Más allá de la pasión - Catherine Spencer - E-Book

Más allá de la pasión E-Book

Catherine Spencer

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Beschreibung

El doctor Grant Madison había vuelto a Springdale para intentar salvar su matrimonio. Cuando Olivia y él se casaron sólo tenían una cosa en común: La inocente creencia de que la pasión ardiente era lo único que necesitaban. Más tarde, después de una serie de duros golpes, los dos eran más sabios, pero estaban separados. Ahora Grant quería hacerle una propuesta: Poner el sexo en segundo plano hasta que hubieran establecido un principio de amor y confianza en el que poder basar su relación. Era un experimento simple y sencillo… ¡si es que ambos podían resistirse a la atracción salvaje que aún sentían el uno por el otro!

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Seitenzahl: 176

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 1999 Catherine Spencer

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Más allá de la pasión, n.º 1086- mayo 2022

Título original: The Marriage Experiment

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1105-652-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

GRANT vio a Olivia antes que ella a él. O, más exactamente, vio sus piernas, ya que su rostro estaba oculto bajo el ala de un sombrero color crema.

Habría reconocido en cualquier parte esas piernas. Largas y tan suaves como la seda. Las había tenido rodeándole la cintura demasiado a menudo como para no conocerlas como la palma de su mano.

Aún así, no estaba preparado para la reacción que tuvo al verlas de nuevo. La arritmia era algo que le diagnosticaba a los demás, no a sí mismo, y el que el corazón se pusiera a latirle tan erráticamente ante la visión de su ex esposa era absurdo. No era como si no se hubiera esperado verla, después de todo. Había ido allí preparado para esa posibilidad.

Olivia estaba de pie, charlando con un tipo que parecía exactamente la clase de hombre que aprobaría el padre de ella. Delgado y pálido. Parecía el muñeco de un ventrílocuo, sin duda era Sam Whitfield el que ponía las palabras en la boca del pobre tipo.

Grant esperó a que el amigo de Olivia fuera a rellenar las copas y luego se acercó por detrás de ella y le dijo en voz baja:

—Hola, cara dulce.

Ella reaccionó como se había esperado que hiciera, volviéndose tan aprisa que casi se cae de los tacones altos.

—¿Grant? —dijo con una voz que revelaba alguna enfermedad respiratoria si fuera una de sus pacientes.

—Olivia —respondió él tratando de mantener la suya bajo control.

Desde lejos le había parecido que estaba como siempre, pero al acercarse vio que había cambiado.

No era que hubiera envejecido. Sólo tenía veintiocho años, pero su actitud le decía que ya no era la chica insegura con la que se había casado hacía ocho años. Esa chica se habría mirado a los pies y se habría ruborizado, pero la mujer que tenía delante se humedeció nerviosamente el labio inferior y lo miró directamente a la cara.

Grant se quedó como pasmado. Ella siempre había tenido unos ojos preciosos, grandes y luminosos, de un color indefinido que podía pasar del azul al verde prácticamente a voluntad, pero desde la última vez que se vieron, ella había aprendido a acentuarlos con el maquillaje. No es que llevara demasiado, pero alguien le había enseñado a darle forma a sus cejas y pestañas, así que el efecto no sólo era bonito, sino definitivamente hermoso. Y con respecto a su boca…

Se le hizo un nudo en la garganta y trató de tragar saliva, Decidió que esa boca parecía una fresa recién recogida y recordó la primera vez que la había besado y como ella le había sabido a verano e inocencia. Por supuesto, no podía estar seguro, pero él habría jurado que su lengua era la primera en explorar su interior inocente.

Estaba claro que a ella no le había dado por esa clase de nostalgia.

—¿Cómo estás, Grant? —dijo fríamente.

—Muy bien. ¿Y tú?

—Yo… muy bien. Me sorprende verte aquí.

—Bueno, Justin y yo nos conocemos desde hace más tiempo de lo que te conozco incluso a ti. Quiso que lo ayudara a celebrar su boda y yo he hecho lo posible para que disfrute del día.

—¿De la misma manera en que disfrutaste tú del nuestro?

La ironía del tono de voz de ella pilló desprevenido a Grant y le trajo a la mente unos recuerdos muy vívidos del pasado.

Una sencilla sala de bodas no había sido suficiente para la hija de Sam Whitfield. ¡De eso nada! Nada sería suficiente salvo una boda por todo lo alto.

Los invitados eran en su mayoría un montón de desconocidos arrogantes. En el altar, Grant se había preguntado qué demonios hacía él allí, con esa gente, cuando había tantas cosas que preferiría estar haciendo y tantas ambiciones permanecían sin ser alcanzadas.

Por un momento pensó escapar de allí mientras todavía era tiempo de poder decir que su vida era suya, pero justo entonces empezó la Marcha Nupcial de Wagner, aunque a él le hubiera parecido más apropiada alguna marcha de circo.

Miró a los ojos a Olivia y le dio la respuesta más neutral que se le ocurrió.

—Nuestra boda fue más formal.

—Y tú odiaste cada minuto que duró.

—Sí. Todas esas lilas me recordaban un funeral, pero ésta…

Hizo un gesto con la cabeza, abarcando todo el jardín, las flores, las mesas con los manteles agitándose levemente con la brisa, los niños corriendo por todas partes. En la suya no había habido niños para que no molestaran.

—Ésta no me habría importado.

—¡Tonterías! Tú no querías ninguna clase de boda y, sobre todo, no querías casarte conmigo.

—Eso no es cierto, Olivia. Tú fuiste una novia de una belleza inolvidable —dijo él intentando no soltarle algo excesivamente comprometedor.

—Y una esposa desastrosa. No te molestes en negarlo, Grant. Los dos sabemos que nuestro matrimonio fue un gran error. No estábamos de acuerdo en nada.

—O tu memoria es muy escasa o sólo recuerdas lo que quieres. El sexo era magnífico.

Ella casi se ruborizó entonces, pero su voz, tanto como su mirada, permaneció firme.

—No fue necesario que te casaras para tener eso, ¿verdad, Grant? Lo conseguiste a la tercera cita.

—Haces que suene como si fuera un desalmado que se hubiera aprovechado de una virgen inocente y remisa. Aunque era evidente que eras virgen, querida, la palabra remisa no iba contigo.

—Tenía diecinueve años —lo interrumpió ella—. Era lo suficientemente joven e inocente como para creer que el amor y el sexo siempre iban de la mano y que eran lo suficientemente fuertes como para sobrevivir a cualquier cosa.

—A cualquier cosa menos a tu padre —dijo él tomando un par de copas de champán de la bandeja de uno de los camareros y pasándole luego una a ella.

—No metas en esto a mi padre, Grant.

—Es una pena que no pensaras igual hace ocho años, Olivia —dijo él haciendo chocar su copa con la de ella—. Tal vez si lo hubieras hecho estaríamos ahora buscando la manera de escaparnos de aquí para divertirnos un rato en vez de charlar.

El muñeco de ventrílocuo apareció de nuevo entonces, ahorrándole a Olivia tener que seguir haciendo el papel de la divorciada perfectamente en control delante de su pesado ex marido.

—Oh, ya veo que alguien te ha traído otra bebida, gatita —balbuceó mirando suspicazmente a Grant—. No creo que nos conozcamos. Yo soy Henry Colton, un muy buen amigo de Olivia.

Fue una combinación de cosas tales como la actitud de propietario del tipo y el que la hubiera llamado gatita lo que hizo que Grant saltara.

—Yo soy Grant Madison, ex amante y ex marido de Olivia.

—¡Grant! —exclamó Olivia atragantándose con el champán.

Él le quitó la copa, le dio unos golpecitos en la espalda y sonrió afablemente a Henry.

—Dime, Henry, ¿cómo defines exactamente ser un muy buen amigo de una mujer?

—No tienes que responder a esa pregunta, Henry. No es asunto de Grant.

—Está bien, Olivia, no tengo nada que ocultar —dijo Henry cuadrando los hombros, como esperando elevar su estatura hasta llegar a la de Grant—. Nos conocimos en el banco. Yo soy el mánager del Springdale, ¿sabes?

—No lo sabía. ¿Debería saberlo?

Olivia le dedicó una mirada suplicante.

—Por favor, no hagas esto, Grant.

—Sólo estoy siendo educado, cara dulce —le dijo Grant mientras le daba masaje en el hombro suavemente.

El vestido color crema era sin mangas y se sujetaba con unos tirantes anchos que dejaban un escote muy bajo.

—Sigue, Henry, estoy fascinado.

Henry también lo estaba, pero por la forma en que el ex marido de Olivia la estaba acariciando. Haciendo un visible esfuerzo por no mirar la mano atrevida de Grant, se aclaró la garganta.

—Ella se fijó en mí cuando estaba buscando patrocinadores para una de sus campañas de busca de fondos.

—¿Se fijó en ti?

Grant trató de ocultar la risa tosiendo. Deberían darle una medalla a Sam Whitfield por el trabajo que había hecho con ese candidato a novio de su hija.

Sin darse por aludido, Henry continuó:

—Ninguno de los dos estábamos buscando una relación en esos momento, pero…

Por fin no pudo evitar mirar a la mano que Grant había dejado sobre el hombro de Olivia y se le notó en la voz una cierta ira.

—¿Cómo te lo podría decir más claramente? Fue como una unión de mentes. Conectamos muy bien y el resto, como se dice, es historia. Somos pareja. Tan simple como eso.

«Aquí lo único simple eres tú, compañero», pensó Grant, incapaz de tomarse en serio a ese tipo.

—A veces suceden cosas graciosas, ¿verdad? Uno se cree que tiene la vida perfectamente organizada y, ¡bum! Todo cambia en fracciones de segundo.

—Cuando aparece la mujer adecuada, merece la pena el cambio —dijo Henry tan seriamente que Grant casi se echó a reír.

—Y Olivia ciertamente sabe como generar esos cambios.

Ella no le clavó el tacón en el pie cuando pasó a su lado, pero no por falta de ganas.

—Henry —ronroneó pegándose a él y apoyándole una mano en el hombro—. ¿Podrías traerme un vaso de agua? Hay algo aquí que me está produciendo dolor de cabeza.

—Por supuesto, gatita —respondió él.

Ella lo miró mientras se alejaba con una leve y serena sonrisa en la cara.

—¡Qué asno más perfecto sigues siendo, Grant Madison! —dijo.

—La gente no cambia, Olivia —dijo él preguntándose cuánto más podría mantener ella esa pose de muñeca de porcelana—, eso por mucho que los demás traten de hacerte cambiar. Yo habría pensado que ésa era una lección muy bien aprendida por ti como para que la hubieras olvidado, teniendo en cuenta lo mucho que intentaste… y fallaste, cambiarme a mí a tu idea de lo que debía ser un esposo.

—Puede que esto sea un golpe a tu ego, Grant, pero me acuerdo muy poco de los diez meses que estuvimos juntos. Los siete años que han pasado te han borrado casi completamente de mi memoria. Siendo ése el caso, tu intento de recordarme nuestro matrimonio es un intento tan fútil como remover las ascuas frías tratando de revivir un fuego. Además, seguramente no habrás venido aquí sólo para escarbar en un pasado que los dos sabemos que es mejor que siga bien enterrado.

—Tienes razón, cara dulce. Las autopsias nunca me han gustado demasiado. Me interesa más lo vivo que lo muerto. Así que dime, ¿cómo te ha ido desde que nos separamos? ¿Sigues viviendo con papá? ¿Sigue dirigiendo todo lo que haces? ¿Está preparando a Henry para que sea tu próximo marido? ¿Y está ya en el saco él?

Eso hizo que ella dejara de sonreír.

—Tengo mi propia casa, mi propia vida y, como ya ha dejado perfectamente claro Henry, él y yo sólo somos amigos —dijo irritada.

—¿Me quieres decir que él no ha…? ¿Que no habéis…? Olivia, ¿por qué no? ¿Es que él no puede? Porque si ése es el problema hay tratamientos que parecen dar resultados muy buenos. No es que lo sepa por experiencia personal, ya entiendes, pero leo las revistas médicas y…

—¡Oh, calla ya! ¡Calla y vete!

Dado que Grant había hecho todo eso sólo para quitarle de encima la máscara que ella se había puesto, el éxito debía haberle parecido algo dulce. Pero en vez de eso le produjo un regusto amargo y un extraño remordimiento. Nada de lo que se había imaginado ni lo que había querido. Lo que había querido era decir él la última palabra y marcharse muy dignamente, pero en vez de eso tuvo que luchar contra la tentación de abrazarla de la misma manera que lo hacía ocho años atrás, cuando el amor era nuevo y un beso podía hacer milagros.

Por suerte, un fantasma menos querido del pasado entró entonces en escena.

—Así que eres tú —dijo Sam Whitfield mirándolo fijamente—. Esperaba haberme equivocado. ¿Por qué has vuelto a la ciudad?

—Lo mismo que te ha hecho salir a ti de debajo de tu piedra, Sam. He venido a la boda.

—¿De verdad? ¿Y cuándo te vas a volver a marchar?

—Me voy a quedar una temporada.—Sam puso su pose habitual de bulldog, con las piernas separadas y la mandíbula sacada.

—No hubiera pensado que tuvieras el valor de quedarte donde está tan claro que no se te quiere. Aquí tenemos un buen hospital con buenos profesionales y no te necesitamos, así que acepta mi consejo, doctor Madison, y vuélvete allá de donde hayas venido.

La posibilidad de torturar un poco a ese hombre fue una tentación demasiado poderosa para Grant como para pasarla por alto, así que, disfrutando, le dijo:

—Pero me necesitan aquí, por lo menos por una temporada.

—¿De qué demonios me estás hablando?

—Me voy a quedar como sustituto de Justin, mientras él se va de luna de miel. Me vais a tener delante cada día durante un par de meses, Sam, llevando su consulta. Naturalmente, creía que ya lo sabías, dado que eres el presidente del consejo de administración del hospital y un tipo muy dedicado a tus cosas.

Sam se puso púrpura.

—Vas a desilusionarte, Madison, yo nunca aprobaría nada que te permitiera traspasar los límites de esta ciudad, así que mucho menos poner el pie de nuevo en el hospital.

—Bueno, Sam, entonces alguien más debe haber dado su aprobación cuando tú no mirabas. Tal vez estuvieras en el noveno hoyo con tu buen amigo John Polsen en ese momento, ¿no?

Aquello era algo que tenían entre ellos desde hacía ocho años, pero que aún molestaba a Sam. Grant no llevaba ni un mes como interno cuando un accidente en la autopista había llenado de heridos la sala de urgencias. Uno de ellos era John Polsen y, a pesar de que sus heridas no eran serias, Sam había ejercido sus influencias y había pretendido que lo atendieran a él el primero.

Grant, un tanto rebelde y políticamente inocente, había hecho lo que ningún otro se había atrevido a hacer: le había dicho al presidente del consejo de administración que se metiera en lo suyo y que dejara las decisiones médicas a aquellos que podían distinguir un extremo de un estetoscopio del otro.

El hecho de que Sam estuviera tan evidentemente en terreno resbaladizo no alteró el hecho de que había sido públicamente humillado por un interno nuevo. Desde ese momento Grant había sabido que no debía albergar ninguna esperanza de quedarse en el hospital de Springdale. Desde ese mismo día, Sam se había dedicado a molestarle de todas las formas que pudo.

Restregarle por las narices de nuevo el hecho de que había tratado de aprovecharse de su cargo le proporcionaba a Grant una evidente satisfacción. Bajo su punto de vista, ningún castigo era suficiente para igualarle a él con el padre de Olivia. La amargura que había era demasiado profunda. Por los dos lados.

—Cuando la tinta de tu diploma no estaba seca todavía, ya eras un bastardo arrogante y nada ha cambiado, evidentemente —gruñó Sam—. No fue gracias a ti que John Polsen no muriera el día en que lo llevaron a urgencias.

—¡De eso nada, Sam! —dijo Grant alegremente—. John Polsen es como tú, demasiado malo para morir.

—¡Dejadlo ya! —les suplicó Olivia viendo temerosa que las viejas heridas seguían abiertas—. Por Dios, Grant, ¿es que no ves que mi padre no está bien? Este estrés es malo para su corazón.

«Demasiados chuletones, copas y cigarros son los culpables reales de eso», pensó Grant.

Fue a decírselo, pero había un límite para la tolerancia de todos y Olivia estaba claro que había alcanzado el suyo.

Le pasó un brazo maternalmente sobre los hombros a su padre.

—No te preocupes —le dijo—. No merece la pena. Él no merece la pena.

—Tal vez debieras encontrarle un asiento a la sombra —dijo Grant un poco alarmado también al ver la agitada respiración de Sam y la forma en que sudaba.

La mirada que ella le dedicó habría parado el tráfico.

—No necesito que me digas cómo debo cuidar a mi padre. De hecho, dadas las circunstancias, eres la última persona de la que querría un consejo.

—Como quieras —dijo él encogiéndose de hombros—. Pero le harías un favor apartándolo de toda esa comida.

Olivia se llevó entonces a su padre a una mesa a la sombra de un gran roble y lo hizo sentarse en una silla. Poco después, Henry se reunió con ellos. Era todo un espectáculo verlos, Sam sentado como un rey presidiendo su corte, el paje y Olivia, la hija devota, anticipándose a todos los deseos de su padre, como siempre; esperando sus órdenes.

Grant se dirigió entonces a Justin, que se le había acercado, y le señaló al trío.

—¿Ves algo de malo en esa imagen?

A Justin no se le escapó nada.

—¿Te refieres a aparte del hecho de que ya no formas parte de ella?

Grant murmuró una maldición.

—¡No creo que me echen de menos! Pero hay algo de triste en una mujer de veintiocho años cuya idea de la buena vida es hacer de doncella de su tiránico padre.

—Sí —admitió Justin—. ¿Y qué te propones hacer al respecto, compañero?

—¿Yo? ¡Nada!

—¿Por qué no? ¿No ha sido por eso por lo que realmente has vuelto a Springdale?

—¡Sabes muy bien que no es así!

Pero Justin era tan tenaz como el mismo Grant.

—¡Vamos, Grant! Estoy de acuerdo en que me haces un favor haciéndote cargo de mi consulta mientras estoy fuera, ¿pero lo habrías hecho con tantas ganas si fuera la de cualquier otro… o mejor, en cualquier otro sitio? Admítelo, tienes otra razón menos altruista para estar aquí. Así que, ¿qué es lo que tienes en mente? ¿Tener otro combate a diez asaltos con Sam Whitfield por la simple satisfacción de tenerlo, o tratar de nuevo de apartar de su lado a Olivia?

Hacía una hora que Grant podría haber dicho de corazón que Sam era el ganador. Pero que la situación había cambiado, era algo que no estaba dispuesto a admitir a nadie. Pensando que la ambigüedad era la mejor forma de discreción, se limitó a sonreír a Justin y levantó su copa en un brindis.

—Vamos a brindar por el matrimonio, compañero —dijo—. Por que la luna de miel no termine nunca.

 

 

Olivia estaba metida hasta el cuello en las burbujas del baño, apoyó la cabeza en el cojín hinchable y respiró la esencia de las sales.

Gradualmente la tensión desapareció de su cuerpo y sólo un leve dolor en la mandíbula le indicaba que había estado apretando los dientes más de lo debido.

Por supuesto, sabía por qué había estado tan tensa. Se había comportado como una completa idiota en la boda. Para entonces todo el mundo en la ciudad lo sabría también. Y la razón se podía resumir en dos palabras: Grant Madison.

Decir que había sufrido un shock al verlo no describiría bien lo que le había pasado a su sistema nervioso. Su padre no había sido el único que había estado a punto de sufrir un ataque al corazón. Ella se había sentido muy cerca del mismo por la forma en que el corazón se le había parado literalmente de golpe antes de ponerse a latir erráticamente. Pero eso no fue nada en comparación con lo que le sucedió más tarde, cuando oscureció.

Para entonces se había empezado a recuperar del trauma de verse cara a cara con su ex marido e, incluso, había empezado a recuperarse un poco, lo que nunca había sido una buena idea estando cerca Grant. Pero él había parecido más que feliz de mantener la distancia y, cuando Henry le pidió un baile, ella aceptó. No había habido ninguna razón para no hacerlo. Él era un buen bailarín.

Por supuesto, la gente ya había empezado a hablar por entonces. Aquellos que conocían a Grant del pasado no lo habían olvidado ni a él ni al tormentoso matrimonio que había tenido con la hija del presidente del consejo de administración del hospital. Ella tendría que haber sido ciega o tonta para no darse cuenta de la forma en que la miraban o de cómo se interrumpían las conversaciones cuando se acercaba a un grupo. Si su intención había sido llamar la atención más que los novios, Grant lo había logrado con creces.