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En el presente, Sacha sabe que el mundo está en problemas. Su hermano Robert simplemente es un problema. Su madre y su padre están teniendo problemas. Mientras tanto, el mundo está colapsando, y la verdadera debacle aún no ha comenzado. En el pasado, un hermoso verano. Un hermano y una hermana diferentes saben que están viviendo en un tiempo prestado. Esta es una historia sobre personas al borde del cambio. Son familia, pero creen que son extraños. Entonces, ¿por dónde empieza la familia? ¿Y qué tienen en común las personas que piensan que no tienen nada en común?
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Seitenzahl: 421
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Ali Smith
VERANO
CUARTETO ESTACIONAL IV
para mis hermanas
Maree Morrison
Anne MacLeod
mis amigos
Paul Bailey
Bridget Hannigan
para recordar
a mi amiga
Sarah Daniel
y para
mi amiga del alma
Sarah Wood
Era una noche de verano y en la
amplia estancia con ventanas que daban
al jardín hablaban del pozo negro.
Virginia Woolf
¡Que Dios reverdezca mi memoria!
Charles Dickens
Por muy vasta que sea la oscuridad
debemos aportar nuestra propia luz.
Stanley Kubrick
Pensé en esa persona,
él o ella, como llevándome a un país
lejano elevado soleado donde supe que ser feliz
solo era un momento, una frágil llama en la hoguera
que no obstante reducía a cenizas toda la tristeza
si pudiera, un tamiz de escoria como aquella por la que lloramos
mientras los féretros se hunden con espantosa indiferencia
en el fragor, en el humo, en la luz, en casi nada.
Esa casi nada que celebro y escribo.
Edwin Morgan
¡Oh, siento su calor!
William Shakespeare
Todo el mundo dijo: ¿y?
Como en ¿y qué?Como en encogerse de hombros, o ¿y qué esperas que haga al respecto?, o me importa una mierda, o lo apruebo, me parece bien.
Vale, no lo dijo todo el mundo. Hablo coloquialmente, en plan frase hecha, como en todo el mundo hace esto o aquello. Lo que quiero decir es que entonces, en aquella época en concreto, ese tono despectivo fue un claro indicador, una especie de tintura de tornasol. En aquel entonces se puso de moda actuar como si nada importara. También se puso de moda insistir en que aquellos a quienes les importaba, o que decían que les importaba, eran unos pringados, o que solo pretendían quedar bien.
Es como si hubiese pasado hace una eternidad.
Pero no; solo hace unos meses que empezaron a arrestar o a amenazar con la deportación a personas que habían vivido toda su vida o gran parte de su vida en este país: ¿y?
Que un Gobierno cerró su propio Parlamento porque no podía conseguir el resultado que quería: ¿y?
Que muchas personas votaron a políticos que les mentían descaradamente: ¿y?
Que un continente ardía y otro se derretía: ¿y?
Que los poderosos de todo el mundo empezaron a excluir a personas por su religión, su etnia, su sexualidad o su oposición intelectual o política: ¿y?
Pero no. Es verdad. No todo el mundo lo dijo.
Ni por asomo.
Millones de personas no lo dijeron.
Millones y millones, en todo el país y en todo el mundo, vieron las mentiras, vieron cómo se maltrataba a las personas y al planeta, y lo expresaron en manifestaciones, en protestas, escribiendo, votando, hablando, mediante el activismo, en la radio, en la televisión, en las redes sociales, tuit tras tuit, página tras página.
Y las personas que conocían el poder de ese ¿y? respondieron en la radio, en la televisión, en las redes sociales, tuit tras tuit, página tras página: ¿y?
A lo que voy es que podría pasarme la vida entera enumerando, y hablando, y demostrando con citas y gráficos y ejemplos y estadísticas lo que la historia prueba claramente que ocurre si nos mostramos indiferentes y cuáles son las consecuencias del fomento político de la indiferencia, algo que quienquiera que desee refutarlo rechazará al momento con un contundente e incisivo
¿y?
Y.
En cambio he aquí algo que vi una vez.
Es una imagen de una película filmada en el Reino Unido hará unos setenta años, poco después del fin de la Segunda Guerra Mundial.
La rodó en Londres una joven artista que había llegado a la ciudad desde Italia cuando Londres era uno de tantos sitios que en aquella época, hace una eternidad, estaban en proceso de reconstrucción, después de que decenas de millones de personas de todas las edades de todo el mundo hubiesen muerto antes de lo debido.
Es la imagen de un hombre que lleva dos maletas.
Es un hombre delgado, joven, uno de esos hombres distraídos e inseguros, elegante con su sombrero y su americana, de pies ligeros pero también abrumado; es evidente que algo le pesaría aunque no llevase dos maletas. Serio, flaco, ensimismado, concentrado, aparece recortado en el cielo porque hace equilibrios en una estrecha cornisa de ladrillo en lo alto de un edificio, avanza bailando una danza alegre y frenética con los destrozados edificios londinenses al fondo; no: en realidad esos tejados están debajo de él.
¿Cómo puede ir tan rápido sin caerse por el borde del edificio?
¿Cómo puede bailar de una forma tan desenfrenada y también grácil, tan apremiante y despreocupada a un tiempo?
¿Cómo puede columpiar esas maletas en el aire y seguir manteniendo el equilibrio? ¿Cómo puede moverse tan deprisa al borde del vacío?
¿Por qué lo arriesga todo?
No tendría sentido mostraros un fotograma o una fotografía. Se trata de una imagen en movimiento.
Durante varios segundos interpreta una danza alocada y alegre en la cuerda floja, en lo alto de la ciudad, avanzando apresuradamente por la sinuosa senda de una cornisa que tiene la anchura de un único ladrillo.
Y:
