Un perverso encanto - Candace Camp - E-Book

Un perverso encanto E-Book

Candace Camp

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Beschreibung

Ella es demasiado puritana, a él le gusta transgredir las normas sociales, pero tendrán que trabajar juntos para vencer aquella fuerza oscura… A Lilah Holcutt le disgustó Constantine Moreland desde el primer momento en que lo vio. Tal vez fuera guapo, pero también frívolo, brusco, impulsivo y, lo peor de todo, un libertino. Pero, cuando el hermano gemelo de Con se casó con la mejor amiga de Lilah, ella empezó a verlo más de lo que le habría gustado. Y, cuando las hermanas de Con sufrieron un misterioso secuestro, la propia curiosidad y terquedad de Lilah terminaron por imponerse, de manera que se encontró comprometida a fondo con la investigación de Con. Con sabía que Lilah lo odiaba. Solo le habría gustado que no hubiera sido tan terriblemente hermosa, para no verse así tan atraído por ella. Sobre todo desde que empezaron a trabajar juntos en la resolución del secuestro, una aventura que los llevó al singular hogar de la infancia de Lilah, Barrow House, situado en una antigua zona de pantanos y con un fantasmal jardín laberinto. Cuanto más se conocían Lilah y Con, más convencidos se mostraban de que las respuestas yacían profundamente enterradas en Barrow House: respuestas a un misterio más oscuro de lo que cualquiera de ellos habría podido sospechar jamás. "Candace Camp es una reconocida escritora capaz de llegar al corazón de sus lectores una y otra vez". RT Book Reviews "Camp nos traslada a la época perfectamente y nos involucra en la historia haciendo que nos encariñemos con unos personajes muy bien construidos". RT Book Reviews "Nadie como Candace Camp sabe describir escenas de tensión sexual". Romance Reader website "Camp está en la cima de su carrera".Publishers Weekly

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2018 Candace Camp

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un perverso encanto, n.º 255 - octubre 2019

Título original: His Wicked Charm

Publicada originalmente por HQN™ Books

Traducido por Fernando Hernández Holgado

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, TOP NOVEL y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-315-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Capítulo 42

Capítulo 43

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

1892

 

La puerta se abrió. La sala se hallaba envuelta en una oscuridad rota únicamente por un rayo de luz de luna. Con no tenía razón alguna para sentir miedo, y sin embargo una especie de terror sin nombre, sin cara, le heló las venas. Pese a ello, entró. Porque el miedo que sentía en su interior era aún peor.

Las paredes de la estancia eran curvas, y por todas partes, allá donde posaba la mirada, había relojes: de pie, colgados, dispersos por mesas, alineados dentro de pequeños armarios. Sus manecillas de bronce despedían destellos a la débil luz reinante. Con siguió avanzando, con el corazón acelerado, y se detuvo ante una estrecha mesa. Los estantes escalonados estaban forrados de terciopelo, y sobre ellos descansaban no ya relojes, sino brújulas, con sus agujas apuntando a la vez hacia la ventana. Al volverse, descubrió más brújulas en los armarios y colgados en las paredes entre los relojes.

Era demasiado tarde. Lo sabía con una absoluta certidumbre que le cerró la garganta: fracasaría. Intentó correr hacia la ventana, pero no podía moverse. Las agujas de las brújulas empezaron a girar rápidamente. Corriendo, jadeando, intentó llegar hasta ella, sabiendo que nunca la alcanzaría a tiempo. Alguien chilló.

Con abrió los ojos de golpe y se incorporó rápidamente en la cama. Respiraba a jadeos, le atronaba el pulso, cerró con tanta fuerza los puños que se clavó las uñas en las palmas. Un sudor frío bañaba su piel.

Una pesadilla.

Miró a su alrededor. Estaba en su propia cama, en su propia habitación. Solo había sido una pesadilla.

Al otro lado de la puerta que se abría a su salón contiguo, podía ver a Wellie en su jaula, mirándolo con sus brillantes ojos negros. El chillido que oyó debía de haber sido el graznido del loro.

—Wellie. Bonito pajarito —graznó en ese momento el pájaro.

—Sí. Pajarito lindo —la voz de Con sonaba casi tan roca como la de Wellington. Se recostó en su almohada, cerrando los ojos. No había sido más que una pesadilla, y además muy fácil de explicar: aquel día era el de la boda de Alex. Le preocupaba la posibilidad de quedarse dormido y faltar a sus obligaciones. El problema era que llevaba ya semanas teniendo exactamente aquella misma pesadilla.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Cuando Con volvió a despertarse, una rayo de sol penetraba por una rendija entre las cortinajes yendo a incidir directamente contra sus ojos. Por segunda vez, se despertó sobresaltado. Que el cielo lo ayudara. Finalmente, se había quedado dormido. Saltó rápidamente de la cama y empezó a afeitarse.

Wellington llamó a Con por su nombre y voló hasta el dormitorio, para ocupar su posición favorita sobre el cabecero de su cama.

—Pájaro desgraciado… ¡Te pones a chillar como un hada llorona en mitad de la noche y luego no me despiertas a la hora!

Wellie emitió un sonido que sonó desagradablemente a risa humana. Con no pudo menos que sonreírse y se palmeó un hombro para que el loro se posara sobre él. Le acarició el lomo con un dedo.

—Solo estamos tú y yo, chico —susurró—. Alex tiene mejores cosas que hacer.

No por primera vez, sintió una extraña punzada en el pecho. Con no podía alegrarse más por su hermano gemelo. Sabrina era perfecta para Alex y lo amaba con locura. Alex no cabía de contento ante la inminente boda. No había nada en el mundo que Con anhelara más que la felicidad de su hermano. Y sin embargo… no podía evitar sentirse como si estuviera a punto de perder una parte vital de sí mismo.

Con un suspiro de disgusto por aquella actitud suya tan egoísta, Con hizo a Wellie a un lado y subió al piso superior. Encontró a Alex sentado en el comedor, mirando por la ventana: afeitado, vestido y preparado para salir ocho horas antes de que empezara la ceremonia.

—¿Anhelante o aterrado? ——le preguntó Con.

—Un poco de ambas cosas —suspiró Alex—. Gracias a Dios que por fin te has levantado.

—¿Por qué no me despertaste? —quiso saber Con, acercándose al aparador para servirse el desayuno.

—Porque eran las cuatro de la mañana. Wellie me despertó con sus chillidos y ya no pude volver a dormirme. Pensé que no te gustaría que te despertase tan pronto.

—¿Dónde está todo el mundo?

—Las mujeres han ido a casa de Kyria para ayudar con los preparativos de última hora. Aunque dudo que cualquiera de ellas tenga alguna idea de cómo se monta una fiesta.

—Ummm. Quizá Thisbe tenga alguna fórmula para ello.

Alex sonrió.

—O quizá Megan y Olivia hayan investigado sobre el tema…

—Estoy seguro de que nuestra madre disfrutará intentando convencer al servicio de que se declare en huelga —comentó Con, volviendo a la mesa.

Alex tomó asiento frente a él.

—No me gusta que Wellie suelte esos gritos en plena noche. No puedo menos que preguntarme por lo que le pone tan nervioso. Con… ¿has vuelto a tener esa pesadilla?

—Sí. Pero no es importante.

Alex gruñó por lo bajo.

—Ciertamente, no parece haber afectado a tu apetito.

—No suelo perderlo con nada —Con señaló la mesa—. ¿Qué me dices de ti? ¿Has comido algo?

—He tomado una taza de café.

—Sin duda eso tranquilizará tus nervios —repuso, irónico.

Alex puso los ojos en blanco y tomó una tostada.

—No conseguirás distraerme del asunto de tu pesadilla.

—Ya lo sé. Pero no hay nada nuevo que contarte. Es el mismo sueño que he tenido ya cuatro veces antes. Estoy en una extraña estancia redonda. Hay relojes y brújulas por todas partes. Y experimento una sensación de miedo absoluto —se interrumpió—. Quizá más pánico que miedo. La sensación es la de no llegar a tiempo. Como si me preocupara no llegar a la joyería a tiempo de recoger el anillo. No poder reunir a la familia a tiempo. Llegar tarde a la iglesia. Esas cosas.

—Jamás en toda mi vida te he visto preocupado por llegar tarde a algo —declaró Alex, rotundo.

—Bueno, tampoco tú te has casado nunca, ¿no? —Con se encogió de hombros—. Hablando de llegar tarde, ¿qué diablos estás haciendo vestido con tu traje de boda tan temprano? Para cuando llegue el momento de la ceremonia, lo tendrás todo arrugado y manchado.

—Lo sé. Ya me cambiaré. Es solo que… no sabía qué otra cosa hacer —suspiró Alex—. Este va a ser el día más largo de mi vida.

—¿Por qué estás tan nervioso? Llevabas semanas anhelando este día. Espero que no te estés arrepintiendo…

—Dios, no, no es nada de eso. Pero no puedo librarme del temor de que algo no termine funcionando como es debido. De que Sabrina decida cancelar la boda a última hora.

—Esa mujer está loca por ti. Cualquiera puede verlo.

—Esta mañana me desperté pensando: ¿y si los Dearborn vuelven a secuestrarla?

—Qué idiotez. Ella está en casa de Kyria, con toda su gente para protegerla.

—Lo sé. Por no hablar de su amiga la señorita Holcutt.

—Por supuesto. Puedo garantizarte que la señorita Holcutt sería perfectamente capaz de ahuyentar a cualquier individuo con aviesas intenciones.

Alex sonrió.

—Eres extraordinariamente duro con Lilah.

—Es extraordinariamente fácil ser duro con Lilah —replicó Con.

—Yo creo más bien que la razón es que te gusta bastante —el desdeñoso resoplido de su hermano gemelo no sirvió más que para ampliar su sonrisa—. Por no hablar de que es la única mujer que ha rechazado tus insinuaciones.

—Eso no es cierto.

—¿Ah, no? ¿Qué otra muchacha te ha dicho que no cuando le has propuesto un paseo por los jardines? Es más, ¿qué otra muchacha ha respondido con una negativa a cualquier propuesta tuya? A excepción de nuestras hermanas, claro.

—Docenas, te lo puedo asegurar —Con se interrumpió—. Bueno, unas pocas. Pero mi presencia no es universalmente aprobada, ya lo sabes. Eres tú el partido perfecto.

—Lo que no soy, desde luego, es un bribón seductor.

—¿Perdón? Por supuesto que soy seductor, pero en absoluto un bribón.

Alex se echó a reír y estiró una mano para robar una salchicha del plato de su hermano.

—De hecho, me sorprende que no estés pretendiendo a Lilah. Yo pensaba que constituiría un estimulante desafío para ti.

—Quizá yo también llegara a pensarlo —los labios de Con se curvaron en una leve sonrisa—, si no fuera la mejor amiga de tu futura esposa. Eso complica un poco las cosas.

—No necesariamente. No si los dos sois tal para cual.

Con soltó otro resoplido.

—¿Qué es lo que os pasa a los solteros redimidos que siempre estáis queriendo arrastrarnos al resto con vosotros?

Alex ignoró su lastimera pregunta.

—La señorita Holcutt es una mujer bastante atractiva.

Con pensó en su cabello rubio claro, de un indescriptible color entre dorado y rojizo. En su piel nacarada. En su alto y esbelto cuerpo escondido bajo sus discretos vestidos. «Bastante atractiva» era una expresión demasiado pobre para Lilah.

—Ese es el problema. Lilah Holcutt es de la clase de mujeres difíciles de perseguir a las que, una vez que las cazas, ya ni recuerdas por qué habías decidido hacerlo. Es puritana, pagada de sí misma, hipercrítica y además carece de humor alguno. Haría desgraciado a cualquier hombre. Además de que ha dejado bastante claro que me detesta.

Alex se cruzó de brazos, mirándolo pensativo. Con agradeció entonces la interrupción de su madre, que entró en aquel momento en la estancia.

—Alex. Queridos…

Ambos se levantaron.

—Madre. Creía que habías ido a casa de Kyria.

—No, querido, allí sería de poca utilidad. Como las demás, por supuesto. Kyria y la señorita Holcutt podrían fácilmente ocuparse de todo ellas solas, pero es bonito que las mujeres pasen un rato juntas. Yo no pienso pasar el día de tu boda lejos de ti —acunó el rostro de Alex entre sus manos. Le brillaban los ojos por las lágrimas—. Todavía no me puedo creer que vayas a casarte… Me parece que fue ayer cuando estabas todavía en pañales…

—No soy el primero de tus hijos que se casa —protestó Alex.

—Lo sé. Pero, en aquellas ocasiones, yo seguía teniendo a mis bebés…. Ahora es mi bebé el que se casa.

—Tienes a Con.

La duquesa sonrió a su otro hijo.

—Sí, pero no pasará mucho tiempo antes de que te cases tú también, Con.

—Tonterías. Me tendrás a tu lado para seguir molestándote durante años —bromeó—. No soy carne de matrimonio.

Emmeline Moreland soltó una risita.

—Vaya, ¿dónde he oído eso antes? —le dio unas palmaditas en la mejilla—. Y tú nunca has sido una molestia para mí. Ninguno de los dos.

—Madre, ¿cómo podría casarme yo? —rio Con—. Nunca encontraré a una mujer que pueda compararse contigo.

Horas después, Con esperaba junto a su hermano mientras la novia de Alex desfilaba lentamente hacia el altar del brazo del tío Bellard. No sabía muy bien si Bellard la sostenía a ella o si era Sabrina la que ayudaba a caminar a su tímido y diminuto tío abuelo. Bellard se había mostrado encantado cuando Sabrina, que carecía de parientes propios, le pidió que la acompañase, pero aquella tarde el anciano se había mostrado un tanto titubeante, y bastante más pálido que el propio novio.

Alex, cosa extraña, perdió su nerviosismo en el preciso instante en que vio a la novia. De cabello negro y ojos azules, tez cremosa y encantadora sonrisa, Sabrina era una auténtica beldad, y Alex se encontró con que no podía apartar la mirada de ella.

Con desvió la vista hacia la dama de honor de Sabrina. Lilah Holcutt era alta y esbelta, y, cuando sonreía, sus labios se curvaban en una sonrisa sesgada que siempre conseguía electrizarlo. Resultaba una suerte para él, suponía, que no fuera proclive a sonreír demasiado… al menos en su presencia. A lo que sí era proclive era a lanzarle aquella mirada. Una mirada que venía a decirle que lo encontraba irremediablemente estúpido. Lo cual, extrañamente, también conseguía electrizarlo.

Ese día estaba especialmente atractiva. Sus rasgos eran demasiado perfectos, su figura demasiado tentadora, demasiado fascinante el color de su cabello. Pero ese día tenía algo distinto. Con sospechaba que su hermana Kyria tenía algo que ver en ello. Esa vez Lilah no llevaba su cabello rojo dorado recogido en su habitual moño apretado, de un estilo casi severo. Como tampoco el discreto vestido azul oscuro que generalmente lucía.

En esa ocasión llevaba un vestido de un azul claro que acentuaba el color de sus ojos, con un escote redondo y mangas de fino encaje que dejaban buena parte de sus brazos al descubierto. Unos brazos preciosos, por cierto. Y su pelo, con aquella luminosa mezcla de rojo y oro que Con no había visto nunca antes, recogido holgadamente con un pequeño tirabuzón a cada lado, junto a la oreja, que cualquier hombre se habría muerto de ganas de acariciar.

La mirada de Lilah había estado posada tanto en el novio como en la novia, pero en aquel momento recayó sobre Con. Él le hizo un guiño amable, y ella frunció el ceño. Obviamente, había vuelto a ganarse su desaprobación. Con Lilah, eso siempre resultaba fácil. Una de las muchas razones por las que era prudente evitarla.

Pero la prudencia nunca había guiado las acciones de Con.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

La fiesta que siguió a la ceremonia se celebró en la casa de Kyria. El toque de la anfitriona resultaba obvio. Grandes gasas de blanco satén y celajes plateados adornaban artísticamente el salón de baile, refulgiendo a la cálida luz de las lámparas de pared. El perfume de cientos de rosas blancas creaba un delicioso ambiente romántico. En el jardín, diminutos farolillos flanqueaban los senderos y colgaban de ramas de árboles y arbustos.

Una pequeña orquesta empezó a tocar en un extremo de la estancia. El salón estaba aún vacío cuando Alex abrió el baile con Sabrina: su primer baile como pareja casada. Lilah observaba la escena junto a los demás.

Sabrina miraba a su marido con tanto amor que Lilah no pudo evitar sentir una especie de opresión en el pecho. Intentó imaginarse lo que sería querer a una persona tanto como para que su rostro se iluminara de pura emoción. Le costaba imaginárselo, la verdad. No carecía de pretendientes, por supuesto, muchos altamente codiciados, pero jamás había experimentado siquiera un destello de aquella clase de sentimiento.

Y Alex estaba claramente igual de enamorado de Sabrina. Lilah lo había estado observando antes, mientras Sabrina avanzaba hacia el altar, y el amor había brillado en su rostro. Había mirado en aquel entonces también a Con, preguntándose por lo que sentiría en aquella ocasión. Debía de ser extraño perder a un hermano gemelo por una boda… Por muy irritante que le resultara Con, Lilah no había podido evitar sentir una punzada de compasión hacia él.

Pero luego Con le había lanzado aquella sonrisa jactanciosa suya al tiempo que le guiñaba un ojo. En medio de la boda. Típico de él. Ignoraba por qué se molestaba en sentir compasión hacia Con. Constantine Moreland nunca se tomaba en serio nada. Bueno, casi nunca: Lilah había visto la cara que puso dos meses atrás cuando Alex fue secuestrado, y su expresión había sido absolutamente amenazadora.

Cuando acabó el primer vals, otras parejas se reunieron en la pista de baile con los recién casados. Lilah miró a su alrededor, segura de poder ver a Con entre los bailarines. Se preguntó a quién habría escogido como pareja. Nunca había demostrado favorecer a muchacha particular alguna con sus atenciones. Incluso había bailado con ella en una ocasión.

Aunque nunca volvería a pedírselo, eso era seguro. El recuerdo la hizo ruborizarse. Con la consideraba una puritana por la manera en que reaccionó cuando le pidió que paseara por los jardines en su compañía después de aquel primer y último baile. Lilah sabía ahora que en aquel momento había pecado de impulsiva y de estúpida; por entonces hacía muy poco que se habría presentado en sociedad, y su inexperiencia había resultado evidente. No se trataba de que se hubiese equivocado. Un hombre no le pedía una muchacha que saliera a pasear en su compañía por los jardines a no ser que sus intenciones fueran poco virtuosas. Pero desde entonces había aprendido a rechazar a los hombres sin necesidad de propinarles una bofetada, que era justo lo que había hecho en aquel entonces.

Lilah miró ceñuda su mano enguantada, que no dejaba de juguetear nerviosa con los botones de su vestido. Por el rabillo del ojo vio a uno de los primos de Alex dirigiéndose hacia ella. Al parecer, le gustaba a Albert: durante todo el día la había estado siguiendo como un perrillo. Ella se las había arreglado para escabullirse cada vez, pero albergaba la sombría sospecha de que en esa ocasión no iba ser capaz de evitarlo. Después de haber bailado con Albert en la fiesta del compromiso de Sabrina, Lilah sabía que compartir la pista de baile con él no significaría solamente un buen rato de aburrimiento, sino también un serio peligro para los dedos de sus pies.

Esperando que él no se hubiera dado cuenta de que lo había visto, Lilah se dispuso a volverse. Justo en aquel momento, escuchó una voz a sus espaldas:

—Señorita Holcutt, ¿me concedería este baile?

—¡Con! —se giró en redondo—. Oh, gracias a Dios.

Distinguió un brillo de diversión en sus ojos verdes.

—Qué reacción tan inesperadamente entusiasta… Me atrevería a decir que acaba de ver al primo Albert dirigiéndose hacia usted.

Lilah aceptó su brazo y Con la llevó hasta la pista de baile, para atraerla en seguida hacia sí y sumarse a los otros bailarines. Se había olvidado de lo que era bailar con él. Sus pasos rápidos y ligeros. Su mano firme sobre su cintura. Su excesiva cercanía, mayor de lo que resultaba apropiado. Era muy fácil seguir sus pasos, o la guía de su mano. Con era un experto bailarín. Una mujer solo tenía que dejarse llevar y confiar en él.

No podía dejar de sonreír. Era mejor no estimularlo, el hombre ya era demasiado pagado de sí mismo, y Lilah siempre estaba procurando no hacer nada que pudiera llamar la atención. Pero en aquel momento estaba disfrutando demasiado como para que aquello le importara.

Para cuando acabó la música, estaba ruborizada y sin aliento, electrizada de energía. Le habría gustado disfrutar de otro baile, pero, por supuesto, eso no podía ser. Hasta el propio Con lo sabía. Agitando su delicado abanico de marfil y encaje, intentó refrescar su acalorado rostro. Él la llevó al pie de los grandes ventanales abiertos de par en par, recogió dos copas de champán de la bandeja de un camarero y le entregó una.

Lilah rara vez tomaba vino de la clase que fuera, pero esa vez estaba demasiado sedienta como para no beber un buen trago. El líquido burbujeó en su boca, fresco y aromático, y le gustó tanto que se bebió el resto. Con arqueó las cejas.

—Cuidado, no vaya usted a achisparse —le quitó la copa vacía de la mano y la hizo a un lado.

—Descuide. Es que hace tanto calor aquí…

Con desvió la mirada hacia el balcón que daba a la terraza.

—¿Podría sugerirle que saliéramos a la terraza? Le aseguro que esta vez no intentaré atraerla hasta el jardín.

Lilah le lanzó una elocuente mirada y aceptó su brazo.

—Me pregunto por qué intentó hacerlo aquella primera vez, teniendo en cuenta que me tiene por una gran puritana.

Con rio por lo bajo y bebió un sorbo de champán.

—Soy, como usted tan oportunamente me señaló, demasiado impulsivo.

—No tengo respuesta para eso —pero Lilah se sentía demasiado cómoda en aquel momento como para ahondar en el tema. Su habitual disgusto hacia Con se había evaporado con el vals.

Pasearon todo a lo largo de la terraza, cruzándose con otra pareja que estaba haciendo lo mismo. Lilah alzó su ruborizado rostro al fresco aire de la noche. Por lo bajo empezó a tatarear la melodía del vals, presa de unas repentinas ganas de ponerse a bailar en la terraza. Se sonrió al pensar en la conmoción que produciría un acto así. Con se quedaría con la boca abierta. Tuvo que apretar los labios con fuerza para reprimir una carcajada.

Quizá no debería haberse bebido de golpe la copa de champán. Aquello no era propio de ella. O quizá había sido el baile, el vals que tanto había disfrutado en los brazos de Con Moreland. Eso también había sido impropio de su carácter. Más probablemente la razón debía de ser la propia compañía de Con: había algo en su persona que la incitaba a saltarse las reglas.

Con decía cosas inapropiadas que la hacían reír. Su sonrisa, sus guiños, aquel brillo en los ojos que asomaba justo antes de que dijera o hiciera algo escandaloso, y que incitaba a cualquiera a sumarse a su diversión. Era ciertamente tentador. Y peligroso.

Alzó la mirada hacia él, tan cerca en aquel momento que hasta podía sentir el calor de su cuerpo. Como si hubiera percibido su mirada, Con ladeó la cabeza. A espaldas de la luz procedente de los ventanales, su rostro estaba medio en sombras. Pero ni siquiera eso podía ocultar la belleza de sus rasgos. El mentón firme y la mandíbula cuadrada, la manera en que sus labios se curvaban levemente hacia arriba, como si estuvieran a punto de romperse en una sonrisa.

Resultaba extraño que, teniendo en cuenta lo mucho que se parecía a su hermano gemelo, Lilah nunca hubiera sentido la menor atracción hacia Alex. La primera vez que lo conoció, había sentido casi inmediatamente la diferencia con Constantine. No había experimentado la habitual chispa en los nervios, el nudo de tensión en el estómago. Con Alex siempre resultaba demasiado fácil hablar, mientras que con su hermano gemelo, sentía siempre la necesidad de estar en guardia.

Si no llevaba cuidado, bien podría perderse. Y Lilah era una mujer a la que le gustaba tener firmemente los pies plantados en el suelo. Aquella incertidumbre resultaba desconcertante. Alarmante incluso, teniendo en cuenta lo mucho que la excitaba a la vez. Seguro que no era así como deberían ser las cosas…

Llegaron hasta el final de la terraza y se detuvieron para contemplar el jardín que se extendía debajo. Delicados farolillos de papel iluminaban los senderos, pero allí, en lo alto de la terraza, dominaban las sombras. Con dejó su copa sobre la ancha balaustrada de piedra y se apoyó con naturalidad contra una columna, con la mirada clavada en ella y no en el paisaje.

A Lilah se le aceleró el pulso. Allí se encontraban a oscuras y aislados de los demás, apenas llegaba hasta ellos alguna que otra voz lejana. Evocó la otra ocasión en que había estado en aquella misma terraza con él, casi sin aliento debido a una volátil mezcla de excitación, angustia y la certidumbre de que su tía no habría aprobado aquello.

—Dígame usted, en serio —le pidió Lilah en un impulso—. Aquella noche, ¿por qué me pidió que le concediera un baile y sobre todo que saliéramos luego a dar un paseo por los jardines? Entiendo que lo haya hecho esta noche. Soy la amiga de su cuñada, y está usted obligado a ser cortés. ¿Pero por qué me pidió bailar en aquel entonces?

—¿Se ha mirado en un espejo? —replicó Con.

—¿Se quedó acaso arrebatado por mi belleza? —Lilah alzó una ceja con gesto escéptico—. Había decenas de jóvenes bonitas allí, y apostaría a que yo no encajo en el tipo de aquellas con las que suele usted bailar. Y mucho menos invitarlas a salir a la terraza con secretas motivaciones.

—Mis motivaciones no eran nada secretas. Yo pensaba que estaban bastante claras.

Lilah recordó entonces por qué lo encontraba tan irritante. Se volvió hacia otro lado, clavando la mirada en las flores y setos del jardín.

—¿Lo hizo quizá porque yo estaba recién presentada en sociedad? ¿Porque me consideraba lo bastante ingenua como para no darme cuenta de que podía estar arruinando mi reputación?

—¡No! —la voz de Con destiló tanto asombro como indignación—. No fue eso en absoluto. Yo no le pedí bailar porque pensara engañarla o tenderle trampa alguna. ¿Tan baja opinión tiene usted de mí?

Lilah se relajó, sorprendida del alivio que le produjo su indignada respuesta.

—No. Bueno, quizá sí que llegué a planteármelo un poco. Después —cuando él ya no volvió a acercarse a ella.

—Si se lo pedí fue porque deseaba bailar aquel vals con usted. La invité a salir a la terraza para poder pasar más tiempo en su compañía alejados del bullicio de la fiesta. Y le pedí que saliera conmigo a dar un paseo por los jardines porque… está bien, esperaba conseguir quizá la oportunidad de besarla. Pero no quería besarla porque la considerara una presa fácil.

—¿Ni tampoco para añadir otra muchacha a su colección?

—¡Mi colección! —se la quedó mirando boquiabierto—. ¿Por quién diantre me ha tomado? Yo no tengo ninguna colección. No soy un bribón que se dedica a seducir a jóvenes damas. Dios mío, Lilah, mire que llega usted a ser una mujer suspicaz…

—No es ningún absurdo sospechar algo así —replicó ella—. Usted me encuentra rígida, puritana y mojigata.

—Y sentenciosa también.

—Oh, claro… sentenciosa —cruzó los brazos, fulminándolo con la mirada—. Entonces, ¿por qué habría de desear usted hablar con una mujer así?

—Si quiere saberlo, se lo diré: porque esa noche llevaba medias de color lila.

—¿Qué? —se lo quedó mirando fijamente.

Con se encogió de hombros y esa vez él fue él quien volvió la cabeza hacia el paisaje.

—Me lo ha preguntado usted, ¿no?

—¿Pero por qué…? ¿Cómo…?

—Es agradable saber que puedo dejarla muda de asombro.

—Eso es absurdo. ¿Cómo podía saber usted de qué color llevaba las medias? Yo ni siquiera me acuerdo de ello.

—Evidentemente la vista de las mismas me produjo una impresión mucho mayor a mí que a usted —Con se volvió para mirarla—. Yo estaba al pie de las escaleras cuando entró usted. Tenía un aspecto tan terriblemente formal y remilgado, vestida toda de un blanco impoluto, pudorosamente cubierta hasta el cuello, el cabello trenzado y recogido en un apretado moño tal que una institutriz, bien protegida por su carabina… En aquel momento, yo me dije: he aquí una auténtica belleza, pero con el aspecto de ser la mujer más aburrida del mundo.

—Qué amable es usted —comentó Lilah, irónica.

—Pero entonces empezó a subir las escaleras, recogiéndose ligeramente las faldas para no pisárselas, y le vi los tobillos. Llevaba unas medias de color lila brillante. Y me dije entonces: vaya, hay aquí mucho más de lo que se ofrece a primera vista —se interrumpió, reflexionando—. Además, tiene usted unos tobillos preciosos.

Lilah lo miró perpleja y se echó a reír. Su razonamiento era tan extraño, tan típico de él, tan halagador, ofensivo y engreído a la vez que no sabía si sentirse furiosa, ofendida o, simplemente, divertida.

—Debería hacer eso más a menudo —observó Con.

—¿El qué?

—Reírse. Es usted hermosa.

—Oh —esperaba que las sombras de la terraza disimularan su rubor. De lo contrario, Con se burlaría sin duda de ella cada vez que volvieran a encontrarse.

Solo que, por supuesto, una vez celebrada ya la boda, era muy probable que no volviera a verlo más. Constantine Moreland no frecuentaba el mismo tipo de fiestas a las que asistía Lilah con su tía. Él prefería entretenimientos mucho más excitantes. Incluso en caso de que coincidieran en el mismo evento, Con haría todo lo posible por evitarla. Su vida volvería a su patrón habitual. Lilah suspiró al pensar en las semanas que tenía por delante, haciendo visitas y recibiéndolas en el salón de la casa de su tía.

—¿Qué le pasa? —quiso saber Con. Cuando ella le lanzó una mirada inquisitiva, él se explicó—. Acaba usted de suspirar. ¿Ocurre algo malo?

—¿Qué? No me había dado cuenta —sus mejillas, ya rosadas, enrojecieron furiosamente—. Estaba… er, pensando en que todo volverá a la normalidad una vez pasada la boda.

—Sí, probablemente será más aburrido.

—No quería decir eso —protestó ella—. Quería decir que será más tranquilo. Más sereno, pero es una buena cosa. Porque una puede descansar y relajarse y, er…

—¿Bordar pañuelos? —sugirió Con, arqueando una ceja.

—Seguro que usted no se dedicará a algo tan vulgar —estalló de pronto, indignada—. Saldrá a cazar fantasmas o a descubrir el significado de Stonehenge.

—Con un poco de suerte encontraré una aventura o dos con las que pasar el tiempo —la miró, sonriente—. Vamos, no ponga esa cara tan mustia —delineó su ceño con la punta de un dedo, que bajó luego hasta su mejilla, acariciando delicadamente un mechón suelto.

De manera inconsciente, Lilah alzó una mano para volver a colocar el rizo en su lugar, pero él se lo impidió.

—No lo haga. Así está preciosa.

—¿Así cómo? ¿Hecha un desastre? —se obligó a adoptar un tono brusco para combatir el súbito ardor que le había despertado su contacto.

—Dudo que nada que tenga que ver con usted pueda ser un desastre.

Con le acarició entonces lentamente un pómulo con el pulgar. Seguía sonriendo, pero esa vez de manera diferente. No era ya una sonrisa divertida, sino cálida e invitadora. Y sus ojos tenían la misma mirada que Lilah había visto en los de Alex cada vez que había mirado a Sabrina. Oscura y levemente nublada de deseo…

Lilah se quedó sin respiración y sus pensamientos empezaron a girar alocados. Definitivamente no debería haberse bebido aquella copa de champán. Con se acercó aún mas. Ella alzó el rostro y…

Unas risas masculinas resonaron de golpe cuando tres caballeros salieron a la terraza, charlando entre ellos. Lilah se quedó helada. ¿Qué estaba haciendo? Con había estado a punto de besarla. Y ella había estado a punto de consentírselo. Peor aún, había estado a punto de devolverle el beso.

—Yo… lo siento… No he debido… ¡Adiós!

Lo rodeó y regresó apresuradamente al baile.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

Lilah estaba aburrida. Había pasado la mañana en el salón con su tía, atendiendo la correspondencia. Que era muy poca, ya que su padre, a quien ella antaño había escrito fielmente, había fallecido un par de años atrás, y habían pasado muchos años desde que la última vez que había cruzado cartas con Vesta, la hermana de su padre. Sabrina, con quien ella había mantenido la correspondencia más larga y prolija, se encontraba fuera, de luna de miel.

La echaba de menos. Su amiga solamente había pasado un par de meses en Londres, pero durante ese tiempo había sido como si hubieran estado otra vez juntas en la academia para damas jóvenes de la señorita Angerman. Sabrina no era la única amiga a la que echaba de menos. Mientras estuvo preparando la boda de Sabrina, Lilah también había hecho amistad con las Moreland. Los Moreland al completo habían vuelto a Londres para la boda, junto con sus cónyuges y sus hijos. Aquello había creado un ambiente que a veces había resultado algo caótico, pero siempre entretenido y afable.

Había disfrutado de animadas conversaciones con la duquesa, sobre un gran número de temas, y aunque Lilah y la demasiado sincera duquesa de Broughton habían disentido de cuando en cuando, sus discusiones habían sido estimulantes y hasta iluminadoras. Megan, a su vez, le había contado entretenidas historias sobre los años que había pasado viajando y haciendo reportajes periodísticos por el mundo en compañía de su marido, Theo Moreland. En cuanto a Kyria, siempre tan animada y tan simpática, habría sido imposible que no le hubiera caído bien. Y lo mismo regía para el duque y su tío Bellard, todo un pozo de sabiduría una vez que alguien conseguía que se arrancara a hablar.

Thisbe, la hermana melliza de Theo, era una científica que pasaba gran parte de su tiempo en su laboratorio trabajando con cosas que Lilah ni entendía ni, esa era la verdad, le importaba no entender. Pero Thisbe poseía también un gran ingenio y un carácter abierto y expansivo que rivalizaba con el de su hermano. Por su parte, Anna, la mujer de Reed Moreland, era una tranquila fuente de serenidad y placidez en medio del bullicio de actividad que solía reinar en Broughton House.

A Lilah había llegado a gustarle especialmente Olivia, la más joven de las hermanas Moreland. Olivia, aunque compartía con Constantine un extraño interés por las ciencias ocultas, era una lectora tan apasionada como ella. Una vez que descubrieron su mutuo interés por las novelas de misterio, habían pasado más de una tarde sumidas en amenísimas conversaciones.

Los días transcurridos desde la boda se le habían antojado de lo más vacíos. Lilah no había tenido razón alguna para visitar Broughton House. Sin su amiga Sabrina allí, le parecía un tanto indiscreto visitar la casa de un duque, a no ser que la llamaran. Lilah habría detestado que la tomaran por una arribista.

Y peor aún… ¿Y si Con se encontraba en casa? ¿Y si pensaba que ella había ido allí con la esperanza de verlo? Dado su comportamiento de la otra noche, y se ruborizaba solo de recordarlo, Con bien podría pensar que estaba interesada en él. Y no había nada más lejos de la realidad. Lilah no perseguía a hombre alguno, y menos a alguien como Constantine Moreland. Él sería el último hombre con quien querría casarse, en caso de que se le ocurriera alguna vez pedir la mano de una mujer como ella.

Con probablemente consideraría divertido que una mujer tan formal y puritana como Lilah se hubiera comportado de una forma tan impropia. Sabía que ella había estado a punto de besarlo, y era seguro que se burlaría por ello. Se echaría a reír, con aquella risa vibrante y cálida que resultaba tan contagiosa, con aquel malicioso brillo en los ojos. Resultaba singularmente injusto que su actitud burlona lo volviera aún más atractivo.

Aquella era la raíz del verdadero problema con Constantine Moreland: su abrumador atractivo. A Lilah le gustaban los firmes trazos negros de sus cejas, la manera en que se alzaban de diversión o se juntaban ferozmente cuando fruncía el ceño. Más de una vez había experimentado un extraño deseo de delineárselas con un dedo. Sus ojos eran de un verde intenso, oscurecido por la sombra de sus largas pestañas. Aquellos pómulos, aquella mandíbula, aquel mentón… Aquella boca. Gracias a Dios que tenía un fuerte control de sí misma y había conseguido guardarse bien sus pensamientos.

Pero luego había destruido todos aquellos esfuerzos saliendo a la terraza con él aquella última noche. Permaneciendo en aquel oscuro rincón en su compañía, en una situación íntima, cálida, propicia a la seducción. Alzando el rostro para recibir su beso. Si no se hubiera emborrachado con aquel champán… Si él no le hubiera pedido aquel baile…

No. No debía visitar Broughton House, incluso si llegara a tener una buena razón para hacerlo. Debía instalarse nuevamente en su rutina normal. Tal vez le llevara algo de tiempo, pero terminaría por acostumbrarse. Frecuentar a los Moreland había sido algo excitante. Entretenido. Pero no era así como vivía ella. No era una mujer extravagante, no anhelaba las aventuras ni las emociones fuertes; no se dejaba arrastrar por pasiones indómitas e incontroladas. Lo único que quería era una vida tranquila, agradable, racional. El tipo de vida que ya tenía.

Asintió ligeramente con la cabeza, sintiéndose como si acabara de ganar una discusión. Desvió la mirada hacia su tía Helena, que tenía la cabeza inclinada sobre su bordado. Aquello no pudo menos que recordarle el comentario de Con sobre que iba a pasarse los días bordando pañuelos.

—¿Necesitas que haga algo? —le preguntó Lilah—. ¿Algún recado que pueda hacer por ti?

La tía Helena alzó la mirada y sonrió. Era una mujer menuda y arreglada, con su rubio cabello salpicado de gris en las sienes. La tía Helena la había acogido y educado, y Lilah nunca podría estarle lo suficientemente agradecida por ello. No había sido tarea fácil hacerse cargo de una chiquilla de doce años y guiarla en su transición a la edad adulta, entrenándola en lo que se consideraba un adecuado comportamiento tanto en el ámbito social como en el privado. Con podría burlarse de cosas tan vulgares como la labor de aguja y, francamente, la propia Lilah no era una gran entusiasta de ello, pero pasar el día bordando no tenía nada de malo. Y la labor de su tía era excelente.

—Oh, no, querida, no hay necesidad. Cuddington ha ido a recoger mi tónico a la farmacia, y la señora Humphrey tiene la casa en orden, como siempre. ¿Por qué no hablamos de las visitas de esta tarde?

Aquellas visitas no eran precisamente lo que Lilah tenía en mente para aliviar el tedio. Pero reprimió un suspiro. Visitar y recibir visitas era una de las rutinas de su vida.

—¿Sir Jasper nos visitará esta tarde? —preguntó Lilah, consternada por dentro—. Estuvo aquí ya el otro día…

—Bueno, por supuesto, yo no sé si él te hará una visita tan pronto —su tía le lanzó una leve sonrisa de complicidad—. Pero dado su reciente comportamiento…

La tía Helena albergaba esperanzas de que el matrimonio figurara entre las intenciones de sir Jasper. Desafortunadamente, Lilah sospechaba que estaba en lo cierto. Le habría gustado que su tía no estimulara las expectativas del hombre. Pero no tenía deseo alguno de sacar a colación ese tema, así que se limitó a preguntar:

—¿A quién tenías intención de visitar?

—A la señora Blythe, claro está, para darle las gracias por la encantadora cena de anoche. Y ha transcurrido ya algún tiempo desde la última vez que estuvimos en la casa de la señora Pierce.

Lilah no pudo evitar soltar un leve gruñido al escuchar aquel nombre, y su tía se sonrió.

—Sí, ya lo sé, querida. Elspeth Pierce es una terrible chismosa. Pero esa es precisamente la razón por la que no debemos enemistarnos con ella.

—Supongo que tienes razón —en realidad a Lilah no le importaban los cotilleos: era lo insípido de su conversación lo que le enervaba. Pero su tía tenía razón: cuando la señora Pierce la tomaba con alguien, terminaba fulminándolo.

—Debería hacer una visita a la mujer del vicario —continuó Helena—. Pero su hija está indispuesta, así que eso nos excusará.

—Me parece a mí que visitar a alguien no debería significar un… esfuerzo.

La tía Helena sonrió.

—Sería maravilloso que no lo fuera. Pero no podemos sustraernos a nuestras obligaciones sociales, ¿no?

Lilah pensó con cierto resentimiento que los Moreland parecían gente capaz de hacerlo todo muy fácil. Pero, por supuesto, Lilah no quería que la vieran a ella como la gente veía a los Moreland. Intentó pensar en alguna ocupación que la mantuviera entretenida hasta la visita de la primera hora de la tarde.

—Quizá me acerque antes a la librería —se levantó del sofá de golpe cuando un repentino pensamiento se le pasó por la cabeza—. De camino, le dejaré un libro a lady St. Leger. Tengo un Wilkie Collins que aún no ha leído, y le prometí que se lo prestaría.

Olivia quería ese libro. No sería ninguna grosería por su parte visitar a los Moreland siempre y cuando tuviera una buena razón para hacerlo. El comportamiento formal exigía llevar ese libro a Olivia, cumpliendo así una promesa hecha antes. Y tampoco tenía por qué preocuparse de encontrarse con Constantine. Indudablemente estaría fuera de Londres, corriendo alguna de sus aventuras.

—¿Lady St. Leger? —la frente de su tía se arrugó ligeramente—. ¿La conozco yo?

—Es una de las cuñadas de Sabrina. Su familia y ella vinieron a Broughton House para la boda.

El ceño de su tía se profundizó.

—¿Una Moreland? Querida, ¿crees que es prudente?

—Se lo prometí, tía Helena. No puedo incumplir una promesa —Lilah se sentía más animada por momentos. Sería estupendo volver a ver a Olivia, mantener una larga y agradable conversación con ella sobre libros. Por mucho que amara y respetara a su tía, Helena no era aficionada ala lectura. Quizá Kyria estuviera allí, también. O la duquesa.

—Por supuesto —su tía le dio la razón, reacia—. Simplemente pensé que, ahora que ya se había celebrado la boda, no los verías ya tanto.

—No los he visto. Han pasado cuatro días —le recordó Lilah—. Me marcharé ya, para poder estar a tiempo para las visitas de la tarde —se volvió hacia la puerta.

—Es demasiado temprano para visitar a alguien, ¿no te parece? No es ni mediodía.

—Oh, los Moreland no prestan atención a esos detalles.

—Ya lo sé —repuso la tía Helena, sombría—. Bueno, si tienes que ir, llévate a la doncella contigo.

—Tía Helena… no necesito una carabina para acercarme a Broughton House a plena luz del día.

—Claro que no, querida. Pero hay que guardar las apariencias.

—Las reglas sociales no son tan rígidas en estos tiempos —protestó Lilah.

—Tal vez. Pero no hay razón alguna para que rebajemos las nuestras.

—Poppy tiene cosas que hacer. Er… remendar la ropa y… er…

—Ojalá no hubiera enviado a Cuddington a la farmacia. Ella podía acompañarte.

—No, no, me llevaré a Poppy —lo último que deseaba Lilah era llevarse a la amargada doncella de su tía consigo.

Subió apresurada las escaleras, llamó a su doncella y abrió su armario ropero. Su sencillo vestido mañanero no serviría para hacer una visita. Necesitaba algo con más estilo… Como por ejemplo el de paseo color miel con las costuras marrón óxido. Iría bien con el color rojo dorado de su pelo, además de que su talle estrecho resaltaría su figura, al estilo reloj de arena que tanto estaba de moda.

Llevaría sus nuevas botas de media caña. Eran, quizá, un poquitín extravagantes, con su estampado de cachemira y la línea curva de sus botones dorados, pero el color combinaría bien con el vestido, aparte de que nadie los vería bajo las faldas. Bueno, nadie que no fuera Con, por supuesto, que al parecer tenía por costumbre echar un ojo a los tobillos de las damas. Pero aquella clase de hombres no estaban interesados ni en la moda ni en el pudor.

Salió hacia la casa de los Moreland, con Poppy detrás. Resultaba irritante tener que llevársela a todas partes. Quizá debería hacer un viaje a su casa de Somerset, donde podría pasear por donde se le antojara sin preocuparse de lo que pudiera pensar la buena sociedad. Eso le proporcionaría una escapatoria de la tediosa ronda diaria de las visitas de cortesía, por no hablar de las atenciones de sir Jasper. Se curraría de su aburrimiento.

El problema, por supuesto, era que su tía Vesta estaría allí. Lilah no había vuelto a quedarse en Barrow House desde que volvió la hermana de su padre. De niña había estado muy encariñada con ella, pero los niños eran siempre fáciles de complacer. Y en aquel entonces su tía Vesta no había hundido todavía a la familia en el escándalo.

Smeggars, el mayordomo de los Moreland, saludó a Lilah con una sonrisa.

—Me temo que la duquesa ha salido.

—En realidad era a lady St. Leger a quien deseaba ver.

—Lady St. Leger está con la duquesa.

—Lo siento, debí haber avisado antes de venir —reconoció Lilah, decepcionada.

—Quizá le gustaría hablar con el duque o con er…

—No, yo solo quería dejarle esto… —empezó Lilah, mostrándole el libro.

En aquel momento Con bajó las escaleras trotando ligeramente.

—Señorita Holcutt —sonrió—. Las damas han salido. Me temo que tendrá que conformarse conmigo —se volvió hacia el mayordomo—. Creo que se impone un té.

—Por supuesto, señor.

—No —protestó Lilah en cuanto se hubo retirado el mayordomo—. No debo quedarme. Tenía intención de ir a la librería, pero luego recordé que Olivia… lady St. Leger, esto es, había expresado su interés en leer uno de mis libros —se dio cuenta de que estaba parloteando y apretó los labios. Resultaba irritante que se hubiera puesto tan nerviosa solo de ver de nuevo a Con, cuando este, obviamente, parecía tan poco afectado.

—Típico de Livvy —alzó una mano y tomó el libro—. Ah, Wilkie Collins. Sí, le encantará leerlo.

—Me comentó que era su novelista favorito, pero que este no lo había leído.

—Por favor, tome asiento —la tomó del brazo sin pedirle permiso para guiarla por el pasillo hasta el salón—. Todas las mujeres excepto Anna se marcharon hace un rato. Anna tuvo que quedarse debido a una de sus horribles jaquecas.

—Lo siento —Lilah resistió el impulso de sentarse tal como él le había sugerido. No tenía motivo alguno para quedarse. Había cumplido ya con su recado. No debería sentarse para charlar a solas con un hombre, y, sin embargo, se quedó—. ¿Una expedición de compras?

Con soltó una carcajada.

—No, mi madre se las ha llevado a una de sus manifestaciones sufragistas. Harán una vigilia de protesta ante la casa de Edmond Edmington.

—¿Edmond Edmington? —Lilah no pudo reprimir una sonrisa.

—Sí, tuvo unos padres burdos e iletrados. Siéntese, señorita Holcutt, por favor. Smeggars se quedará devastado si no se queda a tomar el té con pastas. Siempre está intentando convertir las reuniones de mi madre en fiestas, con poco éxito.

—No, debo marcharme. Yo solo iba a… —señaló la puerta, retrocediendo un paso.

—A la librería. Sí, lo sé —un brillo de diversión asomó a sus ojos—. Vamos, Lilah. No le haré ninguna indeseada insinuación… no con Smeggars acechando, al menos.

«¿Y si esas insinuaciones no son tan indeseadas por mi parte?», se preguntó Lilah, y se ruborizó por aquel curso de pensamientos.

—Quizá no, pero sí que podría burlarse.

—¿De qué? —inquirió él con tono inocente, acercándose.

—Lo sabe perfectamente —frunció el ceño—. Sobre lo que nosotros… sobre lo que ocurrió la otra noche en la terraza.

—Ah —se inclinó hacia ella, demasiado cerca para lo que exigían las buenas formas—. ¿Se refiere a nuestra conversación? —abrió mucho los ojos con una expresión de burlón asombro—. Sin carabina.

—Sí —la palabra le salió en un susurro. Irritada consigo misma, se aclaró la garganta y añadió con voz más firme—: No. Quiero decir que hubo algo más que eso. Estuvimos a punto de…

—¿Sí? —le brillaban los ojos—. ¿A punto de…?

Había estado segura de que se burlaría de ella. No debería haber venido.

—Oh, basta. Déjeme en paz.

—Por supuesto —suspiró y retrocedió un paso.

Era lo que ella quería, y sin embargo, perversamente, su fácil aquiescencia la decepcionó.

Debería irse ya. Era estúpido que se mostrara tan reacia a hacerlo. Tomó aire para despedirse, pero se lo impidió un grito procedente de lo alto de la escalera.

—¡Reed! ¡Que venga alguien!

—¡Anna! —Con abandonó la estancia a la carrera.

Lilah lo siguió. Cuando llegó al pie de la escalera, Con ya había subido la mitad al encuentro de su cuñada, que estaba mortalmente pálida.

—¡Se las han llevado! —gritó Anna—. Tienes que salvarlas.

Inmediatamente se dobló sobre sí misma, y Con la agarró para sentarla en los escalones.

—Así, mantén baja la cabeza. Respira. Lentamente.

Unos pasos resonaron a lo largo de la galería. Era Reed, casi tan pálido como su esposa.

—¡Anna! ¿Qué ha pasado?

Reed subió también las escaleras, abrazó a su esposa y la estrechó contra su pecho. Con se apartó.

—Reed, estaba diciendo que… Creo que ha tenido otra de sus visiones.

«¿Otra de sus visiones?», repitió Lilah para sus adentros. Las palabras de Con no parecieron sorprender a Reed, que simplemente maldijo por lo bajo y continuó acariciando la espalda de Anna.

—No pasa nada, corazón. Todo está bien.

—¡No! —exclamó Anna, retirándose. Su rostro había recuperado algo de color y no tenía ya los ojos desorbitados, aunque seguía claramente conmocionada—. Tienes que encontrarlas. Tienes que…

—¿Quién? —inquirió Con, enérgico. Lilah podía ver que todo su cuerpo se había tensado como un resorte de acero—. ¿Quién está en problemas, Anna?

—¡Todas! —desvió la mirada de su marido a Con, y otra vez al primero—. La duquesa. Kyria. Olivia. Todas. ¡Las han secuestrado!

Capítulo 4

 

 

 

 

 

Con se giró en redondo y salió corriendo fuera de la casa, seguido de cerca por Lilah. Detuvo un coche de punto y subió cuando el vehículo aún no se había detenido del todo. Lilah subió tras él. Con le lanzó una rápida mirada y, por un momento, Lilah pensó que iba a protestar por su presencia, pero simplemente se volvió y dio unas señas al cochero.

Su aspecto no tenía nada que ver con el suyo habitual. Sus ojos, de ordinario llenos de diversión, tenían en aquel momento una mirada fiera; sus rasgos eran duros y severos; su cuerpo estaba tenso. Había experimentado la misma transformación de la que ella había sido testigo dos meses atrás, cuando había corrido a rescatar a su hermano gemelo.

Lilah quería preguntarle por la extraña declaración de Anna. Anna parecía la más tranquila de las Moreland, pero sus ojos desorbitados y sus aterradoras palabras habían sugerido un verdadero estado de locura. Y sin embargo Con y su hermano Reed, aunque alarmados, no se habían mostrado especialmente sorprendidos. Más aún, resultaba evidente que Con había creído en sus palabras, para partir inmediatamente en busca de su madre y hermanas.

Pero aquello era absurdo, ¿no? Anna no podía haber sido testigo de un acontecimiento supuestamente ocurrido en otro lugar. Sin duda que Con y ella llegarían a su destino para descubrir que las damas se encontraban perfectamente, como era de esperar. Todas terminarían riéndose de la falsa alarma.

—Anna ha debido de tener una pesadilla. La culpa la habrá tenido su jaqueca. La indisposición provoca extrañas pesadillas.

Con sacudió la cabeza.

—Lo ha visto.

Aquello no tenía sentido alguno, por supuesto, pero Lilah no deseaba discutir con él cuando parecía tan preocupado.

—¿Por qué alguien querría hacer daño a la duquesa?

Con le lanzó una elocuente mirada.

—Bueno, sí, la duquesa ha podido haberse enfrentado con unas cuantas personas, pero no hasta el punto de que alguien quisiera hacerle algún daño, en mi opinión —Lilah frunció el ceño—. ¿Cree usted que la policía detuvo a las sufragistas? ¿Solo por plantarse ante la casa de alguien en señal de protesta? —se dio cuenta de que en aquel momento estaba hablando como si eso realmente hubiera sucedido.

—Solo Dios sabe lo que estarán haciendo. Pero no, dudo que fuera la policía —replicó, sombrío.

El carruaje había marchado a buen ritmo pero, en aquel momento, tras doblar una esquina, se detuvo de golpe. Lilah se asomó a la ventanilla y vio a un grupo de mujeres arremolinándose en la calle ante una mansión de aspecto señorial. Distinguió carteles aquí y allá. Todo el mundo estaba hablando excitado. Un policía discutía con una de las mujeres, mientras que otras rodeaban un bulto en la acera. ¿Sería un cuerpo?

—¡Oiga! —protestó el cochero cuando Con bajó bruscamente sin pagarle la carrera.

—Quédese aquí —ordenó secamente Lily. Necesitarían un transporte de vuelta a casa una vez que Con localizara a su familia.

Alcanzó a Con cuando ya había llegado hasta el policía. Le estaba acribillando a preguntas.

—¿Qué ha pasado aquí? ¿Dónde está la duquesa?

—¿Qui… quién? ¡No lo sé, señor! Yo acabo de llegar.

La mujer que había estado hablando con el agente, sólida y de aspecto fuerte, ataviada al estilo de la liga sufragista, soltó un resoplido.

—¡Mejor haría usted en escuchar y no hablar tanto, joven!

—Señora Ellerby —se le acercó Con.

—¡Lord Moreland! Gracias a Dios que ha venido. ¡Nos han atacado!

—¿Quiénes?

—La policía, muy probablemente —se volvió para fulminar con la mirada al infortunado agente, que empezó a balbucear.

—¡No, no iban de uniforme! —terció otra mujer.

—¡Era un banda de rufianes! Yo los vi, todos de negro, con máscaras.

—¡Oh, Ernestine, qué tontería! —exclamó la señora Ellerby—. No eran máscaras. Tan solo llevaban las gorras muy caladas, para que no pudierais ver sus rostros.

—Muy bien habrían podido ser máscaras.

—Señora Ellerby —pronunció Con entre dientes—. ¿Dónde está mi madre?

—¡Ha desaparecido! Llegaron en un carruaje, saltaron del mismo y se las llevaron. A la duquesa y a sus hijas, a todas… menos a lady Raine —señaló a las mujeres que seguían arremolinadas alrededor del bulto de la acera.

—¡Megan! —Con palideció visiblemente y se dirigió hacia allí.

Así que el bulto era un cuerpo… Lilah se quedó sin aliento, y corrió también tras Con. Las mujeres se hicieron a un lado al verlo acercarse, revelando a la mujer que yacía en el suelo. Era indudablemente Megan, que en ese momento estaba haciendo esfuerzos por sentarse.

—Gracias a Dios. Megan —Con la incorporó y la hizo sentarse en el bajo murete de piedra que rodeaba la propiedad. Se agachó para poder mirarla a los ojos—. ¿Te encuentras bien?

—Por supuesto que no —dijo Lilah, sentándose junto a ella—. ¿Por qué la gente siempre tiene que preguntar eso?

Polvo y suciedad decoraban el vestido de Megan. En una mejilla tenía un moratón rojo, cuyos bordes estaban empezando a hincharse. El otro lado de la cara estaba arañado y sucio. Tenía el sombrero medio caído, apenas sujeto por el largo alfiler, revelando mechones de su cabello castaño rojizo. Sus ojos tenían una mirada vidriosa que no podía preocupar más a Lilah, que sacó su pañuelo y empezó a limpiarle delicadamente el rostro.

—Megan —Con le tomó una mano—. Di algo. Lo que sea. Por favor. Dime aunque sea que me calle.

Aquello hizo que una leve sonrisa se dibujara en los labios de Megan.

—Estoy bien —se aclaró la garganta y empezó a erguirse—. De verdad que sí. Yo… solo estoy un poquito mareada. Creo que me golpeé en la cabeza —se señaló la nuca.

Lilah se volvió para mirársela y se quedó sin aliento.

—¡Con! ¡Tiene el pelo lleno de sangre!

Con se levantó al instante para inclinarse sobre Megan. Sacó un inmaculado pañuelo blanco de un bolsillo y lo aplicó delicadamente sobre la herida. Con la misma ternura, inquirió de nuevo:

—¿Qué ha pasado, Megan?

—Oí a alguien gritar, y me volví. Vi a esos hombres: habían agarrado a Kyria, y todas las demás estaban intentando detenerlos. Corrí para ayudar, pero estaba demasiado lejos, así que me puse a recoger piedras del suelo y a la lanzárselas al hombre con quien estaba forcejeando Thisbe. Olivia, por su parte, se esforzaba por liberar a Kyria. Luego aquel tipo fue a por mí y me golpeó.

Lilah vio la furia brillar en los ojos de Con, pero mantuvo un tono de voz tranquilo.

—¿Te derribó?

Megan asintió, y esbozó una mueca de dolor por culpa del movimiento.

—Sí. Me golpeé al caer al suelo. No recuerdo nada de lo que sucedió después. Debí de haberme golpeado la cabeza entonces. Lo siguiente que supe fue que estaba tendida en el suelo mientras la señorita Withers intentaba reanimarme.

Con miró a las demás mujeres.

—¿Qué sucedió después?

—Aquellos hombres las metieron a todas en el carruaje y se marcharon. Desaparecieron antes de que cualquiera de nosotras pudiera mover un músculo. Lo siento mucho —dijo la señorita Withers entre lágrimas—. No he sido de ninguna utilidad.

—¿Qué dirección tomaron?

—Calle abajo —señaló.

—Giraron por la primera calle a la izquierda —informó otra de las mujeres—. Y entonces los perdimos de vista.

Con puso el pañuelo en manos de Lilah y arrancó a correr.

—No los verá. Hace tiempo que se fueron —replicó Megan. Lilah la miró a los ojos y pudo ver que su mirada se estaba aclarando por momentos.

Con se detuvo al final del edificio y permaneció de pie durante largo rato, mirando a su izquierda, antes de volver con ellas. Lilah ayudó a Megan a levantarse.

Con tenía la mandíbula apretada. Le brillaban los ojos de ira.

—Lilah, llévate a Megan a casa. Yo iré tras ellos.

—¿Cómo pretendes hacer eso? —quiso saber Lilah—. No sabes qué dirección han tomado.

—Lo averiguaré.

—Vaya, esto es estupendo —repuso secamente Lilah, tomando a Megan del codo y guiándola hacia el carruaje—. Piensas parar un carruaje para dirigirte en la ambigua dirección que hace un momento nos han dado. Sin un plan, sin información, sin idea alguna de lo que puedan pensar el duque y los demás maridos sobre todo esto, ni del motivo de que tu madre y hermanas han podido ser secuestradas. Estoy segura de que te irá de maravilla.

A su lado, Megan esbozó una sonrisa irónica. El rostro de Con era un verdadero estudio de frustración, pero alzó de pronto a Megan en brazos y se dirigió hacia el coche que esperaba, mientras mascullaba con tono ofendido:

—Sí, ya lo sé. Tengo un carácter demasiado impulsivo y temperamental mientras que tú, por supuesto, eres una persona lógica y racional.

El coche partió en cuanto estuvieron instalados los tres. Con se recostó en el asiento, con los brazos cruzados, sumido en profundas meditaciones. El cochero aceleró tanto la marcha que Megan no pudo evitar una mueca de dolor con el traqueteo de las ruedas en los adoquines, pero no protestó en ningún momento. Cuando llegaron a la casa, Megan devolvió a Con el pañuelo ensangrentado e insistió en entrar sin ayuda alguna.

—No me portaréis en brazos como si fuera una inválida. Si lo hacéis, Theo me atenderá tan preocupado como si estuviera a las puertas de la muerte.

Encontraron a un alarmadísimo Smeggars esperando cerca de la puerta. Los recibió con una exclamación de deleite y los hizo pasar al Salón del Sultán. Ya antes de llegar, Lilah escuchó unas voces masculinas con tono alterado. Una vez dentro, la estancia parecía llena de hombres preocupados: de pie, paseando, discutiendo. Todos de aspecto sombrío.

El mayordomo entró entonces y anunció pomposo:

—¡Caballeros! La marquesa de Raine.

De repente se hizo un silencio y todos se giraron para mirar a Megan, flanqueada por Lilah y por Con.

—¡Gracias a Dios! —Theo atravesó la habitación en dos zancadas y estrechó a su esposa en sus brazos, apretándola con tanta fuerza que le arrancó un grito de protesta.

—¿Qué ha pasado, Con? ¿Qué diantre está pasando? —se adelantó Reed. Lilah vio por primera vez a su esposa, Anna, también presente en la sala, sentada contra una pared. Estaba muy pálida, con la preocupación pintada en su rostro.

Mientras Theo examinaba las heridas de su esposa, el resto de los hombres bombardearon a Con a preguntas. Lilah aprovechó entonces para acercarse a Anna.

—¿Cómo estás?

La mujer ensayó una sonrisa.