9,99 €
Las guerras Genpei siguen su curso sangriento en Japón. Los Minamoto, en su lucha a muerte con los Taira, quieren hacerse a toda costa con el control de Kioto, la capital imperial, pero esto no impide que en sus propias filas afloren las intrigas y las traiciones entre quienes se disputan la jefatura del clan. En este contexto, Tomoe es ya una consumada y respetada guerrera del bando de los Minamoto, si bien los desafíos que habrá de enfrentar en su nueva aventura pondrán al límite su temple y su coraje.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 148
Veröffentlichungsjahr: 2025
Índice
Personajes principales
Capítulo 1
El camino a Kioto
Capítulo 2
El cortejo triunfal
Capítulo 3
Enemigo de la casa imperial
Capítulo 4
La batalla en el mar
Capítulo 5
El pinar de Awazu
Galería de escenas
Historia y cultura de Japón
Notas
© Cecilia Palau por «La samurái y el shōgun»
© Juan Carlos Moreno por el texto de Historia y cultura de Japón
© Diego Olmos por las ilustraciones
Dirección narrativa: Ariadna Castellarnau y Marcos Jaén Sánchez
Asesoría histórica: Gonzalo San Emeterio Cabañes y Xavier De Ramon i Blesa
Asesoría lingüística del japonés: Daruma, servicios lingüísticos
Diseño de cubierta y coloreado del dibujo: Tenllado Studio Diseño de interior: Luz de la Mora
Realización: Editec Ediciones
Fotografía de interior: Kuniyoshi Utagawa/Wikimedia Commons: 104; Heiji Monogatari Emaki/Wikimedia Commons: 109; Utagawa Kuniyoshi/Wikimedia Commons: 111; Mōko Shūrai Ekotoba/Wikimedia Commons: 113; Story of Night Attack on Yoshitsune's Residence At Horikawa/Wikimedia Commons: 114; Kangetsu Shitomia/Wikimedia Commons: 116.
© de esta edición: RBA Libros y Publicaciones, S. L. U., 2025
Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.
www.rbalibros.com
Primera edición en libro electrónico: septiembre de 2025
REF.: OBDO597
ISBN: 978-84-1098-491-2
Composición digital: www.acatia.es
Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a Cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesitan fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47). Todos los derechos reservados.
TOMOE — mujer guerrera y samurái del clan Nakahara. Lucha del lado del clan Minamoto en el marco de las guerras Genpei junto a su amante, el prestigioso general Minamoto no Yoshinaka.
MINAMOTO NO YOSHINAKA — uno de los principales samuráis del clan Minamoto. Al quedar huérfano siendo apenas un bebé, pasa a cargo de la familia Nakahara. Durante las guerras Genpei se desempeña como uno de los principales líderes de su clan. Es el hermano de leche y a la vez amante de Tomoe.
GOSHIRAKAWA — emperador retirado. De personalidad ambiciosa, se esfuerza por recuperar el poder tras la caída de los Ta i ra .
GOTOBA — nieto de Goshirakawa y emperador reinante a pesar de su corta edad.
MINAMOTO NO YORITOMO — primo hermano de Minamoto no Yoshinaka. Es el principal general de los Minamoto y rivaliza con Yoshinaka por convertirse en el jefe del clan.
HŌJŌ MASAKO — esposa de Yoritomo e hija de Hōjō Tokimasa, el jefe del clan Hōjō. Es una mujer astuta y tremendamente inteligente, responsable de gran parte de los éxitos de su esposo.
KANEHIRA — hermano de Tomoe y uno de los jefes militares a las órdenes de Yoshinaka, al cual acompaña fielmente hasta la batalla final.
MINAMOTO NO YUKIIE — tío de Yoritomo y uno de los principales comandantes del clan Minamoto. Recibe el encargo por parte de su sobrino de desestabilizar las fuerzas de Yoshinaka, actuando como falso aliado de este último.
quella cálida tarde de primavera en la ciudad de Kamakura, Minamoto no Yoritomo se sentía inquieto. Corría el segundo año de la era Juei,y el imperio se encauzaba hacia el colofón de una guerra civil que, desde hacía tres años, venía enfrentando a los Minamoto contra los Taira, la familia que durante dos décadas había visto acrecentado su poder hasta rivalizar con el del propio emperador.
En el marco de esta sanguinaria contienda, Yoritomo había cosechado importantes éxitos, por lo que, a los treinta y seis años, podía considerarse en el cénit de su carrera bélica. Yoritomo era un gran guerrero, un caudillo respetado, parecía que los dioses le sonreían, pero había alguien que amenazaba con arrebatarle todo esto: ni más ni menos que su primo, Minamoto no Yoshinaka. No es de extrañar, entonces, que el ánimo del samurái estuviese sombrío y que ni tan siquiera el primoroso esplendor de los jardines de su residencia, por los cuales paseaba meditabundo, consiguiera sacarlo de sus oscuras cavilaciones.
Antaño, los Minamoto habían gozado del favor imperial. Sin embargo, tras sucesivas derrotas militares durante las crisis sucesorias de las últimas décadas, los Taira los habían desplazado hasta hacerse con el control de la corte imperial, de modo que los progenitores de Yoritomo se habían visto forzados a exiliarse en provincias, desposeídos de títulos y dignidades.1 Su padre y su hermano mayor, de hecho, dos nobles guerreros, habían muerto a manos de Taira no Kiyomori, en aquel entonces el líder de este clan, razón por la cual Yoritomo y su medio hermano menor, Yoshitsune, que en los momentos de los hechos eran muy pequeños, habían crecido separados: Yoritomo en Izu y Yoshitsune con los monjes del monte Kurama, los cuales lo habían acogido.
La situación, por fortuna, estaba a punto de cambiar. Una vez tomaran Kioto y echaran a sus enemigos, los Minamoto esperaban ocupar los cargos más importantes de la corte y habitar en sus palacios. Lo que estaba por verse era quién de los dos, Yoritomo o su primo Yoshinaka, asumiría el control definitivo del clan una vez ganada la guerra y, por ende, se convertiría en el nuevo Kiyomori, el Daijō Daijin, el gran ministro.
De momento, ambos habían firmado la paz y se habían aliado para combatir al enemigo común, los Taira. En virtud de este acuerdo, y como muestra de buena voluntad, Yoshinaka había enviado a su hijo Yoshitaka como rehén a vivir a Kamakura, como solía hacerse entre familias de samuráis que pactaban o firmaban treguas, pero era cuestión de tiempo que ambos guerreros se enfrentaran abiertamente.
—¿En qué piensas? —dijo una voz femenina a sus espaldas.
Yoritomo se volvió y dedicó una sonrisa a su esposa. Su primera intención fue guardarse para sí sus pensamientos, pero luego descartó la idea. Hōjō Masako era demasiado perspicaz. Sin duda acabaría adivinando.
—He sabido que Yoshinaka se está preparando para librar una gran batalla contra las fuerzas de Taira no Koremori en la zona de Etchū —dijo—. Ya sabes lo que esto significa.
Masako guardó silencio. No era una mujer hermosa, según las convenciones de su tiempo, pero sus oscuros ojos eran tan penetrantes, sus rasgos estaban cincelados con tanta precisión, había tal inequívoco aire de astucia en aquellos rasgos que el conjunto resultaba impresionante.
—Significa que si vence a los Taira en Etchū, nada se interpondrá entre él y Kioto. Una vez tome la capital, y la libere de los Taira, tendrá vía libre para establecer ahí su hegemonía —dijo Masako colocándose al lado de su esposo y tomándolo suavemente del brazo para proseguir juntos el paseo.
—Así es —respondió Yoritomo—. Creo que debemos ponernos en marcha cuanto antes y tratar de alcanzarlo.
—¿Te refieres a emprender una carrera?
—Soy el líder del clan por derecho, ¿o no fueron mi padre y mi abuelo cabezas de los Minamoto? —dijo Yoritomo con cierto tono autoritario.
—Tienes razón. No obstante, creo que apresurarte por llegar a Kioto puede ser contraproducente —replicó Masako sin perder la serenidad—. Yoshinaka está en un buen momento. Sabemos que posee un gran ejército y buenos aliados, de modo que arriesgarnos ahora mismo a un combate incierto contra él por el control del gobierno me parece una mala opción.
—¿Qué propones entonces? —preguntó Yoritomo deteniéndose junto a un almendro en flor.
Masako clavó su mirada en él.
—¿Recuerdas cuando el príncipe Mochihito llamó a todos los guerreros Minamoto a alzarse contra Taira no Kiyomori? —preguntó.
Yoritomo asintió. Tres años atrás, el emperador Takakura, hijo del emperador retirado Goshirakawa, se había visto obligado a abdicar en favor de su vástago, el pequeño Antoku, nieto de Kiyomori, el líder de los Taira. Esta maniobra política había dado a un clan samurái una influencia sin precedentes en la gobernanza del país, haciendo que sus rivales políticos dejasen de lado sus diferencias y urdiesen una rebelión en torno al príncipe Mochihito, un miembro de la realeza particularmente resentido por la influencia de los Taira.
—Me acuerdo —contestó Yoritomo.
—Entonces te acordarás también que cuando el príncipe Mochihito llamó a la rebelión, los abusos de Kiyomori habían llegado a un punto tal que ya casi no le quedaban aliados en Kioto que pudieran ayudarlo. —Hizo una pausa y se acercó a una de las ramas bajas del almendro para oler sus flores. Luego prosiguió con la misma calma con la que venía hablando—: Su victoria a orillas del río Uji y la muerte de Mochihito hicieron pensar a los Taira que eran invencibles, pero se olvidaron de que la gloria y la desgracia son la palma y el dorso de la misma mano. La muerte por enfermedad de Kiyomori y el resultado de las últimas batallas apuntan a un declive de su influencia.
Masako reanudó el paseo y Yoritomo la siguió. El jardín no era particularmente rico en plantas y flores, pero poseía un discreto encanto. En el centro había un pozo que dejaba escapar un aliento fresco. Las libélulas danzaban en el aire con su vuelo intermitente y empezaba a oírse el canto de los grillos, que despertaban alentados por el atardecer. La pareja rodeó el pozo y buscó asiento en una piedra plana rodeada de musgo.
—Explícame a dónde quieres llegar —dijo Yoritomo.
—Creo que de momento no deberías enfrentarte directamente contra Yoshinaka —contestó Masako—. Pero, por el contrario, si haces que su poder se debilite, te será mucho más fácil vencerlo.
En ese momento, un niño se acercó caminando por el sendero. Tendría unos nueve años y era delgado, de aspecto frágil y quebradizo. Masako sonrió al verlo y lo llamó diciendo:
—¡Yoshitaka! ¿Qué haces a esta hora en el jardín?
El niño se acercó. Tenía las mejillas enrojecidas y el pelo húmedo de sudor.
—He acabado mis lecciones y el karō2 me ha dejado salir a dar un paseo.
—Ve a lavarte —contestó Yoritomo—. Estás sudado y puedes enfriarte.
Yoshitaka obedeció al instante y se fue por donde había venido. La pareja lo contempló en silencio hasta que entró en uno de los pabellones que conformaban la residencia.
—¿Crees que nos ha oído? —preguntó Masako.
—No importa —respondió Yoritomo—. ¿De qué puede quejarse? No nos hemos portado mal con él. Desde que llegó vive con una de las mejores familias, y lo crían como si fuese un hijo suyo. Y en cuanto a nosotros, le permitimos que se instruya con el karō de nuestro clan.
—Bien —dijo ella—, retomando el asunto que discutíamos antes, tengo algo más que decirte. Si pudiéramos enviar a alguien que se ganara la confianza de Yoshinaka, pero que trabajara en realidad en nuestro beneficio, eso nos daría una gran ventaja.
—¿Un espía? —preguntó Yoritomo enarcando las cejas.
—Un espía, sí, pero también alguien lo bastante astuto y sutil como para socavar, mediante consejos y ciertas maniobras bien calculadas, su fortaleza y conducirlo en la dirección equivocada.
Yoritomo se acarició la barbilla, con gesto pensativo. Su primo tenía un temperamento impetuoso, aunque en el campo de batalla su desempeño siempre había sido excepcionalmente heroico. No obstante, en Kioto le harían falta otras habilidades además del manejo de la espada y del arco. Virtudes y talentos que no había aprendido en la agreste región de Kiso con los rudos Nakahara, el clan que lo había adoptado tras quedarse huérfano. Necesitaría un consejero, alguien que lo guiase en los complejos entresijos cortesanos.
—Hablaré con mi tío Yukiie —dijo al fin Yoritomo—, no se me ocurre nadie mejor que él para esta tarea.
Masako asintió, satisfecha. Luego, como si se hubiera visto asaltada por un mal recuerdo, se le ensombreció el rostro y preguntó:
—¿Sigue teniendo Yoshinaka a esa mujer a su lado?
—Tomoe —contestó Yoritomo masticando cada sonido del nombre—, la hija de Nakahara no Kanetō, el padre adoptivo de Yoshinaka. Sí, y además tengo entendido que lucha codo a codo con él y hasta ha liderado tropas.
—Una mujer guerrera… —susurró Masako—. Ella me preocupa mucho más que Yoshinaka.
—¿Y eso?
—Las mujeres vemos y sentimos cosas que a los hombres os pasan desapercibidas. Yukiie tendrá que ser cauto con ella.
Yoritomo se puso en pie y le tendió la mano. Había anochecido y una fabulosa luna asomaba entre jirones de nubes. La brisa era suave, casi estival.
—Vamos adentro —le dijo—. Mañana me ocuparé de todo. Y olvídate de Tomoe, dudo que llegue a resultar un problema.
Aún no había amanecido cuando Tomoe se fue del lado de Yoshinaka, junto a quien dormía, y atravesó el campamento sin ser vista, hasta alcanzar la orilla del río cerca del cual estaban apostados.
Con total sigilo se dirigió a una zona del río donde la vegetación era espesa y no corría el riesgo de ser sorprendida y una vez ahí, entre la urdimbre de árboles y plantas, se fue quitando una a una las prendas que llevaba hasta quedar desnuda. Entonces, pisando con cuidado las rocas húmedas y el fango resbaladizo, se metió en las frescas aguas del río y se sumergió hasta la cintura.
Si alguien, acaso un testigo indiscreto, hubiera podido verla en ese momento, sin duda se habría quedado asombrado de su belleza. Tomoe acababa de cumplir los veintisiete años y era hermosa, a tal punto que resultaba insolente. Su piel estaba tostada por el sol, pero conservaba el brillo y la frescura de la juventud. Solo en sus pómulos, altos y esculpidos con precisión, se advertía cierta dureza, la manifestación de un carácter fuerte, de una naturaleza que no conoce el quebranto.
Empezó a lavarse el cabello y luego prosiguió con el resto del cuerpo. Su pensamiento voló un instante a Yoshinaka y se preguntó si habría despertado ya. Lo imaginó sumido en el sueño, con aquella expresión relajada y vulnerable que adoptaba su severo rostro en los momentos de descanso, y una oleada de ternura la invadió. Se dijo que, sin lugar a dudas, él le reprocharía que se hubiese marchado de su lado, a lo que ella tendría que recordarle una vez más que era importante que la tropa no supiera nada de su amor. Quería que los soldados la vieran como una guerrera, no como la concubina de su general.
A Yoshinaka le había tomado un tiempo entender su negativa, pero ella había acabado por convencerlo de que mantener en secreto su relación era lo mejor. Ambos se habían criado juntos, eran hermanos de leche, además de amantes, pues Yoshinaka había llegado a la aldea de Imai, situada en la provincia de Shinano, en la región de Kiso, cuando era apenas un bebé, y la madre de Tomoe se había encargado de amamantarlo. El vínculo entre los dos era profundo, íntimo. Y por eso mismo no era necesario nada más. El amor y el respeto bastaban. O así lo pensaba ella. Además, Yoshinaka tenía ya una esposa,Yamabuki, y lo último que deseaba Tomoe era convertirse en una de esas concubinas que languidecen entre cuatro paredes o compiten con las esposas oficiales por la atención de su señor.
Salió del agua y empezó a vestirse a toda prisa. Estaban acampados cerca del paso montañoso de Kurikara, entre las provincias de Etchū y Kaga. A media jornada de camino se hallaban las tropas aliadas del clan Taira. Yoshinaka tenía planeado que el ejército se pusiera en movimiento al día siguiente para enfrentar al enemigo y liberar de este modo el cami-
no hacia Kioto. Aunque los Taira gozaban todavía de numerosos aliados en el oeste, la capital era el centro de la influencia imperial, además del corazón del imperio. Liberarla de los Taira y controlarla implicaba el reconocimiento por parte del emperador y de la nobleza, y esa era la meta de Yoshinaka. Solo así consideraría restaurada la gloria de su familia. Esa mañana iba a tener lugar una reunión para ultimar los detalles de la estrategia militar y Tomoe no quería llegar tarde. Vivificada tras el baño en las aguas frías, abandonó el bosquecito y se dispuso a regresar. En el campamento reinaba el bullicio propio de la mañana: caballos que piafaban, soldados ejercitándose en parejas, sirvientes que iban y venían con el forraje para los animales y el alimento para los hombres. —¡Tomoe! —la llamó uno de los soldados—. Yoshinaka te busca, es urgente. Ella apuró el paso en dirección a su amante. Lo encontró en el exterior, sentado en una estera de paja. La reunión, al parecer, ya había comenzado. Yoshinaka había convocado a sus dos hombres de confianza: Kanehira y Kagatsune, el hermano y el primo de Tomoe respectivamente. Le llamó la atención la presencia de un cuarto hombre de unos cincuenta años al que nunca había visto. —Siéntate —le dijo Yoshinaka sin mirarla. En público solían tratarse con frialdad, intentando ocultar sus sentimientos—. Este es Minamoto no Yukiie, comandante de las fuerzas de Yoritomo. Tomoe estudió al hombre mientras tomaba asiento en el suelo. Sus ropas estaban polvorientas, como si hubiese hecho una larga cabalgata, pero su porte era noble, distinguido. El pelo gris oculto bajo su orieboshi3 y el bigote igualmente cano le conferían, además, un halo de persona erudita. No obstante, había algo extraño en sus ojos pequeños y oscuros: eran tan inexpresivos que parecían dos piedras de ónix.
Empezó a lavarse el cabello y luego prosiguió con el resto del cuerpo. Su pensamiento voló un instante a Yoshinaka.
—He oído grandes cosas acerca de ti —dijo Yukiie—. Te llaman la «princesa samurái», ¿lo sabías?
—Quien me llama así está equivocado, puesto que no soy princesa —respondió Tomoe, cortante—. Soy la hija de Nakahara no Kanetō.
Yukiie rompió a reír con una sonora risotada.
—Tu familia ha dado grandes guerreros —contestó—. Desde luego, no tienes nada que envidiarle a gente de mejor casta.
—Yukiie ha sabido de la batalla contra los Taira que estamos a punto de librar y ha venido hasta aquí para ofrecer sus servicios —explicó Kanehira volviéndose hacia ella y con el afán de incluirla en la conversación. Era un joven amable, de facciones suaves, sosegadas, y de cuerpo no demasiado fornido, aunque sí atlético y elástico, muy parecido al de su hermana.
Tomoe no pudo reprimir un gesto de sorpresa. Conocía a Yukiie de oídas. Sabía que era el tío de Minamoto no Yoritomo y que, durante años, había actuado como consejero de este último.
—Voluble es su lealtad si abandona a Yoritomo en medio de sus luchas contra los Taira —respondió.