Viaje a misiones - Eduardo Ladislao Holmberg - E-Book

Viaje a misiones E-Book

Eduardo Ladislao Holmberg

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Eduardo Ladislao Holmberg

Viaje a misiones

 

Saga

Viaje a misiones

 

Copyright © 1887, 2022 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726680997

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

NOTA DE REMISION.

Buenos Aires, Febrero 19 de 1887.

 

Al Señor Presidente de la Academia de Ciencias de la República Argentina, Dr. Oscar Doering.

 

En distintas ocasiones me preguntó Vd., así como otros cólegas de la Academia, cuándo se haría mi proyectado viaje á Misiones, como si el llevarlo á cabo me ofreciese tantas dificultades, ó presentase tantos inconvenientes, que debiera colocar la empresa entre aquellas cuya realizacion es de las que mayor esfuerzo exigen.

Ahora estoy de regreso ¡qué digo! ahora — hace casi un año que volví de Misiones.

He visitado el Territorio y espero que no sea por última vez.

Por lo tanto, me encuentro en aptitud, no diré de contestar aquellas preguntas, sinó de dar cuenta á la Corporacion de la manera cómo he empleado mi tiempo, ya que el viaje, realizado en parte con sus fondos, me obliga á ello, sin que padezca en lo mínimo la espontaneidad literaria, una de las mayores delicias de un autor. Porque, y debo decirlo al comenzar esta nota, no sé qué es lo que causa mas agrado, si el hallarse en aptitud de tener ideas, ó el poder emitirlas precisamente en la forma en que se desea darles cuerpo y figura.

Durante el año que ha corrido desde mi vuelta, no he vivido sinó encorvado sobre la mesa de trabajo, ya sea organizando las observaciones de campo ó de gabinete, ya sea los ricos materiales reunidos en el Territorio.

De semejante tarea ha resultado una base de redaccion, sobre la cual bordó la tinta todas las imágenes que el método evocaba.

Poco á poco los manuscritos, y tambien los dibujos, formaron su cuerpo de capítulos é ilustraciones.

Y el libro de viaje quedó concluido.

Tal y no otro es el volúmen que ahora tengo el honor de presentar á la Academia.

 

No voy á solicitar la indulgencia de la ilustrada corporacion para él.

Lo he escrito con cariño, con placer.

Si alguna vez un espíritu travieso se ha divertido sobre las páginas, no ha sido sin consentimiento mio, porque el otro espíritu, el que lo mimaba, hacía una vigilancia incesante sobre él. Si estuviese escrito en verso, nadie podría decir que eran versos líricos.

Es un libro de puro reflejo: de pura impresion. Lo único personal que contiene es la manera cómo está escrito.

Para ser mas fiel al método que me impuse despues de haberlo meditado, he seguido el órden de tiempo, de manera que si un lector curioso desea viajar mentalmente hasta Misiones, va á encontrar las cosas aquí como las encontré allí. Y he pensado que tal forma era mejor, porque la Naturaleza no agrupa sus manifestaciones en capítulos homogéneos.

 

Más aún.

He procurado escribir algo amable.

Es verosímil que haya cometido errores; es casi seguro.

Pero no he mentido una sola vez.

Hace algunos años me decía una de esas entidades que bajan y se aplastan con la misma facilidad con que subieron (y qué alto, á veces!): — «En un libro de viaje es necesario mentir para darle atractivo». — «Es cierto» — le contesté — «para un tonto no hay gloria mas seductora que la de un farsante».

Y cosa singular ¡cómo se leen en ciertas ocasiones tales libros!

Muchas veces, ante tan inexplicable fenómeno, me he preguntado si soy discípulo de Pangloss.

 

Con semejantes ideas, Vd. comprende, mi distinguido Presidente, que no es posible solicitar, como ántes dije, la indulgencia de la corporacion, ni la del lector.

¿Para qué?

¿Para que alguien, con tono de proteccion ó de lástima diga: «Bueno, hay que disculparle esto y aquello en atencion á que viajó enfermo durante la mitad del tiempo», ó cualquier otra cosa?

Nó, señor.

Porque para un libro de esta clase no debe haber indulgencia.

Si hoy se perdona una falta de apreciacion en un libro de viaje, mañana el autor miente con todo descaro.

Cierto dia pretendí hacer ensayos de crítica, guiado por estas saludables ideas.

Tiempo perdido, absolutamente perdido!

Entre nosotros no hay mas crítica que meterse de cabeza en un partido político, y, salga pato ó gallareta, no importa.

¿Es de los nuestros? Adelante! ¿Es de los vuestros? Atrás!

Á lo ménos, hay muchos que juzgan así.

No faltó quien dijera que criticaba de envidia.

¿Envidia?

¿Y de qué?

¿De los hechos?

Los hechos están ahí, aquí, en todas partes. Eso no pertenece á nadie.

¿Del estilo?

Y ¿por qué?

Sé que mi estilo no es el mejor. Mas por eso lo trabajo, porque, para mí, el estilo no es más que un instrumento.

Pero los instrumentos están ahí, aquí, en todas partes.

Confieso que procuro perfeccionarlo. Y con tanta candidez como la que empleo para decirlo, declaro que he descubierto, en los autores, que hay modelos!

Homero, Sófocles, Platon, Lucrecio, Virgilio, Tácito, Apuleo, Shakespeare, Corneille, Racine, Cervantes, Tasso, Dante, Manzoni, Holberg, Schiller, Voltáire, Gœthe, Klopstock, Lessing, Byron, Humboldt, Hammerling, Quinet, Pelletan, Victor Hugo, Cormenin, Sainte-Beuve, Momsen, Darwin, Burmeister, Haeckel y tantos otros!

Yo le habría de preguntar á Ricardo Gutierrez si cuando por vez primera se quemó los dedos en su arpa candente fué despues de haber leido La Argentina de Barco de Centenera.

Yo le habría de preguntar á Cárlos Guido si fué en un Breviario que sintió las primeras notas de la lira de Píndaro.

Y á nuestros prosistas pero basta de preguntas.

Pienso que un estilo está hecho cuando el autor se reconoce en su obra despues de diez años de escrita. Ese es el secreto del precepto de Horacio.

Pero los libros de viaje, escritos con pretension científica, no están en el estilo.

Están en la verdad.

¿Por qué se lee con delicia el libro de Darwin Viaje de un Naturalista? Porque se siente la verdad con toda la pureza del hecho estampado en palabras, y revelado al lector con ingenuidad y gracia.

¿Es ésto una apología del naturalismo?

Es algo mas.

Es una profesion de fé.

Entónces ... la nueva escuela ...!

¿Y dónde está la nueva escuela?

¿Acaso la gracia y la elegancia no son verdades del movimiento tambien?

¿Acaso la sublime sencillez homérica no es una verdad del estilo elaborándose en los senos del pensamiento que la genera? ¿Y Herodoto?

La majestuosa elegancia de Sófocles, la coquetería de Apuleo, la severidad de Shakespeare, los espasmos de Byron, los estruendos volcánicos de Victor Hugo, los lamentos de Espronceda... ¿no son acaso verdades de la personalidad manifestando otras verdades correlacionadas en la intimidad de sus unidades de impresion?

 

«Trabajar el estilo», he dicho.

Hay dos estímulos: uno es egoista, personal; el otro es generoso.

Se trabaja el estilo porque hay un ruiseñor que canta en el corazon; y el ruiseñor es ave que estudia.

Cuando ya no puede aprender, se muere.

Cuando el autor no perfecciona su estilo, es porque el ruiseñor ha muerto. Queda la jaula vieja.

Ese es uno.

 

El autor escribe para sus lectores. Ellos forman su mundo que le agasaja, le estimula y le corrige. Sin ruiseñor, no hay autor. Ese mundo, grande ó pequeño, tiene sus comuniones, sin verse, ni oirse, con el autor. Los que lo forman, le entienden cuando los demás no han visto claro. Pasan los años; la frase se olvida. El autor y uno de esos lectores se encuentran en la vida. Média una presentácion. Hay unas pocas palabras. Despues: — «Cuando usted escribió tal frase ó tal cosa ..

— «No lo escribí así».

— «Pero yo lo entendí así».

Y había entendido bien.

En 1879 publiqué en La Nacion una página literaria con el título de Boceto de un alma en pena. El final (siempre he tenido esta estúpida vanidad) me lo habría envidiado el mismo Schiller. Era toda una síntesis de pasion, era que yo mismo, al terminar el folletin, me identificaba con el protagonista y era él quien gritaba sobre mi papel, con una apariencia fenomenal de lirismo.

Al dia siguiente, iba al hospital en el tramway y detrás de mí conversaban de letras dos indivíduos á quienes no conocía, ni ellos á mí, seguramente. El tema era mi folletin. — «El final es estúpido, etc. etc. »dijo uno. — «No me he fijado» repuso el otro.

Siempre he respetado las opiniones de los demás, aunque no se fijen.

En ese mismo folletin, y en tono burlesco, escribí, poniéndolo en boca de un profesor de filosofía: «la Verdad es lo que es, pero lo que no es tambien es verdad». Ninguna frase me ha preocupado más desde entónces. Tartarin de Tarascon no habría quedado mas sorprendido con una mentira forjada por él.

Hace poco mas de un año estaba á punto de convertirme á la Metafísica y quién sabe cuántas cosas increíbles habría creido despues!

Había releido Platon y Voltaire. Platon iba á vencer. Leí Kant «y no me oyó». Volví á mis lares, y un penate me inspiró esto: «La verdad es una condicion fundamental é inmutable de las diversas formas de la existencia y de sus relaciones».

Me salvaba para siempre.

Esta es una base de estilo y por eso la cito.

Trabajar el estilo, es, pues, un acto de cortesía por parte del autor hácia sus lectores. Y quiero, ante todo, ser cortés.

¿Es ésto egoismo?

E n el libro de viaje que entrego á la Academia (y cuya impresion está resuelta por la Comision Directiva) he procurado reflejar fielmente mis impresiones, nó para ocupar la atencion del lector con tales ó cuales relaciones que no tienen cabida en un tomo del Boletin de la Academia Nacional de Ciencias de la República Argentina, sinó, casi siempre, con las observaciones, bien ó mal hechas, de la Naturaleza del Territorio nombrado.

Ante todo, Vd. comprende que escribo para mi país. Si no fuera así, no escribiría en castellano, es decir, en este idioma en que todos nos entendemos aquí. Adoptaría otro.

Pero, dada semejante circunstancia, la cuestion presenta dos términos: la Academia y el autor, ó mas bien el libro.

 

La Academia Nacional es, en su clase, el único instituto oficial de ciencias que tenemos, y, si se toma en cuenta la circulacion creciente de sus publicaciones en Europa, puede decirse que el Gobierno se encuentra actualmente en presencia de un dilema ó suprime la Academia, ó la coloca en condicion de hacer frente á la importancia de sus funciones.

Cuando el actual Presidente de la República no lo era todavía, se mostró siempre afecto á la institucion, y en mas de un caso, se asegura, apoyó sus indicaciones. Se me ocurre que ahora tiene una brillante oportunidad de propender á su marcha rápida, porque, y usted lo sabe mejor que yo, no es posible archivar los trabajos de los miembros, como tendría que suceder, si los recursos de publicacion no aumentáran ó disminuyeran.

Sacarla de donde está sería ocasionar su muerte y negarle los impulsos debidos es oponerse á un hecho de toda evidencia: el actual movimiento científico en la República Argentina.

En verdad no podemos decir que sea imponente; pero, por algo se empieza.

No quiero significar con ésto que la Academia sea el único grupo de estudiosos en la República Argentina; pero he dicho «instituto oficial de su clase».

 

Volvamos al libro.

No visité Misiones con el objeto de escribirlo; mas he reunido tantas notas, tanto material, que, cuando ménos he pensado, estaba hecho. Agregue á aquello las reticencias, las perífrasis, los eufemismos y circunloquios inevitables cuando se desearía ser conciso, y entónces podrá explicarse cierta superabundancia que, no obstante dañar al autor, sirve, empero, para colocar su libro en las condiciones de muchos otros análogos. Es una lástima, pero la frase está dicha.

Por la naturaleza de las investigaciones, me he visto obligado á dividir la obra en dos partes.

La Primera contiene la narracion de viaje, las observaciones de carácter general y alguna que otra particular aislada. Esta Primera parte ocupa el presente tomo del Boletin.

Como he dicho en un párrafo anterior, he seguido el órden de tiempo, y no el de las materias por sus afinidades. El libro pierde por ésto en solemnidad, pero su lectura se hace más fácil, y me atrevo á pensar, juzgando por la impresion personal de lecturas análogas, que más agradable — y ésto es lo que me preocupa.

¿De qué me serviría escribir un libro solemne que pocos leerían?

¿De qué un elogio sobre la armonía perfecta de los temas, cuando probablemente no se conocía de éstos otra cosa que los sumarios?

 

Hay tambien otra razon, y voy á exponerla con cierto detalle, porque ella se encuadra bastante bien en la teoría, si puedo expresarlo así, de las narraciones de viaje, ó más propiamente, de los libros que las contienen.

Un viajero no puede llevar una Universidad en la cabeza, ni puede tampoco, sin emprender una larga tarea de gabinete, agotar los temas que han sido objeto de sus observaciones, porque ellos exigen numerosas consultas y pesquisas, siendo la primera de todas la que se refiere á los precursores1. ¿Cómo podría — y el caso práctico vendrá á su tiempo — disertar sobre la Geología de Misiones sin penetrar hondamente cuanto se ha escrito sobre la de América? Ante todo, sería menester que fuese geólogo para que semejante trabajo tuviera la importancia que la apariencia del título reclamaría. Sin pretender serlo, he puesto el pié en los dominios de la Geología, y se me ocurre que mis datos, las piezas que he reunido y alguna que otra induccion, serán de utilidad para más de uno.

Para el observador instruido y atento, no hay objeto que no sea digno de estudio; pero, precisamente, ésto es lo que señala la categoría de los autores, quedando subordinada la importancia de su obra á la cantidad y calidad de sus conocimientos.

En un tema cualquiera, se puede llevar á cabo un número considerable de buenas observaciones. Si el que las hace no es especialista ¿cómo puede agruparlas dentro de la unidad científica, vasta y compleja que debe encerrarlas?

Un libro de viaje que presenta agotados los variados temas que puede contener revela un enciclopedista.

¡Un enciclopedista en nuestra época!

Se acabaron los Pico de la Mirándola.

Seguramente conviene que la instruccion del viajero sea un tanto variada, pues, de lo contrario, su libro adquiere cierta monotonía que de ningun modo hace el deleite del lector general. Por otra parte, la obra de un especialista tiene sus lectores determinados. Ellos la buscan, gozan en su consulta y se deleitan tanto más cuanto más se encierra el autor en la especialidad que trata. En semejantes obras la divagacion no es permitida, porque es de buen sentido que al tratar con severidad científica de la organizacion de los guacamayos ó de las alas de las mariposas, no se disperse la atencion que ello reclama describiendo el paisaje que aquellos séres adornan, ó enumerando las emociones que su contemplacion despierta.

 

Alguien ha dicho que un lector no encuentra en un libro que lée mas talento que el que él mismo tiene.

Esto será ó nó cierto.

Pero es evidente que cuando en un libro se encuentra mucha sustancia que no se comprende, ó que no se entiende, el libro pierde no poco de su encanto.

Esto no arguye, empero, contra el libro, ni contra el autor. Puede suceder muy bien que la oscuridad pertenezca al lector.

— «Señor!» — dijo cierto dia á un interlocutor el célebre Johnson — «le he dado á Vd. razones; pero no puedo darle cerebro».

 

En este libro (en este tomo) he procurado esquivar, cuanto ha sido posible, el tecnicismo.

A los loros, los llamo Loros y nó Psitácidos; á los escarabajos los denomino así y nó Coleópteros; á las mariposas, Mariposas y nó Lepidépteros; á los Dípteros: Moscas, Mosquitos,Tábanos, etc. Pero ésto no se puede hacer siempre, sobretodo al tratar de una especie que no tiene nombre vulgar. Semejante escollo, si lo es, arrancó á un amigo estas palabras:

— «¡Qué lástima! no se podrá leer tu libro sin acudir con frecuencia al Diccionario».

Y le contesté:

— «Te equivocas; si se trata de una cosa que vuela, imagínate que es una mariposa ó lo que quieras; y si no vuela, piensa que es una araña ó un raton, y sigue».

 

Terminada la Primera parte, cuya impresion se hará en pocos meses, pasaré á la Segunda.

Para ejecutarla, solicitaré el concurso de los distinguidos especialistas que han tenido la bondad de ayudarme en la redaccion de Viajes al Tandil y á La Tinta.

Por el momento, sólo puedo afirmar que los materiales, que le darán cuerpo y vida, son ricos y abundantes. Dueño del presente, el porvenir no está en mis manos, mucho ménos tratándose de una obra que debe ocupar mucho tiempo, reclamar muchas investigaciones, exigir toda la sagacidad que caracteriza tales pesquisas, sin contar con la indecision que caracteriza nuestros actos al emprender una obra desinteresada y de aliento, que una falta imprevista de recursos puede archivar de un modo indefinido, arrebatándole así toda su importancia, por tratarse de descripciones que, fuera de tiempo, serían completamente inútiles.

Hubiera deseado incluir aquí un Índice de los Capítulos de este Tomo I del Viaje á Misiones (X del Boletin), pero temo verme obligado, en el curso de la publicacion. á modificar alguna parte, como me acaba de suceder con motivo de una remesa amablemente hecha desde el Piraí-miní (Misiones) por el Agrimensor Sr. Queirel, á indicacion del Dr. Niederlein, miembro de la Comision de Límites, y que pasó no ha mucho por allí. Esta remesa me ha obligado á enriquecer el manuscrito ya pronto. Si hubiera estado impreso, habría tenido que relegar los datos á un Apéndice. Con frecuencia llegan á mis manos objetos de Misiones, y, si bien es cierto que en su mayoría corresponden á materiales de la Segunda parte, sucede á veces que alguno de ellos ilustre la Primera.

 

Su habitual cortesía disculpará la extension de esta nota; pero el viaje á Misiones me ha hecho tanta impresion por la novedad del paisaje, por la exquisita delicadeza con que mis compañeros y yo fuimos tratados allí, por la clase de materiales reunidos, por las observaciones llevadas á cabo, por los problemas científicos, sociales é internacionales ligados con aquel territorio, por las interrupciones y antecedentes del viaje, por el gusto con que me he entregado á redactar mi obra, que no puedo ocuparme un momento de este asunto, sin que vea sintetizadas todas mis impresiones en una larga nota de alegría infantil, que me domina y me obliga á escribir con toda la espontaneidad de un carácter esencialmente libre y de un temperamento vibrante.

Pero, la verdad sobre todo!

 

Saluda á Vd. con su mas distinguida consideracion:

Eduardo Ladislao Holmberg.

PRIMERA PARTE.

CAPITULO I.

ANTECEDENTES DEL VIAJE Á MISIONES.

Viajes á las comarcas australes de la Provincia de Buenos Aires. — Viaje al Paraná. — El Gobernador Racedo y su Ministro Laurencena. — El Profesor Scalabrini. — Toribio J. Ortiz. — Juan Ambrosetti. — El Museo Provincial de Entre-Rios. — Fósiles terciarios. — Excursiones diarias. — Viaje á Santa-Fé. — Peces de las Guayanas y del Amazonas en aguas Argentinas. — Importancia de este hecho bajo el punto de vista de la hidrografía de Sud-América.

 

— «Oh! un viaje á Europa! Paris! oh! Paris!» — he oido decir muchas veces.

En efecto, parece que hay allí su tentacion.

Pero ¿podría comparar el placer de estar en Paris con la augustia de que un viajero ó un naturalista me preguntára en la Capital de Francia:

— «¿Y Misiones? ¿qué es eso? ¿qué hay de positivo respecto de esa tierra misteriosa?»

En cualquiera otra parte del mundo me atrevería á contestar: «no sé». En Paris, jamás.

Y ¿por qué? preguntará el lector.

Porque esa gran ciudad del Viejo Mundo es el vínculo que nos ata, á los que hablamos ó escribimos bien ó mal el idioma de Castilla, con los pueblos del Norte.

¿Y es ésto una cosa tan grave?

Será ó no será; mas ello andaba por ahí dando vueltas. ¿Personal? Puede ser.

Mi ideal no es un viaje á Europa; pero, una vez realizado ¿no será un verdadero placer el contestar — «¿Misiones? aquí está».

Esta idea, que un lector perspicaz ampliará á su gusto, me preocupó alguna vez; mas no era determinante: fluctuaba como un velo muy transparente sobre un grupo de ideas bien perfiladas.

Poco á poco, empero, el giro que tomaban mis trabajos, el programa de actividad intelectual que elaboraba lentamente para mi vida, y las exigencias de las investigaciones relacionadas con un plan definido, me obligaron á proyectar un viaje á Misiones.

A fines de 1882 estaba resuelto.

Sin embargo, tenía que visitar tambien las Sierras del Tandil y de La Tinta, al Sur de Buenos Aires.

Las circunstancias se encadenaron de tal modo que me decidí por el viaje á La Tinta 2.

Si un accidente inesperado detuvo mi tarea general, no por eso he pensado que lo haya sido definitivamente, mas, como quiera que sea, completé una parte del material que buscaba. Esto era á principios de 1883.

A mediados del mismo año, resolví dedicar los meses de Verano á la parte del Territorio de Misiones que pudiese recorrer. Entónces fué que solicité el concurso de la Academia; y no recordaré aquí, por considerarlo supérfluo, que en el acto se aceptó mi pedido. A fines del 83 tenía todo pronto para emprender mi viaje, cuando el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires me encomendó un estudio de la Sierra de Curá-malal. Pero, como el viaje á Misiones me parecía más urgente, como que los materiales que entónces necesitaba no podría hallarlos en dicha Sierra austral, sinó en el Territorio nombrado del Norte, hice el viaje, manifestando al Ministerio competente que no podría emplear en la excursion sinó muy pocos dias — y ellos, en verdad, bastaban y bastaron para el punto principal que se me había recomendado 3.

Pero en Curá-malal sucedió lo que más léjos estaba de mí. Apenas de regreso, la fiebre tifóidea, cuyo microbio habitaba sin duda las aguas del Sur, puso mi vida en peligro. Convaleciente aún, demacrado por la enfermedad, pero cuando ya empezaban á reponerse mis facultades, una de esas desgracias de familia que dejan una huella indeleble para toda la vida, sacudió la poca fuerza que había recuperado. Sin embargo, el deseo de cumplir con la Academia, ya que, de todos modos, lo mismo era entónces para mí un año que otro, me dió ánimo para ponerme en camino. El compromiso contraido por el hecho de haber recibido una pequeña cantidad para el viaje á Misiones podría haberlo eludido haciendo una devolucion; pero se me ocurría que no era éste el medio mas oportuno, como que ello habría significado que, al renunciar á la cooperacion de la Academia, renunciaba al cumplimiento de un compromiso contraido con ella, suprimiendo en tiempo una cantidad que pudo haber sido empleada por otro, quizá con mas provecho para la Academia y para el país.

Entretanto, terminaba Febrero del 84 y sólo me quedaban pocos dias libres. Ya que no podría emprender el viaje á Misiones, procuré dirigirme á otro punto del Norte y, cuando consulté á la Cómision Directiva, ésta me contestó que fuera á donde quisiese, que la Academia no me señalaba itinerario y que bastaba á las exigencias de su reglamento que mi excursion fuera hecha dentro de los límites del Territorio Argentino.

Con fecha 1º de Marzo salí de Buenos Aires en el vapor Rio Uruguay, en direccion á la ciudad del Paraná. El viaje, en sí mismo, no ofreció nada de particular, y la circunstancia de hallarme convaleciente de una enfermedad grave no me permitió emprender excursiones á puntos situados á cualquier distancia en que pudiese comprometer la exígua salud, ya sea por la intemperie, ya por las agitaciones mismas del trabajo.

Alojado en el Hotel del puerto, léjos del bullicio de la ciudad, y libre de susi nconvenientes, emprendí excursiones diarias, siguiendo casi siempre la costa, unas veces hácia arriba, otras hácia abajo.

En este viaje me acompañó como Ayudante un primo y amigo á quien estimo altamente y cuyos servicios, reconocidos en mi excursion á Curá-malal, no se desmintieron en el Paraná. Me refiero á Cárlos Rodriguez Lubary.

Apénas instalado en el Hotel, procuré visitar al Ministro Laurencena, á quien me liga una amistad de largos años, y ahora pienso, como lo pensaba entónces, que si hubiera podido llevar excursiones por diversos puntos de la Provincia de Entre R ios, se habrían puesto á mi disposicion cualesquiera elementos que hubiera necesitado, estando al alcance del Gobierno, lo que no afirmo solamente porque sea una opinion, sinó por los ofrecimientos del Dr. Laurencena, que me reiteró el General Racedo, Gobernador de la Provincia.

Y aquí no se trataba puramente de cumplimientos banales, de esos que con tanta frecuencia surjen como obstáculos en los viajes cuando se llevan ciertas cartas de recomendacion que desean atender los que las reciben y que despues sólo sirven como primer peldaño para alcanzar la mas triste, pérdida de tiempo. Nada de eso. Ni llevaba cartas de recomendacion, ni tenía para qué llevarlas. De todos modos, era inútil pensar en excursiones largas.

Al dia siguiente de llegar, manifesté al Dr. Laurencena que deseaba conocer al Profesor Scalabrini, cuyos interesantes descubrimientos, en los depósitos terciarios del Paraná, son hoy universalmente apreciados por las personas que se dedican á la Paleontología, ó que siguen sus progresos con interés.

Un momento despues nos dirigíamos al Museo, donde el Dr. Laurencena me presentó al distinguido y apreciable orictófilo. Allí estaba tambien un jóven, un niño casi, con excelentes disposiciones para el estudio de los fósiles, y que, si no encuentra obstáculos en su camino, si los triunfos de la investigacion y del descubrimiento no le marean, como á tantos jóvenes Argentinos que llegaron un dia á ofrecer legítimas promesas de un hermoso porvenir en las ciencias, en las letras ó en las artes, y se paralizaron, embriones vigorosos, por la tentacion diabólica de la política, por el oropel de una primera victoria, ó por el cansancio al comenzar, seducidos por otros brillos, más fastuosos, pero ménos duraderos que los que oculta el cerebro, — será indudablemente una figura. Pero no se ha de marear. En su precoz seriedad se presiente el vigor de las responsabilidades que lo subjetivo crea. Toribio Ortiz era, en 1884, Ayudante del Museo4. Iniciado apenas en los difíciles secretos de la Osteología Comparada, reune á su aplicacion un golpe de vista firme y certero que sintetiza operaciones largas y penosas cuando de él se carece y que luego comprueba por un análisis tan prolijo en sí mismo, como respetuoso por la ciencia.

Me he detenido un momento en el Ayudante, porque, si mi pronóstico se realiza, deberá contarse entre los mejores descubrimientos de Scalabrini, su hermano político, quien lo ha encaminado.

Scalabrini mismo no es «un hombre de ciencia» segun sus propias palabras. No es ésto decir que no lo sea, porque hay que averiguar qué es «un hombre de ciencia». Profesor de la Escuela Normal del Paraná, donde brilla por sus ideas liberales, no enseña la Filosofía de muchos filósofos que yo conozco, ni procura que sus discípulos aprendan bien la leccion y la repitan como loros. Expone los hechos positivos, los hechos palpables, los muestra desnudos, los viste, los combina, los somete al sentido comun; y cuando todos los que tienen sentido comun han llegado á conocerlos bien, procura arrancar de ellos las deducciones que ocultan, aplicándoles simplemente el buen sentido. Porque la Filosofía, para enseñada, es muy difícil cosa, si tales condiciones faltan.

Comenzar por enseñar lo que se considera de buen sentido sin los hechos, y exigir el sentido comun sin el exámen prévio de ellos, es algo que todavía reina en los dominios del oficio filosófico.

Como profesor de Filosofía, y más que ésto, como hombre de estudio y meditacion, ha llegado á hacerse propia la idea de que toda enseñanza, no basada en las adquisiciones intuitivas, es vana y estéril. Muchos pedagogos piensan lo mismo, pero, cuando llegan á ciertos puntos que pueden responsabilizarlos ante aquellos á quienes están subordinados, ó ante algun fantasma del misticismo, prefieren hacer estudiar la base de memoria y edificar sobre ella.

Con semejante método, pues, la Filosofía pierde sus oscuridades y se prepara así el triunfo de la Razon. Además de aplicarlo, Scalabrini ha hecho otra cosa. Que tiene buenas lecturas, eso se comprende; pero, en vez de recitarlas, en vez de recorrer las librerías para buscar la última palabra de los filósofos, ha recorrido algo mejor. Discípulo de Auguste Comte, de Littré, de Herbert Spencer, de Huxley, de Büchner... ha hallado un vasto campo en la Naturaleza misma, y removiendo los yacimientos terciarios que parecen el corte de un libro en las barrancas sobre las cuales tiene asiento la Capital de Entre Rios, abre sus hojas en presencia de sus discípulos, les manifiesta los hechos, les argumenta con lo indiscutible, y los discípulos, llenos con el precioso caudal de lo indudable, pletóricos de verdad, sedientos de explicacion, elaboran poco á poco sus castillos filosóficos, cuyas puertas, apénas entornadas, dejan libre paso al insinuante buen sentido del profesor.

Pero no bastaba señalar los hechos. Era necesario reunirlos, conservarlos como documentos sin precio, librarlos de la inclemencia del tiempo, y, más que del tiempo, de las importunidades de la ignorancia y de la estupidez simulada ó real. Así comenzó á reunir los fósiles terciarios de la comarca; así se inició su coleccion paleontológica, una de las mas ricas que hoy existen en la República Argentina. No fueron aquellos acumulados, diagnosticados, restaurados, definidos, etiquetados, encajonados y publicados, para que algun dia pudieran servir para la enseñanza, nó! primero fueron manifestados y explicados, y cuando la enseñanza quedó terminada, entónces se conservaron.

Esto revela que Scalabrini no es «un hombre de ciencia» como lo quiere cierta suspersticion de nuestro país, que toma no sé á quién como arquetipo de los sábios, pero es un hombre muy útil.

Las colecciones reunidas por Scalabrini no tienen mérito solamente por la gran cantidad de especies y de géneros nuevos descubiertos, sinó tambien por la circunstancia de que han sido hallados en los mismos sítios en que por tanto tiempo han permanecido y escudriñado Darwin, D’orbigny, Bravard y Burmeister.

Cuando visité el Museo, tuve oportunidad de ver allí los restos principales de unas 70 especies de Vertebrados superiores, sin contar numerosos vestigios accesorios, como escamas, vértebras, etc. de ciertos peces.

Pero he hablado de éste Museo Provincial de Entre R ios en el Paraná, el que, á mi juicio, dentro de una esfera limitada de observacion publicable, constituye un timbre de honor para el Gobierno de esa Provincia, máxime si se tiene en cuenta la existencia de ciertas dificultades para su creacion.

Cómo surjió la idea. ésto hace poco al caso. Pero sí hace estotro. Cierto dia anunciaron los diarios que el Gobernador Racedo había vuelto á la Capital muy satisfecho de una excursion llevada á cabo con el Profesor Scalabrini, y otros agregaban que el Gobernador y el Profesor, con picos y palas y barretas y cuchillos, estaban desenterrando un magnífico fósil.

No se me ha ocurrido averiguar quién entusiasmó al General; pero es evidente que percibió con claridad la importancia de este género de investigaciones con relacion al desenvolvimiento de las ideas liberales, al progreso de la educacion, y, por lo mismo, al progreso positivo del país. Porque — y no pretendo ser el primero en decirlo — no basta tender vías férreas, abrir canales y facilitar el movimiento de la riqueza material, fomentándola con las tentaciones de que hoy dispone la Industria para activar á pueblos dormidos. Se puede ser muy rico y ser un bárbaro. Ni basta tampoco saber leer y escribir para no ser un esclavo. La cantidad de sentimiento de independencia que se adquiere por la acumulacion de fortuna intelectual, por el análisis de las conquistas mentales sucesivas, por el desarrollo del criterio en la creacion de sumandos de libertad personal, son hechos que se sobreponen á todas las ilusiones de una pedagogía pretenciosa, susceptible de dar un tumbo en presencia de una estadística cruda y severa que le demuestre para qué sirve el saber leer y escribir si no se sabe pensar — ó, en otros términos, para qué sirve saber Filosofía, si se ha aprendido de memoria.

Pero el hecho es que el Gobernador Racedo, hábilmente secundado por su Ministro Laurencena, fundó el Museo del Paraná. Scalabrini fué nombrado Director, Ortiz Ayudante Secretario, más, dos ó tres empleados subalternos.

No habiendo todavía local en qué instalarlo, el Director lo estableció, por decirlo así, en.... no sé cómo se llama — en una especie de aposento octogonal cerrado que había sido, no hacía mucho, reñidero de gallos.

Cuando lo visité, en Marzo del 84, estaba lleno, pero bien pronto pasaría á mejor local. Una vez terminada la nueva casa de la Legislatura, é instalada la Cámara en ella, el Museo ocuparía la vieja, la que lo había sido en tiempo de la Confederacion.

Transmigraciones singulares! Un reñidero convertido en Museo, y este mismo Museo transportado á otro mejor. Porque hubo riñas en aquellos tiempos de la Confederacion. Todos los Argentinos lo sabemos de memoria. Pero ahora somos intuitivos.

Al dia siguiente, el Dr. Laurencena me invitó á visitar al General, y comprendí que su entusiasmo no era una palabra compuesta de sílabas, sinó algo muy sério, y que, por sus manifestaciones, se asemejaba bastante al que domina á los especialistas. Me hizo pasar al comedor á donde ordenó se trajeran unos cajones que acababa de recibir. — «Es una sorpresa que reservo para Scalabrini » me dijo. Entre los diversos fósiles que me hizo ver, en su mayor parte piezas de grandes mamíferos, había uno muy interesante, incluido en su mayor parte entre un cemento bastante duro. Me pareció, por la porcion descubierta, un Loricarino (vulg. Vieja del agua) que debía estar entero.

Sea como fuere, el Museo ha tenido últimamente un aumento valioso. Encargado de la Seccion Zoológica un jóven Entreriano, Juan Ambrosetti, éste ha regalado toda su coleccion, én la que, además de numerosos animales de distintos grupos, figuran muchas piezas preciosas, obra de los salvajes de Sud-América, lo que inicia, por decirlo así, la coleccion etnológica. Si el entusiasmo y la habilidad para coleccionar y obligar á ello son elementos para enriquecer un Museo, no será por falta de ellos si Ambrosetti, otra perspectiva con veinte años, no consigue llenar bien pronto el salon ó espacio que se le destine.

Entretanto, Ameghino ha publicado ya las descripciones de todos ó de casi todos los mamíferos reunidos por Scalabrini en los depósitos fosilíferos del Paraná, y como sus trabajos quedan incluidos en diversos tomos del Boletin de la Academia, es inútil que haga mencion de ellos

Hallándonos en el Museo, el Dr. Laurencena me preguntó si podría Ortiz serme útil como compañero de tareas, y, por mi afirmacion, fué invitado á ello, haciéndole notar aquel, de paso, que las excursiones que conmigo hiciera podrían servirle como de preparacion, ya que nos ocuparíamos de reunir piezas que aún no figuraban en el programa del Museo, pero que, mas tarde, constituirian una parte de su cuadro.

Durante los dias que permanecí en el Paraná, Ortiz me ayudó eficazmente. Mas tarde, hallándome de regreso, leí un suelto de un diario, transcripcion de otro del Paraná, en el que se hacía mencion de un Informe que Ortiz había pasado al Director del Museo, dándole cuenta de la manera cómo había empleado su tiempo en las citadas pequeñas excursiones. Como en este trabajo incluyo todo el material reunido, no tiene objeto la transcripcion de dicho Informe, que, por otra parte, no ha llegado á mi poder.

Como podrá observarse, esta obra de viaje no lo será de conjunto con relacion á los productos naturales de las comarcas que he visitado, sinó una simple enumeracion, descriptiva cuando el caso lo requiera, de los mismos, como así tambien de los que, en diversas ocasiones, han puesto otros coleccionistas á mi disposicion, y cuyos nombres, mas de una vez repetidos, muestran bien claramente el interés que han tomado por esta clase de tarea. No quiero dar aquí tales nombres, pörque temería olvidar alguno; pero no sucederá tal cosa en el curso de la publicacion, rogando á aquel que me haya enviado algun objeto, y no lo recuerde, que lo atribuya á simple olvido ó descuido.

Pero vamos al caso.

No siendo un trabajo general, debo, sin embargo, dar aquí las causas por las cuales no hago mencion de muchas observaciones relacionadas con investigaciones excluidas de su seno.

Daré comienzo por la base.

Las barrancas sobre las cuales se extiende el área ó éjido de la ciudad del Paraná, y que presentando sus cortes en casi toda la costa del Rio, por la parte que corresponde á la Provincia, y que lo encajonan en una extension considerable de Corrientes tambien, han sido objeto de largos estudios de los cuatro célebres naturalistas cuyos nombres figuran juntos en página anterior y encierran no sólo para el Geólogo, sinó tambien para el Paleontólogo, preciosas revelaciones de la vida terciaria en nuestro suelo, mientras que la sucesion de sus mantos enseña las curiosas alternativas por las cuales han pasado las superficies. He observado esas barrancas y he colectado algunos Moluscos fósiles en ellas; pero no tienen valor de novedad sistemática, como que todos los que se han ocupado del estudio de dichas barrancas han hecho mencion de ellos. Los he conservado como simples piezas de coleccion. Nada nuevo tengo que decir respecto de tales mantos.

En cuanto á los Vertebrados, no había que pensar. Ya he dicho que Ameghino ha publicado diversos trabajos relativos á ellos y ahora sólo me resta agregar que tambien ha dedicado y dedica especial atencion á los yacimientos mismos.

Quisiera decir dos palabras respecto de las plantas. En 1878 publicó el Dr. Lorentz su obra LaVegetacion del Nordeste de la Provincia de Entre Rios, y, desde entónces hasta ahora, nada nuevo se ha agregado á la tarea del laborioso botánico, que una enfermedad traidora arrancó súbitamente á sus trabajos, á los amigos, y al progreso científico de nuestro país. Hubiera deseado agregar algunas especies más á su lista enumerativa; pero dos inconvenientes se opusieron á ello: por una parte la época no muy favorable á las herborizaciones, y, por otra, la seca que mantenía la vegetacion en un estado tan triste como miserable. Ni una sola planta en flor ví que no estuviera citada por Lorentz como abundante en Entre R ios, y que, á la vez, no pudiera encontrarse en la ribera del Plata, cerca de Buenos Aires.

Debí, pues, concretarme á los animales. Y no tanto por las circunstancias enunciadas, sinó tambien porque las exigencias mayores de mis propios trabajos así lo requerían.

De los Vertebrados, sólo dos grupos podian reclamar mi atencion: las Aves y los Peces. Busqué las primeras y observé que eran en extremo escasas, y, si hallaba algunas, cuando no se trataba de especies muy vulgares en toda la costa del Paraná, eran citadas como tales por el Dr. Burmeister en su Systematische Uebersicht der Thiere des La Plata-Staaten, en su obra Reise durch die La Plata-Staaten, ó, más aún, en la publicacion del Dr. Adolfo Doering : Noticias ornitológicas de las regiones ribereñas de Rio Guayquiraró5 trabajo que publicó en la Entr. III, T. I, del Periódico Zoológico, y fundado no sólo en sus propias investigaciones, sinó tambien en las del habilísimo ornitófilo Schulz, quien ha permanecido allí cerca de siete años. Renuncié á las Aves, despues de varias salidas infructuosas. No puedo dudar de que habría hallado muy buenas presas en los bañados, ya sea en la costa entreriana, ya en la opuesta; pero ¿hubiera sido razonable tal ocupacion, en tales sítios, convaleciendo de la fiebre tifóidea?

Pasé á los Peces. Llevaba conmigo una red de 15 metros por 2. El Paraná estaba muy crecido, yla corriente, allí, como siempre, era muy violenta. El Dr. Laurencena me presentó al Sub-prefecto marítimo, quien tuvo la amabilidad de poner á mi disposicion dos pequeñas embarcaciones debidamente tripuladas. Rodriguez y Ortiz me acompañaron en ésta como casi en todas las demás ocasiones. Despues de muchos tiros infructuosos, y que adquirian más el carácter de tales porque los marineros no me entendian (y citaré el caso de una expresion mia incomprensible para ellos: sepárense de la costa, que recien al fin fué interpretada por ábranse, como si se tratara de una órden imperial japonesa, á un grupo de generales en desgracia!) resolví regresar, sin que la red entregara otro secreto de las aguas que un cangrejo retardatario! Varios amigos, á quienes mas tarde referí lo que me había pasado, me dijeron que la pesca, allí, era siempre muy difícil y que, si disponía de tiempo, lo mejor que podría hacer sería pasar á Santa Fé, donde, en una laguna que desagua en el Riacho, había unos Vascos que fabricaban aceite de pescado, y que echaban su red, de más de 100 metros, cada dos ó tres dias, sacando innumerables ejemplares de todas clases. La verdad es que valía la pena no desperdiciar aquella ocasion.

Hice anunciar á Ortíz que al dia siguiente me embarcaba para Santa-Fé. El aviso no se dió, ó se dió mal, y, al otro dia, con mi compañero Rodriguez, tomamos pasage en el Carry y atravesamos oblicuamente el Paraná, esta maravilla de todos los rios. Entramos en el Riacho de Santa-Fé y tuvimos la oportunidad de observar desde la cubierta los terrenos muy modernos, llenos de vegetacion paludosa y de innumerables aves que, no por ser comunes, carecían de interés, entre otras el Capitá (de Azara) 6, linda avecilla que destacaba entre los juncos, que blandía con su exíguo peso, la roja cabeza sobre el pecho blanco y dorso pardiplomo. Por vez primera la veía en libertad. Bandadas incalculables de Xantornos 7, Agelaios 8 y Ambliramfos 9, se alejaban del juncal una vez que el vapor se aproximaba; los Martin-pescadores (las 3 especies) cruzaban de una á otra orilla; las Garzas y Garcetas, en tranquila contemplacion, dejaban pasar sin sorpresa la inofensiva máquina, y los Boyeros asomaban solitarios en la copa de algun árbol de la orilla. Las Palomas, ménos confiadas, volaban en parejas, mientras que, por todas partes, sacudían los Tiránidos 10 sus alas inquietas, persiguiendo los mosquitos y frigánidos.

Cuando llegamos á Santa-Fé, pronto supimos que los Vascos de la laguna «ya no tenian pescado que sacar porque lo habian agotado» y que, en busca de mayor abundancia, se habían establecido 9 leguas mas arriba. ¡Nueve leguas! Esto no era nada como distancia; pero tenía que recorrerlas en carruaje ó á caballo, llevando los tarros, el alcohol etc., etc. Y despues, disponiendo de poco tiempo ¿tenía la seguridad de que los Vascos echaran sus redes mientras estuviera yo entre ellos? En otras circunstancias aquello habría sido un paso, pero en la actual! La reflexion maduró en flor, ó, más bien, la resolucion fué instantánea: regresar al Paraná. Las pocas horas que el Carry debía permanecer en Santa-Fé no fueron perdidas. Nos dedicamos á coleccionar insectos y otros articulados, consiguiendo algunas especies tanto mas valiosas, cuanto que algunas eran nuevas y otras eran, tambien, de nuevos géneros, sin contar las que, por vez primera, se habrían de citar de aquella localidad, ó que, no siendo nuevas bajo ningun aspecto científico, lo eran para nuestra coleccion.

Á la tarde llegamos al Paraná, y abandoné la idea relativa á los Peces, hasta alcanzar oportunidades mejores.

Al hacer estas indicaciones de carácter negativo, no se crea que me hallo impulsado por el deseo de inducir á pensar en inconvenientes insuperables, ni que envuelvan sátiras como las de Mark-Twain en su ascension al Riffelberg. No pretendía someter ningun barómetro, ningun termómetro, ningun guía, al perfeccionamiento y accurateness que determina la ebullicion. Deseaba simplemente dar mayor campo á mis pesquisas, pero nó eludir las principales. En mi viaje al Paraná, como en mi viaje al Tandil, hallaba perfectamente natural que los Argentinos de allí, como los de aquí, llamaran al fuego fuego y al buque buque; que se proveyeran en el mercado, y que fueran los boticarios los que despacharan las recetas de los médicos y no los escribanos. Estas sorpresas no puede tenerlas ni gozarlas un Argentino, que se encuentra tan preparado para comer un locro ó una carbonada, como une milanaise ó une croquètte á la Pompadour, ó beber un jarro de aloja ó de guarapo, lo mismo que si fuera una copa de Champagne ó de buen Rhin. Estas maravillas quedan para las golondrinas exóticas que nos descubren en nuestras tolderías de estilo Corintio, ó en nuestros wigwams tipo Renacimiento.

Nada de ésto, máxime tratándose de un grupo tan interesante como el de los Peces. Lo consigno, empero, porque, si bien es cierto que iba preparado para coleccionarlos, no lo iba para hallar tantas dificultades. Mi interés al respecto fue mayormente despertado por haber visto, en poder de un farmacéutico, una pieza de gran valor, cual era un ejemplar de la Loricaria cataphracta, una «Vieja del agua» con el rádio caudal superior prolongado mas allá que la propia longitud del cuerpo del animal. Este espécimen, pescado en el Paraná, allí mismo, tenía para mí algo más que el valor de su presencia en nuestra Fauna, como una de tantas especies. Pero es que, segun el autor por el cual lo determiné entónces 11, era originario de Cayena. Ahora bien: un pez de las Guayanas en aguas Argentinas, significaba la vinculacion hidrográfica de aquellas con éstas. No conocía entonces las palabras de Castelnau:

«Bajo el punto de vista de la distribucion geográfica, debo decir que, en general, todos los Peces de la cuenca del Amazonas me parecen diferir específicamente de los de las aguas del Plata; lo que confirma la idea que he emitido desde ha largo tiempo, que todas las veces que los indivíduos de una especie de animales se encuentran completamente privados de comunicacion con otros de la misma especie, tienden á modificarse, áun cuando se les suponga descendientes de un tipo único y primitivo. Estoy bien persuadido de que inmediatamente que se establezca una comunicacion artificial entre aquellos dos vastos estuarios, las especies cambiarán bajo muchos aspectos y que se verán aparecer, en el Paraná y en Buenos Aires, peces que hasta entónces eran extraños á esas regiones (p. IV)»12.

Mas, de cualquier modo, si bien nada ofrece de particular que haya ciertas Aves comunes á ambas Américas, no deja de ser curioso que haya los mismos Peces de agua dulce aquende y allende el Amazonas, cuando las cabeceras de sus rios no se han señalado unidas.

Puede, empero, suponerse un centro comun á la dispersion en lagos andinos derramando sus especies con el desbordamiento, ó atribuyéndolo á crecientes del Xarayes, enviando unos indivíduos al Amazonas y otros al Plata; entretanto, ya que nuestra ignorancia de la hidrografía americana es tan grande, la Loricaria cataphracta es una fuente de investigacion tan importante como llena de interés, y que, considerada al través de las palabras de Castelnau, levanta un nuevo campo de fructíferas pesquisas 13.

En los alrededores de la ciudad del Paraná he tenido mas de un motivo de sorpresa agradable.

No era solamente la contemplacion del hermoso paisaje, cuando á la hora del crepúsculo, despues de un dia sofocante, dirigía la vista á las barrancas destacando los caprichos de las grietas ó trozos columnares separados y cubiertos con su baño de arcilla levigada; no era el contínuo paso de las velas en el ancho rio ó el ruido de los vapores al sacudir sus aguas, ni el espectáculo de los mantos vetustos con sus generaciones de mariscos sepultados en la sucesion de los tiempos; no era ésto solamente (aunque cónfieso que en mas de una ocasion tales cuadros me fueron gratos) lo que más contribuía á despertar mi actividad para las pesquisas. Apenas entregado por completo á los Invertebrados, tuve ocasion de observar formas que antes interesaban poco mi atencion. Entre los alguaciles, por ejemplo, se hacía notable la Uracis quadra14 por su abundancia y el hecho de comparar su predominio en aquellos lugares con su escasez relativa en Buenos Aires, donde la sustituye con ventaja la Æschna bonariensis15 me hizo recordar que los Libelúlidos han sido bastante descuidados en las investigaciones llevadas á cabo en nuestro país. Tendré oportunidad de observar, en el curso de este trabajo, que he procurado remediar el olvido, no diré durante mi viaje al Paraná, pero sí en mis investigaciones ulteriores, por ejemplo, en Misiones y en el Chaco (1886), como se verá tambien en otros trabajos. De los otros grupos de insectos he reunido algunas piezas de valor. Recordaré, por ejemplo, entre las Abejas, un Anthidium, para el cual, como para otras especies Argentinas, he fundado el género Anthodioctes; una Nomadina muy bonita, la Melectoides senex de Taschenberg 16 y otros Apidos, entre los cuales figuran la Anthophora paranensis, n. sp., y su parásito Cœlioxys coloboptyche, la primera notable por un extraño peine del clípeo, y la segunda por el extremo superior del abdomen truncado y peludo. De los otros Himenópteros, puedo citar algunos Crabrónidos, tambien nuevos, muy pocos Esfégidos y casi nada en Escólidos, Bembécidos y Mutílidos, compensando esta escasez, en cambio, numerosas especies de Avispas (Véspidos). Entre los restantes hay algunas chinches de interés, mariposas muy comunes y poca cosa de lo demás. Los Arácnidos eran escasos y los que quizá deben recordarse entre ellos son algunas hábiles tejedoras que se describirán en su lugar respectivo. Los otros grupos no merecen mencionarse.

Para el lector ageno á nuestras costumbres Argentinas, debo recordar que, en general, la ciudad del Paraná se encuentra bajo un pié de desarrollo á la europea, y que cada uno, segun su caudal, encontrará lo que precise.

Allí se hacen observaciones meteorológicas regulares; existen registros civiles que se publican, y las memorias oficiales que se dan á luz anualmente contienen el material que en tales obras se incluye. La ciudad tiene latitud y longitud como otras ciudades de ambos continentes; y si no hay error de minutos y áun de grados, como sucede á veces, es probable que un geógrafo tenga poco que hacer allí.

Bajo el imperio de estas convicciones, bajo la presion del plazo que me había marcado, y despues de despedirme de mis antiguos y nuevos amigos y conocidos, regresé á Buenos Aires, donde pude entregarme al estudio y preparacion de los materiales reunidos, estudio que ahora incluyo en este informe general (2a parte).

* * *

Antes de pasar á otro punto, leo cuanto he escrito hace un año, y, si bien encuentro algunas observaciones que podrian ser mas breves ó figurar con mas eficacia en una obra de otro carácter, pienso á la vez que tendré que ocuparme en tantos casos de las costumbres de una araña, de una garrapata ó de un gorgojo, con la confianza de que mis observaciones serán tanto más aceptables cuanto más prolijas, que prefiero dejar todo como está antes de quitarle el sello que lleva, máxime si se piensa que, desde entónces hasta ahora, no he cambiado de idea.

CAPÍTULO II.

EN EL CHACO.

Salida para Misiones. — Un recuerdo de la expedicion al Chaco en 1835. — En viaje. — C. Solari. — A. Pitaluga. — Baradura en San Nicolás. — Géneros de Neurópteros Argentinos. — Llegada á Corrientes una hora despues de la salida del Posadas. — Seguimos al Chaco. — El Chaco á media noche.

 

Cuando algun dia tenga un curioso el capricho de comparar mis trabajos con mis viajes, esto es, la cantidad ó importancia de aquellos con la extension de éstos, quedará sorprendido al hallar una desproporcion enorme, y pensará que he dedicado una buena parte del tiempo á contemplaciones inútiles.

No sé si tal cosa llegará á suceder, pero hay tanta gente desocupada que busca algo raro con qué distraerse y algo insustancial con qué matar el tiempo, que bien pudiera ocurrir lo que señalo.

En ese caso, y áun sin ello, me consuela la idea de que si bien me ha sobrado el esfuerzo y hasta el empeño, las épocas han sido siempre malas para llevar á cabo mis excursiones, precisamente porque no podía elegirlas.

En nuestro país se ha desarrollado últimamente una furia tal de expediciones, á las que se bautiza invariablemente con el pomposo título de Exploraciones científicas, que ello toma ya un carácter alarmante, por no decir epidémico, de tal suerte que la sátira de cierto cronista recordando que en la última exploracion de Fulano había éste conseguido descubrir la Laguna de Navarro sintetiza bien la cantidad de ironía que en tales casos se puede y se debe propinar á las víctimas.

Convengo en que un buen número de aquellas representa verdaderas Exploraciones; pero es tanta su bondad, que todavía queda otro número muy bueno que contiene falsas Exploraciones, Exploraciones apócrifas, ó, mas bien, Exploraciones falsificadas.

No escribiría lo que acabo de escribir si no hubiese visto y oído citar alguno de mis viajes como «Exploracion» y me anticipo á arrancarle semejante antifaz, porque no me deleitan las mascaradas científicas. Ni acudiré al Diccionario en busca de la palabra, porque estoy seguro de hallarle una amplitud en que cabe todo un infinito de pesquisas; pero ya nos entendemos, y no vale la pena recordar que, con tal fecha, se encontraron, por casualidad, numerosos exploradores, en las orillas del Arroyo Maldonado, buscando plantas los unos, arañas los otros, y, algunos, crisálidas, orugas ó mosquitos, agregando que llegaron en trenvía.

Los investigadores, en la República Argentina, han sido tan poco numerosos, que, dentro de la capacidad lexicológica, hay que explorarlo todo aún. En los alrededores de la misma Capital de la República, en su recinto propio, se encuentran todavía innumerables especies nuevas, algunas de ellas de tamaño relativamente grande.

Cada vez que se publica una monografía, es raro no hallar algo nuevo citado de «Buenos Aires». Con más razon, pues, sucederá ésto, y en mayor grado, en comarcas distantes, por donde sólo de paso, y apurado quizá, cruza un viajero curioso.

Pero, volviendo al principío, repetiré que, para mis excursiones, jamás he podido elegir la época, de modo que he debido aprovechar el Verano, el rigor casi del Verano, durante el cual, y especialmente en el Norte del país, se sufre no poco á causa del calor, que con frecuencia sube á 41 ° C., ó más aún, de los mosquitos, de los gegenes y de cuanta plaga tienen los países cálidos. En tales condiciones, sólo una voluntad de hierro puede sustraerse á las frecuentes lasitudes que se insinúan en el organismo, cuando nó en forma palúdica, y sólo el vehemente deseo de escudriñar y estudiar todo lo que constituye el programa de viaje, puede dejarle á uno la suficiente energía para vencer las trabas naturales.

Un viajero no se compone solamente del cuerpo material que anda, corre, cabalga ó es arrastrado por la embarcacion ó por el carro.

En él hay algo que piensa, que sufre, que goza; algo que sabe y que guía; algo que inicia, subordinando el impulso á un todo de su propia armonía, y que dá término, dentro de ese mismo concierto, á un grupo de investigaciones.

Sin todo ésto, no habría viajero posible.

Transportarse ó ser transportado de un punto á otro como una petaca ó una maleta cargada de Bíblias en zulú es algo que no podemos comprender aquí.

Pero, así como las modalidades personales priman sobre el viaje mismo, así como la característica del viajero se impone en la investigacion, debe no olvidarse que los que puedan tener interés por el viajero, tal vez no alcancen á tener ninguno por lo que pensó, sinó por lo que vió, y á nadie causan pena sus dolores si no los comprende, ni entusiasman sus emociones si no coloca al lector en presencia del panorama, si su fantasía carece del colorido propio, del poder suficiente para esbozar los contornos y estampar en ellos la imágen de la verdad con toda la plástica deliciosa que penetró en su cerebro para no desvanecerse.

Agréguese á ésto lo que constituye el fondo mismo del viaje, las adquisiciones materiales en los puntos recorridos, y se tendrá mejor idea al respecto.

Un libro de viaje no excluye lo subjetivo; pero es tan difícil sustraerse á la tentacion de llenarlo con tal médula, que muchas veces no tiene otra.

Iniciada la atáxia, la parálisis asoma.

Se me ocurre— y no pretendo inventar, porque seguramente lo han estampado ya muy respetables autores — se me ocurre, decía, que no vale la pena emprender un largo viaje de exploracion para no ocuparse de ella.

Nunca pudo el Doctor Festus darse cuenta clara de si había hecho realmente su primer viaje de instruccion, ó si lo había soñado. De todos modos, se calzó los guantes de gamuza para emprender el segundo.

Con estas impresiones y otras que rayan en sus análogas, comencé á elaborar el proyecto de llevar á cabo, á fines del 84, mi soñado viaje á Misiones.

Todo estaba pronto. No había más qué hacer que encajonar los útiles y... adelante.

Pero entónces se empieza á hablar de la Expedicion del Ministro de la Guerra al Chaco.

Tenía motivos personales para ofrecer mis servicios al Dr. Victorica, y como sabía, ó, mas bien, preveía que iban á surjir dificultades cuando se tratara de la organizacion de la Comision Científica que le acompañaría, consideré que era ya un deber de mi parte el persistir en mi ofrecimiento — y los que están en antecedentes saben bien que tenía muchos motivos para hacer de ello algo más que una cuestion personal.

Como el Ministro aceptara mi ofrecimiento, organizando á la vez una Comision, y como el teatro de pesquisas incluyera tambien el Territorio de Misiones, comprendí que al fin lo yisitaría.

Terminó el año 84. Regresó el Ministro y apenas si pudimos emprender el viaje á mediados de Marzo del 85.

Lo que pasó, no hace al caso. Esto es materia de un trabajo particular, habiendo sido elevado ya, al Ministerio, el Informe Oficial prévio, que, á grandes rasgos, contiene los actos de la Comision.

De todos modos, es un hecho que, eliminando de toda la Odisea de nuestra Comision, todo lo que es científico, queda y sobra para una ó dos Iliadas. Los resultados de nuestras investigaciones fueron tales, y las colecciones tan ricas, gracias á la division del trabajo y al espíritu que reinaba entre los miembros de la Comision, que parecería exajerado cuanto dijera, si no abrigara la esperanza de que la publicacion definitiva de nuestro viaje lo dirá de una vez por todas.

Esto mismo sirve de base y explica ciertas deficiencias marcadas en el actual; y áun debe tenerse presente que no hago mencion de aquel viaje al Chaco sinó por tales razones.

Mucha parte de la tarea que yo habría llevado á cabo en Misiones, se anticipaba yendo al Chaco. Quiere decir únicamente que, si habría de publicarse aquí, se publicará allí. El resultado será el mismo, pudiéndose decir, para mayor abundancia, que el órden de los factores no altera el producto.