Los trovadores. Tomo III - Víctor Balaguer - E-Book

Los trovadores. Tomo III E-Book

Víctor Balaguer

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Beschreibung

Ensayo histórico que analiza la figura del trovador en España y estudia las obras de los trovadores más conocidos en el idioma castellano. Una obra repartida en cuatro tomos que reconoce y da valor a los orígenes de la literatura española, analizando la influencia de los poetas provenzales en la cultura catalana, castellana y portuguesa. Con un estilo ameno, pero concienzudo, Balaguer desgrana los inicios de la historia literaria española.En el tercer tomo se analiza la historia y las obras de trovadores. En orden alfabético, el tomo empieza con Guillermo de Beziers y acaba con la figura de Pedro Vidal.-

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Víctor Balaguer

Los trovadores. Tomo III

SEGUNDA EDICIÓN

Saga

Los trovadores. Tomo III

 

Copyright © 1883, 2022 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726687903

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

GUILLERMO DE BEZIERS.

Sólo dos poesías existen de este trovador, que debió florecer á principios del siglo xiii , según se desprende de su canto á la muerte del vizconde de Beziers, fallecido en 1209.

Nada más se sabe de él, aunque bien puede suponerse por el espíritu y letra de la poesía citada, que perteneció á aquella falange ilustre de trovadores que sostuvo hasta el último momento la noble causa de la dinastía tolosana, hundiéndose y desapareciendo con ella.

Era de Beziers, y se llamaba, según parece, Guillermo Mogier, debiéndose á errores de copia en los manuscritos, el que se pudiera equivocar su nombre y dar sus obras como de otro poeta. Efectivamente, en un manuscrito se lee G. Augier, y de aquí que se atribuyera su canto sobre la muerte del vizconde de Beziers al Augier de Saint Donat, poeta del siglo xii . En otro manuscrito donde dice Guillermo Moger de Beziers, Millot hubo de leer monje, y por esto habla de un monje de Beziers llamado Guillermo, al cual hace autor de dos poesías, precisamente las de Guillermo Mogier.

A mi respetable amigo Mr. Gabriel Azais se deben estas aclaraciones.

La poesía más notable de Guillermo es la que está consagrada á deplorar la muerte trágica del vizconde de Beziers. Hubo dos vizcondes de esta casa que murieron de muerte violenta: Ramón ó Raimundo Trencavelo, y Ramón Roger.

El primero fué asesinado el 15 de Octubre de 1167, un domingo, en la iglesia de la Magdalena de Beziers, y ocurrió, según las memorias de esta casa y las crónicas de Provenza, de la manera siguiente:

La dinastía de los Trencavello ó Trencavelo, vizcondes de Beziers, comenzó con Bernardo Attón á tener el dominio de Carcasona. Se titulaban vizcondes de Aide, Beziers y Albi, y condes de Carcasona.

Ramón ó Raimundo Trencavelo I, señor de aquellos dominios desde 1150 á 1167, murió desastradamente, á manos de sus propios súbditos, que, según Guillermo de Neubridge, quisieron vengar en él la ofensa hecha á un ciudadano.

Acudía Trencavelo en auxilio de un sobrino suyo con numerosa y brillante hueste que le habían proporcionado las ciudades de Beziers y Carcasona, cuando en el camino ocurrió una reyerta entre un caballero y un ciudadano de Beziers. El primero se quejó á Trencavelo, y éste, para no disgustar á los caballeros que amenazaban con abandonarle, les entregó el ciudadano para que le castigaran, lo cual hicieron con pena ligera á la verdad, pero afrentosa. Los de Beziers concibieron de esto un profundo resentimiento y resolvieron vengarse.

Cuando hubo terminado la campaña y estuvo Trencavelo de regreso en su ciudad de Beziers, presentósele una embajada de ciudadanos á pedir que reparase, haciéndoles justicia, la deshonra que contra ellos todos había recaido por el castigo aplicado á su compatriota. El vizconde, que era de natural bueno, les contestó con dulzura que tomaría consejo de los principales ciudadanos, y repararía, como mejor procediese, lo hecho por la necesidad en que se viera de no descontentar á los caballeros de su hueste. Fijó un día para esta reparación, y los embajadores parecieron quedar satisfechos.

Llegado el día, el vizconde se dirigió á la iglesia de la Magdalena, seguido de su corte. Allí esperaba, con el obispo, la llegada de los ciudadanos, cuando éstos aparecieron armados y encorazados. El que pretendía estar ofendido se adelantó el primero y dijo á Trencavelo:

—Aquí tenéis á un infeliz que está cansado de vivir, porque no puede hacerlo con honra. Decidnos, pues, monseñor, si os place reparar el mal que se me ha causado.

El vizconde, al decir del cronista, respondió muy honestamente y áun más de lo que su dignidad requería.

— Estoy pronto á hacer lo que se acuerde con el consejo de los señores aquí presentes y el arbitraje de los ciudadanos, según lo prometí.

— Estaría esto en su lugar, dijo el ofendido, si nuestra honra pudiese ser reparada; pero como es imposible, sólo puede lavarse con vuestra sangre.

En seguida los conjurados se arrojaron sobre su señor sin que lograran evitarlo los esfuerzos del obispo, y asesináronle cruelmente ante el altar mayor.

Si se admitiera este suceso, tal como el cronista lo cuenta, no haría ciertamente mucho favor á los ciudadanos de Beziers; pero, sin pretender excusar el asesinato, es de suponer que habría una causa política en el fondo de un acontecimiento que sólo entre oscuras nieblas ha llegado hasta nosotros.

No es á este vizconde á quien se refiere la poesía de Guillermo, según de ella misma se deduce.

El otro vizconde, que pudo ser objeto de esta composición, es Ramón Roger, muerto el 10 de Noviembre de 1209, siendo prisionero de Simón de Montfort, «no sin sospecha de haberse atentado á sus días,» según dicen los autores de la Historia del Languedoc, y según en este libro mismo se refiere al hablar del poema de Guillermo de Tudela.

A la muerte de dicho vizconde, sostenedor de la causa nacional apoyada por los trovadores, joven, gallardo, querido de sus súbditos, debe estar necesariamente dedicada la siguiente composición de Guillermo:

«Todos lloran y deploran su muerte, su desdicha y su dolor; pero yo ¡ay de mí! siento en mi corazón tan gran pesar y tan gran tristeza, que nunca acabaré de lamentar y llorar la pérdida del vizconde de Beziers, el valiente, el cortés, el más gallardo, recto y bueno, el mejor caballero del mundo.

»Le han asesinado, y jamás se vió mayor ultraje ni se cometió mayor crimen, ni pudo ofenderse más á Dios de lo que han hecho esos perros renegados de la traidora raza de Pilatos que lo asesinaron. Así como Dios recibió la muerte para salvarnos, nuestro señor se ha parecido á él, puesto que ha pasado por las mismas amarguras para salvar á los suyos.

»Mil caballeros de noble alcurnia y mil damas de gran mérito se entregaron con su muerte á la desesperación, así como mil ciudadanos y mil servidores que todos hubieran sido dotados, á vivir él, teniendo riquezas y honores. Por desgracia ha muerto ¡oh Dios! ¡qué gran daño! Mirad lo que sois y cómo os ha sido arrebatado, y quiénes son los que lo han muerto y de dónde son, ya que ahora ni os protege ni os responde...

»Noble caballero, noble por su linaje, noble por su valor, noble por su ingenio, noble en dar, y buen servidor, lleno de dignidad y humildad, rico de buen sentido, gallardo y bueno, lleno de buenas cualidades, jamás existió un hombre que valiera lo que vos, y en vos hemos perdido la fuente de donde sacábamos nuestra alegría.

»Ruego á ese Dios que hizo la Trinidad de sí mismo en divinidad, que dé cabida á su alma en el cielo, donde está el supremo goce, así como ruego á todos los santos que le valgan y le ayuden.»

Una observación se me ocurre hacer á propósito de esta poesía, que puede hacerse también sobre otras de la misma época.

Llenas están en su mayor parte las composiciones de los trovadores de unción religiosa, de sentimiento moral, de espíritu católico. Sin embargo, aquellos hombres eran perseguidos como herejes y exterminados por los agentes de la Iglesia de Roma con una saña de que acaso no hay otro ejemplo en la historia.

En cambio, como se ve en la anterior composición, Guillermo de Beziers no reparaba en llamar á los cruzados perros renegados de la traidora raza de Pilatos. Véase, pues, cómo en el fondo de todo hervía, viva y latente, la pasión política.

Su segunda poesía es una declaración de amor á una dama, á quien el poeta estima más que á ninguna otra persona del mundo, áun cuando no la haya visto nunca, si bien ha oido hablar de ella.

Esta composición, aunque de poco mérito, es original porque no se parece á ninguna de las poesías de otros trovadores, ni sigue más regla ni más ley que las del capricho de su autor, variando de metro cómo y cuando le acomoda, y aconsonantando los versos como bien le parece.

Tiene treinta y tres versos y una sola estancia.

Dice así:

Erransa

pezansa

me destren e ’m balansa;

res no sai on me lansa

esmansa:

semblansa

me tolh ira e m’ enansa;

e ’m dona alegransa

un messatgier que me vene l’ autre dia,

tot en velhan, mon verai cort emblar;

et anc de pueys no fui ses gelozia,

e res no sai vas on lo m’ an sercar.

Cum fis amaire

murrai ses cor vaire,

ab sol qu’ el sieu laire

hon sia fals ni var;

qu’ aissi o deu faire

tot drut de bon aire;

porque m’ es vejaire

que ben o deia far.

Per merce ’us prec, bella dousseta aymia,

si cum icu ’s am vos me vullhatz amar,

quar ieu ’s am mais que nulha res que sia

et anc no ’us vi, mas auzit n’ ai parlar.

Als no sai dire,

mas dat m’ avetz cossire

tal don planc e sospire;

no puese esser jauzire

tro veya rire

vos don ieu say servire;

aculhetz me, no ’us tire;

quar troq sai del dezire

que ere que ’m vol auzire.

No se conocen más composiciones de este autor.

GUILLERMO DE CABESTANY.

I.

Guillermo de Cabestany, Cabestanh, Cabestaing ó Cabestán, pues con todos estos nombres se le halla inscrito, figura entre los más célebres trovadores, pero su celebridad, más que á las pocas poesías suyas que han llegado hasta nosotros, se debe á su peregrina y trágica historia.

Modernamente esta historia se ha puesto en duda, y críticos eminentes como Puigari y Camboliu la han tachado de fabulosa, apoyándose en ciertos documentos históricos. No, sin embargo, para todos ha quedado desvanecida la duda, y existen vivas todavía la tradición y las leyendas que refieren con especial colorido y con los más minuciosos detalles el trágico suceso.

Si nos atenemos á la biografía provenzal, que relata la historia en breves párrafos, Guillermo de Cabestany, que vivía en la época de Alfonso II de Aragón, era un castellano del condado de Rosellón, hombre de gallarda presencia, muy nombrado en hechos de armas, complaciente, cortés y buen trovador.

En la comarca por él habitada vivía una dama que se llamaba Sermonda ó Saurimonda, mujer de Raymundo de Castel-Rosellón, barón tan noble y rico como soberbio y de perversos instintos.

Guillermo amó durante mucho tiempo á esa dama, y compuso en su obsequio y loa peregrinas canciones, y la dama le correspondió haciéndole su caballero; pero habiendo llegado á oidos del marido lo que pasaba, mandó encerrar á su mujer en una torre, donde la tuvo presa y estrechamente guardada. Gran pena sintió de ello Guillermo de Cabestany, y es fama que entonces, y por esta causa, compuso aquella su tristísima canción:

Lo dous cossire

que ’m don amors soven,

domna, ’m fai dire

de vos mainch vers plazen,

Pessan remire

vostre cors covinen

qu’ am é dezire

mais qu’ ieu no fas parven;

é sitot me desley,

ges per so no ’us abney,

qu’ ades vas vos so pley

ab franca benvolensa.

Domna, cuí beutatz gensa,

mainthas vetz oblit mey

que laus vos, é mercey.

Tos temps m’ azire

amors que ’us mi defen,

s’ icu ja ’l cor vire

ves autra, ni ’m desmen

tolt m’ avetz rire

é donat pessamen;

pus greu martire

de mi nulhs hom no sen

quar vos qu’ ieu plus envey

d’ autra qu’ el mon estey,

desampar é mescrey,

é dezam en parvensa:

tot quan fas per temensa

devetz en bona fey

penre, neis quan no ’us vey...

. . . . . . . . . . . . . .

Según la biografía provenzal, algunos versos de esta canción hicieron creer á Raymundo que se trataba de su mujer. Ciego de celos, envió á buscar á Guillermo con una excusa, llevósele lejos de su castillo y le cortó la cabeza á traición. En seguida le arrancó el corazón, y corazón y cabeza fueron llevados á su castillo. Una vez allí, mandó freir el corazón de Guillermo, y en la comida se lo hizo servir á su mujer, diciéndole que era de venado. Comió de él la dama, y su marido entonces le reveló cuál era el manjar de que había gustado. Sermonda se entregó, al saberlo, á los mayores extremos de dolor, y Raymundo sacando la espada iba á atravesarla con ella, cuando su mujer desesperada se arrojó por una ventana, quedando muerta en el acto.

Esta catástrofe tuvo gran eco en Cataluña y en todas las tierras del rey de Aragón. Los parientes de Guillermo, los de la dama y muchos caballeros de la comarca se reunieron en son de guerra para vengar la muerte de los desgraciados amantes, y entraron á sangre y á fuego las tierras de Raymundo de Castel-Rosellón. El mismo rey D. Alfonso se presentó en el teatro de la lucha cuando supo el suceso, prendió á Raymundo, hizo derribar sus castillos, destruyó sus tierras y mandó enterrar los cuerpos de Guillermo de Cabestany y de su dama en un sepulcro mismo, delante de la puerta principal de San Juan, en Perpiñán.

Por espacio de mucho tiempo todos los caballeros galantes y nobles damas de Cataluña, Rosellón, Cerdaña, Conflens y Narbona, iban cada año á celebrar el aniversario de la muerte de los dos amantes.

Por lo que toca á Raymundo, murió en la cárcel donde le hiciera encerrar el rey, el cual dió todos sus bienes á los deudos de Guillermo y de la dama que murió por él.

Tal es la historia, según la refiere la biografía provenzal; pero hay otra versión que, áun cuando es en el fondo la misma, es curiosa por los detalles y los episodios, mereciendo ser conocida.

Héla aquí, según la he extractado y traducido de un manuscrito de la Biblioteca laurenziana, el cual varía el nombre de la dama, pues que, según este manuscrito, la mujer de Raymundo se llamaba Margarita y no Sermonda.

«Raymundo de Rosellón, comienza diciendo el manuscrito, era un barón noble y valeroso, como ya sabéis, y tuvo por mujer á Margarita, la más bella dama que se conoció en su tiempo, y también la más estimada por sus buenas cualidades, por su mérito y por su cortesía.

Sucedió que Guillermo de Cabestany, hijo de un pobre caballero del castillo de este nombre, se fué al de Raymundo á pedirle que, si era de su agrado, le tomase por uno de sus sirvientes. Accedió Raymundo, y supo Guillermo conducirse tan gentilmente, que logró hacerse amar de todos, grandes y pequeños, de tal manera, que Raymundo quiso que fuese paje de su esposa.

Guillermo, en su nueva posición, se esforzó todavía más en ser fiel y complaciente; pero como sucede de ordinario en amor, acaeció que Margarita acabó por prendarse del paje. La conducta de Guillermo, sus maneras, su conversación, su gentileza le placían tanto, que no pudo un día resistir al deseo de decirle:

— Dime, Guillén, si una dama te demostrase su amor, ¿te atreverías á amarla?

Guillermo, que se había apercibido ya de lo que pasaba en el corazón de la dama, le contestó francamente:

— Sí, señora; como me convenciese de ser reales las apariencias.

— Por San Juan, dijo la dama, que has contestado como podía un caballero. No tardaré en convencerme de si eres capaz de distinguir en las apariencias lo verdadero de lo falso.

Cuando Guillermo hubo oido estas palabras, contestó:

— Señora, sea todo según os plazca.

Y comenzó á meditar, y en seguida el amor le hirió con su dardo, é hizo penetrar en lo profundo de su corazón los pensamientos que el amor comunica á sus vasallos. Desde entonces fué uno de los servidores del amor, y comenzó á trovar y á componer canciones y coplas muy sentidas, y cantares llenos de gracia, sobre todo para aquella á quien iban dedicados. Y el amor, que recompensa á sus servidores cuando le place, quiso darle el premio de sus servicios.

Sucedió un día que la dama llamó á Guillermo aparte y le dijo:

— Guillén, dime ahora: ¿te has apercibido ya de si mis apariencias son verdaderas ó falsas?

Guillermo respondió:

— Que Dios me niegue su gracia si desde la hora en que entré á serviros he dejado de pensar un solo instante que sois la dama mejor que haya jamás nacido y la más sincera en palabras y en apariencias. Lo creo así y lo creeré toda mi vida.

La dama contestó:

— Guillén, te lo juro, así Dios me salve. No seré yo jamás quien te engañe y no es un vano pensamiento el tuyo.

Y así comenzaron sus amores.

No duraron mucho tiempo sin que los habladores, que Dios confunda, comenzaran á murmurar, creyendo adivinar, por las canciones de Guillermo, que éste se entendía con dama Margarita. Y tanto hablaron, á tontas y á locas, que la cosa hubo de llegar á oidos de monseñor Raymundo, el cual, irritado por los celos, juró vengarse.

Sucedió, pues, que un día, habiendo ido Guillermo á la caza del gavilán con un escudero tan sólo, Raymundo preguntó por él, y le dijeron á dónde había ido y en qué punto del bosque estaba cazando. Al saberlo el señor de Castel-Rosellón tomó sus armas, montó en su corcel, y sin acompañamiento alguno, se fué hacia el sitio en que Guillermo estaba cazando, no deteniéndose hasta encontrarle.

Cuando Guillermo le vió llegar, se maravilló mucho y le ocurrió la idea de alguna desgracia.

— Señor, le dijo, sed bien venido. ¿Cómo venís aquí solo?

Monseñor Raymundo le contestó:

—Es que os buscaba, Guillermo, para divertirnos juntos. ¿Habéis cazado algo?

— Casi nada, monseñor, porque he hallado poca cosa y como ya sabéis, el proverbio dice:«Quien halla poco, poco coge.»

— Dejemos á un lado esta conversación, dijo Raymundo, y por la fé que me debéis, decidme la verdad sobre lo que voy á preguntaros.

— Por Dios os juro, monseñor, contestó Guillermo, que como ella pueda decirse yo os lo diré.

— No quiero que me ocultéis nada, replicó Raymundo; decidme la verdad sobre todo lo que os preguntaré.

— Señor, dijo Guillermo, puesto que así os place, interrogadme y os diré la verdad.

Monseñor Raymundo le preguntó entonces:

— Guillermo, en nombre de Dios y de vuestra fé, decidme: ¿tenéis una dama por quien trováis y de quien estáis enamorado?

Guillermo respondió:

— ¡Y cómo trovaría yo, monseñor, si no estuviese enamorado! Es verdad esto, y os confieso que el amor se ha apoderado de mí por completo.

Raymundo respondió:

— Quiero creerlo, porque de otro modo no podríais cantar tan agradablemente, pero quisiera saber, si os place, quién es vuestra dama.

— ¡Ah! señor, Dios mío, ¿qué me pedís? contestó Guillermo. ¿Hay algo que pueda obligar á un hombre de honor á revelar el nombre de su dama? Respondedme, vos que sabéis lo que dice Bernardo de Ventadorn.

D’ una ren m’ aonda mos senz

c’ anc nulz hom mon joi non enquis 1.

— Yo os ofrezco, respondió Raymundo, ayudaros en vuestros amores con todo mi poder.

Y habló con tal persuasión, que Guillermo le dijo:

— Pues bien, sabed, monseñor, que amo á la hermana de vuestra esposa, y creo que me corresponde. Y ahora que ya lo sabéis, os ruego que me ayudéis y no queráis hacerme daño.

— Tomad mi mano y mi fé, contestó Raymundo, que yo os juro y protesto que he de ayudaros con todo mi poder.

Cuando así le hubo inspirado confianza, Raymundo le dijo:

— Quiero que vayamos ahora mismo á su castillo, puesto que está cerca de aquí.

— Sea como gustéis, exclamó Guillermo.

Y tomaron entonces el camino del castillo de Liet. Y al llegar allí, fueron bien acogidos por Roberto de Tarascom, que era el marido de dama Saes, hermana de dama Margarita, y por la misma dama Inés.

Monseñor Raymundo tomó á dama Inés por la mano, la condujo á su cámara y le dijo estando solos:

— Decidme ahora, cuñada, por la fé que me debéis: ¿amáis vos á alguien?

— Sí, monseñor, dijo ella.

— ¿Y á quién? le preguntó él.

— Esto sí que no os lo diré. Y á más, ¿qué os importa?

Tanto la rogó Raymundo, que ella al fin se dió por vencida y dijo que amaba á Guillermo de Cabestany.

Y lo dijo así porque veía á Guillermo sombrío y pensativo, y como sabía que amaba á su hermana, temía que Raymundo sospechase la verdad.

Raymundo se puso muy alegre al oir esto.

La dama contó esta conversación á su marido, y el marido le dijo que había obrado bien y le dió permiso para decir y hacer todo cuanto pudiese convenir á salvar á Guillermo y á Margarita.

Y la dama lo hizo perfectamente, porque llamó á Guillermo sólo á su cámara, permaneciendo en conversación con él largo tiempo, de manera que Raymundo creyó en sus amores y empezó á convencerse de que no era verdad lo que de Guillermo le dijeran.

Aquella noche cenaron y durmieron en el castillo, y al día siguiente, después de almorzar, regresaron á Rosellón, despidiéndose de sus huéspedes.

Al llegar allí, monseñor Raymundo fué á encontrar á su mujer y le contó lo que sabía y había visto sobre Guillermo y su hermana Inés.

La dama sintió de ello gran dolor y tristeza toda aquella noche, y al siguiente día buscó á Guillermo, y le llamó falso y traidor. Y Guillermo le dijo que era inocente de cuanto se le acusaba, y le contó, palabra por palabra, todo cuanto había sucedido y habían hecho para disipar las sospechas de su marido.

La dama entonces envió á buscar á su hermana, y supo por ella que Guillermo no era culpable. Convencida ya, Margarita pidió á su amante que compusiese una canción en la cual demostrara que no amaba á más dama que á ella, y Guillermo hizo esta canción que dice:

Lo dous cossire

que ’m dons amors soven...

Y cuando Raymundo de Rosellón oyó la canción que Guillermo había hecho en honor de su mujer, le llamó á un lugar retirado fuera del castillo, le cortó la cabeza y en seguida le arrancó el corazón. Se fué después al castillo, mandó freir el corazón y servirlo á la mesa en un plato destinado á su mujer é hizo que ésta comiera de él. Cuando lo hubo comido, Raymundo se levantó y dijo á su esposa que lo que acababa de comer era el corazón de Guillermo de Cabestany, y en seguida, enseñándole la cabeza, le preguntó si lo había hallado sabroso.

— Tan sabroso lo hallé y tan bueno, dijo dama Margarita, que nunca otro manjar ni otra bebida quitarán de mi boca el sabor que en ella ha dejado el corazón de Guillermo de Cabestany.

Y al oir esto Raymundo, desnudó su espada y quiso atravesar á su mujer, pero ésta se precipitó de un balcón y quedó muerta.»

Tal es la historia que cuenta el manuscrito provenzal de la Biblioteca Laurenziana, y aun cuando en su género y forma parece una novela, en el fondo, en el hecho, en los detalles más culminantes y en los personajes, está conforme con la tradición y con la crónica de los trovadores. También pudiera ser el manuscrito una ampliación romancesca de la tradición y la crónica.

De todos modos, esto es cuanto se cuenta de Guillermo de Cabestany.

II.

Cambouliu, en su Ensayo de la literatura catalana, rechaza toda la parte legendaria de la historia que se acaba de contar.

«Gracias al descubrimiento de ciertos títulos originales conservados en los archivos de Perpiñán, dice, ya sabemos á qué atenernos sobre este lúgubre drama de que Guillermo de Cabestany fué el héroe. Esta imitación de la horrible historia del castellano de Coucy no fué nunca más que un cuento de juglar. Alfonso II no hizo expiar al castellano de Rosellón su pretendido atentado á las leyes de la Caballería, puesto que este señor vivía aún en 1205, mientras que Alfonso murió en 1196. Saurimonda no pereció víctima de los bárbaros celos de su marido, puesto que ésta le sobrevivió figurando como viuda en un acta de 1210. Por fin, el mismo Cabestany, según algunos autores españoles, había asistido en 1212 á la batalla de las Navas.

»Ahora, en cuanto á que Cabestany siendo joven hubiese sido paje de Saurimonda, que hubiese sido amado de esta dama con un amor extra-caballeresco, y que el señor de Rosellón hubiese concebido algunas inquietudes, esto lo dejan entrever claramente las canciones mismas que los manuscritos atribuyen al trovador. Quizá también existe en el fondo de la sombría relación de los biógrafos la exageración de alguna escena un poco violenta de celos conyugales, á la que se hubiese dejado arrastrar el señor de Rosellón.»

Tal es la opinión de Cambouliu.

Véase ahora la de Milá:

«Si es fabulosa la catástrofe, dice este autor en sus Trovadores de España, no lo son los personajes ni la culpable pasión que al trovador se atribuye. La historia menciona un Ramón de Roselló que vivía aún en 1205, y existe todavía, ó existía hace poco, una torre de Castel Roselhó. Saurimonda figura como viuda de Raymundo en un acta en 1210. Guillermo, que firma ya en 1162 en un tratado de paz entre el señor de Montpeller y el de Piquén, se halló en 1212 en las Navas de Tolosa.»

Con estos datos desmienten la leyenda los dos autores citados, y también Puigari y Henry. Este último, en su Guíadel Rosellón, y al hablar de la villa de Cabestany de que fué señor el poeta Guillermo, dice que la trágica leyenda de los amores de Saurimonda y Guillermo, fué invención del trovador Ramón de Miraval; y si esto fuese cierto, siendo el autor contemporáneo de los personajes, es posible que á alguno le pueda ocurrir la duda de si el testimonio del contemporáneo puede tener más fuerza que los datos aducidos por los citados escritores.

Hay que considerar á Cabestany entre los buenos trovadores, y entre éstos le colocarán de seguro aquellos que no buscan meramente vanas curiosidades prosódicas ó combinaciones métricas, más ó menos ingeniosas, sino mérito real de forma y de fondo. Este se encuentra en Cabestany, y basta sólo para conocerlo así la composición que más arriba se inserta. Es un poeta de verdadera pasión, profundo, algo sensual; pero de exquisito y delicado sentimiento.

Las poesías que de él nos quedan son todas de amores, y todas dirigidas á loar la belleza y el amor de una dama, que debe ser Saurimonda, pero que nunca llega á nombrar.«Si queréis que os diga su nombre, dice en una de sus canciones, escrito lo hallaréis en las alas de todas las palomas. »

E si voletz qu’ en vos diga son nom,

ja no trobaretz alas de colom

on no ’l trobetz escrit sensa falensa.

En otra canción dice que aquella de quien está enamorado es la más bella que existe desde el Puy hasta Lérida:

que del mielhs m’ a enamoret

qu’ es del Pueg tro á Lérida.

En otra se muestra quejoso y mal pagado de su amada, á quien acusa de hacerle sufrir los más crueles dolores:

En pensament faime estar amors

com pogués far una gaia cansó

per la bella á cui m’ autrei ’m do

que ’m fet causir mes totas las gensors

e vol qu’ eu l’ am leialment, sens engan,

ab verai cor et ab tota ma cura

l’ amors qu’ ill port e dóblan mei talan...

«Dulce amiga, vos que sois la más amable entre las mujeres, dice en uno de sus más tiernos cantares, ¿no ha de llegar nunca el día en que me otorguéis merced, cuando de día y de noche, de pié y de rodillas, no me canso jamás de pedir á la Virgen que os inspire un poco de ternura para mí? Desde niño fuí educado junto á vos y á vos me destinaron y á vuestro mandato me pusieron. Que Dios me niegue su gracia si otra suerte ambiciono. ¡Oh dama sin par! Dejadme que imprima un beso en el guante que oculta vuestra hermosa mano. No me atrevo á pedir más. »

De otras varias canciones y coplas que á Cabestany han sobrevivido, y andan esparcidas en varias obras y manuscritos, traduzco como muestra, para terminar, las siguientes ideas:

«En mi imaginación contemplo vuestro cuerpo querido y gracioso, vuestro cuerpo que amo y deseo más de lo que nadie puede adivinar. ¡Sea yo odiado del amor si mi corazón llegara á abrirse á otro sentimiento! Por vos he perdido la alegría, por vos estoy pensativo y triste...

»Las dulces ideas que amor me da, alegran mis cantares. ¡Oh vos, cuya belleza me trasporta, que sea yo maldito si llego á amar á otra! Como la fé me hiciera tan fiel á Dios como lo soy á mi amada, iría en línea recta al paraiso.

»No tengo armas para defenderme de vuestros atractivos. Que el honor y la cortesía os obliguen, pues, á tener piedad de mí. Permitidme sólo que bese vuestro guante, que más insignes favores no me atrevo á pretender.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

»Entre muchas flores de un hermoso jardín he escogido á la más bella. Dios mismo, sin duda, la hizo á semejanza de su propia belleza. La dulzura de sus miradas me ha hecho el más tierno y el más dichoso de sus amantes. Lloro de alegría.

»Mi amor, que á declarar no me atrevía, puede ya aparecer en mis versos, desde el momento en que la mujer á quien amo sólo me ha distinguido á mí entre sus adoradores.

»Yo no canto supuestas bellezas, como hacen otros trovadores. De sus ojos parten rayos, contra los cuales no hay poder bastante; pero á nadie, como á mí, han herido. Su mérito la eleva á la más alta región de los honores. Nunca se vieron ni más virtudes, ni más gracias reunidas. Sobresale en el arte del buen hablar; su virtud inspira respeto á los amantes más presuntuosos, y su reputación está al abrigo de todos los ataques.»

GUILLERMO DE CERVERA.

Milá es quien nos da cuenta de este trovador catalán, que no figura ni en las Vidas de los Trovadores, ni en Millot, ni en otros autores que de este punto se ocupan, áun cuando lo citan escritores alemanes.

Supone Milá que es de la noble casa de Cervera, y entre los cinco Guillermos de este apellido que menciona, se decide por razones muy fundadas en favor del llamado Guillermo el Gordo que vivía en la segunda mitad del siglo xii .

Sólo una poesía de este trovodar traslada Milá que no tiene por cierto gran mérito, y dice:

«¿A cuál de los cinco Guillermos de Cervera nombrados pertenece la obra?

»Difícil es la resolución, si bien algunas expresiones de la misma poesía pueden darnos alguna luz. Dice su autor:

Eu volgra passar

ab los tres reys guarnitz de tot arnés la mar.

»No hay duda de que se habla de una cruzada, y de una cruzada contemporánea. Si ésta se entendiese ser la tercera emprendida en 1179 por Barbaroja y seguida por Felipe Augusto y Ricardo Corazón de león en 1191, se debería atribuir la poesía al Guillermo de 1149, en edad ya de dar consejos y de querer sustituir versos proverbiales á los ligeros que antes había compuesto. Pero no consta que viviese en esta época aquel personaje, y además, por ser la composición de un género más usado al fin que al principio de la época trovadoresca, por la ortografía catalanizada (e por a, il por lh, etc.), y áun por estar aquélla unida á un fragmento de Serverí de Gerona (aunque estas dos últimas circunstancias pudieron ser obra del copista de últimos del siglo xiii ), nos parece que se trata de la última cruzada de 1269 en que debían tomar parte San Luis, Teobaldo, rey de Navarra y D. Jaime, rey de Aragón, si bien el último cejó de propósito, después de haberse embarcado y áun haber llegado parte de su armada á San Juan de Acre. Esta expedición, á la cual conviene exactamente lo de los tres reyes, es más natural que excitase la emulación de un señor catalán. La poesía será, pues, de Guillermo el Gordo, hijo segundo ó más bien nieto del consejero de D. Jaime, que en uno y otro caso podía hallarse ya en edad avanzada en 1269.»

GUILLERMO Y RAMÓN DE DURFORT.

Poco se sabe de estos dos poetas, que parecen haber pertenecido entrambos, aunque en épocas distintas, á la ilustre casa de Durfort.

De Guillermo sólo quedan dos composiciones, una de ellas muy oscura por lo forzado de las rimas y por la corrupción del texto, dirigida á un Guido Cap de Porc, señor desconocido.

El poeta le elogia por estimar el honor y ser fuerte contra los vicios, y dice de él que no tiene necesidad de adornos exteriores, pues que brilla por sus virtudes.

«Así todos nos pareciésemos á él, dice; pues el mundo marcharía mejor y cada uno hallaría su felicidad, así el pobre como el rico.

»Lo que me duele es que no tenga mucho oro, pues de este modo doraría lo que los otros estañan.»

Estas ideas anuncian un noble escritor, superior á las preocupaciones y á los vicios de su siglo.

Al hablar de Guillermo de Durfort, el abate Millot y otros autores, sólo citan como suya la anterior poesía. Dicen, al menos, que es la única que de él ha sobrevivido. Continuada como de este trovador tuve yo ocasión de hallar otra á mi paso por Arlés, en un manuscrito venerable que conservaba el cónsul de España en aquella población.

Es una canción, especie de balada, cuyos dos primeros versos se repiten como un estribillo al final de cada copla que consiste en otros dos versos:

«Diéronme muerte los encantos de mi amiga y sus bellos ojos amorosos y alegres. No hallo remedio alguno para mi mal, como no sea que de ella misma proceda.

»Me acercaré á ella con las manos cruzadas y le rogaré humildemente, cuando pueda hacerlo, que me favorezca con un dulce beso. Diéronme muerte, etc.

»Su lindo cuerpo es blanco como la nieve sobre el hielo; y su color el de una rosa de Mayo. Diéronme muerte, etc.

»Rubios son sus cabellos como el oro, y es cortés y sensible como no puedo explicar. Diéronme muerte, etc.

»Nunca hizo Dios otra tan bella, pero no puedo conseguir que me ame. Diéronme muerte, etc.

»Yo la amaré mientras viva y áun después de mi muerte, si puedo; que mi amada al lado de las otras es un rico rubí comparado á un vidrio de color. Diéronme muerte, etc.»

En cuanto á Ramón de Durfort, sólo existen de él dos serventesios, difíciles de comprender por la falta de versos y de palabras.

GUILLERMO FIGUERA 2 .

Era hijo de un sastre de Tolosa y ejerció al principio la profesión de su padre; pero habiendo tomado parte en los sucesos de su época, sosteniendo la causa del país y del conde de Tolosa contra la Iglesia y los franceses, hubo de abandonar su patria, retirándose á Lombardía.

Una vez allí, ejerció el oficio de juglar, pero enemigo de los grandes y de los nobles, de quienes se apartaba por odio á la tiranía, no quiso nunca frecuentar más sociedad que la de baja clase, visitando sólo garitos y tabernas, y escribiendo siempre versos y sátiras contra los personajes de la corte. Habían quizá contribuido á formar su carácter sombrío y su rudeza constante, como también á excitar su indignación, los horrores que hubo de presenciar en su patria, Tolosa, con motivo de la cruzada contra los albigenses.

Efecto de la singularidad de su vida, de su carácter sombrío, de sus relaciones con gente de mal vivir, de sus sátiras virulentas, de su indomable rudeza, Guillermo Figuera ha sido pintado con los colores más sombríos y se han apurado en contra de él los más denigrantes epítetos. Acreedor pudo ser á reproches y á cargos; pero no merecía su memoria tanto ensañamiento. Se ha exagerado algo con respecto á Figuera, como él exageró con respecto á la nobleza y á la Iglesia. Debiera haberse tenido en cuenta, en primer lugar, que su familia y él fueron víctimas de la cruzada, que hubo de abandonar su patria para ir á mendigar en tierra extraña el pan que en la suya se le negaba, y que todo lo perdió, medios de subsistencia, recursos, familia, hogar y patria en la catástrofe que, empujada por la Iglesia, cayó sobre su ciudad natal; y en segundo lugar, su indisputable talento, su genio varonil y su inspiración vigorosa, que le señalarán siempre un lugar distinguido entre los trovadores. Merecen también tenerse en cuenta su fidelidad y su lealtad constantes al conde de Tolosa y á la causa por él personificada.

Lo cierto es que las injusticias del clero, sobre todo de la corte de Roma, exasperaron al trovador inspirándole un odio verdaderamente feroz, vivo é implacable, que se traduce en un serventesio célebre, donde las imprecaciones de Camilo contra la Roma pagana nada significan, por lo débiles, al lado de las que el iracundo trovador fulmina sobre la Roma de los papas.

He aquí algunas de las principales ideas de este serventesio, que es una de las obras más notables, y de fama más merecida en la literatura provenzal.

«Quiero hacer sin tardanza un serventesio contra la falsa Roma, llena de errores, cabeza de toda la decadencia y sepulcro de todos los bienes. No me maravilla que el mundo esté en el error, pues la engañadora Roma es la que siembra por todas partes el tumulto, la destrucción y la guerra.

»Si el Espíritu Santo, que tomó carne humana, oyera mis votos, destruiría á esa Roma, en la que está reunida toda la perfidia de los griegos. Roma, tú arrastras en pos de tí á los ciegos hacia el precipicio; tú traspasas los límites que Dios te ha impuesto; tú absuelves los pecados á precio de dinero y llevas á cuestas una carga con la cual no puedes. Tu indigno tráfico y tu locura nos hicieron ya perder á Damieta.

»Roma, Dios te confunda, pues que reinas con tanta malignidad. Roma, la de malas costumbres y de mala fé, yo sé bien que con el cebo de tus falsas absoluciones arruinas á la nobleza de Francia; tú has alejado de París al buen rey Luis VIII y has sido causa de su muerte.

»Roma, poco daño haces á los sarracenos, pero haces mucho entre los griegos y los latinos. Has establecido tu sede en el fondo del abismo y de la perdición. Que nunca te perdone Dios la cruzada que emprendiste contra Aviñón, donde, sin culpa, diste muerte á un pueblo numeroso. Tomas caminos tortuosos, y bien errado va el que se proponga seguir tus huellas. ¡Que los demonios te lleven al fondo del infierno!

»Roma, tú te complaces en enviar al martirio á los cristianos. Yo quisiera saber en qué libro leiste que hayas de exterminar á los cristianos. Como una bestia feroz, has devorado á los grandes y á los pequeños. Que el noble conde Ramón viva sólo dos años, y hará arrepentir á Francia de haberse entregado á tus imposturas. Tus crímenes han llegado ya á tanto, que desprecias á Dios y á los santos. Tu tiranía se demuestra por la injusticia con que persigues al conde Ramón.

»Roma, que Dios venga en ayuda del conde y le dé poder y fuerza para torcer el cuello y despellejar á todos los franceses. ¡Ojalá los cuelgue á todos y se haga con sus cadáveres un puente para pasar! Yo seré feliz, oh Roma, si Dios recuerda tus grandes injusticias y si le place que el conde nos arranque de tus manos y de la muerte.

»Roma, yo me consuelo con la esperanza de que, dentro de poco, has de tener un mal fin. Si el leal emperador (Federico II) se porta bien y hace lo que debe, yo respondo de que pronto hemos de ver derrumbarse tu poder. Si tu poder no se destruye, el mundo está perdido.

»Roma, á tus cardenales deben imputarse tus crímenes, pues que sólo piensan en vender á Dios y á los suyos. La falsedad, el oprobio y la infamia reinan en tu seno. Tus pastores son falsos y engañadores, y sus sectarios están locos.

»Roma, mal empleas tus trabajos disputando al emperador los derechos de su corona, fulminando anatemas contra él, y concediendo absoluciones á sus enemigos. Estas absoluciones contra la equidad son inútiles y deshonrosas.

«Roma, cuentan que muchas veces se queda tu cabeza sin pelo por lo muy á menudo que te la haces rapar. Asi es que yo creo, Roma, que tienes necesidad de un poco de seso, que bastante falta te hace á tí y á la órden del Cister, los que tan horrible matanza hicistéis en Beziers.»

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Este serventesio, una de las poesías más extensas del parnaso provenzal, tiene veinte y tres estancias de siete ó de once versos cada una, según como se escriban estos, siendo ésta una de las varias singularidades que tiene esta composición por tantos títulos notable.

Véase, por ejemplo, con esta primera estancia:

Siventes vuelh far en est son que m’ agensa

non vuelh plus tarzar ni far longa bistenssa,

e sai ses doptar que ’n aurai malvolenssa,

can fach sirventes

dels fals d’ enjans ples

de Roma, que es caps de la dechasenssa,

on dechai tot bes.

Siete versos tiene la estancia escrita de esta manera, que es como la publican los alemanes, y once escrita de este otro modo:

Sirventes vuelh far

en est son que m’ agenssa,

no vuelh plus tarzar

ni far longa bistenssa

e sai des doptar

que ’n aurai malvolensa

car fach sirventés

dels fals d’ enjans ples

de Roma, que es

cap de la dechasenssa,

on deihai tot bes.

La composición está artísticamente escrita con una trabazón y encadenamiento de consonantes, que admira y sorprende. El primer verso de cada estrofa, ó el primer hemistiquio, según se escriba, está aconsonantado con el último verso de la anterior, de manera que vienen á resultar siete consonantes agudos. La distribución de rimas, masculinas y femeninas, está admirablemente entendida, y la poesía superior por el arte lo es también por la naturalidad de la frase, por la valentía del lenguaje y por la riqueza de la rima. Es en verdad una de las obras más notables del arte provenzal.

Una dama, Germonda de Montpeller, que sólo por esto es conocida, contestó al serventesio del trovador tomando la defensa de Roma con tanto calor como acrimonia pone en atacar al poeta gibelino.

Germonda de Montpeller, la defensora á oltranza de Roma, compuso para contestar á Guillermo Figuera, un serventesio como el suyo, siguiendo el mismo orden de ideas, con el mismo número de estrofas y con igual forma métrica, hasta el punto de emplear los mismos consonantes y á veces las mismas palabras, y citando también á Roma en cada copla.

«No puedo sufrir que se digan tantas falsedades, y quiero exhalar el dolor que siente mi corazón...

»No se asombre nadie de verme declarar la guerra á ese malhadado impostor que osa atacar, envilecer y despreciar lo que es digno de honra y alabanza. Ha sido bien osado en hablar mal de Roma, que es cabeza y guía de cuantos en la tierra tienen vivo el entendimiento...

»Dios oirá mis ruegos. Confundidos sean aquellos, jóvenes y viejos, que tienen mala lengua y pretendan atentar á la ley de Roma...

»Roma, me aflige verte siendo objeto de ataques y calumnias... Es la perversidad de los locos lo que causó la pérdida de Damieta...

»Peores son y de peor corazón que los sarracenos los miserables herejes que hacen votos para que los de Aviñón vayan al cielo en lugar del infierno. Roma ha hecho bien en arruinar sus esperanzas. En invierno y en estío, Roma, debe leerse tu ley y no separarse nunca de ella.

»Roma, ese impostor hace ver bien con sus discursos injuriosos é insensatos que la fé sospechosa está en Tolosa; pero si el noble conde abandona esta sospechosa fé, todo el mal quedará reparado.

»Roma, que el gran rey, señor de justicia, dé merecido castigo á los tolosanos, puesto que faltan á todos los mandamientos. Si el conde Ramón continúa protegiéndoles, entonces castigado sea.

»Roma, yo me consuelo con que el conde de Tolosa y el emperador no valgan ya nada desde que abandonaron la causa de Dios, que hace fracasar sus malos designios y sus torpes manejos.

»Roma, yo espero que tu poder y el de la Francia, enemiga de toda iniquidad, derriben el orgullo y la heregía. ¡Malditos sean los falsos herejes, que no retroceden ante ningún vicio, y no creen en ninguno de los misterios santos!

»Roma, tú sabes que difícilmente deja uno de contagiarse, si se les oye; tan diestros son en tender sus redes donde caen los incautos. Tantos como son merecen ser colgados ó quemados por su mala vida. En ellos no hay ni virtud ni religión.

»El que quiera salvarse debe en el acto tomar la cruz para destruirles. El Dios del cielo va á extender su brazo contra ellos, y puesto que Dios les es contrario, es preciso que uno sea enemigo de sí propio para oirles por más tiempo.

»Roma, inútil es de todo punto el trabajo del que lucha contra tí, y yo declaro que si el emperador no se pone pronto de tu lado, deshonrará su corona. Afortunadamente, en tí encuentran indulgencia los que se arrepienten y confiesan sus culpas.

»Roma, que el Excelso que perdonó á la Magdalena, y en quien tenemos nuestra confianza, haga morir en el suplicio de los herejes al loco furioso, de corazón malvado, que esparce tales iniquidades!»

Nunca debieran hallarse semejantes votos y semejantes maldiciones en boca de una mujer, que se aparta de su naturaleza y de su misión desde el instante que deja de ser todo amor, todo caridad y todo dulzura. Germonda de Montpeller no tuvo por fortuna muchas imitadoras entre sus compatriotas. De seguro, cuando así se expresaba, de seguro que no había sido testigo de los horrores de la cruzada y de la matanza de Beziers: de seguro también que en su corazón no vibraba la cuerda sublime del amor á la patria.

Otro notable serventesio tiene Figuera contra los falsos clérigos y los falsos predicadores, contra aquellos sacerdotes que iban predicando virtudes que no tenían, y escandalizando con sus costumbres impuras y con sus deshonestas maneras.

Este serventesio, escrito con dureza, es verdad, tal vez con odio, de seguro con demasiado realismo, es, sin embargo, la prueba más fehaciente, la demostración más palpable de que aquel trovador, víctima de los cruzados y testigo de sus horrores, no era lo que se suponía y lo que muchos han supuesto después, condenando su memoria sin piedad y sin conciencia. Truhán, predicador de taberna, falsario, impostor, malvado, hereje, todos los epítetos, hasta los más denigrantes, se han empleado contra Guillermo Figuera, y no obstante, de sus obras mismas resulta que era católico ferviente, amante entusiasta de su patria, leal á su señor el conde de Tolosa, de elevado criterio, de nobles ideas, de moral indiscutible. Esto no hubiera impedido que se le quemara vivo en las hogueras de la Inquisición, como deseaba piadosamente su competidora Germonda de Montpeller, si no se hubiese refugiado en Lombardía, donde la vida que llevó y que con tan negros colores le ha hecho pasar á la posteridad, fué sin duda hija de su humor sombrío, de la ruina de la patria, de las esperanzas defraudadas, de los terribles espectáculos de horror, de crimen, de injusticia, de tiranía y de inmoralidad pasados á su vista.

Sólo un autor que yo sepa, el abate Millot, ha tratado de sincerar la memoria del trovador que nos ocupa. «Un albigense, dice, no hubiera ciertamente invocado la santa Virgen ni reconocido el misterio de la Eucaristía. El trovador era, pues, uno de esos católicos, ya numerosos en diversos paises, que veían con horror los excesos de un clero corrompido y las odiosas empresas de la corte de Roma; que hablaban de ellas con el calor de partido y de pasión, y que se exponían mucho por su audacia á ser quemados como herejes.»

Y así es. Guillermo Figuera era católico. Y basta para demostrar esto fijarse en lo que dice en su serventesio contra el clero. Fulmina sus anatemas contra la gente de iglesia falsa y menguada, que predica lo que no siente ni practica, que cuanto más poder y fuerza tiene más daño causa y más desgracias, y añade:

«Todos esos falsos predicadores inducen á error al siglo. Ellos son los que cometen los pecados mortales que anatematizan en sus sermones, imitándoles todos en su conducta. Aquí todos han errado el camino. El ciego que pretende guiar á otro ciego, no consigue sino que ambos tropiecen y rueden al abismo.

»Otro deshonor cometen aún con el siglo, y mayor con Dios todavía. Si van á pasar la noche con una mujer perdida, al día siguiente van con impuras manos á tocar el cuerpo de Nuestro Señor. Y se tiene por hereje al que diga que un sacerdote no debe mancharse con su concubina la víspera del día que debe tener en sus manos el cuerpo de Dios.

»Si clamáis contra esos desórdenes, ellos mismos serán vuestros delatores y os harán excomulgar, y de seguro que no os dejarán en paz como no les déis dinero. Virgen Santa María, permitidme ver, si os place, el día en que sean humillados y no haya que temérseles.

»Serventesio, ve á decir al falso clero que está muerto el que á su dominación se somete. Tolosa sabe bien á qué atenerse en este punto.»

Pois fan autre desonor

al segle, et á Dieu maior,

que si un d’ els ab femna jatz,

lendeman tot orrejatz

tenrá ’l cors Nostre Seignor:

et es mortals eretgia

que nuls preire non deuria

ab sa putan’ orrejar aquel ser

que landeman deia ’l cors Dieu tener

E si vos en faitz clamor,

seran vos encusador,

e seretzne escumeniatz;

ni, s’ aver non lor donatz,

ab els non auretz amor

ni amistat ni paria.

Vergena Sancta María

dompna, si us platz, laissatzme ’l jorn vezer

qu’ els puosca pauc doptar e mens temer.

Vai, sirventés, ten ta vía,

e dim’ a falsa clerzia

qu’ alcel es mortz qu i’s met en son poder

qu’ a Toloza en sab hom ben lo ver.

Y no es sólo en esta composición, sino en otras, donde Guillermo Figuera deja traslucir sus sentimientos, hijos de la fé del cristiano y del creyente.

En el mismo ya citado serventesio contra Roma, invoca á menudo el nombre de Jesucristo, al que llama luz del mundo, verdadera vida y verdadera salud, el glorioso que sufrió por nosotros la muerte y el suplicio de la cruz:

….El gloriós

que sufri mort é pena

en la crotz per nos.

En un serventesio sobre las cruzadas hace gala del sentimiento religioso más ardiente, cuando dice:

«Jesucristo, Señor verdadero que adoro, luz que brilla con pura claridad, oh Cristo salvador, dad fuerza, valor y buen consejo á vuestros peregrinos; defendedles de enfermedades y vientos contrarios, á fin de que puedan ir sin temor á recobrar con vuestra asistencia la verdadera cruz y libertar el Santo Sepulcro.»

Pero basta leer el serventesio que voy á transcribir para hacerse cargo de los sentimientos de Guillermo Figuera.

Desea que se haga la paz entre el Papa y el emperador por ser este el medio de llegar á la ruina de los turcos y de los árabes; dice que uno y otro se obstinan demasiado en sostener sus pretensiones; levanta su espíritu á Dios y manifiesta sus deseos de ir á su vez á Ultramar, lo cual no ejecuta por falta de recursos; pide al Señor que le sean perdonados sus pecados, dispuesto á honrar y servir siempre á Dios; exhorta á los guerreros á tomar parte en la cruzada y á ir á rescatar el sepulcro de Cristo; y termina dirigiéndose al conde de Tolosa:

«Ve, serventesio, ve á decir al noble conde de Tolosa que, pues Dios le honra más que á nadie, debe ir á servirle donde nació.»

Este era el hereje.

También tiene Guillermo Figuera una poesía en que elogia á Federico II, de quien se manifiesta ardiente partidario, aplaudiendo su expedición á Italia para sostener los derechos á su corona.

Y he aquí, por fin, de género bien distinto ciertamente, una pastorela tan llena de gracia é ingenuidad, como de hiel y odio lo está su serventesio contra Roma:

«El otro día, mientras iba cabalgando, ginete en mi palafrén, bajo un cielo claro y sereno, encontré á una pastora, joven y fresca, que agradablemente cantaba y decía: «¡ay de mí! aquella que perdió la alegría, arrastra una vida bien infeliz.»

»En seguida me dirigí hacia ella. Al verme se levantó, mostrándome su belleza, su gracia y su desenvoltura. Adelantóse á mi encuentro y yo me apresuré á apearme para saludar á la que tan buena acogida me hacía.

— »Gentil pastora, le dije, ¿os sería grato repetirme la canción que cantábais hace un momento? Os juro que nunca oí á pastora alguna cantar mejor.

— »Señor, hace poco tiempo que era mío aquel que hoy me aflige, pero se ha enamorado de otra y me olvida. De esto me lamento, y cantaba para calmar el dolor que me mata.

—» Pastora, os confesaré francamente que yo soy víctima de la misma traición. Una ingrata, á quien amé, me ha vendido, y hoy me olvida por otro, á quien quisiera matar.

— »De vos depende, señor, el vengaros de vuestra ingrata dama, y yo de mi villano galán. Si queréis, yo os amaré toda mi vida, y trocaremos por la alegría y por los placeres las penas que pasamos.

—»Franca y amable pastora, si consentís en esto, tengo cuanto desear podría. Me libráis de todos mis naufragios y me conducís alegremente á buen puerto.

—»Señor, la verdad es que vuestro amor me ha curado tan por completo, que no me acuerdo ya de ninguno de mis males. Vos habéis hecho desaparecer mis penas.»

La pastorela podrá no ser de una moral perfecta, pero es una linda poesía, escrita con facilidad y con gracia, y con verdadera originalidad dentro del género.

Es todo cuanto existe y todo cuanto se sabe de Guillermo Figuera.

GUILLERMO DE LA TOUR.

Con Guillermo de la Tour se recuerda otra de esas originales y curiosas historias de trovadores.

Era del castillo de La Tour, en Perigord, pero pasó la mayor parte de su vida en Lombardía, siendo á esta circunstancia á la que se debe que algunos le crean italiano. Dice su biógrafo provenzal que era más bien juglar que trovador, que sabía muchas y muy buenas canciones, las cuales cantaba con donaire y gracia, y que compuso también algunas muy notables y que alcanzaron gran éxito; pero tenía un defecto, añade, y era el de hacer preceder sus canciones de un discurso, explicando su objeto, más largo que la misma canción, y pesado y enojoso para los oyentes.

Hallándose en Milán se enamoró perdidamente de la mujer de un barbero, joven y bella, la robó á su casa y á su marido, y llevósela á Como, donde vivía en perpétua adoración del objeto de sus amores, « prefiriéndola á todo lo demás del mundo.» Pero no tardó su dama en morir, y fueron tan grandes el pesar de Guillermo y su dolor, que perdió por completo la razón.

Se imaginó al principio que su dama se fingía muerta para desprenderse de él «y la dejó diez días y diez noches en su ataud, y cada noche abría la caja y sacaba el cadáver, y dábala besos y la abrazaba pidiéndole que le hablara y le dijera si estaba muerta ó viva, volviéndose con él si estaba viva y, si muerta, diciéndole qué penas sufría á fin de librarla de ellas con misas y con limosnas.»

Cuando ya empezó á convencerse de que estaba muerta, mandó hacer un ataud para dos cuerpos, y quería que le enterrasen vivo con la que había sido el supremo amor de su vida; pero los habitantes de Como, al ver aquella locura, lo arrojaron de su villa y del país.

Anduvo errante y perdido de un lado para otro, buscando adivinos y hechiceras para consultarles si su amada podía volver á la vida. Alguno le hizo creer que leyendo cada día el libro de los salmos, rezando ciento cincuenta padrenuestros y haciendo diariamente, antes de comer, limosna á siete pobres, pero todo esto un año seguido sin faltar un solo día, conseguiría que su amada volviese á la vida, áun cuando le sería imposible beber, comer y hablar. Púsose muy contento Guillermo al saber esto y comenzó en el acto á ponerlo por obra; mas cuando, pasado el año, vió que no le daba el resultado apetecido, se entristeció mucho y acabó por morir de pena.

Tal es la relación del biógrafo provenzal.

Es muy de notar, como cosa curiosa, que en una tensión de Guillermo con Sordel, su contemporáneo por consiguiente, aquél sostuvo lo contrario de lo que después realizó con su desastrada muerte. Es una tensión original entre las que más, muy digna de mencionarse, y no parece sino que en ella, y al plantear el tema de debate, Guillermo preveía su propia suerte.

He aquí la cuestión, como la propone Guillermo:

« Si un amigo, amando tiernamente á su amiga, la viera morir ante sus ojos, ¿qué partido podría tomar, el de morir á su vez, ó el de sobrevivirla?»

Sordel contesta:

«Si la muerte separa al amigo de aquella que llena por completo su corazón, mejor es para él seguirla al sepulcro, que pasar la vida entregado á un dolor eterno.

»Guillermo»—Nada ganaría la dama con que su amante muriese por ella, y nada debe hacerse de que pueda resultar algún mal sin ningún bien.

»Sordel.—La suerte de un amigo separado de su amada es tan terrible, que si la muerte no viniera á terminar sus días, debiera dársela á sí mismo á fin de terminar su carrera de suspiros y dolores.»

Es verdaderamente curioso ver á estos dos trovadores sostener en esta tensión un juicio opuesto á su carácter y tendencias. Cada uno de ellos hizo luego lo contrario de lo que sostuvieron en esta polémica.

Existe otra tensión de Guillermo con Imbert.

Aquél pregunta á éste: «¿A quién preferiría entre una dama que por medio de repetidas pruebas quisiera asegurarse de la sinceridad de sus sentimientos, y otra, de mérito igual, que se lo concediera todo en seguida, sin hacerse mucho de rogar?»