, mi señor, os beso
por una merced tan grande.
PRÍNCIPE
Verase en lo que me mande
de mi afición el exceso.
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Y por agora se diga
de lo que ha sido el antojo.
LUCIANA
No fue antojo, sino enojo.
PRÍNCIPE
Eso tanto más me obliga.
Que lo que yo os prometí
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con segura confianza
entra también la venganza,
que podéis fiar de mí.
¿Quién es el que os ha ofendido?
LUCIANA
No es de quien puedo vengarme.
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No quiero más de quejarme.
PRÍNCIPE
¿Cómo así?
LUCIANA
Mi primo ha sido,
que sin qué ni para qué,
se me parte a Alejandría,
sabiendo Vueseñoría
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cómo vino y cómo fue.
No quiero la Italia más.
PRÍNCIPE
Vuesa Merced se ha enojado,
que como fue aventajado
muchos buenos dejó atrás.
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Negociele su ventaja
con el Rey, y para Flandes
le dieran cosas más grandes,
y esta no fuera tan baja.
Que un caballero que tiene
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dos blancas, y en la Montaña,
bien está fuera de España,
que al fin a ser hombre viene.
Dios sabe si me pesó
cuando supe su venida,
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tan despacio y atrevida,
y más que he sabido yo
que le daban la bandera
de capitán y que quiso
más el gusto y paraíso
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de una española ramera,
tras quien se vino perdido,
y aquí lo debe de estar,
bien, señora, a mi pesar,
si con vuestro gusto ha ido.
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Dejadle que a Italia vaya,
que yo sé de allá, y os juro