Un reto y un amor - Pasión bajo el hielo - Allison Leigh - E-Book

Un reto y un amor - Pasión bajo el hielo E-Book

ALLISON LEIGH

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Beschreibung

Un reto y un amor Había sido una ardua tarea, pero estaban a punto de firmar la fusión entre Hanson Media y la empresa japonesa TAKA, algo que habría sido imposible sin Helen Hanson. Su difunto esposo se habría sentido orgulloso de lo que había hecho para salvar la empresa por el bien de sus hijos. Resultaba increíble que durante la negociación hubiera acabado llevándose bien incluso con el feroz Mori Taka, que normalmente ni se dignaba a hablar con el bando contrario. Pero parecía que había quedado cautivado por los ojos azules de la bella estadounidense... Pasión bajo el hielo Shea Weatherby no creía en los finales de cuentos de hadas, así que cuando su príncipe azul se cruzó en su camino, no confió en sus intenciones. Tras quedarse embarazada después de pasar una noche con él, le dio un ataque de pánico. Paxton Merrick estaba dispuesto a hacer lo que fuera por llevar a Shea al altar después de enterarse de que iba a ser padre.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 215 - octubre 2019

 

© 2006 Harlequin Books S.A.

Un reto y un amor

Título original: Mergers & Matrimony

Publicada originalmente por Silhouette® Books

 

© 2014 Allison Lee Johnson

Pasión bajo el hielo

Título original: Once Upon a Valentine

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2006 y 2015

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-722-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Un reto y un amor

Glosario

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Pasión bajo el hielo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Glosario

 

 

 

 

 

Hai: Sí.

Sumimasen: Lo siento, perdone.

Nesutotaka: Ciudad natal del protagonista (ficticia).

Domo arigato gozaimasu: Muchas gracias.

Dozo yoroshiku: Encantado/a de conocerte/le.

Kombanwa: Buenas noches.

Kampai: ¡Salud! (en un brindis).

Sayonara: Adiós.

Konnichiwa: Buenas tardes.

Genkan: Vestíbulo de las casas japonesas.

Ojiisan: Abuelo.

Ohashi: Palillos para comer.

Gaijin: Persona extranjera.

Takayama: Ciudad de Japón.

Sensei: Maestro

Ojama shimashita: «Siento haberte molestado». Se dice al salir del despacho o la casa de alguien.

 

El sufijo «san» se añade en Japón al nombre de los adultos como señal de respeto.

A los niños y jóvenes se les añade el sufijo «chan» al nombre.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

NO podía dejar de pensar en que nunca iba a volver a ser feliz.

Helen Hanson se levantó de la mesa en donde estaba sentada. Nadie le prestó atención. No le extrañó, apenas se conocían. Sólo compartían mesa en el banquete nupcial porque estaban de algún modo conectados con la novia, que ya se había ido con su nuevo y reluciente marido.

La pista estaba también llena de personas que eran casi desconocidos. Y los que sí la conocían, tampoco lamentarían su ausencia si llegaban a darse cuenta de que ya no estaba.

Le temblaban las rodillas, el corazón le latía con fuerza y sentía un sudor frío. Creyó que estaba sufriendo un sofoco. Sólo tenía cuarenta y un años pero quizás estuviera sufriendo una especie de menopausia precoz. O quizás sólo estuviera volviéndose loca.

Se forzó a sonreír y saludó con la cabeza a las personas con las que se cruzó al salir del salón.

Por dentro se desmoronaba, pero no iba a dejar que nadie se diera cuenta de ello.

«Nunca voy a volver a ser feliz», se repitió de nuevo.

Se tuvo que apoyar en la pared para no perder el equilibrio. Pasó una pareja joven a su lado.

—Señora Hanson —le saludó la chica—. Jenny estaba preciosa, ¿verdad?

Era Samara, la dama de honor de la boda.

—Sí, lo estaba. Y tú también —repuso ella.

La joven se sonrojó un poco y los dos jóvenes volvieron a entrar al salón.

Helen tenía que salir de allí. Sólo quería llegar a su habitación del hotel, quitarse su vestido de alta costura, ponerse su viejo y cómodo chándal y hundir la cabeza en la almohada. Sabía que allí estaría segura, no tendría que seguir sonriendo ni haciendo creer a la gente que era una mujer segura que sabía lo que hacía.

«¡Maldito George!», se dijo.

Decían que la ira era una de las fases normales del duelo, pero ella parecía no salir de esa zona. Le quemaban los ojos. Iba a meterse en el lavabo cuando el sonido de risas procedentes del interior la detuvo. Siguió andando, por un pasillo y otro hasta que se dio cuenta de que había llegado a la cocina y estaba molestando a los empleados.

«Tranquilízate, Helen. Éste es un día feliz. Es la boda de Jenny. La boda de tu hija», se repitió.

Y se casaba con un buen hombre, alguien que era un amigo para Helen. Debía estar agradecida de que se hubieran casado, y de que ella quisiera que estuviera allí, el bebé al que había renunciado hacía tanto tiempo y que la había aceptado de nuevo en su vida.

No tenía motivos para llorar pero, aun así, le quemaban los ojos.

—Señora Hanson.

Era una voz profunda y con algo de acento. Podía haber sido la de cualquier hombre en cualquier sitio, pero la reconoció al momento y le dio un escalofrío. No estaba en cualquier sitio, estaba en Tokio. Y él no era un hombre cualquiera.

—Señor Taka —dijo, intentando recuperarse—. Espero que usted y su acompañante estén disfrutando de la fiesta.

Era Mori Taka y no parecía estar pasándoselo bien. Tenía el mismo semblante serio, desinteresado y distante que mantenía durante las reuniones de negocios.

—Jenny, Richard y todos nosotros nos honramos con su presencia —añadió ella, intentando parecer sincera.

Por un lado, su hija trabajaba en un periódico del Grupo TAKA y, por otro, su empresa, la que su difunto marido había dejado casi en la ruina, iba a formar parte de dicha compañía en cuanto terminaran con las negociaciones.

—Parece… disgustada —le dijo, mirándola con sus impenetrables y oscuros ojos.

Durante su investigación para salvar la empresa, había visto alguna foto de él antes de conocerlo en persona, pero nada la había preparado para una mirada tan desconcertante como aquélla, ni siquiera entonces, meses después de que hubieran iniciado tratos. Un negocio que iba a justificar el único interés verdadero de George en ella o poner todo el negocio de su familia en manos de ese hombre.

No sabía por qué le desconcertaba tanto ese hombre. No era tan alto como George pero, con cuarenta y siete años, era unas cuantas décadas más joven que su difunto marido. Llevaba el pelo muy corto, bigote y perilla. Se imaginaba que algunas mujeres lo considerarían guapo. Pero a ella sólo le preocupaban sus inquietantes ojos de halcón.

—Las mujeres lloramos en las bodas —objetó ella—. Seguro que también ocurre aquí en Japón.

Le pareció que sonreía, pero no estaba segura. No tenía unos rasgos afables ni se afanaba en ser hospitalario y amable como el resto de sus compatriotas. Recordó entonces que había soñado con él sólo unos días antes. Él era un guerrero y ella la enemiga a la que acababa haciendo presa, no del todo en contra de su voluntad. Intentó quitarse de la cabeza cómo terminaba el sueño. Le quitó importancia. Seguramente sólo había soñado con él porque era un hombre poderoso. No significaba nada.

—No se ha sentado con su familia —comentó él con delicadeza.

Helen no dejó que su sonrisa flaqueara. Sus tres hijastros con sus respectivas parejas se habían sentado en diferentes mesas, aprovechando la ocasión festiva para hacer contactos con peces gordos del Grupo TAKA. Después, habían acabado todos juntos.

Le gustaba verlos así. Quería pensar que los chicos se habían unido desde la muerte de su padre meses antes como consecuencia de haber tenido que trabajar juntos para salvar su herencia, el Grupo Mediático Hanson. Y todos habían incluso encontrado la felicidad y el amor. También le gustaba creer que ella tenía algo que ver en esos logros.

Pero no era tonta. Sabía que toleraban su presencia porque tenían que hacerlo, pero no por elección propia. Igual que estaba ocurriendo ese día.

—Me he sentado con amigos de la familia de Jenny —se defendió ella.

—Pero no con sus hijos.

—Los hijos de mi marido —lo corrigió ella.

Le sorprendía que fuera tan directo. Sobre todo porque él ya lo sabía. Sabía todo de ella, incluso que había tenido a Jenny cuando era sólo una jovencita. Él la había amenazado con no seguir adelante con la fusión TAKA-Hanson cuando estalló el escándalo.

Por un lado, Jenny trabajaba para TAKA y, aunque se demostró que no era una espía trabajando para el Grupo Mediático Hanson, el escándalo siguió su curso. Y la empresa nipona odiaba los escándalos.

—Claro, los hijos de su marido. Supongo que será difícil —concedió él.

—Perdone, pero no entiendo a qué se refiere… —repuso ella, algo desconcertada.

—La muerte de su marido, por supuesto. Es aún muy reciente y, por lo que veo, aún está afectada.

Habían pasado nueve meses. Estaba segura de que Mori Taka lo sabía. Igual que ella conocía todos los detalles sobre la complicada sucesión al frente de la empresa japonesa cuando Yukio Taka se la legó a su hijo.

—Sí, estoy aún bastante afligida —admitió—. Usted también perdió a su esposa.

—Hace muchos años.

—Lo siento.

Él inclinó la cabeza un par de centímetros, lo suficiente para demostrar su agradecimiento.

—Bueno, supongo que su acompañante lo estará echando de menos —le dijo ella con la esperanza de que la dejara sola y se fuera a buscar a la preciosa joven con la que había acudido.

—¿Salió del banquete porque no se encontraba bien? —insistió él sin hacerle caso.

—No. Me encuentro bien. Estoy bien.

—Bueno, no es normal buscar privacidad si las lágrimas son de emoción. Parece angustiada.

No podía creerse que fuera ese hombre, entre todos, el que fuera a darse cuenta de ese detalle. Y lo peor fue que, sin poder controlarlo, sus ojos comenzaron a quemarle de nuevo. Tragó saliva, sintiendo cómo su sonrisa comenzaba a flaquear.

—Venga —le dijo él, entornado los ojos y ofreciéndole su mano—. Conozco un sitio tranquilo.

Pero Helen no quería su consuelo ni compasión. Sólo aspiraba a que la empresa se salvara gracias a la fusión con TAKA, sólo entonces podría volver a respirar tranquila. Sólo entonces podría demostrar su valía.

Él la tomó por el codo y se estremeció al sentir a alguien tocándola. No sólo era inesperado el contacto, lo era aún más viniendo de él. Estaba al borde de las lágrimas pero intentó ignorarlas. Pensó que debería estar ya acostumbrada al dolor. Después de tantas semanas, meses y años.

Lo miró y se fijó por primera vez en lo espesas que eran sus pestañas.

—Gracias —le dijo por fin.

Él volvió a inclinar su cabeza, deteniendo un segundo la mirada en los labios de Helen, y ella casi se tropezó mientras se dejaba guiar por el pasillo. Pensó que quizás se estuviera volviendo loca. Estaba acostumbrada a que los hombres la miraran así. Pero nunca habría esperado una mirada de ese tipo de alguien como Mori Taka.

Entraron en el silencioso ascensor y él siguió sin soltarle el codo. Podían haber elegido cualquier lujoso hotel del mundo, pero estaban en uno de la cadena Anderson, propiedad del hombre que había adoptado a su pequeña hacía ya una eternidad.

No le preguntó adónde iban ni por qué no volvía a buscar a su acompañante. Se quedó simplemente mirando los números de los pisos mientras subían. El estómago le daba vueltas, estaba segura de que era por culpa del ascensor, y le sorprendió sentirse igual cuando las puertas se abrieron a una especie de atrio lleno de plantas.

—Por favor, siéntese —le dijo Mori, llevándola hasta un banco forrado en seda roja.

Hizo lo que le decía y él dejó por fin de sostener su brazo. Mori no se sentó, sino que se concentró en uno de los árboles que allí crecían. El techo era de cristal.

Helen se dio cuenta de que no sólo era un patio, más allá de las plantas había una suite.

—¿Es ésta su habitación? —le preguntó ella, algo sonrojada e incómoda con la situación.

—Hai —confirmó él en japonés mientras la miraba de reojo.

Pero no era sólo una habitación o una suite. Era el ático más lujoso que había visto en su vida. Y eso que Helen había disfrutado, como esposa o trofeo de George Hanson, de muchos lujos.

—¿Puedo echar un vistazo? —le preguntó, levantándose y señalando el salón.

—Hai.

Un serpenteante arroyo corría bajo el suelo. Se dirigió hacía la sala, cruzando una especie de puente. Lo primero que divisó fue una pared cubierta de espadas, máscaras y jarrones. Objetos que parecían pertenecer a un museo. Se acercó a una de las espadas y estudió el mango.

—Era de mi tatarabuelo. Uno de los últimos samurais.

Parecía que aquél no era sólo un ático del hotel, sino el hogar de Mori Taka. Era irónico que la familia de Jenny fuera dueña del hotel donde él vivía. Y no quería ni pensar en qué estaría haciendo su preciosa acompañante, sin duda esperándolo abajo.

—Es extraordinaria. Bueno, toda la colección lo es. ¿También es herencia familiar?

—Sí.

—Lo único que mi familia ha conservado de mis tatarabuelos ha sido la biblia familiar. Todos los nacimientos se inscriben en la primera página —le dijo ella.

Pensó que allí habría estado el nombre de Jenny si hubiera sido lo bastante valiente como para enfrentarse a su padre.

—La tradición es importante —repuso él, bajando la espada de la pared y estudiándola—. Muchas familias lo olvidan.

Sujetaba el arma con seguridad. El mortal filo estaba lejos de ella y, aun así, sintió que algo temblaba dentro de ella.

—¿Aun conquista a sus adversarios con la espada? —le preguntó Helen.

—No. No quiero que los abogados, los suyos y los míos, se queden sin diversión —repuso él.

Helen tardó unos segundos en darse cuenta de que bromeaba. En su boca apenas aparecía la sombra de una tímida sonrisa.

—Tiene mucha razón —repuso ella, sonriendo.

Se hizo el silencio y se dio cuenta de que aún estaba observando la tímida sonrisa que se había formado en sus labios. Tenía una boca muy bien definida. Todos sus rasgos lo eran. Y en su sueño también enarbolaba una espada.

—Bueno, será mejor que baje antes de que se pregunten dónde me he metido.

—Hai.

Aunque estaba segura de que nadie la habría echado de menos.

—Gracias por su tiempo, señor Taka. Ha sido muy amable.

—Casi nunca soy amable, señora Hanson —dijo él, devolviendo la espada a su sitio—. Seguro que lo sabe. Quizás yo también necesitaba una excusa para escabullirme de la boda.

—No puedo creer que un hombre como usted quiera una excusa para separarse de alguien tan encantadora como su acompañante.

La joven era unos veinte años más joven que él. Lo mismo solían pensar de ella cuando la veían con George.

—Sí, es encantadora —repuso él sin comprometerse cuando la acompañaba hasta el ascensor—. Sus hijos deberían estar avergonzados —añadió mientras esperaban a que se abrieran las puertas.

—No creo que mis hijastros hayan hecho nada de lo que tengan que avergonzarse —repuso ella, sintiéndose de nuevo estresada y afligida por culpa de su comentario.

Sólo quería que supieran lo orgullosa que estaba de ellos. Todos habían conseguido mucho desde la muerte de su padre, pero le hubiera gustado que se llevaran bien.

—Le han faltado al respeto claramente.

—Son adultos y libres de expresar sus opiniones. Lo que cree que es falta de respeto, es en realidad una comunicación abierta, algo que mi marido valoraba mucho dentro de la familia —mintió ella—. Usted es un hombre de negocios, estoy segura de que entiende el valor de acoger distintas ideas para estudiarlas, aunque sean ideas dispares.

—Una boda no es una reunión de negocios —contraatacó él—. Quizás si su marido viviera, él…

—Pero no vive —lo interrumpió ella—. Entiendo que hubiera preferido hacer negocios con mi marido, señor Taka, o quizás con mi hijastro Jack —le dijo mientras entraba en el ascensor—. Pero yo controlo la mayoría de Grupo Mediático Hanson, así que me temo que, como dicen en mi país, no va a poder deshacerse de mí ni con agua hirviendo.

Mori Taka levantó la mano para sujetar las puertas y evitar que se cerraran.

—Pero no olvide que no estamos en su país —repuso él con la misma tímida sonrisa—. Estamos en el mío —añadió, dando un paso atrás y dejando que las puertas se cerraran por fin.

Helen vio su reflejo en las paredes del ascensor.

—George, te entregué mi corazón y tu me diste esto a cambio… —susurró.

Estaba atrapada con una familia y una empresa que se hundían y la responsabilidad de sacar ambas a flote.

Quizás nunca volviera a ser feliz, no como lo eran Jenny y Richard en ese momento. Pensó que a lo mejor nunca había llegado a ser feliz y que, lo que sentía por George cuando se casó con él no fuera más que un producto de su imaginación.

Pero acababan de recordarle que no podía permitirse el lujo de preocuparse por ello, no cuando había puesto tanto en juego y el hombre que podía salvar o hundir su futuro era un samurai moderno llamado Mori Taka.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

DE esposa trofeo a empresaria mediática», rezaba el titular.

Helen suspiró. Parecía que nunca iban a cansarse de publicar tonterías sobre ella. El artículo lo ilustraba una fotografía antigua de ella y George. Ella aparecía tal y como lo que definía el titular, una esposa-trofeo. Su gran melena rubia estaba perfecta y diamantes de todas las tallas adornaban sus lóbulos, dedos, garganta y muñecas. El vestido negro que lucía era bastante sexy y George, a su lado, con su pelo cano, la rodeaba por los hombros con su posesivo brazo.

Había cambiado mucho desde entonces. Sobre todo durante el último año. Ya no llevaba el pelo tan largo ni voluminoso. Las joyas descansaban en casa a buen recaudo. Algunos días hasta pensaba en quitarse la alianza, pero ese anillo le recordaba lo que estaba haciendo y por qué.

Él, en cambio, no había cambiado. Le sorprendió no sentir el dolor de siempre al ver su foto.

Abrió la revista para leer el artículo, pero su mente estaba en los problemas en los que Grupo Mediático Hanson se había visto metido. Habían probado que no eran culpables del escándalo pornográfico en el que su página web había estado envuelta, así que no entendía por qué las revistas del corazón se hacían eco de ese tema.

Cerró la revista. Ya había tenido suficiente. Había pedido un plato de fruta fresca y yogur para desayunar, pero ya no tenía apetito. Decidió tomar sólo el café.

Pensó que debería haberse quedado en su propio hotel y desayunado en su propia suite. Pero se sentía inquieta. Evan, Meredith, Andrew y Delia habían salido para Chicago esa mañana temprano. Jack y Samantha los habían acompañado al aeropuerto. Y Helen, por alguna razón, había acabado quedándose en el hotel Anderson.

Jenny y Richard estaban casados y disfrutando de una breve luna de miel, no querían tomarse muchos días libres durante un momento tan importante del acuerdo con TAKA.

Recordó lo que había pasado la noche anterior y se frotó la frente. Le estaba empezando a doler la cabeza. A la tarde siguiente tenía una reunión programada con Mori Taka y la gente encargada de fusiones y adquisiciones. Le hubiera encantado que fuera antes. No podía soportar tener que esperar otras veinticuatro horas antes de saber si el eminente Mori iba a seguir adelante con el trato o dar marcha atrás por culpa de su conducta tras la boda. Apenas había dormido y lo estaba notando. Estaba de mal humor. Dispuesta a morder a quien se acercara.

—¿Leyendo un poco, señora Hanson?

Se sobresaltó al oír la voz, derramando un poco de café sobre el mantel, y levantó la vista. Pensó que era alto para ser japonés y suprimió sus deseos de ponerse de pie.

—Buenos días, señor Taka —repuso ella, sonriendo.

Él estaba acompañado por la joven de la noche anterior que, a ojos de Helen, parecía aún más joven, perfecta y bella a plena luz del día.

—¿Puedo ofrecerles una taza de café? —les invitó ella.

—No, gracias. No tomo café —repuso Mori sin apartar sus ojos de la revista.

Su expresión era fría, pero Helen supo que censuraba sus gustos en cuanto a material de lectura. Era la misma cara que había mantenido desde su primera reunión. La mujer que lo acompañaba le comentó algo al oído. El japonés de Helen no era lo bastante bueno como para entenderlo. Él la contestó con un monosílabo, sacó una tarjeta de crédito y se la entregó. La joven se despidió y salió del comedor.

—Seguro que pueden servirnos té, si lo prefiere —sugirió Helen.

—Gracias, señora Hanson. Pero tengo que irme, he de ocuparme de mis negocios —repuso con educación pero frialdad en su voz—. Que disfrute de… De su lectura.

—La verdad es que no estaba precisamente disfrutando —contestó ella con el mismo tono educado—. Pero parece que un hombre mayor en compañía de una mujer más joven siempre llama la atención. Seguro que a usted también le ha ocurrido —añadió.

No podía creerse lo que acababa de decirle. Estaba enfadada con ella misma por haberse dejado llevar; necesitaba a ese hombre, necesitaba que firmase el acuerdo con su empresa. La expresión de Mori Taka no cambió en absoluto.

—No me avergonzaría en absoluto que se me fotografiara con mi prima. Como dijo usted misma, es una joven encantadora —repuso él con suavidad—. Y ahora, si me disculpa —añadió, inclinando la cabeza antes de que ella pudiera disculparse.

Helen salió tras él; sus tacones resonaron en el suelo del vestíbulo. Llegó a su lado justo cuando estaba a punto de salir del edificio. Entonces estaba casi corriendo. Sabía que estaba rompiendo una docena de normas protocolarias, pero no le importó. Si no lo detenía antes de que entrara en su coche, no iba a poder hablar con él hasta la reunión del día siguiente.

—Señor Taka —lo llamó, tocando su brazo.

Él se detuvo en la acera, se giró y miró con frialdad la mano de Helen.

Ella apartó la mano, sabía que aquello era otro gesto más de mala educación.

—Sumimasen. Lo siento. Hice un comentario de lo más inapropiado, señor Taka, y le pido disculpas. Espero que las acepte.

 

 

Mori se quedó mirando a la mujer rubia que tenía frente a él.

—¿Por qué?

Ella frunció el ceño. Mori pensó que tenía un rostro muy estrecho. Toda ella parecía delgada, alta y blanca. Y casi siempre vestía de blanco.

Hubiera preferido no fijarse en ella, pero Helen Hanson insistía en asistir a todas las reuniones.

—¿Por qué debería aceptar mis disculpas? —preguntó ella en voz baja y suave, desprovista del tono cantarín de las voces de las otras mujeres de su vida.

Lo miraba directamente a los ojos, algo poco común, no sólo entre las mujeres, sino también entre los hombres con los que trataba.

Y, en vez de ver su actitud como algo grosero, se sorprendió comparando el color de sus ojos con el pisapapeles de jade que su hija le había regalado por su cumpleaños. No le gustaban las mujeres como Helen Hanson, pero ella le intrigaba.

Su chofer lo esperaba al lado del coche, preparado para abrir la puerta.

—¿Por qué le importa? Nuestras negociaciones están al margen de todo esto. No hay por qué preocuparse por pequeñas ofensas.

Aunque lo cierto era que él tenía el poder de retirarse del acuerdo cuando quisiera.

—Aun así, espero que acepte mi disculpa porque no soy normalmente tan maleducada, con nadie.

—¿Así que decidió comenzar conmigo?

—Estaba irritada —se defendió ella, algo ruborizada—. Por culpa de la revista que estaba leyendo. No debería haberme ensañado con usted.

Entendió lo que le decía, pero se quedó callado, estudiándola. Llevaba pantalones, como un hombre, y una chaqueta, como un hombre. Pero eran de seda blanca y se ajustaban perfectamente a su esbelto cuerpo que era, claramente, no el de un hombre.

Desde su ventajoso punto de mira, podía observar su escote y casi adivinar la aterciopelada tersura de su piel.

Ella malinterpretó su silencio, creyendo que no la había entendido.

—Quiero decir que no debería haber dejado que el enfado por ese artículo hiciera que le hablara como lo hice.

—¿El artículo era incorrecto?

—Rumores.

—¿Invenciones?

—Habla de cosas poco importantes, del pasado y subjetivas. Esperaba que ese tipo de revistas hubieran pasado ya a otro tema en vez de cebarse en los escándalos pasados de la empresa.

—¿Están en el pasado?

—Estoy segura de que son parte del pasado —repuso ella, inclinando la cabeza—. Usted también debería estarlo, señor Taka. Si no, no sé por qué estamos hablando todavía.

—Estamos hablando porque usted quería asegurarse de que no me había ofendido.

—Y aún no estoy segura de ello —le dijo ella sin dejar de mirarlo.

Él no pudo evitar sonreír tímidamente. Tenía alma japonesa, pero había tenido una educación europea. Y algo en esa mujer le recordaba a esos días, cuando había tenido más libertad.

—¿Se le considera una mujer audaz en América?

—No, me temo que allí soy más bien mediocre.

—Me cuesta creerlo —admitió él.

No creía que una mujer de negocios mediocre hubiera llegado tan lejos.

—Acepto sus disculpas. Y ahora, espero que acepte las mías, porque debo marcharme.

—Por supuesto —repuso ella, dando un paso atrás.

A Mori le pareció una vela blanca, de pie e inmaculada entre una larga fila de escolares que marchaba por la acera vestidos de azul marino.

—Hasta mañana por la tarde.

Uno de los niños casi se chocó con ella, y una rápida sonrisa iluminó su cara. Fue una sonrisa natural, una que llegó a sus ojos, que arrugó su nariz, que descubrió un hoyuelo en su mejilla. Mori vio que no tenía nada que ver con las que dibujaba en su rostro habitualmente.

En vez de ir al coche, se quedó quieto, mirándola. Recordó que cuando él y Misaki la habían visto esa mañana estaba desayunando sola y que ni siquiera había probado su comida. En la sala de reuniones estaba rodeada por su familia y socios, pero en el comedor no tenía a nadie.

—No terminó su comida.

Helen bajó entonces la mirada.

—No tenía hambre. Gracias por su tiempo, señor Taka —dijo, inclinándose.

Mori recordó que tenía cosas que hacer, responsabilidades, no tenía por qué prolongar su inesperado encuentro.

—¿Tiene planes para hoy? —le preguntó.

Helen parecía algo perpleja y no le extrañaba.

—Estaba pensando en hacer un poco de turismo —le dijo—. He leído algo sobre un festival que hay esta semana. Pero no recuerdo dónde es.

—Hay uno casi cada semana. ¿Le van a acompañar sus hijos?

—No, mis hijastros tienen sus propios planes, como es normal —repuso ella con la misma sonrisa fría de otras veces—. Ya le he robado bastante tiempo, señor Taka. Perdóneme de nuevo.

—Tengo algo de tiempo libre esta mañana. ¿Me permite que sea su guía? —le ofreció él.

Helen abrió la boca, sorprendida, pero se recuperó bastante pronto.

—Será un placer, señor Taka.

—Muy bien. Mi chofer nos llevará a su hotel para que pueda recoger lo que necesite.

—Gracias, pero no será necesario. Tengo todo aquí —dijo, señalando un pequeño bolso—. La llave de mi hotel, que se desmagnetiza cada dos por tres, mi pasaporte y todo lo demás.

Hablaba deprisa, en un torrente de palabras. Sintió cómo sus mejillas enrojecían levemente mientras se acercaba al coche.

El chofer abrió la puerta, ella entró y Mori no pudo evitar fijarse en sus esbeltos tobillos. No sabía qué le había llevado a cambiar sus planes, debía de estar volviéndose loco, tal y como aseguraba su padre. Suspiró y se metió en el coche al lado de Helen.

Ella le dedicó una sonrisa que le decía que se sentía tan incómoda como él con la situación.

Akira cerró la puerta y se quedaron solos los dos, apartados del resto del mundo.

Se abrió los botones de la chaqueta y mantuvo la mirada al frente. El aroma de Helen, sofisticado pero ligero, le llenó la cabeza.

Le habían educado desde pequeño para entablar conversaciones con todo tipo de personas, pero en ese momento se le hizo muy difícil. Ella tenía las manos sobre su regazo; le llamó la atención el imponente anillo de diamantes que adornaba su dedo anular.

—¿Ya ha visto parte de la ciudad? —preguntó por fin.

—No tanto como quisiera. Siento que he pasado mucho más tiempo en aviones, viajando entre Chicago y Tokio, que aquí.

—¿Le gusta Tokio?

—Es una ciudad fascinante. Siempre me ha sorprendido lo tranquila que es —añadió, mirando por la ventana.

Llevaba el pelo recogido en una coleta que revelaba su nuca y cuello.

—¿Tranquila? —preguntó él.

Ella apartó la vista de la ventana y sus miradas parecieron cruzarse un instante en el reflejo del cristal que servía de división entre ellos y el chofer.

—Sí, es tranquila para una ciudad tan grande como ésta. Hay ruido de tráfico, pero apenas he oído un claxon. No se parece a Chicago.

—No, desde luego.

—¿Ha estado allí?

—Alguna vez. Y también es una ciudad interesante.

—¿Está intentando ser educado? —preguntó ella con una tímida sonrisa.

—Sí.

—¿Qué es lo que de verdad piensa de Chicago?

—Es ruidosa, incivil e indiscreta —contestó él, mirándola a la cara.

Helen lo miraba divertida y eso lo sorprendió, normalmente se mostraba distante y seria. Hasta la noche anterior, claro, cuando la encontró intentando ocultar unas lágrimas.

—A mí me parece vibrante y muy divertida —lo contradijo ella.

—Eso también es verdad.

—¿En serio?

—Sí. Disfruto de Chicago cuando voy.

—¿Viaja a menudo a Estados Unidos?

—Varias veces al año. Pero voy a Londres más a menudo.

—¿Por negocios o placer?

—Para mí, los negocios son placer, señora Hanson.

Helen frunció el ceño de repente.

—Mi marido solía decir eso.

—¿Lo echa mucho de menos?

Ella bajó un instante la mirada.

—Por supuesto. A mí también me encanta Chicago —añadió, mirando de nuevo por la ventana—. Pero la verdad es que me está empezando a gustar mucho Tokio.

—¿Siempre ha vivido en Chicago?

—No, procedo del estado de Nueva York. Me mudé a Chicago de jovencita.

—Aún es una mujer joven.

—Gracias, se lo agradezco. Sobre todo, porque acabo de casar a mi hija.

—Será una bella anciana de ochenta años algún día —le dijo él de todo corazón.

Los labios de Helen temblaron, como si estuviera intentando no reírse.

—Lo acusaría de estar adulándome, pero es que eso no parece típico de usted…

Él no pudo evitar reírse. De hecho, soltó una carcajada. No recordaba cuándo lo había hecho por última vez.

—Es cierto.

Los dos se quedaron callados largo rato y después apartaron la vista.

La limusina llegó a un parque donde un montón de gente estaba ya reunida. Mori descendió del coche y tomó la mano de Helen para ayudarla a salir. Cuando lo soltó, vio cómo ella se frotaba las manos juntas, como si Helen también hubiera podido sentir el mismo persistente calor en su palma cuando la tocó. Por encima de sus cabezas, las hojas de los árboles revoloteaban en el aire como si se tratara de confeti.

Ella miró a su alrededor, observando el precioso jardín, lleno de arces japoneses.

—Es precioso —dijo con una voz que era poco más que un susurro.

—Sí.

Pero Mori no miraba a los árboles. La miraba a ella.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

PASEARON juntos. Al principio en silencio. A Helen no le importó porque, de hecho, estaba más tímida que de costumbre, sin duda por estar en compañía de quien estaba.

—El punto álgido de cambio de color de las hojas se dará en pocas semanas —le comentó él.

Pasaron al lado de un grupo de niños y él le colocó la mano en la espalda durante un segundo para guiarla. Esperaba que para entonces ya hubieran dado por concluida la fusión.

—También donde vivo tenemos estos colores del otoño. De hecho, mi casa está rodeada de árboles.

Una casa que estaba empezando a hacérsele demasiado grande. Sobre todo ahora que empezaba a salir del túnel en el que había estado durante los meses siguientes a la pérdida de su marido. Los meses que siguieron a esa llamada en mitad de la noche que le avisó que su marido había sufrido un infarto en la oficina. Esos meses fueron más fáciles que lo que lo que sentía entonces.

Su marido no la había engañado con otra mujer. Eso casi habría sido más fácil de asimilar. La había engañado con la empresa que ahora tenía que sacar a flote, su único y verdadero amor.

Y cada vez le resultaba más difícil vivir en esa casa, que era un mausoleo, una prisión. Aún no había sido capaz de deshacerse de las cosas de George.

—¿Señora Hanson?

Levantó la vista y miró a Mori, que estaba esperando a que lo siguiera.

—Llámeme Helen —le dijo sin importarle que estuviera de nuevo rompiendo otra norma de etiqueta japonesa.

Dio un paso adelante y uno de los tacones se quedó clavado en el enlosado. La mano de Mori la sujetó para que no cayera.

—¿Estás bien?

No. Pensó que no estaba bien, que estaba loca, estresada y sola en un mundo lleno de gente.

—Sí, muy bien —mintió—. ¿Los faroles de los árboles son sólo decorativos o los encienden alguna vez? —le preguntó.

—Los encienden cada noche —repuso él sin dejar de mirarla.

Helen supo que se estaba ruborizando. Se sentía como una colegiala.

—Me imagino que será precioso.

Pero él no parecía interesado en ese tema.

—¿Por qué quisiste implicarte en el negocio de tu marido en vez de dedicarte a otra cosa más de tu interés?

—¿Para eso se ofreció a hacer de guía? ¿Para intentar asustarme y que me eche atrás?

—Siempre me ha dado la impresión que nada puede asustarte… Helen —dijo él.

Ella tragó saliva al oír su nombre de pila.

«Cuidado con lo que pides porque puedes conseguirlo», pensó.

Se quitó la chaqueta y se la colgó del brazo. Cuando levantó la vista, él tenía la mirada fija en su camisola de seda. Era una prenda decorosa, con tirantes y escote bastante alto, pero se sentía desnuda bajo sus ojos.

Desde luego no podía volver a ponerse la chaqueta. Hacía calor y no quería que supiera el efecto que tenía en ella. Tenía demasiado poder.

Se preguntó si los igualaría que él supiera que ella había sido la causante de que TAKA se fijara en la empresa americana. No sabía si él respetaría una acción tan audaz como la suya o si la detestaría por la misma razón.

—Hay muchas cosas que me asustan —repuso ella—. Y si estoy a cargo de la empresa es porque mi marido creyó de debía ser así.

Claro que no lo decidió así hasta su muerte. Nunca antes confió en ella.

—¿Y es ahí donde quieres estar?

—¿Es a la cabeza de TAKA donde quiere estar? —le devolvió ella.

—Es mi responsabilidad.

—Igual que el Grupo Mediático Hanson es la mía —repuso ella—. Pero ya basta de responsabilidades. ¿Qué es lo que hace para divertirse?

—Paseo por el parque con una mujer interesante.

Le falló un segundo el aliento, pero ya era mayorcita para dejarse engañar por palabras bonitas. George había estado lleno de maravillosos sentimientos al principio que, más tarde, no habían significado nada.

—Es demasiado educado como para decir de verdad lo que piensa de mí.

—¿Y qué cree que pienso? —preguntó él, divertido.

—Que soy una mujer discordante.

—¿Discordante?

—Sí. Desentono.

—¡Ya! —repuso él, cazando al vuelo una hoja y girándola entre sus dedos—. No eres la norma.

—No en Japón.

—No en Japón —repitió él.

Siguieron paseando en silencio.

—Disfruto mucho con mi jardín, con mi hija, aunque su curiosidad y sus travesuras pueden poner a prueba la paciencia de cualquiera. Me gusta andar en bicicleta y, sorprendentemente, discutir con una mujer interesante —añadió, mirándola de reojo.

Se quedó boquiabierta. No esperaba esos comentarios personales.

—Es hora de volver —le dijo Mori, entregándole la hoja.

Ella asintió en silencio y se dirigieron hacia donde estaba esperando la limusina.

En pocos minutos volvieron al hotel. Igual que había hecho en el parque, Mori salió del coche primero para tenderle la mano y ayudarla. Una vez en la acera, él la soltó y Helen volvió a respirar con normalidad. Ella movió nerviosa la chaqueta de un brazo a otro, sujetando la hoja en la mano, y se despidió con una reverencia.

—Gracias de nuevo, señor Taka, por su tiempo. Hasta mañana.

Él también se inclinó y fue hacia el coche. La miró desde el interior del vehículo.

—Por favor, llámame Mori —le dijo antes de cerrar la puerta de la limusina y desaparecer entre el tráfico.

—¿Necesita ayuda, Hanson-san? —le preguntó el portero uniformado del hotel.

Helen apartó la vista de la calle y entró en el edificio.

—No, gracias.

 

 

Los abogados siempre eran los primeros en llegar. Cuando Helen llegó a las oficinas de TAKA al día siguiente, ya había unos cuantos allí, incluido Jack. Él la vio y fue a saludarla.

—No estabas en tu habitación anoche.

—Fui al gimnasio —repuso ella, sorprendida por su comentario.

—Samantha intentó localizarte durante horas.

Helen no había recibido ningún mensaje.

—¿Pasa algo?

—Pensamos que cenarías con nosotros.

«La buena de Samantha», pensó Helen. Sabía que la invitación procedería de su vieja amiga, quien se había casado con Jack.

—Lo siento, me habría gustado cenar con vosotros —le dijo.

Y era sincera. En vez de cenar, había estado haciendo pesas y Pilates durante horas, intentando cansarse para poder dormir bien. Y lo había conseguido. Claro que también había tenido unos sueños bastante intensos. Le bastaba recordarlos entonces, para sentir calor bajo la piel.

—Pareces acalorada —le comentó un observador Jack—. ¿Estás enferma?

En el pasado, Helen habría pensado que él estaría deseando una respuesta positiva para poder insistir en que se fuera a casa y que se perdiera la reunión. Ya era bastante malo que con la muerte de su padre hubiera tenido que ponerse al timón de la empresa y dejar su carrera legal de lado, pero además tenía que soportar que su madrastra, a la que no había soportado desde el principio, tuviera más poder que él y fuera su jefa.

Sin embargo, en los últimos meses, aunque no le había tomado cariño, se había dado cuenta de que Helen no era la rubia tonta que creía y, por otro lado, tenía que reconocer el valor de su idea de fusionarse con TAKA. El Grupo Mediático Hanson no podía seguir trabajando por su cuenta. La gestión de George había sido demoledora y la fusión con TAKA aseguraría que la empresa familiar siguiera existiendo, que no se perdieran los trabajos de sus cientos de empleados.

Los hijos de George mantendrían su herencia, igual que sus nietos cuando empezaran a llegar. Y no faltaba mucho, porque Delia, la mujer de Andrew, se encontraba en avanzado estado de gestación.

—Estoy bien, Jack. Sólo estoy deseando poner todo esto en marcha —dijo, mirando a su alrededor y luego al reloj—. Todo el mundo está aquí excepto Mori.

—¿Mori? —repitió Jack—. ¿Desde cuándo es Mori?

—No descansas nunca, ¿verdad? Supongo que es deformación profesional. Estos abogados… —le dijo ella, acercándose a la mesa donde estaba la tetera—. ¿Te apetece un té?

—He tomado tanto té últimamente que voy a explotar —repuso Jack en un susurro.

Helen ocultó una sonrisa.

—No tardaremos mucho más en concretar los últimos detalles, entonces puedes volver con tu vida normal.

Él la miró, incrédulo. Parecía hastiado, convencido de que estaba sentenciado a estar a cargo de esa empresa por el resto de sus días.

Helen tomó su bolígrafo de oro, el mismo que había tenido con ella desde que lo encontró junto con un sobre sellado y a su nombre sobre el escritorio de George. Abrió su agenda y escribió otra nota más para enviársela después al juez Henry de Chicago. Mientras lo hacía, Mori entró en la habitación. Miró a su alrededor nada más entrar y fue directo a la cabeza de la mesa.

Si Helen hubiera pensado que su mirada se iba a detener algo más en ella, se iba a sentir decepcionada. Pero se convenció de que no se sentía así. Aquello era una reunión de negocios, no un inesperado paseo por el parque, y tenía que distinguirlo.

El resto de los asistentes se sentaron también. A un lado los representantes de TAKA y a otro lado los de Grupo Mediático Hanson.

Mori hizo un leve gesto a su hermano, Shiguro Taka, para que comenzara.

—Buenas tardes —dijo éste, abriendo su carpeta, similar a las que todos tenían frente a ellos—. Si van a la página marcada, continuaremos donde nos quedamos en la última reunión. Señor Hanson —añadió, mirando a Jack—, habrá visto que hemos incluido los cambios que solicitó.

La explicación era redundante; ya habían hablado de ello. Y Helen no se molestó en aclararle que los cambios habían sido idea suya y no de Jack. Lo importante era que se le otorgaran esas concesiones.

Siguieron leyendo Jack y Shiguro tediosamente punto por punto los documentos. Hasta que, treinta páginas más tarde, Helen se inclinó silenciosamente sobre Jack y señaló uno de los puntos con un círculo. Shiguro siguió leyendo y Jack la miró. Ella negó con la cabeza. Jack asintió, también en silencio.

—Lo siento, señor Taka. Nuestra posición en relación con el presupuesto filantrópico no ha cambiado. Estos fondos son recaudados y administrados por nuestros empleados en nuestra central de Chicago. Es un esfuerzo de nuestra gente que beneficia a la comunidad, y el Grupo Mediático Hanson siempre ha dado un dólar por cada dólar recaudado.

—Una donación de cuatro millones de dólares es un logro admirable, señor Hanson, uno que no necesita nada más —repuso Shiguro sin perder la sonrisa.

—Desde sus comienzos, el Grupo Mediático Hanson se ha comprometido con sus empleados en esto —repuso Helen antes de que Jack pudiera contestar—. Es este tipo de participación en nuestras comunidades lo que ha hecho que la empresa se mantenga fuerte en el mercado. El consumidor que compra nuestras publicaciones cree de verdad que colaboramos en hacer mejores comunidades. No es sólo caridad, es márketing.

—Márketing muy caro —repuso Shiguro.

Helen estaba preparada para eso. Tampoco Jack y su equipo estaban de acuerdo con ese proyecto, sobre todo cuando la empresa estaba sufriendo.

Mori susurró algo a Shiguro. Éste se puso algo tenso pero asintió.

—La empresa igualará en un cincuenta por ciento la recaudación de los empleados —dijo Shiguro.

Jack empezó a hablar pero Helen le tocó el brazo.

—No, en un cien por cien —insistió ella.

—Señora Hanson, creo que no entiende la situación —repuso Shiguro.

—Sesenta por ciento —lo interrumpió Mori.

Helen lo miró y se encontró con sus ojos clavados en ella. Se le secó la boca de repente.

—Noventa por ciento —dijo ella cuando pudo hablar.

—Sé razonable —murmuró Jack a su lado.

Ella se quedó en silencio.

—Señora Hanson, TAKA también contribuye con la comunidad. Hemos contribuido…

—Sí, con un tres coma siete por ciento de los beneficios durante los tres últimos años fiscales.

Estaba claro que a Shiguro no le gustaba ser interrumpido y menos por ella.

El resto de los asistentes comenzaban a impacientarse.

—¿Podemos dejar ese punto para otro día y continuar con el resto de la agenda? —sugirió Jack.

—Muy bien, podemos resolverlo en otra ocasión —concedió ella.

Shiguro miró a su hermano y dio su silencio por bueno.

—Prosigamos entonces con la siguiente sección —anunció, moviendo papeles a su alrededor—. Todas las relaciones con los medios para tratar la adquisición de Grupo Mediático Hanson se dirigirán desde la oficina de Tokio.

—Eso no es posible ni práctico —repuso Jack.

—Bueno, en TAKA creemos que…

—Esto no es una compra… —le recordó Helen por enésima vez—. La marca Hanson en Estados Unidos tiene mucho más peso que TAKA. Si cambiamos una marca por la otra, nos ganamos la antipatía de nuestros clientes, de la gente que compra los periódicos de GMH, que escucha las emisoras de GMH. Para ellos, TAKA no significa nada. Me gustaría que dejara de usar el término adquisición; esto es una fusión.

Shiguro la miró de forma condescendiente.

—Llevaremos a cabo esta adquisición de igual modo que siempre…

—La señora Hanson tiene razón —lo interrumpió Mori—. Leí un estudio sobre las marcas en el mercado americano. Quizás su empresa no esté a la altura de las marcas de refrescos de cola o pantalones vaqueros, pero era uno de los nombres que mejor reconocían los ciudadanos en esa zona del país.

Helen levantó la vista, tenía una copia de ese mismo estudio en su agenda. Ahora ya no tendría que sacarla.

—El Grupo Mediático Hanson no ha pasado por el mejor momento de su historia durante el pasado año —les dijo—. Pero es una empresa que ha tenido una imagen muy positiva durante décadas. El grupo TAKA se beneficiará más en Estados Unidos trabajando bajo nuestra marca, y todos en esta sala lo saben. Estamos pensando, no obstante, en pasar a llamarnos Hanson Norte América para así destacar el hecho de que también hay un grupo Hanson en Japón.

Mori asintió ligeramente y nadie discutió su propuesta. Shiguro también calló.

—Hanson Norte América. Se lo comunicaré a nuestro departamento de Relaciones Públicas para que se ponga en contacto con el suyo y coordinen los detalles necesarios para el cambio.

Jack la miró de reojo, parecía satisfecho. A ella le temblaban las manos. Se sentía triunfante.

Ya estaba atardeciendo cuando salieron de la reunión; le dolía la espalda de estar tanto tiempo sentada. Había tomado muchas notas y discutido varios puntos más. No lo había ganado todo, pero estaba satisfecha.

—Supongo que tendré que salir a tomar unas copas con esta gente —le dijo Jack—. Aunque preferiría volver con Samantha.

Helen sabía que era verdad, pero también que, si lo invitaban, no podría decir que no o sería considerado una grosería.

—Señora Hanson, a mi hermano le gustaría hablar con usted, si no le importa —le dijo Shiguro, acercándose a ellos.

Jack la miró sorprendido.

—Por supuesto —repuso ella.

Se alejó de los dos hombres a tiempo de oír cómo Shiguro invitaba a Jack a unirse a ellos esa noche. A ella nunca la incluían. Ya no le ofendía. No le seducía la idea de pasar horas bebiendo en un bar para después discutir sobre quién pagaba la cuenta. Así era cómo, según Jack, terminaba cada velada. Y siempre invitaba TAKA.

Mori estaba al lado de la puerta, hablando con otros dos hombres. Helen esperó al lado, no quería interrumpir. Sabía que Jack la observaba. Era normal que sintiera curiosidad; nunca antes había pasado. Miró a su hijastro mayor; más que curioso parecía desaprobar lo que hacía, eso sí que había pasado con anterioridad. Nunca le había caído bien.

—Señora Hanson —la saludó Mori, tomándola por el codo.

Eso le hizo saltar y reír de forma nerviosa.

—¿Estaba soñando despierta?

—Algo así.

—Espero que fueran agradables, los sueños —repuso él.

Helen podía sentir los ojos de Jack aún clavados en ella.

—¿Quería hablar de algo en particular conmigo?

—Sí —dijo, mirando detrás de ella—. Su hijo debe de ser un buen abogado. Tiene una mirada feroz.

—Sí, se le da bien la ley —repuso ella.

—¿Está cansada?

Ella dudó un momento, confusa por lo personal de la pregunta.

—Ha sido un día muy largo, pero estoy contenta con los resultados.

—Estoy seguro de que lo está —contestó él con cierto brillo en los ojos—. Shiguro lo estará menos.

Helen sonrió levemente y se quedaron mirando cómo Shiguro y los demás salían de la sala de conferencias, dejando en pocos segundos silencio tras de sí y a ellos dos solos.

—¿Le hubiera gustado ir con ellos?

Le sorprendió de nuevo su perspicacia. Era muy observador, demasiado.

—No —admitió.

—A Shiguro le encantan los karaokes. No todo el mundo comparte sus gustos.

No pudo evitar sonreír al imaginarse a Jack en uno de esos lugares, pero aún no sabía por qué quería hablar con ella.

—¿Se encuentra mejor?

—Sí, estoy bien. Gracias —respondió con precaución.

—Las negociaciones progresan más despacio de lo que esperaba.

—Las cosas que merecen las pena no son fáciles de conseguir —repuso ella.

—Eso le digo a mi hija cuando me dice que no quiere estudiar.

—¿Qué edad tiene?

—Doce años.

—Casi una adolescente. ¿Esta preparado para eso?

—Lo estoy temiendo —repuso él—. ¿Quiere cenar conmigo?

Se le cayó el bolígrafo al suelo. Él se inclinó y se lo devolvió antes de que ella pudiera hacerlo.

—Nunca se desprende de esto. ¿Qué significado tienen estas letras? —le preguntó él.

—Son las iniciales de mi marido.

La verdad era que no quería comentarle nada de ese bolígrafo ni de su significado.

—¿Hay algo en particular de la fusión de lo que quiera hablar?

—¿Quiere decir durante la cena?

—Sí.

—No todo gira entorno a los negocios.

—Para mí sí. Al menos, en este momento de mi vida —repuso ella sin pensar.

—Es una pena —dijo él, quitándole la carpeta de las manos.

—¿Por qué? —preguntó ella, sorprendida, mientras él la tomaba por el codo y la acompañaba hacia la puerta.

—Porque es usted una mujer preciosa.

No se imaginó que decía eso de forma halagadora.

—¿Y cree que entonces debería preocuparme por otras cosas? —le preguntó mientras llegaban al ascensor—. A lo mejor cree que sólo sirvo para encontrar otro marido que me llene de diamantes y me pague las inyecciones de Botox.

—Supongo que prefiere un matrimonio de otro tipo.

El ascensor se abrió y ella entró dentro.

—A pesar de lo que todos creen, me casé por amor. Y la verdad es que no puedo imaginarme sintiendo lo mismo de nuevo.

Mori entró también y presionó un botón.

—Mi hija dice que nunca se casará.

—Sólo tiene doce años.

—Cuando yo tenía su edad, mis padres ya habían convenido mi matrimonio. Kimiko quiere mudarse a Estados Unidos y ser famosa.

—¿Haciendo el qué?

Él se encogió de hombros.

—Creo que aún no lo ha decidido. Sea lo que sea, quiere que sea algo muy… americano.

—Y usted lo desaprueba.

—Preferiría que pusiera todo su interés en el colegio y no en lo que esté de moda en su país ahora mismo.

—Suena como una niña normal de doce años —repuso ella, sonriendo.

Él también sonrió, pero no dijo nada. Se imaginó lo que estaba pensando, lo mismo que ella, que no tenía ninguna experiencia con niñas de doce años, que ella no había estado cerca de su hija cuando tenía esa edad.

El ascensor se paró en el vestíbulo, donde sólo estaban los guardias de seguridad. La misma limusina del pasado día esperaba en la calle.

—Venga. Cenaremos y no hablaremos de negocios hasta la próxima reunión.

—Entonces, ¿de qué vamos a hablar? —repuso ella, algo mareada con toda la situación.

Él le ofreció la mano sin dejar de mirarla a los ojos.

—Ya se nos ocurrirá algo.

Sabía que relacionarse con ese hombre en algo que no fuera puramente negocios iba a ser un error. Lo sabía. Pero dio un paso adelante y colocó su mano sobre la de Mori.

Capítulo 4

 

 

 

 

 

NO sabía por qué la había invitado a cenar. Probablemente el mismo impulso que lo había llevado a acompañarla al parque. Las dos decisiones eran inexplicables. Lo único que tenía claro era que no podía librarse de la imagen de Helen, siempre sola.

Permaneció callada mientras Akira los llevaba en el coche. Miraba por la ventana, quizás simplemente concentrada en el tráfico, quizás preguntándose, como él, qué hacía allí. Era verdad lo que decían los negocios hacían extraños compañeros de cama.

—He pensado que podíamos ir al hotel Anderson; su restaurante es excelente.

—Sí, me gusta ese sitio. He comido allí varias veces —repuso ella.

—¿Cree que se sentirá incómoda allí? Los Anderson son…

—No, no. Me gusta ese restaurante.