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Solo estaba dispuesta a seguir con él si la hacía su esposa. Todo estaba preparado para aquella suntuosa boda en el Caribe... hasta que el padrino y la dama de honor empezaron a pelearse. El origen del conflicto era el deseo que el rico Ethan Beaumont sentía por Anne-Marie Barclay y que se negaba a admitir. Después de la traición de su esposa, no estaba dispuesto a permitir que otra mujer entrara en su vida ni en la de su hijo. Hicieron las paces por el bien de los novios... pero también acabaron haciendo el amor. Sin embargo, Ethan creía que la relación debía empezar y terminar en aquella cama...
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Seitenzahl: 188
Veröffentlichungsjahr: 2017
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Catherine Spencer
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Pasión en el caribe, n.º 1450 - diciembre 2017
Título original: In The Best Man’s Bed
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9170-732-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Si te ha gustado este libro…
ETHAN Beaumont… Ethan Andrew Beaumont… Monsieur Beaumont» Desde que fijaron la fecha de la boda, no había dejado de oír aquel nombre una y otra vez. Todo el mundo lo pronunciaba con una mezcla de respeto y admiración y con aquel tono que tan solo solía concederse a la realeza y a los dictadores.
«¿Y qué tiene de malo?» se preguntó Anne Marie, «Teniendo en cuenta que el que se casa con mi mejor amiga es Philippe Beamont, es normal ¿no?» Anne Marie bebió un poco de champán «Pero entonces, ¿por qué en otras bodas los protagonistas son los novios y en esta el único importante parece Ethan Beaumont? ¿Y por qué Solange lo permite?»
Se dirigió al azafato.
–¿Cuánto tiempo falta para que aterricemos?
–El descenso comenzará en breves instantes. Por favor, permanezca sentada y mantenga su cinturón abrochado –luego sonrió–. Aunque no creo que necesite que se lo recuerde ya que ha permanecido sentada durante todo el trayecto. ¿Le asusta volar, mademoiselle?
–Normalmente no –Anne Marie volvió a mirar por la ventana, pero la isla ya había desaparecido y el avión había comenzado a girar–. Aunque no suelo viajar en aviones tan pequeños.
Él volvió a sonreír.
–Está en buenas manos, el capitán Morgan es un piloto excelente. Monsieur Beaumont solo contrata a los mejores.
Una vez más alguien nombraba a Beaumont con indudables muestras de admiración y respeto, como si se tratara de una divinidad. Anne Marie volvió a sentir recelo ante tanta idolatría. No tenía ninguna gana de conocer al todopoderoso Beaumont.
–No se parece en nada a Philippe, aunque tienen rasgos similares a pesar de ser medio hermanos –le había contado Solange cuando la llamó para hablarle sobre la boda–. Es una persona que se hace respetar, tiene muchas propiedades y la gente lo admira tanto que lo tratan como si fuera de la familia real. Ahora entiendo por qué a Philippe le asustaba contarle que íbamos a casarnos. Ethan es… ¿Cómo podría describirlo? Una persona arrolladora.
–O lo que es lo mismo, un tirano –había dicho Anne Marie–. Que un hombre adulto tenga miedo de anunciarle a su familia que se casa es de locos. Si quieres saber mi opinión, creo que a ese Ethan Beaumont se le han subido las riquezas y el poder a la cabeza.
Solange se había quedado un rato callada antes de responder.
–Oui, es poderoso, pero en el fondo es un buen hombre. No tan cariñoso y tierno como mi querido osito, por supuesto, es demasiado frío. No parece un hombre dispuesto a dejarse llevar por pasiones o sentimientos.
–Pero en un momento de su vida lo hizo –le había corregido Anne Marie–. Su hijo lo demuestra.
–Sin embargo no tiene mujer. Quizá heredó el carácter frío y distante de su madre inglesa y por eso su matrimonio duró tan poco –había replicado Solange con un suspiro y Anne Marie se la había imaginado encogiéndose de hombros con ese estilo tan francés que la caracterizaba–. ¡Es una pena!
–Querrás decir un alivio. Ninguna mujer se merece tener a su lado a un hombre que es capaz de arrebatarle a su hijo. Es el niño el que me da pena por tener que vivir con un padre así.
–¡Pero, Anne Marie! ¡No fue culpa de Ethan! Fue la madre la que los abandonó.
–Lo que demuestra lo infeliz que debía ser, ya que prefirió renunciar a su hijo a tener que seguir aguantando a su marido.
El repentino ataque de risa de Solange se había transformado en un miedo repentino, como si hubiese temido que la castigaran por no guardar la compostura.
–No importa que me digas algo así en privado, pero debes tener cuidado con lo que dices cuando estés aquí en Bellefleur. A la gente no le gustaría enterarse de que una extraña critica a su seigneur.
¡Seigneur! ¡Por Dios! Anne Marie se reclinó en el asiento y cerró los ojos mientras el avión se acercaba a la isla. ¡Parecía que su amiga estuviera hablando de un hombre feudal de la edad media! ¡Era absurdo!
En el asiento trasero de aquel enorme Mercedes sintió como si ella fuera lo único anormal de Bellefleur.
Cuando el chófer atravesó las calles del pequeño pueblo, los habitantes se detuvieron e hicieron una especie de reverencia ante el coche.¿Acaso debía devolverles el saludo?, se preguntó Anne Marie. Odiaba aquella repentina falta de confianza. No, seguramente el gran seigneur no lo aprobaría.
–Será encantador y hará todo lo posible por que dispongas de todo lo que necesites, pero no te tratará como lo hacen los anfitriones norteamericanos –le había advertido Solange–. Es demasiado reservado. Probablemente te llamará mademoiselle Barclay hasta que te vayas, tardó mucho tiempo en llamarme a mí por mi nombre.
La perspectiva de tener que pasar más de un mes de reverencias y de morderse la lengua en presencia de un ser dominante con aires de hombre feudal le provocaba un gran malestar. Probablemente arruinaría sus planes de disfrutar de la compañía de su amiga antes de convertirse en su dama de honor. El viaje parecía condenado al fracaso.
Pero lo que más la preocupaba a Anne Marie era que aquel hombre autocrático influyera también en el matrimonio de su amiga.
Anne Marie conocía a Philippe Beaumont y le gustaba, su amiga y él hacían buena pareja, pero le parecía un hombre de carácter débil y ella dudaba que supiera enfrentarse a su medio hermano, a juzgar por lo que sabía del último.
De repente las puertas de la verja que daba paso a la propiedad de los Beaumont se abrieron y poco después llegaron a la puerta principal de la casa.
Anne Marie sabía lo que era el lujo. Había asistido a los mejores colegios y había viajado mucho, estaba acostumbrada a tener lo que quisiera. Aun así, y sin tener en cuenta la belleza del lugar, el tamaño y la opulencia de la mansión Beaumont la dejaron sin palabras.
–¿Mademoiselle?
Un empleado doméstico vestido con pantalones cortos y una camisa blanca impecable le estaba abriendo la puerta del coche. Salió decidida a enfrentarse a todo lo que le deparara el futuro con entereza.
El empleado la acompañó hasta la puerta de la casa mientras la resguardaba del fuerte sol con un paraguas. Pero la casa no tenía puerta principal sino unas puertas de hierro forjado exquisitas que daban paso a un patio interior tan grande que podría haber servido de salón de baile.
Solange la esperaba allí con los ojos húmedos de la emoción.
–¡Cómo te he echado de menos! –le dijo su amiga mientras se acercaba a ella y le daba dos besos–. Bienvenida a Bellefleur, ma chère, chère amie ¡Me alegra que estés aquí por fin!
–¿Te alegras? –Anne Marie también estaba algo emocionada. Miró a su amiga detenidamente mientras la agarraba de los brazos–. Si te alegra tanto verme, ¿por qué lloras?
–Porque soy muy feliz.
–No pareces muy feliz.
Solange se encogió de hombros y tras mirar con disimulo por encima del hombro se dirigió a su amiga.
–Ven, te voy a mostrar tus habitaciones. Allí podemos hablar con más calma. Ethan dio órdenes de que te alojaras en la casa de invitados al lado de la mía.
–¿Quieres decir que no duermes en la casa principal?
–Hasta que no me case no. Ethan no lo permite, si no Philippe estaría tentado a escabullirse hasta mi cama por la noche.
–¿Cómo hacía cuando vivíais en París?
–¡Calla! Nadie debe saber eso, Anne Marie. Aquí todo es diferente.
–Ya veo –murmuró mientras seguía a Solange hasta otra verja en el lado opuesto del patio. La atravesaron y llegaron a una enorme terraza con una piscina. Las vistas eran increíbles: un horizonte en el que se mezclaba el azul cielo con el azul del océano y entre medias una fila de cocoteros.
–Como habrás podido observar, estamos bastante lejos de la casa principal, pero las casitas son espaciosas y cómodas.
–Eso esta bien, necesito espacio para terminar los vestidos.
Solange la miró por encima del hombro y durante unos segundos recobró aquella vitalidad que la caracterizaba.
–Estoy impaciente por ver mi vestido, los dibujos que me mandaste me encantaron.
–Si quieres podemos probártelo más tarde, y así te haces una idea de cómo va a ser el producto final.
–Tendremos que esperar hasta mañana. Acabas de hacer un largo viaje y vamos a cenar pronto. Supongo que antes de comer querrás ducharte y cambiarte.
–Probablemente esta noche conoceré al maravilloso Ethan Beaumont. –Anne Marie frunció el ceño–. Creo que la cena no me sentará muy bien.
–No, esta noche no –dijo Solange entre risas–. He ordenado que nos traigan la cena a mi suite. Los tíos de Ethan están visitando a unos amigos y no volverán hasta mañana por la tarde y Ethan está de viaje de negocios.
–Pensé que encargarse de esta isla y de las vidas de sus habitantes eran también sus negocios.
–¡Mon Dieu, non! Tiene negocios por todo el mundo, aunque está empezando a pasarle gran parte del trabajo a Philippe para dedicarse más a sus empresas de petróleo. Por eso está fuera.
–¿Está en Oriente Próximo? ¡Bien! ¡Cuanto más lejos esté, mejor! Ese hombre ya me cae mal y no tengo ganas de conocerlo.
–Me temo que no está tan lejos. En realidad está bastante cerca, en Venezuela. Estoy segura de que volverá en un par de días, hasta entonces tendrás que convivir con sus tíos y con Adrian.
–¿Quién es Adrian?
–El hijo de Ethan –el tono de Solange se suavizó–. Es un niño adorable, creo que te llevarás bien con él independientemente de lo que piensas de su padre.
En aquel momento el camino les llevó hasta una pradera y Solange se detuvo para señalar las dos casitas por encima del mar.
–Bueno, ya hemos llegado, chérie, aquí viviremos una temporada.
Tras sus primeras impresiones de la propiedad de los Beaumont, a Anne Marie no debió sorprenderla aquella visión. Ante ella había dos réplicas en miniatura de la casa principal rodeadas de flores y separadas por un camino. Tenían las mismas puertas, la misma terraza y una piscina más pequeña.
–He de reconocer que a pesar de sus defectos, tu futuro cuñado sabe cómo tratar a sus invitados –le dijo Anne Marie cautivada por la belleza del lugar–. Solange, esto es el paraíso, ¡es perfecto! Vamos a pasarlo muy bien las próximas semanas.
–Ojalá tengas razón –contestó Solange.
–¡Por supuesto que tengo razón! Las novias suelen disfrutar mucho los días antes de casarse, no entiendo por qué no estás tan radiante como siempre. Solange, ¿qué te pasa? ¿Acaso ya no quieres casarte con Philippe? Porque si es así, no es demasiado tarde para cancelar la boda.
–No, no tiene nada que ver con Philippe. Lo adoro, lo quiero más que nunca y siempre estoy contenta cuando él está a mi lado, pero cuando no está… –los ojos de Solange se entristecieron–. …. Me siento como una extraña, como una extranjera.
–¿Cómo que extranjera? Quizá esté lejos de Francia pero sigue siendo Francia. Imagínate lo horrible que sería si la gente hablara otro idioma que no es el tuyo.
–Bueno, lo que quería decir es que a pesar del idioma me siento como una extranjera. Hay dos clases de gente en esta isla, los que son de aquí porque han nacido aquí y el resto, que ni nacimos ni somos de aquí.
–Si eso es lo que piensas, ¿cómo vas a poder vivir aquí?
–Philippe dice que una vez que estemos casados y tengamos una familia no me sentiré así y seré aceptada. Quizá tenga razón. Tal vez tan solo se deba a que últimamente he pasado demasiado tiempo sola.
–¿Por qué no está aquí Philippe?
–Ha estado encargándose de los negocios en Europa y Asia. Ahora lleva en Viena una semana. Ethan dice que ya que no va tardar en formar su propia familia, tiene que empezar a tener una responsabilidad mayor en los negocios de los Beaumont.
«Ethan dice esto, Ethan piensa aquello… ¡Ethan da órdenes!» pensó Anne Marie con gran desprecio.
–Dime una cosa Solange, ¿alguna vez alguien se ha atrevido a mandar a Ethan al diablo?
Solange miró aterrorizada a su amiga.
–Mon Dieu, ¡no vuelvas a decir nada así delante de la gente! Sería como cometer… –movió las manos con nerviosismo, estaba intentando buscar la palabra adecuada.
–¿Una gran ofensa? –le sugirió Anne Marie–. Solange, ¿qué te pasa? ¿Quién es esta niña asustada que repite como un papagayo lo que otros le han dicho? ¿Qué ha pasado con la Solange que yo conocía?
–En el fondo sigo siendo la misma –se encogió de hombros e hizo un gran intento por animar un poco su expresión–. Me ha costado un poco adaptarme a esta nueva vida, eso es todo. Pero ahora que estás aquí, no tardaré en volver a ser la misma.
Se dirigieron a las puertas de las casas. Cuando Anne Marie llegó a la puerta vio que sus maletas ya habían llegado y que una empleada estaba deshaciéndolas.
–No quiero que toquen los vestidos para la boda así que voy a encargarme de todo antes de que abran el baúl –le dijo Anne Marie a su amiga–. Pero esta conversación aún no ha concluido. Tal vez logres engañar a todo el mundo con tu carita de niña buena, pero a mí no me engañas. Algo no va bien en este paraíso y voy a averiguar de qué se trata.
–No es nada… Son solo los nervios normales de una novia y muchos cambios repentinos –replicó Solange nerviosa mientras se dirigía a la puerta de su suite–. Siempre he sido tímida y tú lo sabes. Me está costando adaptarme, sobre todo sin tener a Philippe a mi lado. Supongo que lo que me pasa es que me siento sola.
«¡No me extraña! Y eso es algo más que hemos de agradecer al todopoderoso Ethan Andrew Beaumont Lewis» se dijo Anne Marie.
Anne Marie pensó que aquella mañana se levantaría tarde, pero a pesar de haberse acostado agotada la noche anterior, se levantó cuando estaba amaneciendo. Faltaban unas horas para que sirvieran el desayuno y como había cenado bastante el día anterior, decidió hacer un poco de ejercicio.
Después de vestirse se asomó a la terraza, la piscina era tentadora, pero no había signos de vida en la casa de Solange. Cuando terminaron de cenar la noche anterior, su amiga estaba muy pálida y parecía agotada. Probablemente no había estado durmiendo bien. Le vendría bien descansar.
Anne Marie pensó que sería mejor no molestarla. Se puso una camiseta encima del biquini. La idea de descender hasta las azules aguas del Caribe también resultaba tentadora.
Pero encontrar el camino que llevaba hasta la playa era más difícil de lo que parecía. Volvió al lugar de partida dos veces y en otra ocasión se encontró de repente al borde de un acantilado sobre el mar. Al final, cuando ya estaba dispuesta a darse por vencida y volver a la casa, vio a un hombre trabajando en uno de los pequeños estanques del camino.
Estaba arrodillado y le daba la espalda. Lo primero que pensó Anne Marie fue que debía llevar casi toda la vida trabajando bajo el sol abrasador ya que poseía una piel bronceada y era muy musculoso. Tenía que ser un trabajador ya que si no fuera sí, no le habrían permitido estar en aquella propiedad sin camiseta.
–Bonjour –empezó a decir un poco insegura de la forma en que debía dirigirse a los empleados–. Excusez moi –le dijo acercándose un poco más y hablando más alto–. S´il vous plait, monsieur…
Como de mal humor, el hombre alzó la mano y le indicó que hablara más bajo.
–Hable más bajo, ya la oí la primera vez.
–¿Ah sí? ¿Y cómo cree que reaccionaría su jefe si se enterara de lo maleducado que ha sido con uno de sus invitados?
–No le gustaría –le respondió sin moverse–. Pero tampoco le gustaría saber que un invitado ha molestado en la delicada tarea de mantener sano y salvo a un koi.
–¿Se encarga de los peces?
–Se podría decir eso.
–¿Cómo lo llama su jefe?
–Nada –le replicó sin mucho interés–. No me llama de ninguna forma, para él no soy lo suficientemente importante como para darme un nombre.
–Y aun así sigue trabajando aquí. Debe gustarle mucho su trabajo.
–Sí, señorita –le dijo con un tono isleño y burlón–. El señor me deja dar de comer y cuidar a sus peces. Me da una cabaña para vivir y ron. El hombre de los peces, hombre muy afortunado.
–No hace falta ponerse así, no es culpa mía si no saben valorar su trabajo –inclinó la cabeza a un lado para tratar de ver lo que estaba haciendo el hombre–. ¿Le gustan mucho los peces, no?
–Los respeto –contestó él–. Algunos tienen más de cincuenta años. Hay que cuidarlos, se lo merecen. ¿Adónde va a estas horas de la mañana?
–Estoy buscando la forma de bajar a la playa. Quiero nadar un rato.
–¿Y qué tiene de malo la piscina para invitados?
–Mi amiga está durmiendo y no quiero molestarla. Las cosas no le van muy bien últimamente.
–¿Y eso? ¿Acaso no está a punto de casarse con el hombre que más quiere?
–Es otro hombre el que le está poniendo las cosas difíciles.
El hombre acarició al pez que había estado curando.
–¿Hay otro hombre implicado? Eso no es bueno para un matrimonio.
–No es ese tipo de hombre, pero no importa, ni siquiera debería estar hablando de esto con usted. A monsieur Beaumont no le gustaría.
–No, a monsieur Beaumont no le gustaría –contestó él–. Aquí no hay ningún camino hasta la playa, si quiere nadar le sugiero que vaya a la casa principal y se dé un baño en la piscina grande.
–No, no lo creo. Seguramente no está permitido que un invitado meta el píe en la piscina de la casa principal sin invitación previa.
–No parece que le gusten los Beaumont, ¿los conoce?
–Solo conozco a la novia. Todavía ni siquiera conozco al gran y todopoderoso hombre, pero lo que he oído de él no me gusta nada.
El hombre se limpió las manos en los pantalones cortos y se puso de pie de un salto. Era alto, muy alto…
–Al gran todopoderoso hombre no le gustará oír eso.
–¿Quién se lo va a contar? ¿Usted?
Él se rio y se giró hacia ella. En aquel momento el sol empezaba a aparecer por una de las laderas de la montaña y Anne Marie pudo verlo bien por primera vez.
¡No era ningún trabajador normal! Tenía las facciones de un aristócrata, los pómulos marcados y suaves, unos labios poco acostumbrados al sufrimiento y unos ojos inmensamente azules. Anne Marie no necesitaba que nadie se lo presentara.
–¡Usted no trabaja aquí! –logró por fin decir.
–Por supuesto que sí. Trabajo mucho.
–No, no es verdad, usted no es el cuidador de peces. ¡Usted es Ethan Beaumont!
Él se inclinó un poco.
–¿Y dónde dice que no puedo ser ambos?
«¡He metido la pata hasta el fondo!» se dijo Anne Marie.
–¿Por qué no me lo dijo? –le preguntó a él.
–Porque era mucho mejor escuchar lo que decía. ¿Hay algo más que quiera decirme sobre mí?
–No –murmuró ella. Se sentía tan avergonzada que quería desaparecer–. Por ahora no tengo nada más que decir.
–En ese caso permítame que la acompañe hasta la casa donde la invito a nadar en la piscina hasta que se canse.
–Creo que ya no tengo ganas de nadar. Creo que volveré a la zona de invitados.
–¿Para molestar a la delicada novia? –él se colocó junto a ella y la agarró del brazo–. Venga conmigo, mademoiselle, no desperdiciemos más tiempo en absurdas discusiones. Ya está decidido. El gran hombre todopoderoso en persona lo ha decidido.
DEBERÍA estar buscando petróleo en Venezuela –dijo Anne Marie mientras intentaba andar al mismo paso que él.
–Yo no lo busco personalmente.
–¡Sabe a qué me refiero!
–Por supuesto –le dijo con un tono suave y burlón–. Tiene una forma de explicarse que no deja lugar a dudas.
A pesar de que odiaba tener que hacerlo, ella se dio cuenta de que le debía disculpas.
–Siento haber dicho lo que dije, no debí haberlo hecho. Lo lamento.
–Por supuesto que debe sentirlo, ¿o es acaso habitual entre su gente hablar mal del anfitrión delante de los empleados?
La forma en que entonó la palabra gente hizo que Anne Marie se arrepintiera de haberse disculpado.
–No –le contestó–. Pero del lugar de donde vengo los anfitriones no suelen ser tan poco hospitalarios. Ni fingen ser alguien que no son.
–¿Poco hospitalario? –la miró muy sorprendido–. ¿Acaso no está satisfecha con su alojamiento? ¿La comida no le complace? ¿Mis empleados la han tratado mal?