Las ruinas de Poblet - Víctor Balaguer - E-Book

Las ruinas de Poblet E-Book

Víctor Balaguer

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Beschreibung

Un recorrido por la historia del Monasterio de Poblet, desde sus leyendas hasta su geografía. A través de las sensaciones, reflexiones e investigaciones que realizó Víctor Balaguer en su viaje a Poblet, el autor describe el lugar y narra sus leyendas en un tono cercano. El libro es también un ensayo de la historia de España vista con este punto geográfico concreto, analizando la situación del monasterio según las diferentes guerras y cambios vividos en la península. La edición consta también de un prólogo con dos cartas literarias enviadas durante el viaje de Balaguer con Manuel Cañete.

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Veröffentlichungsjahr: 2022

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Víctor Balaguer

Las ruinas de Poblet

DE LAS ACADEMIAS ESPAÑOLA Y DE LA HISTORIA CON UN PRÓLOGO DE DON MANUEL CAÑETE individuo de número de las mismas Academias

Saga

Las ruinas de Poblet

 

Copyright © 1885, 2022 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726687972

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

ADVERTENCIA.

Esta obra se escribió con motivo de una excursión que hizo el autor en compañía del Sr. D. Manuel Cañete y de otros amigos á las Ruinas de Poblet el día 2 de noviembre del año pasado, á su regreso de Villanueva y Geltrú, á donde habían ido desde Madrid para inaugurar en aquella villa una Biblioteca-Museo.

Por esta circunstancia ha parecido oportuno publicar al frente de la obra, como prólogo, las dos cartas literarias que con motivo del viaje y de la inauguración de aquel Instituto dirigió el Sr. D. Manuel Cañete al Director del Diario de la Marina de la Habana.

____________

PRÓLOGO.

Sr. Director delDiario de la Marina.

MADRID 28 de noviembre de 1884.

 

Circunstancias independientes de mi voluntad me han impedido escribir á ustedes por los dos correos anteriores. Esto ha hecho que hasta hoy no haya podido hablarles de un fausto suceso relacionado íntimamente con las letras y con las artes, y honrosísimo para el pueblo catalán. Me refiero á la inauguración de la Biblioteca-Museo Balaguer, monumento erigido en la hermosa villa de Villanueva y Geltrú por el esclarecido repúblico y literato que la representa en Cortes hace mucho tiempo, y que goza en ella, de igual suerte que en toda Cataluña, grande y bien ganada popularidad.

Honrado por las Reales Academias Española y de la Historia con el encargo especial de representarlas en aquel solemne acto, que se efectuó el domingo 26 del pasado octubre, puedo hablar de él como testigo presencial. El hecho es muy digno de perpetua conmemoración; pues si en todas épocas ha sido raro, no ya que las personas de escasos medios, sino las de gran riqueza, destinen parte de sus bienes á crear establecimientos costosos de pública utilidad, es más raro aún el heroismo de quien se desprende de cuanto posee para consagrarlo á un objeto tan patriótico y laudable. Esta gloria, tal vez única en nuestros días, no sólo pone muy alto el nombre de D. Víctor Balaguer, que espontáneamente ha realizado en aras del bien común ese admirable sacrificio del interés propio, sino dice mucho en pro de los elevados sentimientos de la noble gente catalana.

El Trovador de Montserrat, el erudito autor de la Historia política y literaria de los Trovadores, que (siguiendo las huellas de escritores nacionales y extranjeros tan distinguidos como Raynouard, Fauriel, Millot, Baret, Wolf y Milá y Fontanals) ha procurado ilustrar con peregrinas noticias y curiosos documentos inéditos uno de los más obscuros é interesantes periodos de la historia literaria europea; el inspirado poeta cuya musa varonil pinta con igual felicidad en sus bien imaginadas Tragedias, ya los desfallecimientos amorosos de la poetisa de Lesbos, ya el patriotismo y la romana entereza de Coroliano; el varón ilustre que en el ardor de nuestras enconadas luchas políticas no cede á la común flaqueza de negar ni de amenguar las calidades ó el mérito de sus adversarios; el sincero político, el hombre probo ante el cual se ha detenido la calumnia (tan despierta en nuestro país) temerosa de que pareciesen á todo el mundo inverosímiles sus falsas imputaciones; el buen español, el digno hijo de Barcelona, siempre vigilante, siempre dispuesto á defender con su palabra ó con su pluma los respetables intereses de sus industriosos paisanos, debe estar orgulloso de sí mismo por haber dado á sus constantes favorecedores de Villanueva y Geltrú (él, que está muy lejos de ser un potentado) prueba de agradecimiento y cariño que merecería los mayores encomios, aun debiéndose á persona de gran caudal para quien el darla no representase ni sombra de sacrificio. Pero si D. Víctor Balaguer debe estar satisfecho de sí propio, Cataluña debe enorgullecerse más todavía de contar en el número de sus hijos á quien ha sido capaz de tan admirable rasgo de abnegación y esplendidez.

De que han sabido estimarlo en lo muchísimo que vale cuantos abrigan amor patrio y corazón generoso, ha recibido el Sr. Balaguer en esta ocasión testimonios inequívocos. Desde la augusta persona del Monarca, propicio á mirar como bien suyo cuanto redunda en honra ó beneficio de la nación, hasta la sencilla gente del pueblo, que ha dado en Villanueva y Geltrú tan loables muestras de cultura, todos se han asociado á la obra del benemérito fundador de la Biblioteca-Museo para solemnizarla como era justo y enaltecer al que ha logrado realizarla. Seguro estoy de que habrá llegado al alma del hombre insigne, y despertado en ella gratitud inquebrantable, la honrosísima comunicación que el Excmo. Sr. Marqués de Alcañices, Jefe superior de Palacio, dirigió en 21 de octubre al Sr. Alcalde Presidente del Ayuntamiento de Villanueva en nombre de S. M. el Rey D. Alfonso, á cuya ilustración y altísimas prendas debe España la paz que disfruta tras largo é inolvidable periodo de vergonzosa anarquía, que hijos espúreos de la patria intentan vanamente reproducir.

Esa comunicación es de suyo tan importante, manifiesta de tal modo el espíritu patriótico, la elevación de ánimo del joven Príncipe que ciñe á sus sienes la corona de tantos Reyes perínclitos, que no se juzgará inoportuno que la traslade á estas columnas al pie de la letra. Dice así: «S. M. el Rey (que Dios guarde) se ha enterado con el más vivo aprecio de la exposición que el Ayuntamiento de la industrial Villanueva y Geltrú, dignamente presidido por V. S., le dirige, invitándole para que concurra á la apertura de la Biblioteca-Museo, donados patriótica y generosamente á la villa por su diputado é ilustre escritor Don Víctor Balaguer.—Nada sería seguramente más grato á S. M. que contribuir á solemnizar con su presencia un acto que tanto enaltece al insigne patricio que con laudable celo consagra sus afanes, estudios, desvelos é intereses al progreso y adelantos del país, como á la villa digno objeto de su especial predilección, y se complacería mucho en que las atenciones que embargan su tiempo le permitiesen, aceptando la respetuosa invitación de ese Ayuntamiento, dar una señalada prueba de la alta estima que hace de sucesos tan dignos de ser imitados. —En la imposibilidad de realizarlo cual sería su deseo, se ha servido S. M. disponer que, cuando la inauguración haya de verificarse, concurra en su augusto nombre el Capitán general de ese Distrito militar, á quien con esta fecha se comunica la orden oportuna, indicándole la conveniencia de ponerse de acuerdo con V. S. para señalar la fecha en que haya de tener lugar aquélla.—De Real orden lo comunico á V. S. para su conocimiento y efectos consiguientes.»

Las Reales Academias, en las cuales está vinculada la más alta expresión de la cultura española; los cuerpos docentes; las corporaciones oficiales; las científicas, artísticas y literarias; la prensa periódica; el Presidente del Congreso, senadores y diputados; el Gobierno; la magistratura; la milicia; multitud de asociaciones útiles ó de personas de elevada gerarquía, ora por su alcurnia, ora por su propia significación, por su representación ó méritos, han contribuído de un modo ú otro á patentizar la simpatía y el entusiasmo con que han tenido á bien asociarse á la hermosa fiesta celebrada en Villanueva y Geltrú. Eco fiel de los moradores de esa villa, muy superior por su magnitud é industria y por la calidad y belleza de sus plazas, paseos, edificios y monumentos á muchas de nuestras capitales de provincia, el Diario de Villanueva y Geltrú publicó el día de la inauguración de la Biblioteca-Museo un número engalanado con orla y con el retrato del Sr. Balaguer muy parecido y bien grabado. En ese número se leen estas palabras, clara demostración de los sentimientos que animan á los laboriosos naturales de aquella tierra: «Villanueva, que comprende el inmenso valor de la generosa dádiva, que reconoce la importancia y trascendencia que para su porvenir encierra la Biblioteca-Museo, que se enorgullece en poder contar entre el número de sus hijos á tan ilustre hombre público, se siente hoy satisfecha; y el Ayuntamiento constitucional, al esculpir en letras de oro la memorable fecha del acontecimiento que hoy celebra y el nombre del fundador de la Biblioteca-Museo, puede estar seguro de interpretar fielmente las aspiraciones de un pueblo agradecido. Y si para perpetuar los actos con que se distinguen los grandes hombres levántanse estatuas y monumentos, tenga la seguridad nuestro ilustre y distinguido diputado de que en el corazón de los villanoveses se ha levantado, á impulso de la gratitud, un majestuoso monumento de admiración, cordialidad y aprecio, en el que se hallan escritos con caracteres indelebles, que durarán más que en mármoles y bronces, un nombre y una fecha: 26 de octubre de 1884.—Víctor Balaguer.»

Ahora bien, ¿qué es, en qué consiste la Biblioteca-Museo Balaguer erigida y donada por el fundador á su predilecta villa que hace tiempo le considera como á hijo adoptivo? Lo diré en breves palabras.

En medio de un lindo parque-jardín cercado por elegante verja de hierro fabricada en los talleres de la Maquinista Terrestre y Marítima de Barcelona, se levanta un edificio orientado de Norte á Sur, en forma rectangular, que por su estilo recuerda el gusto de las antiguas construcciones clásicas, y que mide 55 metros de longitud por nueve de anchura y 12 de elevación. La traza de este suntuoso edificio se debe al distinguido arquitecto barcelonés D. Jerónimo Granell que ha dirigido las obras. Las dos grandes alas ó compartimentos en que el edificio se divide se hallan destinadas una á Biblioteca y otra á Museo, y están enlazadas por espacioso vestíbulo circular coronado de esbelta cúpula de 26 metros de altura, ornamentada con elegancia interior y exteriormente, la cual presta luz á la rotonda del centro. Á la parte posterior del dilatado rectángulo se adhiere otra construcción del mismo gusto, aunque de menos aparato arquitectónico, distribuída en diversas habitaciones, y en cuyo piso superior hay, amén de la gran Sala de Juntas rodeada de severa sillería de roble (que trae á la memoria las de la Sala Capitular de nuestras antiguas catedrales), otros varios departamentos destinados también á Museo. En el centro de la fachada principal, de gusto neo-griego y cuyos paineles ó recuadros ha embellecido el hábil artista Sr. Mirabent con esgrafiados egipcios y asirios alusivos á diferentes ciencias y artes, se destaca un pórtico formado de dos gruesas pilastras y otras tantas columnas, el friso del cual adorna esta expresiva inscripción en letras de oro: Surge et ambula. Tal es el monumento arquitectónico fundado por Balaguer en Villanueva y Geltrú; monumento que honraría por su elegancia y magnificencia á cualquiera de nuestras mejores y más populosas capitales.

Lo que contiene tan espléndido edificio no es menos digno de consideración y de aplauso. De veintidos mil pasa el número de volúmenes allí dispuestos á proporcionar ilustración y enseñanza, y entre ellos hay muchos notables por su antigüedad, importancia ó rareza, pertenecientes á los diversos ramos del saber. Códices peregrinos, manuscritos preciosos de varias materias interesantes, libros con valiosos autógrafos, láminas, dibujos, cuanto puede contribuir á propagar conocimientos científicos, artísticos ó literarios, se halla en colección de tanta valía.

Como la envidia es tan sutil para denigrar y la malevolencia no perdona ni lo más útil ni lo más digno de respeto y admiración, no ha faltado quien haya querido turbar la hermosura de la noble acción creadora de tan benéfico Instituto suponiendo que la copiosa Biblioteca en él reunida puede ser dañosa á la juventud amante del saber, por estar atestada de libros prohibidos que nada bueno pueden enseñarle. Semejante suposición es á todas luces injusta. Contadas son las obras de esa clase que registra el catálogo de la Biblioteca; pero aunque así no fuese y aquéllos figurasen en mayor número entre los relativos á otra clase de conocimientos, nada importaría, estando al frente de la Biblioteca-Museo una Junta compuesta de sujetos dignísimos, presidida por personas tan respetables en muchos conceptos como el Excmo. Sr. D. Antonio de Samá, Marqués de Casa Samá, y el Rdo. D. Eduardo Llanas, sabio y virtuoso Rector de las Escuelas Pías. Todos ellos saben perfectamente que esos libros, ralísimos por lo común, no son para andar en manos de jóvenes inexpertos, sino para ilustrar á personas formales que necesiten consultarlos con las licencias necesarias. Lo primero que se ha de tener en cuenta para poder combatir con fruto ciertos errores, sea de la clase que fueren, es conocer, estudiar y digerir bien los libros que los proclaman. El más celoso apologista de la religión verdadera tratará en vano de pulverizar falsas doctrinas, si desconoce de todo punto los argumentos en que sus secuaces se fundan para sustentarlas. Esto, que es de sentido común, no está por lo visto al alcance de la fanática ignorancia de ciertas gentes ó de su incurable mala fe.

No menos importante que tan copiosa Biblioteca, establecida en uno de los salones más grandiosos y mejor provistos que hay en España para tal objeto, es la colección de cuadros de toda especie (entre los cuales descuella uno de Jordaens, de grandes dimensiones y de no menor belleza), de esculturas, de curiosidades arqueológicas, de muebles, armas, tapices, joyas, cerámica y otros mil objetos distintos que llenan el gran salón y las demás habitaciones destinadas á Museo.

El vestíbulo á donde afluyen los principales departamentos del edificio muestra en su centro, sobre un pedestal tan elegante como bien proporcionado, el busto del fundador tallado en mármol de Carrara por el Sr. Nicoli, distinguido escultor italiano, y deja ver encima de la cornisa ocho medallones destinados á ostentar retratos de ilustres villanoveses. Cuatro de ellos, el del esclarecido poeta D. Manuel de Cabanyes, arrebatado á la gloria en los floridos años de la juventud, y los de Fray Francisco Armanyá, Excmo. Sr. D. Salvador Samá y D. Francisco de Sales Vidal, han sido ya diestramente ejecutados por los Sres. Montserrat, Pascual, Viñals y Llaverías, hábiles pintores nacidos en Villanueva.

Indicadas ya las instructivas curiosidades, la riqueza literaria y artística que encierra el monumento que se trataba de inaugurar, diré á ustedes algo sobre los preliminares y las fiestas concernientes á la inauguración.

De buen grado mencionaría los pormenores del viaje, durante el cual debí las mayores atenciones á los jóvenes periodistas madrileños (entre los cuales había representantes de todos los partidos, desde el republicano hasta el carlista), y mencionaría las finezas de que los invitados fuimos objeto al llegar á Barcelona; pero la necesidad de no hacer interminable esta carta, me induce á pasar por alto muchas cosas, aun á riesgo de contrariar los impulsos del corazón y de no corresponder debidamente á las dulces exigencias de la gratitud.

Instalados en el tren expreso que debía conducirnos á Villanueva en la mañana del día señalado para la inauguración, partimos de la opulenta ciudad de los Condes por el ferrocarril que ha de enlazar directamente á esta corte con la capital del antiguo Principado, y que, por ser uno de los más hermosos y mejor construídos de España, honra mucho á la inteligente iniciativa y singular perseverancia de su Director el Excmo. Sr. D. Francisco Gumá. La magnificencia de los carruajes, distintos de los que se usan en las demás líneas españolas; lo apacible de la temperatura; la inusitada rapidez con que marchábamos, gozando á cada instante un nuevo punto de vista, ya en campiñas amenas y bien cultivadas, ya en larga serie de túneles (que casi en línea recta horadan el corazón de las rocas formando perspectiva indefinible), ya junto á las olas del Mediterráneo que besa á grandes trechos el terraplén donde se asientan los railes, ofreciéndose á nuestros ojos como adormido lago azul sobre cuyas aguas parecía en más de una ocasión que se deslizaba el tren; todo hizo que se nos figurase un soplo el tiempo empleado en ir de Barcelona á Villanueva.

Desde la espaciosa estación que llena un frente de la gran plaza de esa villa, casi formando ángulo con el que ocupa la Biblioteca-Museo-Balaguer, nos dirigimos á ella donde todo estaba de antemano bien preparado para el acto inaugural. Celebróse éste en el salón destinado á Biblioteca; y á pesar de su magnitud y de la de todo el edificio, era tal la concurrencia, que no pudieron gozar de espectáculo tan hermoso muchos de los que anhelaban presenciarlo. En él expuso el héroe de la fiesta, visiblemente conmovido y con mesuradas palabras, cuál había sido su pensamiento al realizar aquella obra, los móviles que le habían impulsado á efectuarla, y el fin á que la dirigía. «Á vosotros, individuos de la Junta (exclamó al terminar su discurso), os doy este edificio, con la condición de que ha de ser siempre propiedad de Villanueva y Geltrú y de su distrito electoral; que ha de servir para academia y centro de instrucción y de enseñanza, y que jamás podrá destinarse á otro objeto que al de esa institución. Terminaré recordándoos aquella fórmula jurídica que me ha enseñado á ser buen ciudadano y honrado hombre público: «Sí así lo hiciéreis, Dios os lo premie; y si no, os lo demande.» Entrego este edificio á mis amigos, á mis adversarios, á la justicia y á la imparcialidad de mis enemigos.»

Á este discurso, acogido con universal aplauso, precedieron breves y oportunas frases del Alcalde constitucional de Villanueva en acción de gracias á S. M. el Rey y á las Corporaciones y particulares que habían aceptado su invitación, y subsiguieron una elocuente peroración del Rdo. P. Llanas en honor de Balaguer y de su Instituto, y algunas palabras que me obligaron á pronunciar (á mí, poco amigo de escarceos oratorios) las amables y distinguidas personas que me rodeaban. Ingrato sería si no aprovechase esta ocasión para darles desde aquí las más expresivas gracias por la singular benevolencia con que me favorecieron aun antes de abrir la boca. Inmediatamente después mi antiguo y buen amigo el Excmo. Señor D. José Riquelme, Capitán general de Cataluña, felicitó al Sr. Balaguer en nombre de S. M., y dió por terminado el acto.

Á él siguió aquella misma tarde un gran banquete de cerca de doscientos cubiertos, que se efectuó en el teatro más antiguo de la villa, severamente engalanado con aristocráticos reposteros, en muchos de los cuales aparecían bordadas en oro y seda las armas de Aragón y Cataluña ó los blasones de ilustres linajes de aquella comarca, y con multitud de arañas y guirnaldas de flores. El aspecto de la mesa era brillantísimo. La comida fué más delicada de lo que suelen serlo las que se hacen para tan crecido número de personas. Durante el banquete se veían llenos los palcos de hermosas villanovesas. Á los postres inauguró los brindis, con uno tan elegante como discreto, el Capitán general; y después de otros varios (pocos para lo que hoy se acostumbra, pues hubo en esto una sobriedad de muy buen gusto), por lo común tan elocuentes como aplaudidos, los comensales se dirigieron á presenciar los notables fuegos preparados en la dilatada plaza que se extiende á modo de parque frente á la Biblioteca-Museo, á los cuales concurrió inmenso gentío.

Sería cuento de no acabar referir á ustedes todo lo acaecido en Villanueva y Geltrú (cuyos principales edificios y casas particulares ostentaban vistosas colgaduras é iluminaciones espléndidas) con motivo de tan fausta inauguración. Pero como algo de lo que no he podido decir aún, merece conmemorarse, terminaré este relato en mi carta del 8 de diciembre próximo, en la cual les daré también sumaria noticia de algunos libros publicados recientemente.

____________

Sr. Director delDiario de la Marina.

 

MADRID 28 de diciembre de 1884.

 

Al dar á ustedes noticia circunstanciada del acto inaugural de la Biblioteca-Museo-Balaguer olvidé mencionar en mi carta del 28 de noviembre una ceremonia importante que tuvo efecto el día mismo de la inauguración. Apenas terminado el acto solemne, no bien las autoridades, los representantes de corporaciones científicas, literarias ó artísticas y las demás personas invitadas hubieron recorrido los salones del edificio examinando y admirando las preciosidades que contienen, dirigiéronse al peristilo para presenciar la colocación de la lápida con que el Ayuntamiento de Villanueva y Geltrú había resuelto perpetuar el recuerdo de donación tan espléndida y gloriosa.

Colocada la lápida en lugar conveniente, el ilustrado Alcalde de la villa, Sr. Pollés Oliver, puso fin á la ceremonia con algunas palabras tan atinadas, tan oportunas, tan discretas como cuantas pronunció las diversas ocasiones que por razón del oficio que ejerce hubo de dirigir su voz al público. En ellas encareció gallardamente la necesidad que había de colocar en sitio conspicuo aquella inscripción conmemorativa, para que á todas horas recuerde á los futuros un hecho del que no es fácil encontrar otros ejemplares, y terminó victoreando con entusiasmo á S. M. el Rey y á Villanueva y Geltrú, y exclamando, con asentimiento y aplauso de todos los circunstantes: ¡Gloria á Balaguer!

También omití en mi carta anterior otra circunstancia que después he recordado y que juzgo digna de particular mención. Cuando entramos por primera vez en la Biblioteca-Museo el busto del egregio fundador se hallaba cubierto con un velo que no dejaba adivinar lo que allí había, por haberlo exigido así la modestia del Sr. Balaguer. Terminada la ceremonia de inauguración, apenas corrió entre algunos concurrentes la voz de que aquel velo envolvía la efigie del hombre generoso y espléndido, el público mismo se apresuró á descubrirla entre jubilosas y universales aclamaciones.

Ni he de callar, pues trato de reparar omisiones debidas á mi escasa memoria, que en el banquete de que hablé en la carta del 28 se entregó á cada cual de los comensales un ejemplar de la preciosa medalla en bronce mandada acuñar por el Ayuntamiento de Villanueva en conmemoración del acto que acababa de celebrarse; la cual medalla tiene en el anverso el busto del donador, y en el reverso la fachada principal de la Biblioteca-Museo coronada con el lema del instituto: Surge et ambula, yllevando al pie la inscripción siguiente: Biblioteca-Balaguer.—Villanueva y Geltrú.—1884.

La mañana del lunes 27, segundo día consagrado á estas memorables fiestas, se dedicó á recorrerla engalanada población, más espaciosa, según he indicado anteriormente, que muchas de nuestras capitales de provincia, y muy notable, no sólo por la cultura y laboriosidad de sus moradores y por la belleza de sus mujeres, sino por su alegre cielo, por sus anchas calles y plazas, por sus paseos y edificios, por sus fábricas y monumentos. El levantado frente á la grandiosa estación del ferro-carril, en la plaza de que forma parte la Biblioteca, llama desde luego la atención; y así por sus dimensiones como por el mérito de sus esculturas y de sus detalles, honraría á cualquiera gran capital. En la traza y en la colocación de las bellas estatuas que lo adornan recuerda un tanto el aspecto de nuestra fuente de las Cuatro estaciones en el Prado de Madrid; pero es de mayor altura y de gusto más depurado y selecto.

El severo y elegante Colegio de Escolapios, magnífica fundación del Excmo. Sr. D. Salvador Samá regentada hoy por el sabio P. Llanas; el espléndido y beneficioso Instituto fundado é igualmente dotado por otro insigne villanovés, D. Tomás Ventosa; los varios teatros y casinos, entre los cuales fuera injusto no mencionar el de Obreros, fundación y propiedad de los mismos socios, los cuales nos recibieron con muestras de atención y cortesía de que no siempre dan ejemplo asociaciones más encopetadas de esta corte; la soberbia fábrica de tejidos de algodón del ilustre Senador señor Ferrer y Vidal, quien la dirige muy hábilmente auxiliado por sus hijos, no menos entendidos que laboriosos, y en la cual funcionan máquinas de gran potencia construídas según los más recientes adelantamientos; la importantísima fábrica de tejidos de lana del Excelentísimo Sr. Marqués de Casa Samá, tan sencillo, tan modesto, tan inteligente; el suntuoso templo de San Antonio Abad, cuyas altas y anchurosas naves compiten en gallardía y en grandeza con las de algunas catedrales; el Hospital, el Matadero, el Parque, cuanto los invitados recorrieron y examinaron (que por falta de tiempo no fué todo lo importante que encierra la villa) honra mucho á la población y patentiza elocuentemente la inteligencia, la actividad, el amor patrio de sus naturales.

En la tarde de aquel mismo día efectuóse en el Teatro donde se había celebrado el banquete la velada artístico-literaria, que hube de presidir cediendo á reiteradas y amables indicaciones de los directores de la fiesta, notable por más de un concepto, acompañándome y honrándome en la presidencia el Sr. Balaguer y el Rector de la Universidad de Barcelona. El aspecto de la sala era encantador. En los palcos se veían multitud de rostros rebosando juventud y hermosura, y damas tan ilustres como las Excmas. Sras. Marquesas de Casa Samá (dechado de perfecciones á quien con harta razón idolatran sus lindas hijas y estiman y quieren mucho cuantos logran la dicha de conocerla) y su opulenta hermana la Marquesa de Marianao, en la cual compiten la bondad y el talento con natural distinción y no afectada elegancia.

Como todos los actos dispuestos por los villanoveses para celebrar la inauguración de la Biblioteca-Museo, la velada de que se trata resplandeció por la sobriedad y el buen gusto. Sentiría no recordar bien el nombre de los varios ingenios que en ella tomaron parte, muy celebrados justamente por el mérito de sus composiciones catalanas ó castellanas. Allí dieron muestras de excelentes facultades y buena dirección literaria jóvenes de tan generoso entusiasmo y feliz imaginativa como los señores Verdú, Alegret, Rahola y Gallart. Allí logró arrebatar merecido aplauso la inspiración esencialmente lírica del distinguido ingeniero de la Diputación provincial de Barcelona D. Melchor Palau, célebre ya en toda España. Allí regocijó al auditorio una y otra vez con los ingeniosos frutos de su agudeza el chistoso poeta cómico D. Eduardo Vidal, que maneja el diálogo en lengua catalana con gran soltura, y que además recita sus obras como consumado actor. Allí se oyeron con singular delicia delicadísimos versos de Mosén Verdaguer, alta gloria de la poesía, los cuales hubo de leer un amigo suyo por no haber podido él abandonar sus ocupaciones en la capital del Principado. Allí, en fin, se acogió con benevolencia muy superior á su escaso mérito la epístola en romance endecasílabo que dirigí á mi fraternal é inolvidable amigo el insigne Adelardo López de Ayala con motivo de La paz de Cuba.

La parte musical estuvo confiada exclusivamente á un artista de mérito nada común. El joven pianista Sr. Vidiella no es de los que atienden antes á deslumbrar con los prodigios mecánicos de la ejecución, que á recrear el ánimo con la hermosura del claro oscuro y del colorido poético. Alma templada para comprender, sentir y expresar bien lo verdaderamente bello, sin charlatanismo ni fantasmagorías, el Sr. Vidiella tiene abierto gran porvenir, por la excepcional delicadeza de su organización y por lo selecto del gusto que le avalora. Tal vez no conseguirá en su carrera triunfos tan estrepitosos como los que alcanzan á fuerza de puños profesores de piano menos artistas que él. Pero en cambio deleitará siempre á las personas entendidas y de paladar bien educado, sea cualquiera el género de música que interprete. De la clásica maestría con que domina hasta los más difíciles y escabrosos fué testimonio el acierto con que interesó y encantó á los espectadores ejecutando piezas de índole tan diferente como el maravilloso adagio en do menor de Bethoven, imitado por Bellini en un coro de Norma, y la Rapsodia húngara de Liszt; como el Canto de amor de Henselt y El movimiento continuo de Weber; como Le Roi des aniñes de Schubert y la Berceuse de Chopín; como la Pastoral de Scarlatti y el Wals Caprice de Rubinstein.

Por la noche se celebró en el mismo Teatro el gran baile dispuesto para obsequiar á las personas invitadas á la inauguración (baile brillantísimo, que se prolongó hasta la madrugada del siguiente día); y mediado ya el martes 28 abandonamos con profundo sentimiento la hospitalaria villa donde habíamos disfrutado por largas horas, brevísimas para el alma, tan placenteras satisfacciones.

Perdónenme los lectores si aprovecho esta ocasión para dar desde las autorizadas columnas del Diario de la Marina público testimonio de inextinguible gratitud á los Excelentísimos Sres. Marqueses de Casa Samá, y á toda su cariñosa y respetable familia, por la generosa hospitalidad con que me favorecieron y honraron; así como al agregio fundador de la Biblioteca-Museo (propicio siempre á desvelarse por cuanto puede ser grato á sus amigos) y á la ilustrada juventud villanovesa, de quien he recibido tantas y tan señaladas demostraciones de inmerecido aprecio.

De vuelta en Barcelona (que cada día se engrandece y embellece más emulando á las mejores capitales del mundo, y donde tuvo la bondad de hospedarme regiamente en su magnífico palacio del Paseo de Gracia la señora Marquesa de Marianao) refrescaron mi alma las gratas memorias de los inolvidables días que pasé allí cuando visité aquella ciudad por primera vez con motivo del milenario de Nuestra Señora de Montserrat. Entre los monumentos que no existían entonces, á pesar de que hace muy pocos años, ó que aún estaban sin concluir, admiré la espléndida Cascada del Parque, digna de la corte de un gran Imperio; el espacioso mercado del Borne, tan elegante, tan limpio, de orden interior tan notable que aquí se tendría por fabuloso; el Estudio del ilustre pintor Masriera, edificio de gusto helénico henchido de mil y mil preciosidades de toda especie, empezando á contar por los hermosos lienzos del propietario, y en cuyo pórtico se ostentan las estatuas semi-colosales de Rosales y de Fortuny; y por último, la elegantísima fábrica de muebles, vidrieras de colores, objetos de hierro y cien otros de refinado gusto artístico (que pudieran estimarse como imaginados y realizados por nuestros buenos artífices de los siglos de oro) creada y sostenida con gran inteligencia y perseverancia por el patriótico esfuerzo de los Sres. Vidal y Compañía.

Á esta excursión á Cataluña, emprendida para celebrar fiestas intelectuales, puso remate y corona el descanso de dos días que hicimos al regresar á Madrid en las poéticas ruinas del Monasterio de Poblet. Nada diré sobre esta pintoresca visita al antiguo panteón de los Monarcas aragoneses efectuada en la noche del día destinado por la Iglesia á la Conmemoración de los fieles difuntos, dispuesta cariñosamente por el Sr. Balaguer para satisfacer mi deseo de realizarla, y en la que tuvimos la honra y el gusto de que nos acompañasen la señora Marquesa de Marianao y su simpático hermano D. Antonio de Torrents, el R. P. Llanas, el estimable anfitrión Sr. Girona y su amabilísimo hijo (que hicieron espléndidamente los honores del hospedaje en nombre del propietario de aquellas tierras, el respetable anciano Sr. Clavé suegro del uno y abuelo del otro), y otras personas distinguidas. Dentro de poco dará á luz el Sr. Balaguer una extensa descripción de este viaje poético-histórico escrita con la amenidad de estilo y riqueza de fantasía que en él son habituales, y no he de anticiparme á desflorar el asunto privando á ustedes del placer que habrá de proporcionarles tan sabrosa lectura.

 

Manuel Cañete.

____________

LAS RUINAS DE POBLET.

I.

INTRODUCCIÓN.

Á la Excma. Sra. Doña Rafaela de Torrents de Sam á , Marquesa de Marianao.

 

MADRID 17 de noviembre de 1884.

 

Recuerda V., noble dama y queridísima amiga mía, nuestra expedición á las ruinas de Poblet, hace pocos días, y en la noche de difuntos?

Ignoro la impresión que pudo causar en usted. Por lo que á mí toca, puedo asegurar que fué profunda, tanto que, obedeciendo á fuerzas superiores á las de mi voluntad, me veo obligado á confiar al papel mis impresiones y recuerdos.

Al llegar á mi casa de Madrid, de regreso de aquella venturosa excursión, busqué con afán algo que recordaba haber escrito sobre Poblet, allá por los años de 1850 nada menos. No sin dificultades alcancé un ejemplar, y con viva curiosidad y mayor emoción púseme á leer, á devorar mejor, las páginas que escribí hace treinta y cuatro años.

Pareciéronme detestables, lo digo en crudo, y concebí en el acto la idea de modificar aquel trabajo, ó más bien escribir otro nuevo. No será mejor que aquel probablemente, así lo temo, pero probará, cuando menos, que conozco mis errores y busco la enmienda.

Deseo amparar esta nueva obra mía con el nombre de V., mi noble y bondadosa amiga. Quiero que el pabellón cubra la mercancía, y que su nombre, por ser de tan ilustre y discreta dama, salve la obra.

A más, ¿cómo no dedicar este escrito á la que fué nuestra compañera y tomó parte en la excursión; á la que abandonando las delicias y comodidades de su espléndido y suntuoso hogar, no vaciló en acometer las fatigas y molestias de un viaje penoso y verdaderamente anormal en la estación presente?

¿Recuerda V., amiga mía, cómo surgió la idea de nuestra expedición?

Habíamos inaugurado ya nuestra Biblioteca-Museo de Villanueva y Geltrú, y para honrar al ilustre académico D. Manuel Cañete, gloria de nuestras letras, que había asistido á la fiesta en representación de las dos Reales Academias Española y de la Historia, su hermana de V., ese ángel de amor y de bondad que se llama la marquesa de Casa Samá, nos había reunido á todos en su hogar patriarcal y en torno de la mesa bendita donde su noble esposo tiene el placer indecible de ver congregada su numerosa y querida familia.

Conozco bien, V. lo sabe, aquella casa de bendición. No soy en ella el huésped. Soy el amigo, el miembro de la familia que es siempre esperado con impaciencia, recibido con alegría, despedido con pena. Conozco bien aquella casa. Se me imagina que es la mía, y al entrar en ella, sobre todo cuando llego con el ánimo afligido, me parece respirar los aires de paz y de serenidad que dan vida al cuerpo y salud al alma.

Aquel excelente, y llano, y modesto marqués de Casa Samá, que á tan gran corazón reune tan agradable trato; aquella bondadosa señora tan amante de sus hijos y tan devota á los suyos; aquellos hijos tan tiernos y respetuosos para con sus padres; aquel hogar de tan sencillas y patriarcales costumbres, que recuerda la tradicional y antigua llar catalana; aquella serena tranquilidad que se respira y siente al entrar en aquel templo de la familia, todo esto me atrae y fascina de tal manera y con tan poderoso encanto, que sólo me resigno á mi tempestuosa vida política de Madrid, para considerarme con derecho á gozar del placer inefable que siento cada verano al llegar á aquella casa, que Dios bendiga. Es algo parecido á lo del viajero que tras de un largo y penoso viaje á pie, por abruptos y áridos caminos, bajo los rayos de un sol abrasador, llega de pronto, sediento y fatigado, á una fresca y apacible fuente, donde arroyos murmurantes le brindan al descanso, y árboles frondosos le ofrecen el regalo de su sombra.

Pero, vuelvo á anudar el hilo de mi relato.

¿Recuerda V., repito, cómo nació la idea de la expedición?

Estábamos á 28 de octubre, y en torno de la mesa de los marqueses de Samá.

Manuel Cañete hablaba de nuestro viaje de regreso á Madrid, y deploraba no tener tiempo para ir á visitar las ruinas de Poblet.

—Pues es preciso tenerle. Poblet vale la pena,—dijo uno de los comensales.

—¿Y si fuéramos á pasar la próxima noche de difuntos en Poblet, junto á las tumbas de los reyes de Aragón?—dijo alguno, no sé quién.—¿Fué V., señora mía?

La idea brilló como un rayo de luz. Tan excelente hubo de parecer, que se recibió con un grito unánime de aplauso, y se impuso como se imponen las cosas que llegan al alma: sin discutirse.

La expedición quedó arreglada aquella misma noche, y comprometidos los expedicionarios, de los cuales, con gran contentamiento de todos, se decidió V. á formar parte.

No he de olvidar fácilmente aquel viaje. Viviera mil años, y lo recordara aún.

Recuerdo cómo fuimos en numerosa caravana á recibir el hospedaje con que nos brindó el venerable anciano D. Miguel Clavé, ofreciéndonos su casa de campo junto á las ruinas. Recuerdo que no permitiéndole su avanzada edad acompañarnos, nos envió, para hacer los honores de la casa en su nombre y representación, á su ilustre yerno D. Casimiro Girona, quien, acompañado de su hijo, gallardo y excelente mancebo, hubo de dispensarnos una hospitalidad tan cordial, tan amiga y tan suntuosa, que no parecía sino que, en vez de llegar á unas ruinas, habíamos llegado á una de esas opulentas mansiones feudales de otras edades, donde al presentarse grandes comitivas, inopinadamente y de súbito, encontraban cómodo albergue y estancia preparada para todos.

Recuerdo también todas las sorpresas y todos los encantos de aquella hospitalidad amiga, donde nada faltó á nadie, como si nos halláramos en una ciudad populosa y abastada. Y recuerdo, por fin, nuestras excursiones á las ruinas, nuestra misa solemnemente celebrada por el P. Llanas en la solitaria capilla de la Masía, nuestros paseos por el monte á la vera de murmurantes arroyos, y nuestras fraternales agapes sazonadas con el discreteo de animados coloquios, y presididas por V. como reina, y señora, y dama de nuestros pensamientos.

Pero por gratos que estos recuerdos sean, hay uno que á todos domina y supera á todos. El de nuestra llegada á Poblet. ¿No es verdad, señora mía?

Eran el día de difuntos y poco antes de la media noche cuando por vez primera penetramos en las ruinas. La noche estaba obscura yborrascosa, como adecuada al día, y ráfagas violentas de aire húmedo venían á herir nuestras frentes, atizando la llama de las antorchas con que los guías alumbraban nuestro camino. Lo avanzado de la hora; las sombras y misterios de la noche; las grandes masas negras de los montes vecinos, que parecían á través de la obscuridad abalanzarse sobre nosotros; las siluetas de los muros y de las torres, dibujándose confusamente á nuestra vista; el helado viento que llegaba de las ruinas como para traernos la humedad y la frialdad de los sepulcros; la misma vacilante llama de las antorchas, que sólo parecía lucir para que pudiéramos ver mejor las tinieblas: todo esto, unido á la santidad y tradición del día, nos impresionaba de una manera singular y desusada.

Los que pocos momentos antes, congregados en el triclinio de la casa Clavé y en torno de la abastecida mesa del huésped, saboreando el aromático café y el legítimo veguero, nos entregábamos á todo el bullicio y expansión del regocijo, íbamos entonces, mudos y silenciosos, recogidos y encerrados en nuestros pensamientos, avanzando paso á paso y acercándonos, con temor más aún que con respeto, á aquellas ruinas que nos atraían con la ardiente curiosidad que inspira todo lo desconocido y todo lo misterioso. Si alguien entonces, desde cualquiera de las apartadas Masías, acertó á vernos pasar á semejante hora de aquella noche de difuntos, silenciosos, envueltos en nuestras capas, por entre la doble hilera de guías con sus encendidas teas, debió creer que los muertos, salidos de sus tumbas, andaban vagueando por el monte á la luz de fuegos fatuos.

De esta manera llegamos á la puerta del monasterio, y alguno hubo de asombrarse no encontrando en ella, de pie, y vivos dentro de sus enmalladas cotas y férreas armaduras, á los nobles caballeros catalanes y aragoneses que, despertando de su sueño de siglos y abandonando sus lechos de piedra, se presentaban para impedir que los profanos invadieran el lugar destinado para descanso eterno de los reyes de Aragón. Pero no, ¿cómo habían de presentarse á detener el paso de viajeros inermes y curiosos, si un día dejaron acercar á las turbas que blandiendo la tea incendiaria y el arma homicida, fueron á profanar las cenizas de los héroes que allí dormían?

La obscuridad era profunda é intensa cuando, pasada la puerta que diera un día ingreso al palacio llamado del rey D. Martín, nos encontramos bajo la bóveda románica que comunica con el claustro. Habían quedado atrás nuestros guías con las antorchas, y estábamos en medio de las más profundas tinieblas, sin atrevernos á retroceder ni avanzar.

No podíamos explicarnos el abandono de los guías, é íbamos ya á llamarlos, cuando de repente vimos aparecer una luz roja; y entonces, como si brotara de las entrañas de la tierra, por sobrenatural acaso ó milagro de hechicería, se presentó á nuestra vista, magnífico y soberbio, esplendente de luz y de color, encendido, flameante como en medio de un grande incendio, el maravilloso y monumental claustro de Poblet.

Todo era obra de un rojo fuego de Bengala que uno de nuestra comitiva mandara encender para sorprendernos.

No recuerdo haber tenido nunca impresión más viva.

Así apareció á nuestros ojos, inopinadamente y como por arte de magia, aquel claustro que centenares de personas vieron y conocieron un día por vez primera, cuando el pincel de un artista célebre lo trasladó al teatro para la magna escena del cementerio en el Roberto. Así es como se nos presentó aquel admirable claustro del siglo xiii con todas sus bellezas y portentos de arte; con sus esbeltos pilares y labradas ojivas; con sus columnas, y capiteles, y rosetones, y calados; con su templete románico en mitad del patio; con los lienzos de sus paredes llenos de severos sepulcros; y allá, en el fondo, con la puerta en arco semicircular que daba entrada á la suntuosa estancia donde los Monjes Blancos se congregaban en capítulo.

A la luz de las teas y de los fuegos de Bengala recorrimos aquella noche las ruinas de Poblet, y todo lo vimos, siquier fuese de prisa y de pasada; que, aun cuando habíamos aplazado más detenida visita para la mañana siguiente á la luz del día, no queríamos perder una sola impresión de aquella noche. Y era que, dominados por imprevistos retornos de añejo entusiasmo romántico, satisfacíamos, no ya un deseo, sino una necesidad de corazón, visitando las ruinas de aquella manera, con las sombras, con el misterio, á la luz de las antorchas y al sordo mugir del aborrascado viento, que al penetrar en las galerías y en las estancias, remedaba unas veces los majestuosos cantos de los monjes en el coro, otras los lúgubres gemidos de víctimas infortunadas, y otras, por fin, los descompasados gritos de muchedumbres entregadas á la orgía de las bacanales, como si quisiera así familiarizarnos con los secretos de las tres épocas más caracterizadas del cenobio cisterciense.

¡Qué expedición la nuestra, señora mía! No ha visto, no, ciertamente, las ruinas de Poblet quien no las haya visto como nosotros, á la luz de las teas, al rumor de la tempestad, y en la noche de difuntos.

Entramos en la capilla de San Jorge, joya preciosa del arte gótico, donde doblaban los monarcas su rodilla antes de penetrar en el recinto; descendimos á la iglesia de Santa Catalina, que tiene algo de cripta, mandada edificar por el conde de Barcelona D. Ramón Berenguer IV; pasamos por junto al que fué palacio abacial, del que casi sólo queda en pie un lienzo de pared con ventanas sin postigos ni contrapuertas, como anchas cuencas de ojos sin pupila; atravesamos la puerta claustral, abierta entre dos torreones almenados, sobre cuyas jambas y dinteles se destacan aún los escudos de Aragón y Cataluña y la tradicional famosa cimera de D. Jaime; nos sentamos á departir unos momentos en el claustro, junto al saltante surtidor que se alzaba un día en el centro vertiendo el agua por treinta fuentes, hoy desecadas y mudas, sobre labradas conchas de piedra, hoy destruídas y rotas; visitamos la sala capitular que ostenta aún en sus tres naves, en los arcos de sus bóvedas, en sus ventanas, columnas y capiteles, toda la opulencia del arte; penetramos en la que fué Biblioteca, donde entre códices preciosos y manuscritos de gran valía, se guardaban todos aquellos libros de rojas cubiertas, afanosamente buscados hoy por los bibliófilos, con las armas y el nombre de D. Pedro de Aragón que los legó al monasterio; subimos al palacio mandado levantar por el rey D. Martín y que, por fallecimiento de éste antes de habitarlo y por los sucesos acaecidos á su muerte, pareció destinar la Providencia á perpetuas y eternas soledades; atravesamos los antiguos dormitorios de los monjes, y bajamos, por fin, al templo, á la llamada Iglesia Mayor.

¡Qué grandeza aún, y qué majestad en aquella ruina!

La luz y el aire penetran allí sin obstáculos. Desaparecieron los cristales de colores que en sus rosetones y ventanas modificaban las luces; los preciosos y artísticos altares que la poblaron, consumidos fueron por las llamas; desnudos y agrietados se ven sus robustos muros; los murciélagos anidan entre las molduras y labrados de sus columnas; ya no existen los cien magistrales sillones de su coro; los restos valiosos de sepulcros sacrílegamente profanados yacen por el suelo; ya las estatuas de los santos, la imagen venerada de la Virgen, los ángeles con sus espadas desnudas no custodian la casa santa; ya el incienso en aromatizantes oleadas no sube á esparcirse por las bóvedas; ya el órgano no llena de armónicas notas el espacio; ya no resuena el pausado y sonoroso canto de los monjes. Todo está desierto, todo ha huído, todo está profanado, y, sin embargo, todavía hay allí majestad y grandeza; todavía el ánimo se turba y se recoge, impresionado por el sentimiento religioso, ante las tres airosas naves de aquel templo y ante su grandiosa forma de cruz latina, con sujeción á la cual lo levantó el artífice, como si hubiese querido prever que, aun desapareciendo todo, imágenes, crucifijos, emblemas, reliquias, leyendas, lienzos, esculturas, todo, allí debía permanecer siempre, mientras quedase en pie un solo palmo de muro, la santa forma de la cruz de nuestro Redentor divino.

Por instinto ¿lo recuerda V.? fuimos á agruparnos todos junto al sitio donde existen los destrozados sepulcros de los reyes de la Corona de Aragón, que allí pensaron dormir su sueño eterno, rodeados en muerte, como lo fueron en vida, de sus próceres más altos y más renombrados barones.