Lo que no puedes hacer… debes contarlo - Luis Chiozza - E-Book

Lo que no puedes hacer… debes contarlo E-Book

Luis Chiozza

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Beschreibung

Dado que el pensamiento nace de la necesidad de saber, "antes de actuar", si las consecuencias de nuestros actos serán acordes con los fines que los motivan, cae por su propio peso que pensamos para saber qué hacer. Por eso pensamos cada vez que nuestras acciones automáticas (que se realizan con éxito de manera inconsciente) fracasan. No cabe duda de que la situación que se manifiesta como "no saber qué hacer" (que conduce a expresiones como "no va a pasar nada" o "no se puede hacer nada", que se formulan como negaciones dobles que ocultan lo contrario) posee una enorme trascendencia por la extrema frecuencia con la que se produce. La pregunta es, entonces: ¿queda algo por hacer? Encontramos una respuesta en el filme Soy un gran mentiroso, donde la inconmensurable y conmovedora experiencia de Fellini nos revela (¡entre tantas otras cosas!) que, "cuando 'no sabemos qué hacer', todavía podemos contarlo". Esa curiosa e innegable realidad (que lo que surge de la boca y la pluma de los seres geniales continuamente comprueba) no sólo nos acerca hacia la confidencia fraterna que subyace en el fondo de toda psicoterapia. Es nada menos que la que sostiene la existencia de la literatura, que se constituye, como relato, para llegar a ser la auténtica forma, arcaica y original, de la historia.

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Seitenzahl: 267

Veröffentlichungsjahr: 2023

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Luis Chiozza

Lo que no puedes hacer…debes contarlo

Apuntes de todos los días

Chiozza, Luis Antonio

Lo que no puedes hacer? debes contarlo : apuntes de todos los días / Luis Antonio Chiozza. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Libros del Zorzal, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-599-900-8

1. Lenguaje. 2. Desarrollo Emocional. 3. Comunicación. I. Título.

CDD 152.4

Diseño de tapa: Silvana Chiozza.

© 2023. Libros del Zorzal

Buenos Aires, Argentina

<www.delzorzal.com>

Comentarios y sugerencias: [email protected]

Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio o procedimiento, sin la autorización previa de la editorial o de los titulares de los derechos.

Impreso en Argentina / Printed in Argentina

Hecho el depósito que marca la ley 11723

Al recuerdo de mi madre,

destinataria de mis primeras palabras,

y al de mi padre,

que las llenó de vida regalándome “cosas”

como las poesías de Trilussa y las voces de Porchia.

Índice

Prólogo. Lo que no puedes hacer debes contarlo | 10

1. El laburo, el trabajo y las vacaciones | 12

2. Frente a la turbulencia inevitable | 14

3. Cuando no se sabe qué hacer | 16

4. Las palabras y las cosas | 18

5. El “ignorado” impacto inconsciente | 20

6. ¿Qué lo-cura? | 22

7. Global y colonial | 24

8. Cuando las palabras mueren… | 26

9. El hombre de la calle | 28

10. La distracción como recurso | 30

11. No va a pasar nada… | 32

12. El escritor y el lector | 34

13. Envejecer | 36

14. Vacunarse | 38

15. Dos caminos para un mismo resultado | 40

16. Un enemigo poderoso... | 42

17. El motivo de todas las guerras | 44

18. Freud también pudo equivocarse | 46

19. Ser alumno | 48

20. Sin enamorarse, es imposible crecer | 50

21. Explicar no es lo mismo que justificar | 52

22. Una vejez “en forma” | 54

23. En una isla… | 56

24. Todo palabras… | 58

25. El cansancio y la tristeza | 60

26. ¿Qué fue lo que dije? | 62

27. Sinergia | 64

28. Dónde y qué | 66

29. Pensar mal se paga caro | 68

30. Tres libros | 70

31. La gente y el “se” | 72

32. La construcción del enemigo | 74

33. La malsana humillación | 76

34. El oscurantismo tecno-lógico | 78

35. Cuando un amigo se va… | 80

36. Donde se habla de ser y de poder | 82

37. El “proceso” de duelo | 84

38. La asimilación del psicoanálisis | 86

39. Saber con quién estoy | 88

40. La montaña | 90

41. Las distintas maneras de estar vivo | 92

42. Arte poética | 94

43. Opacidad y transparencia | 96

44. Fealdad y belleza | 98

45. Complejo de Edipo | 100

46. Lo importante es darse cuenta | 102

47. La certidumbre de las historias | 104

48. Fuera de sí | 106

49. Una página sobre la costumbre | 108

50. Los matices del verde | 110

51. Ser usado | 112

52. Prejuicios | 114

53. El celular | 116

54. El deseo de vivir | 118

55. La rendición de cuentas | 120

56. Dos maneras de estar loco | 122

57. Ser persona | 124

58. Dios se lo pague | 126

59. El baluarte | 128

60. Las transferencias recíprocas | 130

61. Sentimientos y problemas | 132

62. Acerca de la culpa | 134

63. Acerca de la envidia | 136

64. Acerca de los celos y de la rivalidad | 138

65. El temor de los ángeles | 140

66. Entender lo que se siente | 142

67. Lo que le sucede a Juan Pérez | 144

68. El sueño y la vigilia | 146

69. Las pesadillas y los sueños | 148

70. El día que me quieras… | 150

71. Loco sí, pero ¿cuándo? | 152

72. Acerca de la erudición espuria | 154

73. Hasta dónde… | 156

74. Padre… tú nunca me has abandonado, fui yo | 158

75. Romanticismo | 160

76. Cuando el pájaro se para en la escopeta | 162

77. “A quienes hoy extraño…” | 164

78. Entre fallido y falluto | 166

79. Y los sueños… sueños son | 168

80. Psicoanalizarse | 170

81. Países y personas | 172

82. Dentro de todo | 174

83. En el día del amigo | 176

84. Salir | 178

85. Hay momentos y momentos | 180

86. La enfermedad y los síntomas | 182

87. Instantánea | 184

88. ¿Qué significa curar? | 186

89. Las cosas de la vida | 188

90. Cualquiera | 190

91. Los “núcleos” psicóticos | 192

92. Argentiníatrico | 194

93. Espacio y tiempo | 196

94. En tiempos de “mala onda” | 198

95. Entereza | 200

96. La regla fundamental | 202

97. Tres destinos | 204

98. Por las buenas | 206

99. Dos maneras de psicoanalizarse | 208

100. El remanente | 210

101. La dificultad para entenderse | 212

102. Sexo evacuativo | 214

103. Con qué cara… | 216

104. La pacientela | 218

105. Queriéndonos tanto… | 220

106. El viejo médico | 222

107. Decime la verdad | 224

108. El valor del dinero | 226

109. El hermano mayor(en homenaje a Porchia) | 228

110. La coartada | 230

111. El hilo | 232

112. No es lo mismo hablar que decir | 234

113. ¡Qué tristeza! Argentina | 236

114. En confesión fraterna | 238

115. Es la economía, estúpido | 240

116. Semiología y clínica | 242

117. Decir callando | 244

118. Dos consciencias cognoscitivas | 246

119. Conciencia y consciencia | 248

120. El poder del amor | 250

121. La vida es sueño | 252

122. Los vinculantes | 254

123. Parábola de los ladrillosy la investigación científica | 256

124. En el juego de la vida | 259

125. Sentir y pensar | 261

126. Las palabras | 263

127. Acerca de la originalidad | 265

128. La construcción de una teoría | 267

129. Los vicios | 269

130. Las brujas y yo | 271

131. La prioridad de lo ubicuo | 273

132. Del como si al sí | 275

133. El obstáculo | 277

134. El corazón herido | 279

135. Acerca del bien y del mal | 281

136. Lo que queremos tener | 283

137. Hasta cierto punto | 285

138. La maldad y la bondad | 287

139. Sobre guardar y gastar | 289

140. El porvenir de la necesidad | 291

141. Añoranzas y recuerdos | 293

142. Homo sapiens | 295

143. Periodismo | 297

144. Despedida | 299

145. Decálogo de la amargura melancólica | 301

146. Un tipo piola | 302

147. La consciencia y lo psíquico genuino | 304

148. El equívoco placer de terminar | 306

149. Las inusitadas trayectorias de “una vida” | 308

150. La inmoralidad a la luz del psicoanálisis | 310

Epílogo. Apuntes de todos los días | 312

Prólogo

Lo que no puedes hacer debes contarlo

Federico Fellini (en una película de Damian Pettigrew, Soy un gran mentiroso, en la cual colaboran, desde distintos campos de la cultura, unos veinte representantes egregios; entre ellos, Donald Sutherland, Terence Stamp, Giulietta Masina, Marcello Mastroianni y Nanni Moretti) cuenta que cuando filma se siente poseído por un oscuro habitante que toma el control del espectáculo y al que no conoce, a pesar de que con él convive y ha convivido siempre, “poniéndose, inevitablemente, a su disposición” (más allá de los deseos de su padre, que lo quería médico, y los de su madre, que lo imaginaba cardenal).

Fuera del set (en donde vive inmerso en un territorio tabú, enajenado de las leyes), se siente vacío en lo que se considera la existencia “normal”. Filmando siempre se sintió en su lugar, inundado por algo que ocurre sin haberlo elegido, cumpliendo con un destino predispuesto (como un tren que debe recorrer prefijadas estaciones y “sabe” cuánto tiempo debe detenerse en cada una), encontrándose con amigos y congéneres oportunos en los momentos adecuados.

Lo que dice coincide con lo que señala (a partir de Nietzsche) Italo Calvino (uno de los insignes colaboradores que aparecen en el filme de Pettigrew): “eso” (y no “yo”) es quien cuenta, quien escribe y quien habla.

La mentira de la cual nos habla Fellini, y a la que en un cierto sentido revindica (mencionando la importancia que le concede el psicoanálisis frente a la “pretendida” verdad), es la que vivimos en nuestra existencia onírica y en nuestras fantasías diurnas inconscientes, pero, como no podría ser de otra manera, también le otorga valor a nuestra vida de vigilia, cuando destaca la función que ha cumplido en su producción cinematográfica el deber, que lo condujo a respetar los compromisos asumidos las veces en que recibió un adelanto de dinero para filmar una película.

Por fin, si cabe preguntarse, frente al hecho de que “soñar y decir también es hacer”, ¿es todo lo que podemos hacer?, subrayemos que Fellini, explícitamente, responde: lo que no podemos hacer debemos contarlo.

1

El laburo, el trabajo y las vacaciones

La palabra “trabajo” deriva etimológicamente de tortura. “Laburo” es un término coloquial que proviene del italiano lavoro, que corresponde al castellano “labor”, contenido en el vocablo “elaboración”, que alude a un proceso creativo y sano.

Por una circunstancia cuyos orígenes ignoro, las palabras “laburo” y “trabajo” funcionan invertidas en su uso popular, porque se suele considerar que un trabajo es valioso y deseable (de la afirmación: “El trabajo es salud”, ha surgido la ironía: “Entonces, que trabajen los enfermos”) y que un laburo podrá ser necesario, pero es algo forzado y penoso, hasta llegar, a veces, al extremo de constituir un injusto “castigo”.

Existe, además, un malentendido significativo: la confusión de la carencia de un empleo con la carencia de un trabajo. Un empleo es un trabajo encomendado por alguien que se compromete a otorgar una remuneración estable (el salario) que comienza por ser independiente de “la colocación” del producto realizado y llega, con frecuencia, a ser también independiente de la cantidad o la calidad de aquello que el “trabajador” logra producir. En un mundo en donde “está todo por hacer”, podrán faltar los empleos (cuando disminuyen las personas que emprenden proyectos que aseguran remuneraciones), pero el trabajo “pendiente” (en el ámbito colectivo y en la intimidad de cada vivienda), en lugar de faltar, abunda.

Un malentendido de similar importancia reside en las vacaciones, que evolucionaron, desde ser anuales (o coincidentes con el weekend), a ser circunstanciales y repetidas en cada ocasión “propicia”. Lo que sucede en la semana permite señalar un equívoco que agrava la diferencia entre las vacaciones que deseo y las que logro y que surge de ignorar que, para que algo sea vacación, es necesario que interrumpa una actividad que consiste en trabajar. Es inútil negar que el placer que puede obtenerse “de viernes a lunes” es un placer complementario que “nace” del placer saludable que surge de las tareas realizadas, “de lunes a viernes”, en la actividad que define la forma en que cada persona se inserta en la sociedad que habita.

2

Frente a la turbulencia inevitable

Desde tiempos inmemorables, navegar en el mar se ha constituido en una metáfora del trascurso de la vida, reiteradamente utilizada. De allí aprendemos que se puede “correr” un temporal, dejándose llevar por la fuerza de los vientos, cuando se tienen por delante aguas navegables. Cuando, en cambio, no es así, no queda otro recurso que capear, “contra viento y marea”, una tormenta de la que no se puede escapar. También aprendimos que hay tiempos para llorar y tiempos para reír y que no hay que olvidar el sol en la oscuridad de la tormenta ni el fragor del temporal cuando el mar está en calma.

En tiempos más recientes, la llegada del avión, que “navega” en el aire, ha enriquecido nuestros pensamientos con nuevas metáforas. Allí, la tormenta de “truenos y centellas” es, sobre todo, turbulencia, y ante un frente turbulento que no se puede soslayar no queda otro remedio que afrontarlo.

La física describe la turbulencia como un movimiento desordenado de las moléculas, de un fluido, que engendra torbellinos. Pero en el terreno de las relaciones humanas, además del carácter destructivo de los estados emocionales desordenados, muchas veces violentos, se han llegado a identificar, con el nombre de “tormenta cerebral”, torbellinos intelectuales creativos que surgen en el trabajo intelectual colectivo de un conjunto de personas que abordan, al mismo tiempo, un determinado asunto.

Lo que “nos toca vivir” ahora engloba, en una turbulencia idéntica, y de manera insoslayable, tanto el mundo “social” que nos rodea como el espacio íntimo de nuestras relaciones entrañables. Duele que se reitere, por todas partes, un distanciamiento recíproco que persiste sin remedio y la ubicuidad de un malestar que en cada vínculo introduce un conflicto. En ambos territorios (sociedad y familia), y sin alternativas, tenemos que atravesar el temporal que “se viene”, para poder continuar en el camino. Pero hemos aprendido que no todo será pérdida pura; agotada la tempestad, nace la calma, y precisamente por eso, aunque sea con los mástiles rotos, valdrá la pena seguir hacia delante “haciendo de tripas corazón”.

3

Cuando no se sabe qué hacer

Un amigo me contó que su profesor de filosofía señalaba que la célebre y categórica sentencia de Sócrates, “sólo sé que no sé nada”, surgió precisamente de la sabiduría, lo cual le servía para reconocer que cuanto más se sabe más se ignora. Aquel profesor lo ejemplificaba mostrando que, si la superficie del círculo que representa la totalidad de lo que sabemos se agranda, crece inevitablemente la circunferencia que alude al perímetro que, de ese modo, nos pone en contacto con un sector mayor de lo que ignoramos.

Dado que el pensamiento nace de la necesidad de saber, “antes de actuar”, si las consecuencias de nuestros actos serán acordes con los fines que los motivan, cae por su propio peso que pensamos para saber qué hacer. Por eso pensamos cada vez que nuestras acciones automáticas (que se realizan con éxito de manera inconsciente) fracasan.

No cabe duda de que la situación que se manifiesta como “no saber qué hacer” (que conduce a expresiones como “no va a pasar nada” o “no se puede hacer nada”, que se formulan como negaciones dobles que ocultan lo contrario) posee una enorme trascendencia por la extrema frecuencia con la que se produce.

Las reflexiones que expusimos surgen con el deseo de explorar si queda, en el fondo de la situación que hasta aquí describimos (que se presenta como un perturbador callejón sin salida), algo por hacer.

Encontramos una respuesta en el filme Soy un gran mentiroso (realizado por Damian Pettigrew), en donde la inconmensurable y conmovedora experiencia de Fellini nos revela (¡entre tantas otras cosas!) que, “cuando ‘no sabemos qué hacer’, todavía podemos contarlo”. Esa curiosa e innegable realidad (que lo que surge de la boca y la pluma de los seres geniales continuamente comprueba) no sólo nos acerca hacia la confidencia fraterna que subyace en el fondo de toda psicoterapia. Es nada menos que la que sostiene la existencia de la literatura, que se constituye, como relato, para llegar a ser la auténtica forma, arcaica y original, de la historia.

4

Las palabras y las cosas

El significado de lo que se habla es indivisible en su totalidad, como el enunciado espontáneo que, artificialmente, solemos dividir en palabras. Nombramos a las cosas y a sus movimientos (de los adjetivos surgen sustantivos y de las acciones, verbos). Designamos conceptos “cerrados”, y “cosas”, como representaciones “abiertas” al conocimiento nuevo.

Desde antiguo se discute si la relación entre el signo lingüístico y su referente es convencional o arbitraria o surgen, ambos, desde una natural comunidad de origen. La cuestión (cuyos últimos retoños todavía subsisten) se remonta a la controversia entre Hermógenes y Cratilo (supuestos maestros de Platón). La tesis de Cratilo (que la investigación psicoanalítica, la biosemiótica y los hallazgos de Chomsky avalan) sostiene que las palabras crean lo que nombran (el insigne lingüista Todorov arriba a la misma conclusión). No sólo vivimos en un mundo que “prorrumpe” en una forma verbal (y las palabras se combinan entre sí en oraciones como las cosas se combinan en el mundo), sino que además, como señala Dante en La divina comedia, las cosas son metáforas de sí mismas, las vemos como si fueran las palabras que las nombran, y sus cualidades constituyen una especie de escritura “encarnada”.

Mientras tanto, el reconocimiento de que nos suceden efectos de cosas que ignoramos dio lugar a la palabra “ignominia” para designar algo que “no tiene nombre”. Frente a tal desasosiego, tan actual, cabe señalar un recurso.

Lewis Thomas (en The Fragile Species) describe cuatro tipos de lenguaje. El lenguaje uno, cotidiano, con el cual nos hablamos para presentarnos, asistirnos y tolerarnos mutuamente. El dos, también habitual (inconscientemente metafórico), que procura esclarecer nuestros estados de ánimo y aquello que pensamos, sentimos y evocamos. Cuando estos lenguajes habituales fracasan, el tres, racional, cuyo paradigma reside en la universalidad de las matemáticas, no alcanza. Es necesario recurrir al cuatro, poético (difícil de “explicar”, como la música), que otorga resonancias e iluminaciones plenas de emotividad y es tan diferente del lenguaje habitual como lo son las matemáticas.

5

El “ignorado” impacto inconsciente

Tal como está organizado el “mundo” actual, funcionamos víctimas de un divorcio entre nuestros ingresos conscientes y parciales y nuestros ingresos inconscientes y “totales”, que nos precipita en inesperadas consecuencias que explican una parte del desconcierto que hoy devora nuestra alegría de vivir. Lejos de pretender identificar culpables, inventemos un ejemplo representativo.

Podemos imaginar que encendimos nuestro televisor para recibir las noticias que nos comunican los conductores de los programas periodísticos que más valoramos, escuchando informes y reflexiones enunciados con seriedad y solvencia, que juzgamos verdaderos y confirman el respeto que habitualmente nos inspira un determinado periodista que apreciamos. Imaginemos, también, que de pronto se interrumpen las noticias para que el mismo comunicador trate de inocularnos la evidente mentira de que el lavarropas marca ZZ es el mejor que hay en plaza y que la crema cosmética XX es la única preparada con placenta de tortuga (aunque sabemos que los reptiles no desarrollan placenta). Sabemos que es el precio que pagamos porque una publicidad, que se basa en el engaño, es la fuente del dinero que financia lo que se trasmite. Para colmo vemos que, luego de comunicarnos una noticia triste y horrible, los integrantes del programa “diluyen” la información penosa introduciendo, con “excelente humor” (motivados tal vez por el propósito de no deprimir a la audiencia), un comentario personal “chistoso” sobre algún colaborador del noticiero. Casi siempre comprendemos, desde nuestras reflexiones conscientes, el equilibrio que debe realizar el periodista que apreciamos, pero deseo subrayar aquí que, si reparamos en que nuestro inconsciente “capta” incluyendo en un conjunto lo que ocurre en el entorno, registramos siempre la injuria que sufrimos y que nos precipita (aunque nuestra consciencia procure ignorarlo) en un inquietante desconcierto y en el malestar de ese desasosiego creciente cuyo origen sospechamos.

De más está decir que, frente a semejante contradicción ubicua que caracteriza al mundo entero, no podremos evitar el impacto que produce, pero en algo ayuda saber de dónde viene.

6

¿Qué lo-cura?

Un padre que sabe que va a morir inútilmente en una guerra absurda se despide llorando de su pequeña hijita inundada de angustia. Enseguida, nos enteramos de que el yogur tiene antioxidantes que todo lo mejoran.

El mandatario de un pequeño país rechaza la violencia en un discurso altisonante, impotente y vacío. A continuación, vemos que, en una ciudad desbastada, una verdadera multitud huye despavorida cuando suenan las sirenas antiaéreas.

Nos informan que sube el precio del petróleo y el dólar se desvaloriza aceleradamente. Y acaba de ingresar en el mercado un automóvil de alta gama con los últimos adelantos de la tecnología, que nos otorgan “ese confort” que nos devuelve el bienestar que merecemos.

Vemos que los días martes podemos comprar, en el supermercado X, la carne para un apetitoso asado con un 20% de descuento. La pantalla cambia para mostrar a un niño pequeño que dice: “No quiero morir”.

Vemos incendios e inundaciones que arrecian y nos enteramos de que la biodiversidad se destruye, que crecen los estragos del dengue, la malaria y el coronavirus, al mismo tiempo que una nueva marca de cerveza nos ofrece felicidad y alegría.

Se publican, en gráficos, las cifras acerca de la pobreza y la indigencia para señalar que aumenta la “desigualdad” en el mundo, generando una “verdadera bomba de tiempo”, seguidas, inmediatamente, por la oferta de un lugar paradisíaco en el cual se podrá disfrutar de las deseadas vacaciones.

Qué debo hacer con el televisor. ¿Regalarlo? Pero ¿se puede, acaso, vivir sanamente prefiriendo pensar que es mejor no saber? ¿O es preferible seguir viviendo con los ojos abiertos? Mientras tanto, es bueno recordar que las preguntas nos acercan y nos unen y que las “certezas” nos separan y nos convierten en enemigos recíprocos.

No sé con qué, ni cómo, se podrá “curar” esta locura que, por ahora, se agrava y se “repica” en nuevas situaciones, sin que podamos divisar todavía cuál será el fondo desde donde, tal vez, se iniciará un “rebote” saludable.

7

Global y colonial

Tal como surge de lo que expone Lewis Thomas en The Fragile Species, nacemos programados de una forma que evidencia nuestra disposición hacia una vida social sin la cual nos sentimos aislados, desolados y desamparados. Tendemos a pensar, entonces, que la humanidad alcanzará su estado saludable e ideal, integrada en una civilización armónica y global, en torno de los mejores valores que la evolución produjo, y que se revelan en las “mores” o costumbres que constituyen la moral que funciona como la argamasa de los pueblos. Las redes, que hoy vinculan en segundos los distintos rincones del planeta, hacia allí nos inclinan, pero veamos lo que la biología nos enseña.

Una hormiga (o una abeja), privada de su coexistencia comunitaria y colectiva, no puede continuar sobreviviendo. En palabras de Maeterlinck, la abeja necesita periódicamente retornar a la colmena como el buceador que busca perlas tiene que volver a la superficie para poder respirar. Por razones similares, una vida humana en la condición del ermitaño pierde su sentido de tal modo que resulta inconcebible en condiciones saludables.

Las hormigas viven en colonias denominadas hormigueros, que configuran “superorganismos” integrados que, como los seres pluricelulares (constituidos en última instancia por mitocondrias, undolipodios y cloroplastos, que son bacterias procariotas), defienden muchas veces su supervivencia luchando contra otros hormigueros. También solemos hacerlo los humanos defendiendo los estilos de vida que se configuran en las naciones, dentro de las cuales, y sólo allí, nos sentimos patriotas.

Hemos llegado, por fin, a la necesidad de preguntarnos: ¿es natural y sano o, peor aún, es siquiera posible, reducir la biodiversidad de las colonias humanas agrupadas en comunidades que se integran como grupos, pueblos y naciones, en la homogeneidad de un solo y universal estilo en el cual se mezclan, precipitadamente, tendencias que, con frecuencia, son contradictorias?

No cabe duda de que el malestar que nos invade adoptando la forma de abundantes litigios invade también a la familia. Entre las tradiciones que hoy, desaprensivamente, se traicionan, hay un proverbio que afirma: “El casado casa quiere”.

8

Cuando las palabras mueren…

En un apunte anterior (“Donde mueren las palabras”, del libro Soñar y decir), citamos palabras de Porchia y de Chuang-Tzu que reproducimos ahora.

Porchia afirma: “Lo que dicen las palabras no dura, duran las palabras. Porque las palabras son siempre las mismas, y lo que dicen nunca es lo mismo”. Chuang-Tzu, hace más de dos mil años, escribió: “El anzuelo existe para el pez. Una vez obtenido el pez puedes olvidar el anzuelo. La trampa para conejos existe para el conejo. Una vez obtenido el conejo puedes olvidar la trampa. Las palabras existen para el significado. Una vez obtenido el significado puedes olvidar las palabras. ¿Dónde puedo encontrar un hombre que haya olvidado las palabras para poder hablar con él?”.

En aquel entonces, todavía reciente, señalaba que las palabras nacen plenas de sentido y se convierten en metáforas marchitas, y que generalmente (pretendiendo lo que, casi siempre, solo logran los poetas) usamos, como trasfondo, un conjunto de palabras moribundas, para que, desde un conjunto de ellas, sobresalgan unas pocas llenas con el vigor de la vida. Unas pocas con las cuales pretendemos actual y efectivamente trasmitir lo que en el instante reboza desde nuestro corazón.

Reparemos en que Chuang-Tzu necesita, con urgencia, hablar, sólo con un hombre que haya olvidado las palabras. Lo que le sucede se comprende, porque cuando las palabras mueren el sentido redobla su vigencia, precipitándonos en la más auténtica de las soledades. Cuando las palabras mueren… la soledad nos ahoga. Es el “último” y verdadero sentido que dio origen al vocablo “descontento”, que (él también) nació pleno de sentido para decir lo que hoy sentimos y sobrevive ahora a duras penas, sin lograr trasmitir lo que actualmente aprieta la garganta.

Suele afirmarse que nacimos con una natural disposición a reunirnos en comunidades solidarias. Lo cierto es que, sin ellas, sólo sobrevivimos como parias ermitaños que se lamen continuamente las heridas que han dejado los arrancamientos de los seres queridos. No cabe duda, entonces, de que en el mundo en que vivimos, sobrecargado de litigio y de dolor, es imprescindible saber qué es lo que nos falta.

9

El hombre de la calle

Luego de unos cien años en que el hombre de la calle (el hombre común, sin poder ni autoridad) que habitaba el mundo civilizado de occidente se sintió viviendo dentro de una serie de parámetros que, en una cierta medida, funcionaban de un modo previsible, sucedió en otros veinte o treinta, quizás, que todo fue cambiando (de una manera que al principio fue lenta y paulatina) para desembocar, bruscamente en los últimos dos años, en las profundas alteraciones que trajo consigo una pandemia rotulada covid-19. Una pandemia que sólo “desaparece” cuando resulta sustituida por locuras mayores que, ya prefiguradas en la pandemia, eran previsibles.

Ahora, en cambio, vivimos en un mundo subvertido en el cual el hombre de la calle (que siempre, en gran parte, nos habita), por extraño que parezca, necesita cotidianamente pensar para “saber” cómo vivir. Esto, cabe repetirlo, es desde hace mucho una absoluta novedad. Porque los pensamientos nos conducen a conclusiones que experimentamos como certezas, y conviene ahora recordar que, mientras las incógnitas que compartimos nos unen, las certezas nos dividen y separan hasta precipitarnos en los litigios que hoy abundan por doquier.

Cabe preguntarse ahora, desde tales discrepancias, hacia qué panorama caminamos. Si reparamos en los macroconflictos que ensombrecen actualmente el escenario con extremistas amenazas, hasta hoy inauditas, de una guerra nuclear que equivale a un suicidio colectivo, cabe recordar que los dinosaurios desaparecieron sin conducir al planeta a una completa desaparición de la vida.

10

La distracción como recurso

Un operario atraviesa caminado la frontera que lo separa del país vecino, con una carretilla cargada con insumos correctamente declarados, logrando que pase desapercibido que lo que no paga aduana es la carretilla. Contemplamos muchas veces, en las aventuras narradas en el cine o en distintos episodios de la vida cotidiana, circunstancias en las cuales la distracción es un recurso que procura disimular un acto que simultáneamente se realiza. Así procede el prestidigitador que, mientras retiene nuestra atención sobre lo que hace con su mano derecha, logra que no reparemos en lo que hace la izquierda. Nada de esto es algo insólito ni algo que ignoramos. Forma parte, por el contrario, de las cosas que preferimos descubrir.

Pero cabe señalar, en cambio, dos circunstancias importantes que cuentan con nuestra complicidad inconsciente y en las cuales, con frecuencia, nos inclinamos a negar que nos distraen.

La primera de ellas consiste en que la distracción nos seduce de tal modo construyendo, con astucia, un suceso atractivo (sin importar que muchas veces sea dañino y, por motivos que no suelen ser conscientes, en el fondo nos complazca) que logra, de ese modo, alejarnos de lo que preferimos ocultar. Así sucede, por ejemplo, con accidentes “espectaculares” o con “noticias” que, si se proponen retener a la audiencia, no pueden dejar de ser funestas.

La segunda es peor, porque sucede cuando aquello que logramos “olvidar” es algo de gravedad inusitada que, precisamente por eso, nos duele o nos intranquiliza mucho asumir. Tomemos, por ejemplo, lo que ocurre con el covid-19, dejando ahora de lado la cuestión de elucidar el grado de riesgo que deriva del peligro infeccioso y biológico que el virus lleva en sí. Porque lo que nos interesa subrayar ahora es cuán poco se esclarece (y cuán controvertida es) la cuestión de hasta dónde nos protegen o nos dañan los virus y vacunas que, mientras tanto, nos distraen de otros daños mayúsculos, como los que hoy suceden en Ucrania, y que, cuando aparecen, sin distracción alguna, nos muestran la locura “que estaba oculta detrás”.

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No va a pasar nada…

Freud señaló acertadamente que la negación es un sucedáneo intelectual de la represión. En otras palabras: algo que permanece reprimido puede, a veces, ingresar en la conciencia, gracias a que se cumple con la condición de negarlo. Sin embargo, en algunas ocasiones, eso se realiza de una manera en que la negación es la que queda “desmentida” (recordemos que desmentir es deshacer una mentira demostrando que algo que se afirma es falso).

Así sucede (que la negación quede desmentida) cuando decimos que “no va a pasar nada”, porque lo que decimos lleva implícita una doble negación que, como negación, queda anulada. Reparemos en que decir “no de un no” equivale a decir “sí”; de modo que la expresión que ahora nos ocupa trasmite precisamente la convicción, que se “oculta” con torpeza, de que algo va a pasar.

La experiencia nos demuestra que allí, en esa doble negación que estamos explorando, no se intenta esconder algo “porque sí”. Muy por el contrario, huyendo permanentemente de algo que a duras penas se evita, como un prófugo que vive torturado por la constante amenaza de ser reconocido, en esas circunstancias nos impregna una angustia subyacente que busca en alguna forma su salida. Se une al sentimiento, persecutorio y perdurable, de que en cada uno de los días que vivimos puede suceder algo temido, porque, como dice el proverbio, “tanto va el cántaro a la fuente, que por fin se rompe”.

Las reflexiones que hasta aquí reunimos surgen dentro de un particular contexto que, actual y efectivamente, nos abruma y que abordamos en un apunte anterior, refiriéndonos al “hombre de la calle” que siempre, en alguna medida, nos habita. Luego de muchos años en que habíamos vivido sin la necesidad constante y cotidiana de “pensar para saber cómo vivir”, nos encontramos hoy desorientados en un mundo que repentinamente “cambió” hasta un punto en que nos lleva a interrogarnos acerca de “los grandes asuntos”. Cabe recordar las palabras de Nietzsche: “Muy trágicas han de ser las razones que hacen de un hombre un filósofo”.

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El escritor y el lector

Para señalar la crisis del ecosistema terráqueo alcanza con mencionar la veloz disminución de la biodiversidad y el calentamiento del planeta. Pero frente a las mentes agoreras, que predicen grandes cataclismos, cabe recordar que, si bien un cambio catastrófico es posible, otras veces ya ha sucedido (la peste bubónica destruyó un tercio de la población civilizada), y la humanidad ha sobrevivido.

Cuando escuchamos, a veces, decir “ya lo veremos”, recordamos la humorada: “Es lo que dijo un ciego”. Pero hay una visión “interior”, intuitiva, y frente a lo que desde allí nos inquieta caben dos actitudes: pensar en otra cosa o, como hacen los niños, decir “el rey está desnudo”.