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En la comedia cómica de capa y espada del siglo XVII se usa a menudo la técnica del enredo. El público, que acude a la corrala a entretenerse y también a aprender, sabe qué sucede en cada momento, pero los personajes no, pues son víctimas de continuos malentendidos. Así sucede en esta comedia de Lope, donde los enamorados Felisardo y Celia se ven obligados a escapar de la justicia.
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Veröffentlichungsjahr: 2017
Los melindres de Belisa
Índice
Prólogo
Comedia de los Melindres de Belisa de Lope de Vega Carpio
Dramatis personae
Jornada primera
Jornada segunda
Jornada tercera
Créditos
Amigo lector (¡ojalá fueras espectador!), tienes en tus manos una brillante comedia de enredo del Fénix de los Ingenios; no de las más conocidas, pero divertida como pocas.
En el siglo XVII el espectáculo social por antonomasia era el teatro. Más concretamente, el teatro de corral, al que gente de todas las categorías acudía a divertirse y a aprender; del Rey abajo, todos.
Gustaba la tarde de fiesta, pues las comedias iban acompañadas de entremeses, jácaras y mojigangas. Gustaban los actores; los había muy buenos y apreciados. Gustaba, claro, el texto; y, entre muchos dramaturgos geniales, Lope, Calderón y Tirso se llevaban la palma.
La comedia cómica de capa y espada, como la que tienes ante tus ojos, funcionaba mediante una técnica llamada enredo: el público sabe en cada momento qué está sucediendo sobre las tablas, pero los personajes no, pues son víctima de continuos malentendidos causados por las suplantaciones, voluntarias o no, de identidades. En este sentido, el cuadro escénico de los enamorados diciendo a oscuras sus amores a la persona equivocada es en extremo divertido.
Porque al corral de comedias la gente iba a entretenerse. Claro que era una diversión exquisita, como comprobamos cuando leemos las ediciones de lo que se representó en el escenario.
Los melindres de Belisa se debió de representar hacia 1607; su primera edición, supervisada por Lope, en la Novena parte de Comedias, Madrid, 1617.
Disfruta de esta desenfadada comedia y no desprecies la sátira que contiene. No te la voy a explicar. Debes sacar tú tus propias conclusiones e identificar en la obra el delectare y el prodesse.
FRANCISCO CROSAS
Toledo, 16 de diciembre de 2016
[1] Texto tomado de Obras de Lope de Vega, publicadas por la Real Academia Española, tomo XII, Madrid, 1930, 649-687. Para la primera jornada, sigo el manuscrito autógrafo conservado en la Biblioteca Menéndez Pelayo de Santander. Tengo a la vista las ediciones críticas de H. C. Barrau, Amsterdam, 1933, y la de Jorge León en la Parte IX, PROLOPE, Lleida, 2007. Modernizo mínimamente ortografía y morfología.
Dramatis personae
Tiberio
Celia
Lisarda
Felisardo
Eliso
Carrillo
Fabio
Don Juan
Un alguacil
Flora
Un escribano
Prudencio
Belisa
Tiberio y Lisarda
TIB. En fin, ¿se ha quitado el luto?
LIS. Ha más de un año la muerte
de su padre.
TIB. Desa suerte
podremos decir que es fruto
de la tristeza el contento.
LIS. No lo será para mí,
que tal marido perdí.
TIB. ¡Oh, qué inútil sentimiento!
LIS. ¿Inútil? Pues ¿no es razón
que llore su compañía
una mujer que tenía
tanto amor y obligación?
¿No sabes tú que aun las aves
dan ejemplo, pues que muda
una tórtola vïuda
su canto en quejas süaves,
y no se vuelve a casar,
si una vez su esposo pierde,
ni se sienta en ramo verde?[2]
TIB. Pues ¿dónde se va a sentar?
LIS. En un espino, en un ramo
seco.
TIB. Desa imitación
como tortolillas son
las que deste nombre llamo;
que así Dios me dé salud
que pienso que se han sentado
sobre espino por estrado[3],
tal es su grande inquietud.
No paran en todo el día.
LIS. Eso no me toca a mí;
y es que jamás pretendí,
Tiberio, otra compañía.
TIB. Pues en verdad que pudieras,
que bien moza has enviudado
y con hacienda que ha dado
codicia, si tú quisieras,
a más de seis pretendientes.
LIS. ¿Con dos hijos?
TIB. Y con doce.
LIS. Mal tu pecho me conoce.
TIB. ¿Tú negarás lo que sientes?
LIS. ¿Qué es negar? Cien mil ducados
mi marido me dejó,
mas con dos hijos, que yo
pienso ver presto casados
y recogerme a la aldea
con una esclava[4] no más
y un escudero.
TIB. Pues das
En lo que es razón que sea,
¿cómo vas tan descuidada
en que se case Belisa?,
pues que ya su edad te avisa
y el ser de mil conquistada;
que don Juan, al fin, es hombre…
LIS. ¿Cómo puedo yo casar
a Belisa y dónde hallar
un hombre tan gentilhombre
y con partes[5] tan notables
como imaginadas tiene?
TIB. ¿En ese humor se entretiene?
LIS. Hay mujeres incasables,
que dan en ser tan curiosas[6],
que se las pasan las vidas
en andar desvanecidas
y a todo el mundo enfadosas.
Y tardando en escoger
lo mejor suelen pasar
y andan después a rogar[7].
TIB. Luego ¿piensas que ha de ser
Belisa desa manera?
LIS. Pues ¿ha hecho el cielo cosa
más cansada y melindrosa,
ni hombre que apetezca y quiera?
A codicia del dinero,
del entendimiento y talle,
es una lonja esta calle
del ginovés caballero[8],
del indiano portugués[9],
del papelista, el letrado[10],
el viejo rico, el soldado,
el lindo[11], aunque no lo es
ninguno dellos con ella;
a todos faltas les pone.
TIB. Pues Belisa me perdone,
que aunque es tan discreta y bella,
no se ha de desvanecer
en arrogancias injustas.
LIS. Tiberio, si hablarla gustas
y quieres darla a entender
esta locura en que ha dado,
hoy está hermosa y gallarda,
que ciertas vistas aguarda;
háblala.
TIB. Estoy enojado,
y a fe que se ha de casar
de mi mano, aunque no quiera.
LIS. Hoy cuatro novios espera;
no sé si le han de agradar.
TIB. ¿De cuatro en cuatro la piden?
LIS. Pica el dinero, Tiberio…
TIB. ¡Métase en un monasterio!
Sale Belisa y Flora, criada
FLO. Las celosías impiden
que no veas bien la calle,
pues dices que el del overo[12]
no era galán caballero,
bizarro y de lindo talle.
BEL. Flora, aquellas celosías[13]
los ojos me han afrentado.
FLO. ¿Cómo?
BEL. En las niñas me han dado
de palos.
FLO. ¡Qué niñerías!
BEL. Como los ojos llegué
a sus palos, ellos fueron
tales, que al fin me los dieron;
pero luego me vengué.
FLO. ¿De qué suerte?
BEL. Del estuche
saqué un cuchillo y los di
de puñaladas allí.
FLO. ¡Quién hay que tal gracia escuche!
¿Mataste la celosía?
BEL. Hice, a lo menos, lugar
por donde pude mirar
quién por la calle venía.
Mas presto vino el castigo,
pues en vez del caballero
pasó…
FLO. ¿Quién?
BEL. ¡Un aceitero!
FLO. ¿Y mirástele?
BEL. Eso digo:
que le miré y me manchó
el vestido.
FLO. Pues ¿podía,
tú detrás de celosía
y él en la calle?
BEL. ¿Pues no?
Mírame bien.
FLO. ¿De mirar
el que va aceite vendiendo
te has manchado?
BEL. Así lo entiendo;
vestido me puedes dar
y éste harás luego vender.
FLO. Mira que muy limpio está.
BEL. Necia, ¿no te he dicho ya
que daño me suele hacer
quererme contradecir?
¡Jesús, qué fiero accidente[14]!
FLO. ¿Cómo?
BEL. Este pulso, esta frente…
Mira, estoy para morir.
¡Qué terrible calentura!
FLO. No pienso contradecirte
en mi vida, que servirte
mi amor y lealtad procura.
De rodillas te suplico
me perdones.
BEL. Ya cesó
la calentura.
FLO. ¿Quedó
calor alguno?
BEL. Tantico;
pero ya se va aplacando.
FLO. Tu madre y tu tío…
BEL. ¡Ay, Dios!
¿A dos me nombras?
FLO. Los dos
te están sirviendo y amando.
BEL. Tráeme luego la labor,
no me vean tan ociosa.
FLO. ¿Quieres las randas[15]?
BEL. Es cosa
cansada, aunque es de primor;
y entre tantos majaderos[16]
hay uno que me ha quebrado
las manos. ¡Ay, que me han dado,
Flora, dolores tan fieros
que no los puedo sufrir!
FLO. Mira que aún no te he traído
la almohadilla[17].
BEL. ¿No has oído
que no has de contradecir?
Tráeme una banda[18] al momento
en que descanse la mano.
LIS. Persuadilla será en vano.
TIB. ¿Tan grande imposible intento?
¡Sobrina!
BEL. ¡Señor!
TIB. A fe
que sales del luto hermosa.
BEL. A lo menos deseosa
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