Un novio imposible - Susan Fox - E-Book
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Un novio imposible E-Book

SUSAN FOX

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Beschreibung

Lorna Farrell tenía dos deseos en la vida: tener la familia que le había faltado de niña y que Mitch Ellery jamás se enterara de que estaba enamorada de él. El magnate era el único hombre en el mundo con el que jamás podría estar, pero también era el único que podía ayudarla a encontrar a su familia... El dilema se hizo aún más difícil cuando se vio inmersa en un falso compromiso con Mitch. Si huía, lo perdería todo; pero cuanto más tiempo pasaba junto a él, más lo deseaba... y más parecía que él sentía lo mismo por ella. ¡Si al menos pudiera confesarle sus secretos!

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Seitenzahl: 201

Veröffentlichungsjahr: 2014

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Editado por Harlequin Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2002 Susan Fox

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Un novio imposible, n.º 1743 - octubre 2014

Título original: Her Forbidden Bridegroom

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2003

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-5574-8

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Publicidad

Capítulo 1

Lorna Farrell nunca olvidaría la última vez que había visto a Mitch Ellery. Tenía diecinueve años. Cinco años después, el recuerdo de aquel terrible día seguía vivo, como suspendido en el tiempo, ardiendo lentamente en su corazón como si se hubiera repetido una y otra vez.

La certeza de que podría encontrarse con ese hombre cara a cara había reavivado el recuerdo. Lorna se limpió discretamente el sudor frío que perlaba su frente, con manos temblorosas. No era la primera vez que se enfrentaba a una situación traumática y sabía qué hacer para mantenerse fuerte y sobrevivir. Sin embargo, esta vez, tendría que enfrentarse al desastre sabiendo que se lo merecía. Su sentido de la responsabilidad era demasiado exigente en ella para permitirla ignorar la pesada carga de la culpa, de ahí su miedo y el temblor de sus manos.

Miró con cautela a la joven morena que estaba junto a ella en el ascensor. Apenas tres años menor, Kendra Jackson era totalmente inconsciente de la angustia de Lorna. Mientras subían al vigésimo piso del edificio San Antonio, Lorna se dedicó a estudiar el hermoso perfil de Kendra. La emoción la embargaba, pero continuó mirándola, alerta en caso de percibir que su escrutinio había sido descubierto. Puede que esos momentos con Kendra, fueran los últimos que compartieran.

En cuanto Mitch Ellery se enterara de la amistad tan estrecha que mantenía con su hermanastra, se lo diría a su jefe, si no a la policía, y el trabajo que tanto esfuerzo le había costado encontrar, no solo se esfumaría, sino que reduciría a cero las posibilidades de encontrar otro.

Kendra Jackson era en ese momento, la prometida del jefe de Lorna, John Owen; la joven que había conseguido burlar la distancia que Lorna había marcado, a base de su persistencia, hasta el extremo de que John Owen había puesto a Lorna a su disposición para todo lo que pudiera necesitar. Kendra había dado la impresión de buscar en Lorna a su confidente, y esta había caído en la trampa. El hecho de que Kendra se hubiera apropiado de su tiempo y atención, era algo que Lorna había guardado celosamente para sí.

Kendra Jackson era una mujer joven demasiado feliz y despreocupada, en fin, enamorada, y demasiado desconocedora de los secretos e intenciones egoístas de los demás, para ser consciente de que la eficiente señorita Farrell, cuyo tiempo y atención había monopolizado, resultaba ser su medio hermana.

Y ahí estaba la razón de la culpa que angustiaba a Lorna. Había sabido lo de esa hermana en el mismo momento en que escuchó su nombre seis meses atrás. Para luego verla entrar en la oficina poco después cuando fue a comer con su futuro prometido; y había sido una completa tortura porque Lorna nunca dejaría que su hermana supiera quién era ella. La madre de ambas no había querido saber nada de la hija que había tenido fuera del matrimonio, y, no solo lo había dejado muy claro ella personalmente cinco años antes, sino que había enviado a su hijastro, Mitch Ellery, a buscar a Lorna y dejarle aún más claras sus intenciones.

Al principio, usó cierto tacto para entregarle el mensaje, pero el brillo de sus ojos oscuros y la dureza de sus rasgos faciales habían conseguido que un discurso tranquilo tuviera sobre ella el impacto de un mazazo. Para Mitch Ellery no había significado nada que Lorna se hubiera asombrado tanto como su madre cuando se encontraron en aquel restaurante donde estaba comiendo con él y con el padre de este.

Lorna se había quedado tan intimidada con la llegada repentina de Mitch a su apartamento que lo que se le ocurrió para defenderse fue decirle la verdad: que su amigo no tenía mala intención cuando arregló el encuentro, pero fue una insensatez, y había quedado tan sorprendida como su propia madre. Lorna se había quedado mirando la dura expresión de los ojos oscuros mientras le juraba que, por nada del mundo, querría ella desobedecer el deseo de su madre y menos acercándose en público de esa forma.

La explicación y la sincera disculpa de Lorna tampoco le importaron demasiado a Mitch Ellery. La había acusado sin rodeos de estar mintiendo, no solo en lo de las buenas intenciones de la persona que había arreglado el encuentro, sino también al sugerir que podía ser realmente la hija de Doris Ellery. Mitch Ellery dijo además que la propia estabilidad mental de su madrastra estaba en juego, quien la había acusado de oportunista inepta que utilizaba un cruel alegato para extorsionar a una familia rica. Terminó amenazándola con informar a la policía si volvían a tener noticias de ella.

Lorna había quedado destrozada con esas palabras, por la seguridad de que su propia madre parecía negar haber tenido una hija fuera del matrimonio a la que había abandonado muchos años atrás, pero que además la acusaba de ser una mentirosa, algo que la mortificaba.

No era que Lorna fuera poco comprensiva ante la difícil situación que vivió su madre. Doris Jackson Ellery debía tener unos dieciséis años cuando nació el bebé. Sin duda las circunstancias de un embarazo tan joven y el hecho de dar al bebé en adopción debió ser muy duro para ella, y Lorna entendía perfectamente que su madre pretendiera olvidar aquella parte de su vida.

Sin embargo, Doris se había casado con el padre de Kendra dos años después de haber dado en adopción a aquel primer bebé y muchos años después se casó con Jake Ellery, un hombre bastante mayor que ella, perteneciente a una escala social alta, en la que la noticia de un embarazo adolescente y el haber dado al bebé en adopción, habría sido un gran escándalo. Y como era un asunto que había mantenido en secreto ante los Ellery, ahora todos debían pensar que la revelación era una traición.

La familia Ellery tenía mucho peso en el negocio del petróleo, y mantener su impecable reputación era primordial. Kendra era un fiel ejemplo de ello, una joven educada en la más estricta moral tradicional para comportarse de una manera respetable. Lorna era consciente de la importancia que tenía la respetabilidad, y tener una reputación impecable sin tacha moral alguna que se pudiera imputar, significaba mucho para ella. Pero todo eso se podía venir abajo, su respetabilidad quedaría por los suelos y su maravilloso trabajo le sería arrebatado. ¿De qué otra forma podría entender Mitch Ellery aquella situación que ella misma había permitido que continuara porque quería mantener su trabajo y al mismo tiempo no quería herir los sentimientos de Kendra?

Una sola mirada a Lorna bastaría para dejarle claro que la señorita Farrell de la que había oído hablar era Lorna Farrell. Aquella Lorna Farrell a la que consideraba una oportunista y una mentirosa, la Lorna Farrell a quien había amenazado con denunciar a la policía.

Justo en ese momento, Kendra giró la cabeza y Lorna desvió la mirada. El ascensor se detuvo.

–Lorna, ¿por qué estás temblando? –preguntó la joven, tomándola del brazo–. ¿Estás bien?

–Estoy bien. Simplemente, me salté la comida y me siento débil.

–¿Por qué no me lo dijiste? –continuó Kendra, realmente preocupada por ella, lo cual hizo que sintiera un vuelco al corazón–. Podríamos haber tomado algo juntas.

–No tenía hambre, y sigo sin tenerla –contestó Lorna, obligándose a sonreír a su medio hermana–. Tú también has tenido días de estos alguna vez, ¿verdad? Con los nervios de la boda y los preparativos, ¿no has olvidado alguna vez que tenías que comer y te has sentido débil?

Kendra seguía preocupada por Lorna y esta se sintió conmovida por el gesto.

–¿Estás segura? Últimamente has estado trabajando mucho y además yo te he tenido corriendo de un lado a otro. Tal vez deberías tomarte un par de días libres. Has hecho horas extra más que suficientes…

–Soy feliz trabajando y me gustan los retos. Tendré todo el fin de semana para descansar y recargar las pilas, pero… –Lorna se detuvo mientras se dirigían hacia la puerta de su oficina– …ahora necesito volver al trabajo. Tu prometido me ha dado un montón de correspondencia que tiene que estar lista antes de las cinco de esta tarde. No te preocupes. Tengo una manzana en el cajón.

–De acuerdo –contestó Kendra, sonriendo, sus rasgos algo menos tensos que antes–. Gracias por tu ayuda, y no trabajes tanto.

–Trabajar duro es bueno para la mente –contestó Lorna, entrando en su oficina, y al hacerlo apretó el brazo de su hermana. No solo era un agradecimiento mudo por su preocupación por ella, sino una necesidad física de darse el capricho de hacerlo porque pudiera ser la última vez.

Si tan solo pudiera pensar en alguna tarea que la llevara fuera del edificio para retrasar lo inevitable… Tal vez todavía pudiera contactar con el señor Ellery en privado, confesarle lo que había hecho y expresarle su dilema. Tal vez se lo tomara mejor que enterándose por sorpresa. Seguía preguntándose por qué no lo había hecho meses antes, por qué no habría recobrado la sensatez antes de dejar que las cosas llegaran tan lejos.

Lorna miraba al frente mientras caminaba cuando se dio cuenta de la presencia de un hombre corpulento que se estaba levantando lentamente de uno de los sofás de la sala de espera que había frente a su escritorio. Kendra lo vio también en ese momento.

–Mitch. ¡Has llegado pronto! Siento tanto que hayas tenido que esperar –dijo Kendra, y se dirigió a su hermanastro en cuanto lo vio, adelantando a Lorna, que, de pronto, había sentido que las piernas le fallaban ante la visión de aquel hombre alto y fuerte, cuya sombría mirada se clavó en ella como afilada cuchilla.

El terror la invadió, pero trató concienzudamente de desviar la vista y se dirigió con calma hacia su sitio. No deseaba que aquello fuera una presentación formal, pero por la forma en que Kendra la había informado de la visita diez minutos antes, sabía que sus posibilidades eran nulas. Lo único que podía hacer era protegerse detrás de su postura distante que solo Kendra y algunos amigos íntimos habían conseguido atravesar.

Lorna no había hecho nada más que dejar su bolso en el cajón y encendido su ordenador, cuando Kendra la llamó.

–¿Lorna?

Esta se giró en su dirección forzándose a sonreír mientras su hermana se dirigía hacia el escritorio con Mitch Ellery a su lado, y Lorna dio la vuelta a la mesa para enfrentarse a la temida presentación.

–Este es mi hermanastro, Mitch Ellery –comenzó Kendra, y Lorna llevó entonces su mirada hacia los fieros ojos del hombre–. Mitch, esta es Lorna Farrell.

El corazón de Lorna dio un brinco y comenzó a latir desbocado, esperando el desastre. No dejaba de pensar que alargar su mano hacia Mitch Ellery era como meterse en la boca del lobo, y se sentía desfallecer. Pero entonces, él alargó su mano hacia ella; una mano fuerte y encallecida que podría haberle partido la suya con un simple apretón, pero que la sacudió ligeramente.

Igual que la otra vez años atrás, iba vestido con un traje negro y unas botas de color oscuras, mates. El traje concordaba con su calidad de millonario, pero su mano encallecida, aquellas botas y el abrigo que había dejado en el sofá dejaban claro que además de un magnate del petróleo, era un ranchero, acostumbrado a montar a caballo y a ensuciar y maltratar sus manos.

Los segundos parecían horas mientras estrechaban las manos, sin quitarse la vista de encima y el tacto provocaba en ella unos sentimientos que la hacían temblar en lo más profundo de su ser.

La voz de Mitch era mesurada y su acento muy pronunciado.

–Es un placer, señorita Farrell –dijo él, asiendo con un poco más de fuerza la mano de Lorna, lo suficiente para hacer que esta se atragantara.

–En… encantada de conocerlo, señor Ellery. La señorita Jackson siempre habla con gran simpatía de usted.

«¿Con gran simpatía?» Se sintió mortificada por sus palabras. La sombría mirada de Mitch pareció llamear y a continuación la rabia que mostraban sus rasgos de acero se dulcificaron. Lorna continuó mirándolo a los ojos, buscando una pizca de piedad. Puede que la mirada pareciera dispuesta a concederle el indulto, pero sabía que sería mejor aceptarlo como algo pasajero. Le resultaba obvio que en presencia de Kendra, Mitch Ellery no se enfrentaría abiertamente con ella. Eso significaba que la vigilaría, igual que la otra vez años atrás, pero esta vez su encuentro terminaría de otra manera. Su decisión de no rechazar a Kendra y de no abandonar su trabajo se lo aseguraban. En ese momento, la dulce voz de Kendra la sacó de su ensimismamiento.

–Dios mío. Este debe haber sido uno de los apretones de manos más largos de la historia.

Lorna hizo ademán de soltar la mano de Mitch rápidamente, pero los dedos de este se tensaron forzándola a una separación más lenta. La joven Kendra debió pensar que les costaba separarse, como si fueran dos personas que se atrajeran intensamente que solo dejarían de tocarse porque la buena educación los obligaba a hacerlo.

Lorna no podía mirar a su hermana porque era consciente de lo que estaba pensando. En vez de ello, se contentó con cruzar los brazos a modo de protección intentando que la acción pareciera natural.

–Si me disculpan, tengo que volver al trabajo –dijo Lorna.

Todo terminó rápidamente, aunque le pareció que fueron horas lo que tardó Kendra en entrar en el despacho de John Owen seguida por su hermanastro, para, escasos minutos después, volver a salir con Mitch y despedirse de ella antes de salir al pasillo.

Lorna no pudo recuperar la calma hasta que no oyó las puertas del ascensor cerrándose. Y una vez recobrada la compostura se dedicó a borrar todas las letras sin sentido que había escrito en el ordenador.

Decidida a ocupar su, todavía exaltada, mente en algo, tomó las notas que su jefe le había dictado y trató de ponerse a trabajar en ellas. Le costaba mucho concentrarse, y le llevó una eternidad conseguir centrarse lo suficiente como para empezar a despachar la correspondencia. Diez minutos antes de las cinco, estaba toda hecha y firmada y su jefe se había marchado a casa.

Lorna se quedó un rato más en la oficina para terminar de organizar varias cosas. No sabía lo que las siguientes horas le depararían. Había posibilidades de que ya no tuviera que ir a trabajar el lunes siguiente o tal vez todo se limitara a una ausencia temporal. Todo dependería de lo que Mitch Ellery decidiera hacer y si cumpliría su amenaza de denunciarla a la policía, y entonces ya nunca tendría posibilidad de ocuparse de nada.

En cuanto terminó lo que tenía pendiente, guardó algunos efectos personales en su bolso. Echó una última mirada a la oficina, tomó el correo que echaría en el buzón al salir, y se fue dejándolo todo apagado.

Era un alivio que la mayoría de la gente hubiera salido ya de trabajar, así no tendría que seguir poniendo cara amable a nadie más que al guarda de seguridad. Pero una vez fuera del edificio, su corazón empezó a latir con fuerza mientras se dirigía a su coche, pensando que Mitch Ellery estaría en ese momento esperándola en su apartamento. No tenía sentido esperar que le concediera un indulto, ni siquiera un retraso de lo inevitable. La espera se hacía insoportable, realmente. Hacía meses que tenía que habérselo contado todo a Mitch Ellery pero no lo había hecho por razones egoístas.

Gracias a Kendra, Lorna había conocido el valor de una familia, lo que tanto había deseado cuando era pequeña, que para ella era lo más sagrado del mundo, y no le había importado aceptarlo a pesar de su alto precio.

Sin embargo, había llegado el momento de pagar por los pequeños tesoros de los que había disfrutado, en la moneda que Mitch Ellery dispusiera, aunque sabía que el pago la destrozaría, lo haría rápidamente, porque se sabía culpable, y por tanto no podía quejarse.

Hizo todo el camino hasta llegar a su apartamento nerviosa, buscando por los alrededores algún coche que no le resultara familiar. Mientras cruzaba el seto para llegar al portal, pudo oír el portero automático que sonaba, y no había hecho nada más que llegar a su apartamento cuando tocaron a la puerta. Lorna se asustó, hasta que se dio cuenta de que la llamada le resultaba familiar, y abrió la puerta.

Melanie Parker, su mejor amiga, la saludó con una amplia sonrisa que se esfumó rápidamente al ver la cara de Lorna.

–¿Te ocurre algo?

–Me alegra que hayas venido. Tengo que pedirte un favor –contestó Lorna, dando un suspiro de alivio al ver a su amiga–. ¿Recuerdas a Mitch Ellery? –le preguntó, el portero automático sonó de nuevo.

–Oh, no Lorna. ¿Qué podemos hacer? –Mellie se mostró alarmada.

Lorna tenía ganas de llorar. Aunque Melanie sabía que se había permitido pasar todo ese tiempo con su hermana, siempre la había advertido del peligro que corría, y Lorna había decidido no hacer caso a los avisos, porque Melanie, más que nadie, la entendía. Melanie por tanto sabía, igual que Lorna, lo que la llegada de Mitch significaba.

–Si sube –dijo Lorna, con voz temblorosa–, me gustaría que te cerciores de que todo va bien. Bastará con una simple llamada, no hace falta que vengas hasta aquí.

–¿Crees que te haría daño? –preguntó Melanie, asustada ante las palabras de Lorna.

Dios, no lo había pensado, pero dudaba que se pusiera tan violento. Negó con la cabeza.

–Está muy enfadado, pero no creo que me hiciera daño. Probablemente estoy sacando las cosas de quicio.

El portero automático volvió a sonar y Lorna se apresuró a sacar a Melanie al pasillo.

–No puedo hacerlo esperar, Mel. Por favor, llámame en…veinte minutos –continuó Lorna.

–¿Tanto?

–Veinte minutos –repitió Lorna, tratando de sonreír, repentinamente culpable por preocupar de esa forma a su amiga–. Estaré bien.

Melanie asintió con la cabeza, aunque no parecía estar muy convencida, y se dirigió a su apartamento al otro lado del pasillo. Lorna cerró la puerta y contestó a la llamada del portero. Con un poco de suerte no sería Mitch Ellery.

–¿Si? –contestó con voz suave aunque forzada.

–¿Es el apartamento de la derecha? –contestó Mitch cortante, que había reconocido la voz de Lorna. Pero ni un saludo, ni identificación alguna ni la petición de subir a la casa. Nada. Lo único que lo detuvo antes de cargar contra ella como un toro salvaje era la necesidad de asegurarse de que lo hacía en el apartamento correcto.

Por otro lado, la seguridad del edificio no era muy estricta. Podía haber esperado hasta que entrara algún otro vecino y colarse. El hecho de que no lo hubiera hecho demostraba, al menos, que era un hombre honesto con cierto sentido del decoro.

Lorna dudó un segundo y finalmente abrió la puerta. Entonces se sintió aterrorizada. Antes de que pudiera reaccionar, Mitch había subido las escaleras y sus pasos resonaban por el pasillo. La cadencia de sus pesadas botas le confirmaban que estaba realmente enfadado y que iba a descargar contra ella. El sonido incesante de los pasos que se acercaban, la asustaba más y más.

Pensó que sus nervios no aguantarían el sonido del golpeteo en la puerta, así es que se adelantó a abrir la puerta.

Capítulo 2

Al ver a Lorna Farrell de pie en la puerta tan remilgada, Mitch sintió la misma rigidez que había sentido esa tarde en el despacho de John Owen.

Lorna Farrell era delgada y menuda. Su pelo oscuro y brillante, en una melena hasta los hombros, enmarcaba unos ojos grandes de un azul intenso, y los rasgos faciales eran finos y delicados, dignos de una belleza renacentista. El parecido entre ella y Kendra era realmente asombroso.

Los cinco años transcurridos desde su último encuentro habían suavizado esos rasgos otorgándole una belleza excepcional. La miraba y le parecía que tenía un estilo refinado y el porte de una reina. Sin duda el parecido con Kendra era en ese momento mucho más patente que cinco años atrás. Debía ser por ese motivo que estaba intentando un nuevo acercamiento a Doris.

Mitch podría haberle dado algo de margen en caso de haber intentado contactar con Doris de nuevo. Su madrastra había terminado confesando que había dado un bebé en adopción muchos años atrás, pero negaba la posibilidad de que Lorna Farrell fuera ese bebé. Un simple análisis de sangre frustraría el nuevo intento de la señorita Farrell. Comprobaría lo rápidamente que sería considerada una mentirosa si osaba ponerla en evidencia.

Pero en vez de dirigirse directamente a Doris, se las había arreglado para colarse en la vida de Kendra. Y solo por eso, Lorna le parecía una persona débil. En las últimas horas, había descubierto que Lorna trabajaba para John Owen mucho antes de que Kendra se convirtiese en su prometida, pero de nada le serviría haber intimado con Kendra.

Kendra era una joven dulce y muy ingenua, decidida, algo consentida, pero ajena a la maldad debido al optimismo y la generosidad propias de la juventud. Todavía no había aprendido que el mundo estaba lleno de mentirosos y oportunistas. Todavía no había conocido la amarga realidad donde hay gente celosa de lo ajeno que haría lo que fuera por pasar por encima de uno, o esa otra gente avariciosa que, creyéndola tonta, tratarían de quedarse con lo suyo.

Por la hábil forma en que se había entrometido hasta ganarse la confianza de Kendra, Mitch Ellery la consideraba de la segunda clase, y, aunque él creyera que su hermana tenía que madurar y conocer la vida real, estaba decidido a que Lorna Farrell no fuera la encargada de «enseñársela».

Ninguno de los dos se dirigió la palabra, mientras Mitch entraba en el apartamento. Lorna había mejorado mucho económicamente en esos cinco años. Su casa actual estaba pintada de un blanco brillante, decorada con buen gusto, a pesar de que los muebles eran de segunda mano. Le gustaba el color y los detalles interesantes, como una curiosa caricatura de un poni desgarbado de largas pestañas, delante de una librería antigua llena de libros de distinta encuadernación.