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Noche de San Juan es una comedia de capa y espada del autor Lope de Vega. En la línea de las comedias palatinas del teatro del Siglo de Oro Español, narra la historia de un malentendido amoroso al que siguen numerosas situaciones de enredo en tono desenfadado y humorístico en torno al paso a la madurez.
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Seitenzahl: 82
Veröffentlichungsjahr: 2020
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Lope de Vega
Saga
Noche de San JuanCopyright © 1631, 2020 Lope de Vega and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726618662
1. e-book edition, 2020
Format: EPUB 3.0
All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com
Salen Doña LEONOR, dama, e INÉS,criada
LEONOR: No sé si podrás oír
lo que no puedo callar.
INÉS: Lo que tú supiste errar,
¿no lo sabré yo sufrir?
LEONOR: Perdona el no haberte hablado,
Inés, queriéndote bien.
INÉS: Ya es favor de aquel desdén
pesarte de haber callado.
LEONOR: No me podrás dar alcance
sin un romance hasta el fin.
INÉS: Con achaques de latín,
hablan muchos en romance.
LEONOR: Las destemplanzas de amor
no requieren consonancias.
INÉS: Si sabes mis ignorancias,
lo más claro es lo mejor.
LEONOR: ¿Tengo de decir, Inés,
aquello de escucha?
INÉS: No,
porque si te escucho yo,
necio advertimiento es.
LEONOR: Vive un caballero indiano
enfrente de nuestra casa,
en aquellas rejas verdes,
cuando está en ellas, doradas.
Hombre airoso, limpio y cuerdo,
don Juan Hurtado se llama;
dijera mejor, pues hurta,
don Juan Ladrón, sin Guevara.
Éste, que mirando en ellas,
las tardes y las mañanas,
no curioso de pintura
los retratos de mi sala,
sino mi persona viva,
como papagayo en jaula
siempre estaba en el balcón
diciendo a todos: "¿Quién pasa?"
Debió de pasar amor,
que como el rey que va a caza
a las águilas se atreve,
cuanto y más a humildes garzas.
Parándose alguna vez,
preguntóle cómo estaba;
respondió: "Como cautivo,"
y miraba mis ventanas.
De sus ojos y su voz
a mi labor apelaba;
mas pocas veces defienden
las almohadillas las almas.
Muchas, te confieso, amiga,
que los ojos levantaba
por ver si estaba a la reja,
que no por querer mirarla.
Di en cansarme si le vía,
¡oh, qué necia confianza!
que pesándome de verle,
de no verle me pesaba.
Dicen los que saben desto,
Inés, que el amor se causa
de unos espíritus vivos
que los ojos de quien ama
a los opuestos envían,
y como veneno abrasan
de aquellas sutiles venas
la sangre más delicada.
Por esta razón, los niños,
en los brazos de sus amas,
enferman de quien los mira,
aunque es la causa contraria;
que allí mira el niño amor,
pero aquí padece el alma,
que las niñas de los ojos
las de las almas retratan.
En la Vitoria una fiesta,
que en guerra de amor no falta
la vitoria a quien porfía
y más si está la esperanza
tan cerca del Buen Suceso
el tal indiano esperaba
que yo llegase a la pila;
llegué, y al tomar el agua,
como que hacía lo mismo
me echó un papel en la manga.
¿No te dije yo al principio
cómo Hurtado se llamaba?
¿Pues qué mayor sutileza
viniendo entre gente tanta?
Tomaba con una mano
el agua y con otra echaba
el papel, en que fué cierto
lo que dicen del que anda
entre la cruz y la pila.
Pasaron dos horas largas
mientras en la iglesia estuve,
donde, por más que rezaba
más al papel atendía
que a las imágenes santas.
Quise romperle mil veces,
y cuando ya le sacaba
parece que me decía:
"Señora, ¿por qué me rasgas?
¿Qué perderás en saber
cómo escriben a sus damas
los amantes?" Pero yo,
aunque con mudas palabras,
"No, traidor," le respondía,
"aquí morirás, que llamas
para papeles de amores
suelen ser manos honradas".
Entre si le rasgo, o no
¡oh, cuánto yerra quien halla
luz para atajar principios
y los remedios dilata!
Comencé a rasgarle, y luego
detuvo el amor la espada,
porque es ángel que defiende
papeles cuando honras mata.
Volvió, en fin, por las razones,
y la razón desampara,
afeándome la muerte
de un pobre papel sin armas.
El vino conmigo, en fin,
y en mi aposento, sentada
en mi cama, vi el papel,
cortés, como quien engaña,
y breve, como discreto,
y aquella máscara santa
del matrimonio, en los hombres
treta que ha perdido a tantas.
Anduve desde este día
triste y alegre, cansada
de sufrir mis pensamientos,
que resistidos desmayan.
Don Juan, como pescador
que al pez el sedal alarga,
cuando ya le tiene asido
y va mudando la caña,
envióme una mujer
destas que cuentan por habas
los sucesos por venir;
negro monjil, tocas blancas,
cuentas de no dar ninguna,
que cruz y muerte rematan,
cruz de matrimonios que hacen
y muertes de honras que acaban.
Yo no sé, por no cansarte,
con qué hechizos o palabras
trocó mi honesto deseo,
que a dos visitas estaba
como don Juan me quería,
claro está, que enamorada.
Respondí al papel, y a muchos,
por esta fingida santa,
a quien mi casa venera
y a quien mi hermano regala.
En fin, dando yo lugar,
todas las noches me habla
por esas rejas don Juan;
porque, después de acostada,
vuelvo a vestirme y salir;
porque cuando el amor danza,
no hay Conde Claros, Inés,
que así salte de la cama.
Hablamos hasta que el sol
nos envía, con el alba,
a decir que ya es de día,
porque los ojos no bastan.
Así pasamos las noches,
y te prometo que es tanta
la blandura y discreción
de don Juan, y que me trata
con tan honesto respeto,
que, perdida y obligada,
pienso advertir a mi hermano
de que mi vida se pasa
sin que de mi estado trate;
que, divertido en sus damas,
como caballero mozo,
ni se casa, ni me casa;
porque somos las mujeres
fruta que con flor agrada,
y del tiempo en que se coge
siempre es mejor la mañana.
Esta, Inés, la historia ha sido,
y, cuanto amorosa, casta,
no le di mano sin ser
sobre lágrimas prestadas.
A quien no lo pareciere,
pruebe a ser un año amada,
que oír y no responder
sólo es bueno para estatuas.
Yo defendí mi valor;
pero donde el cielo es causa
y dos almas se conforman,
ninguna prudencia basta.
INÉS: Aunque has pensado que yo
no entendía tu inquietud
y estimaba la virtud
de quien el papel te dio,
sabe que todo lo sé
y de Tello, su criado,
que alguna vez me ha fïado
tus pensamientos, en fe
de un poco de voluntad.
LEONOR: ¿Quiéresle bien?
INÉS: Es discreto.
LEONOR: Bueno andaba mi secreto.
INÉS: ¿Parécete novedad
que donde mira el señor
siga su ejemplo el crïado.
LEONOR: Mi hermano, Inés, ha llamado.
¡Ay, Dios!
INÉS: ¿De qué es el temor?
LEONOR: De venir con él don Juan,
a quien él jamás habló.
INÉS: ¿Don Juan?
LEONOR: Ya le he visto yo,
y mil sospechas me dan.
Salen Don JUAN, Don LUIS y TELLO
LUIS: Creed, señor don Juan, que estoy corrido
si bien no culpa, encogimiento ha sido
no haberos visitado.
JUAN: Confieso que en lo mismo estoy culpado,
siendo mi obligación.
LUIS: Antes la mía,
que ofreceros debía,
mi casa y mi amistad, por caballero,
vecino y forastero.
JUAN: Mostráis lo cortesano y lo discreto
en honrarme, don Luis, y yo os prometo
que el amor me debéis con que os hacía
mil visitas el alma cuando os vía,
con mil ansias de ser amigo vuestro.
LUIS: Estrellas tuvo el pensamiento nuestro,
ellas nos concertaron, pues ha sido
igual amor el que nos ha vencido;
servíos desta casa llanamente.
JUAN: Esclavo seré suyo eternamente.
¿Es vuestra hermana esta señora?
LUIS: Hoy quiero
que conozcáis mi hermana. El caballero,
Leonor, que miras es don Juan Hurtado,
ya sé que tu retiro recatado
aun no sabrá que fué nuestro vecino
desde que a España de las Indias vino.
JUAN: (¡Cielos, qué dicha es ésta!) Aparte
Señora, a tantas honras, la respuesta
es el silencio mudo,
que es la lengua mejor de quien no pudo
satisfacer su obligación hablando.
LEONOR: Y yo, señor don Juan, quiero, imitando,
si no el ejemplo, el pensamiento vuestro,
decir callando del contento nuestro
alguna parte breve
por mi hermano y por mí.
LUIS: Todo se debe
al valor de don Juan.
JUAN: Embarazado
de tantas honras, casi estoy turbado;
aunque no lo supiera,
por hermanos, señores, os tuviera,
viendo tan parecida cortesía.
LUIS: Retírate, Leonor, que hablar querría
a solas con don Juan
LEONOR: Como quisieres,
aunque la condición de las mujeres
lleva mal los secretos.
Aparte a TELLO
JUAN: (Tello, ¿que es esto?
TELLO: Del amor efetos;
que se pega también, y es cosa llana
que a don Luis se le pegó su hermana.
JUAN: Si hacemos amistad, ¡ay, Leonor mía!,
aquí veré tu sol sin celosía.)
[Aparte las dos]
LEONOR: (Inés, detrás desta cortina quiero
escuchar a mi hermano, que me muero
de varios pensamientos combatida.
INÉS: ¿No ves que es amistad?
LEONOR: ¿Y si es fingida?)
Escóndense las dos
LUIS: Señor don Juan, ya que habemos
nuestras almas declarado,
fuera engaño haber callado
lo que en su centro tenemos;
sin prólogos, sin extremos,
ya sois dueño de la mía.
LEONOR: ¡Ay, qué desdicha sería,
Inés, que se declarase!
INÉS: Mas aguardo que te case.
TELLO: (No hay secreto sin espía: Aparte
las dos escuchando están;
que mujeres, por saber,
y más cuando hay que temer,
ventanas en bronce harán.
LUIS: Yo quiero, señor don Juan,
al más hermoso sujeto
deste lugar, y aunque a efeto
de casarme, como es justo,
no corresponde a mi gusto,
ni en público ni en secreto.
Creer que es honestidad
a mi amor, está muy bien;
que en un público desdén
hay secreta voluntad.
Tenéis vos tanta amistad
con el dueño desta dama,
que no fué mayor la fama