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"Ahora no queremos Información. Lo que queremos es desconcierto. Lo que queremos es repetición. Lo que queremos es repetición. […] Queremos que aquellos a quienes llamamos extranjeros se sientan extranjeros necesitamos que les quede claro que no pueden tener derechos a menos que nosotros lo digamos". ¿Qué une a Katherine Mansfield, Charlie Chaplin, Shakespeare, Rilke, Beethoven, el Brexit, el presente, el pasado, un hombre de luto por los tiempos perdidos, una mujer atrapada en los tiempos modernos? La respuesta está en Primavera, una novela luminosa, generosa y llena de esperanza, en la que, al igual que en Otoño e Invierno, la autora escocesa está haciendo algo más que analizar las injusticias de nuestra época: nos ilumina el camino para salir de la pesadilla. En esta tercera entrega de su Cuarteto estacional, Ali Smith nos muestra de nuevo por qué es una de las mejores escritoras del momento.
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Seitenzahl: 316
Veröffentlichungsjahr: 2021
Ali Smith
Primavera
CUARTETO ESTACIONAL III
Para recordar
a mi hermano
Gordon Smith
y para
mi hermano
Andrew Smith
para recordar
a mi amiga
Sarah Daniel
y para
¡oh, la más floreciente!
Sarah Wood
Extranjero parece, y presenta una
rama reseca, solo verde en la punta.
Su lema: in hac spe vivo.
William Shakespeare
Mas si los infinitamente muertos despertaran en nosotros un símbolo,
quizá señalarían los amentos que cuelgan de los desnudos avellanos
o evocarían la lluvia que sobre la tierra oscura cae en primavera.
Rainer Maria Rilke
Debemos empezar, esa es la cuestión.
Después de Trump, debemos empezar.
Alain Badiou
Ya busco indicios de la primavera.
Katherine Mansfield
El año se desperezó como un niño
y se frotó los ojos en la luz.
George Mackay Brown
Ahora no queremos Información. Lo que queremos es desconcierto. Lo que queremos es repetición. Lo que queremos es repetición. Lo que queremos es a los poderosos diciendo la verdad no es la verdad. Lo que queremos es a parlamentarios electos diciendo se afila el cuchillo se le clava en el pecho y se retuerce cosas como tráete tu propia soga queremos que los diputados del partido gobernante griten suicídate en la cámara de los comunes a los miembros de la oposición queremos personas poderosas que digan que quieren ver a otras personas poderosas descuartizadas en bolsas de plástico en el congelador queremos que las mujeres musulmanas sean objeto de chanza en una columna del periódico queremos las risas queremos que el eco de esas risas las persiga allá donde vayan. Queremos que aquellos a quienes llamamos extranjeros se sientan extranjeros necesitamos que les quede claro que no pueden tener derechos a menos que nosotros lo digamos. Lo que queremos es indignación ofensa distracción. Lo que necesitamos es afirmar que pensar es elitista que el conocimiento es elitista lo que necesitamos son personas que se sientan abandonadas desposeídas lo que necesitamos son personas que sientan. Lo que necesitamos es pánico queremos pánico subconsciente también queremos pánico consciente. Necesitamos emoción queremos virtud queremos ira. Necesitamos todo ese rollo patriótico. Lo que queremos es el típico Escándalo de las madres alcohólicas Peligro de la aspirina diaria pero con más urgencia Nein Nein Nein necesitamos un hashtag#másfronteras queremos Dadnos lo que queremos o nos largamos queremos furia queremos indignación queremos palabras de lo más emotivas antisemita está bien nazi es estupendo pedófilo servirá pervertido extranjero ilegal queremos reacción visceral queremos Pruebas de edad para «niños migrantes» El 98% de los encuestados exige prohibir la entrada de nuevos migrantes Helicópteros de combate para detener migrantes Cuántos más podemos acoger Cerrad vuestras puertas Esconded a vuestras esposas queremos tolerancia cero. Necesitamos que las noticias sean tamaño teléfono. Necesitamos evitar los medios de comunicación tradicionales. Necesitamos no mirar al entrevistador sino directamente a cámara. Necesitamos enviar un mensaje fuerte claro inequívoco. Necesitamos noticias que provoquen un estado de shock. Necesitamos más noticias perturbadoras vamos rápido siguiente shock espabila queremos imágenes de torturas. Necesitamos acosarlos necesitamos que crean que podemos acosarlos dirigir la palabra linchar a cualquiera que no sea blanco. Necesitamos amenazas de violación amenazas de muerte veinticuatro horas al día a las parlamentarias negras no solo a las mujeres que ocupen un cargo público sino a cualquiera que haga algo público no nos gustan necesitamos Cómo se atreve ella/Cómo se atreve él/Cómo se atreven ellos. Necesitamos insinuar el enemigo interior. Necesitamos enemigos del pueblo queremos que se llame a sus jueces enemigos del pueblo queremos que se llame a sus periodistas enemigos del pueblo queremos que a las personas que nosotros decidamos llamar enemigos del pueblo se las llame enemigos del pueblo queremos denunciar a voz en grito una y otra vez en tantos programas de radio y televisión como sea posible que nos están censurando. Necesitamos decir lo mismo de siempre como si fuera una novedad. Necesitamos que las noticias sean lo que decimos que son. Necesitamos que las palabras signifiquen lo que decimos que significan. Necesitamos negar lo que decimos mientras lo decimos. Necesitamos que el significado de las palabras no importe. Necesitamos un buen eslogan clásico como Gran Bretaña no mejor Inglaterra/América/Italia/Francia/Alemania/Hungría/Polonia/Brasil/ [inserte nombre del país] Primero. Necesitamos dinero algoritmos redes sociales Internet oscura. Necesitamos decir que lo hacemos en defensa de la libertad de expresión. Necesitamos bots necesitamos clichés necesitamos ofrecer esperanza. Necesitamos decir que es una nueva época que la antigua ha muerto su momento ha acabado ahora empieza el nuestro. Necesitamos sonreír mucho mientras lo decimos necesitamos reír a las cámaras ja ja ja crac hombre partiéndose de risa oíd ese silbato de la fábrica al final de la jornada esa fábrica ha muerto nosotros somos el nuevo silbato de la fábrica nosotros somos lo que este país ha necesitado siempre nosotros somos lo que necesitáis nosotros somos lo que queréis.
Queremos que lo necesitéis.
Necesitamos que lo queráis.
Vuelve a ser la hora, ¿eh? (Se encoge de hombros.)
Nada de eso me afecta. No es más que agua y polvo. Vosotros no sois más que agua y polvo de huesos. Bien. Así me resultáis más útiles al final.
Soy la niña sepultada en las hojas. Las hojas se descomponen: aquí estoy.
O imaginad un azafrán en la nieve. ¿Veis el anillo del deshielo alrededor del azafrán? Es una puerta abierta a la tierra. Yo soy el verde del bulbo y el momento en que la semilla se parte, el desplegarse del pétalo, el verdor en la punta de las ramas de los árboles, como si el verde estuviese encendido.
Las plantas que se abren paso entre la basura y el plástico, antes, después, afloran, pese a todo. Pese a todo las plantas se mueven debajo de vosotros, las personas en los talleres clandestinos, las personas que van de compras, las personas iluminadas por las pantallas de sus escritorios o que consultan sus móviles en salas de espera hospitalarias, los manifestantes que gritan donde sea, en cualquier país o ciudad, la luz se desplaza, las flores se mecen junto al montón de cadáveres y junto a los sitios donde vivís y los sitios donde os embriagáis hasta el aturdimiento, la felicidad o la tristeza, y los sitios donde rezáis a vuestros dioses y los grandes supermercados, junto a las personas que aceleran en las autopistas ante arcenes y matojos como si nada pasara. Pasa de todo. Las flores se abren entre los vertidos ilegales. La luz se desplaza por vuestras fronteras, por las personas con pasaportes, por las personas con dinero, por las personas sin nada, por cabañas y canales y catedrales, por vuestros aeropuertos, por vuestros cementerios, por todo lo que enterráis, por todo lo que desenterráis para llamarlo vuestra historia o que perforáis y extinguís para enriqueceros, la luz se desplaza pese a todo.
La verdad es una suerte de pese a todo.
El invierno no es nada para mí.
¿Creéis que no entiendo de poder? ¿Creéis que estoy verde?
Lo estaba.
Estropeadme el clima y os joderé la vida. Vuestras vidas no son nada para mí. Arrancaré narcisos de la tierra en diciembre. En abril atascaré vuestra puerta con nieve y soplaré para que ese árbol caiga sobre vuestro tejado. Haré que el río inunde vuestra casa.
Pero yo seré la razón de que renazca vuestra savia. Yo inyectaré luz en vuestras venas.
¿Qué hay ahora debajo de vuestra calle?
¿Qué hay bajo los cimientos de vuestra casa?
¿Qué alabea vuestras puertas?
¿Qué es lo que colorea vuestro mundo? ¿Cuál es la clave del canto del pájaro? ¿Qué es lo que forma el pico en el huevo?
¿Qué empuja a los diminutos brotes verdes a través de la roca hasta que la roca empieza a resquebrajarse?
Son las 11.09 de un martes de octubre de 2018 y Richard Lease, el director de cine y televisión, un hombre que la mayoría de la gente recordará por numerosas, bueno, un par de aclamadas producciones para Play for Today en los años setenta pero también por muchas otras filmaciones a lo largo de los años, o sea, que si tenéis cierta edad probablemente habréis visto alguna de sus películas, está en el andén de una estación en algún lugar del norte de Escocia.
¿Por qué está aquí?
Es la pregunta equivocada. Implica la existencia de una historia. No hay ninguna historia. Él ya se ha hartado de historias. Se está eliminando de la historia, en concreto de una historia que atañe a: Katherine Mansfield, Rainer Maria Rilke, una mujer sin techo que vio ayer por la mañana en la acera de la Biblioteca Británica y, sobre todo, la muerte de su amiga.
Olvidad todo eso de que es un director, hayáis oído o no hablar de él.
Solo es un hombre en una estación.
Por ahora no hay ningún movimiento en la estación. Debido a los retrasos no han entrado ni salido trenes, al menos desde que él está allí, por lo que en cierto modo la estación satisface sus necesidades.
No hay nadie más en el andén. Ni tampoco en el andén de enfrente.
Habrá gente por ahí, en alguna parte, los empleados de la oficina o los de mantenimiento. Seguro que todavía pagan a alguien para que se encargue en persona de cuidar sitios así. Habrá alguien mirando una pantalla en alguna parte. Pero él no ha visto a nadie. La única persona que ha visto desde que salió de la pensión y recorrió la calle mayor ha sido una mujer que vendía café por el lateral abierto de una furgoneta delante de la estación, una cafetería montada en una furgoneta Citroën que no servía café a nadie.
No es que busque compañía. No busca a nadie ni nadie lo busca a él, nadie que le importe.
¿Dónde coño está Richard?
Su móvil está en Londres, en un vaso mediado de café con la tapa puesta, dentro de una papelera en un Pret a Manger de Euston Road.
Estaba. A saber dónde estará ahora. En un vertedero. En un basurero.
Bien.
Hola, Richard, soy yo, Martin Terp aparecerá de un momento a otro, ¿a qué hora crees que llegarás, más o menos? Hola, Richard, soy yo otra vez, solo llamo para hacerte saber que Martin acaba de llegar al despacho. ¿Podrías llamarme para decirme a qué hora te esperamos? Richard, soy yo, ¿puedes llamarme? Hola, Richard, soy yo de nuevo, estoy intentando reprogramar la reunión de esta mañana porque Martin solo estará una noche en Londres, no vuelve hasta dentro de dos semanas, así que llámame y dime cómo lo tienes para esta tarde, ¿de acuerdo? Gracias, Richard, te lo agradecería. Hola, Richard, en tu ausencia he reprogramado la reunión para las cuatro de la tarde, ¿puedes confirmar cuando oigas este mensaje que has recibido este mensaje, por favor?
No.
Hace viento, Richard ha cruzado los brazos sobre la chaqueta para que deje de aletear (hace frío y no tiene botones, los ha perdido) y contempla las motas blancas del suelo del andén, bajo sus pies.
Respira hondo.
Al final de la inspiración le duelen los pulmones.
Contempla las montañas, detrás del pueblo. Son impresionantes. Realmente desoladas y auténticas. Son todo cuanto una montaña puede simbolizar.
Piensa en su casa de Londres. Las partículas de polvo estarán flotando en la luz del sol que penetra por las rendijas de las persianas, si ahora mismo en Londres hace sol.
Miradlo, historiando su propia ausencia.
Historiando su propio polvo.
Basta. Hay un hombre apoyado en una columna de la estación. Nada más.
Es una columna victoriana. El hierro forjado está pintado de blanco y azul.
Entonces retrocede bajo el tejadillo transparente que protege el andén, se acerca un poco al edificio para protegerse del viento.
Algunas de esas montañas tienen lo que parecen nubarrones de lluvia en la cima, las cimas parecen veladas. Las nubes del otro lado, dirección sur, diría él, parecen un muro, un muro iluminado desde atrás. Las nubes sobre las montañas al norte, noreste, son pura bruma.
Esta era la razón de que se hubiese apeado aquí: el tren se fue acercando a la estación y había algo limpio en las montañas, limpio como si las hubiesen barrido a fondo. Transmitían aceptación de su propia existencia, no pedían nada. Simplemente existían.
Sentimental.
Mitómano.
Ahora la robótica voz de megafonía vuelve a disculparse porque no hay ningún tren que llegue a la estación ni que salga de la estación.
Allí apenas pasa nada, a excepción de los anuncios de megafonía, algún que otro pájaro que cruza el cielo y el rumor de las primeras hojas del otoño, los matojos y la hierba al viento.
En una estación un hombre contempla las distantes montañas que lo rodean.
Hoy parecen una línea trazada por una mano gigantesca que después ha sombreado la parte inferior; parecen algo dormido, a la espera. Parecen los durmientes lomos prehistóricos de unos animales marinos imaginarios.
Historia de las montañas.
Historia de mí mismo evitando las historias.
Historia de mí mismo apeándome de un puto tren.
Niega con la cabeza.
Él era un hombre en el andén de una estación. No había ninguna historia.
Salvo que la hay. Siempre la hay, joder.
¿Por qué estaba en un andén? ¿Esperaba un tren?
No.
¿Iba a alguna parte? ¿Por qué motivo? ¿Iba a encontrarse con alguien que bajaría de un tren?
No.
Entonces ¿por qué estaba el hombre en el andén, si no iba a subirse a ningún tren ni esperaba la llegada de un tren?
Simplemente estaba, ¿vale?
¿Por qué? ¿Y por qué utilizas el pasado para hablar de ti, pringado?
Pringado, sí. En efecto. Pringue y pérdida. Algo se ha perdido. Algo.
¿Qué? ¿Qué, exactamente?
Bueno, no sé cómo describirlo.
Inténtalo.
(Suspira) No puedo.
Inténtalo. Vamos. Se supone que eres don Dramático. ¿Qué aspecto tiene?
Vale. Imagina que alguien o algo, una fuerza u otra, se abalanza sobre ti y, empezando por la cabeza, te atraviesa de arriba abajo con un descorazonador de manzanas, de modo que sigues de pie como si nada pero en realidad ha pasado algo, lo que ha pasado es que eres un hombre hueco: donde antes estaba tu ser, ahora hay un vacío.
Patético. Banal. Caricatura de Tom y Jerry. ¿Qué, buscas compasión por tu vacío interior? ¿Por tu… jodida fertilidad perdida?
Oye, solo intento expresar con palabras lo que siento, una sensación que no es fácil de describir, es…
No me vengas con historias, menuda pérdida de…
tiempo en su vida en que era capaz de amar, de enamorarse literalmente, compartir el alma, estar felizmente fascinado con algo como la simplicidad de un limón. De un limón cualquiera en un cuenco, o en un puesto del mercado, o en una red con otros limones esperando comprador en un supermercado. Hubo una época de su vida en que algo así lo había llenado de alegría.
Pero ahora parecía que esa simplicidad, sin que él se percatara, se hubiese vuelto diminuta y lejana, y que él estuviera en la cubierta de un viejo trasatlántico rumbo a un mar embravecido, agitando frenéticamente los brazos hacia una orilla que, como esa época en que la simplicidad de un limón le había causado una alegría constante, había desaparecido, se había esfumado por completo, ya no era visible.
Ya no es visible.
Pringado.
Cuando piensa en su primer encuentro con Paddy, lo que le viene a la cabeza es una imagen en blanco y negro de hace casi cincuenta años, la marca de unos dientes en una tableta de chocolate, una imagen que cuando él la vio ya había envejecido tanto que estaba literalmente desvaída, sobre todo allí donde había mordido la pequeña dentadura. Eran los dientes de Beatrix Potter. En algún momento, Beatrix Potter había mordido el chocolate y luego lo había olvidado en la caseta donde escribía e ilustraba libros de encantadores animales ingleses buenos y malos y estúpidos que vestían ropas eduardianas, el pato adulado por el zorro, la ardilla que come tantas nueces que no puede salir de su hueco en el árbol; Potter había mordido una chocolatina de la preguerra y la impresión de sus dientes la había sobrevivido, allí, en la cabaña, décadas después de su muerte en mil novecientos y pico.
Él era el ayudante de uno de los ayudantes de dirección, aquel había sido uno de sus primeros trabajos. El primero en que trabajaba con un guion de Paddy.
El guion de Paddy había convertido un rodaje anodino en una película interesante. Es más, era ella quien había añadido al guion la escena del mordisco en la chocolatina, por lo que al final habían tenido que incluir lo que había filmado él.
Cuando le ofrecieron su primer trabajo como director en solitario, consiguió la dirección de Paddy y se puso en contacto con ella. La invitó a tomar un whisky en el Hanged Man. Él acababa de cumplir veintiún años. Nunca había invitado a nadie a tomar whisky en un pub, mucho menos a una mujer, mucho menos a una mujer glamurosa y mayor, como ella.
—¿Es porque soy irlandesa?
—Porque eres buena guionista.
—Eso es cierto, ahí no te equivocas. Soy muy buena en lo que hago. ¿Y tú? ¿Eres bueno? Solo quiero trabajar con los muy buenos.
—Todavía no lo sé. Probablemente no. Soy más del tipo oportunista. Pero tú lo clavaste, ese mordisco en la chocolatina. Lo incluiste en el guion.
—Sí, tienes buen ojo. Eso te lo concedo. Y eres muy joven. Por lo que tienes muchas posibilidades. Y estás empeñado en que trabaje contigo porque escribí algo que les obligó a usar tus tomas. ¿Es eso?
—¿La verdad? He conseguido este trabajo gracias a tu guion. (Ella niega con la cabeza, aparta la vista hacia la puerta del pub.)
—Pero es que además mejoraste esa película. Tu guion la convirtió en algo auténtico.
—¿Auténtico?
(Pausa. Cigarrillo, aspira, saca el humo.)
—De acuerdo.
—¿De acuerdo? ¿En serio? ¿Sí?
—Sí, trabajaré contigo. Play for Today, ¿verdad? De acuerdo, con la condición de que hagamos algo más, algo inesperado en esa franja horaria.
—¿Inesperado? ¿Cómo?
—Hay formas de sobrevivir a estos tiempos, estimado Doubledick, y creo que una de esas formas es la forma que le damos a la narración.
Ayer por la mañana, un mes después del funeral (la incineraron en privado un poco antes, él ni siquiera sabe cuándo, solo asistieron los familiares cercanos), Richard va andando por Euston Road y al pasar por la Biblioteca Británica ve a una mujer sentada en la acera con la espalda apoyada en la pared, de unos treinta años, quizá ni eso, veinteañera tal vez, con mantas y un cuadrado de cartón arrancado de alguna caja con unas palabras que piden dinero.
No, no dinero. Las palabras son por y favor y ayudadme.
Esta mañana ha visto un sinnúmero de sintecho mientras andaba por la ciudad. Últimamente los sintecho vuelven a ser sinnúmero; un izquierdista de toda la vida como él sabe que eso es lo que pasa. Cuando los conservadores vuelven al poder, la gente vuelve a la calle.
Pero, a saber por qué, se fija en ella. Las mantas están mugrientas. Tiene los pies descalzos sobre la acera. Y también la oye. A las ocho menos cuarto de la mañana la joven canta una canción a nadie —no, no a nadie, se canta a ella— con una voz de considerable dulzura. Dice así:
Mil millares de personas
corren por la ca-alle
oh nada nada nada
oh nada nada nada
oh nada
Richard sigue andando. Cuando deja de seguir andando está delante de la estación de King’s Cross. Se vuelve y entra, como si esa hubiese sido su intención desde el principio.
En el centro del vestíbulo, debajo de la gigantesca amapola que conmemora el Día de los Veteranos, hay un puesto que vende chocolatinas con forma de herramientas y utensilios domésticos: martillos, destornilladores, alicates, cubiertos, tazas y demás; se puede comprar una taza de chocolate, un plato de chocolate, una cuchara de chocolate e incluso una cafetera exprés de chocolate (la cafetera es cara). Los objetos de chocolate son extraordinariamente realistas y el puesto está repleto de clientes. Un hombre trajeado compra lo que parece un auténtico grifo de cocina hecho de chocolate plateado; la vendedora lo coloca delicadamente en una caja que previamente ha forrado con paja.
Richard introduce su tarjeta en una de las máquinas expendedoras de billetes. Teclea el nombre del destino más lejano al que puede llegar desde esa estación.
Sube a un tren.
Pasa medio día sentado.
Una hora antes de que el tren llegue a su destino final, ve por la ventana unas montañas recortadas en el cielo y decide apearse allí. ¿Qué le impide hacer lo que le plazca, apearse en un lugar que no es el que aparece en su billete?
Oh nada nada nada.
Kingussie se llama aquel lugar que él pronunciaba King Gassi, como la voz robótica de King’s Cross cuando subió al tren en Londres.
Kin-you-see es cómo lo pronuncian en la pensión a cuya puerta llama. Desconfiarán de él. ¿Qué clase de persona no reserva anticipadamente desde el móvil? ¿Qué clase de persona no tiene móvil?
Se sentará en el borde de la desconocida cama de la pensión. Se sentará en el suelo y se ovillará entre la cama y la pared.
Al día siguiente su ropa olerá al ambientador de la habitación donde ha pasado la noche.
Las 11.29. Una voz robótica se disculpa por megafonía porque el ScotRail de las 11.08 lleva retraso debido a un incidente al sur de Kingussie, el ScotRail de las 11.09 a Inverness lleva retraso debido a un incidente al sur de Kingussie, el ScotRail de las 11.35 procedente de Inverness lleva retraso debido a problemas de señalización viaria y el ScotRail de las 11.36 a Edimburgo Waverley lleva retraso debido a problemas de señalización viaria.
Problemas de señalización aviaria, dice Richard a su hija imaginaria.
Pues que avíen las vías, dice su hija imaginaria.
(Su hija imaginaria sigue con él, aunque Paddy haya muerto.)
Cuando no acaba de entender el significado de algo de actualidad, le pregunta a su hija imaginaria. Por ejemplo, #metoo.
Significa que te implicas, le dijo su hija imaginaria. Que participas. Tú también.
Luego se echó a reír.
¿Qué es un hashtag?, le había preguntado Richard.
Se la imagina como de unos once años desde hace un par de décadas. Reconoce que es patriarcal por su parte, que está mal haberle negado, de momento, una vida adulta. (Supone que no es el único padre, ni de lejos, que se porta así, o que se portaría así si pudiese.)
Hashtag no viene de hachís, dijo su hija imaginaria. No intentes fumártelo.
En honor a su verdadera hija, allá donde esté del mundo si es que sigue en el mundo, comprobó el significado en Internet.
Ya era hora, pensó al leerlo.
Luego se pasó dos semanas sin pegar ojo, desvelado noche tras noche a las cuatro de la madrugada, preocupado por esa o aquella vez que creyó que podía comportarse como le daba la gana con las mujeres con quien estaba. Había tocado más de una pierna. Se había propasado muchas veces. Casi siempre se había salido con la suya. Ninguna se había quejado.
Al menos, no a él.
Pasadas dos semanas volvió a dormir. Le pudo el cansancio.
A veces me porté mal, había dicho mentalmente a su hija imaginaria.
Me lo esperaba, dijo su hija imaginaria.
A veces me porté mal, le había dicho mentalmente a su hija real.
Silencio.
Marzo. Cinco meses antes de la muerte de Paddy. Richard recorre los kilómetros de nieve enfangada que separan su casa de la de ella. Llama al timbre. Le abre uno de los gemelos. Paddy está en la parte de atrás. Lo oye en el recibidor y empieza a gritar.
¿Es ese mi querido rey de las artes?
Está tan delgada que parece que se le romperá el brazo si levanta la taza de té. Pero su espíritu es un huracán cuando él entra en la sala, le dice que lleva el pelo demasiado largo, que tiene la camisa manchada, ¿qué has estado haciendo, te has tirado la comida por encima?, mírate esos pantalones, ¿no tienes botas?, mira tu pobre pecho hundido con esa espantosa camisa manchada, ¿quién demonios te crees que eres, Dick? ¿Pericles de Tiro?
Pericles del Retiro, dice él. Así me siento, para el arrastre, después de haber atravesado diez kilómetros de ventisca para hablar de buen gobierno contigo.
Conque tú estás para el arrastre, llorica embustero. Soy yo la agonizante, dice ella. Quítate esos zapatos mojados.
Tú nunca morirás, Paddy.
Claro que sí, dice ella.
Claro que no, dice él.
Madura, esto no es una comedia, dice Paddy. Todos moriremos, creer lo contrario es una fantasía moderna y patológica, no caigas en eso. Y ahora me ha tocado a mí, no a ti, estar en el barco que naufraga, así que aparta.
Todos estamos en el mismo barco, Pad, dice Richard.
Deja de hurtarme mi tragedia, dice ella. Pon los zapatos encima del radiador. Quítate los calcetines y déjalos también sobre el radiador. Dermot, trae una toalla y pon agua a hervir.
El barco del mundo progresista, dice él. Nos creímos sus eternos navegantes, rumbo al horizonte en el atardecer.
Todo ha cambiado. Ha cambiado profundamente, dice ella. ¿Qué tal pinta el barco del nuevo orden mundial?
Él ríe.
Pinta como un barco de videojuego, dice él. Digitalmente diseñado para ser torpedeado.
La inventiva humana, dice Paddy. Hay que aplaudir que encuentre nuevas formas interesantes de disfrutar con la destrucción. ¿Cómo te va, aparte del fin de la democracia liberal capitalista? O sea, me alegro de verte, pero ¿qué quieres?
Él le da la noticia: acaba de saber que le han asignado lo último de Martin Terp.
¿Terp? Santo cielo, dice ella.
Lo sé, dice Richard.
Que Dios te ayude, porque esa es la clase de ayuda que vas a necesitar, dice Paddy. ¿Asignado qué? ¿Para hacer qué?
Richard le habla de la novela sobre dos escritores que coinciden casualmente en el mismo pueblo suizo en 1922, aunque no llegan a conocerse.
¿Katherine Mansfield?, dice ella. ¿De veras? ¿Estás seguro?
Ese es el nombre, dice Richard.
¿Fue vecina de Rilke?, dice Paddy. ¿Es verdad?
La página de agradecimientos al final de la novela asegura que sí, dice él.
¿Qué clase de novela? ¿Quién la ha escrito?
Literaria, dice Richard. Segunda novela de una tal Nella algo, o Bella. Mucho lenguaje. Poca acción.
¿Y le han dado un proyecto así el torpe de Terp?, dice Paddy.
Es un éxito de ventas. Ha estado nominada a un montón de premios.
Estoy muy desconectada de todo eso, dice ella. ¿Es buena?
Según la propaganda de la contracubierta es un idilio de paz y tranquilidad, un regalo del pasado que te distrae, subyuga y te abstrae de la era del Brexit y demás, dice él. A mí me ha gustado. Dos escritores que llevan una vida tranquila se cruzan a veces en el pasillo de un hotel. Una va a concluir la obra de su vida, aunque no lo sabe. Está enferma. Para escapar de las discusiones con su marido, que vive más arriba, en las montañas, se muda a ese hotel con su amiga, un personaje bastante anodino. El otro escritor, ¿cómo pronuncias su nombre?
Rilke, dice Paddy.
Ese mismo año acaba de terminar la obra de su vida y se siente agotado, dice Richard. Está reformando la torre donde vive y se ha trasladado carretera abajo, al mismo hotel, hasta que acaben las obras. Después deja el hotel y vuelve a su casa cuando ella llega acompañada de su amiga, que lleva todo el equipaje a cuestas como una bestia de carga. Pero a Rilke le gusta la comida del hotel, por lo que muchas noches baja andando para cenar allí. Es una estación de esquí y en verano está todo vacío, tanto el pueblo como el hotel, por lo que a veces los dos escritores acaban sentados a escasa distancia en el mismo comedor. En ocasiones se cruzan en los jardines y la novela habla bastante de las montañas que se alzan imponentes y ellos allí abajo, etc., ya sabes, viviendo su vida con la majestuosidad de los Alpes como telón de fondo.
¿Y qué pasa?, dice Paddy.
Acabo de contarte todo el argumento, dice él.
Hum, dice Paddy.
Pasa esa estación y nunca se conocen, dice Richard. Caballos, sombreros cloche, chalequitos, hierba alta, flores, prados con vacas, vacas con cencerros al cuello. Drama de época.
Paddy niega con la cabeza.
Pero Terp, dice. Desastre. ¿Puedes escaquearte del proyecto?
Richard se estira el puño de la camisa para que ella vea dónde está raído. Luego estira el puño de la otra manga, tan raído como el primero.
¿Has visto algo del guion?, dice ella.
Sí, dice él.
¿Salen terroristas?, dice Paddy.
Los dos se echan a reír. El año pasado vieron juntos en iPlayer la serie National Trust, el último drama de Martin Terp, que recibió críticas entusiastas en todos los medios: cinco episodios frenéticos llenos de explosiones en los que la policía y operativos de espionaje se enfrentan a un grupo de mujeres terroristas islamistas atrincheradas con varios chalecos explosivos en una mansión del norte de Inglaterra, cuyos rehenes son un guía novato de Historic England y varios de sus clientes.
He venido a decirte, Paddy, que hay cosas peores que los terroristas, dice Richard.
Le cuenta que Martin Terp ya le ha pasado el borrador de un par de escenas de sexo que han entusiasmado a los responsables de la cadena televisiva británica que encargó la adaptación y a los de la gigantesca empresa online que financia gran parte del proyecto.
¿Escenas de sexo?, dice Paddy.
Richard asiente.
¿Entre Katherine Mansfield y Rainer Maria Rilke?, dice ella. En… ¿qué has dicho, ١٩٢٢?
En la torre de Rilke, en la habitación de Mansfield, en otras camas del hotel incluida la de la amiga de Mansfield, también hay alguna escena lésbica y —espera, no he terminado— en la pequeña gruta de los jardines del hotel donde toca la orquesta de cuerda, en el pasillo del hotel envueltos en una cortina detrás de una planta con su correspondiente maceta y en la sala de billar, donde las bolas salen disparadas. Una jodienda, dice Richard.
Paddy suelta una carcajada.
No me río de eso, dice. No es gracioso, sino simplemente imposible. Para empezar, en 1922 Mansfield ya estaba en una fase muy avanzada de su tuberculosis. Moriría a inicios de 1923.
Lo sé, dice Richard. La tuberculosis de Mansfield ya hace que empiece a dolerme aquí.
Coge la mano demasiado delgada de Paddy y se la lleva al pecho. Ella le sonríe, enarca una ceja.
Esto promete, Doubledick.
Somatiza y profetiza. Desde que empezaron a trabajar juntos, desde que durante las seis semanas de rodaje de Mar de conflictos la tez de Richard adquirió una tonalidad que Paddy denominó verde irlandés y diagnosticó como mal de mar, su teoría ha sido que si Richard somatiza lo que está filmando es un buen augurio y el resultado será magnífico.
Él sonríe, le suelta la mano.
No puedo hacer nada bueno sin ti, le dice.
Lo refutaría pero no puedo, sobre todo desde que me has dicho que Terp es mi nuevo yo. Y no me cabrees más aún. Lo que daría por hacer este proyecto contigo. Katherine Mansfield. Dios, un guion sobre Katherine Mansfield. Y Rilke. Colosos de la literatura, Mansfield y Rilke, en el mismo momento y en el mismo lugar. Increíble.
Increíble si te importa, dice Richard.
Ah, me importa muchísimo, dice ella. Mansfield escribió sus mejores relatos en Suiza. Y él estaba a punto de terminar las Elegías y escribir los Sonetos a Orfeo. Dos genios que descienden a las tinieblas para encontrar formas de hablar sobre la vida y la muerte. Recreadores fundamentales de las formas literarias. Allí, en el mismo espacio y al mismo tiempo. Solo de pensarlo… Es alucinante. Si es verdad, Dick. En serio.
Te creo, dice él.
Ella mueve la cabeza.
Rilke, dice. Y Mansfield.
Ahora Richard recuerda; de pronto cae en la cuenta. Katherine Mansfield es una de las muchas escritoras de las que Paddy le ha hablado, una autora de la que lleva décadas hablándole sin que él le haya prestado atención ni haya leído nada de ella.
Y entonces él le dice lo primero que le viene a la cabeza, que siempre se había imaginado a la Mansfield de quien ella le hablaba como muy victoriana, una solterona flaca, recatada e inocente.
¡Recatada e inocente!, dice Paddy. ¡Mansfield!
Suelta una risotada.
Katherine Mansfield Park, dice.
Richard también se ríe, aunque no ha captado la broma.
Era una aventurera, en todos los sentidos de la palabra, dice Paddy. Una aventurera sexual, estética y social. Una auténtica viajera del mundo. Vivió muchas clases de amor, fue muy atrevida para su época. Era audaz. Se quedó embarazada a saber cuántas veces, siempre de la persona equivocada; se casó con prácticamente un desconocido para que su hijo de otro hombre fuese legítimo y luego sufrió un aborto espontáneo. ¿Está eso en el libro?
No, dice Richard. No hay nada de eso.
En la Primera Guerra Mundial fue al frente para pasar la noche con un amante francés que luchaba allí. Le mostró a los oficiales la postal que su «tía» le había mandado diciéndole que por favor la visitara con urgencia. La había enviado su amante francés. Firmaba Marguerite Bombard. ¡Bombardeo de margaritas! Escandalizó a todos los que se creían revolucionarios sociales. Los hacía quedar como unos provincianos: Woolf, Bell, el grupo de Bloomsbury. La consideraban una salvaje de Nueva Zelanda, una muchachita llegada de las colonias. Ah, fue toda una pionera.
Paddy vuelve a negar con la cabeza.
Pero en el año 1922 le costaba soportar el simple peso de una sábana. Y ya no hablemos del sexo. En 1922, por lo que sé, estaba tan débil que apenas podía andar del carruaje a la puerta de un hotel. Y los hoteles no veían con buenos ojos a los tísicos, no permitían que se alojase una chica con tos. Aunque quizá en Suiza fuese distinto, pues la tuberculosis era un negocio turístico.
¿Un negocio turístico?, dice Richard.
Por su aire puro, dice ella.
¿Cómo es que lo sabes todo, Paddy?
Por favor, dice Paddy. No me lo reproches. Soy una especie en extinción, algo que todos consideran ya irrelevante. Libros. Conocimiento. Años de lectura. ¿Y qué significa todo eso? Que sé muchas cosas.
Y por eso estoy aquí, dice él.
Ya me lo imaginaba, dice ella.
Paddy se apoya en la mesa y aparta un poco su silla. Se sujeta al borde de la mesa para ponerse en pie. Tarda un poco, porque levantarse la marea. Ve que Richard se tensa y hace ademán de ayudarla.
No, le dice.
Mira el pasillo, cubierto de estanterías llenas de libros.
Creo que lo que tenía de Rilke ya hace tiempo que se fue al cielo, a la tienda de segunda mano de Amnistía. Fue un hombre preciosamente muerto mucho antes de morir. Mira esta copa de rosas, dijo, y olvida todas las distracciones del denominado mundo real. Pero los ángeles y las rosas tienen un límite, y lo de la muerte-como-medio-de-expresión-ven-a-mí-y-yo-vendré-a-ti-y-juntos-conquistaremos-la-muerte-muriendo también tiene un límite para una mujer. Sobre todo para una mujer moribunda. Pero estoy siendo injusta.
Se dirige con dificultad al pasillo. Se apoya en la pared, después en los mismos libros y avanza por los estantes hasta llegar a la letra del alfabeto que busca.
No, nada de Rilke, dice. Ya te he dicho que estaba siendo injusta. Pero tengo Mansfield de sobra.
Saca un libro, lo abre, lo apoya en otros libros y hojea sus páginas. Después lo cierra y se lo guarda bajo el brazo. Selecciona un par de libros más. En este momento aún le quedan fuerzas para cruzar la habitación cargada con un par de libros de tapa dura. Los deja en la mesa, ante él. Richard lee de un libro abierto al azar.
Arrecia una tormenta mientras escribo esta carta anodina. El sonido es tan espléndido que quisiera estar fuera, con ella.
Ah, dice él.
Paddy sonríe. Luego señala con un dedo huesudo la fecha que aparece en lo alto de la página abierta, 1922. Vuelve a su silla y se sienta con cuidado.
Un año muy útil para ti, dice. En 1922, algo así como una quinta parte de la población mundial pertenecía al…
Arquea una ceja, espera la respuesta de Richard. Él no habla. No tiene ni idea de lo que se supone que debe decir.
Imperio británico, dice ella. Y si echamos un vistazo al mundo, ¿no es también entonces cuando Mussolini empieza a consolidarse? ¿Aparece algo de eso en la novela?
Ya me conoces, a lo mejor lo he pasado por alto, dice él. No soy el lector más atento del mundo.
Y, más cerca de aquí, en ١٩٢٢ matan a Michael Collins, dice Paddy.
Por supuesto, dice Richard, mientras intenta recordar quién era Michael Collins.
Piénsalo, dice ella. Irlanda está que arde. Nueva unión reciente. Nueva frontera reciente. Nuevos disturbios civiles de siempre. Y no me digas que esa combinación de reciente y lo de siempre no vuelve a ser relevante en la actualidad.
Paddy cierra los ojos.
Quizá también puedes recordarle a Terp lo de Wilson, dice ella. Eso le gustará, un asesinato más. Me refiero a Henry Wilson, ¿sabes quién era?
Hum, dice Richard.
Miembro de la brigada ligera, comandante en la guerra bóer, jefe del Estado Mayor Imperial en la Primera Guerra Mundial, unionista empedernido, cuando los republicanos lo mataron delante de su casa se añadió pólvora a la mecha ya encendida de la guerra civil irlandesa. Pero tú ya sabías todo eso, ¿verdad? ¿Qué más? (Paddy está embalada, no hay quien la pare.) 1922. El año en que todo lo que existía en literatura se rompió. En pedazos. En la playa de Margate.
Por supuesto, dice Richard, sin entender.
