Olvidemos el pasado - Allison Leigh - E-Book

Olvidemos el pasado E-Book

ALLISON LEIGH

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Beschreibung

En aquellos siete años, Sarah Clay no había podido olvidar ni perdonar que Max Scalise la hubiera rechazado. Ahora Max estaba de vuelta en el pueblo y no paraban de encontrarse. El más mínimo roce seguía haciendo que todo su cuerpo se estremeciera, pero Sarah sabía que no debía dejarse llevar… ¿O acaso no lo sabía? Muchas cosas habían cambiado, pero Max seguía tan enamorado de Sarah como siempre; sin embargo ella ni siquiera parecía querer mirarlo a los ojos. No obstante, Max estaba empeñado en recuperar su amor, aunque para ello tuviera que revelarle sus más profundos secretos.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2007 Allison Lee Davidson

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Olvidemos el pasado, n.º 1732- septiembre 2018

Título original: Sarah and the Sheriff

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-9188-965-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

NO SE había imaginado que las cosas pudieran empeorar.

Veintiún años.

Embarazada. Sin marido. Sin prometido. Sin novio.

A Sarah le hubiera gustado reírse de todo eso y lo habría hecho, si no se hubiera sentido tan desgraciada.

Además, reírse habría hecho que se fijaran en ella y eso era lo último que quería, teniendo en cuenta que estaba escondiéndose tras un arbusto.

La novia estaba dándole el ramo de rosas rojas a su dama de honor cuando Sarah oyó una voz detrás de ella:

—Me encantan las bodas.

Ella miró a la pequeña y arrugada mujer que se había colocado a su lado. Si vio algo extraño en el hecho de que Sarah estuviera escondiéndose tras un arbusto, no dijo nada al respecto.

—¿A ti no, querida?

Sintiéndose como una estúpida, Sarah sonrió.

A la mujer seguía sin extrañarle su actitud y sin más se limitó a mirar la boda.

—En este lugar de Malibú se celebran muchas bodas. Y puedo entender por qué viendo el océano Pacífico de fondo y este maravilloso jardín. Es un marco incomparable y fascinante.

Sarah asintió con la cabeza.

—En mi época —la voz de la mujer adoptó un tono de confidencialidad—, el casarse al aire libre significaba que la novia esperaba un bebé. Hoy en día las cosas han cambiado y en este caso la novia ya ha tenido a su bebé. ¡Mira qué cosita tan pequeña recostada en el hombro de su papá! ¿Es un niño o una niña?

—Niño —le costó pronunciar esa palabra. Se le había caído el alma a los pies cuando se había enterado de la existencia de ese bebé hacía unas semanas—. Y no es tan pequeño. Ya tiene casi nueve meses.

—¿En serio? ¿Conoces a los novios? ¿Y por qué no estás sentada con el resto de invitados?

Sarah deseó no haber dicho nada.

—Decidí no asistir —murmuró.

—¿Eres amiga de la novia o del novio?

—Del novio —dijo—. Somos conocidos —lo cual era mentira.

Ella no hacía el amor con desconocidos.

Sin embargo, a pesar de ello, la mujer pareció quedarse conforme con la explicación.

—Pues seguro que ese bebé será tan guapo como su padre. Mi marido también era alto y moreno. Era italiano —y con una sonrisa pícara, añadió—: Apasionado.

Sarah se obligó a sonreír.

—El vestido de la novia también es precioso. No es la clase de vestido con el que me gustaría ver a mi nieta, pero es precioso.

Y lo era. Precioso y sofisticado. Sin magas y justo por debajo de las rodillas. No era blanco, sino de un color perla rosado que parecía reflejar el brillo del sol.

—¿A qué te dedicas, querida?

Sarah tragó saliva.

—Trabajo como becaria de agente de bolsa en Frowley-Hughes, una empresa de Los Ángeles.

—¡Vaya! Así que te dedicas a las finanzas —dijo la mujer con tono de aprobación—. Yo daba clases en un colegio hasta que comencé a tener hijos.

Sarah intentó no llevarse la mano a su vientre. Sabía que todavía se veía plano bajo su camiseta y sus vaqueros, pero era consciente de que eso cambiaría muy pronto.

—¿Cuántos tuvo?

—Cuatro. Y ahora tengo once nietos. Aunque están por todas partes y apenas vienen a visitar a su abuela a California.

—La mayor parte de mi familia está en Wyoming.

—Eso está muy lejos de aquí.

—Sí —su mirada se fijó en la novia—. Muy lejos.

—A lo mejor algún día tendrás tu propia boda junto al mar. Serías una novia bellísima. ¡Tienes un pelo largo y maravilloso!

A Sarah se le hizo un nudo en la garganta. El recuerdo de las manos de él enredándose entre su cabello la embargó.

—Gracias, pero no tengo ninguna intención de casarme.

La mujer sonrió.

—Pero eres muy joven. Espera. Querrás un marido e hijos en algún momento. Te lo aseguro. Oh, mira —y asintió hacia los novios—. Ahora se van a poner los anillos. ¡Qué pareja tan hermosa! —dijo entre suspiros.

La novia estaba bellísima.

El novio estaba muy guapo.

Y el bebé… bueno, el bebé era sencillamente un bebé. Y Sarah no podía culparlo de nada.

Como tampoco podía culpar a la encantadora novia.

Pero, ¿y al novio?

A él sí que podía.

Aunque la persona a la que más culpaba era a ella misma.

Se dio la vuelta.

—¿No quieres ver el resto de la boda?

Sarah negó con la cabeza.

—No. Ya he visto suficiente.

Más que suficiente.

El problema era que lo había visto muy tarde. Demasiado tarde.

Y aunque Sarah había pensado que las cosas ya no podrían ir peor, sólo era cuestión de meses ver que se equivocaba.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

LA primera vez que Sarah vio ese nombre escrito en la lista de su clase, se quedó impactada.

Elijah Scalise.

Pertenecía al niño moreno de ocho años que pronto estaría con ella en su clase de tercero. Había tomado la decisión de no mirar la foto del niño; estaba enmarcada y colocada encima del escritorio de la abuela del pequeño en la clase contigua a la suya. Genna Scalise solía hablarle de su nieto, Eli.

Sin embargo, Sarah jamás se había imaginado ser la profesora del niño.

Dejó a un lado de su mesa la lista de clase y fue hacia la ventana que daba al patio. Afuera, todo estaba helado y ese frío se filtraba por el cristal. Aún no había sonado la campana y los niños jugaban en los columpios y corrían. Las bufandas ondeaban en la gélida brisa y la nieve que cubría el patio crujía bajo las botas de los pequeños.

A pesar del frío, estaban disfrutando de los últimos minutos de libertad antes de volver a sentarse en sus asientos.

No había nada como esa sensación.

No podía recordar la última vez que se había sentido así, tan libre de preocupaciones como todos esos niños.

Bueno… eso no era cierto del todo. Sarah podía ponerle fecha a aquel momento en el que sus problemas comenzaron.

Volvió a fijar la mirada en la lista de alumnos.

—¿Por qué no me lo has contado? —preguntó una alegre voz desde el umbral de la puerta.

—¡Hola, Dee! ¿Contarte qué?

—Lo del nuevo ayudante del sheriff —Deirdre Crowder era la profesora de sexto—. Trabaja para tu tío. Tenemos un nuevo soltero en el pueblo. Si en lugar de ser Acción de Gracias, fuera Navidad, ¡lo consideraría como un regalito de parte de Papá Noel!

—Pues adelante —le dijo con una sonrisa—. Es el padre de mi nuevo alumno y ya sabes que no me relaciono con los padres de mis niños.

Dee enarcó las cejas y entró en la clase.

—Puede que sólo lleve en Weaver un año, pero, por lo que he podido ver, no es que no te relaciones con los padres de tus alumnos… es que no te relacionas con nadie. ¿Qué te pasa? —y se colocó con Sarah, junto a la ventana—. Si yo tuviera tu físico, estaría saliendo con todo hombre que estuviera libre por aquí.

—Tu físico no tiene nada de malo —le rebatió Sarah—. Otro de los ayudantes del sheriff cree que es perfecto.

—¡Oh, Tommy Potter! —Dee sacudió la cabeza con actitud desdeñosa—. Ese chico no tiene agallas. Sólo se acercaría a mí sin dudarlo si tuviera que arrestarme o quisiera compartir algún cotilleo.

Sarah sonrió.

—Tú eres la que decidió mudarse a un pueblo pequeño, Dee. Podías haberte quedado en Cheyenne… allí tenías más donde elegir.

Dee presionó su nariz contra el cristal de la ventana.

—¿Lo conoces? ¿Al nuevo ayudante del sheriff? He oído que es de aquí.

Sarah no se sentía preparada para hablar del padre de su nuevo alumno.

—Sí, pero se marchó de Weaver hace mucho tiempo.

—Ya, pero lo conocías, ¿verdad? Aquí parece que todo el mundo se conozca.

—Puede que lo conozca de vista —aunque la familia Clay y la familia Scalise tenían una historia en común; una historia que no tenía nada que ver con la de Sarah y él—. Habla con Genna —sugirió—. Es su madre. Podría contarte todo lo que quieras saber de Max.

Se le hizo un nudo en la garganta.

Max.

Al mencionar a Genna, la profesora más veterana de la Escuela Elemental de Weaver, Dee se giró, colocándose de espaldas a la ventana.

—Por cierto, ¿qué tal está?

—He oído que bien —Sarah se sintió un poco culpable por no saber más. Por no haber hecho el esfuerzo de ir a visitar a Genna. Después de todo, eran compañeras de trabajo desde que ella había comenzado a trabajar en la escuela hacía seis años. Además, Genna era amiga de su madre y de sus tías.

—Pero, ¿qué hacía esquiando a su edad? No es de extrañar que se haya roto algún hueso.

—Cualquiera puede tener un accidente esquiando, incluso alguien de veinticinco —dijo Sarah lanzándole a su amiga una clara indirecta.

Dee sonrió y en ese mismo instante sonó la campana.

—¡Vamos allá! —dijo Dee mientras se dirigía hacia la puerta—. ¿Quieres que vayamos a Classic Charms algún día de esta semana? Podemos ir a ver si Tara ha traído algo nuevo.

Sarah asintió. Los niños se habían esfumado del patio ante el sonido de la campana y ya se oían sus pisadas por el pasillo.

—Claro.

Classic Charms era la nueva tienda que habían abierto en Weaver y en lugar de estar situada en el centro comercial, lo estaba justo en Main Street.

Dee esquivó a tres niños que entraban corriendo en la clase.

Sarah comenzó a devolver los cuadernos que había corregido durante el fin de semana a medida que los niños iban ocupando sus pupitres. Ese curso tenía diecisiete alumnos en la clase.

Mejor dicho…

… dieciocho.

—Gracias, señorita Clay —dijo Chrissy Tanner con una amplia sonrisa al recibir su cuaderno—. ¿Hoy daremos clase de Ciencias?

—Es lunes, ¿verdad? —preguntó suavemente mientras continuaba repartiendo cuadernos por la clase. Sin embargo, toda su atención estaba centrada en la puerta.

Tarde o temprano, Eli aparecería allí.

Una vez que el último cuaderno quedó entregado, se dirigió a la pizarra y terminó de escribir el esquema de la clase del día. El sonido de la tiza bajo las risas y el ruido de las sillas arrastrándose llenaban la habitación.

Por lo general, esos sonidos y ese lugar le hacían sentirse segura.

Pero no ese día.

¿Llevaría él a Eli al colegio?

Sonó la segunda y última campana, pero no había rastro de Eli Scalise.

Como había hecho cada mañana desde el inicio del curso, tras oír ese último aviso, cerró la puerta. A pesar de lo que pudiera sentir por la presencia, o la ausencia, de su nuevo alumno, tenía una clase que impartir.

Se volvió hacia los niños y alzó la voz lo suficiente como para que todos pudieran oírla.

—¿Cuántos visteis el doble arco iris ayer?

Un ramillete de manos se alzó repentinamente en el aire.

Y así comenzó la clase.

 

 

—¿Por qué tengo que ir al colegio?

—Porque sí.

Eli suspiró.

—Pero dijiste que íbamos a volver a California.

—Sí, pero todavía no.

—¿Cuándo?

Max Scalise abrió la puerta del copiloto del todoterreno que le había asignado Sawyer Clay, el sheriff. Llegaban tarde.

—Pasa.

Su hijo hizo una mueca de disgusto, pero subió al coche con la bolsa del almuerzo y su mochila.

—Abróchate el cinturón.

Tras recibir otra mueca por parte de Eli, Max cerró la puerta y rodeó el coche para dirigirse a su asiento mientras lo observaba todo a su alrededor.

Pero no había nada fuera de lo habitual. Sólo ramas de árboles desnudas. Jardines secos por el frío del invierno. Casas cerradas a cal y canto protegiéndose de las heladas. Sólo de una de ellas salía humo de la chimenea: la casa de su madre, de la que acababan de salir.

Genna estaba cómodamente tumbada en el salón junto al fuego que Max acababa de encender para ella. Su pierna escayolada reposaba sobre una montaña de cojines y junto a ella tenía una pila de revistas, una tetera de su té favorito, el mando de la televisión y el teléfono inalámbrico.

—Podría haberme quedado en California con la abuelita Helene —continuó Eli en cuanto Max entró en el coche.

—¿Qué pasa con la abuela que tienes aquí? —dio media vuelta y se dirigió hacia Main Street.

—Nada —farfulló su hijo—, pero era ella la que siempre iba a visitarnos. ¿Por qué hemos venido nosotros esta vez?

—¿Te has fijado en esa enorme escayola que tiene tu abuela en la pierna? —Max pasó la comisaría y dio un giro para tomar la calle que les llevaría al colegio.

Cuanto más se acercaban a la escuela, que no había cambiado nada desde aquellos días en los que Max había recorrido sus pasillos, más taciturno se mostraba Eli.

—Míralo por el lado positivo —dijo Max—. Estando en el cole, no te aburrirás.

Los ojos de Eli, tan azules como los que en su día habían sido los de Jennifer, miraron hacia otro lado.

—Prefiero aburrirme en casa que aburrirme ahí dentro.

Max entró en el aparcamiento y se detuvo cerca de la entrada principal.

—¿Tienen actividades extraescolares?

Eli asistía a ellas en California: dos horas de deportes y juegos.

—No.

El niño suspiró.

—Odio este sitio.

Desafortunadamente, no hubo mucho que Max pudiera decir para hacerle cambiar de opinión. No cuando recordaba haberse sentido exactamente igual que él. Estiró el brazo y acarició el cabello de Eli.

—Sólo serán unos meses. Hasta que la abuelita esté recuperada y pueda volver al trabajo —para entonces, con suerte, él habría terminado la misión que le habían asignado. Pero eso no se lo dijo a Eli. No le contaría a nadie el auténtico motivo por el que estaba allí.

Alguien estaba traficando con droga a través de Weaver. Provenía de Arizona, Colorado y, después de pasar por Weaver, continuaba hacia el norte. Él tenía que averiguar quién estaba detrás de todo eso.

Se trataba de un trabajo que había estado evitando hasta que su madre se rompió las piernas dos semanas atrás. Ella necesitaba ayuda y el jefe de Max lo había estado presionando. Así que, allí estaban. Padre e hijo deseando volver a California.

—Llego tarde —Eli se echó la mochila al hombro—. Y es mi primer día. Seguro que la profesora me toma manía y estará enfadada conmigo el resto del curso.

—Lo dudo mucho.

—¿Es una señora o un señor?

—¿Quién?

Eli comenzó a poner mala cara, pero se detuvo ante la mirada de su padre.

—El profesor. Me gustaba el señor Frederick. Era guai.

—No tengo ni idea.

—¿Es que no lo has preguntado?

Max se sintió culpable. Se había preocupado más del trabajo que le habían asignado que de conocer la identidad del profesor de Eli. Y además, su hijo tenía razón en una cosa. Llegaban tarde. Ambos.

A él le estarían esperando en la comisaría desde hacía una media hora.

¡Una estupenda manera de empezar su nuevo trabajo!

Acompañaba a su hijo al despacho de la directora cuando una joven, a la que él no reconoció, los sonrió.

—El nuevo alumno —dijo con tono alegre—. Bienvenido.

Max oyó el descarado bufido que salió de la boca de Eli y deseó ser el único que lo había oído. Lo que menos necesitaba en ese momento era que su hijo se metiera en líos en el colegio. Sin ese tipo de preocupaciones, él podría terminar su investigación lo antes posible y ambos podrían volver a California… siempre y cuando su madre ya estuviera recuperada.

No guardaba grandes recuerdos de Weaver.

Deseaba marcharse de allí tanto como Eli, pero eso era algo que nunca le confesaría a su hijo.

—Señor Scalise —la chica que estaba en el escritorio se levantó—. Soy Donna. Mucho gusto. Encantada de conocerte a ti también, Eli. Le comunicaré al director Gage que están aquí.

—Ya no es necesario —dijo un hombre que se encontraba detrás de ellos—. Max, me alegro de verte. ¡Cuánto tiempo!

—Joe —estrechó la mano del director—. Todavía no me puedo creer que ahora seas el mandamás del colegio —Joe Gage había sido un auténtico demonio cuando eran niños—. Parece ser que por aquí ya no tienen en cuenta lo de aquella clase de Ciencias que voló por los aires.

—Ya lo creo que no. Te han nombrado ayudante del sheriff y tú también estabas en esa clase aquel día.

—¡Vaya, papá! —Eli estaba impresionado.

El director se rió.

—Vamos. Os acompañaré a la clase de Eli —y miró al niño cuando salieron al pasillo—. Te gustará la señorita Clay.

Clay era un apellido que Max conocía bien.

La familia Clay estaba formada por muchos miembros… y él creía recordar que había algún profesor entre ellos.

Por un momento, deseó haber escuchado más a su madre cuando ésta le había hablado de Weaver los últimos años. Sin embargo, ella sabía muy bien el motivo por el que su hijo no quería saber nada al respecto. Weaver era el lugar en el que el padre de Max traicionó a todos los que le conocían. Era el lugar en el que Tony Scalise los había abandonado. Por eso, cuando Genna iba a visitar a Max y a Eli a California, apenas mencionaba detalles de su vida en Weaver. Principalmente, porque siempre que lo hacía, madre e hijo acababan discutiendo.

Desde hacía mucho tiempo, Max había querido que su madre abandonara aquel lugar y se fuera con ellos a California. Pero, por razones que él desconocía, ella siempre se había mostrado reacia a marcharse.

El director se detuvo delante de una clase que tenía la puerta cerrada. A través del gran cristal de la puerta podía ver las mesas formando un semicírculo y ocupadas por niños del mismo tamaño que Eli. Entonces, vio a la profesora. Esbelta como un junco y vestida de verde esmeralda de pies a cabeza. Era alta y definitivamente joven. Sus brazos extendidos dibujaban un círculo en el aire; parecía como si estuviera interpretando un papel de teatro.

Max se sonrió.

Entonces la profesora se detuvo y se giró hacia la puerta. A través del enorme cristal sus ojos azul cielo se encontraron con los de él.

Sintió un fuerte impacto al verla.

El director abrió la puerta.

—Disculpad la interrupción —dijo, invitando a entrar en la clase a Eli—. Señorita Clay, éste es Eli, su nuevo alumno.

Max permanecía en el pasillo; parecía estar anclado al suelo.

«Sarah».

Ella ya no lo estaba mirando a él con esos ojos translúcidos, sino a Eli.

Su sonrisa era cálida. Le hizo a Max preguntarse si esa mirada gélida que le había dirigido a través de la ventana, había sido sólo producto de su imaginación.

—Eli —le saludó—. Venga, pasa. Quítate tu abrigo. No puedo permitir que te ases de calor… no, al menos, en tu primer día de clase.

Eli miró a Max con cara de aburrimiento, pero su padre pudo ver el ligero movimiento de sus labios que intentaban no dejar escapar una sonrisa.

Buena señal. Al parecer, no iba a tener que preocuparse por Eli, después de todo.

Volvió a mirar a Sarah.

Pero, ¿qué demonios estaba haciendo allí? ¡Maestra! Cuando habían estado juntos…

Dejó de pensar en ello.

Ella ignoró a los dos hombres y se centró en mostrarle a Eli su asiento y en asegurarse de que tenía todo el material escolar necesario. A continuación, se dirigió al frente de la clase y continuó desde el punto en que se había detenido:

—Como iba diciendo, si el tornado está girando hacia la derecha —dio media vuelta y la trenza en la que había recogido su pelo se balanceó sobre su espalda.

Max y Joe Gage salieron de la clase.

—Es una buena profesora —dijo Joe—. Estricta, pero le encantan los niños y se preocupa realmente por ellos.

Mientras caminaban por el pasillo, Max preguntó:

—¿Cuánto tiempo lleva aquí?

—Éste será su sexto año. Bueno, Donna me ha dicho que ya has rellenado todo el papeleo para la matrícula de Eli. ¿Has puesto a tu madre como la persona a su cargo? ¿Genna está preparada?

Max podría haber seguido haciéndole preguntas sobre Sarah.

Pero no lo hizo.

—Eli no necesita demasiados cuidados. Es un niño bastante independiente. Él cuidará de su abuela tanto como ella de él. Mi trabajo me impedirá estar disponible la mayor parte del tiempo. Así que, si Eli se pone malo en el colegio o sucede algo, creo que la mejor persona con la que podéis contactar es mi madre.

—Bien, bien —Joe aceptó la explicación sin más—. Me alegraré mucho cuando Genna pueda volver al trabajo. Por cierto, ya sé que Eli perdió a su madre hace más o menos un año. Lo siento mucho. ¿Hay algo que deberíamos saber para ayudarlo? ¿Cómo se siente?

Max se encogió de hombros.

—Está enfadadísimo porque le alejara de su colegio para venirnos aquí.

Joe se sonrió.

—No me sorprende —y se detuvo delante de su despacho—. ¿Tienes alguna pregunta?

Ninguna que quisiera preguntarle a Joe Gage. Negó con la cabeza y extendió la mano.

—Me alegro de verte.

—Señor Scalise —le dijo Donna desde su escritorio—, el sheriff acaba de llamar preguntando por usted.

No era de extrañar.

—Ya voy hacia allá.

—Se lo comunicaré —se ofreció.

—No te preocupes por Eli —le dijo Joe—. Está en buenas manos.

«En las manos de Sarah Clay», pensó Max mientras se dirigía hacia su coche patrulla. Podían haber pasado siete años, pero todavía recordaba el tacto de esas manos en particular.

Se subió al todoterreno, arrancó el motor y fue entonces cuando vio la bolsa marrón sobre el suelo. El almuerzo de Eli.

¡Maldición!

Lo agarró y entró corriendo en la escuela, pasó por delante del despacho, dobló dos esquinas y llegó a la tercera puerta del pasillo. Llamó.

Una vez más, dentro de la clase, Sarah se detuvo y lo miró.

El cristal lo protegió de la gélida mirada que ella le lanzó. En absoluto se la habría esperado.

Sarah cruzó la clase y abrió la puerta.

—¿Sí?

Él sostuvo la bolsa en el aire.

—Eli ha olvidado esto.

Sarah le arrebató la bolsa de la mano y se giró.

Él iba a pronunciar su nombre…

Pero la puerta se cerró en su cara.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

AL final de la jornada, Sarah se sentía agotada. Y no le resultó difícil encontrar la razón.

No cuando Eli se sentó junto a su escritorio con una hosca expresión en su pequeño rostro. El resto de estudiantes ya se habían marchado a sus casas.

Apartó a un lado la pila de papeles que tenía sobre la mesa y apoyó sobre ella sus manos entrelazadas mientras observaba al niño. Se había pasado todo el día buscando algún parecido físico entre su padre y él y no podía dejar de hacerlo.

A diferencia de Max, que tenía el pelo negro como el mismísimo Lucifer, su hijo era rubio y tenía el aspecto de un ángel. Sin embargo, se había comportado como un auténtico diablillo.

Aun así, se propuso hablarle con tono calmado y cordial.

—Eli, has vivido muchos cambios en tu vida últimamente y sé que empezar en un colegio nuevo es difícil. ¿Por qué no me cuentas cómo era un día tuyo en tu antiguo cole?

—Mejor que aquí —respondió.

Sarah contuvo un suspiro. Llamaría a la antigua escuela de Eli lo antes posible.

—¿En qué sentido era mejor?

—Por ejemplo, teníamos pupitres de verdad.

Ella miró a las mesas.

—¿Es que preferirías tener un pupitre para ti solo en lugar de compartir mesa con otro niño?

Él se limitó a alzar un hombro a modo de respuesta.

—Si es así, no tienes más que decirlo. Los dos sabemos que mañana no te sentarás al lado de Jonathan.

—Es un memo.

—Es un alumno, igual que tú, y no se merece que hayas estado toda la tarde metiéndote con él.

—Yo no me estaba metiendo con él.

Sarah enarcó las cejas.

—¿Ah, no?

—No me importa lo que te haya contado.

—La verdad es que Jonathan no me ha contado nada. No le ha hecho falta. Eli, te he visto. Estabas tocando sus papeles, le has escondido el almuerzo y en el patio le has golpeado a propósito con el balón. ¿Qué tienes que decir a eso?

—Que si lo hubiera esquivado lo suficientemente deprisa, no le habría dado.

—Éste no es el mejor modo de empezar en nuestra escuela, lo sabes, ¿verdad?

—Pues llama a mi padre y cuéntaselo.

Ella no tenía el más mínimo deseo de llamar a su padre. Ya había sido suficiente haberlo visto antes, aunque sólo hubieran sido cinco minutos.

—Hagamos un trato, ¿de acuerdo? Mañana empezaremos de cero o, de lo contrario, añadiremos tu nombre a la lista de la pizarra —y señaló hacia una esquina de la pizarra donde estaban los nombres de otros dos niños—. Ya sabes cómo funciona esto. La primera vez, se escribe tu nombre en la pizarra. La segunda, se marca una cruz junto al nombre y tienes que ir a ver al director. Y si se te pone otra cruz, entonces quedas expulsado de mi clase —cosa que jamás había ocurrido, pero que era una norma del colegio.

Eli se mostró cabizbajo.

—Ésa también era la regla del señor Frederick.

—¿Era tu antiguo profesor? ¿Y pensabas que su sistema era injusto?

El chico volvió a alzar su hombro, sin mirarla.

Sarah apoyó la barbilla sobre su mano.