Soñar y decir también es hacer - Luis Chiozza - E-Book

Soñar y decir también es hacer E-Book

Luis Chiozza

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El proverbio "del dicho al hecho hay mucho trecho" trasmite que es mucho más difícil hacer que decir, a través del significado de "trecho", que connota la idea de dificultad utilizando la metáfora de una distancia. Luego de haber aceptado que hacer (materializar) es más difícil que decir (concebir), cabe volver sobre la idea para poder rescatar otros aspectos. Solemos pensar que la materia, por ser "palpable", es más "concreta y duradera" que la idea, pero no es verdad. Dado que concreto (por su origen, "crecer unido") también significa "preciso, detallado o bien delimitado", no cabe duda de que los productos mentales que configuran lo dicho pueden muy bien ser concretos. Además, tal como señalaba Heráclito hace más de dos mil años, lo que permanece del río es su forma, el agua circula. Las ideas no solo pueden ser muy concretas, sino también duraderas, ya que el reconocimiento mismo de ese "crecer unidas", en cuanto constituye un volver a encontrarse con algo conocido, es un testimonio de su perduración. Una vez destacado el valor del hacer, debemos admitir que el decir nos es tan vano como solemos creer cuando, enamorados del supuesto de que solo la materia está "hecha" (o es "un hecho"), no lo pensamos mejor. Toda la historia de la civilización nos certifica, sin embargo, que las ideas son "hechos", y que idealizar es crear. Pero, además, lo que es cierto frente al mundo que constituye nuestra circunstancia también vale para un ego que, lejos de ser alguien especial, del cual hablamos arrogantemente en "primera" persona del singular, es un tejido de otros seres que testimonia lo que expresa Porchia cuando afirma: "Nadie está hecho de sí mismo".

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Luis Chiozza

Soñar y decirtambién es hacer

Apuntes de todos los días

Chiozza, Luis

Soñar y decir : apuntes de todos los días / Luis Chiozza. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Libros del Zorzal, 2022.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-599-880-3

1. Psicoanálisis. 2. Redes Sociales. I. Título.

CDD 150.195

Diseño de tapa: Silvana Chiozza.

© 2022. Libros del Zorzal

Buenos Aires, Argentina

<www.delzorzal.com>

Comentarios y sugerencias: [email protected]

Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio o procedimiento, sin la autorización previa de la editorial o de los titulares de los derechos.

Impreso en Argentina / Printed in Argentina

Hecho el depósito que marca la ley 11723

Y si no puedo decirte nada sin lo que yo me digo; lo que yo te digo, ¿es lo que yo te digo o lo que yo me digo?

Antonio Porchia, Voces

Índice

PrólogoEl trecho del dicho al hecho | 9

1. Los cuentos infantiles | 11

2. Hablando… | 13

3. Entre el cansancio y la náusea | 15

4. Donde mueren las palabras | 17

5. Un camino propio | 19

6. Dos maneras de señalar un defecto | 21

7. Chicanas | 23

8. Ser y creer | 25

9. La anormalidad de lo normal | 27

10. Intervencionismo | 29

11. Cuatro faltas | 31

12. La prodigalidad | 33

13. Un recíproco engaño | 35

14. ¿Repetición o novedad? | 37

15. La emergencia de lo que urge | 39

16. La esencia de la dificultad | 41

17. Las víctimas de la prodigalidad | 43

18. Las cualidades del carácter | 45

19. Separar y juntar, bien o mal | 47

20. Lo que nos enseña el lenguaje | 49

21. Ideas y creencias | 51

22. El médico y el enfermo | 53

23. Demonio rojo | 55

24. Tres maneras de la vida | 57

25. El silencio | 59

26. Acerca de la venganza | 61

27. Los tres mundos en los que vivimos | 63

28. Hacer falta | 65

29. Civilización e hipocresía | 67

30. Soledades rivales | 69

31. Escrúpulos | 71

32. Hoy siento, madre, que me faltas tú | 73

33. La colección de ofensas | 75

34. Desatino y oratoria | 77

35. Lo que se pierde sin querer | 79

36. Prosperidad e inmoralidad | 81

37. En la piel de todos | 83

38. Yo soy aquel… | 85

39. Desnudez… | 87

40. Reconocer | 89

41. Idea y materia | 91

42. Volver… | 93

43. El corazón “deducido” | 95

44. Entre la necesidad y el vicio | 97

45. Crueldad… | 99

46. Si nada me faltara… no sabría qué hacer | 101

47. Querer, poder y deber | 103

48. Promesas incumplidas | 105

49. Lo que no fue | 107

50. Habría que… | 109

51. Defender lo indefendible | 111

52. Bluf | 113

53. La identificación enajenante | 115

54. Muerte y agonía | 117

55. Bueno... | 119

56. Marginalidad | 121

57. Entre cierto y acierto | 123

58. Cada mañana | 125

59. Lo que me importa | 127

60. El inquilino | 129

61. La subsistencia semántica | 131

62. Prófugo | 133

63. Soledad y compañía | 135

64. Médicos y médicos | 137

65. Esperanza | 139

66. Cumpleaños | 142

67. ¿Cómo decir? | 144

68. El color del cristal | 146

69. Disentir y consentir | 148

70. Y los sueños… sueños son | 150

71. Bustos parlantes | 152

72. El tipo | 154

73. El cuerpo “cacofónico” | 156

74. La demanda extorsiva | 158

75. Ideas y afectos | 160

76. Imprescindible | 162

77. Qué hubiera sido si… | 164

78. Cuando los padres o los hijos duelen | 166

79. Qué locura | 168

80. Acompañado y solo | 170

81. Semillas | 172

82. Con espíritu navideño | 174

83. Bueno, bello y verdadero | 176

84. Entre lo difícil y lo fácil | 178

85. Un solo enemigo | 180

86. Donde fueres, haz lo que vieres | 182

87. La caída del telón | 184

88. La primera criatura que educamos | 186

89. Con la razón no alcanza | 188

90. Las vicisitudes de las iniciativas | 190

91. Esperando | 192

92. El dibujo | 194

93. Determinado y libre | 196

94. Los tiempos | 198

95. Lo imaginario | 200

96. “Porchia y yo” | 202

97. Mi queja y mi ego | 204

98. El efecto Titanic | 206

99. Tentación | 208

100. Los distintos significados de una cópula sexual | 210

101. Susceptibilidad | 212

102. Libertad y acto creativo | 214

103. Un cuento… | 215

104. Inseguridad | 217

105. Opiniones divididas | 219

106. En tiempos de egolatría | 221

107. Pensar senti-mental | 223

108. Lo que la vida me da | 225

109. En tiempos de pandemia | 227

110. El libro | 229

111. Los padres de la patria | 231

112. Entre mujeres y hombres | 233

113. El tiempo de la esperanza | 235

114. La intención como pretexto | 237

115. Las relaciones exclusivas | 239

116. Físico y psíquico | 241

117. De la noche a la mañana | 243

118. Hasta dónde | 245

Epílogo. El castillo de arena y el palacio soñado | 247

Prólogo

El trecho del dicho al hecho

El proverbio “del dicho al hecho hay mucho trecho” trasmite que es mucho más difícil hacer que decir, a través del significado de “trecho” (derivado de tractus, como traer, abstraer, arrastrar, trasladar, retracción), que connota la idea de dificultad utilizando la metáfora de una distancia, sin especificar lo que ese trayecto contiene. No sucede lo mismo con su equivalente italiano, “tra il dire e il fare c’è di messo il mare”. El mar, además de ser grande, está lleno “de contenido”. Luego de haber aceptado que hacer (materializar) es más difícil que decir (concebir), cabe volver sobre la idea para poder rescatar otros aspectos.

Siempre partimos de que la materia, por ser “palpable”, es más “concreta y duradera” que la idea, pero no es verdad. Dado que “concreto” (por su origen, “crecer unido”) también significa “preciso, detallado o bien delimitado”, no cabe duda de que los productos mentales que configuran lo dicho pueden, muy bien, ser concretos. Además, tal como señalaba Heráclito hace más de dos mil años, lo que permanece del río es su forma; el agua circula. No vale argumentar que la forma del río está dada por la materia que constituye su lecho, porque ese lecho es también una forma que los átomos que la configuran “atraviesan” mientras son sustituidos por otros.

Cabe subrayar, entonces, que las ideas no solo pueden ser muy concretas, sino también duraderas, ya que el reconocimiento mismo de ese “crecer unidas”, en cuanto constituye un volver a encontrarse con algo conocido, es un testimonio de su perduración. Precisamente aquí, en este punto, surge aquello que deseamos rescatar. Una vez destacado el valor del hacer, debemos admitir que el decir nos es tan vano como solemos creer cuando, enamorados del supuesto de que solo la materia está “hecha” (o es “un hecho“), no lo pensamos mejor. Toda la historia de la civilización nos certifica, sin embargo, que las ideas son “hechos” y que, a pesar del descrédito que suele acompañar a la palabra que en primer término usaremos, idealizar es crear.

1. Los cuentos infantiles

En el prólogo de Mi cuerpo, los otros y yo (un libro “para niños” que fue una de los mejores entre aquellos que, por esas cosas que tiene la vida, me dediqué a escribir), me refería a los cuentos que los padres de niños “infantiles” relatan a sus hijos, menospreciando la inteligencia que los impregna antes que la poda neuronal de los seis años los convierta en “normales”.

No me refiero a los relatos clásicos, decantados a través de los años. Tampoco pretendo omitir obras inmortales, como los cuentos de Andersen, las canciones poéticas de María Elena Walsh, o El principito, de Antoine de Saint-Exupéry. Me refiero, especialmente, a las espontáneas creaciones que todo niño ha recibido de sus progenitores, no solo para inducirlos al sueño, sino también, y sobre todo, cada vez que solicitan la respuesta a una pregunta que sus padres ignoran.

Cuentan que, cierta vez, un automovilista desesperado porque se le han caído los tornillos en una alcantarilla mientras cambia una rueda del vehículo, detenido al borde del muro que limita un manicomio, recibe de un recluso el consejo de que quite uno de cada una de las otras ruedas para fijar la que necesita remplazar. Cuando, extrañado, expresa su asombro frente a la sensatez del consejo, recibe como respuesta: “Es que yo soy loco, pero no soy tonto”. El ejemplo permite señalar que, frente a un inconsciente “loco”, la consciencia es “tonta”. Vale la pena recordarlo cuando nos encontramos frente a la supuesta tontería de una mente infantil.

Me encuentro ahora frente al hecho, infausto, de comprender, de pronto, el desatino en el cual hemos incurrido, insistiendo en la “ingenua” actitud de psicoanalizar a niños “que hablan”, mediante intrincadas y subjetivas interpretaciones de juegos y dibujos, sofisticadamente reglados.

Son procedimientos a los cuales, “para poder psicoanalizarlos”, los sometemos reiteradamente.

Mientras tanto, sucede que no solo pueden comprender sin grandes mermas todo lo que hablamos, sino que además, en el ejercicio de su vida cotidiana, utilizan con toda naturalidad el lenguaje verbal que nuestra técnica, con frecuencia, menosprecia.

2. Hablando…

Muchas veces, escuchamos decir que hablando uno llega, por fin, a “disipar el equívoco”. Pero también es necesario reconocer las infortunadas situaciones en que hemos llegado a pensar que “no hay más” un “qué hablar”. Sucede entre padres e hijos, en los matrimonios y, también, por inconmensurable desgracia (dado que la política es la disciplina que se dedica a estudiar las formas de gobernar la polis, es decir, la ciudad), en los abundantes avatares de una “lucha política”, que además de incesante es cada vez más aguda.

Cada uno de nosotros adopta una posición “personal” frente a la magnitud de esa angustiante contienda, y la cuestión, transformada en un “callejón sin salida”, no merecería un mayor comentario si no fuera por la creciente presencia de un factor patológico que es imprescindible aclarar y que reside en la innegable malicia con la cual se argumenta. En otras palabras: sé que no tengo razón, que lo que digo no es cierto, y tampoco me importa que mis conclusiones surjan de razonamientos espurios, porque también sé que puedo maniobrar de un modo en que será difícil, para una inmensa mayoría que ignora los detalles del asunto tratado, darse cuenta del engaño que mi charlatanería sustenta.

No está mal decir que lo que sucede es “loco”. La cuestión adquiere firmeza si tenemos en cuenta que “loco” proviene de “locuaz”, y que la locuacidad sin apoyo “real”, y peor aún si es malintencionada, se expresa en toda su riqueza simbólica en la bíblica torre de Babel, una confusión de lenguas que fue infligida a la humanidad como castigo por la inmoderada soberbia contenida en su pretensión de levantar una construcción que les permitiera alcanzar el cielo.

La malicia, pues, es lo que necesitamos detectar para comprobar que el que nos miente a sabiendas niega que, inevitablemente, y en parte, se está mintiendo a sí mismo. Pues mientras incurre en el desatino de querer arrastrarnos a que nos hundamos acompañándolo en el proceso de obstruir su destino, sucumbe a la creencia de que, para seguir su propia vida, necesita succionar la nuestra.

3. Entre el cansancio y la náusea

Nunca como hoy, frente a tantas promesas ostentosas que son, por sus contornos “difusos”, sencillamente increíbles, nos encontramos apresados entre un “desmoralizado” cansancio, que no se disipa descansando, y un entorno vertiginoso, que nos “mueve el piso” de tal forma que “orientar” nuestros esfuerzos en alguna dirección se ha convertido en un intento, muy difícil, que suele llegar al punto en que nos descorazona.

Me refiero, sí, a lo que nos trasmite el periodismo y la política, pero más allá de sus banderas y de los países en los cuales opera.

Si nos damos cuenta de que la simpleza de esperar solo desemboca en un desesperante pantano, nos queda todavía un incesante trabajo cotidiano guiado por la esperanza que persiste cuando nos resistimos a optar por la muerte. Un trabajo que persevere con tesón en continuar “dentro de todo” con lo que nos pide una vida que no se resigna a ser menos que vida.

Si es cierto que “mientras hay vida hay esperanza”, la disminución de esa esperanza equivale a “una cuota” de muerte que, casi siempre de manera inadvertida (adquiriendo, por ejemplo, la forma de “la muerte de otro”), se instala en la cotidianidad de nuestra vida actual.

Lo que importa saber, precisamente ahora, es que no solo ha sucedido, sino que se trata de un proceso continuo que está sucediendo, y que su movimiento, impredecible e incesante, configura ese vértigo que desestabiliza el solar en el que apoyamos nuestros pies.

Cuando, por las inclemencias del tiempo, no podemos ver mucho más allá de nuestra proa, es inútil forzar una marcha sin destino. Pero debemos evitar flotar al garete, ofreciendo a la tormenta nuestros puntos más débiles. Necesitamos conservar a ultranza un poco, por lo menos, del impulso imprescindible para gobernar el timón.

La fuerza que hace falta para arrostrar las penas que la realidad nos impone proviene, siempre, de la determinación que nos otorga, a pesar de la bruma, divisar el norte. Un norte hacia el cual, gracias a los límites que impondrá nuestra náusea, “un día de estos” podremos continuar.

4. Donde mueren las palabras

Antonio Porchia nos aclara: “Lo que dicen las palabras no dura. Duran las palabras. Porque las palabras son siempre las mismas, y lo que dicen nunca es lo mismo”.

Chuang-Tzu (398-286 a. C.) escribió, hace más de dos mil años: “El anzuelo existe para el pez. Una vez obtenido el pez, puedes olvidar el anzuelo. La trampa para conejos existe para el conejo. Una vez obtenido el conejo, puedes olvidar la trampa. Las palabras existen para el significado. Una vez obtenido el significado, puedes olvidar las palabras. ¿Dónde puedo encontrar a un hombre que haya olvidado las palabras para poder hablar con él?”.

Lo que nos comunica Porchia nos enfrenta con el hecho, repetidamente establecido, de que “la palabra es un equívoco predestinado” que surge porque el significado que la engendra nunca puede caber en algún conjunto de palabras. La frase de Chuang-Tzu nos invita, en cambio, a comprender que, una vez pronunciada, toda palabra se convierte inevitablemente en una metáfora marchita.

Nada podrá ser dicho, por lo tanto, que no pueda suscitar, al mismo tiempo, un rotundo “no es verdad”. Sin embargo, cuando las palabras mueren, ya se ha cumplido el hablar que Chuang-Tzu necesita.

Precisamente por eso existen los poetas, capaces de transformar los exabruptos con los que nos enfrenta la vida en conmovedoras experiencias de impresionante belleza.

Tal como señala Antonio Machado, dado que no podemos evitar nuestra condición de caminantes, la vida nos empuja a descubrir en carne propia que “no hay camino, / se hace camino al andar” (“y al volver la vista atrás / se ve la senda que nunca / se ha de volver a pisar”).

Llevados por ese motivo, nos hemos embarcado en la aventura de escribir estos Apuntes de todos los días que procuran pulir y repulir, en unas pocas oraciones, los significados que cotidianamente nos invaden. Lo hacemos sabiendo que en todo nacimiento ya se prefigura la ineludible declinación que transforma la coherencia del significado originado en un conjunto de fibras deshilachadas que han cumplido su destino separándose de lo que se ha hundido en el olvido.

5. Un camino propio

Decimos que nuestra vida posee un sentido (un “para qué” y un “para quién” vivimos) cuando se dirige hacia un objetivo que constituye una meta y, al mismo tiempo, procede impregnada por un sentimiento de la importancia que sus actos adquieren. Un sentimiento que surge indisolublemente unido a nuestra capacidad para establecer diferencias (la palabra “indiferente” suele aludir a lo que no nos importa).

Entre las personas (amigas o enemigas) con las que establecemos las relaciones (materiales o ideales) que otorgan a nuestra vida un sentido, aquellas (presentes o ausentes) con las que compartimos intereses y creencias configuran un “grupo de pertenencia”. Solemos representar la identidad que la pertenencia nos otorga con un símbolo que, como la bandera de un país o el escudo de un club, constituye el “distintivo” de que nos afiliamos a un “partido”.

Frente a la magnitud de la influencia que toda pertenencia ejerce sobre los miembros de la colectividad que allí se configura, sucede a veces que alguno de sus integrantes intente recorrer un camino “propio” que, si no le alcanza para liderar las tendencias del conjunto entero, le permita participar de un modo que considera más satisfactorio.

No cabe duda de que el resultado de tales vicisitudes debería determinar si un intento particular es valioso o dañino. Sin embargo, en un mundo que transcurre “normalmente” en el borde de un equilibrio inestable entre el caos y el orden, y en el cual el caos suele ser el prerrequisito necesario para acceder a un orden nuevo, no es fácil decidir “a priori” qué será lo mejor.

Mientras tanto, una cosa es segura. Hay lugares en los que, como ha señalado Weizsaecker, un hombre se coloca de un modo en que se obstruye, a sí mismo, la trayectoria de su propio destino. Puede distinguirse todavía, entonces, entre los intentos subversivos que son “serios y bien meditados” y aquellos otros apresurados, superficiales y banales que surgen motivados por los cuatro gigantes del alma que, ocultos detrás de la ambición, nos envenenan la vida: la envidia, la culpa, la rivalidad y los celos.

6. Dos maneras de señalar un defecto

Sabemos que el lugar desde donde miramos determina la inevitable parcialidad que deriva de nuestro “punto de vista”. Es una razón más para que una breve reflexión nos conduzca a que, como decíamos en uno de nuestros apuntes anteriores, no existe un enunciado verbal que no pueda suscitar, justificadamente, la afirmación rotunda de que aquello que declara “no es verdad”.

Hay dos maneras, una valiosa y otra espuria, con las que se suele cuestionar un enunciado. En la primera, la objeción surge como resultado de un trascurso que comienza por una impregnación, fructífera, con lo que el enunciado expone, y que conduce, por fin, a una cierta insuficiencia que nos pone en contacto con sus límites. En la segunda, el cuestionamiento, inmediato, no recorre ese trayecto.

El asunto adquiere más importancia cuando reparamos en que con los actos a través de los cuales nuestra vida se expresa ocurre lo mismo que con los enunciados verbales. Es cierto que cuando describimos, interpretamos, registramos o, sencillamente, percibimos un acto lo hacemos mediante un enunciado verbal que trascurre, muchas veces, en silencio. Pero, más allá de eso, vale la pena detenerse en una esclarecedora analogía. Mientras la verdad de lo dicho equivale, en el terreno de la acción, a los actos perfectos, las mentiras que el discurso contiene equivalen a los defectos con que hacemos las cosas que hacemos.

La analogía nos permite, entonces, comprender que, cuando juzgamos los actos (sean propios o ajenos), también podremos hacerlo desde una perspectiva valiosa, que comienza por apreciar lo que luego critica, y otra, espuria, que desprecia “de entrada” mediante un juicio enclenque y precario.

De más está decir que una exploración más cuidadosa nos permitirá constatar que, detrás de las críticas apresuradas, maliciosas y espurias, se esconden, nuevamente, la envidia, la culpa, la rivalidad y los celos. Los cuatro gigantes del alma que nos infectan hasta un punto en el que, entretenidos con fruición en señalar defectos, nos olvidamos de que, así como nos habitan, habitan en los seres que amamos más allá de sus defectos.

7. Chicanas

El vocablo “chicana” designa una artimaña, un procedimiento de mala fe, especialmente dedicado a entorpecer o dilatar un juicio que intenta dirimir un pleito. El foro de WordReference aclara que designa una práctica que en la Argentina abunda entre los políticos para intentar, de manera espuria, descalificar o ridiculizar al oponente.

Reparemos en que, en general, se trata de discusiones interminables, porque su condición esencial radica en un designio que ambas partes adoptan y que consiste en mantener, a ultranza, una discrepancia que justifique una “elección”. Todo lleva a suponer que, cuando así sucede, ocurre porque esa discrepancia suele utilizarse como fundamento de una identidad política que no encuentra, más allá de los discursos vacuos, genuinos conceptos y proyectos que le permitirían sostenerse con autenticidad.

Cuando, sin dedicarme a la política, la utilizo como ejemplo, es porque allí, dada su enorme difusión, adquiere claridad un tipo de argumentación maliciosa que constituye una fuente inagotable de conflictos en todas las otras formas del intercambio verbal que participa, de un modo substancial, en nuestra cotidiana convivencia.

Conmueve comprobar hasta qué punto aquello que con mirada crítica contemplamos frente a la debilidad argumental de algunas “campañas electorales” habita de un modo solapado en los razonamientos que, con demasiada frecuencia, usamos cuando defendemos, con argumentos que sabemos espurios, nuestra posición frente a las cosas que nos ocurren en nuestras relaciones con los seres que más nos importan.

Ingresamos, así, en una paradoja de ribetes trágicos. Cuando convertimos una discusión en un “juego” que es imprescindible ganar y, arrebatados por esa irresistible tendencia, recurrimos, para ganar, a una trampa, ganamos sabiendo que, en realidad, hemos perdido.

Hay quienes, frente a lo que imaginan que significa perder, prefieren ganar de ese modo. Dale Carnegie sostuvo que “el que gana una discusión pierde a un amigo”. Habrá veces auténticas en que, sin duda, se justifica, pero aquello que se gana, en cambio, con argumentos que se saben falsos realmente “no vale la pena”.

8. Ser y creer

Hemos progresado cuando comprendimos que solo se puede ser siendo con otros, pero también porque, comparando al “yo” (pronombre personal) con el vórtice visible que se forma cuando un lavatorio se vacía, y que acontece porque en él participa todo el líquido que llena el recipiente, establecimos otras conclusiones.

Gracias a pensadores como Borges o Porchia, y sobre todo incursionando en la sabiduría contenida en los textos orientales que los hindúes y los chinos masticaron durante milenios, llegamos a comprender que habría que evitar decir “yo”, como un alguien prexistente que inicia lo que allí sucede, y habría que decir, en cambio, “se piensa”, “se siente” o “se hace”, como se dice “llueve”.

Llegamos así a que los participantes (incluyendo el superyó, el ello y todo aquello que permanece inconsciente) que, en su conjunto, constituyen esa vida que continuamente nos atraviesa (desde un ayer en que nací sin querer y un mañana en que moriré del mismo modo) no integran ese “mi-yo” que considero “mío”. Esa ilusión tenaz, que valoro, de que existo realmente como alguien insustituible que debe hacerse cargo de realizar un destino ocurre porque, como Shakespeare decía, estamos hechos de la substancia de la que están hechos los sueños. Es cierto que únicamente se apoya en una creencia que disputa contigo, y con los otros habitantes de mi circunstancia, la certidumbre de un territorio “propio” en el cual creo que me corresponde ejercer un dominio.

Suele decirse que el mejor negocio del mundo es comprar a los hombres por lo que valen y venderlos por lo que creen valer. Todos sabemos que hay “pillados”, personas que, de manera engreída y soberbia, “se la creen”, es decir que, simplemente, en forma grosera y excesiva, creen ser lo que no son. Pero conmueve comprobar que, “por fuera” de esos casos extremos, existe siempre, sin excepción, más allá de la evidente grosería, una inevitable diferencia entre lo que creemos ser y lo que somos. Tenerlo en cuenta bien vale la pena que ocasiona.

9. La anormalidad de lo normal

Hay poetas, como María Elena Walsh, cuya capacidad de percibir el pasado que no ha terminado de ocurrir y el futuro que ya ha comenzado los convierte en visionarios. Reparemos en que ahora vivimos realmente en el reino del revés que ella avizoró con lucidez. Aquel allí, en donde, mientras dos y dos son tres, y un año dura un mes, un ladrón es vigilante y otro es juez, hoy se ha convertido en un aquí de una vigencia enorme.

No cabe duda de que un cambio semejante genera un gran desasosiego. Dicen que si se coloca un cigarrillo en la boca de un sapo fumará hasta reventar. La explicación es sencilla: el sapo no fuma, porque, dado que en el mundo en el cual ha nacido para vivir el cigarrillo no existe, lo que el sapo está haciendo, en realidad, es intentar respirar.

Es importante comprender que el reino del revés dentro del cual, ineludiblemente, estamos viviendo nos coloca, más allá de las apariencias, en una situación análoga a la que enfrenta el sapo cuando alteramos su mundo natural introduciendo en su boca un cigarrillo.

Cuando todo en la actualidad se ha salido de lugar, desde allí, desde el cambio profundo acontecido, el decurso de la vida cotidiana recorre, en lo sucesivo, un conjunto de maniobras torpes que intentan, sin lograrlo, volver a encontrar un equilibrio.