Rumores de boda - Un marido para siempre - Allison Leigh - E-Book

Rumores de boda - Un marido para siempre E-Book

ALLISON LEIGH

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Beschreibung

Ómnibus Julia 453 Rumores de boda Allison Leigh Después de crecer rodeada de duros rancheros, Angeline Clay sabía muy bien cómo eran los hombres arrogantes como Brody Paine. Había aprendido incluso a rechazar hábilmente las nada sutiles insinuaciones del sexy espía. Pero en esta ocasión, Angeline no tenía alternativa; la vida de dos niños dependía de que ella se hiciera pasar por la mujer de Brody. No pasó mucho tiempo antes de que Angeline sucumbiera ante la inesperada amabilidad de Brody. De pronto un tierno beso se convirtió en algo mucho menos inocente y Angeline empezó a soñar con una gran boda en Wyoming… Un marido para siempre Marie Ferrarella Cuando la presentadora de televisión Dakota Delany accedió a que el guardaespaldas Ian Russell se convirtiera en su sombra durante dos semanas, no sabía que iba a tener que luchar contra aquel espléndido hombre que controlaba cada uno de sus movimientos. Y, desde luego, no sabía que Ian se iba a adueñar no sólo de su seguridad, sino también de su corazón. La testaruda y alegre Dakota no se acercaba siquiera al ideal de cliente de Ian, pero podría ser algo más: su alma gemela… si lograba darse cuenta de que había encontrado el amor verdadero.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 453 - febrero 2023

 

© 2007 Allison Lee Johnson

Rumores de boda

Título original: Wed in Wyoming

 

© 2005 Marie Rydzynski-Ferrarella

Un marido para siempre

Título original: Because a Husband Is Forever

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2008 y 2009

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-565-1

Índice

 

Créditos

Rumores de boda

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

Un marido para siempre

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

Noviembre

 

 

—¿Estás loco? ¿Y si te ve alguien?

Angeline Clay apartó la mirada del hombre que se escondía en las sombras y la dirigió hacia los invitados de la boda, que apenas estaban a unos veinticinco metros de allí.

—No me van a ver, tranquila —contestó el hombre en tono divertido—. No olvides, cariño, a lo que me dedico.

Angeline puso los ojos en blanco.

Estaban fuera del círculo de luces que habían colocado alrededor de la enorme carpa que protegía las mesas y la pista de baile del frío de Wyoming.

Su prima Leandra y su recién estrenado marido, Evan Taggart, estaban bailando en el centro de la pista, rodeados de casi todos los otros miembros de la extensa familia de Angeline.

—Te aseguro que lo tengo muy presente, Brody —le aseguró en tono cortante.

Los breves encuentros que había tenido con aquel hombre habían sido pocos y apartados en el tiempo, pero siempre memorables.

Aquello sacaba a Angeline de sus casillas, pues era una mujer orgullosa de no perder el control y lo perdía constantemente cuando se trataba del atractivo Brody Paine.

Angeline aferró con fuerza el plato vacío que llevaba en las manos. Iba hacia la cocina cuando Brody había salido a su encuentro.

—¿Cómo sabías que estaba aquí? —le preguntó.

—El mundo es muy pequeño, muñeca, ya lo sabes —contestó Brody.

Cariño. Muñeca.

Angeline suspiró. Lo cierto era que Brody nunca la llamaba por su nombre. Aquella era una de las razones por las que Angeline no lo tomaba en serio en las cuestiones personales.

Era cierto, sin embargo, que en cuestiones profesionales lo tomaba muy en serio, pues Brody Paine era bueno en su trabajo.

—He venido sólo unos días —le recordó ella—. Sólo para pasar aquí el Día de Acción de Gracias y la boda de Leandra. Me vuelvo a Atlanta enseguida.

Brody procedió entonces a mencionar su número de vuelo, indicándole de manera nada sutil que conocía perfectamente sus planes.

—A la agencia le gusta vigilar bien a sus empleados.

Angeline miró hacia atrás, asegurándose de que nadie los oía. No, era imposible que los estuvieran oyendo. De haber sido así, Brody jamás hubiera mencionado a la agencia.

—Yo no soy empleada de la agencia —le recordó.

Ella sólo era un correo. Llevaba cinco años trabajando para la agencia, pero lo único que hacía era llevar información de una fuente a otra y solamente lo hacía un par de veces al año.

—Créeme si te digo, cariño, que eres una empleada maravillosa —sonrió Brody mirándola apreciativamente de arriba abajo—. Lo que no entiendo es por qué te empeñas en no compartir tus maravillosas cualidades conmigo.

Angeline estaba acostumbrada desde la pubertad a que los hombres la miraran con aprecio, pero, aun así, agradeció la capa que llevaba y que cubría su cuerpo.

—Veo que lo has entendido bien —le contestó—. Supongo que no habrás venido a buscarme para ligar.

—Desgraciadamente no, porque tú no quieres —volvió a insistir Brody.

—Brody… —le advirtió Angeline apretando los labios.

—Tranquila, tranquila… en estos momentos, estoy en otra operación, pero me han pedido que te dé esto —contestó Brody.

Angeline se fijó entonces en que Brody tenía un trozo de papel agarrado entre el dedo índice y el corazón y procedió a agarrarlo con mucho cuidado para no tocarlo. Cuando él la agarró repentinamente de la muñeca, dio un respingo y lo miró sorprendida.

—Es importante —le dijo Brody muy serio.

Angeline sintió que los nervios le secaban la garganta. No estaba acostumbrada a ver a Brody tan serio.

—Siempre lo es, ¿no?

Brody le había dicho muchas veces, por activa y por pasiva, desde el principio, lo importante y delicado que era el trabajo que hacía para Hollins-Winword.

—Como cualquier cosa en la vida, la importancia de algo es relativa.

Angeline escuchó que el pinchadiscos estaba reclamando la atención de los presentes, pues los novios iban a cortar la tarta.

—Me voy antes de que alguien me eche en falta y venga a buscarme —anunció Angeline.

Brody le soltó la mano y Angeline hizo un gran esfuerzo para no acariciarse aquella zona de su cuerpo en la que todavía sentía sus dedos. Menos mal. Brody era realmente observador. Evidentemente, su capacidad de observación era una de las cualidades que lo convertía en un excelente agente, pero lo último que Angeline quería era que se diera cuenta de cómo la afectaba su presencia.

La única relación que había entre ellos era ocasional y siempre de trabajo. Si aquel hombre se enterara de que llevaba gustándole años… bueno, simplemente, no quería que lo supiera y punto.

A lo mejor, si lo supiera, las cosas cambiarían entre ellos, pero Angeline no se quería arriesgar. De momento, prefería jugar a que su coqueteo no la afectaba en absoluto aunque le era muy difícil fingir tanto.

En aquel momento, Brody le dedicó una de sus sonrisas, una de aquellas sonrisas que llevaban a Angeline a preguntarse si entre sus capacidades se encontraba también la de leer el pensamiento.

—Hasta la próxima, muñeca —se despidió—. Tómate una copa de champán a mi salud —añadió mirando hacia los invitados.

Angeline giró la cabeza también. Leandra y Evan estaban de pie ante su enorme tarta de bodas.

—No creo que nadie se dé cuenta si te traigo una copa y un trozo de tarta —dijo, dándose la vuelta al no obtener respuesta.

De Brody ya sólo alcanzó a ver su silueta, perdiéndose en la fría y oscura noche.

Capítulo 1

 

 

 

 

Mayo

 

 

—Sigo creyendo que estás loco.

Hacía seis meses que Angeline no veía a Brody Paine. Desde entonces, Brody se había dejado barba, una barba que no tapó la sonrisa que le dedicó ante su comentario.

Además de la barba, llevaba el pelo más largo, lo que le confería una imagen parecida a la de un pirata.

—Me da la sensación de que siempre me dices lo mismo, muñeca.

Angeline enarcó las cejas. Estaban sentados en un Jeep que estaba atrapado en un barrizal en Venezuela.

—Tú sabrás por qué lo digo —le dijo mientras llovía sobre ellos.

Como de costumbre, Brody no pareció darle importancia a la opinión de Angeline. Mientras tamborileaba con los dedos sobre el volante, se quedó mirando cómo caía la lluvia por el parabrisas.

El coche no tenía puertas y el viento que había acompañado a Angeline desde que había llegado a Venezuela hacía tres días combinado con la lluvia resultaba de lo más molesto.

Se suponía que la borrasca que estaban sufriendo en aquellos momentos debería haber partido hacia el océano y haberse disuelto allí, pero no había sido así. La borrasca había ido cada vez a más y ahora se había convertido en un huracán, con lluvia y viento incesantes. Se suponía que durante el mes de mayo no era normal que hubiera huracanes, pero la Madre Naturaleza no parecía estar teniendo en cuenta el calendario establecido por los humanos.

Angeline se arrebujó en el asiento. Aunque la capucha del poncho impermeable color caqui le tapaba casi toda la cabeza, se sentía empapada hasta los pies.

Eso era lo que le pasaba por haber huido del campamento de Puerto Grande como lo había hecho. Si se hubiera parado a pensar un poco, se habría llevado ropa de abrigo para ponerse debajo del poncho, pero, en cuanto Brody la había ido a buscar, le había dicho al doctor Miguel Chávez, el jefe del equipo de All-Med, que una amiga de Caracas se había puesto enferma y se había ido.

—El convento en el que dejaron a los niños está al final de esta carretera —anunció Brody—. No hay otro acceso a no ser que tengas un helicóptero, claro, y con este tiempo es imposible —recapacitó.

Desde luego, si Brody estaba tan molesto como Angeline por las condiciones climatológicas, lo ocultaba bien. Angeline se colocó de espaldas a la lluvia.

—Si deshacemos andando el camino hecho, podríamos estar en el campamento de Puerto Grande antes de que anochezca —comentó observando los nubarrones que cubrían el cielo.

Desde que había cumplido veinte años, había estado en Venezuela con All-Med en cinco ocasiones, pero nunca se había encontrado con un tiempo así de malo.

—No vamos a dar marcha atrás, encanto —suspiró Brody, que tenía los pantalones y el poncho cubiertos de barro, pues se había bajado varias veces del vehículo para intentar sacarlo del barrizal.

—Pero faltan varios kilómetros para el convento —protestó Angeline sabiendo que estaban más cerca del campamento que del convento—. El equipo de allí nos podría ayudar mañana a sacar el coche del barro. No tienen por qué saber que estábamos intentando llegar a Santa Inés y no a Caracas.

—No podemos perder tanto tiempo.

Angeline suspiró y se quedó mirando a aquel hombre tan cabezota.

—¿Por qué tantas prisas? —preguntó con recelo—. Me has dicho que lo único que tenemos que hacer es recoger a los niños de la familia Stanley y devolvérselos a sus padres.

—Exacto.

—Brody…

—No olvides que en esta operación me llamo Hewitt.

—Muy bien, Hewitt, ¿a qué vienen tantas prisas? Esos niños llevan dos meses en el convento, ¿no? ¿Qué va a pasar por una noche más?

Brody le había contado que Hewitt Stanley, el verdadero Hewitt Stanley, y su esposa, Sophia, habían dejado a sus hijos en aquel convento situado en una zona recóndita del país mientras se adentraban en la selva venezolana para realizar una investigación farmacéutica.

Brody le había pedido ayuda a Angeline porque, según él, no iba a poder recuperar a los niños él solo.

—El grupo Santina secuestró a Hewitt y a Sophia hace dos días.

—¿Cómo?

—¿No sientes a veces curiosidad cuando te entregan un mensaje para otra persona? —le preguntó Brody mirándola con dureza.

—No —contestó Angeline.

—¿Nunca? —insistió Brody.

Aquello de ser siempre sincera, a veces, resultaba de lo más molesto.

—Bueno, en alguna ocasiones he sentido curiosidad, pero jamás he leído los mensajes —admitió Angeline—. Sé hasta dónde llega mi trabajo, yo soy sólo la mensajera. En cualquier caso, ¿qué tiene eso que ver con los Stanley?

—Cuando te di el último mensaje de noviembre, ¿no lo abriste? —insistió Brody.

—No —le aseguró Angeline—. Prefiero quedarme con la curiosidad que saber demasiado —añadió sinceramente.

En cualquier caso, las pequeñas referencias que le daban y que ella tenía que entregar a otra persona no hubieran sido nunca suficientes para saber exactamente en qué andaba metida Hollins-Winword y eso era lo mejor para todos. Para ella misma, para los que la rodeaban, para el trabajo de la agencia y para la agencia.

Angeline era consciente de ello, lo comprendía y daba las gracias. Estaba comprometida con Hollins-Winword, pero aquello no significaba que quisiera jugarse el cuello por cuatro frases, que era lo que venían a ser las notas que le confiaban.

El mensaje que le había entregado Brody en la boda de Leandra y Evan había sido incluso más corto.

«Los Stanley están experimentando. Sandoval MIA».

Angeline había memorizado la información, lo que no le había costado nada en aquel caso, y había vuelto a Atlanta a los pocos días, donde había entregado la información al jovencito que había esparcido adrede el contenido de su mochila en el suelo junto a la mesa en la que ella se estaba tomando un café. Tras arrodillarse a su lado para ayudarlo a recoger los libros y los cuadernos, tres minutos después, el chico salía del establecimiento con un capuchino y el mensaje y ella se quedaba sentada con el periódico y un café con leche.

—¿No te dice nada el apellido Sandoval?

La lluvia se le había metido a Angeline por el cuello y la hizo estremecerse.

—La verdad es que Sandoval no es un apellido tan raro… no, no me dice nada.

—¿Cuántos años tenías cuando te fuiste de Santa Margarita?

Angeline sintió de repente que el pánico se apoderaba de ella.

—Cuatro —contestó.

Suficientes para recordar el apellido del hombre que había destruido el pueblo de Centroamérica en el que había nacido y que se había llevado por delante las vidas de todos los que había encontrado.

Sandoval.

—No me gustan los jueguecitos, Brody —le dijo poniéndole la mano en el antebrazo—. ¿Sandoval tiene algo que ver con el secuestro? —preguntó yendo directamente al grano.

Brody se quedó mirando la mano de Angeline, sorprendido.

—No tenemos pruebas que lo demuestren, pero creemos que está financiando económicamente al grupo Santina —le explicó—. Por otra parte, sabemos que Santina está detrás de la financiación de dos organizaciones que operan en el mercado negro que se dedican al tráfico de drogas, de armas y de personas. Según la compañía farmacéutica para la que trabaja, Hewitt estaba investigando algo muy importante, algo relacionado con una ranita roja diminuta —prosiguió Brody sacudiendo la cabeza—. Por lo visto, la empresa farmacéutica quiere imitar sintéticamente las propiedades de la saliva de esa rana en concreto, algo que, en buenas manos, puede ser muy beneficioso, pero que si cae en manos no apropiadas puede convertirse en una nueva droga.

—Así que tienen a los padres y ahora quieren a los hijos —comprendió Angeline muy preocupada.

—Eso creemos. Ayer por la mañana vieron a Rico Fuentes, uno de los hombres de confianza de Santina, en Caracas. Los padres de Sophia Stanley eran venezolanos y ella heredó un piso en la capital cuando murieron. Ayer por la tarde entraron en la casa y la revolvieron.

—¿Y cómo sabes que los niños están en el convento?

—Porque yo entré en la casa ayer por la mañana y encontré las anotaciones que su madre había hecho para llegar hasta allí. Por supuesto, me llevé la información conmigo, así que estoy seguro de que Rico no sabe nada a través de esa fuente, pero no sé lo que habrán dicho Hewitt y Sophia a sus captores. Tengo a todo mi equipo preguntando y, de momento, parece que nadie sabe nada del convento, pero… —contestó Brody encogiéndose de hombros y volviendo a mirar la carretera—. Es evidente que Hewitt sabía que lo que estaba investigando podía interesar a las farmacéuticas, pero también a las mafias. Por eso, escondieron a sus hijos y eligieron el convento en el que la madre de Sophia pasó un tiempo cuando era niña.

—Claro. Si Rico diera con los niños, Santina los utilizaría para chantajear a sus padres hasta que cooperaran.

—Exacto.

—¿Y cómo van a saber Hewitt y Sophia que sus hijos siguen con vida? La gente de Santina podría mentirles.

—Podrían mentirles y seguro que les mienten —aventuró Brody—. Hay otro equipo trabajando para rescatar a los padres. Lo que tú y yo tenemos que hacer es asegurarnos de que las amenazas que vierten sobre esos niños sean, efectivamente, mentira.

—¿Y por qué no recurrimos a las autoridades locales?

—¿Tú crees que podemos fiarnos de la policía de aquí?

Angeline frunció el ceño. Miguel había comentado en varias ocasiones que, efectivamente, existía un mercado negro del que la policía tenía noticia y que no hacía nada por desmantelar.

—Brody, esto es demasiado para mí, yo no soy agente. Lo sabes perfectamente.

—Te acabas de convertir en una, preciosa —sonrió Brody.

—Tengo nombre —le recordó Angeline.

—Sí, de eso también quería hablarte. Hasta que no hayamos recuperado a los niños y los hayamos sacado de este país, te llamas Sophia Stanley.

—¿Cómo dices?

—Lo que has oído. Hay un paquete en la guantera.

Angeline la abrió y, detrás de un ovillo de cuerda de nylon y de un destornillador, vio un sobre que sacó y abrió. Dentro encontró una alianza de oro con una dedicatoria y varias fotografías.

Brody le arrebató el sobre, lo volcó y le entregó la alianza.

—Póntela —le indicó.

Angeline aceptó la alianza y se la puso en la mano derecha.

—En la izquierda —le indicó Brody—. Es un anillo de boda, encanto.

Angeline sintió náuseas, pero hizo lo que Brody le indicaba. Era la primera vez que se ponía una alianza y se le hacía extraño.

—Ésta es Sophia —le dijo Brody entregándole una fotografía.

En ella, Angeline vio a una mujer sonriente, de pelo oscuro y largo que parecía mayor que ella, pero con la que guardaba gran parecido, pues también tenía la piel aceitunada y los ojos oscuros.

—No sois exactamente iguales porque tú eres más guapa, pero nos vamos a tener que conformar con lo que tenemos —opinó Brody.

Angeline frunció el ceño. ¿Aquello habría sido un cumplido?

—Éstos son los niños. Eva tiene nueve años y Davey, cuatro —continuó Brody entregándole más fotografías—. Y éste es papá oso.

Si la situación no hubiera sido tan grave como era en realidad, Angeline se habría reído, pues era verdad que Hewitt Stanley era exactamente igual que papá oso. Se trataba de un hombre de mediana estatura, desgarbado y con gafas.

Desde luego, no se parecía a Brody en absoluto.

—Y éste es el hombre por el que tú te tienes que hacer pasar.

—Te sorprendería ver a otras personas cuyas identidades he tenido que usurpar en otros momentos —contestó Brody guardando las fotografías en el sobre y guardándoselo en el bolsillo de la camisa.

—¿Y por qué tenemos que hacernos pasar por los Stanley? —quiso saber Angeline—. Las monjas del convento los conocerán de cuando vinieron a dejar a sus hijos a su cuidado.

—Por lo general, es la madre superiora la que trata con la gente de fuera, así que ella será la única que conozca a Hewitt y a Sophia. En estos momentos, está atrapada en Puerto Grande a causa del tiempo y nosotros no vamos a permitir que nos ocurra lo mismo.

—A lo mejor conseguimos engañar a las monjas, pero es obvio que los niños saben que no somos sus padres y puede que no se quieran ir con dos personas a las que no conocen de nada.

—Hewitt y Sophia tienen una contraseña. Cascadas. En cuanto sus hijos oigan esa palabra, sabrán que somos amigos de sus padres y que pueden venir con nosotros.

—¿Y tú cómo sabes eso?

—Lo sé y punto. Mira, si creyera que podemos llegar al convento y decirles a las monjas que nos vamos a llevar a los niños y ya está, lo haríamos así y sería más fácil, pero Hewitt y Sophia eligieron este lugar por algo. Para empezar, es muy difícil llegar aunque haga buen tiempo, está completamente apartado y es muy pequeño, apenas un puntito en el mapa del satélite.

—¿Y si no lo conseguimos? —preguntó Angeline sintiendo que el pánico se apoderaba de ella.

La última vez que no había conseguido algo había sido en Atlanta y no había tenido nada que ver con Hollins-Winword, pero sí con la vida de un niño.

—Eso no va suceder —contestó Brody.

—¿Por qué no me has contado esto cuando has ido a buscarme al campamento? —le preguntó Angeline pensando que, si lo hubiera hecho, se habría negado a ir con él.

—Había demasiada gente —contestó Brody sacando una pistola de debajo de su asiento.

Angeline se quedó tan sorprendida que apenas se dio cuenta de que era un arma. Brody comprobó que el arma estaba en condiciones y se la guardó junto con el sobre bajo el poncho impermeable.

Angeline se había criado en un rancho, así que estaba acostumbrada a ver armas, pero una cosa eran los rifles que su padre guardaba en una vitrina y otra la pistola que Brody se acababa de guardar.

—Eso no lo vamos a necesitar, ¿verdad?

—Espero que no —contestó Brody mirándola de reojo—. No me gustaría tener que dispararle a una monja, así que espero que podamos convencerlas de que somos Hewitt y Sophia Stanley, pero ten en cuenta que mejor que sea yo quien las amenace a que sea un hombre de Santina porque a ellos les da igual hacer daño a personas inocentes y, si no les sacamos tanta ventaja como espero, te vas a alegrar mucho de que Delilah viaje con nosotros, preciosidad.

¿Brody llamaba Delilah a su pistola?

Angeline sacudió la cabeza incómoda.

Tenía muy claro que Sandoval era un hombre sin escrúpulos que no dudaba en hacer daño a los demás. Lo había experimentado en primera persona cuando aquel hombre había destruido el poblado de su familia al querer hacerse con el control de los pastos. Al verse arrinconado y ante la posibilidad de perder la batalla, había preferido destruir la tierra antes que dejar que otro le ganara.

—No me llamo preciosidad —contestó Angeline con voz trémula—. Me llamo Sophia.

—Muy bien dicho —sonrió Brody.

Angeline se estremeció de pies a cabeza y se dio cuenta de que no era solamente por el frío ni por los nervios sino por él.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

 

BRODY y Angeline abandonaron el Jeep en el lugar en el que había quedado atrapado en el barro y continuaron a pie. Tardaron una eternidad en subir la escarpada ladera, pues el viento ululaba a su alrededor y la lluvia les golpeaba en todas direcciones.

Angeline daba gracias de tener a Brody tan cerca, haciéndole de escudo. Había perdido el sentido del tiempo y cada vez le costaba más moverse, pues le dolían los muslos, los gemelos y los tobillos.

Lo cierto era que le dolía todo el cuerpo.

Cuando estaba tan concentrada en avanzar que ya ni siquiera pensaba en nada, Brody se paró de repente y llamó con fuerza a una puerta que había aparecido en su camino.

«No nos van a oír», pensó Angeline.

Sin embargo, a pesar del tremendo viento, la puerta se abrió, Brody agarró a Angeline de la muñeca y la obligó a pasar. A continuación, cerró la puerta y colocó en su sitio el antiguo pasador de madera.

El repentino cese del viento fue tan brusco que Angeline se sintió mareada. Qué gran silencio.

—Señora —la saludó la mujer diminuta vestida con hábito que le estaba entregando una toalla blanca.

—Gracias —contestó Angeline aceptando la toalla y secándose el rostro—. Gracias —repitió sonriéndole a la monja.

La monja estaba conversando con Brody en español y, aunque hacía muchos años que Angeline no hablaba su lengua materna, no le costó seguir la conversación. La monja le estaba diciendo a Brody que la madre superiora no estaba y que ella era la única que podía tratar con desconocidos.

—No somos desconocidos —le explicó Brody—. Hemos venido a recoger a los niños.

—Ah, sí, sí —contestó la monja comenzando a avanzar por un pasillo.

Brody miró a Angeline, indicándole que los siguiera. Angeline pensó que no era el momento de derrumbarse, que primero tenía que asegurarse de que los niños estaban bien, pero lo cierto era que en aquellos momentos lo único que quería era sentarse en el suelo y apoyar la cabeza contra la pared.

Como si le hubiera leído el pensamiento, Brody volvió a agarrarla de la muñeca y la obligó a seguir a la monja por el pasillo. Habían avanzado unos cuantos metros cuando el pasillo giró abruptamente hacia la izquierda y se abrió, formando un amplio salón en el que había varias mesas y bancos de madera.

La monja los informó de que aquella estancia era el comedor y siguió andando.

—¿Te estás enterando de todo? —le preguntó Brody a Angeline en inglés.

Angeline asintió.

Había aprendido inglés cuando Daniel y Maggie Clay la habían adoptado después de que el poblado de su familia quedara destrozado y, aunque Angeline había dado la espalda deliberadamente a la lengua de sus padres biológicos, nunca la había olvidado… aunque lo había intentado con todas sus fuerzas.

Lo había intentado porque era muy diferente al resto de los habitantes de la pequeña ciudad de Wyoming a la que se había ido vivir con sus padres adoptivos. Sin ser muy consciente de lo que hacía, había borrado su acento extranjero porque quería ser como aquella gente, quería que la aceptaran.

Toda su familia había muerto en el ataque de Sandoval al poblado y ella había ido a parar a un orfanato del que la habían sacado para enviarla con una familia a Estados Unidos, pero nunca había olvidado el fuego avanzando por los campos que solían arar sus primas, las llamas comiéndose las paredes y los tejados de sus sencillas casas, no había podido olvidar que lo que no se había quemado había sido destrozado a golpe de hacha y machete.

Nada había escapado al ataque, ni la gente, ni el ganado, ni la tierra.

Solamente ella.

Aquello había tenido lugar hacía veinticinco años y todavía no entendía por qué le habían perdonado la vida.

—Sophia —la llamó Brody abruptamente, interrumpiendo sus recuerdos.

Angeline se encontró con sus ojos azules y volvió al presente, un presente en el que dos niños la necesitaban.

—Perdón —contestó volviendo al español con facilidad—. Los niños —añadió mirando a la monja—. Por favor, ¿dónde están?

—Están bien, señora, no se preocupe —contestó la hermana—. Hasta que no vuelva la madre superiora y dé autorización, debo mantenerlos a buen recaudo.

—Soy su madre —mintió Angeline con fluidez.

Estaba tan exhausta que no le costó mucho que los ojos se le llenaran de lágrimas.

La monja la miró con compasión, pero se mostró inflexible.

—Ustedes mismos llegaron a ese acuerdo con la madre superiora —les recordó—. Hasta que ella vuelva, les puedo dar comida y alojamiento, pues supongo que estarán agotados.

—Pero…

—Gracias, hermana —intervino Brody agarrándola de la muñeca—. Mi esposa y yo le damos las gracias por su hospitalidad. ¿Podría darnos ropa seca, por favor?

—Sí, por supuesto —contestó la monja aliviada—. Por favor, espérenme aquí. Voy a buscar a la hermana Francisca para que los ayude.

—Gracias —contestó Brody.

Una vez a solas, Brody miró a Angeline, que se sentó en un banco de madera. Brody se sentó a su lado. A Angeline le hubiera gustado distanciarse un poco, pero, en aquel momento, apareció otra monja, seguramente la hermana Francisca, y les indicó que la siguieran.

Brody y Angeline la siguieron en silencio por otro pasillo y, cuando la hermana se paró ante una pesada puerta de madera, la abrió y les indicó que pasaran, así lo hicieron.

Una vez dentro, comprobaron que había una estrecha cama individual, una sencilla silla de madera y un lavamanos antiguo de loza blanca.

La monja, que llevaba un candil en la mano, encendió las dos velas que había en la habitación. A continuación, se despidió con la cabeza y los dejó solos.

Aunque la estancia no tenía ventanas, era acogedora y, teniendo en cuenta la situación, a Angeline le pareció que allí estaba a salvo.

—Bueno, ha sido más fácil de lo que esperábamos —comentó Brody.

—¿Fácil? Pero si ni siquiera nos han dejado ver a los niños —protestó Angeline.

—Shh —dijo Brody agarrando una de las velas y recorriendo la habitación.

—¿Qué buscas? —le pregunto Angeline en voz baja.

Brody la ignoró y procedió a examinar la cama, el lavabo e incluso la bombilla que colgaba del techo.

—Parece que no nos están espiando —anunció después del minucioso examen—. Las paredes de este lugar deben de tener un metro de ancho porque no se oye ni el viento.

—¿Y eso es bueno o malo? —le pregunto Angeline.

Brody se encogió de hombros y procedió a quitarse el poncho impermeable con cuidado de no manchar la impecable colcha blanca que cubría la cama.

—No es malo —contestó—. Por lo menos, podemos estar tranquilos. Este lugar no se va a caer —añadió dejando al descubierto la camiseta empapada de los Rolling Stones que llevaba debajo.

A continuación, se quitó el cinturón del que colgaba la pistola, que guardó bajo el colchón.

—¿Y los niños? —le preguntó Angeline.

—Ya los encontraremos.

Angeline deseó estar tan segura como él.

—Parece que no tienes prisa.

—Te aseguro que la tengo, pero lo primero es lo primero —contestó Brody quitándole el poncho—. Tranquila, sólo te quiero ayudar —le aseguró al ver que Angeline daba un respingo.

Angeline sintió que las mejillas se le encendían y agradeció que la estancia estuviera mal iluminada.

—Ya lo sé —mintió.

Aquello hizo reír a Brody.

Por suerte, en aquel momento llamaron a la puerta. Se trataba de otra monja, que llegaba con una bandeja en la que había un cesto de pan, un pedazo de queso y un racimo de uvas.

Tras depositarlos sobre la cama, pronunció una breve oración sobre la comida, levantó la cabeza, sonrió con serenidad, se acercó a la puerta, agarró un montón de ropa que había dejado fuera y la dejó también sobre la cama. A continuación, se fue en silencio.

—Estupendo —dijo Brody muy contento—. Aquí hay pantalones para los dos y camisetas para los dos —anunció haciendo dos montones.

Angeline no se acercó a la cama.

—No te preocupes, preciosidad. Me daré la vuelta mientras te cambias. Puedes estar tranquila. Ni siquiera hay espejo, así que no voy a ver absolutamente nada. Si tú quieres mirar, a mí no me importa —bromeó—. Al fin y al cabo, estamos casados.

—Por favor, para ya. Eres tan gracioso que no puedo dejar de reírme —le espetó Angeline sonrojándose.

Brody sonrió y, sin previo aviso, procedió a quitarse la camiseta.

Angeline tragó saliva y apartó la mirada, pero no lo suficientemente deprisa como para no ver su abdomen, musculoso y maravilloso, y su piel, dorada y suave. Cuando Brody se llevó las manos a la cremallera de los pantalones, Angeline se apresuró a darse la vuelta.

Cuando oyó que Brody chasqueaba la lengua, se dijo que debía mantener la compostura. Era médico. Había visto hombres, mujeres y niños desnudos en muchas situaciones.

«Sí, pero una cosa es ver a un paciente desnudo y otra muy diferente ver el maravilloso cuerpo desnudo de Brody Paine», pensó.

Angeline se quitó la camisa empapada y la dejó caer al suelo. A continuación, decidió quitarse también el sujetador para no mojar la camiseta seca y limpia que le acababan de entregar, así que se lo quitó también, imaginándose que estaba en cualquier otro lugar y no en aquella pequeña habitación que compartía con Brody Paine.

A continuación, se puso la camiseta seca, se puso la toalla alrededor de la cintura y procedió a quitarse los pantalones y las braguitas.

En cuanto se puso los pantalones secos, se sintió mucho mejor. Después, recogió la ropa mojada y sucia, colocando en el interior del montón la ropa interior de encaje.

—¿Qué pasa? ¿No quieres que sepa que te gusta la ropa interior femenina?

Angeline se giró a toda velocidad. Brody la estaba mirando de manera inequívoca.

—Habías prometido no mirar.

Brody sonrió.

—Muñeca, cualquiera diría que eres más estrecha que las monjas que viven aquí.

Angeline sintió que se sonrojaba de pies a cabeza.

—Eso no cambia el hecho de que me lo habías prometido.

—Las promesas se pueden romper —contestó Brody encogiéndose de hombros.

—No lo dices en serio.

—¿Cómo lo sabes?

—Por mucho que insistas, lo cierto es que no podrías hacer el trabajo que haces si no supieras mantener tu palabra —contestó Angeline con seguridad.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

 

BRODY se quedó mirando a Angeline a la cara. Estaba tan… enfadada.

Enfadada y sexy… y lo de sexy no lo decía por nada que hubiera tenido que ver con las braguitas de encaje negro que había visto por el rabillo del ojo.

Aquella mujer siempre había sido una combinación mortal y eso que habían pasado bastante poco tiempo juntos, lo que explicaba, precisamente, que, aunque a él le hubiera encantado pasar más tiempo con ella, lo hubiera evitado por todos los medios.

Una cosa era que surgieran complicaciones en el trabajo y otra muy distinta que sugieran complicaciones fuera del trabajo. Fuera del trabajo jamás surgían complicaciones. Ya se encargaba él de eso.

Jamás.

Y, sin embargo, allí estaba aquella mujer, observándolo con sus enormes ojos marrones, aquellos mismos ojos que lo habían atrapado en el primero e increíblemente breve de sus encuentros, que se había producido cinco años atrás.

—Es un trabajo, preciosa, un trabajo muy bien pagado —contestó Brody enarcando una ceja deliberadamente.

—Un trabajo es arreglar coches, pero no proteger a personas inocentes ni luchar por el bien. No, eso no es un trabajo y dudo mucho que lo hagas solamente por el dinero.

—Además de estrecha, eres romántica también —bromeó Brody.

Angeline frunció el ceño y decidió cambiar de tema.

—¿Qué hacemos ahora?

—Comer —contestó Brody agarrando un racimo de uvas.

—¿No deberíamos ir a buscar a los niños? —protestó Angeline justo en el momento en el que comenzaron a rugirle las tripas.

—Lo primero es lo primero —contestó Brody poniéndose serio—. No creo que llegáramos muy lejos tal y como estamos. Tú estás exhausta, te veo las ojeras desde aquí y los dos estamos muertos de hambre. A mí también me suenan las tripas —añadió metiéndose unas cuantas uvas en la boca—. Venga, vamos a comer.

—Yo creo que sería mejor que intentáramos, por lo menos, ver a los niños. ¿Y si la contraseña de la que me hablaste no funciona? —contestó Angeline arrancando unas cuantas uvas del racimo y llevándoselas a la boca.

—Funcionará —contestó Brody partiendo un pedazo de pan con la mano y la mitad del queso y entregándoselo a Angeline—. Toma.

Angeline se sentó en el borde de la cama y a Brody le pareció que estaba haciendo un gran esfuerzo para no comérselo todo de un bocado.

—Vino —anunció Brody sirviendo dos copas—. Parece bueno.

Angeline aceptó la copa que Brody le entregaba. Evidentemente, tenía demasiada hambre como para hacer el esfuerzo de evitar tocarle los dedos, como solía hacer siempre.

—El vino se me suele subir a la cabeza.

—Vaya por Dios —contestó Brody entregándole una servilleta—. Bebe más deprisa.

Angeline se rió con impaciencia.

—¿Por qué te pasas el día diciéndome lo que tengo que hacer?

—Porque nunca me haces caso.

Angeline hizo una mueca de disgusto.

—Si te hiciera caso, me convertiría en una más de tu lista.

—¿Qué te hace pensar que sería así?

—Estoy segura de que eso es lo único que haces con las mujeres —contestó Angeline dando otro trago al vino.

—Me has herido, muñeca, porque tú eres diferente a las demás.

Angeline se rió.

—Eres un creído.

—Y tú eres demasiado seria —contestó dando buena cuenta del pan.

Brody tenía treinta y ocho años, era casi diez años mayor que Angeline, pero, en aquellos momentos, podría haber tenido perfectamente dieciséis, pues no podía parar de pensar en la cama en la que Angeline estaba sentada.

—Soy una persona seria cuando hay que ponerse seria —contestó Angeline—. Me parece que esto es serio.

—¿Te refieres a tu trabajo como médico o a tu trabajo como espía?

—No soy espía.

—Cariño, eres uno de los correos de una de las agencias más grandes del espionaje —sonrió Brody—. Y tu familia cada vez está más metida también.

—Te recuerdo que fuiste tú quien me propuso ser correo.

—Aun así —contestó Brody—. ¿No te parece que es un poco inusual?

—¿Lo dices porque somos unos cuantos en mi familia los que estamos vinculados a Hollins-Winword?

Por lo menos, ella era consciente, no como su prima Sarah, que había creído hasta hacía poco tiempo que era la única de la familia que trabajaba para Hollins-Winword. Sarah, que se ganaba la vida como profesora cuando no trabajaba para Hollins-Winword, estaba protegiendo a una niña llamada Megan en Weaver cuando su esposo, Max Scalise, había dado al traste con el caso, que había resultado ser de Brody.

A raíz de aquello, Sarah se había enterado de que sus tíos también trabajaban para la agencia, pero no sabía nada de Angeline ni de los demás miembros de la extensa familia que también estaban involucrados.

Lo último que Brody había sabido de aquel asunto era que Sarah y Max estaban en trámites para adoptar a Megan, cuyos padres habían resultado brutalmente asesinados. Menos mal que la pequeña se había salvado e iba a poder contar con una familia.

Brody alargó la mano para servirse otra copa de vino y encontró la jarra vacía. ¿Qué demonios estaba sucediendo? A sus treinta y ocho años, se encontraba excitado, sediento y sintiendo envidia de una inocente niña de ocho años.

Él tenía varios años más que Megan cuando su familia había volado por los aires. En cuanto a la familia que había tenido después, lo cierto era que no la consideraba estrictamente familia, pues Cole, que era un adicto al trabajo, nunca estaba con él.

Brody se quedó mirando a Angeline, que había extendido la servilleta sobre el regazo y se estaba limpiando delicadamente las yemas de los dedos. Aquella mujer tenía una figura de reloj de arena, el cuerpo con el que todos los hombres fantaseaban, la cara de una virgen y unos dedos que parecían hechos única y exclusivamente para lucir joyas preciosas.

Sin embargo, ya era la segunda vez que la encontraba dejándose la piel en los barrios más deprimidos de Puerto Grande.

La primera vez, hacía cinco años, el correo habitual de Brody no había acudido a reunirse con él, le habían dado permiso para fichar a otra persona y le habían indicado que, oh, qué casualidad, había una preciosa estadounidense en Puerto Grande cuya familia ya tenía lazos con Hollins-Winword.

A Brody le había parecido demasiada casualidad, pero había hecho su trabajo, la había convencido para que colaborara como correo, le había entregado la información que ella tenía que entregar una vez de vuelta en Estados Unidos y voilà, había nacido un correo nuevo.

La segunda vez que se había encontrado trabajando en Puerto Grande había sido aquella misma mañana. Brody había llamado a su contacto para saber quién le podía ayudar a recuperar a los niños a toda velocidad y se había enterado de que, oh, maravillas del universo y casualidades de la vida, de nuevo la maravillosa señorita Clay andaba por allí.

A Brody le había aparecido que, efectivamente, era la persona con la que podía contar de manera más inmediata aunque no la más adecuada, pero la urgencia de la situación le había hecho inclinarse por ella.

Sin embargo, no había resultado fácil convencer a Angeline, que había esgrimido que no era agente de la agencia, que no tenía experiencia en esos asuntos y que tenía un compromiso con All-Med, la organización para la que estaba trabajando vacunando y tratando a los enfermos del lugar.

Brody había tenido que prometerle que llegaría otro voluntario en breve para que Angeline hubiera accedido a montarse en el Jeep.

Desde luego, era una mujer de contrastes.

Cuando no estaba en una misión humanitaria en el extranjero, trabajaba en las calles de Atlanta como médico y hablaba con nostalgia del lugar en el que se había criado: Wyoming.

Además, no llevaba ningún anillo en aquellos preciosos dedos suyos, solamente la alianza de la madre de Brody. Normalmente, la solía llevar guardada en el bolsillo para no olvidar que no debía confiar demasiado en la vida ni mostrarse demasiado complaciente ni demasiado cómodo ni demasiado asentado.

Teniendo en cuenta lo asentado que estaba últimamente, tal vez, hubiera llegado el momento de darse a sí mismo un pequeño recordatorio.

—¿Recuerdas cómo era Santa Margarita?

Angeline levantó los ojos rápidamente y con la misma velocidad los volvió a bajar. A continuación, se encogió de hombros.

—Me acuerdo un poco —contestó—. ¿Y tú cómo sabes que provengo de allí? Ese lugar ya ni siquiera existe.

Angeline tenía razón. Brody sabía de aquel lugar porque había leído el expediente de Angeline de Hollins-Winword. El poblado, que había quedado completamente derruido, jamás se había reconstruido ya que Sandoval se había quedado con el control de las tierras durante las últimas décadas y las guardaba con violento celo.

—¿Y tú de dónde eres?

—De aquí y de allá —contestó Brody con ambigüedad.

Una cosa era hablar del pasado de Angeline y otra muy distinta hablar del suyo. A Brody no le gustaba en absoluto recordarlo.

—¿Tú crees que esa cama podrá aguantar el peso de los dos?

Angeline lo miró con los ojos muy abiertos.

—Yo… estoy acostumbrada a dormir en el suelo en los campamentos, así que no me importa.

—No me parece bien que mi esposa duerma en el suelo.

—No soy tu esposa —le recordó Angeline doblando cuidadosamente la servilleta.

—Shhh.

—Pero si me acabas de decir hace un rato que estas paredes no tienen oídos.

—Sí, es cierto. Qué pena, me hubiera encantado saber qué tal se estaba compartiendo cama contigo.

Angeline lo miró fríamente y se terminó el vino. A continuación, se puso en pie y se quedó mirando la pared blanca que tenía enfrente. A la luz de la vela, su pelo parecía tan oscuro como la noche aunque Brody sabía que, a la luz del sol, aquellos rizos voluminosos no eran negros sino castaños.

—¿En qué piensas?

Angeline no lo miró, se limitó a cruzarse de brazos y Brody se fijó en que la luz de la vela resplandecía en la alianza.

—Me pregunto por qué estas habitaciones no tienen ventanas.

—Teniendo en cuenta cómo sopla el viento fuera, es una bendición —contestó Brody.

Ataviada con aquella túnica que le quedaba por debajo de la cadera y con aquellos pantalones no parecía tan alta como cuando iba vestida con su ropa normal y, de repente, a Brody se le ocurrió que tenía aspecto vulnerable.

—¿Tienes claustrofobia?

—¿Por qué lo preguntas? —contestó Angeline dando un respingo.

—Sólo por curiosidad.

—Supongo que la electricidad que tienen será de un generador, ¿no?

—Supongo, pero eso no explica que no funcione. A lo mejor, la conciencia ecológica impide a estas monjas utilizar mucho combustible para el generador. ¿Por qué? ¿Tienes frío?

—Un poco. ¿Y tú crees que habrá agua caliente?

Brody disimuló una sonrisa. Era cierto que el convento estaba en un lugar remoto, pero tampoco era para tanto.

—Sí, he visto baños en la planta de abajo.

—¿De verdad? —le preguntó Angeline visiblemente aliviada.

—Seguro que las instalaciones de aquí son mejores que las que tenías en el campamento de Puerto Grande —contestó Brody abriéndole la puerta—. Tú primero, amada esposa mía —le indicó—. Lo normal es que en este lugar haya mujeres, así que creo que será mejor que pases tú primero, no vaya a ser que le dé un infarto a alguna pobre monja al verme —añadió al llegar al baño.

—No tardaré mucho —contestó Angeline entrando.

Por experiencia propia, Brody sabía que a las mujeres les encantaba estar en el baño, pero no acertaba a dilucidar qué era lo que hacían allí durante tanto tiempo.

Sin embargo, Angeline no tardó más que unos segundos en volver.

—Vía libre —anunció abriendo la puerta.

Brody entró al baño y en silencio volvieron a la habitación.

—¿Dónde crees que estarán los niños? —le preguntó Angeline mientras avanzaban por el pasillo.

—No tardaremos en saberlo —contestó Brody a falta de una respuesta mejor.

—No entiendo cómo puedes estar tan tranquilo y actuando con tanta paciencia.

—Te aseguro, bonita, que no tengo mucha paciencia, pero hay momentos en los que hay ser prácticos.

—¿Y me quieres decir que hay de practico en venir hasta aquí sin saber cómo vamos a salir? —le espetó Angeline parándose en seco.

—Oh, mujer de poca fe —contestó Brody viendo por el rabillo del ojo en ese momento un hábito negro.

—Ju…

Sin previo aviso, Brody tomó a Angeline entre sus brazos y la besó en la boca para que no pronunciara su nombre.

Angeline dio un respingo, sorprendida, y se quedó rígida. Inmediatamente, apoyó las manos en el pecho de Brody y lo empujó, pero Brody le apretó las manos para advertirla y Angeline dejó de luchar y lo besó.

Brody tuvo que hacer un gran esfuerzo para no olvidar que aquel beso era solamente para engañar a la monja y se sintió descentrado cuando consiguió apartar su boca de aquellos maravillosos labios y darle a la hermana, que resultó ser la hermana Francisca, una disculpa avergonzada muy bien fingida.

—El sacramento del matrimonio es una bendición, señor, así que no hay necesidad de pedir disculpas —contestó la monja sonriéndoles—. Espero que estén ustedes lo suficientemente cómodos para pasar la noche. ¿Necesitan algo más?

—Nos encantaría ver a nuestros hijos —contestó Brody sin soltar a Angeline de la mano.

—Lo siento, pero para eso tiene que estar aquí la reverenda madre.

—Lo entendemos perfectamente, hermana, pero nos gustaría pedirle que les dijera a los niños que estamos aquí y que nos vamos a ir pronto —intervino Angeline soltándose de la mano de Brody.

—Por supuesto, señora, seguro que se alegrarán de saber que están ustedes aquí —contestó la hermana con amabilidad—. Que descansen. Seguramente la tormenta habrá cesado mañana y la reverenda madre podrá volver —se despidió avanzando por el pasillo hacia las escaleras.

Brody le indicó a Angeline que entrara en la habitación y cerró la puerta. En cuanto estuvieron a solas, Angeline se giró hacia él.

—No era necesario que hicieras eso —le dijo.

—¿A qué te refieres?

—No era necesario que me besaras.

—Lo que tú digas, cariño —contestó Brody poniéndole la mano en el hombro.

Angeline dio un respingo, se zafó de su mano y dio un paso atrás chasqueando la lengua.

—Tranquila, Sophia. Contamos con la bendición de la monja, no lo olvides.

—Muy gracioso —contestó Angeline poniendo toda la distancia entre ellos que pudo teniendo en cuenta el reducido tamaño de la habitación—. No creo que haga falta que te recuerde que no es no, ¿verdad?

Aquello hizo reír a Brody, que se dio cuenta de que Angeline hablaba en serio.

—Tranquila, si algún día de verdad quiero ligar contigo, me aseguraré de que te des cuenta.

—Eres imposible.

—Así es —contestó Brody abriendo la cama y viendo que Angeline se tensaba al instante—. Tranquila, te estás comportando como una virgen. Relájate. Aunque seas guapísima, me sé controlar.

Angeline se sonrojó de pies a cabeza y apartó la mirada.

—Si fueras un caballero, dormirías tú en el suelo —protestó agarrando una almohada.

—Cariño, yo no he dicho en ningún momento que sea un caballero.

—Muy bien —contestó Angeline agarrando la colcha, sentándose en el suelo y tapándose con ella.

—Veo que hablabas en serio cuando decías que realmente vas a dormir en el suelo —comentó Brody.

—Eso parece.

Brody no sabía si reírse o aplaudir.

—Si huelo mal, me lo puedes decir tranquilamente.

Angeline no contestó.

Brody se quedó mirando la cama. Lo único que le quedaba para taparse era una finísima manta color beis y, para colmo, la almohada que quedaba en la cama ahora que Angeline había quitado la otra parecía muy poco cómoda.

Brody maldijo en silencio, se recordó que estaban en un convento, agarró la almohada y la manta y se fue también al suelo.

—¿Qué haces? —le preguntó Angeline girando la cabeza.

—Me da vergüenza que duermas en el suelo, así que te voy a hacer compañía —anunció Brody tumbándose en el suelo y tapándose con la manta.

—Pero si tú no tienes vergüenza —contestó Angeline.

Brody se había tumbado de espaldas a ella, dejando unos centímetros de distancia entre ellos y, si hubiera querido, no tendría por qué haber tocado la espalda de Angeline, pero quiso.

En cuanto percibió su cuerpo, Angeline se apartó. Brody sintió que perdía calor y se giró hacia ella. Angeline protestó, se incorporó y le indicó que se alejara. Al ver que no lo hacía, se puso en pie, pasó por encima de él y se dirigió a la cama.

—¿Adónde vas? —le preguntó Brody apoyando el codo en el suelo y la cabeza en la palma de la mano.

—Lejos de ti —contestó Angeline poniéndose la colcha alrededor de los hombros como un poncho y metiéndose en la cama—. Cuando te dé un rayo, no quiero estar cerca.

—Menos mal que es por eso —sonrió Brody—. Ya estaba empezando a creer que era que te daba miedo dormir conmigo.

—Por favor —contestó Angeline—. Anda, apaga las velas.

—Muy bien —contestó Brody poniéndose en pie y dejando la estancia a oscuras.

Angeline permaneció en silencio. Brody ni siquiera escuchaba su respiración.

—¿Estás bien?

—Está muy oscuro —contestó Angeline.

Brody se dio cuenta de que le debía de haber costado mucho admitirlo y supuso que a Angeline no le haría ninguna gracia que se diera cuenta de su vulnerabilidad, así que, sin mediar palabra, se puso en pie, se acercó al armario y buscó la caja de cerillas que había visto allí.

—Voy a dejar encendida una vela —anunció encendiendo una cerilla.

—Me habías dicho que no eras un caballero.

—No lo soy —le aseguró Brody encendiendo una vela y apagando la cerilla.

—Entonces, para de comportarte como si lo fueras porque ahora voy a tener que dejarte sitio en la cama —protestó Angeline haciéndose a un lado.

Al hacerlo, los muelles de hierro de la cama protestaron y Angeline se tapó la cara con las manos.

—Tranquila, son sólo los muelles, que suenan un poco —sonrió Brody—. No creo que las monjas estén escuchando desde el otro lado de la pared con un vaso. Te estás comportando como si nunca hubieras compartido la cama con un hombre.

Angeline ni se movió.

—Ah… comprendo —dijo Brody lentamente.

En realidad, no comprendía nada. Aquella mujer tenía veintinueve años. ¿Cómo era posible que una mujer como ella, guapa, inteligente y cariñosa, que lo tenía todo no se hubiera acostado nunca con un hombre?

—Cómo es posible que no hayas… bueno, que… vaya… perdona, olvídalo, no es asunto mío.

—No, no lo es —contestó Angeline—. ¿Vas a dormir en la cama o no?

Brody recuperó su almohada, que había dejado en el suelo, y la colocó de nuevo sobre la cama.

Era virgen.

No se lo podía quitar de la cabeza.

Eso le pasaba por haber mirado de reojo cuando se estaba cambiando de ropa después de haberle prometido que no lo iba a hacer.

Brody se tumbó a su lado y, al hacerlo, los muelles de hierro volvieron a protestar.

—No digas nada —murmuró Angeline enfadada.

Brody no abrió la boca.

Capítulo 4

 

 

 

 

 

 

ANGELINE no esperaba dormir bien.

Sin embargo, sabía que iba a dormir porque hacía ya mucho tiempo que había aprendido a hacerlo cuando se le presentaba la oportunidad y supuso que podría dormir un rato aunque sentía el cuerpo de Brody tumbado junto a ella y su peso hundía el colchón lo justo para que ella se viera obligada a hacer contrapeso yéndose al otro extremo para no caer hacia él.

Lo que, desde luego, no se esperaba bajo ningún concepto era caer tan profundamente dormida que no se diera cuenta de que Brody se levantaba de la cama. Tampoco se dio cuenta de que alguien rellenaba la jofaina de agua y dejaba una toalla limpia doblada sobre la cómoda. Sí, definitivamente, había dormido profundamente.

Lo que tampoco era tan raro, pensó mientras se lavaba la cara con agua helada y se secaba las mejillas con la toalla, pues la ascensión que habían hecho durante la tormenta había sido extenuante.

«O puede que también sea que estoy más a gusto con Brody de lo que realmente estoy dispuesta a admitir».

Angeline se giró y salió de la habitación, alejándose de aquella voz tan insidiosa.

Como de costumbre, encontró el pasillo vacío e iluminado con velas, bajó las escaleras, visitó el baño y siguió buscando, pero, cuando llegó a la planta baja y no fue a parar al enorme comedor imposible de evitar, se dio cuenta de que se había perdido.

Enfadada consigo misma, se giró para volver por donde había llegado, pero un ruido la hizo pararse.

¿Pisadas?