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Otra leyenda nos acompaña desde febrero de 1939, cuando desciende, confundida con los internacionalistas cubanos, una madrileña envejecida a los veintisiete años. No Oes una inmigrante más; es una enfermera que cura tantas heridas en el cuerpo y en el alma, en las ciudades y en los cuarteles de montaña durante la guerra española; la que ayuda, en 1937, a organizar en Valencia el congreso de los intelectuales del mundo contra el fascismo. Cuba la acoge…, y pronto es la artista excepcional de las grandes obras en los teatros Principal de la Comedia, América, Apolo…; la actriz más destacada de la radio en 1942 desde La Novela del Aire de la RHC Cadena Azul; y entre 1944 y 1947 a través del Circuito CMQ donde, al morir, protagoniza el capítulo 199 de la novela radial más trascendental de todos los tiempos en América: El derecho de nacer. Ella tiene el récord de protagonizar las dos novelas con el rating insuperable del primer lugar radial nacional. Por eso, más que quiero, necesito contar esta historia desde todos los ángulos. A pesar de los obstáculos, prefiero arriesgarme. Me proyecto en pos de esa búsqueda. María, la actriz inigualable, la mujer singular, la del combate por la vida, lo merece, porque también por ella, por María Valero, «doblaron las campanas».
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Seitenzahl: 174
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos,www.cedro.org) o entre la webwww.conlicencia.comEDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.
Edición:
Fermín Romero Alfau
Diseño de cubierta:
Alejandro Romero Ávila
Diagramación:
Gladys Armas Sánchez
Epub:
Valentín Frómeta de la Rosa y Ana Irma Gómez Ferral
© Sobre la presente edición:
© Josefa Bracero Torres, 2018
© Editorial enVivo, 2023
ISBN:
9789597268673
Instituto Cubano de Radio y Televisión
Ediciones enVivo
Edificio N, piso 6, Calle N, no. 266, entre 21 y 23
Vedado. Plaza de la Revolución, La Habana, Cuba
CP 10400
Teléfono: +53 7 838 4070
www.envivo.icrt.cu
www.tvcubana.icrt.cu
Agradecimientos
Mis agradecimientos a la Editorial En Vivo y a sus profesionales por su constancia.
A Luis David Díaz Cuervo, escritor y profesor de la Facultad de Medios Audiovisuales del Instituto Superior de Arte, filial de Camagüey, por el enjundioso y bello prólogo.
Eternamente a mis amigos Xiomara Fernández y Carlos Paulín, por entregarme lasfotografías de María y el Álbum de Oro de El derecho de nacer, donde ambos trabajaron en 1948.
A todos los artistas que brindan sus memorias para sacar de la oscuridad la vida de una madrileña que asume a Cuba como su segunda patria.
A Julio Batista, por entregarme la entrevista con María Luisa Lafita y datos de interés.
A la dirección de la revista Bohemia, y en especial a Vilma Peralta, jefa de la Fototeca, por su ayuda en localización de datos y fotografías.
A la Biblioteca Nacional José Martí, en particular a Lourdes de la Fuente, subdirectora del Área de Servicios al Pueblo, por su comprensión y ayuda.
A Iris Castillo, secretaria ejecutiva del Área de Servicios al Pueblo de la Biblioteca Nacional José Martí por su interés en la localización de datos.
A la Parroquia Jesús, María y José, de La Habana Vieja, y sobre todo a su secretaria Mireya Noa por su exquisita cooperación.
A la Agencia de Autores Visuales (Adavis), a su abogada Yanirys Vázquez por la amable y rápida atención.
Al Registro Civil Este del municipio de La Habana Vieja, por la atención inmediata y esmerada en la búsqueda de los datos solicitados.
A Ernesto Piñero de la Osa, por su ayuda en la investigación del Registro Civil.
A la Dirección del Cementerio de Colón, y en especial a Luis J. Martín, especialista principal del Grupo de Museología, por mostrar con eficiencia toda la documentación solicitada.
A David Gregorich, por su ayuda en la digitalización de fotografías.
La muerte no llega con la vejez, sino con el olvido.
Gabriel García Márquez
El recuerdo es el perfume del alma.
George Sand
Prólogo
Cosas de familia
«Hasta siempre, amor mío, espérame». Así clamó Esperanza Suárez con toda la fuerza de su voz gastada por los años cuando vio partir el féretro con los restos de Agustín, su compañero de toda la vida. Fue un instante de tal dramatismo que silenció a todos los presentes. Así ocurrió a finales de los sesenta en la funeraria Caballero, de 23 y M, en el Vedado. Yo estaba allí. Esperanza Suárez era hermana de mi abuela.
Quién duda que la memoria tiende a perderse en los recovecos de la cotidianidad; la mía, que no es menos, se me enreda un poco; pero ahora mismo puedo asegurar que cuando Cecilia Suárez, mi abuela materna, regresó de una larga estadía en Jovellanos, su tierra natal, algo empezó a cambiar entre los que vivíamos en la casona de la calle Pasaje B en el camagüeyano barrio de Garrido.
Junto con la abuela apareció en casa un aparato de radio. Era un receptor marca Philco que estuvo años de aquí para allá entre la familia. Creo recordar que ella lo compró a plazos para oír música, sobre todo danzones, novelas y para reír con Chicharito y Sopeira, el programa humorístico que escribía su primo Álvaro Suárez.
No eran tiempos en que todo el mundo pudiera tener un radiorreceptor, pero sí algo mi nostalgia sintoniza con cálida nitidez: por las noches, a eso de las ocho y pico, presenciaba el arribo de algunas vecinas de los alrededores, casi todas cubriéndose con toallas por aquello de «no coger sereno», sobre todo las que plancharon durante el día. Ninguna de ellas tenía radio en su casa.
Como un ritual se sentaban en la saleta, comentaban algo de las ocurrencias del barrio hasta que abuela Cecilia decía: «Ya va a empezar». Entonces de las entrañas tubulares del Philco salían diálogos, narración y música en los momentos justos, y entonaciones precisas como para que las vecinas, mamá y abuela hicieran silencio, se estrujaran las manos y con frecuencia lloraran.
No había llegado todavía el tiempo de que yo pudiera entender y aun explicar los significados, ámbito y trascendencia de El derecho de nacer, radionovela escrita por Félix B. Caignet, «el más humano de los autores». Era que en 1948 yo andaba cumpliendo seis años.
Pero el tiempo transcurrió
Penetrar en los entresijos de la trama de aquella obra radial sería, por mi parte, disparate; otros, que incluye testigos vivenciales, lo han hecho mucho mejor. Sin embargo, no me resisto a copiar un fragmento publicado a propósito de una de las múltiples retransmisiones que han tenido lugar en América Latina.
«Tengo entendido que las estadísticas no se han mantenido al margen de El derecho de nacer. Conviene que a la nación se le dé en su oportunidad el dato preciso de los metros cúbicos de lágrimas que se han derramado en 300 días de transmisiones, a excepción de los domingos, que es el único día de la semana que no hay derecho de nacer o de llorar, que para el caso es lo mismo.
»Si la famosa radionovela estuviera patrocinada por una fábrica de pañuelos, los dividendos habrían aumentado de forma increíble, y las estadísticas, que en todas partes tienen su puesto reservado, deben apresurarse a dar este otro dato exacto. ¿Cuántos pañuelos utilizó la nación colombiana para sobrevivir a El derecho de nacer?»
Con fina carga de ingeniosa ironía así lo dejó escrito Gabriel García Márquez en las páginas del diario Heraldo de Barranquilla, en 1951.
En Cuba aquella radionovela, que parecía calcada de la vida real de entonces, salió al aire el 1 de abril de 1948; se transmitió durante un año y diecisiete días, un verdadero suceso sin precedentes en el medio. A pesar de la capacidad histriónica de todo el reparto de personajes, es de notar que hasta hoy solo dos nombres sobresalen cuando se habla de El derecho de nacer: Félix Benjamín Caignet Salomón, el escritor, y el de la actriz que encarnó el personaje de Isabel Cristina del Castillo: María Valero, dos nombres, dos historias, quizás dos misterios.
Con la presente entrega de la Editorial enVivo, Josefa Bracero Torres, «gente de radio» desde sus primeros pininos como locutora en la emisora camagüeyana Radio Cadena Agramonte, suma una más a su catálogo de publicaciones, todas con la marcada intención de preservar historias de la radio y la televisión cubanas, así como las vidas de sus hacedores. Ahora el tema central es aquella actriz que fuera considerada la Gran Dama de la Radio: María Valero.
La obra se sustenta en una empeñosa indagación y en el ordenamiento de no escasas fuentes, archivos de voces, reportajes en revistas y periódicos de la época, libros editados cuyos autores y/o testimoniantes revelan fragmentos, pasajes y juicios (algunos poco conocidos) que, reunidos, posibilitan no una nueva visión sobre la actriz María Valero, sino una mejor –y quién sabe si también nueva– aproximación de la persona que había en ella.
No es de extrañar, como anota Bracero, que a la caza de mejores niveles de ratings los emisoristas y firmas comerciales patrocinadoras acudieran y aun disputaran entre ellos la figura, la voz, el desempeño actoral… en suma, la popularidad de algún actor o actriz. En ese ambiente estaba María Valero, solo que su notoriedad y permanencia en la memoria popular tiene que ver más con su desaparición física inesperada cuando apenas empezaba a desarrollarse el personaje que Caignet había creado especialmente para ella.
La circunstancia trágica de la muerte, magnificada con razón por los órganos de difusión, puso en estado de duelo a miles de personas. A partir de entonces, cada quien, de acuerdo con su sensibilidad, comenzó a aportar fragmentos de lo que llegaría a convertirse en una leyenda que con los años se desdibujaba y que ahora, gracias a este volumen, vuelve a instalarse con tintes nuevos en el seno del imaginario popular.
Aquellas cosas de familia
Una semana después del fallecimiento de su amado Agustín, quise visitar a Madrina, que así llamábamos en familia a Esperanza Suárez. Ella vivía entonces en la esquina de 23 y 28, en el Vedado, en la casa de su medio hermana Elisa Suárez, la madre de Marcos Behmaras.
«Entra para que la veas» –me dijo tía Elisa–. Está que no quiere salir del cuarto.
En efecto, sobre la cama matrimonial aquella ancianita viuda y lánguida, con los ojos perdidos en la hondura, era casi nada, tanto, que escasamente sonrió. La besé, le pregunté cómo estaba. Apenas balbuceó. Entonces le tomé las manos para acariciarlas, y mientras, paseé la mirada por la habitación: un escaparate de madera oscura, un lavamanos de pedestal, un balance acolchonado de espaldar alto, un nicho con la Virgen de la Caridad, una coqueta de espejo de luna, y a cada lado del lecho una mesita, en una de ellas la habitual lamparita de noche. Sobre el tapete de la otra, dos pequeñas fotos enmarcadas que llamaron mi atención. En una aparecían dos ancianos limpios y sonrientes. Eran ellos, Agustín y Madrina; en la otra el rostro agradable de una mujer que en pose artística miraba el lente.
Ahora mismo no sabría explicar por qué lo hice.
Pregunté: «¿Quién es la mujer de ese retrato?».
Tía Elisa, que estaba en la habitación, me respondió con cierto descreimiento:
«Esa es María Valero, la de El derecho de nacer».
De inmediato sentí que las manos de Madrina apretaban las mías. Entonces su mirada no pareció perdida cuando dijo:
«Sí, ella es María Valero. Ella es muy milagrosa».
¿Por qué sería milagrosa? ¿Acaso porque siendo María Valero pudo escapar con vida a la barbarie fascista en su España natal? ¿Acaso porque logró instalarse como María Valero en el gusto del pueblo de la isla que la prohijó? ¿Acaso porque un viajero celeste propició su viaje a la eternidad? ¿Acaso…?
Luis David Díaz Cuervo
Introducción
Desde que en 1922 ese sonido que sale de la caja cuadrada –la del ojo mágico– llega a los hogares, se adueña de la banda sonora para acompañar nuestras vidas. A través de él penetramos en un mundo prodigioso de imágenes desconocidas que vemos a través de las voces que se agrandan hasta convertirse en verdaderos mitos de profundo arraigo popular.
Aunque pase el tiempo la memoria guarda, como una leyenda, la tragedia que arrebata la vida en flor a uno de esos ídolos. Y cada generación sabe perpetuar el recuerdo de la joven española, que asume este país como su segunda patria, y para la cual entrega todo su amor a través de su arte en los teatros habaneros y en la radio nacional.
Sin embargo, no se puede evitar que los resortes de la publicidad hayan legado a la memoria de las nuevas generaciones una presencia merecedora de mayor integralidad.
Es verdad que se le enaltece, justamente, solo como aquella leyenda de las emisoras radiales RHC Cadena Azul y CMQ, las más importantes de la década de los cuarenta y de las novelas de mayores audiencias. Pero, ¿dónde se queda la joven adelantada a su tiempo, la que se consagra al holocausto en la lucha por su pueblo, en aquella desgarradora guerra civil española?
Por eso me anima al redactar estas líneas –no tan extensas, pero que llevan la profundidad del sentimiento– la justeza de rememorarla, también, como lo que es la gran Mari, la de las brigadas rojas antifascistas, la enfermera que cura tantas heridas, en el cuerpo y en el alma, en las ciudades y en los cuarteles de montaña, durante la guerra española, la que ayuda, en 1937, a organizar en Valencia el Congreso de los Intelectuales del mundo contra el fascismo.
Y en Cuba, la artista excepcional de las grandes obras en los Teatros Principal de la Comedia, América, Apolo…; la actriz más destacada de la radio en 1942 desde La Novela del Aire de RHC Cadena Azul y, entre 1944 y 1947, a través del Circuito CMQ, donde, al morir protagoniza el capítulo 199 de la novela radial más trascendental de todos los tiempos en América: El derecho de nacer. Ella, la que gana el título honorífico de la Gran Dama de la Radio Cubana, quien forma la pareja protagónica, nunca superada, al lado de Ernesto Galindo, los primeros en Cuba que muestran, a través de la radio, entre otras obras relevantes de la literatura, Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos, en La Novela del Aire, en Cadena Azul, a la que brinda su talento desde el 26 de marzo de 1941 hasta principios de 1945.
Pero, sobre todo, recordar a la mujer sensible y educada, que ya en La Habana, al finalizar 1942, declara ante un periodista de la publicación La Mujer Opina: «Me enorgullezco de haber sido útil a mi país, y estoy dispuesta a serlo, si el caso llegase a esta querida tierra que considero ya mi segunda patria». Por eso más que quiero, necesito contar esta historia desde todos los ángulos.
Mas, ¿cómo hacerlo para que se acerque lo más posible a la objetividad, a la vez que resulte interesante y sea asequible a la multiplicidad de lectores? Y decido que la mejor forma es utilizar, en primer lugar, como cronistas a personas que en distintos momentos y circunstancias están en la escena muy cerca de la protagonista, o que la ven a través de la voz, tarea esta nada fácil por el tiempo transcurrido, el que actúa no solo ante la ausencia física, también sobre la memoria.
A pesar de los obstáculos, prefiero arriesgarme… Me proyecto en pos de esa búsqueda. María, la actriz excepcional, y Mari, la mujer humana y solidaria, la del combate por la vida, lo merece, porque también por ella, por María Valero, «doblaron las campanas».
Los recuerdos de un cumpleaños
Anoche cuando dormía
soñé, ¡bendita ilusión!,
que una fontana fluía
dentro de mi corazón.
Di, ¿por qué acequia escondida,
agua, vienes hasta mí,
manantial de nueva vida
de donde nunca bebí?
Antonio Machado
Esta tarde de diciembre, algo invernal por cierto, la terraza mantiene, no obstante, una temperatura cálida, y como siempre el aroma de las flores y los colores de las orquídeas ofrecen un espacio muy agradable para la evocación, porque al recordar se vuelve a vivir, y también a reír o llorar.
Es una tarde especial, muy especial. El almanaque marca el 15 de diciembre de 1988. Ese día me acompaña una grabadora... Sí, esta vez la agradable tertulia, como otras, no quedaría solo apresada entre mis remembranzas. Porque los dueños de la memoria llegan y se van, como las estaciones. Llegan y se van, como la vida. Pero ese día están allí, como estarán siempre en la añoranza. Porque todos los que se van nos dejan algo. Ese es el secreto de la evocación. Y ellos tienen mucho que contar todavía.
Hoy abro ese telón de mis recuerdos y los sumerjo en la escena. Escuchemos el diálogo entre dos primerísimas personalidades de la cultura cubana: los hermanos Germán y Sol Pinelli. El primero en tomar la palabra es Germán, el protagonista del cumpleaños que se celebra:
–¡Qué extraño! Anoche soñé con una voz que nunca he podido olvidar, a pesar de los cuarenta años que dejé de escucharla.
Y Sol, arrobada al mirar al hermano, le dice:
–Muy sugestivo, nada menos que al esperar tú cumpleaños. Pero, de quién se trata, porque que yo sepa, las voces tienen rostros.
–Sí que lo tenía, pero en este caso no es exactamente así, porque yo para adivinar ese rostro solo me bastaba su voz... Sí que llegaba dentro, muy dentro, tanto en la escena como simplemente al conversar con los amigos. Tanto me impresionó, que aún la recuerdo con la vigencia del presente.
–Ya sé... Siempre la admiraste... incluso por encima de otras, tan profesionales, o más que ella.
–Pero ella, era ella. Sí, era muy especial... No se podía afirmar que era bonita, pero ofrecía un conjunto muy bello. A mí me gustaba el carácter de María Valero. Un poco seca; daba la sensación de no tener amistad con nadie. Pero yo tenía una amistad especial con María. Y ella era fiel en su amistad. Muchos decían que no tenía amigos...
Y Sol afirma:
–Eso es verdad, era muy difícil, pero tú le caías muy bien.
–Mira lo que son las cosas. Hace poco revisaba unos papeles y me encontré con una felicitación que ella me envió un día como hoy, por mi cumpleaños... Ella me consideraba su amigo… hablábamos. Yo seguía el tenor de su conversación... y sabes, hasta en esa postal de felicitación escribió: «Al único hombre que me comprende, sin preguntarme».
–Yo la conocí a través de Cadena Azul, porque era asidua oyente de La Novela del Aire. A veces hasta llegué a pensar que estabas enamorado de aquella muchacha.
–Si supieras, hermana. Muchos sí lo estuvieron realmente... pero mi amor, si a eso se le puede llamar amor, era más profundo. Porque no solo admiraba la belleza física, penetraba en los sentimientos: iba a su alma, a su yo, a su valentía para enfrentarse a tantas vicisitudes y siempre salir adelante… Sí que tenía una sola carta de presentación: su talento, su arte, su inteligencia nada común... Yo admiraba en María todo eso, y la voz extraordinaria. No le quitó nada a nadie y no me negarás que fue la primera.
–En eso tienes razón.
–Poco tiempo estuvo en la escena cubana. Apenas ochoaños, pero se coronó como La Gran Dama de la Radio de Cuba. Ella imponía su maestría como actriz. Y una voz que, como yo, muchos no han podido olvidar.
–Bueno después seguimos hablando porque acaba de llegar alguien a felicitarte: el que nunca falta.
–Por supuesto que no podía faltar este día... Creo que desde que nos conocemos nunca lo he hecho, y mira que tú tienes años.
–Sabes, Enrique, y lo has hecho en un momento muy importante.
–Sí, no me digas. Estoy acostumbrado. Aquí todos los momentos son interesantes.
–Pero esta vez es muy especial, porque Germán introdujo un tema para traer al presente a una persona que hace más de cuarentaaños que no está entre nosotros.
–Pero antes vamos a tomar el café, que se enfría, ¿no creen? Porque el pastel llegará después. Eso sí, supongo que hay pastel, ¿verdad, Sol?
–Por supuesto, hermano. Con lo que te gusta el dulce. Imagínate…, siempre has vivido a base de helados y dulces.
Y todos ríen.
Cuando se reanuda la conversación se había unido al grupo, además de Enrique Núñez Rodríguez, otro de los grandes amigos, que cada año nos encontramos allí: Juanito Hernández, director de Radio Rebelde. Y Sol, con aquella picardía de siempre, actualizaba la tertulia: