La tentación de Becca - Lena Valenti - E-Book

La tentación de Becca E-Book

Lena Valenti

0,0
5,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

La tentación de Becca es la cuarta, sorprendente y esperadísima entrega de "El diván de Becca", la historia más adictiva, divertida y de alto voltaje de Lena Valenti. Ha pasado un mes desde el incidente en el programa piloto de El Diván en Estados Unidos. Para desestresarse, la productora americana invita a gastos pagados Punta Cana a nuestra querida Becca, su novio y guardaespaldas personal, Axel, y cuatro de sus personas favoritas: Faina, Genio, Carla y Eli. Pero lo que prometía ser un viaje solo de placer y diversión, se trunca cuando reciben la llamada de Fede, que les va a pedir el favor más importante de toda su carrera: necesita que le salven el cuello y se hagan cargo del realityLa Isla del Pecado, el proyecto en el que más ha invertido de toda su historia y que pretende competir con los de más audiencia de las cadenas de la competencia. Becca, Axel y sus amigos, se verán en la obligación de ayudar a Fede y tomarán las riendas de un programa que debe grabarse en dos semanas, sin tiempo para apenas preparase y con el miedo que puede comportar involucrarse a nivel personal de un show de ese calibre. ¿Está Becca preparada cuando aún se está recuperando de lo vivido en Catskills? ¿Lo estarán todos los demás? Un, dos, tres... ¡acción! "El amor y el miedo son como los rizos. Siempre se pueden rizar más." ¡Un fenómeno romántico con más de 100.000 risas vendidas!

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 347

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Primera edición: noviembre 2021

Título: La tentación de Becca Saga: El Diván de Becca

Diseño de la colección: Editorial Vanir

Corrección morfosintáctica y estilística: Editorial Vanir

De la imagen de la cubierta y la contracubierta: Shutterstock

Del diseño de la cubierta: ©Lena Valenti, 2021

Del texto: ©Lena Valenti, 2021

De esta edición: © Editorial Vanir, 2021

ISBN: 978-84-17932-35-0

Bajo las sanciones establecidas por las leyes quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización por escrito de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por medio o procedimiento mecánico o electrónico, actual o futuro —incluyendo las fotocopias y la difusión a través de internet— y la distribución de ejemplares de esta edición y futuras mediante alquiler o préstamo público.

 

No voy a caer en la tentación. Pero, si me empujas...

 

Para mi perrita Duna, experta en pedos y besos babosos, y maestra en amar incondicionalmente.

 

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

 

Capítulo 1

Preguntas existenciales: ¿Cuánto puede cambiarnos la vida? ¿Cómo de rápido puede hacerlo? ¿Tanto como en un parpadeo? ¿Tan veloz y caduco como en un suspiro? ¿De manera volátil y expansiva como en un beso lento y bien dado?

Es en lo único en lo que pienso desde que me he subido al avión.

Ha pasado un mes desde que, Vendetta, un loco llamado Nico, disfrazado de Bitelchús, intentase acabar conmigo en las montañas estadounidenses de Catskills, durante la grabación del episodio del El Diván, versión americana.

Estuve 36 horas desaparecida en manos de ese psicópata, y gracias a la intervención heroica de Axel, yo aún sigo viva y lo puedo contar.

Axel, mi camarógrafo, barra expolicía, guardaespaldas casi a tiempo completo, actual dueño de los derechos del Diván a nivel mundial y del Chantilly de Madrid, además de dueño de mi corazón, es el hombre de quien estoy enamorada. Y siempre lo estaré.

Sí, lo digo con la bocaza enorme que tengo. No lo puedo negar ni obviar. Hay amores que son para siempre, y este, que no está exento de imprevistos y trabas, sé que está marcado con el infinito. Y eso que, llevamos muy poco tiempo juntos, pero he de decir, que no ha sido ningún impedimento para que nos volvamos locos el uno por el otro. Él ha tenido el mismo efecto en mí que unos zapatos Louis Vuitton. Que los ves en el escaparate, y los quieres inmediatamente, incluso a riesgo de que te hagan daño o de que el precio a pagar sea caro.

En el amor, con este hombre, he sido así. He querido exclusividad y calidad.

Mi morenazo de ojos verdes y aspecto entre militar y modelo, es esa persona con la que quiero compartir mi vida, aunque aún estemos lidiando con asuntillos personales que sé, que aún no están limados del todo.

Encontrarnos fue una sorpresa para los dos. Vale sí, intensita y traumática en muchos aspectos, en tantos que hoy por hoy, sé que tengo que trabajar en mis miedos y en mis inseguridades más que nunca, por mucho que él se erija en mi máximo valedor y protector. Pero vivir lo que viví, lo que ambos vivimos, pone el foco en tus propias carencias, en todo lo que no controlamos y en las pocas herramientas de las que disponemos para enfrentarnos a imprevistos de alto riesgo.

Por ejemplo: Nico era un compañero de Axel que estaba enamorado de la famosísima y ya fallecida Tori Santana. Un día, Nico, que trabajaba con Axel en la seguridad privada, le pidió que lo acompañara para ofrecer sus servicios a Tori.

Mi actual novio, entonces, aún no me había conocido y claro, se enamoró un poco de Tori, porque todo el mundo estaba loco por esa mujer.

Con tan mala suerte que Tori resultó ser una golfa maquiavélica que jugaría con él durante tres años y que se acostaría con su padre, el poderosísimo magnate de los medios de comunicación, Alejandro Montes, también ya fallecido, y hasta con Fede, con el mismísimo Súper, hermano de Axel. Se ve que a la chica le encantaba el sexo en grupo y algunas prácticas muy libertinas para mí, que me estresan las multitudes.

La historia no acabó nada bien para ninguno de los dos. Axel terminó anímicamente y emocionalmente desquiciado. Tori murió en un accidente de coche en el que también iba su compañero Nico. Pero no fue un accidente. Nico la mató muerto de celos y cansado de llamar su atención sin demasiado éxito.

Axel estuvo mucho tiempo torturándose y culpándose de la muerte de su expareja, y ese problema originó muchas discusiones entre lo que estaba naciendo entre nosotros. Hasta que Nico, que resultó ser mi acosador Vendetta que me hizo la vida imposible durante el Diván, volvió a aparecer en ese programa piloto en Catskills y Axel lo consiguió interceptar y vencer. Al final, Nico murió por culpa de las minas que él mismo fabricaba y que había colocado alrededor de mi caravana.

Fuera como fuese, esa historia rocambolesca y de telenovela negra, es hoy por hoy, vox pópuli, aunque la verdadera información y el fondo de todo permanezca bajo sumario. La trama sigue llenando horas de tertulias en programas rosas, amarillistas y en otros más serios y de debate. En Twitter continúan piando y no hay un solo día que yo no sea tendencia.

Mi popularidad se ha disparado, y si os soy sincera, estoy afectada y tengo estrés post traumático. Todo esto me ha sobrepasado. Me da un poco de miedo salir a la calle, quedarme sola y, al mismo tiempo, estar con mucha gente.

No es agradable tener siempre a paparazzis alrededor de mi loft de Sant Andreu, esperando una declaración mía. Me preguntan que cómo estoy. Y yo tengo ganas de meterles el micro por la boca y decirles como la exreina de las Maras que soy: «¿cómo crees que estoy, gilipollas?». Menos mal que los míos siempre me acompañan.

Después de aquel episodio en Estados Unidos, volvimos inmediatamente a Barcelona.

El Diván ha quedado temporalmente suspendido hasta que yo me recupere de todo el shock, aunque su grabación sigue en pie para cuando yo esté disponible y recuperada. La productora Smart se siente responsable de todo lo que he pasado y se fustigan por la falta de seguridad en las grabaciones, así que hacen todo lo que yo les digo, y si les pido tiempo, me darán todo el que necesite.

Y lo retomaré. Retomaré mi Diván. Pero lo primero es mi estabilidad y mi salud. No dejan de lloverme ofertones para hacer otras cosas para otras cadenas. Pero las declino porque, sencillamente, este tiempo es y debe ser para mí.

Es para mí, y también para mi gente. Y, por supuesto, es para que Axel y yo estemos juntos de verdad. Sin presiones ni nada raro alrededor, sin cámaras de por medio, sin persecuciones y sin secretos, que ha habido muchos entre nosotros.

Y es por esa razón por la que estoy ahora subida en un jet privado que ha facilitado Smart, la productora que me contrató del Diván, junto a las personas con las que más me apetece estar, y nos dirigimos a Punta Cana, para compartir juntos unos días y alejarnos de todo el estrés mediático. El destino puede ser típico o común, pero solo quiero playas paradisiacas, sol y daikiris.

Y para ello, no me puedo sentir mejor acompañada.

—Eh, bicho palo. Vamos a gastos pagados, ¿verdad? —dice Faina—. Lo digo porque voy a pedirme todo el catálogo de bebidas del resort. ¿A que sí, G?

Frente a mí, Faina y Genio están sentados el uno al lado del otro, como una pareja de adorables tortolitos.

La ancha y larga camisa amarilla de flores estampadas le da al rostro de Faina mucha más alegría de la que ya tiene. Con esos mofletes mullidos y rojos, y sus ojazos azules y su sempiterna sonrisa, Faina es un rayito de luz. Ese collar que da calambres y que se parece a la correa de lujo de un perro, detecta cuándo hace uno de sus famosos Fujitsus, e inmediatamente le da una descarga para que no se quede dormida. Faina es una tinerfeña que fue paciente de mi Diván en España, y me pidió ayuda para luchar contra su miedo a su propia narcolepsia y a todas sus inseguridades con los hombres. Al igual que Genio, su pareja.

Genio es un hombre lleno de humor, propietario de un hotel restaurante en Cangas de Onís, aquejado de labio leporino y en conjunto poco agraciado físicamente. Como es normal, desarrolló miedo social y fobia a que se metieran con él y a los insultos y agresiones que había sufrido a lo largo de su vida, y yo le ayudé a que se liberase de ese miedo, a que se aceptase, y también le eché una mano con una pequeña intervención para arreglar ese labio que, por su tradición judía, sus padres no le habían permitido solucionar. A Viggo Mortensen y a Joaquín Phoenix sí, pero al pobre Genio nadie le ayudó.

Excepto Axel, que facilitó los contactos para que yo buscara a un cirujano plástico para él.

Y ahí están los dos, acaramelados y sonrientes. Me gustaría saber cómo les va, pero, en este caso, una imagen vale más que mil palabras.

Genio asiente y acaricia el dorso de la mano de Faina con su dedo pulgar.

—Por supuesto, gordita mía —contesta el de Cangas.

A Genio siempre le han gustado las mujeres grandes, y la gordura le parece sexi. Cuando vio a Faina fue para él como amor a primera vista. Y me alegra que entre los dos sientan esa atracción y esa complicidad porque, para empezar, la base de su relación debe arraigar en algo real. Y es evidente que se gustan mucho.

Me apetece tanto saber cómo les va y que me cuenten lo que ellos quieran, pero, por lo pronto, a simple vista yo les veo bien. Aunque ya sabemos que las apariencias pueden engañar muchas veces.

A mí me sucedió con Axel. No suelo prejuzgar, solo analizo y espero a que los demás me expliquen qué es eso que los tiene tan mal, pero este hombre me dejó descolocada, porque con tíos como él, nada es lo que parece ser nunca y su historia, la de fondo, era mucho más sorprendente de lo que yo esperaba, y desgarradora, y descorazonadora. Por eso valoro tanto lo valiente que está siendo en abrirse cada día, en elegirme y en quererme como está aprendiendo a hacer. Axel da pasitos cada día, y está dispuesto a cambiar esos mecanismos que, durante años, lo pusieron tan a la defensiva, y eso es lo que más me enamora de él.

Estoy loca por este señor. No lo voy a negar. Me pierden sus ojos verdes y su sonrisa, y su humor más macarra. Y esa pasión que enciende en mí con solo un susurro, o una caricia. Pero lo que más me prende es lo protector que es, y lo cuidadoso y considerado que es con todos los que le importan.

Sé que nos queda un largo camino por delante, pero lo bueno es que lo queremos caminar juntos.

En las otras dos butacas del jet, tengo a mis Supremas. Lisensiada abogada Carla y Lisensiada terapeuta de parejas Eli. La primera es mi hermana pibón, morenaza y de ojos claros, abogada familiar y madre del niño de mis ojos, mi sobrino Iván. Una valiente madre soltera que recientemente ha descubierto que puede sentir amor y pasión también por una mujer. Y esa mujer no es otra que mi mejor amiga Eli, la rubia nórdica de ojos negros y sexi a rabiar que se dedica a mediar con las parejas en crisis y a hacer terapia con ellas.

Y si las vierais, por las tonterías que todos tenemos sobre los estereotipos, nunca diríais que son pareja. Pero solo hay que ser observador y darse cuenta de cómo se miran y de la energía que transmiten. Y de lo que habla su lenguaje corporal, siempre cerca la una de la otra, siempre en contacto. Sé lo mucho que se cortan delante de mí, y no sé por qué, porque a mí me da igual que se besen y se quieran, porque es fascinante verlas así de felices.

Ellas aman correctamente. Lo veo, lo percibo en cómo se hablan y en cómo se apoyan. Y sé que, en el fondo, a veces sienten vergüenza de ser ellas mismas, porque aún no se lo creen, porque su amor les explotó en la cara, como a todos. Pero cuando acepten quiénes son y se experimenten más, y dejen de temer a hacerse daño la una a la otra, todas sus posibilidades se expandirán. Y yo estaré ahí para ayudarlas como sea. Porque Eli y Carla se quieren como hay que quererse, ni una encima ni la otra debajo. Ellas están caminando juntas, en la misma dirección, la una a la vera de la otra. Y es precioso verlas andar.

Es maravilloso para mí aprender del amor con ellas, viéndolas. Nunca me hubiera imaginado que se enamorarían, fue un shock alucinante descubrirlo. A las dos las avasallaban los tíos, nunca tuvieron problemas en ligar y habían catado lo que tenían que catar. Sé que les gustan los hombres, pero tengo la plena certeza de que, hoy por hoy, ellas se gustan más. Y me parece genial.

El amor es estar despierto, con los ojos abiertos y encontrarlo en los lugares y en las personas más inesperadas. El amor es estar accesible, sin miedos a «y sis…», o a «peros», porque en él nos descubrimos muchas veces y, si no nos lanzamos, nunca sabremos quiénes somos realmente. Por eso ellas han sido tan valientes. Les ha dado igual ser mujeres, sentían algo, y han querido descubrir qué era. Y resulta que era eso: amor. Seguramente también estén pasando por su fase de aclimatación. Porque puede que haya cosas con las que aún les cueste lidiar, pero si se quieren de verdad, sea lo que sea, seguirán adelante.

Axel se acaba de sentar a mi lado. Ha preparado una copa para mí y otra para él, y cada vez que se mueve a mi alrededor, me coloco con su colonia y con esa fragancia tan suya. ¿No os pasa? ¿No os pasa que os encanta cómo huele vuestra persona favorita? Tiene que ser así, porque la atracción responde a esos olores.

Pero yo respondo a cualquier cosa suya, por nimia que sea. A una mirada, a un roce intencionado, aunque él diga que no… estamos en ese momento en el que todo es nuevo, todo es emocionante, y cada día nos gustamos más y nos deseamos más. Con el paso del tiempo, esas necesidades se relajarán, pero lo que ambos queremos, es llegar algún día a lo otro. A ser. Ser de verdad, el uno para el otro, el apoyo del otro, la muleta en la que apoyarse si tenemos un esguince emocional. Creo que eso es a lo que todos deberíamos aspirar. El sexo es bien, es increíble si la pareja en cuestión se entiende, y todo es lujurioso y muy porno… y Axel me está enseñando a dejarme ir en eso y a apreciarlo todo. No le ha costado mucho, dado que mi mente es pervertida de por sí. Pero si en ese cóctel metes las emociones y ese amor que nace y que sabes que va a hacerte explotar, entonces la realidad sentimental que anhelas y que puedes tener en el futuro, se hace más nítida… y piensas: «Que este hombre me haga lo que quiera, que me haga gritar, gemir y llorar del gusto, porque soy suya para toda la vida». Y también porque, al final del día, o en cualquier momento, tendrás su mano entrelazada a la tuya, y un abrazo cálido que te cobije por la noche en la cama.

Eso es el amor. Eso es Axel. Y sé que es demasiadas cosas… pero no me voy a hacer caca solo por aceptar que lo amo.

Y es lo que ambos aprendemos día a día, aún con nuestras reservas, mi estrés y nuestros miedos.

Los miedos nunca desaparecen, pero se hacen más pequeños con la confianza y con saber que, aunque los tengas, no dejas de enfrentarlos, y no dejas de ser tú ni de hacer lo que quieres hacer solo porque temas.

Él me ofrece la copa llena de margarita y me mira de arriba abajo con esos ojos verdes descomunales que solo él tiene. Siempre me deja sin palabras. Es un hombre morenito de piel —no es mulato—, alto y fuerte, y con el pelo muy cortito como un militar —porque él siempre va a tener algo de eso— y, sin embargo, no es nada de eso lo que me pone tan tonta. Es su sonrisa. Sus sonrisas de verdad. Ya sabéis que hay gente que sonríe de mentira, o que el gesto no cambia la expresión de sus ojos ni los ilumina. En Axel se nota mucho cuando él se ríe auténticamente.

Seguro que mi pelo rojo se ha alisado, porque sé muy bien qué dicen sus ojos, y es algo muy caliente y muy nuestro.

Como nos vamos a Punta Cana llevo una camisa playera larga y estampada que me llega hasta los muslos. Y un bikini debajo. En el jet hay mantas por si tenemos frío, pero es que yo soy de las que baja del avión y si puede se va directa a la playa.

—Oye, rizos —me dice haciendo chocar su copa contra la mía—, ¿has entrado al baño?

Bueno, es que es matemático. La sangre colorea mis mejillas y Axel se echa a reír.

—Axel, no empieces —digo entre dientes y en voz baja.

—El lavamanos tiene la altura perfecta —dice bebiéndose la copa lentamente, mientras me mira de reojo—. Una vez tuviste un sueño conmigo en un…

—Axel —me sale la risita nerviosa—… frena.

—No, rizos. No freno —asegura él dejando la copa sobre la mesita—. Quiero hacértelo ahora mismo.

—No. Mi hermana se va a dar cuenta y no quiero.

Y Eli… y Faina. O sea, no.

Axel resopla y mira al techo del avión con algo de decepción.

—Ellos están a lo suyo. Eli y Carla miran casas.

—¿Cómo que casas? —pregunto anonadada. Él asiente con firmeza.

—Sí. Casas en Barcelona.

Eso me deja a cuadros. ¿Que se van a vivir juntas y no me han dicho nada?

—¿Casas de alquiler o de compra? —pregunto en voz baja con el dedo alzado.

Axel se ríe.

—No he llegado a ver tanto.

—Madre mía… Me tienen que explicar muchas cosas.

—Y Faina le está enseñando unas bolas chinas de Amazon a Genio.

Dejo ir una risita. Eso no me sorprende tanto como lo otro. De Faina no me sorprende nada. Es altamente extrovertida en todos los ámbitos de la vida.

—Por Dios… Cómo le gusta probar cosas nuevas…

—Es una valiente de la vida. ¿A ti no te gusta probar cosas nuevas? —me pregunta alzando una de sus cejas negras que tanto contraste hacen con sus ojos de color verde.

Me sorprende que me lo pregunte. Llevamos un mes juntos desde que me salvó de perder la vida a manos de Vendetta, y este tiempo, aunque muy ajetreado y demasiado mediático para mí, ha sido precioso, porque lo he tenido cerca, excepto cuando él tenía que viajar a Madrid para hacerse con las riendas del Chantilly y también para estudiar lo que son lo derechos audiovisuales de algo con tanto éxito como mi Diván. Mi guardaespaldas se ha convertido en un hombre empresario de éxito, y a mí me encanta verlo sumido entre contratos y papeleos, pero más adoro verlo en plan salvaje y luchador. Axel es de estos que «me pone» en el plan que sea.

—A mí sí —contesto con sinceridad—. Pero en los lugares adecuados, guapo.

—Mira, Bec… —Axel se acerca a mí, me sujeta la mano y se la coloca sobre su munición. Va cargadito—. No es bueno volar así. Es como tener silicona en los huevos —Yo vuelvo a reír y le acaricio por encima de la tela de las bermudas militares que lleva—. Es doloroso. Como ves, nadie aquí está pendiente de nosotros… —me asegura sonriendo como el satánico que es—. Podemos ir al baño, loquera, y jugar a los doctores.

—Axel… —lo reprendo.

—Tú la llevas. Cinco minutos. Si no vienes antes de cinco minutos, es que eres una rajada. —Se levanta de golpe, y se dirige al baño con toda la parsimonia del mundo. Me lanza una mirada llena de advertencia, y yo no sé qué hacer ni dónde meterme.

Me pasa que, cuando voy a hacer algo a escondidas, pienso que todos me leen y que lo tengo grabado en la frente.

Pero siempre he dicho que la vida es para valientes, y hacerlo en el baño de un avión es una de las muchas fantasías que me gustaría cumplir con Axel.

Así que, dejo mi copa en la mesita, me levanto con cuidado, me aliso la parte baja de la camisa larga y atizo mis rizos rojos.

No estoy mirando a nadie. No lo pienso hacer. No quiero caer en juegos de miraditas con ninguna de ellas, porque sé lo que va a pasar. Y no quiero cortarme.

Así que retiro la cortinita que separa el baño del compartimento de lujo en el que viajamos, y abro la puerta.

Axel estira el brazo y me mete dentro de un tirón.

Capítulo 2

En realidad, Axel va y viene. En estas cuatro semanas, nos hemos encontrado siempre en Sant Andreu, en mi loft. Y hemos pasado juntos todo el tiempo que hemos podido, que no ha sido mucho. Por eso este viaje nos va tan bien a los dos.

Porque le echo de menos y quiero estar con él. Porque nos han pasado muchas cosas juntos, pero después de la más gorda, la vida nos ha mantenido un poco a distancia.

Hasta hoy. Hoy empiezan nuestras vacaciones juntos. Nuestro viaje. Y quiero que sea inolvidable.

Para mí. Y para él. Quiero que nos alejemos de todo el ruido, de los conflictos y los acosadores y que seamos solo él y yo, y nuestro círculo.

Y sé que él quiere lo mismo, por el modo en que me mira en ese espacio reducido del jet.

Me toma de la cintura y me pega a su cuerpo. Yo puedo ver nuestro reflejo en el espejo y es algo que siempre me va a turbar, por lo diferentes que somos. Mi tez es pálida, tengo unas pocas pequitas en el puente de la nariz y los ojos azules y grandes, y mis labios casi siempre están rojos, como mi pelo curly a lo loco.

Axel es de tez más bien morena, ojos claros y muy verdes, mirada penetrante, mucho más alto y más fuerte que yo y de pelo negro y rasurado al uno. Es que está muy bueno, no lo puedo negar.

Sé que le gusto, por cómo me mira. Tiene ese aspecto de hombre con modales pero que en el fondo es el Tarzán de Greystoke y que en cualquier momento se puede golpear el pecho.

—No podemos hacer ruido —le digo rodeando su nuca con mis manos.

—Pues ya sabes —me dice él levantándome por el culo—. No hagas ruido.

Se da la vuelta y me coloca sobre el lavamanos.

—Tampoco podemos estar mucho rato… —le recuerdo.

—Cuánta presión, señorita.

Él se hace sitio entre mis piernas. Cuela las manos por debajo de mi larga camisa y arrastra mis braguitas del bikini amarillo por mis muslos hasta sacármelo por los tobillos.

—Uy, qué buena tienes que estar con el bikini… pero esto ahora no me sirve.

—Ya, bueno… Qué vergüenza —susurro—. Seguro que saben lo que estamos haciendo.

—Becca, podemos estar haciendo muchas cosas. Por ejemplo —dice dejando las braguitas sobre el dispensador de papel.

—Sí, ya, hemos ido a comprar al súper… —murmuro con ironía.

—No —sonríe—. Pero sí hemos podido ir a visitar la cabina del piloto, o a abrir las neveras, o a hablar con la camarera para pedirle algo especial… —Resoplo y cierro los ojos muerta de gusto cuando él besa mi garganta—. Necesito estar más tiempo contigo —gruñe—. No me gusta esto de estar viajando. Menos mal que ya se ha acabado.

—Eres un hombre de negocios… un magnate. Axel dice que no y me desabotona la camisa hawaiana para abarcar uno de mis pechos con una mano.

—Tengo ganas de hacértelo bien. De tener más espacio… para nosotros. Me gustaría un lugar más amplio, más nuestro, para ti y para mí…

Me pasa que, cuando me habla así, mi mente más pervertida se pone a tono rápido y empieza a elucubrar con un montón de posturas que aún no hemos probado. Y me caliento sin más. Pero está en lo cierto.

La noche anterior no dormimos juntos. Él se dirigió al aeropuerto para encontrarse ahí conmigo, porque venía de hablar con su hermano Fede en Madrid. La última vez que Axel y yo lo hicimos, fue hace una semana.

Pero hasta hoy, me he refugiado en mi familia y en mis amigos, para sentirme mejor y quitarme el susto del cuerpo, mientras él ha estado cerrando contratos y haciéndose cargo de sus nuevas responsabilidades.

—Tendremos espacio en Punta Cana… Y tiempo. Te he echado de menos —le acaricio el cuello con las manos.

Axel parece que va a decir algo más, pero se distrae con mi pezón y lo acaricia por debajo de la tela.

—Sí… tiempo para nosotros —murmura desabrochándose los pantalones—. Tiempo para centrarme en ti —asume con ojos brillantes llenos de advertencia.

Le voy a decir que sí, pero al instante tengo sus labios sobre los míos y su lengua en mi boca, frotándose dulcemente contra la mía.

Y es como si tuviera demencia momentánea. Me olvido de todo y de todos, y me concentro solo en él.

En sus manos que no dejan de marcarme la piel, en sus besos, y en su modo de sujetarme por el trasero antes de frotar su verga contra mi sexo.

Es que es muy erótico todo lo suyo. Para mí, Axel es de esos hombres que no te esperas, que crees que solo están entre las sombras y las páginas de las mejores novelas románticas, las más pervertidas y suculentas, y con personajes memorables. Y resulta que es para mí. Y sé que es el adecuado, que solo él puede expandir esas feromonas a su alrededor, porque yo me excito con facilidad. Ya estoy lista, y él lo sabe.

Cuando me penetra, lo hace lentamente pero certero, hasta el fondo. Me muerdo el labio inferior con fuerza y él me recuerda al oído:

—Calla. No grites.

—Sí, claro, qué fácil…

Él ahoga una carcajada, me aprieta contra él y empieza a moverse como el taladro que es. Y simplemente dejo que me invada, que conquiste todo el territorio.

Una vez tuve una fantasía con él en el avión. Aún no estábamos juntos, no sabíamos dónde nos iba a llevar esa aventura ni lo que nos iba a deparar el destino. Y hoy por hoy seguimos sin saberlo, pero lo único que tengo claro es que estoy enamorada de él y quiero estar con él. Y Axel, por ahora, y por todo lo que me ha demostrado hasta la fecha, también me quiere y quiere estar conmigo.

—Becca… —susurra abrazándome fuerte contra él.

Una de las cosas que más adoro, es cómo pronuncia mi nombre cuando se corre y llega al orgasmo. Me encanta, y casi siempre acabo sonriendo en secreto, porque lo único que cruza mi mente en ese instante explosivo de placer es: «Me quiere. Y este hombre es mío».

Cuando nos corremos, al no poder gritar, tengo la sensación de que me ha subido la tensión y de que me va a explotar el cerebro del gusto que recorre cada célula de mi cuerpo.

Axel tiene las mejillas un poco sonrojadas del sofocón y está guapísimo. Le ayudo a limpiarse, yo hago lo mismo y tiramos de la cadena. Nos vestimos entre los dos, entre sonrisas y besitos dulces y pícaros.

Cuando salimos, creemos que estamos frescos como una rosa y que nadie se va a pensar que en diez minutos hemos echado un polvo rápido en el avión.

Nos sentamos con total disimulo y dice Axel:

—Las vistas desde la cabina son geniales, ¿verdad, rizos?

Yo sonrío de oreja a oreja y asiento como una trolera, mirando a todos de reojo. Dios me castigará por mentir.

Al instante, recibo un mensaje de WhatsApp de Faina. Estamos conectados todos al wifi del avión.

Cuando lo leo, me quiero morir:

De Fai:

Bicho palo, ¿limpiaste el sable a tu novio? Marrrrrrana.

Capítulo 3

Punta Cana Secrets Cap Cana

No me gusta abusar. Tampoco me gustó que la productora Smart se flagelara tanto por lo que pasó en el episodio piloto de El Diván de Estados Unidos. No fue culpa de ellos, en realidad. Estaban ante un terrorista y un acosador muy versado y un programa así nunca imaginó que alguien como yo pudiera ser objetivo de un individuo como ese.

Pero lo que pasó, pasó de verdad. Y aunque no he querido ahondar mucho en las consecuencias de haber estado secuestrada un día y medio a manos de Nico y de lo mediático que fue mi caso, sí he querido aceptar las disculpas de Smart y también su no indemnización. La llamo así porque, oficialmente, no me han indemnizado, aunque podrían si yo les denunciase por falta de seguridad. Pero lo arreglamos en los despachos. Mejor dicho: lo arregló Axel. Y no sé qué les dijo porque yo no estuve ahí cuando tuvieron la reunión, pero tuvo que ponerles a todos los huevos por corbata, hablando mal. Axel no solo sacó una bonificación económica por mis lesiones —golpes, quemaduras y shock—, sino que les metió tanta caña que salió de ellos hacernos este regalo para mí y los míos, con el objetivo de que recuperase el equilibrio y la paz mental perdida. Y me preguntaron y yo elegí Punta Cana como destino.

Ellos se encargaron de contratar el Secrets Cap Cana con todos sus servicios.

Y ojo, que este sitio tiene de todo lo que nos gusta. Un lugar perfecto para echarnos unas risas, beber y disfrutar de las personas que quiero y que espero que también sepan disfrutar entre ellas. Sigo siendo una negada en las redes sociales. No pienso decirle a nadie dónde voy a estar, porque con tanta persecución y acoso ya me he vuelto un poco paranoica. Seguramente necesitaré yo también una terapia de choque para dejar de tener miedo a que me hagan daño. Aunque lo mío, después de todo, es completamente natural.

Cuando llegamos al hotel, nos damos cuenta de que todo es alto standing y de que Punta Cana es maravillosa, paradisíaca y todo lo idílica que parece en las fotos.

El sol nos ha dado la bienvenida, hace un calor terrible, aunque nos ha dicho el guía que nos ha pasado a recoger al aeropuerto y que es del hotel, que ayer tuvieron uno de los peores huracanes de los últimos tiempos, y que se sabía que las islas de alrededor habían tenido algún accidente y problemilla logístico.

Pero ellos no.

Ellos lo habían solventado todo bien. Están acostumbrados a las inclemencias del tiempo y a los caprichos del Dios del Viento.

Somos huéspedes considerados Vip, y tenemos un trato muy delicado por parte del hotel. Además, mi rostro es lamentablemente conocido ya a nivel internacional y soy una especie de símbolo de resistencia.

Y no hice nada para serlo. Lo único que hice fue dormir por las drogas a manos de Nico. Pero nada más. Y, aun así, muchos me reconocen, aunque Axel hace todo lo posible por mantenerme protegida y bien cubierta.

Hemos llegado a nuestros apartamentos. Genio y Faina tienen uno, Eli y Carla otro y nosotros dos el nuestro. Y son casitas colindantes la una a la otra, como si fuera Melrose Place. Lo sé, soy una melancólica.

—Esto es una maravilla, lisensiada —admite Carla frente a su hermosa choza del amor—. Sé que queda mal, pero qué bien que Bitelchús quiso llevarte con él…

Eli se echa a reír, se quita sus gafas de sol y mira con sus ojos negros la fachada blanca e ibicenca y después la piscina central que, como una playa natural, llega hasta las entradas de cada una de las casitas. Y tiene ese agua azul y cristalina, y las palmeras por el medio, y los puentecitos de madera… Sí, ya me veo relajándome perfectamente en este sitio.

Lo bueno es que no hay mucha gente y que, la que hay, es de ese perfil elitista que no hace mucho ruido de puertas afuera pero que en sus casas se meten rayas kilométricas sobre el mármol de la mesa de la cocina.

—Este lugar es genial. Es una buena elección — contesta Eli sonriendo a Carla de esa manera que cada vez veo más bonita y tierna entre ellas.

—Pero, oigan —dice Faina—. Dejamos las maletas y nos vamos a hacer actividades acuáticas, que me muero por subir al churro ese de agua…

Genio se ríe nervioso, aunque la observa con adoración. Joder, es que están muy enamorados. Y me hace tanto bien ver que dos personas tan buenas se han encontrado…

—No creo que sea buena idea que nos subamos al churro —dice Genio—. Pero si eso es lo que quiere la Reina…

—Faina, llevas un collar que te da descargas para que no te duermas. Ya sé que es acuático y que se puede mojar porque Murdock es un hacha —explica Axel—… Pero una descarga en el agua puede ser…

—Soy como un perro. Me van a salir callos en el cuello, pero seguiré ladrando… No voy a ahogarme. Además, ya tengo quien me haga el boca a boca, y no eres tú, traidor.

Yo miro de soslayo a Axel y no puedo evitar reírme. Faina se mete con él y bromea con el hecho de que no se casara con ella. Le gusta interpretar el papel de la amante ofendida.

—No te perdonaré que eligieses a la Bicho palo, por guapa que sea.

—Yo sí —dice Genio—. Te perdono, Axel —pasa su brazo larguirucho por encima de los hombros de Faina y ella se deja achuchar y querer. Son dos osos amorosos.

—Bueno, como sea. Propongo entrar a nuestras casitas, dejar nuestros equipajes e irnos a la playa a beber mojitos, margaritas y todo lo que se atrevan a servirnos y se pueda tomar aquí. ¿Os parece?

Todos asienten y se movilizan para entrar en sus departamentos. Yo suspiro, me lleno los pulmones del aire caribeño y sonrío mirando al cielo y apoyando mi cabeza en el pecho de Axel.

—Mira, guardaespaldas… es el paraíso.

Axel sonríe, agacha la cabeza y me da un besito en la nariz.

—El paraíso eres tú.

Ah, es que me tiene loca. No me acostumbro a esa honestidad y esa sencillez. Pero la amo.

Axel me da un cachete en el culo y me dice:

—Andando, Minimoy. Quiero verte en bikini.

—Me parece un buen plan —asiento.

Los dos entramos a nuestra casita, y lo hacemos como una pareja normal y corriente. Y no os imagináis cómo agradezco sentirme así con él y no tan en guardia por circunstancias externas.

Me permite soñar con un futuro como el de cualquiera. Y hasta hace poco no creía que pudiera tenerlo.

Media hora después, nos encontramos en la playa de arena blanca, en Juanillo Beach, bajo las sombrillas de esparto oscuro, en nuestro reservado. Axel y Genio se han ido a hablar con los de las motos acuáticas, porque quieren ver si podemos hacer una ruta libre.

Nosotras cuatro estamos tumbadas en nuestras hamacas, cubiertas por la sombra de nuestros parasoles, y cada una con un cóctel hecho a medida.

Yo estoy poniéndome crema como si no hubiera un mañana, porque corro el riesgo de mutar a gambón, y no me apetece. Ninguna de las cuatro hacemos topless, porque esto no es España, pero sé que mi hermana se está quedando con las ganas de liberar las tetas, porque odia las marcas.

—Bueno, chachas, cuéntenme… ¿Qué es de sus vidas? ¿Cómo lleva Mama Tina que vosotras dos seáis costureras? —señala a Eli y a Carla.

—¿Costureras? —Mi hermana está boca abajo en la hamaca y la está mirando sin comprender.

—O patronistas —Faina hace el movimiento de las tijeras con los dedos.

A mí se me escapa el cóctel de la boca como si fuera una manguera, y casi lo saco por la nariz.

—¡Faina! —exclamo muerta de la risa. Tiene la mala costumbre de no avisar cuando suelta una de esas.

Eli está poniéndole crema a Carla en la espalda. Se encoge de hombros y hace un mohín de resignación.

—Tina tiene sus tiempos. Todos tenemos nuestros tiempos.

Escucho a Eli con atención. Hay algo en el tono de mi amiga que no acaba de convencerme. Y no sé si habla solo por mi madre o también por ella misma, o por mi hermana. Mmm… no sé. No me convence.

—Se lo está tomando como puede —asegura Carla—. Acostumbrada a traerle trípodes a casa…

—Perdedores —susurra Eli.

—Y ahora tiene a la rubia como yerna. La llama así en cachondeo —apunta mi hermana.

—¿Es tu mamá machista?

—No. Creo que igual que a muchas como ellas, les ha faltado mucha educación, a todos los niveles.

—No es progre —sentencio yo—. Mamá es de las de un hombre para toda la vida y un hombre para ser una verdadera mujer. Ya sabéis…

—Bueno, a mis padres tampoco les gusta que yo salga con Shrek —dice Faina dando un sorbo superlargo de su mojito—. Pero tampoco se han dado cuenta de que yo no soy un ángel de Victoria’s. Estoy buena, vale — aclara pasándose la mano por las curvas—, pero no soy avariciosa. Dejo para las demás.

Me gusta mucho eso de Faina. Lo valiente que es, lo mucho que se ha aprendido a querer y lo fuerte y segura que la veo. Es fascinante, porque solo ella sabe lo mal que en realidad lo ha pasado, pero oírla hablar, con ese collar de diamantes pegado al cuello, que, básicamente, la electrocuta cuando va a hacer uno de sus Fujitsus, da un subidón de moral a cualquiera.

—¿Y qué tal el sexo?

Carla deja ir una carcajada y Eli entorna los ojos.

—No voy lo suficientemente borracha como para hablar de eso —dice la terapeuta de parejas.

—Bah, qué aburridas… Yo les puedo asegurar que mi Genio tiene el pene de un ogro.

—No quiero saber nada —me tapo los oídos.

—Yo nunca imaginé ver eso, chacho. Es como otra pierna… La primera vez pensé que me añurgaba, ¿sabes?

—Es suficiente… —digo nerviosa. A Carla y a Eli en cambio les parece superentretenido.

—¿Qué es añurgar? —pregunta Eli entre risas.

—Cuando te atoras, rubia. Cuando te atragantas… pero yo me atraganté por abajo.

—Madre de Dios… ¡hala, venga! —exclamo. No quiero ver a Genio como un semental.

—Dios, no —aclara Faina—. Cuando se la vi por primera vez le dije: ¿qué ha hecho Sauron contigo?

—¡Pffff! —Eli y Carla no dejan de reírse.

—¿Y el collar? —indago con todo el tacto que puedo—. Cuando os acostáis… ¿te dan Fujitsus?

—¡Ah, bueno! —Faina deja ir una carcajada—. El otro día tuve un orgasmo mientras el collar me daba una descarga. Me tenían que ver… —mira al cielo—. Parecía la niña del exorcista.

Ahí ya no puedo más y me empieza a dar la risa imaginándomela.

—Por poco me quedo vegetal, medio machanga — Faina nos mira divertida—. ¿Qué? ¿Se ríen? Se me saltó un empaste —me señala un diente que ya está en su sitio—. Tuve que ir al día siguiente al dentista porque parecía Bob Esponja, con dos paletas. Pero estamos bien, gracias. Eli le da una cachetada en la nalga a Carla y le dice:

—Ya estás.

—¿Quieres que te ponga crema? —pregunta mi hermana alzando una ceja negra.

Eli oculta una sonrisa y contesta:

—No. Gracias. Ya me he puesto en la habitación. Eso me da a mí que es una especie de código de lesbianas, para leer entre líneas, porque se miran de ese modo que dice mucho, aunque hablen muy poco.

—¿Cómo lo lleva mi hombrecito? —pregunto con interés, haciendo referencia a mi sobrino Iván—. ¿Ya entiende que sois novias?

Eli se sienta a los pies de la tumbona de Carla y sujeta su piña colada. Es mi hermana quien responde:

—Iván adora a Eli. La ama. Pero no lleva bien que el amor de su vida esté jugando a las médicas con su mamá —guiña un ojo a Eli—. Es un acaparador, la quiere toda para él.

—Tu hijo es mío —responde Eli provocándola—. Pero, aunque a mí me encanta todo lo que tenga que ver con el deporte y las series que le gustan, y somos muy amigos y tenemos mucha comunicación, es cierto que Iván aún espera una figura masculina cerca.

—Para eso tiene a Axel —Mi hermana Carla me lanza un hielo de su mojito—. Lo tiene en el bote.

—¿Quién a quién? —replico—. Creo que es mutuo. Cuando hemos salido por ahí he tenido que detenerlo para que no comprase jugueterías enteras.

—¿Es niñero el tío bueno? —pregunta Faina tumbándose atravesada en la hamaca.

¿Es niñero Axel? Me atrevería a decir que sí lo es. Y que disfruta de la compañía de Iván cuando lo ha visto. Además, conecta muy bien con él. Y eso hace que me pregunte muchas cosas de las que aún no hemos hablado.

Porque vamos con cuidado, como si atravesáramos territorios minados que nos han hecho daño y nos han asustado y no queremos volver a pasar por ahí.