Sólo amigos - Cambio de planes - Allison Leigh - E-Book
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Sólo amigos - Cambio de planes E-Book

ALLISON LEIGH

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Beschreibung

Solo amigos La productora de televisión Leandra Clay creía que Evan Taggart era exasperante. Sin embargo, Evan apareció en televisión y las mujeres de todo el país vieron a un hombre guapo, seguro de sí mismo y soltero. Y de pronto la pequeña ciudad en la que ambos habían vivido de niños se llenó de mujeres en busca de marido. Y llegó el momento de que Leandra le devolviera a Evan el favor que le había hecho saliendo en su programa; Evan exigía que fingiese ser su prometida… Cambio de planes Courtney Clay tenía veintiséis años y quería ser madre. Pero en Weaver, el pequeño pueblo donde vivía, no parecía haber muchos candidatos para llevar a cabo sus planes. Por eso pensó en recurrir al banco de esperma. Sin embargo, cuando, a raíz de un accidente, vio a Mason Hyde tumbado en una camilla y tuvo que cuidar de él, recordó la lejana noche apasionada que había pasado con aquel atractivo agente secreto que se había ido a la mañana siguiente, y sus viejos sueños revivieron...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

©2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 209 - abril 2019

 

© 2007 Allison Lee Davidson

Solo amigos

Título original: Just Friends?

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

© 2011 Allison Lee Davidson

Cambio de planes

Título original: Courtney’s Baby Plan

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2007 y 2012

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-931-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Solo amigos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Cambio de planes

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

NADA había salido como Evan habría querido que saliera.

Al principio, se suponía que sólo iba a ser una visita rápida a casa durante las vacaciones. Él sabía de antemano que ella estaría en casa porque se había molestado en averiguarlo; con discreción, por supuesto. Nunca había merecido la pena descubrir las intenciones de uno directamente cuando se trataba de Leandra Clay. Era demasiado rápida, demasiado lista y demasiado… Demasiado de todo.

Y cómo estaba empeñado, aunque fuera tontamente, en aparentar naturalidad y que no se notara nada, había invitado a un compañero del colegio mayor a ir con él.

Pero Jake no había tenido cuidado de mostrarse discreto. En cuanto había visto a Leandra, se acabó.

Culpa de Evan. Si le hubiera dicho a Jake que ya había marcado su territorio, su amigo no habría entrado sin autorización.

El problema era que Leandra no estaba en el territorio de Evan; y nunca lo había estado.

¿Y qué había hecho Evan entonces? Nada de nada.

¿Y en ese momento, qué estaba haciendo? Pues lo mismo. Nada.

Nada, salvo estar allí de traje y corbata, que más que adornarlo parecía como si lo estrangulara, y alzar su copa de champán como los demás invitados a la boda alzaban la suya.

—Por los novios —consiguió decir—. Les deseamos mucha felicidad.

Jake también llevaba un esmoquin, y Leandra parecía la princesa de un cuento con aquel fino y vaporoso traje blanco. Iban agarrados del brazo, radiantes de felicidad.

Apenas se habían separado en el año que había pasado desde que Evan los había presentado.

La pareja tomó un sorbo de champán con el brindis, y con otros que siguieron, y se besaron tierna y suavemente. Evan tuvo que darse la vuelta disimuladamente mientras apuraba su copa de champán. Pero por mucho alcohol que bebiera no iba a calmar aquel dolor que sentía por dentro.

—Oye —Leandra había soltado a Jake del brazo y le había puesto la mano a Evan en el suyo—. No huyas ahora. Tienes que prometerme que vas a concederme un baile cuando Jake y yo bailemos el nuestro.

Evan tuvo que dominarse para no estremecerse delante de ella.

—Sólo iba a buscar un poco más de este champán tan rico de tu padre.

Su mirada, de un color tan intenso como el flan de azúcar y mantequilla que preparaba su madre desde que era pequeño, resplandecía; y ese brillo era sólo para su flamante esposo.

—Creo que no te he dado nunca las gracias; ya sabes, por presentarnos a Jake y a mí. De no haber sido por ti, jamás nos habríamos conocido.

—¿Y para qué están los amigos?

Ella no percibió el trasfondo de pena en su voz, ya que en ese momento no había nada en su vida que fuera penoso. Leandra Clay acababa de casarse con el hombre de sus sueños.

De pronto se adelantó y lo abrazó, y fue como zambullirse brevemente en una nube de perfume y un frufrú de gasa.

—Gracias —Leandra volvió junto a Jake, sin tener idea de que se llevaba consigo el corazón de Evan.

No. Nada había salido como Evan habría querido que saliera.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

SE despertó y vio a un hombre desconocido a los pies de la cama.

—Hijo de…

Evan Taggart se incorporó rápidamente y se cubrió con la sábana, aunque era consciente de que el joven fortachón con pinta de leñador no le era del todo desconocido. Ni tampoco le sorprendió tanto el piloto rojo de la cámara de televisión que el tipo cargaba al hombro.

Ahogó una imprecación justo a tiempo para que no quedara grabada para toda una eternidad; o al menos lo que durara aquella serie documental para la televisión por cable.

—Nunca me han grabado en video en la cama, ni con una mujer ni sin ella, Ted —le dijo al otro con gravedad—, y no pienso permitir que empecemos ahora.

Vio la sonrisa de Ted Richard gracias al molesto foco que éste había colocado junto a la cama; sin embargo, el hombre no bajó la cámara.

—El productor estaría mucho más contento si tuvieras a una mujer contigo en la cama. A Marian le parecería bueno para los niveles de audiencia.

A Evan no le hacía gracia.

—¿Cómo has entrado?

—Leandra siempre dice que Weaver es tan seguro que nadie echa nunca el cerrojo. Tendrá razón.

Leandra…

Evan debería haberlo sabido. Ahogó otra imprecación, esa vez dirigida a Leandra Clay y lo que le tocaba en la farsa en la que se había convertido su vida en esa última semana.

—Corta eso —le advirtió.

Si no hubiera pasado toda la noche atendiendo a un toro enfermo, se habría enterado de la intrusión de Ted en su casa.

Ted no bajó la pesada cámara que llevaba al hombro. La distintiva luz del piloto seguía brillando.

—No mates al mensajero, amigo —le dijo con tranquilidad—. Yo sólo estoy haciendo mi trabajo.

El trabajo de Ted era seguir a Evan Taggart durante seis semanas para la serie documental Walk in the Shoes, o WITS, de la que Leandra era una socia productora.

—Nadie me comunicó que tu trabajo consistiera en invadir mi intimidad por completo.

Ted seguía sin inmutarse; y tampoco parecía dispuesto a apagar la cámara. Pero sí que volvió la cabeza cuando se oyeron unos pasos en el pasillo fuera de la habitación de Evan.

Momentos después, la mujer responsable de los dolores de cabeza que Evan sufría últimamente entró con rapidez en el dormitorio. Evan vio sus ojos color chocolate cuando de que ella se volvió a mirar hacia el cámara.

—Ted, apaga la cámara. No deberías estar aquí.

Se colocó bien la pesada cartera que llevaba al hombro y se pasó una mano delgada por el despeinado cabello corto.

Evan hizo una mueca cuando el cámara bajó la cámara obedientemente.

—Voy a volver al motel a ver si echo una cabezada —dijo Ted alegremente—. ¿Algún cambio en la programación de hoy?

Evan vio que Leandra le echaba una mirada antes de negar con la cabeza y apartarse de delante para dejarle pasar.

—Todavía no. Nos vemos luego, Ted.

Ted asintió y se llevó de allí la pesada cámara. Momentos después se oyó el ruido de la puerta.

—Siento lo que acaba de pasar —murmuró Leandra, que se retorcía las manos con inquietud—.Yo no lo he enviado —continuó disculpándose—. Y he venido en cuanto me he enterado de que estaba aquí —añadió.

Como si eso lo arreglara todo.

Evan se preguntaba qué había sido de su tranquilidad. Había crecido con Leandra, con sus hermanos y con sus primos, que eran un batallón. ¿Pero qué había hecho mal en su vida para que cada vez que veía a aquella Clay en particular se estremeciera por dentro?

Bastante malo era ya que en el pasado hubiera estado casada con uno de sus mejores amigos; bastante malo que hubiera elegido a Jake en lugar de a él.

—¿Y bien? —alzó la barbilla—. ¿Qué ibas a decir?

Llevaba unos pantalones anchos de franela con pollitos y una camiseta rosa de manga larga con la palabra WITS impresa delante. La camiseta no disimulaba en absoluto que la mujer había sido agraciada con todas las curvas apropiadas; una mujer que, por cierto, tenía toda la pinta de haber salido de la cama tan precipitadamente como Evan. Porque de no haber sido así, por lo menos se habría puesto una chaqueta.

No necesitaba ver la prueba que tenía delante para saber el frío que hacía fuera. Estaban en septiembre, y en Wyoming. Eran las cuatro de la madrugada, y el cuerpo sexy de Leandra apuntaba provocativamente bajo su camiseta.

—Jamás he visto pollos con zapatillas de conejo —dijo él por fin—. ¿Es eso lo que se lleva estos días en California?

—No me refería a eso.

Él lo sabía; y se alegró al ver que ella se sonrojaba un poco mientras apagaba la lámpara que Ted había dejado encendida.

¡Bueno, eso estaba mejor! Sólo tenía ya que conseguir que saliera de su dormitorio; sobre todo porque eran las cuatro de la madrugada, y porque ella era Leandra Clay.

Retiró un poco la sábana y fue a levantarse de la cama.

Al verle las piernas, Leandra frunció el ceño y se volvió bruscamente hacia la puerta.

—Yo, bueno, voy a preparar un café —dijo Leandra, que salió del cuarto rápidamente y bajó corriendo las escaleras.

Evan retiró del todo la sábana, se levantó y se metió en el cuarto de baño, donde cerró dando un portazo.

¿Cómo diantres habría llegado su vida a ese punto?

No hacía falta pensar mucho en la respuesta cuando la tenía en el piso de abajo preparando un café.

Rebuscó entre el montón de ropa sucia que había dejado en un rincón del baño el día anterior para que no grabaran el desorden en video. La ropa olía a Dios sabía qué, pero de todos modos se la puso y bajó a la cocina.

Pero cuando llegó abajo, la cafetera seguía vacía.

—Pensaba que ibas a poner el café.

—Eso pretendía. Voy a hacerlo —cerró la puerta de la nevera—. No soy capaz de encontrar el café.

Evan abrió el armario que había por encima de la cafetera y sacó una lata.

—Supongo que estarás acostumbrada a alguna marca mejor que molerás tú misma.

Ella hizo una mueca, pero no respondió. Lo que, seguramente, sería su respuesta.

Evan sabía muy bien que a Jake, su viejo amigo Jake, le gustaba el café de calidad, y que se moliera en el momento de prepararse. ¿Así que por qué iba a ser distinta la esposa de Jake?

La ex esposa, se dijo.

Echó café en un filtro nuevo y lo puso en la cafetera.

—¿Vas a tomar un poco?

—Si me ofreces uno —dijo Evan mientras echaba agua al depósito de la cafetera y apretaba el botón—. Voy a darme una ducha antes de que vuelva ese mirón.

—Ted no es un pervertido —dijo ella mientras—. Está haciendo lo que Marian le ha dicho que haga.

—Entonces a lo mejor es Marian la retorcida —gritó Evan mientras subía las escaleras.

¿Pero en qué había estado pensando cuando había accedido a formar parte de ese estúpido programa?

 

 

¿En qué había estado pensando ella cuando le había propuesto a Evan Taggart lo de WITS?

Leandra se pasó la mano por la cabeza, y se apretó el cuero cabelludo con las puntas de los dedos para tratar de aliviar el dolor de cabeza. Había pensado que seguirle los pasos a un veterinario guapo sería justo lo que necesitaba para el programa con el que llevaba dieciocho meses.

Había supuesto que ese veterinario sería su ex marido, Jake Stallings, quien, a pesar de estar divorciados, estaba casi siempre dispuesto a hacer cualquier cosa que le pidiera Leandra.

Jake era todo lo que su jefa, Marian Hughes, adoraba en un hombre: carismático, guapo; un veterinario para las mimadas mascotas de los famosos.

Pero por razones que sólo Jake sabía, se había negado a su petición y le había sugerido que se lo propusiera a su antiguo compañero de facultad, Evan Taggart.

Evan no sólo era un viejo amigo de Jake, sino que Leandra también lo conocía desde que eran pequeños. Había sido tanto una espina en la juventud de Leandra como un amigo, además de la persona que le había presentado a Jake cuando había vuelto a casa de la facultad un fin de semana.

Se acordó de que no se había lavado los dientes antes de salir corriendo para casa de Evan; de modo que fue al bolso y sacó su bolsa de aseo.

Oyó el ruido del agua en las tuberías y trató de no pensar demasiado en que allí estaba Evan dándose una ducha. Sólo de pensarlo se ponía nerviosa.

Sacudió la cabeza, tratando de borrar la imagen mientras abría la cremallera de la bolsa. Entonces se lavó los dientes en el fregadero de la cocina, se mojó la cara y se echó un poco de agua en el pelo.

Tenía también un par de pantalones y una camisa en la bolsa; pero no se iba a cambiar de ropa hasta que se diera una ducha; y eso lo haría en casa de su prima Sarah, donde se hospedaría el tiempo que durara el rodaje de WITS.

Desde luego no iba a preguntarle a Evan si le importaba que se diera un remojón en su baño. El hombre le había dejado bien claro que cada momento que pasaban juntos lo sentía como una intrusión en su vida.

Todavía no estaba segura de la razón que le había animado a participar. Sí, claro, eran amigos de toda la vida, y él y Jake seguían siendo amigotes, pero el consentimiento de Evan le había sorprendido. Gratamente, tenía que reconocer. Es decir, hasta que había llegado con su equipo la semana antes y se había encontrado con lo desagradable que podía ser Evan; desagradable y turbador.

Pero ella deseaba con desesperación que aquel rodaje fuera un éxito; porque si todo iba sobre ruedas, podría librarse del dominio de Marian y producir sus propios proyectos.

De las tuberías surgió un gemido ominoso. Leandra miró hacia el techo, medio esperando a que una de las tuberías estallara allí mismo. Pero al poco las tuberías dejaron de hacer ruido. Para que no la pillara con la mirada perdida en las pulcras paredes blancas, se puso a mirar apresuradamente por los armarios, y cuando él regresó ya tenía el desayuno casi preparado.

—Huele bien —se dirigió directamente adonde estaba el café.

Leandra no estuvo segura de si se refería al café o a sus huevos con bacon.

—Mmm…

Le dio la vuelta a la tortilla con la sartén. Se llevó su taza de café a los labios y lo observó un momento por encima del borde de la taza.

Al menos se había puesto una camisa, aunque fuera tan sólo una camisa blanca que le ceñía los músculos que tenía gracias a la madre naturaleza y al estilo de vida activo que llevaba.

Después de llevar años sin pensar en esas cosa, desde luego ése no era el mejor momento para hacerlo. La vida era mucho menos complicada si su libido continuaba en su habitual estado latente. Colocó la tortilla en un plato, además de unas tostadas y varias rebanadas de bacon, y se lo pasó a un sorprendido Evan.

—Jake siempre decía que no te iba mucho lo de la cocina.

—¿Y por eso no te lo vas a comer? —sacudió el plato con suavidad—. Son sólo huevos con bacon.

—Huevos con bacon elaborados.

Dejó el plato sobre la mesa de roble que había pegada a una pared de la cocina; seguramente para dejar sitio para el moderno corralito que ocupaba una buena porción del centro de la habitación. El corralito estaba en ese momento vacío, pero Leandra sabía que lo usaba para meter crías, pero no de la variedad humana. Unos días antes había contenido un cordero.

—Espero que todo esto sea también para ti —añadió él al ver que ella se quedaba allí como un poste.

Pero Leandra sirvió otro plato y se sentó frente a él a desayunar. Disimuladamente, se fijó en Evan, que estaba dando un mordisco a la tostada, y Leandra bajó la vista al plato. ¿Para qué iba a ponerse una chaqueta si por dentro tenía cada vez más calor? Dio un sorbo de café y tosió de lo caliente que estaba.

—¿Estás bien? —le preguntó Evan.

—Sí —mintió—. Siento que Ted se presentara así antes. De haber sabido que eso estaba en los planes de Marian, la habría convencido para que no lo hicieran.

—Marian es tu jefa. ¿Cómo podrías hacer eso?

—Igual que la he convencido para que no haga otras cosas. ¿Cuánto tiempo lleva Ted aquí filmándote?

—Lo suficiente para marcharse satisfecho.

Leandra no podía negar que lo que decía Evan fuera verdad. Si Ted no hubiera conseguido las fotos que le había pedido Marian, no se habría mostrado tan dispuesto a marcharse.

—Al menos estabas solo en casa.

Él le echó una mirada significativa.

—Vaya, Leandra…

Hasta ese momento a ella no se le había ocurrido pensar que Ted sólo debía de haber estado filmando unos minutos. Tal vez Evan había estado con alguien que se había ausentado antes de que ella llegara a su hipotético rescate.

—¿O no? —dijo Leandra.

—Sí —dijo él—. Las únicas personas que estaban arriba y que no eran de casa erais el cámara y tú. Y menudo susto me he llevado cuando lo he visto. ¿Y cómo sabías tú que él estaba aquí?

El alivio le permitió hablar.

—Marian me lo dijo cuando hablamos esta mañana.

—¿Hablas con tu jefa cada día antes de las cuatro de la mañana? —le preguntó él en tono de acusación.

—Lo hago cuando me llama desde la costa este, donde ella está filmando otro proyecto, y hay una diferencia horaria de varias horas.

—¿Por eso es por lo que sigues en pijama? ¿Has saltado de la cama para venir a rescatarme, Leandra?

Ella se sonrojó otra vez. En realidad, en cuanto se había enterado de que Marian había enviado a Ted, sin programar, a casa de Evan, se había imaginado precisamente eso. Lo cual resultaba ridículo.

—No se me ocurre nadie a quien menos le haga falta un rescate que a ti —dijo sin mentir—. Y esto que llevo, no tiene por qué ser un pijama. Son unos pantalones y una camiseta.

—Ya.

Decidió no discutir con él. Después de todo, sí que estaba en pijama.

—¿Entonces dónde aprendiste a cocinar? Sé que no fue con tu madre. Emily se quejaba de que no parabas quieta y por eso no podías enterarte de nada en la cocina.

—Ése es el problema cuando se trabaja con alguien que conoces desde pequeño.

Evan sabía demasiadas cosas de ella.

—Bueno, de no haberte conocido cuando eras pequeña, ¿crees que habría accedido a participar en este maldito programa?

Evan tenía todavía el pelo húmedo de la ducha.

—Repíteme por qué este programa es tan importante para ti

—Todas las historias que hemos hecho para WITS son importantes para mí.

Él siguió mirándola fijamente.

—Bueno, de acuerdo, la serie tuya es un poco más importante —continuó Leandra—. ¿Es que tienes que discutir cada cosa que digo?

—No todo. El desayuno estaba bien.

—Pues vaya consuelo —murmuró ella.

—Que por cierto, ¿cómo lo has hecho?

—Aprendí unas cuantas cositas cuando estuve en Francia —respondió ella pasado un momento.

Él se quedó pensativo un instante. Francia. Allí era donde Jake y ella habían ido de luna de miel. Y donde Leandra había vuelto cuatro años atrás, antes de perder a Emi.

—Supongo que si finalmente vas a aprender a cocinar, Francia es el mejor sitio.

—No di ninguna clase. Aprendí unas cuantas cosas de Eduard.

Evan arqueó las cejas.

—¿Eduard?

—No me mires así.

—¿Cómo te estoy mirando? Eres una mujer hecha y derecha, Leandra. Libre de liarte con un franchute si te apetece.

Ella se puso de pie y llevó los platos al fregadero. Ojalá no hubiera sacado el tema de Francia.

—¿Sabe Jake que allí conociste a un hombre?

Hizo ruido con los platos al dejarlos en la pila. Al abrir el grifo, el agua le salpicó la camiseta.

—No hay nada que tenga que saber Jake. Estamos divorciados, ¿lo recuerdas? Llevamos ya varios años.

—Sin embargo, fuiste a pedirle a él que participara en el programa antes de pedírmelo a mí.

—¿Qué te pasa, Evan? ¿Te sientes despreciado?

No importaba que la única vez que Evan había estado enamorado de ella hubiera sido tantos años atrás; sobre todo cuando ese enamoramiento había sido inspirado sólo por el hecho de que él se había peleado con su novia, que curiosamente había sido su prima Lucy.

Leandra se sintió mal nada más decir aquel comentario sarcástico.

Sin embargo, Evan no parecía afectado. Se apoyó contra el armario de madera, más cerca de ella de lo que Leandra habría deseado.

—Supongo que si eso nos preocupara a algunos de nosotros dos, no estaríamos aquí ahora, ¿no te parece?—dijo él con voz profunda y amigable.

Leandra lo miró con expresión ceñuda. Se sentía confusa y no sabía por qué. Evan nunca la había tomado en serio aparte de aquélla única vez cuando le había dicho lo contrario. Había estado demasiado ocupado, y enamorado de su prima. Sólo que Lucy se había ido a Nueva York al finalizar los estudios en el instituto para tomar clases de danza, y desde entonces Evan no había ido en serio con nadie.

Particularmente en la facultad cuando, según Jake, Evan se había convertido en un donjuán que las tomaba con la misma facilidad con que las dejaba.

—Me tomo tu silencio como que estás de acuerdo conmigo —dijo él pasado un momento.

Pasó junto a ella y cerró el grifo, y al hacerlo le rozó con el brazo.

A ella le costó no pegar un brinco.

—No estoy preocupada en absoluto —le aseguró ella.

Él bajó la vista un momento, como si estudiara algo.

—Bien. Gracias por el desayuno.

Entonces le pasó un paño de cocina doblado y salió de la cocina.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

EL sol no se había levantado aún cuando Leandra volvió a casa de Sarah. La casita estaba en el centro del Weaver, frente al parque y al instituto. El bungalow había sido el hogar de varias tías de Leandra, y en el presente su prima vivía allí.

Leandra era consciente de que aquélla era la primera vez que empezaba a apreciar el encanto de la casita. Había estado demasiado ocupada queriendo marcharse de Weaver como para ver con claridad algunas de las ventajas de su ciudad natal.

Aparcó por la parte de atrás de la casa y entró por la puerta de la cocina.

Trató de no hacer ruido al dejar el bolso en el dormitorio, o cuando de allí pasó al cuarto de baño, donde abrió la ducha y esperó a que saliera el agua caliente. Estaba helada porque esa mañana no se había vestido adecuadamente para la caminata hasta casa de Evan. Así que enseguida se metió debajo del chorro de agua caliente, muerta de alivio al sentir los finos chorros calentándole la piel.

—Me había parecido oírte salir —dijo Sarah, interrumpiendo el mareante alivio de Leandra.

Leandra se asomó por una de las bandas trasparentes de la cortina a rayas y vio a su prima que asomaba la cabeza por la puerta del baño.

—Sí, me fui. Ahora mismo salgo; ya sé que necesitas prepararte para ir al colegio.

Sarah empujó la puerta y entró en el baño.

—Lo siento —dijo Sarah mientras abría el grifo y alcanzaba el tubo de pasta de dientes—. Tengo una reunión de padres antes de empezar la clase esta mañana, y voy un poco apretada de tiempo.

Leandra se metió de nuevo bajo el chorro de la ducha, que salía incluso más caliente después de que Sarah hubiera abierto el grifo del agua fría del lavabo, y se aclaró el champú.

—Soy yo quien debería sentirlo. Podría haberme quedado en el motel con el resto del equipo, y no haberte molestado.

—No me estás molestando —dijo Sarah con la boca llena de pasta de dientes—. Boba.

Leandra se apresuró a aclararse el cabello y terminar de ducharse. Cuando cerró el grifo de la ducha, Sarah le echó una gruesa toalla de baño por encima de la cortina. Leandra se secó rápidamente y se enrolló en la toalla antes de salir para que su prima pudiera utilizar el baño.

—Todo tuyo.

—¿Dónde has estado, si se puede saber? —Sarah metió la mano entre las cortinas y abrió el grifo otra vez.

—En casa de Evan —respondió Leandra mientras se peinaba con los dedos.

—¿De madrugada? —dijo Sarah en tono burlón—. ¿Hay algo que necesites contarle a la tía Sarah?

Leandra negó con la cabeza.

—Voy a poner un café si tienes tiempo para tomártelo —dijo antes de salir del baño.

—Siempre tengo tiempo para tomar café.

Sarah también era una Clay. La mayor parte de los Clay eran bebedores de café inveterados.

Leandra se vistió rápidamente, y cuando Sarah entró en la cocina, la cafetera estaba ya casi llena. Su prima tenía el pelo largo y de un tono rubio rojizo; y aunque todavía lo tenía húmedo, se había hecho una trenza que le caía por la espalda. Llevaba un suéter suelto de color beis y una falda larga roja que le daban un aspecto de profesora de escuela primaria, precisamente lo que era Sarah.

Las dos primas habían sido uña y carne durante su infancia y adolescencia; y Leandra sabía muy bien que, a pesar de su aspecto, su prima no era nada remilgada.

—Toma.

Le pasó a Sarah una taza alta de café negro.

—Gracias —Sarah dio un sorbo y dejó la taza sobre la mesa de la cocina—. ¿Y qué ha pasado con Evan? ¿Quiere largarse del programa?

—Es posible que lo deteste; pero no me preocupa que haga eso. Llevo muchos años fuera de Weaver, pero dudo mucho que Evan haya cambiado en ese aspecto. Además, el primer episodio de la serie se trasmite dentro de un par de días.

—Es cierto; normalmente Evan es un tipo de fiar. ¿Crees que ha cambiado en algo?

Leandra se encogió de hombros.

—No. No ha cambiado en nada.

Sarah parecía algo escéptica, pero no insistió.

—Esta noche estás libre para la cena, ¿verdad? Nos vamos a reunir toda la familia en Colbys para hablar de la fiesta sorpresa de Squire.

Squire Clay era su abuelo.

—El viernes por la noche en Colbys. No me lo perdería por nada del mundo.

—Bien. Has estado tan ocupada con el rodaje desde que llegaste, que ninguno hemos tenido la oportunidad de sentarnos contigo un rato —Sarah sonrió mientras se echaba una chaqueta por los hombros y se colocaba la cartera—. Todo el mundo me está dando la lata para que les cuente todas tus cosas, y tuve que partirles el corazón y decirles que no ha habido ninguna nueva… Que ni siquiera yo tengo nada nuevo que contar.

A Leandra se le formó un nudo en el estómago. Ni siquiera había podido compartir todo en esos últimos años con Sarah. Desde que había muerto Emi, nada. ¿Pero cómo hacerlo? Ni Sarah ni nadie podría entender jamás por lo que había pasado ella; ni lo que había soportado por sus propios fallos.

—Estaré ahí —prometió—. Después de pasar todo el día rodando con Evan y el equipo, seguro que me va a apetecer un montón relajarme un rato.

—Bueno, te prometo que no será largo.

Leandra sonrió levemente.

—Había una época en la que no nos importaba que nos dieran las tantas.

Los claros ojos azules de Sarah brillaron con una expresión dulce.

—Cierto. Pero en este momento parece más como si te hicieran falta veinticuatro horas de sueño seguidas, amiga mía. Y esos días también han pasado para mí. Me temo que ya soy demasiado mayor para eso.

—¿Mayor? Por favor. Pero si sólo tenemos veintiocho años. Todavía me defiendo, incluso con Axel y Derek —dijo Leandra.

—Lo dudo mucho. Sobre todo con Axel. Sé que es tu hermano pequeño, y Derek el mío, pero incluso Derek reconoce que Axel le puede. Y eso que son de la misma edad —se fijó en el reloj de la pared—. Me tengo que ir. Que tengas un buen día.

Leandra no le había dado ni las gracias cuando Sarah ya estaba saliendo por la puerta.

Suspiró mientras paseaba la mirada por la cocina. Las paredes eran de un tono verde mate; sobre una de las encimeras había varios cestillos amarillo pálido colocados en orden, que hacían juego con el color de los salvamanteles de la mesa y del paño de ganchillo que colgaba de la puerta del horno. Aparte de eso, los únicos colorines eran los de las fotos que cubrían la puerta del frigorífico color crema.

Leandra todavía no se había atrevido a mirarlas bien. Aún no quería verlas, pero por alguna razón sus pies salvaron la distancia hasta que estaba a meros centímetros. Tenía el corazón en un puño, y sentía náuseas por dentro. Al mirar sintió escalofríos y sofocos.

Automáticamente ignoró las fotos pequeñas que claramente eran de los alumnos de Sarah. Por una parte no quería prestar atención al surtido de momentos importantes marcados por algún cámara fiel, pero por otra, cuanto más miraba más se decía que no quería ver aquel bello y perfecto rostro y más se daba cuenta de que la única cara que no había quedado inmortalizada en esas fotos era la que más deseaba ver. A su hija Emi.

Con una sensación de calor que parecía quemarle los ojos por dentro, Leandra se dio la vuelta con paso tembloroso, mientras asimilaba que Sarah había retirado las fotografías de Emi.

A Leandra no le cabía duda alguna de que en la puerta del frigorífico de su prima había habido antes de llegar ella un montón de fotos de Emi.

El nacimiento de su hija había sido el comienzo de la siguiente generación de la familia. Habían tomado un montón de fotos. Leandra misma se las había enviado. El corazón se le encogió, y cuando las náuseas le subieron hasta la boca tuvo que salir corriendo al cuarto de baño. Pero tampoco un rato después, acurrucada sobre el frío suelo de baldosas y con una toalla húmeda en la cara, hubo paz para ella.

El regresar a Weaver, aunque fuera por poco tiempo, no hacía más que aumentar el dolor que le atenazaba el corazón desde la muerte de su hija.

Cuando oyó el distintivo timbre de su teléfono móvil que estaba en la cocina se levantó despacio del suelo. Sólo había una persona archivada en la memoria de su móvil con la Quinta Sinfonía de Beethoven: Marian.

Había sido idea de Ted cuando le había estado toqueteando el móvil de Leandra relacionar la dramática melodía con el número de su jefa. Leandra no había tenido ocasión aún de cambiarla. Dada su propensión a perder teléfonos móviles a dos por año, no era de extrañar que nunca se leyera la guía de programación.

Llegó a la cocina y retiró una silla cansinamente mientras contestaba el teléfono.

—¿Qué hay, Marian?

—¿Has hablado con ese veterinario amigo tuyo de nuestro problema?

Un latigazo de dolor en el entrecejo la sorprendió; afortunadamente ése no le hizo trizas el alma.

—No considero la vida amorosa de Evan problema nuestro, Marian. Ése no es el objetivo de WITS, ¿lo recuerdas? —añadió en tono un poco seco—. Estamos presentando su vida como veterinario.

—Cariño, si eso es lo único que estamos haciendo, diríamos que WITS es un documental, no un espectáculo de la tele basura.

La única razón por la que Marian quería identificar su programa con un reality show era porque sonaba más moderno, más atractivo que el de «serie documental» para un público compuesto de mujeres entre veinticuatro y treinta y cinco años. El hecho de que Walk in the Shoes había sido sólo eso, una pequeña pero popular serie documental sobre las gentes y las carreras profesionales que elegían, antes de que Marian se incorporara al equipo hacía un año era sin duda un dato que sólo importaba a unos pocos.

Y el discutir sobre ese punto no había llevado a Leandra a ningún sitio.

—Veré lo que puedo averiguar.

Cruzó los dedos por debajo de la mesa. Tal vez fuera un gesto infantil, pero era lo mejor que podía hacer por su conciencia.

—Nada de eso, Leandra. ¡Haz algo! A lo mejor ese hombre sirve para que nos deleitemos mirándolo, pero necesitamos algo más. ¡Quiero un toque de sazón! —Marian subió la voz—. O me buscas algo, o encontraré a alguien que me lo busque —Marian suspiró con fuerza—. Bueno —dijo en tono más razonable—. ¿Estamos de acuerdo, o no?

Leandra hizo una mueca.

—Entiendo perfectamente lo que quieres decirme, Marian. Si no hay nada más, necesito dejarte ahora. Vamos a volver a grabar dentro de un par de horas.

—Bien. Pero no te olvides, Leandra. Sazón.

Leandra colgó el teléfono y se lo guardó en el bolso.

—¡Sazón! —murmuró entre dientes.

Sin duda por eso Marian había enviado a Ted sin avisar a casa de Evan de madrugada; en busca de un poco de sazón.

 

 

—Inseminación artificial. Debería parecer más sexy de lo que es.

Leandra frunció el ceño ante lo que le decía Ted. Era por la tarde y llevaban grabando desde media mañana. No se podía decir quiénes estaban más cansados, si Leandra y su equipo colocados al lado de fuera de la valla de un pequeño corralón, o Evan y el suyo, que trabajaban con un espectacular caballo negro dentro del corral.

—Criar caballos no es sólo un negocio. Tiene su arte —ella no subía la voz para no interrumpir todavía más los intentos ya frustrantes—. Y de todos modos la inseminación no va a ocurrir ahora mismo.

—No, tienen que conseguir que ese caballo negro se tire a…

—Sí —lo interrumpió Leandra.

Ya llevaba mucho rato oyendo bromas sobre el proceso de recolección del semen, y no quería oír ni una más.

—Bueno, supongo que tú te lo sabrás muy bien, habiéndote criado aquí.

Con aquí se refería a la granja Clay, el rancho de caballos que su padre había fundado cuando su madre y él estaban recién casados.

—Mmm…

Le distraía más la acción que trataban de filmar que sus deberes entre bastidores; más específicamente, estaba distraída observando a Evan. Y resultaba ridículo que le pasara eso. Evan Taggart era igual de alto que su padre, Jefferson, que en ese momento trabajaba mano a mano con Evan; iba vestido como su padre, con unos vaqueros cubiertos de polvo y una camiseta. Y aunque sólo eran las dos de la tarde, le había salido ya una pelusilla oscura.

¿Entonces qué tenía aquel hombre que le resultaba tan intrigante?

—Baja de las nubes, Leandra.

Leandra se pasó la lengua por los labios, apartó la mirada de Evan y la fijó en Ted.

—¿Cómo?

—Te he preguntado si alguna vez le has hecho eso a un caballo.

—Sólo a un semental —le recordó Leandra, secamente, ignorando el tono sugerente de su cámara—, y sí, he ayudado a recolectar semen antes. Y antes de que empieces a hacer comentarios, debes saber que éste es un negocio. Un negocio muy rentable. ¿Sabes lo altas que son las tarifas de un semental que ofrezca un pedigrí impecable? Con Northern Light tienen algunos problemas porque es la primera vez que le recolectan el semen —continuó Leandra—. No tiene experiencia.

—¿No tiene experiencia? —Ted sonrió ligeramente—. Estoy seguro de que preferiría restregarse contra un cuerpo caliente a que le pongan ese tubo que tiene Evan en la mano.

—Se llama vagina artificial. ¡Mira! —dijo Leandra—. Howard trae a la yegua para provocar a Northern Light.

Ted enfocó de nuevo la cámara hacia el grupo de hombres alrededor del semental y empezó a grabar. Leandra se retiró un poco, observando la reacción de Northern Light ante la yegua. El animal levantó las orejas mientras un estremecimiento recorría el brillante pelaje del lomo, y empezó a mover la cola.

Su padre, que estaba junto a la cabeza del caballo, controlaba al animal para que éste se resistiera el instinto natural de encabritarse y montar algo; preferiblemente a la hembra, que finalmente había despertado la libido del joven semental.

Incluso a Ted le sorprendió un poco el repentino interés de Northern Light; y que Leandra recordara, pocas cosas conseguían afectar al cámara. Sin embargo, comprobó complacida que la cámara no se movió.

Una mano nerviosa le agarró del codo. Era Jane Stewart, otro miembro del equipo, y en ese momento la viva imagen de la preocupación. Se acercó a Leandra para susurrarle algo al oído. Era su segundo rodaje, pero de momento Leandra estaba contenta con el trabajo de la callada joven.

—El animal no podrá hacerle daño a los hombres, ¿verdad? —susurró Jane.

Leandra se encogió de hombros. Un semental podría aplastar a un hombre si quisiera. Pero ella se había criado entre caballos, y sabía de la habilidad de su padre con aquellos animales. Tal vez hubiera cumplido ya los sesenta, pero estaba más en forma que muchos hombres de treinta. También sabía que Evan estaba para aquello igual de capacitado que su padre.

La presencia de Evan no era requerida de ordinario en tales procedimientos, pero como Axel y él era copropietarios del semental, el veterinario tenía un interés en ello. Cuando consiguieron la valiosa contribución de Northern Light al proceso de la cría y se llevaron al semental a los establos, Evan se dirigió hacia ellos con paso relajado y natural.

Como muy bien había dicho Marian, era un regalo para la vista.

—Os dais cuenta de que habéis distraído a Northern Light —Evan miró a Leandra—. Lo que nos ha ocupado buena parte del día podría haberse conseguido en la tercera parte del tiempo empleado hoy. Lo que es raro es que Jefferson os haya permitido grabar aquí.

—Supongo que es una de las ventajas de ser la única hija del jefe —respondió Leandra en el mismo tono frío de Evan.

El sermón no le hacía ninguna gracia, teniendo en cuenta que era muy consciente del retraso que habían causado. Evan apretó los labios y miró a la cámara.

—Supongo que seguís grabando.

—Ése fue el trato, ¿recuerdas? —a pesar de eso, Leandra se acercó a Evan—. Nuestro equipo seguirá tus actividades diarias durante un mes y medio. ¿Cómo esperas si no que los espectadores se metan en tu piel?

—Sí, sé cuál es el acuerdo. Pero no quiere decir que tenga que gustarme. Desde luego no quiere decir que me guste que esa inconveniencia se extienda a mis clientes. Y sea o no tu padre, Jefferson Clay es uno de mis mejores clientes. Estamos pensando en cruzar una de sus yeguas con Northern Light, y me gustaría que siguiera siendo uno de mis mejores clientes cuando tú ya hayas movido tu bonito trasero para ocuparte de la siguiente aventura.

—Corta —le dijo Leandra a Ted con los dientes apretados—. Janet, Ted y tú, id al laboratorio donde está trabajando Howard y observad lo que podáis. Este proceso tiene su parte de ciencia. Nunca se sabe qué nos puede resultar útil —sentía el móvil vibrando en silencio pegado a la cadera, donde estaba enganchado al bolsillo, pero lo ignoró, segura de que sería Marian—. Después daremos un paseo por los establos y terminaremos por hoy.

La idea de finalizar el rodaje, aunque sólo fuera una hora antes de lo previsto, pareció gustar a Janet. Leandra sabía que ella y Paul Haas, el otro miembro del equipo, estaban pensando en ir a Cheyenne en coche a pasar el fin de semana. Pero el domingo estarían todos de vuelta en Weaver, para poder ver el programa en televisión.

Cuando Ted y Janet se hubieron marchado, Evan apoyó los codos sobre la barandilla de metal que había entre los dos.

—¿Presumes de jefa, Leandra?

—Para ciertas cosas es exactamente lo que soy.

—Mientras Marian te lo permita.

Ella se puso seria e ignoró el comentario sarcástico.

—Sea como sea, no necesito que me pongas verde delante de mi gente sólo porque de vez en cuando esta situación se te antoje algo incómoda.

—¿De vez en cuando? —él arqueó las cejas—. ¿Has tenido alguna vez a un cámara siguiéndote todo el día? No sabes lo que es.

El hecho de que tuviera razón no menguaba su irritación. Ni tampoco lo hacía el móvil que no dejaba de vibrar. Se lo arrancó del cinturón y lo abrió.

—¿Sí?

Se produjo una breve pausa; entonces se oyó una fuerte voz masculina.

—A juzgar por tu voz, me doy cuenta de que te alegras de hablar conmigo.

No era Marian para nada. Era Jake. Leandra saludó a su ex marido. Evan ladeó la mandíbula y se dio la vuelta, apartándose de la barandilla.

—Pensaba que era Marian. ¿Qué ocurre?

—¿Quién ha dicho que tenga que pasar algo?

—Normalmente no me llamas cuando estoy rodando exteriores.

Su ex marido la llamaba una vez al mes, insistiendo en saber cómo estaba. Llevaba haciéndolo desde que se habían separado. Al principio había sido muy doloroso. Después… había sido sencillamente sencillo. Así era Jake.

Tal vez no lo hubieran conseguido como pareja, sobre todo después de lo de Emi, pero eso no significaba que no se quisieran.

—Pues la verdad es que te llamaba para ver qué tal iba Ev.

En ese momento Ev estaba con su padre, que había salido del establo, a un par de metros de donde estaba ella.

—¿Por qué? Ya es mayorcito.

—Sí, pero detesta ser el centro de atención. Eso ya lo sabes.

—Entonces no debería haber accedido a hacer esta serie. Todavía no sé por qué ha aceptado. Sé que se arrepiente de haberlo hecho. Habría sido mucho más fácil si lo hubieras hecho tú, Jake. No tendría que haber vuelto a Weaver. Y ni siquiera me has contado cuál era esa excusa tan buena que tenías —le recordó ella.

—Es cierto. Aún la tengo. Así que, pásame a Evan, ¿quieres? Necesito hablar con él.

—Ah, así que por eso has llamado a mi teléfono —se burló con pesar mientras se agachaba y cruzaba la valla entre dos travesaños de madera—. No para hablar conmigo, sino con tu amigo del alma.

—Al menos con él tal vez me entere de cómo estás de verdad —dijo Jake muy en serio.

Leandra se detuvo junto a Evan y le pasó el diminuto teléfono móvil.

—Toma, el hombre espía. Tu cómplice quiere hablar contigo —dijo—. Es Jake.

Evan tomó el teléfono.

—¡Qué pasa, colega!

Leandra hizo una mueca y se volvió de espaldas.

—¿Sigues hablando con Jake? —le preguntó su padre con cierta preocupación.

Ella se encogió de hombros y echó a andar con él hacia el enorme y moderno establo. No le apetecía en absoluto escuchar nada de lo que pudiera estar contándole Jake a su amigo Evan.

El hecho de que pudiera estar contándole algo le fastidiaba enormemente. Ella con pensamientos lujuriosos de Evan y él simplemente hablándole de ella a Jake.

—No te preocupes, papá. No vamos a volver juntos ni nada.

Habían pasado demasiadas cosas. Además, Leandra no quería vínculos emocionales de esa clase.

—Jake era… Jake es un buen tipo —dijo Jefferson en voz baja—. Tal vez no lo suficientemente bueno para mi chica, pero…

Ella agarró a su padre del brazo. Con su metro ochenta y cinco, seguía siendo mucho más alto que ella.

—Nadie sería lo suficiente bueno para ti, papá.

—¿Para mí? —él torció los labios—. Es tu madre la exigente, no yo —dijo mientras asentía en dirección a la esbelta mujer de pelo negro que avanzaba hacia ellos—. Díselo, Em —le dijo él cuando ella se acercó a ellos.

—¿Decirle el qué?

Leandra soportó el examen exhaustivo que su madre le hizo con aquel par de vivarachos ojos marrones que todo lo captaban. Era diez años más joven que Jefferson, y más de una vez la habían confundido con una hermana de Leandra.

—Dice que en lugar de ser él, eres tú la que crees que no hay ningún hombre que me merezca.

Emily sonrió.

—Bueno, las dos sabemos los cuentos que se inventa tu padre. ¿Y dime, cuánto tiempo más vas a pasar siguiendo al pobre Evan? Sabes que nos vamos todos a la ciudad esta noche a encontrarnos en Colbys, ¿verdad?

—Me lo dijo Sarah.

—De verdad, me gustaría mucho que te quedaras aquí con nosotros —Emily le pasó la mano a Leandra por el hombro—. Sé que no es demasiado práctico durante la semana porque hay que conducir hasta aquí… Pero ¿y los fines de semana?

En parte Leandra no deseaba otra cosa que escapar al santuario que había sido el hogar donde se había criado, para dejarse consolar y cuidar por sus padres cuyo amor era una constante en su vida. Pero pesaba más en ella la necesidad de resistirse precisamente a esas cosas por miedo a no poder arreglárselas nunca sola.

—Pero los fines de semana también tendré trabajo —dijo sin mentir—. Sólo que no estaremos siguiendo a Evan activamente.

—Trabajando los fines de semana —repitió Emily en tono seco—. ¿Por qué me suena tanto eso?

—Porque te criaste en el rancho de Squire —respondió Jefferson en tono pausado—. Y en un rancho no hay días libres.

Emily alzó la cabeza y miró a su marido.

—Ah, y tú eres tan distinto a tu padre, ¿verdad?

Jefferson le dio la mano a su esposa.

—Maldita sea, sí que lo soy. No me parezco en nada a Squire Clay.

Leandra resopló suavemente. Su madre se echó a reír, y su padre sonrió antes de darle a su esposa un beso en la frente.

No había modo de que Leandra pudiera ignorar la felicidad que irradiaban sus padres. Florecía a su alrededor con la seguridad con la que el sol se levantaba y acostaba.

—Tengo que reunir a mi equipo para que vuelvan a la ciudad —les dijo Leandra—. Nos vemos entonces más tarde en Colbys.

—Aunque no te quedes aquí con nosotros, me alegro mucho de que estés aquí —Emily besó a su hija en la mejilla—. Hace tanto tiempo que no estabas en casa…

Desde lo de Emi.

Leandra no dejó de sonreír, pero de pronto sintió que le costaba. Y sabía que sus padres estaban al tanto de eso, lo cual hacía que el esfuerzo fuera más duro.

—Lo sé. Entonces… os veo luego.

Se apartó de ellos y regresó rápidamente al pequeño cercado.

Evan, sin embargo, no estaba por allí.

Paul y Janet estaban muy ocupados cargando el equipamiento en la furgoneta de alquiler.

—¿Dónde está Evan?

—Se marchó hace unos minutos.

Leandra se sorprendió.

—¿Cuándo?

No había visto su camioneta alejarse del rancho, pero era cierto que había estado al otro lado del establo, lejos de la carretera.

—Hace unos minutos. Hemos terminado, ¿verdad?

—Sí —Leandra quedó mirando hacia la carretera, como si así pudiera observar la marcha de Evan.

Seguramente no se volverían a ver hasta el domingo, que era cuando se iba a retransmitir el programa. Se iba a celebrar una fiesta promocional en la ciudad por el debut de Evan.

Leandra se dijo que estaba allí para trabajar, y nada más.

Entre sus papeles vio una enorme nota rosa pegada con celo que decía que llamara a Marian. Pero cuando fue a echar mano de su móvil se dio cuenta de que se lo había llevado Evan.

—Supongo que Evan no te habrá dado mi teléfono antes de marcharse.

Janet negó con la cabeza.

—No. Lo siento.

Al final, y aunque sólo fuera para recuperar su teléfono, Leandra vería a Evan antes del domingo.

—Por favor, préstame tu teléfono —le dijo a su ayudante.

Incluso la idea de hablar con la medio loca de su jefa otra vez no era suficiente para ahogar la repentina oleada de alegría. Después de todo, no tendría que esperar hasta el domingo.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

SABE tu padre que sigues jugando al billar?

Leandra se inclinó sobre el taco de billar junto a una de las mesas de billar de Colbys Bar & Grill y golpeó la bola con toque vacilante. ¿Cuándo habría llegado Evan al bar? Ladeó la cabeza y miró a su lado.

—¿Y sabe tu padre que bebes cerveza?

Evan sonrió un poco.

—Yo diría que sí, ya que ha sido él quien me ha invitado —tenía en la mano una botella de cerveza, que inclinó en ese momento un poco—. Está allí sentado.

Leandra siguió la dirección que señalaba la botella, y vio a Drew Taggart sentado a la barra del bar.

Desde donde estaba ella, le pareció que aparte de algunos mechones de cabello canoso que salpicaban su pelo negro, el padre de Evan estaba igual que siempre. En ese momento el hombre estaba hablando con uno de sus tíos. Tristan Clay tenía el pelo del mismo rubio dorado que lo había tenido de joven.

—Pensaba que irías a Braden esta noche —se acordaba de que eso era lo que él le había dicho por la tarde.

—Cambio de planes —avanzó a su lado.

—¿No dijiste que tus padres habían estado en Florida?

Leandra decidió concentrarse para afinar el tiro, en lugar de fijarse en el cuerpo de Evan.

—Regresaron ayer.

La bola blanca golpeó con fuerza las demás bolas, que se desperdigaron por toda la mesa.

—¿Han estado fuera mucho tiempo?

—Dos semanas.

Evan dejó la botella en el amplio margen de la mesa de billar y sacó un taco de los que había en un estante en la pared.

Tal vez Colbys sirviera la mejor carne de la ciudad, pero seguía siendo un bar, con su máquina de discos, sus suelos de parquet, una barra de madera muy larga y brillante y media docena de mesas de billar.

—Han vuelto antes de lo previsto por el programa de este domingo —dijo en tono contrariado.

—Tendré que ir a saludarlos y a estar un rato con ellos —murmuró Leandra mientras daba la vuelta a la mesa y se preparaba para el tiro siguiente.

Esperaba que Evan no se pusiera más cascarrabias con el tema del programa. De verdad detestaba la idea de fastidiar a nadie sólo para conseguir sus objetivos.

—¿Dónde ha estado tu hermana mientras estaban fuera?

—En casa de Tris y Hope. Aunque ya tiene dieciocho años. Podría haberse quedado sola en casa. Jake no sabe nada de Eduard —dijo Evan sin venir a cuento.

Leandra falló, y la pelota golpeó inútilmente contra el costado. Se puso derecha y apoyó la base del taco sobre la puntera de su zapatilla de tenis.

—¿Qué hiciste? ¿Preguntarle cuando llamó?

—Sí.

—Te he dicho que no era asunto de Jake. Y que yo sepa, tampoco es asunto tuyo.

—No te pongas tan a la defensiva, Leandra.

Evan golpeó la bola y coló dos en el agujero de la esquina.

¿De qué le había valido ser comprensiva con él? En ese momento sintió deseos de darle con el taco.

—Y tú no te pongas a interferir, Evan. ¿Además, qué importancia tiene? ¿Por qué te importa?

Él miraba la mesa con interés, ladeando la cabeza despacio a un lado y al otro.

—Jake es uno de mis mejores amigos.

—¿Y por lealtad hacia él supones que necesita saber de Eduard?

Él se inclinó de nuevo. La seguridad de sus movimientos resultaba fastidiosa.

—¿Te parece así?

A pesar de estar muy concentrada, las infernales bolas no parecían capaces de frustrar sus rápidos tiros. Volaban exactamente hacia donde él las dirigía. Al paso que iba, dejaría la mesa vacía en un momento.

—Ya te he dicho que no hay nada que tenga que saber. ¿Por qué le estás dando tanta importancia al tema?

—Eres tú la que no sueltas prenda.

Sólo quedaba la bola número ocho. Alineó el tiro y al momento se colaba en uno de los agujeros. Evan se incorporó con expresión de suma suficiencia.

—Te apuesto a que eso no puedes repetirlo.

Él torció el gesto, divertido.

—Te apuesto a que sí. No te olvides, guapa, que yo vengo a Colbys desde que tú te marchaste. ¿Cuánto quieres apostar?

—Veinte.

—Menuda apuesta.

—Cuarenta.

Él esperó.

—Bien —sacó algo de dinero del bolsillo delantero de sus vaqueros y lo contó; entonces dejó varios billetes sobre el borde de la mesa—. Cincuenta.

Él pintó con la tiza el extremo del taco, mientras la observaba.

—Saca tú, doctor.

Él sacó con fuerza, y las bolas lisas y rayadas rodaron en todas las direcciones. Esperó hasta que dejaron de moverse, mientras estudiaba las distintas posiciones con sus vivaces ojos azules.

—¿Te arrepientes ahora? —le dijo ella dulcemente.

Él resopló suavemente y se inclinó para empezar a colarlas una por una, con toda tranquilidad, y a veces dos seguidas, en los agujeros. No falló ni un solo tiro.

—¿Y quién te enseñó a jugar?

Para sus adentros le dijo adiós al dinero.

—Mi padre.

—Es lógico. Y sé que debió de jugar mucho con mis tíos durante su desaprovechada juventud.

Tanto los hermanos Clay como Taggart habían sido adolescentes salvajes.

—Y tu padre. Era uno de los mejores a la hora de jugar duro.

Ni una vez en la vida había conseguido ganar a su padre al billar, ni en el que tenían en el sótano de su casa ni en cualquier otro.

—Todo esto es culpa de Squire —Sarah se había acercado y estaba junto a Leandra—. Fue él quien enseñó a sus hijos a jugar.

Leandra asintió.

—Cierto.

Su abuelo había criado solo a sus hijos tras la muerte de su primera esposa, Sarah, cuyo nombre llevaba la prima de Leandra. Según contaban, había sido un hombre duro que había mostrado poca ternura con sus hijos después de la muerte de su esposa, que había muerto al dar a luz a su hijo pequeño, Tristan. Y luego la madre de Leandra, que se había quedado huérfana incluso antes de cumplir los diez años, se había ido a vivir con Squire y todos sus hijos. Y las vidas de todos ellos habían cambiado para siempre.

Evan metió dos bolas más. La mesa estaba casi despejada otra vez, y las esperanzas de Leandra de que Evan cometiera aunque sólo fuera un pequeño fallo comenzaron a disminuir.

—Va a seguir dominando la mesa si no haces algo —le murmuró Sarah al oído.

Se había quitado la ropa que había llevado ese día al colegio y optado por unos vaqueros iguales que los de Leandra, un bonito top de ganchillo rosa sobre una camisola a juego y unas botas negras de punta y tacón alto.

Comparándose con ella, Leandra empezó a sentirse desaliñada. Se dio la vuelta y miró a su prima.

—¿Y qué tengo que hacer? Ya me siento bastante ridícula por haber puesto el dinero en la mesa.

—Distráelo.

Leandra tuvo ganas de echarse a reír a carcajadas. Su prima era una mujer que seguramente distraería. Pero ella no. No era muy alta, ni tenía un cuerpo especialmente sensual; y el último corte de pelo se lo había hecho ella porque no había tenido tiempo de ir a la peluquería.

—¿Pero con qué se supone que voy a distraerlo?

Sarah volteó los ojos.

—¿Es que has olvidado todo lo que sabíamos antes? Llevas algo puesto debajo del suéter, ¿no?

—Una camiseta de interior.

—¿Y es horrible?

Era fina, blanca y sin mangas.

—Está limpia.

Sarah se echó a reír en voz baja.

—Pues será mejor que te des prisa. Como máximo, le quedan tres tiros.

Frunció el ceño, pensando en el lío en el que se iba a meter para no perder los cincuenta dólares, mientras se quitaba la sudadera y la tiraba sobre una mesa alta. Tomó de nuevo su taco y avanzó hacia la mesa despacio hasta que estuvo frente a Evan de nuevo.

—¿Qué estás haciendo? —le preguntó él con cierta curiosidad.

No pensaba sonrojarse. Era una profesional, por amor de Dios; y sonrojarse no estaba en su repertorio.

Sin embargo, sintió que le ardían las mejillas otra vez, y dio las gracias porque el bar estuviera lleno y de que hiciera calor. Prefería pensar eso a ponerlo a él como la razón de su turbación. Mientras buscaba desesperadamente algo que decir, vio que su prima arqueaba las cejas con gesto significativo.

—Sólo quería refrescarme un poco —le aseguró finalmente—. ¿No hace mucho calor aquí dentro?

Él bajó las vista y la miró de arriba abajo. Desafortunadamente, ella se estremeció sin poderlo evitar. ¡Qué mal momento!

Se dijo que tal vez tuviera la gripe, o a lo mejor estaba loca, sin más. Eso era mucho más probable.

—Sí, desde luego que hace calor —dijo Evan en voz más baja—. ¿Cien dólares, Leandra? Mete todas las bolas rayadas, y te doy cien dólares.

—Una idea interesante. Pero esto no tenía nada que ver con mi habilidad, sino con la tuya.

Él apoyó el extremo del taco en el suelo.

—No creo que ninguno de nosotros cuestione mi habilidad —Evan le puso el taco en la mano para que lo agarrara, y puso la mano sobre la de ella—. ¿Verdad?