Llamas de pasión - Susan Andersen - E-Book
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Llamas de pasión E-Book

Susan Andersen

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Beschreibung

Aunque hacía años que Macy O'James no iba a Sugarville, todo el mundo recordaba lo que había hecho. Ese pequeño pueblo aún no había podido olvidar su supuesto crimen y que consiguiera irse sin castigo. Cuando Macy volvió allí para ayudar a su familia, decidió hacerlo con la cabeza bien alta, sobre todo cuando llegó el día de la reunión de antiguos alumnos de su instituto. En lo que no quería ni pensar era en el hecho de que el hombre más atractivo del pueblo quisiera salir con ella. Aunque Gabriel Donovan, jefe de la brigada de bomberos, y ella generaban suficientes chispas para quemar todo Sugarville, Macy tenía muy claro que no era su tipo, pues se trataba de un hombre recto, serio y cumplidor de la ley. Pero cabía la posibilidad, por pequeña que fuera, de que Gabriel consiguiera hacerla cambiar de opinión.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2010 Susan Andersen.

Todos los derechos reservados.

LLAMAS DE PASIÓN, Nº 281 - septiembre 2011

Título original: Burning Up

Publicada originalmente por HQN™ Books

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios.

Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-724-2

Editor responsable: Luis Pugni

Epub: Publidisa

Dedicada con todo mi cariño a Joey Zderic Gaviglio por los largos paseos, las muchas risas y las conversaciones sin fin.

Ha sido un placer volver a retomar nuestra amistad después de tantos años.

Gracias por todo lo que has compartido conmigo, tus recetas y algunos consejos muy útiles sobre calzado.

Gracias a ti, siempre estoy deseando que lleguen nuestros paseos de los miércoles.

Susie

Inhalt

Kapitel 1

Kapitel 2

Kapitel 3

Kapitel 4

Kapitel 5

Kapitel 6

Kapitel 7

Kapitel 8

Kapitel 9

Kapitel 10

Kapitel 11

Kapitel 12

Kapitel 13

Kapitel 14

Kapitel 15

Kapitel 16

Kapitel 17

Kapitel 18

Kapitel 19

Kapitel 20

Kapitel 21

Kapitel 22

Kapitel 23

Kapitel 24

Kapitel 25

Epilogo

Promoción

1

Gabriel Donovan se dio cuenta de que Macy O’James iba a traerle problemas en cuanto la vio llegar al pueblo.

De hecho, lo supo antes incluso de que entrara en los límites del municipio. Johnny Angelini y él estaban sentados en el coche patrulla de Johnny, cerca de la línea del límite del condado. Estaban hablando de su trabajo cuando Gabriel vio por primera vez a Macy O’James.

Entonces, no había sabido de quién se trataba. Aunque al viejo sheriff Baxter no le gustaba la idea de que distintos departamentos compartieran información, Johnny, el único agente de Sugarville, y Gabriel solían hablar a menudo de lo que pasaba en el pueblo y los posibles problemas que pudieran surgir. Esa calurosa tarde de julio, Gabriel acababa de sugerirle a Johnny que comprobara qué pasaba en una vieja caravana situada cerca de Leavenston. Tenía la sospecha de que estaba siendo utilizada como un laboratorio de drogas.

Estaban hablando de ello cuando pasó delante de ellos y a bastante velocidad un Corvette descapotable rojo.

Los dos hombres se miraron a los ojos.

—No pasa mucho del límite de velocidad —comentó él.

—Es verdad —repuso Johnny—. Creo que va a unos diez kilómetros por encima. No merece la pena el trabajo que me da escribir la multa.

—Lo mismo estaba pensando yo.

—Aun así… Es un coche increíble con una conductora muy atractiva. Y rubia. Podría ser mi futura esposa.

—Eso es verdad —repuso Gabriel.

Le parecía increíble que le hubiera dado tiempo a distinguir el color de pelo y la belleza de la persona que iba dentro del coche. Pero estaba seguro de que tenía razón. Johnny tenía ojos de halcón para esas cosas, sobre todo cuando se trataba de una mujer.

El agente se frotó la barbilla pensativo.

—No me gustaría que le pasara algo si a Myerson le da por hacer que sus vacas crucen la carretera en este preciso instante.

—Te entiendo —repuso él.

—Después de todo, es mi trabajo. No me pagan para que esté aquí sentado —le dijo Johnny mientras lo miraba de reojo—. ¿Vienes?

Se lo pensó un segundo. El sentido común le decía que era mejor que saliera del coche patrulla, volviera a su vehículo y continuara con su trabajo. No tenía interés ni motivos para ir a ver a la que Johnny había llamado su «posible futura esposa». Además de estar saliendo en ese momento con una mujer encantadora, no era tan conquistador como Johnny.

Lo había sido, pero ya no lo era.

Por otra parte, formaba parte del código masculino no dejar que su amigo se pasara de la raya.

—Supongo que sí —repuso con resignación—. Esa mujer va a necesitar un testigo cuando te denuncie por acoso sexual.

Con una sonrisa, el agente encendió el motor y salieron de entre los árboles donde habían estado ocultos. Cuando llegaron a la autopista, Johnny conectó la sirena del coche.

No tardaron mucho en alcanzar al Corvette rojo. La conductora aminoró la marcha y se apartó poco después para detenerse en el arcén. Escucharon entonces que apagaba la música del coche.

Dos grandes maletas en la parte de atrás bloqueaban la vista y no podía ver a la conductora desde donde estaba. Pero se abrió entonces la puerta y apareció una larga pierna con un sexy zapato azul.

—Puedes quedarte aquí —le dijo Johnny mientras abría su puerta—. Está claro que se trata de un trabajo para profesionales.

—Ni lo sueñes. Soy un buen amigo, no pienso dejarte solo —repuso él—. No conocemos a esa mujer, podría ser peligrosa e ir armada.

—Sí, a mí también me preocupa eso. Puede que tenga que cachearla para asegurarme de que no lleva una pistola...

Sabía que no hablaba en serio. A Johnny le encantaba coquetear, pero era también un hombre respetuoso. Por otro lado, como le pasaba a él mismo, nunca abusaba de su posición de autoridad.

Cuando salieron del coche, vio que ella también lo había hecho y los esperaba apoyada en el Corvette, con las manos en las caderas.

—Madre mía —murmuró él.

Al verla, recordó a las famosas pin-ups de la Segunda Guerra Mundial. Llevaba una camisa blanca marinera con detalles en azul y unos pantaloncitos en el mismo color azul de sus zapatos de tacón. Llevaba incluso una gorra de marinero que no conseguía ocultar sus rizos. Tal y como su amigo había comentado, era rubia. Miró a Johnny de reojo y sacudió la cabeza.

—No sé cómo lo haces, no dejas de sorprenderme.

—Es un talento que tengo —repuso el agente mientras iban hacia el coche rojo—. Hola, marinera. Es nueva en el pueblo, ¿verdad?

—¿No me reconoces, Angelini? —replicó la mujer con un sensual tono de voz que hizo que se estremeciera —. Creo que los dos llegamos a este pueblo al mismo tiempo. Pero yo decidí salir de aquí y parece que tú no te has movido de Sugarville.

Lo miró entonces de arriba abajo. Había mucho descaro en sus ojos y, muy a su pesar, esa mirada despertó algo muy básico y sexual en su interior, algo que hacía tiempo que no sentía.

—Creo que, si hay alguien nuevo en este pueblo, se trata de él —murmuró la mujer sin dejar de observarlo.

—¿Macy? —preguntó Johnny con sorpresa—. ¿Macy O’James?

Ese nombre consiguió despertar aún más su interés. No la había conocido, pero había oído hablar de ella desde su llegada a ese pueblo del interior del estado de Washington. Era la rebelde por antonomasia en ese lugar y habían sido varias las personas que le habían contado todo tipo de historias sobre ella, pero ninguna buena. La acusaban de tener pocos principios morales y de haber roto muchos corazones antes de decidir irse de Sugarville para probar suerte en Los Ángeles, donde la habían contratado para participar en unos cuantos vídeos musicales. Las malas lenguas no habían tardado mucho en añadir que esos vídeos habían sido bastante subidos de tono. Dependiendo de quién le estuviera contando la historia, la habían comparado con Pamela Anderson, Carmen Electra o Paris Hilton. Lo único que parecía distinguir a Macy de esas otras mujeres era que no llegaba a quitarse la ropa en esos vídeos, detalle éste que le habían aclarado siempre a regañadientes.

Esos cotilleos le habían parecido entonces entretenidos. Pero, después de conocerla, su interés se había multiplicado rápidamente. No podía dejar de mirarla. Seguía apoyada provocativamente en el coche, luciendo piernas y dedicándoles una media sonrisa con sus sensuales labios rosas. Entendía perfectamente que todo el pueblo hubiera estado en vilo cuando esa mujer vivía allí. En el pasado, él también había dejado que lo dominaran jóvenes como ella, con un potente magnetismo sexual que no había sido capaz de rechazar. Pero había cambiado mucho desde entonces.

Respetaba a todo el mundo y esperaba recibir el mismo trato de los demás. Pero no le gustaban especialmente ese tipo de mujeres. Después de todo, su madre había sido bastante parecida. Por eso, decidió tratar a Macy O’James con el mismo respeto con el que trataba a todos.

Se cruzó de brazos sin decir ni una palabra.

—Hola, Johnny —murmuró ella con una sensual sonrisa —. Hacía mucho tiempo que no te veía. ¿Vas a ponerme una multa por ir unos kilómetros por encima del límite de velocidad?

Su tono seguía siendo amable, pero estaba claro que trataba de provocar a Johnny. Cada vez le costaba más mantener su habitual calma. No entendía qué le estaba pasando ni por qué. No podía dejar de observarla.

Como si tuviera un sexto sentido para esas cosas y hubiera adivinado lo que estaba pensando, Macy lo miró entonces y se bajó un poco las gafas de sol para observarlo directamente. Sus ojos eran grandes y verdes. O quizás fueran castaños, era difícil distinguirlos con claridad.

Fueran como fueran, sabía utilizarlos muy bien para hipnotizar a su presa. Cada vez estaba más molesto con ella, como si no pudiera soportar que le afectara tanto.

—Bueno, parece que te interesa mucho lo que ves — comentó ella con picardía—. Podría ayudarte un poco.

Macy se separó del Corvette y giró muy despacio sobre sus tacones para que pudiera admirar mejor su anatomía. Le gustó todo lo que veía.

—¿Qué te parece, cariño? —le preguntó ella entonces.

—No está mal —repuso él encogiéndose de hombros.

—Claro… —contestó Macy con una sonrisa.

Era muy fácil para Macy coquetear como lo estaba haciendo. Pero era todo un papel, por dentro no sonreía. Era una de las cosas que menos le gustaba de Sugarville. Por mucho tiempo que hubiera estado viviendo lejos de allí, no podía deshacerse de su reputación. A nadie parecía importarle que hubiera cambiado o lo que hubiera conseguido durante su ausencia.

Pero tenía mucha práctica fingiendo que nada de aquello le importaba y eso era lo que estaba haciendo en esos momentos mientras observaba al compañero de Johnny.

Tenía un físico imponente. Supuso que debía de medir casi dos metros y era todo músculo. Estaba segura de que no tendría ni un gramo de grasa. Mientras los observaba, sintió que se le aceleraba el pulso y una oleada de calor recorrió su piel.

Le sorprendió la reacción que había provocado en ella y trató de mostrarse más coqueta y superficial aún. Se pasó la lengua por los labios mientras lo miraba con descaro.

—Y tú eres…

—Te presento a Gabriel Donovan —intervino Johnny—. El jefe de bomberos de Sugarville. Gabriel, ella es Macy O’James.

—La célebre fulana de Sugarville —murmuró ella.

Johnny tuvo la deferencia de sobresaltarse al oír sus palabras. Había sido un mujeriego desde el instituto, pero sabía que era un hombre decente.

El jefe de bomberos Donovan, en cambio, se limitó a asentir brevemente con la cabeza, como si no le sorprendiera el término que acababa de usar para describirse. Sin saber por qué, le dolió. Durante medio segundo, al ver a ese hombre y su impresionante presencia física, le dio la impresión de haber sentido algo. Algo que había desaparecido casi al instante y, fuera lo que fuera esa sensación, sabía que no podría llegar a nada. El bombero sabía quién era ella.

Pero no quería compadecerse de sí misma. Había tenido que aprender demasiado pronto que la vida no era justa ni fácil para todo el mundo. Estaba acostumbrada a ser fuerte. Levantó un poco la cabeza y echó hacia atrás los hombros. Decidió que no iba a importarle lo que ese hombre pudiera pensar de ella y se convenció de que a ella tampoco le gustaba.

Era un hombre muy atractivo con una penetrante mirada gris, pero no le había costado darse cuenta de que no le interesaba. Estaba claro que había creído los rumores y mentiras de los decentes vecinos de Sugarville sin pararse a pensar si sería verdad o no.

En menos de un minuto, ese hombre le había recordado cuánto la odiaban en ese pueblo.

Pero eso ya no le importaba. Era quien era y no se arrepentía de nada.

De nada en absoluto.

Aun así, empezaba a cansarle la actitud que la gente tenía con ella. Miró de nuevo a Johnny.

—Bueno, ¿qué has decidido? ¿Me vas a multar o no?

—Por esta vez, lo dejaré pasar.

—Perfecto, ésa era la opción que prefería —repuso mientras abría la puerta y se metía en el coche—. Hasta luego, chicos —agregó sin mirarlos.

Puso en marcha su Corvette y salió de nuevo a la carretera en dirección a su casa.

2

—Me encanta tu conjunto, no me malinterpretes —le dijo Janna con poca convicción—. Pero no entiendo por qué no te has podido cambiar antes de llegar al pueblo.

Macy, que estaba deshaciendo su equipaje y metiendo la ropa en el armario, se giró para mirar a su prima. Janna estaba sentada en un sillón. Estaban en la pensión de la que su familia era propietaria. Su prima tenía una de las piernas escayolada desde la rodilla hasta la ingle. Al lado del sillón descansaban las muletas.

—¿Qué dices? No he pasado todo el viaje vestida así. ¿Es que crees que estoy loca?

—Será mejor que no te responda. ¿No te has visto en un espejo? Vas vestida como una de esas chicas sexys que aparecían en los calendarios de los años cuarenta.

Sonrió al escuchar sus palabras.

—Creo que no me he explicado bien. Me conoces y sabes que no me gusta ir de mártir por la vida.

Vio que su prima abría la boca para protestar y recordarle sin duda aquella famosa noche. Pero no quería hablar de ello. Había pasado demasiado tiempo desde entonces y prefería olvidarlo.

—Me cambié de ropa cerca de aquí, en Wenatchee. No podía llegar al pueblo con un aspecto normal y no darles la satisfacción a mis vecinos de poder escandalizarse de nuevo.

Janna puso los ojos en blanco.

—Por supuesto, no podemos permitir que la gente no tenga nada de lo que hablar.

—Eso es. Si no tuvieran nada de lo que hablar, sería el fin del mundo —le dijo mientras sacaba una percha del armario y colgaba uno de sus vestidos—. Ellos son los que me han dado la fama. Deja al menos que me divierta siguiéndoles el juego.

—Claro. Y como eres tan dura, puedes permitirte el lujo de hacer ese papel.

—Sí, no me mires así. Sabes que soy fuerte. Tú, en cambio… —le dijo mientras la miraba con compasión—. Pareces muy frágil. Como si un simple insulto pudiera derribarte.

Su prima estaba muy pálida.

—Estoy bien —le dijo mientras trataba de acomodarse en el sillón—. Pero es difícil encontrar una posición en la que no me duelan las piernas. El médico me ha dicho que debo mantenerla elevada durante tanto tiempo como pueda, pero…

Macy frunció el ceño en cuanto oyó sus palabras.

—¡Dios mío, Janna! ¿Por qué no me lo has dicho?

Quitó del reposapiés la maleta en la que había metido casi toda su ropa dos días antes en Los Ángeles y lo colocó frente a su prima. Levantó su pierna escayolada con cuidado para colocársela allí y se le encogió el corazón al ver su gesto de dolor.

Janna era como una hermana para ella y le dolía ver cuánto estaba sufriendo. Le entraron ganas de cuidar de ella todo el día, envolverla en suaves mantas y servirle infusiones calentitas hasta que mejorara. Pero hacía demasiado calor para ese tipo de cuidados.

—No me gusta sentirme como una inválida, así que tiendo a hacer más de lo que debo. Por eso quería mi madre que vinieras. Supongo que contigo me resulta más fácil dejar que me cuiden —le confesó su prima mientras se pasaba la mano por el pelo—. Gracias por dejarlo todo y venir tan rápidamente —agregó con una sonrisa cansada.

—¿Qué? No me des las gracias —le dijo mientras se arrodillaba frente a ella y tomaba con cariño una de sus manos—. ¿Dónde iba a estar mejor que aquí? Eres mi familia. Antes de que todo se estropeara, me encantaba esta ciudad. ¿Sabes por qué? Por el tío Bud, la tía Lenore y tú. Antes de venir a vivir con vosotros, no sabía lo que era un hogar de verdad.

—Recuerdo lo contenta que me puse cuando supe que ibas a venir.

Se le llenaron los ojos de lágrimas al recordarlo. Algo avergonzada, apartó la vista y miró a su alrededor. Aunque habían quitado algunos muebles, las dos camas y las dos cómodas apenas dejaban sitio para mucho más.

—¿Estás segura de que quieres que duerma aquí contigo? —le preguntó—. Podría quedarme en el armario.

Era así como llamaban a la habitación más pequeña de la pensión, de apenas dos por tres metros.

—No está disponible —repuso Janna—. En febrero, tuvimos que hacer algunos cambios para acomodar a un nuevo huésped y Tyler está ahora en el armario. Ya verás cuando conozcas al nuevo…

—¿Habéis sacado a Tyler de su habitación para meterlo en el armario? —la interrumpió indignada—. Janna, ¡eso no está bien!

Su prima se echó a reír.

—No te preocupes, Tyler está feliz allí. Se siente como si estuviera dentro de un submarino. A su mejor amigo, Charlie, le encanta venir a visitarlo e imaginar que son espías —le confió Janna con una sonrisa.

—Sólo un niño de nueve años podría pensar que ese cuartucho es un buen dormitorio. ¿Y nuestra vieja habitación?

De adolescentes, las dos habían compartido una habitación en el piso superior durante varios años.

—La tía Lenore me dijo que estará vacía hasta que tú puedas subir y bajar escaleras, pero podría dormir allí mientras tanto. Así, estaré lo bastante cerca para ayudarte si me necesitas, pero no te estorbaría.

—El problema es que, con estas muletas, no puedo llevar nada más en las manos. Así que voy a necesitar que me ayudes durante este tiempo y preferiría tenerte cerca, Macy. Sé que aquí apenas hay sitio, pero…

—¡No, no, no! —repuso ella de manera vigorosa—. ¡No es eso lo que quería decir!

Había movido las manos mientras hablaba y se dio cuenta de que aún llevaba su gorra marinera. Se la quitó e hizo lo mismo con la peluca rubia.

—Si lo he comentado es porque no quiero molestarte a ti, no porque yo vaya a estar incómoda.

—Entonces, las dos estamos de acuerdo. Nos quedaremos aquí juntas. Pásame la peluca —le pidió Janna—. Siempre he querido saber cómo estaría de rubia.

Hizo lo que le pedía y se pasó la mano por el pelo. Llevaba el cabello largo y muy liso. Tenía un tono caramelo, nada que ver con el rubio platino de la peluca.

Suspiró al sentir la suave brisa que entraba por la ventana y jugaba con las cortinas. Se quitó los zapatos de tacón y volvió a suspirar aliviada.

—¡Qué agradable! —murmuró.

—Me alegra que al menos una de las dos esté contenta —repuso Janna—. ¿Qué tal estoy?

—Deja que lo haga yo —le dijo ella mientras le colocaba la peluca. Se levantó y dio un paso atrás para admirar su obra.

—Necesitas un poco de maquillaje.

Vació el contenido de su bolso en la cama y tomó su bolsa de maquillaje. Le puso brillo de labios y algo de color en las mejillas. Mezcló vaselina en el dorso de la mano con un poquito de sombra de ojos marrón y lo aplicó después en los párpados móviles de su prima. Durante los años que había pasado trabajando en Los Ángeles, había aprendido muchos trucos de los mejores maquilladores. Terminó con un poco de rímel para destacar sus pestañas y volvió a alejarse para ver cómo había quedado.

—Ahora sí que pareces mi prima Janna —le dijo mientras iba a por un espejo—. Toma, mírate.

Janna se observó en el espejo durante unos segundos. Después, lo dejó en su regazo y vio que se le habían llenado los ojos de lágrimas.

Se sintió muy culpable en ese momento.

—¡Dios mío, Janna! Lo siento mucho. Te lo quitaré ahora mismo —le aseguró mientras sacaba unos cuantos pañuelos de papel del bolso—. No llores, sólo tardaré unos segundos en quitarte el maquillaje.

—¡No! ¡No lo hagas! —le rogó Janna con la voz llena de emoción—. Soy tonta, no sé por qué estoy llorando. Pero es que… He vuelto por fin a verme como una mujer de verdad. Creo que es la primera vez que me siento así desde que aquel coche me atropelló y ni siquiera se detuvo para auxiliarme. O puede incluso que haya pasado más tiempo y no me haya visto como una mujer de verdad desde que Sean me dejó por una chica de veinte años. Desde entonces, sólo he sido una mujer abandonada y una paciente durante estos últimos seis meses —agregó con una sonrisa triste—. Me parece increíble haber reaccionado como lo he hecho al verme en el espejo.

Se miró de nuevo y giró la cabeza a uno y otro lado para verse desde todos los ángulos. Después, sonrió satisfecha.

—A lo mejor no debería decirlo yo, pero creo que estoy muy guapa.

—Así es —repuso ella con firmeza—. ¿Sabes lo que me gustaría hacerle a Sean y al canalla que te atropelló?

Janna movió dos dedos como si fueran tijeras.

—¡Exacto! —le dijo riendo.

Su prima suspiró entonces.

—No sé qué vamos a hacer con los hombres. No podemos vivir con ellos y la ley no nos permite castrarlos. Es una lástima.

Sin saber por qué, pensó en Gabriel Donovan. Recordó su imponente físico y su pelo casi negro. Y sus ojos grises… Tenía una nariz muy masculina, igual que la mandíbula, la barbilla y el resto de su cuerpo.

Hasta ese instante, cuando se dio cuenta de que podía recordar cada detalle de su cuerpo, no había sido consciente de hasta qué punto había conseguido atraer su atención. Aunque no le hacía ninguna gracia reaccionar de esa manera, el corazón le latió con más fuerza al recordarlo y cierta parte de su anatomía reaccionó con deseo. Le parecía increíble cuánto había conseguido afectarle ese hombre. Sobre todo cuando sólo lo había visto durante dos minutos.

Respiró profundamente y trató de recobrar la cordura. No podía seguir pensando en él.

La puerta se abrió de repente, justo la distracción que necesitaba.

—Mamá, ¿se puede quedar Charlie a cenar con…? ¡Macy! —exclamó su sobrino, Tyler, al verla allí—. ¡Has venido!

—¡Hola, cariño!

Se acercó a él, pero no supo qué hacer. Quería abrazarlo, pero tenía nueve años y pensó que a lo mejor no le gustaba que lo abrazaran delante de sus amigos.

Pero fue el propio niño el que la abrazó con fuerza por la cintura. Después, sin soltarla, levantó la cara para dedicarle una gran sonrisa.

—Estoy muy contento de que estés aquí. Mamá ha estado mucho tiempo en el hospital y luego en otro sitio donde ha hecho rehabi-rehabilita... Bueno, ese sitio donde hacía ejercicios. Ha trabajado mucho, pero aún no puede moverse sin las muletas. Me dijo que vas a quedarte algún tiempo con nosotros y que me vas a llevar a los partidos de fútbol, a los entrenamientos y a todas partes hasta que ella se ponga bien. ¿A que sí, mamá? —preguntó mirando a su madre.

Vio que Tyler se quedaba perplejo al ver el aspecto de Janna. La soltó para acercarse a su madre.

—¿Mamá? ¿Te has puesto…? ¡Vaya! Estás muy… Muy…

—Muy guapa —concluyó un niño pelirrojo que aún seguía en la puerta.

—Sí —asintió Tyler—. ¿Has usado una de esas cajas que las señoras compran en la perfumería para cambiar el color de su pelo?

—No, cariño. Es una peluca de la tía Macy.

—¿Podrías ponértela para ir a mi partido de béisbol?

—Mi amor, creo que no…

—¿Es de mi pequeña el coche rojo que hay aparcado frente a la casa? —gritó una voz de mujer desde la cocina—. ¡Macy O’James, ven aquí ahora mismo y dale un buen abrazo a tu tía!

Riendo, salió y fue deprisa a la cocina. Le faltó tiempo para abrazar a la mujer que acababa de dejar un montón de bolsas con comida sobre la mesa.

Fue increíble sentir de nuevo sus grandes y cálidos brazos. Cerró los ojos y suspiró. Seguía oliendo, como siempre, a galletas y a buena comida. Lo que tenía allí compensaba con creces todo lo que había tenido que sufrir en esa ciudad. Sus tíos, Janna y Tyler lo eran todo para ella, su familia y su hogar.

—Deja que te mire —le dijo su tía mientras se apartaba un poco—. ¿De qué vas disfrazada? Parece que acabas de salir de un musical de los años cuarenta.

Macy se echó a reír.

—Pues deberías haberme visto antes de que me quitara los zapatos de tacón, la peluca rubia y la gorra de marinero.

—Ésa es mi chica —le dijo su tía mientras le apartaba el flequillo de la frente—. No sabes cuánto me alegra tenerte de nuevo en casa, pequeña.

—Siento no haber venido más a menudo, tía Lenore. Pero es…

—Es difícil —terminó su tía por ella—. Lo entiendo perfectamente. Yo, cada vez que veo a ese chico de los Mayfield me entran ganas de arrancarle la piel a tiras. Si no hubiera sido por él y sus mentiras…

—Tienes que ver la ropa que he traído. La más sexy y provocativa que he encontrado —le dijo con una sonrisa—. Pienso darle a él y a sus amigos mucho de lo que hablar mientras esté aquí.

—¿Sería mucho pedir que lo dejaras pasar?

Se le hizo un nudo en el estómago al ver que estaba decepcionando a su tía. Durante años, había sufrido mucho por su culpa, pero no podía dar su brazo a torcer.

—No puedo hacerlo, lo siento —le dijo mirándola a los ojos —. No pienso buscar problemas, pero tampoco voy a evitarlos. Sé que la elección de la ropa parece una provocación, pero no lo es. No me paso las noches en vela pensando en cómo voy a conseguir que se escandalicen. Cuando estoy lejos de aquí, apenas pienso en ello. Pero, cuando vuelvo a Sugarville, algo cambia dentro de mí. Lo siento de verdad, tía, sé que sería mucho más fácil para todos, pero…

—No sigas, Macy. Nadie quiere que seas alguien distinto. Tú eres como eres. Pero estoy convencida de que serías mucho más feliz si pudieras olvidarlo todo —le dijo su tía mientras le acariciaba la mejilla—. Pero sé que vas a hacer lo que crees que tienes que hacer.

Lenore se apartó de repente.

—Pero no va a ser hoy. Hoy, eres toda mía. Quédate conmigo mientras guardo la comida y preparo las chuletas de cerdo. ¿Has visto ya a tu tío?

—No. Janna me dijo que ha ido a comprar algo al vivero. ¿No se os ha ocurrido que sería mucho más fácil ir en el mismo coche al pueblo?

—¡Mira qué lista nos ha salido la pequeña!

—A lo mejor me paso de lista, pero no soy pequeña. Soy mucho más grande que tú —repuso sonriendo mientras la abrazaba de nuevo.

Macy era una mujer bastante alta y su tía, había sufrido tanto tras el accidente de su hija, que parecía más pequeña y frágil aún. La había visto cinco semanas antes, cuando visitó a Janna en el hospital de Spokane, y se dio cuenta de que había perdido algo de peso.

Lenore y su madre se llevaban diecisiete años. Su tío Bud y su tía Lenore eran ya bastante mayores cuando nació Janna, lo que ocurrió sólo un mes antes de que naciera ella misma. Habían sido los mejores padres que podía haber tenido. En ese hogar había encontrado la estabilidad que le había faltado al lado de su madre.

—¿Cómo puedo ayudarte? —le preguntó entonces.

—Haciendo lo que has venido a hacer, cariño. Ayuda a Janna en lo que puedas y procura que no se preocupe tanto. Sé que estará mucho más tranquila al ver que no tiene que preocuparse por Tyler.

—Quería saber qué puedo hacer por ti ahora mismo —repuso ella riendo—. Ya sé que he venido para ayudar a Janna. Por cierto, ¿cómo se encuentra? Ella dice que está bien, pero me ha parecido que está tan pálida...

—Está mejorando, pero ya sabes que al principio fue muy duro. No le gustó nada tener que estar ingresada tanto tiempo en el centro de rehabilitación después de que le dieran el alta en el hospital. Pero ahora ya está por fin en casa y mejora cada día. El doctor cree que hará más progresos aún en cuanto empiece con la fisioterapia.

—Estupendo. Cuando te oí en la cocina, vine corriendo a verte y la he dejado sola. Voy a acercarme un momento para ver si necesita algo. Luego vuelvo y te ayudo a pelar las patatas o a lo que sea. ¿O quieres que ponga la mesa antes que nada?

—No, de eso se encarga Tyler, pero creo que acabo de oírlo subiendo las escaleras. ¿Podrías ir a recordarle que lo tiene que hacer? Y, si Charlie se queda a cenar, quiero que lo ayude a poner la mesa. Esos dos... —le dijo su tía con el ceño fruncido pero sin poder ocultar una sonrisa—. Parecen hermanos siameses, no se separan ni un minuto.

Hizo lo que le había pedido. Los niños protestaron al oírlo, pero no tardaron en bajar al comedor para poner la mesa. Fue tras ellos, pero se detuvo un segundo en la puerta de la que había sido la habitación de Janna y de ella durante años.

Después, tomó el picaporte y abrió la puerta. En vez de las dos camas en las que dormían, habían colocado una más grande con un cabecero que había estado antes en el dormitorio de la anciana señora Matheson. Pero las cortinas que la brisa agitaba en ese instante eran las mismas. Y olía igual, a una mezcla de cera para suelos, sábanas limpias y la barata colonia de chicas que habían usado su prima y ella. Solían ponerse tanta cantidad que el olor debía de haber impregnado las paredes. Había muchos recuerdos en esa habitación, tanto buenos como malos.

Salió de ese dormitorio y volvió al que iba a compartir con su prima. Se había quedado dormida en el sillón. Se le pasó por la cabeza despertarla para ayudarla a acostarse en la cama, donde estaría más cómoda. Pero decidió que no merecía la pena hacerlo, no quería que sufriera más de lo necesario.

Con cuidado para no despertarla, le movió ligeramente la cabeza y le colocó una almohada para que no se despertara con tortícolis. Después, sacó unos pantalones vaqueros de su maleta y se cambió. Mucho más cómoda, salió de la habitación para ir a la cocina y ver qué necesitaba su tía.

Su tío llegó poco después y se sentaron a la mesa para pelar guisantes mientras charlaban y se ponían al día. A las seis menos cuarto, volvió al estudio y se encontró a Janna apoyada en una de sus muletas, mirándose en el espejo y tratando de darle un poco de volumen a las zonas de la peluca que se habían aplastado durante la siesta. Terminó de hacerlo por ella y retocó también su maquillaje. Salieron después muy despacito para ir al comedor.

Desde el pasillo oyeron voces y ruido de sillas. En la pensión de sus tíos, todo el mundo cenaba a la vez a las seis de la tarde. Tenía curiosidad por saber quiénes estaban allí alojados y cómo se llevarían entre sí. Era algo que siempre le había gustado observar, desde que llegara a esa casa siendo aún muy joven.

Pero cuando llegó a la puerta del comedor, se quedó paralizada y estuvo a punto de hacer que Janna perdiera el equilibrio.

—No puede ser —se dijo con incredulidad.

Sentado a la mesa, ocupando más de un sitio con sus anchos hombros y con una leve sonrisa en la cara, estaba la última persona a la que habría esperado ver allí.

Ni más ni menos que el jefe de bomberos, Gabriel Donovan.

3

Gabriel sintió que el tiempo se paraba cuando oyó la voz de Macy.

Pero la sensación sólo duró un segundo y las conversaciones y el ruido de platos volvieron a llenarlo todo. Consiguió recuperarse a tiempo y que su rostro no reflejara su sorpresa. Miró de nuevo a Mike Schwab, uno de los tres huéspedes que estaban allí para estudiar el proyecto agrícola experimental de Sugarville. No quería darle a esa mujer la satisfacción de pensar que conseguía afectarlo. Tampoco entendía por qué no se le había ocurrido antes que podría volver a verla allí, ya había sabido que era la sobrina de los dueños y lo lógico era que se hospedara en la pensión de sus tíos.

Pero, aunque le gustaba pensar que era un tipo observador, le había costado reconocerla al principio. Cuando oyó su voz, se le fue la vista a la atractiva rubia, pero se dio cuenta entonces de que no era ella. Imaginó que la escayola de Janna habría sido la primera pista. Miró entonces a la joven que sostenía sus muletas y la ayudaba a sentarse en una silla.

Nada más verla, una oleada de calor recorrió su espalda.

Pero trató de no pensar en ello y concentrarse en las razones que le habían llevado a confundirla. Seguía siendo una mujer muy atractiva, pero no se parecía en nada a la explosiva rubia del Corvette.

Su pelo era de un rubio más oscuro, lo llevaba largo, muy liso y con un flequillo que hacía que resaltaran más sus facciones. Con la peluca de rizos rubios, la atención se le había ido a los ojos. Comprobó entonces que eran castaños. El interior del iris tenía una tonalidad más verde, que se iba mezclando con un bello color castaño al alejarse de la pupila. En cuanto a su ropa, se había quitado los provocativos pantalones cortos y llevaba unos vaqueros bastante ceñidos e iba descalza. Ya no tenía aspecto de pin-up, parecía salida de una granja. Era la misma mujer, pero representaba una fantasía muy distinta.

Pensó entonces que quizás fuera ésa la razón por la que había tenido tanto éxito protagonizando vídeos musicales. Era una joven camaleónica, capaz de cambiar de aspecto rápidamente sin dejar por ello de ser la atractiva protagonista de los sueños de todos los hombres.

—Hola, señor Grandview —le dijo Macy al anciano que estaba sentado a un extremo de la mesa—. Cuánto me alegra verlo de nuevo. ¿Sigue rompiendo corazones? —le preguntó con entusiasmo.

No podía creerlo, la escena le pareció repulsiva. Ese hombre debía de tener unos ochenta y cinco años, pero a esa joven parecía darle igual. Era como si no pudiera controlar sus impulsos y tuviera que coquetear con todos.

Pero vio que al señor Grandview no le importaba.

—Así es, señorita —repuso entre risas—. Cada vez que se organiza un baile en el centro de mayores, aparecen tantas admiradoras a mi alrededor que tengo que quitármelas de encima con un matamoscas.

Macy le dedicó una gran sonrisa de admiración.

—Siempre ha sido un mujeriego.

Lenore le pasó un cuenco con guisantes a Dawson, que estaba a su izquierda.

—Que todo el mundo se sirva la comida antes de que se enfríe, por favor —les dijo la dueña de la pensión—. Pero antes que nada, quiero presentarles a mi sobrina, Macy O’James. Macy, te presento a Brian Dawson —añadió mientras señalaba al joven que tenía a su izquierda—. Está aquí estudiando métodos de agricultura junto con Mike Schwab y Jim Holstrom — agregó mientras señalaba a cada persona—. Y esta pareja de enamorados son Justin y Tiffany McMann — concluyó mirando a los dos jóvenes que no dejaban de susurrarse cosas al oído.

—¿Recién casados? —les preguntó Macy mientras servía una chuleta de cerdo a su prima y ponía otra en su propio plato—. Te pongo también algunas patatas, ¿verdad? —le sugirió a Janna.

La joven miró entonces a Justin y a Tiffany con cara de arrepentimiento.

—Lo siento. No era mi intención haceros una pregunta y no esperar siquiera a que me contestarais.

Macy sonrió al ver que su disculpa sobraba, los jóvenes no le prestaban ninguna atención.

—Bueno, supongo que era una pregunta muy tonta, me habría bastado con observarlos para adivinarlo.

Lenore se echó a reír.

—Y este hombre tan grande que tienes delante es Gabriel Donovan, el nuevo jefe de bomberos.

Pensó que Macy iba a fingir que no lo conocía, pero se limitó a asentir con la cabeza mientras miraba a su tía.

—La verdad es que ya me lo han presentado, lo vi en la autopista —le dijo—. Johnny Angelini me paró por ir algo más deprisa de lo permitido y el jefe de bomberos Donovan estaba con él. Lo que no sabía era que estuviera viviendo en la pensión.

—Estaré aquí hasta que terminen de construir mi casa —repuso él tratando de ser amable—. Pero no sé si seré capaz de renunciar a la comida de Lenore cuando ya tenga mi casa. Por cierto, puedes llamarme Gabriel.

Brian, Mike y Jim se apresuraron entonces a decirle a Macy que también podía tutearlos. No le extrañó que lo hicieran, pero habría esperado un poco más de dignidad de tres hombres adultos como ellos. Le pareció que se comportaban como adolescentes.

Miró entonces a Janna y vio que estaba muy distinta.

—Tienes un aspecto estupendo esta noche.

—Gracias, Macy me ha maquillado —repuso la mujer sonrojándose.

—Mamá está muy guapa, ¿verdad? —intervino Tyler—. Y ni siquiera ha tenido que usar esa pintura de pelo que viene en una caja.

—Es verdad —agregó Charlie—. Lo que lleva es una peluca de la tía de Tyler.

Le entraron ganas de observarla con más detenimiento, pero se contuvo y siguió observando a Janna.

—Te queda muy bien —le dijo.

—¿A que sí? —comentó Lenore—. Y me encanta verla maquillada de nuevo, con algo de color en las mejillas.

—Entonces, ¿te puso Johnny una multa, cariño? — le preguntó entonces Bud a su sobrina.

Gabriel miró a Macy, preguntándose si les contaría la historia con la misma actitud chulesca que había tenido en la autopista. Pero Macy se limitó a encogerse de hombros y consiguió sorprenderlo de nuevo.

—No. Johnny siempre ha sido un buen chico, se limitó a darme un aviso. Charlie se retorció en su asiento para mirar a Macy con mucho interés.

—Mi hermana me ha dicho que eres una estrella de cine o algo así.

Tyler miró a su amigo con impaciencia.

—Le he dicho muchas veces que no lo eres, pero no me hace caso. Su hermana Amy no deja de decirle que eres una actriz de cine.

Macy sonrió a los niños.

—Tyler tiene razón, Charlie. He conseguido obtener cierto reconocimiento en el mundo de los vídeos musicales, pero no soy una actriz conocida ni mucho menos —aseguró Macy mientras señalaba la cesta del pan—. ¿Podéis pasármela, por favor?

Cuando tuvo la cesta en sus manos, se la llevó a la nariz, cerró los ojos e inhaló con una gran sonrisa en la boca. Los abrió de repente y lo miró con una sonrisa al ver que había estado observándola. Se estremeció al sentir su mirada. Al ver que se pasaba la lengua por los labios, se dio cuenta de que estaba jugando con él. Y, a juzgar por cómo estaba reaccionando su cuerpo, lo había conseguido.

Maldijo entre dientes. No entendía por qué esos ojos, esa voz y el resto de su cuerpo estaban consiguiendo afectarlo tanto. No solía dejar que las mujeres lo dominaran de esa forma, no lo permitía.

Tenía cierta curiosidad por saber cómo iba a comportarse delante de sus tíos, le costaba creer que fuera a seguir con su provocativa actitud.

—No me extraña que te preocupe quién va a cocinar para ti cuando te mudes a tu nueva casa —murmuró ella entonces—. Porque mi tía Lenore es la mejor cocinera del mundo.

Macy dejó entonces de mirarlo para tomar un trozo de pan y pasarle la cesta a Janna.

No le gustaba que jugara con él de esa manera, pero se sintió algo decepcionado al ver que ya no tenía su atención.

Macy acababa de colocar a Janna en el sillón de su dormitorio, acomodándola de la mejor forma posible con cojines, cuando su prima hizo ademán de levantarse de nuevo.

—¡No te muevas! —exclamó Macy mientras la sujetaba por los hombros—. Siéntate, no te muevas. ¿Qué es lo que necesitas?

—Yo, nada. Pero se me había olvidado que tengo que preparar el uniforme de béisbol del equipo de Tyler. ¿Cómo puedo ser tan tonta? Tenía intención de ver si estaba limpio y preparado para mañana, pero se me ha olvidado —le dijo Janna mientras trataba de levantarse.

—No te muevas de aquí —le ordenó ella—. Para eso he venido, ¿de acuerdo? Así que tranquilízate. Voy a ver si está todo listo. Si lo encuentro medio arrugado debajo de la cama, le diré que lo saque de allí y bajaremos juntos a meterlo en la lavadora. No pasa nada, hay tiempo de sobra y siempre hay mucha ropa que lavar en esta casa.

—De acuerdo —repuso su prima relajándose de nuevo entre los cojines—. Gracias, Macy. Gracias por todo. Esto es muy difícil. Cualquier pequeño problema me parece grandísimo e imposible de superar.

—Lo sé, pero para eso me tienes aquí, para ayudarte a superar todos los problemas que se te crucen en el camino. Ahora, voy a ayudarte a levantar la pierna. ¿Quieres leer un libro o ver la televisión un rato? ¿Te apetece que te traiga algo de la cocina?

—No, claro que no. Si acabamos de cenar... Aún estoy llena.

—Te entiendo perfectamente. Tu madre, además de ser una gran cocinera, es muy generosa con las porciones. No estaba exagerando cuando se lo dije al jefe de bomberos, va a echar de menos su comida.

Pero lo último en lo que quería pensar en esos momentos era en Gabriel Donovan. Le molestaba no poder quitárselo de la cabeza cuando estaba claro que a él le era completamente indiferente.

—Bueno, voy a ver si encuentro el uniforme de Tyler.

Subió deprisa las escaleras y fue hasta el pequeño cuarto que en la pensión siempre habían llamado «el armario». Llamó con los nudillos.

—¿Quién es? —preguntó su sobrino.

—Soy un emisario que viene de parte de su comandante, marinero Purcell.

Tyler abrió la puerta.

—No soy un marinero, tía Macy. ¡Soy el capitán del submarino! —le dijo el niño en un tono muy serio.

—Lo siento, capitán. Bueno, ¿está todo preparado para el partido de mañana? ¿Tienes el uniforme limpio?

—Sí. Mi abuela lo lavó y está colgado en el armario.

—Excelente. ¿Tienes también las zapatillas, los calcetines, el guante y todo eso?

—Sí, está todo listo —repuso mientras respiraba con impaciencia—. ¿Podemos seguir jugando?

Vio a Charlie detrás de su sobrino. Lo agarró por el cuello como si fuera a hacerle una llave de judo y se dio cuenta de que el juego consistía en pelearse.

—Sí, por supuesto. Si a eso lo llaman…

Pero no pudo terminar la frase antes de que le dieran con la puerta en las narices, casi literalmente.

—Hombres… —suspiró ella mientras se daba la vuelta con una sonrisa.

Pero se quedó sin aliento al darse de bruces contra alguien. Levantó la mano para no perder el equilibrio y la apartó deprisa al notar que tocaba unos potentes abdominales. Vio que se trataba de uno de los jóvenes que estaban estudiando el proyecto agrícola de Sugarville.

—¡Cuidado! —le dijo él.

—Lo siento, no te había visto —repuso ella mientras se apartaba—. Tú eres Brian, ¿verdad?

—Sí. Por cierto, no tuve ocasión de comentarte durante la cena que me gustan mucho tus vídeos. Sobre todo los del grupo Beso Australiano. En el de la canción Burn, Baby, Burn salías guapísima. Me parece increíble que te haya podido conocer en persona.

Parecía estar siendo sincero y le gustó que no la mirara de manera lasciva como le pasaba con muchos de sus admiradores. Al principio, había sido agradable, pero había terminado por cansarse de esos comentarios. Cada vez estaba más satisfecha con el giro que acababa de dar a su carrera, pasando de protagonizar los vídeos a trabajar entre bastidores.

Como Brian parecía un chico agradable, decidió seguirle el juego adoptando su papel habitual.

—Eres un encanto. Me alegra que te gustara —le dijo con su voz más seductora.

—Lo digo de verdad. Todos están bien, pero ése…

No pudo terminar la frase. Se abrió en ese momento la puerta del baño, que estaba detrás de ella. El pasillo se llenó de vapor y de aroma a jabón.

—Hola, Gabriel. Le estaba diciendo a Macy cuánto me gustó su vídeo.

Lo último que necesitaba era verlo de nuevo, sobre todo tras una ducha. Pero no le quedó más remedio que darse la vuelta. Se quedó sin respiración al ver que sólo llevaba puestas dos toallas. Una le cubría las caderas. La otra la llevaba colgada sobre los hombros.

—Así pareces más grande y fuerte aún. ¿Acostumbras a pasearte por los pasillos de la pensión medio desnudo?

—Es difícil ducharse con la ropa puesta —repuso Gabriel.

—Pero siempre cabe la posibilidad de secarse y vestirse en el baño, ¿no?

—Creo que todos nos hemos acostumbrado a que esta planta sea una especie de club masculino —intervino Brian—. Bueno, será mejor que me vaya. Ha sido un placer hablar contigo, Macy.

—Lo mismo digo, guapo —se despidió ella mientras miraba a Brian—. Supongo que nos veremos bastante por aquí.

Lo observó mientras se alejaba por el pasillo y lo despidió con la mano cuando vio que se detenía frente a la puerta del dormitorio para mirarla de nuevo. El joven bajó la cabeza con timidez y entró en su habitación. Se dio la vuelta para mirar a Gabriel y vio que se había acercado mucho mientras ella se despedía de Brian.

—¡Vaya! —exclamó al ver que tenía su torso a pocos centímetros de la cara.

Olía a jabón y a espuma de afeitar. Dio un paso atrás y lo miró de arriba abajo. Se le fueron los ojos a la clara mata de vello que cubría su torso.

—No puedes evitarlo, ¿verdad? —le preguntó él.

Vio una gota de agua bajando por su cuello en dirección a su torso. Y, al verla pasar por una de sus clavículas, tuvo que contenerse para no lamerla. Decidió apartar la vista y mirarlo a los ojos para evitar la tentación.

—¿Cómo? ¿Qué es lo que no puedo evitar? —preguntó algo confusa.

—El coqueteo. Parece que lo que menos te importa es su edad o cómo sean. Te gustan por igual los que acaban de dejar atrás la adolescencia, como esos estudiantes, y los que tienen ya un pie en la tumba, como el señor Grandview. ¿Es que tienes que coquetear con todos?

—No recuerdo haberlo hecho contigo. ¿Por eso te has enfadado, cariño? ¿No te gusta que te dejen fuera?

Algo le decía en su interior que se estaba equivocando, que no era buena idea provocarlo de esa manera. El corazón le latía con fuerza, pero había aprendido desde muy pequeña a mantenerse en su sitio y a no ceder ni un ápice.

Se acercó a él y tocó con la yema de su dedo la gota que había estado observando antes. A pesar de lo rápido y leve que había sido el contacto, no pudo evitar estremecerse. Trató de ocultar cómo se sentía mientras se llevaba el dedo a los labios.

Pero Gabriel agarró su muñeca antes de que pudiera lamerlo. Se lo llevó a sus propios labios y deslizó el dedo en su boca. Sentir su húmeda y cálida lengua alrededor de su dedo le produjo una reacción para la que no estaba preparada y sintió que se excitaba. Gabriel atrapó el dedo con sus labios y succionó con fuerza, soltándolo después muy lentamente. No podía respirar, no había estado preparada para un momento tan erótico.

—Yo no soy ni un niño ni un viejo —le dijo él entonces—. Será mejor que te lo pienses bien antes de hacerme ninguna oferta, ya sea explícita o no. Sobre todo si no estás preparada para llegar hasta el final — agregó mientras se alejaba de su lado para volver a su habitación.

Se giró para observarlo con el corazón en la garganta. Tenía un físico espectacular. La espalda más fuerte que había visto en su vida y largas y musculosas piernas.

Se dio cuenta de que debía seguir su consejo, porque lo que acababa de pasar había conseguido afectarla mucho.

Creía que no tenía sentido, Gabriel se había limitado a lamerle el dedo, no se había quitado la toalla para aplastarla entre su musculoso cuerpo y la pared con la intención de hacerle el amor allí mismo.

No lo había hecho, pero había conseguido dejarla sin palabras. Y lo más increíble de todo era darse cuenta de que le habría encantado que hiciera algo más.