Amantes en Noruega - Lee Wilkinson - E-Book
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Amantes en Noruega E-Book

Lee Wilkinson

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Beschreibung

Ella no había planeado convertirse en su amante... Quizás Brad Lancing fuera un magnífico empresario, pero en lo relacionado con las mujeres tenía muy mala reputación, y Joanne Winslow quería asegurarse de que su hermana no se convirtiera en una conquista más del señor Lancing... Aunque eso significara que ella misma tuviera que convertirse en su amante. Afortunadamente, Brad estaba encantado con que Joanne fingiera ser su amante... al menos por el momento. Pronto se dio cuenta de que él parecía estar tomándoselo muy en serio y ya era hora de hacerse con el control de la situación. Fue entonces cuando comenzó la ceremonia de seducción que ella tanto había imaginado...

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Dorothy Breedon

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Amantes en noruega, n.º 1398 - mayo 2017

Título original: Stand-In Mistress

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-9691-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Y la instalación se hará de inmediato?

–Sí, naturalmente.

Joanne transmitía confianza con su aspecto elegante y eficiente. Iba vestida con un traje gris oscuro y tenía las esbeltas piernas cruzadas.

Se hizo una breve pausa mientras el fornido director gerente de Liam Peters se lo pensaba.

–De acuerdo, si su empresa puede ofrecerme el servicio que ha esbozado, señorita Winslow, creo que podemos hacer el negocio –dijo él con satisfacción.

–Estoy segura de que podremos –aseguró ella.

Él la miró a través de la mesa con los codos apoyados en los brazos de la butaca y las manos unidas.

El pelo negro y lustroso enmarcaba un rostro ovalado con hermosos rasgos; ojos azul oscuro, boca amplia, nariz recta y barbilla firme.

Decidió que no era exactamente hermosa, pero era un rostro interesante y lleno de personalidad.

–En ese caso, espero que su equipo de técnicos esté aquí el lunes a primera hora para hablar conmigo.

–Aquí estarán –aseguró ella con una sonrisa.

Esa sonrisa hizo que él reconsiderara la opinión anterior.

Se levantó, la acompañó a la puerta de la oficina y se estrecharon las manos cordialmente.

Ella, sin apenas poder contener las ganas de saltar y gritar de alegría, salió del edificio de oficinas recién terminado y se perdió en la calle Fulham.

Se sintió inmediatamente sumergida en el resplandor dorado de la tarde de principios de septiembre y en el bullicio y estruendo del tráfico de Londres.

Las cosas parecían enderezarse tras meses de preocupación al ver que la economía empeoraba y que la empresa que había levantado su hermano se hundía.

Durante cinco años, Steve había luchado para conseguir que Servicios Empresariales Optima saliera delante, pero la recesión había reducido el trabajo y los recursos financieros de la empresa pasaban por serios apuros.

La primera racha mala la habían salvado al hipotecar su casa, pero la segunda, que llegó inmediatamente después de la primera, había amenazado con hundirlos.

Entonces, esa misma mañana, MBL Finance, una sociedad internacional de inversiones especializada en ayudar a pequeñas empresas, había prometido a Steve una considerable inyección de dinero.

En ese momento, alabado fuera el cielo, ella tenía asegurado lo que prometía ser un lucrativo contrato para crear una gran red de comunicaciones.

Joanne miró su reloj cuando estaba a punto de dirigirse a la boca de metro más cercana. La sorprendió comprobar que eran las cinco menos veinte. No tenía sentido ir a su oficina de Kensington un viernes a esa hora.

Estaba bastante cerca de su casa y podía ir dando un paseo para empezar a preparar la cena a la hora que llegara el resto de la familia. Se dio la vuelta y se dirigió hacia la calle Carlisle y la casa que compartía con su hermano Steve, con su hermana Milly y con Duncan, el marido de Milly.

Seguro que Milly estaría haciendo las maletas. La joven pareja se iba a Escocia, donde Duncan, un médico recién licenciado, había recibido una oferta de trabajo en Edimburgo, su ciudad natal.

El puesto incluía un piso amueblado encima de la consulta. Viajarían esa noche en coche cama y llegarían a Edimburgo a las siete y media de la mañana, lo que les permitiría instalarse durante el fin de semana.

Además, la oferta era más interesante porque una de las recepcionistas acababa de dejar su puesto y se lo habían ofrecido a Milly.

A pesar de todo, ella parecía nerviosa y poco entusiasmada con la idea de irse tan lejos, y la evidente desgana había creado algunos problemas entre ella y Duncan.

Cuando ella se quejaba con cierta pasión y decía que le gustaba su trabajo de secretaria y que no quería marcharse, Duncan le respondía que antes de casarse él ya le había dejado claro que pensaba volver a Escocia.

Ella, incapaz de rebatirlo, primero daba paso al llanto y, cuando eso no tenía efecto, a los arrebatos de ira. Sin embargo, para alivio de Joanne, Duncan, con un equilibrio y firmeza equivalente a la ira y obstinación de Milly, había pasado por alto las rabietas.

Joanne bajó la calle Carlisle con la nostalgia habitual. Era una calle tranquila con árboles y bordeada por viejas y elegantes casas y con entradas porticadas.

El número veintitrés había sido de sus padres. Un hogar para una familia feliz. El salón se utilizaba de despacho y en la ventana se podía leer en letras doradas: John y Jane Winslow. Abogados.

Hacía cinco años que habían muerto en un accidente de tren en México, durante su segunda luna de miel.

En ese momento, Milly, la hermana menor, tenía trece años. Joanne, en vez de volver a la universidad, había entrado a trabajar con su hermano para poder tener tiempo de ocuparse de los dos.

Steve se había quejado de que a los veintidós años ya era mayor para cuidar de sí mismo, pero le encantó que le quitaran la responsabilidad de llevar la casa.

Joanne subió los escalones, introdujo la llave y entró. Esperaba haberse encontrado con un estruendo de música pop, pero la casa estaba silenciosa y tranquila. Después de todo, al parecer, Milly no estaba allí.

Se quitó el traje, se puso unos pantalones y una camiseta y bajó a la espaciosa cocina.

Puso agua a calentar para hacerse un té, encendió el horno y empezó a preparar la cena. Lisa, la secretaria y novia de Steve, iba esa noche, de modo que harían una celebración familiar.

Joanne encontró un par de botellas de vino espumoso y las metió en la nevera.

Estaba cubriendo el pastel de queso y brécol con miga de pan y piñones cuando Milly apareció por la puerta.

Era pequeña y hermosa, tenía el pelo entre dorado y rojizo, unos ojos azules brillantes y una figura como una Venus de bolsillo. Normalmente resultaba vivaracha y resplandeciente y se vestía para realzar sus encantos.

Esa vez llevaba unos vaqueros y una camiseta que le había encogido y se dejó caer en la silla que había junto a la mesa con aire nervioso y decaído.

–No sabía que estabas en casa –dijo Joanne–. No he oído música.

–No tengo ganas de oír música.

–¿Todavía te preocupa el irte a Edimburgo?

Milly no contestó.

–Estoy segura de que no tienes motivos –añadió en tono tranquilo Joanne–. Estarás perfectamente en cuanto te hayas asentado y hayas hecho algunos amigos.

–¿Y mi trabajo? –dijo Milly con un gesto sombrío–. Ya sabes lo que me gusta…

Milly había hecho un curso de secretariado en vez de ir a la universidad. Era inteligente y despierta, a pesar de tener un toque alocado, y lo había sacado con facilidad. Al terminarlo, le ofrecieron la sustitución de una secretaria que estaba de baja por maternidad en Lancina Internacional.

Lo hizo tan bien, que le ofrecieron el puesto cuando la madre decidió no volver.

–Bueno, seguro que acabarás encontrando interesante el trabajo nuevo –dijo Joanne para aliviarla.

Milly gruñó.

–Deprimente, diría yo. ¿A quién le apetece estar día y noche en una consulta médica?

Joanne lo pasó por alto, sirvió una taza de té a cada una y se sentó enfrente de Milly.

–¿Has terminado de hacer el equipaje?

–Ni siquiera he empezado.

–Si quieres, te ayudo.

–No estoy segura de que vaya a irme –dijo con tono desafiante.

–No creo que tengas muchas alternativas –dijo Joanne con todo el desenfado del que fue capaz–. Todo está preparado y Duncan es tu marido.

–No me lo recuerdes. Ojalá te hubiera hecho caso cuando me dijiste que era demasiado joven para casarme.

Joanne sintió una punzada en el corazón. Era verdad que en un principio se había opuesto al matrimonio; pensaba que Milly era demasiado inmadura. Pero acabó dándoles su bendición cuando le pareció que Duncan era sensato y estable y que estaban muy enamorados.

–Duncan y yo hemos discutido tanto últimamente, que empiezo a preguntarme si no habrá sido todo un error –añadió Milly con tristeza.

–Sabes perfectamente que te sientes así porque tienes que irte –dijo Joanne con calma e intentando disimular el espanto.

Milly dio un sorbo de té y sacudió la cabeza.

–Hay algo más.

–Tonterías y confusión –dijo secamente Joanne.

–No lo entiendes. Creo que estoy enamorada.

–Eso espero, solo llevas unos meses casada.

–No me refiero a Duncan. Le tengo cariño, claro, pero creo que me he enamorado de otro.

–Si es Trevor, se sentirá halagado –Joanne intentó hacer una broma.

Milly, divertida, hizo una mueca.

–No puedo entender lo que ves en ese presumido… quizá no seas Miss Mundo, pero puedes conseguir algo mejor.

–Gracias –dijo lacónicamente Joanne.

–Duncan tampoco lo aprecia –añadió Milly como si eso zanjara el asunto–. Tiene el atractivo de un gusano.

–Yo no diría que Trevor es un gusano –replicó Joanne con moderación.

–Ahora que lo pienso, yo tampoco. Es demasiado quisquilloso y mandón. Querrá decirte constantemente lo que tienes que hacer.

–Lo tendré en cuenta. No me gustaría casarme con el hombre equivocado.

–¿Como yo, quieres decir?

–¡No seas idiota! –exclamó Joanne con una violencia fruto del miedo–. No te has casado con el hombre equivocado. Duncan es exactamente lo que necesitas.

–Pero estoy intentando decirte… que me he enamorado de otro.

Joanne tomó aire.

–Muy bien, si no es Trevor, dime quién es.

–Mi jefe. Brad Lancing… él si que es atractivo.

–¡Brad Lancing!

–¡Es impresionante! Guapo, inteligente y absolutamente encantador. Tiene los ojos más fascinantes que te puedas imaginar… y la boca…

Milly estaba prácticamente babeando.

Joanne pensó que eso explicaba el humor de Milly y las pocas ganas que tenía de dejar el trabajo.

–Piensas que soy una estúpida, ¿verdad? –dijo Milly al ver la cara de su hermana.

–Según Steve, Lancing es un hombre casado y con hijos, de modo que la respuesta es: sí.

–Steve está equivocado. Sé que no está casado ni tiene hijos. Es un soltero de treinta años.

Joanne no sabía qué versión creer.

–Y tú una mujer casada de dieciocho –replicó.

–La edad no importa y no me siento casada cuando estoy con él. Me siento… maravillosamente.

–Milly… –dijo Joanne con impotencia–. ¿No sabes que muchas mujeres se enamoran de sus jefes y que la mayoría de los jefes apenas se fijan en sus secretarias?

–Brad se fija en mí –aseguró Milly con tono victorioso–. Las dos noches que dije que me quedaba a trabajar, en realidad estaba cenando con él.

Joanne sintió un verdadero espanto.

–No pasarías de ahí…

–No, pero yo sé que él sí quería por algunas cosas que dijo y por la forma de mirarme.

Joanne apretó los dientes. Cuando Milly entró en la empresa, Steve comentó que Lancing tenía bastante mala fama en lo relativo a las mujeres.

Ella no se preocupó, no pensó que un hombre sofisticado como él pudiera interesarse por una chica de dieciocho años que, además, estaba recién casada.

Debía de ser un canalla absoluto y sin escrúpulos.

–Sabrás que un hombre así solo busca una cosa –dijo desesperadamente– y que cuando…

–No me lo digas, ya lo sé. Cuando lo consiga, no me respetará. De acuerdo, pero estoy harta de que me respeten. Quiero un poco de emoción en mi vida y, si el viaje a Noruega… –se calló bruscamente.

–¿Qué viaje a Noruega?

–A lo mejor, Brad tiene que ir seis semanas a Noruega de viaje de negocios. Me ha pedido que lo acompañe.

–¿En calidad de qué? –le preguntó Joanne con los labios fruncidos.

–Su secretaria, naturalmente –contestó Milly.

Pero ya no trabajas para él. Te has despedido.

Milly sacudió la cabeza.

–No he dicho nada. Todavía no estoy segura de que vaya a irme a Escocia… –se calló de golpe al ver la cara de su hermana.

La taza de Joanne vibraba nerviosamente sobre el plato.

–No puedes decir seriamente que vas a poner en peligro tu matrimonio por un enamoramiento estúpido.

–Pero yo…

–¿No has pensado que Brad Lancing solo quiera un escarceo? ¿Un trofeo más? Aunque no esté casado, tiene fama de Casanova… ¿qué me dices de las promesas que hiciste al casarte?

–Era demasiado joven como para atarme de por vida.

–Me aseguraste que estabas preparada para aceptar las responsabilidades del matrimonio.

–Bueno, creía que lo estaba.

–Yo también lo creí. Como lo creyó Duncan. Pero si eres tan inmadura y estúpida como para acostarte con el primer hombre que te parece impresionante, es evidente que estábamos equivocados.

Milly se puso roja de ira.

–Claro, tú siempre has sido tan remilgada y correcta… Si no tienes cuidado, acabarás como una solterona o casada con un enano mental como Trevor.

–Intenta olvidarte de mí un rato –Joanne hizo un esfuerzo por hablar con calma–. Estamos hablando de tu futuro… y del de Duncan. Él te adora. ¿Has pensado en el daño que le harás?

–Yo no quiero hacerle daño –dijo Milly con tristeza–, pero no puedo evitarlo. No paro de pensar en ese maravilloso viaje a Noruega y en lo que me perderé si no lo hago.

–Intenta pensar en lo que te perderás si lo haces. Un futuro con un buen hombre que te quiere y permanecerá a tu lado; un hogar propio y la oportunidad de vivir juntos en un sitio precioso… Imagínate que renuncias a todas esas cosas y ese viaje maravilloso no se hace –Joanne siguió acicateando al ver la cara de duda de su hermana–. No puedes esperar que Duncan se quede aguardando dócilmente a que su mujer decida si se va a Escocia con él o a Noruega con otro hombre.

Milly se mordió el labio.

–Esta noche sabré si se hace el viaje. Brad ha pasado fuera la semana por asuntos de trabajo, pero dijo que volvería esta noche y que me llamaría si había que hacer el viaje a Noruega.

–¿Aquí?

–Sí. Como verás, no hay mucho tiempo. Quizá estemos de viaje mañana por la mañana.

–¿Y si no llama?

Milly dio vueltas al anillo de boda.

–No lo sé. Quizá me vaya a Escocia… no sé…

Se calló al oír la llave que abría la cerradura.

–Milly, cariño. Ya he vuelto.

Milly se levantó de un salto.

–Joanne, no le digas nada hasta que sepa lo que voy a hacer.

–Ni una palabra. Pero si no quieres que él empiece a hacerte todo tipo de preguntas, creo que deberías subir a hacer algún equipaje.

La chica salió corriendo con los brillantes ojos azules velados por la preocupación y Joanne se levantó pesadamente para recoger las tazas.

Mientras las lavaba y secaba, pensó que Brad Lancing era un verdadero canalla. ¿Cómo podía dar alas de esa manera a alguien que evidentemente no era más que una jovencita influenciable y, además, casada?

Quizá Milly se hubiera imaginado que estaba enamorada de él, pero si no la hubiera llevado a cenar y le hubiera puesto el cebo del viaje a Noruega, ella no estaría planteándose seriamente la posibilidad de dejar a Duncan.

Joanne permanecía de pie, retorciendo el paño de cocina como si fuera el cuello de Brad Lancing, cuando sonó el teléfono que había en la pared.

Lo descolgó distraídamente.

–¿La señorita Winslow? –preguntó una voz bien modulada.

–Sí.

–Brad Lancing. Hay que ir a Noruega. Me gustaría que cenáramos esta noche para comentar los detalles…

Joanne notó que la vista se le teñía de rojo y que la sangre se le agolpaba en las orejas. Estuvo a punto de decirle quién era y lo que pensaba de él, pero se detuvo por un repentino sentido de prudencia.

Un hombre como él, sin sentido de la vergüenza, en lugar de darse por vencido, podría intentar ponerse en contacto con la muchacha que había señalado como su próxima conquista y ella debía evitarlo a cualquier precio…

Mientras los pensamientos le daban vueltas en la cabeza a un ritmo vertiginoso, una parte de ella se dio cuenta de que la atractiva voz seguía hablando.

–Estaré en Somersby’s a las siete y media.

Joanne fue a decir que no podía, pero dudó.

Pensó que si aceptaba, como él evidentemente esperaba, no volvería a llamar ni discutiría por teléfono.

–Sí, allí estaré –dijo Joanne con la voz ligeramente velada de Milly.

–Está en la calle Grant de Mayfair. Tome un taxi.

Un segundo después, ella oyó que él colgaba el teléfono. Al parecer, era un hombre de pocas palabras. Lo cual era de agradecer. Si hubiera intentado entablar una conversación, le habría resultado muy difícil mantener la farsa. O lo que habría sido peor, quizá hubiera aparecido Milly y, mientras ella creyera que él no había llamado, existía la esperanza de que decidiera ir a Escocia.

Cuando estuviera allí y se adaptara a su nueva vida, seguramente se le pasaría ese enamoramiento temporal.

Joanne, más contenta, siguió preparando la cena.

Metió el pastel en el horno y se dispuso a preparar la mesa cuando se acordó de algo aterrador. Brad Lancing había dicho que estaría a las siete y media en Somersby’s. Si no aparecía nadie, ¿llamaría para saber el motivo?

Se le heló la sangre. Sería un desastre.

A las siete y media, ellos estarían cenando y esperando la llamada de él. Milly no se contendría ni dejaría que ella lo engañara.

Joanne decidió que solo había una alternativa: acudiría a la cita. Por lo menos, tendría la ocasión de decirle a la cara lo que pensaba sobre los hombres como él.

Oyó que se cerraba la puerta principal y, un segundo después, Steve y su novia aparecían en la cocina.

Steve medía poco menos de dos metros y era delgado; tenía el pelo oscuro y los ojos azules. Tenía un rostro delgado e inteligente y los rasgos eran correctos, pero no terminaba de ser guapo.

Pero era tan agradable, que Joanne se había preguntado muchas veces por qué no lo habían cazado todavía. Quizá se debiera a que había trabajado tanto, que no había tenido tiempo para dedicarse a las mujeres.

Hasta que Lisa, pequeña, rubia, dulce y hermosa, entró a trabajar para él.

Había sido un amor a primera vista y en ese momento, con un bebé en camino, imprevisto, como reconocieron dócilmente, pero muy deseado, estaban preparando la boda para finales de octubre.

Steve hizo un gesto apreciativo al notar el olor.

–Hay algo que huele muy bien. ¿Qué tal todo con Liam Peters? –añadió sin poder disimular la inquietud.

–Puedes mandar las tropas el lunes a primera hora de la mañana.

Dio un grito de alegría y giró abrazado a ella hasta dejarla sin respiración.

–Parece que hay buenas noticias –dijo Duncan cuando apareció acompañado de Milly.

–Así es… y vamos a celebrarlo como Dios manda. Creo que hay un par de botellas de espumoso por algún lado.

–Ya están en la nevera –dijo Joanne.

–Una chica lista.

Steve sacó una botella, la descorchó, llenó los vasos y levantó el suyo para brindar.

–Por nosotros y especialmente por Joanne, que ha conseguido cerrar el trato con Liam Peters además de encontrar tiempo para ocuparse de todos nosotros y hacernos algunas comidas maravillosas.

Hubo un poco de barullo de comentarios y todos bebieron. Las burbujas hicieron que Milly estornudara y luego se riera.

Joanne tomó aire.

–Espero que esta noche sea una cena maravillosa, pero no podré compartirla con vosotros.

Al ver la cara de sorpresa de todos, siguió hablando precipitadamente.

–Trevor se ha olvidado de que esta noche Milly y Duncan se van a Escocia y ha comprado unas entradas carísimas para un concierto que me apetecía mucho.

Quizá la explicación fuera engañosa, pero no falsa del todo. Lo que no dijo fue que ella, al enterarse, le pagó a Trevor su entrada; no era un hombre dispuesto a perder el dinero, y le propuso que llevara a su madre.

Milly, claramente decepcionada, se acercó a su marido, quien la rodeó con el brazo.

Al verlos, Joanne pensó que las cosas podían arreglarse. Milly era demasiado joven como para complicarse la vida.

–Bueno, si no vas a estar con nosotros la última noche –dijo alegremente Duncan–, esperamos que seas la primera en visitarnos cuando nos hayamos instalado.

–Eso está hecho.

–Lisa se queda –dijo Steve mientras abría la segunda botella–, así que no tendré que llevarla en coche…

Joanne, temerosa de que Brad Lancing fuera un impaciente que llamara para ver dónde se había metido, dejó a los demás charlando, llamó a un taxi y subió a ducharse y cambiarse.

Debía mantener la farsa del concierto, por lo que se puso el vestido de seda, se maquilló, se colocó unos pendientes de perlas y se hizo un elegante moño con el pelo oscuro.

Cuando volvió a bajar, Duncan silbó y Milly hizo un gesto de conformidad con la cabeza.

–No está mal, aunque tengo que decir que es un desperdicio ofrecérselo a Trevor –luego le tembló ligeramente la voz–. Bueno, supongo que nos habremos ido cuando vuelvas…

Había decidido marcharse. Joanne rezó una oración de agradecimiento en silencio.

La emoción se apoderó de ella y notó que los ojos se le empañaban. Abrazó a su hermana y a su cuñado.

–Que tengáis un buen viaje –dijo todo lo animadamente que pudo– y avisadme cuando estéis dispuestos a recibir visitas.

–Lo haremos –le aseguró Duncan.

El timbre de la puerta anunció que el taxi había llegado. Volvió a abrazarse a todos.

–Bueno, disfrutad de la cena.

Salió corriendo antes de estropear el maquillaje con las lágrimas.

 

 

Somerby’s resultó ser un restaurante elegante y selecto que estaba encima de una galería de arte. Joanne se bajó del taxi delante de una puerta con marquesina y, con el corazón en un puño, subió los escalones con alfombra roja.

La esperaba un portero que le abrió la pesada puerta de cristal.

Mientras atravesaba el lujoso vestíbulo, repasó todo lo que tenía pensado decirle a Brad Lancing.

Se marcharía en cuanto hubiera conseguido abochornarlo, al menos eso esperaba.

Pero quizá eso no fuera lo más acertado. Pasarían casi tres horas hasta que Duncan y Milly se fueran a la estación y, si dejaba a Brad Lancing todo ese tiempo solo, podría telefonear y estropear todo el plan.

No podía arriesgarse. Tenía que mantenerlo ocupado como fuera hasta que Milly estuviera en el tren.

¿Cómo lo haría?

Antes de responderse, ya se había planteado otro dilema. No tenía ni idea de cómo era él. Se lo imaginó de una belleza recargada, con ojos descarados y boca sensual; incluso era posible que tuviera bigote.

Aparte de Duncan, que era guapo en un estilo algo infantil, Milly y ella nunca habían tenido el mismo gusto para los hombres. A Milly le gustaban los que tenían una carga sexual más evidente.

Seguramente, si entraba, no habría muchos hombres solos que esperasen a sus acompañantes. Pero eran las siete y veinticinco; quizá él no hubiera llegado todavía.

El maître se le acercó mientras dudaba en la puerta.

–Buenas noches, señora.

–Buenas noches. He quedado con el señor Lancing.

Él inclinó la cabeza.

–Si me acompaña…

Joanne, mientras ensayaba mentalmente lo que iba a decirle, lo siguió hasta una mesa oculta en un rincón donde había un hombre con pelo oscuro y tupido.

Él alzó la mirada al verla acercarse y se levantó educadamente.

Rondaba los dos metros y tenía unos hombros muy anchos. El rostro era delgado y bronceado, casi ascético, si no fuera por cierta rudeza. Era tan distinto del hombre que se había imaginado, que se preguntó por un momento si el maître se habría equivocado.

Pero se detuvo junto a la mesa.

–Su invitada, señor Lancing –susurró discretamente.

Por algún motivo, el aspecto de Brad Lancing la desarmó y se olvidó de todo lo que había ensayado.

–Señor… Lancing… soy la señorita Winslow… pero como verá, ha habido un error.

Él arqueó unas cejas oscuras y bien definidas.

–Reconozco que no es la que yo esperaba, pero es igual de encantadora.

–Soy la hermana de Milly –explicó Joanne sin apenas poder respirar y aborreciéndolo a simple vista.

–No se parece a ella –comentó él inexpresivamente.

–No.

–¿Quiere sentarse?

–Gracias.

Él permaneció de pie hasta que el maître separó la silla y Joanne tomó asiento.

Joanne reconoció que, por lo menos, el canalla era educado.

–Me temo que soy portadora de malas noticias –dijo ella en cuanto estuvieron solos.

Los ojos eran tan fascinantes como había dicho Milly. Eran de un verde oscuro como el cristal de una botella y enmarcados por unas pestañas negras como el hollín. A ella se le cortó la respiración cuando la miraron.

–Espero que no sea nada grave.

–Milly no puede venir –le contestó atropelladamente.

–Ya lo he comprobado. Usted es la señorita Winslow con la que hablé por teléfono –lo soltó como si fuera una serpiente de cascabel.

A ella la confundió tanta perspicacia.

–Bu… bueno, sí –reconoció.

–En ese caso, no ha habido ningún error –esbozó una leve sonrisa que captó la atención de ella.

La boca era firme y controlada, aunque transmitía pasión, era una mezcla de sensualidad cálida y austeridad distante que podía hacer que casi cualquier mujer babeara. Joanne comprendió con toda claridad por qué Milly creía estar enamorada de él.

Hizo un esfuerzo por apartar la mirada de esos labios.

–Dígame, señorita Winslow –dijo él con delicadeza–, ¿por qué fingió ser su hermana?

–Yo… no lo hice.

Él pasó por alto la negación instintiva.

–Claro que lo hizo, hasta imitó su voz.

–Fue una broma… –dijo Joanne sin mucho convencimiento–. Ella no estaba y yo…

–Usted contestó por ella.

–Sí.

–¿Siempre contesta por ella?

–No, claro que no… pero sabía que ella querría venir…

–Entonces, ¿por qué no está aquí?

–Bueno, cuando estaba preparándose, recibió una llamada de una tía anciana que le pedía auxilio –improvisó Joanne de mala manera–. La tía Alice se había caído y no quería ir al hospital. Milly la quiere mucho…

Por un instante, Joanne creyó notar un brillo burlón en los ojos verdes de él, pero el rostro no mostró el más mínimo rastro de sonrisa.

–Ya sé lo que pueden ser esas relaciones familiares.

–Ella no sabía cuánto tardaría en dejar instalada a la tía –añadió Joanne–. Quizá tuviera que pasar la noche con ella.

–Y usted ha venido en su lugar…

–Sí… pensé que sería mejor que se lo explicara personalmente.

–Mucho más amable y amistoso que una simple llamada telefónica –concedió secamente él.

Era evidente lo que estaba pensando él y ella se dio cuenta repentinamente de cómo podía llevar el asunto.

Las situaciones desesperadas exigen soluciones desesperadas. Si ella lo halagaba, si lo complacía la vanidad, si le hacía creer que le gustaba, él quizá la invitara a cenar. Si lo hacía, ella podría tenerlo entretenido hasta que Milly estuviera fuera del alcance de sus garras. Entonces se daría el placer de decirle lo que pensaba de él.

–Tengo que confesar que quería conocerlo –dijo ella con un tono de niña tímida.

–¿De verdad? –replicó él con un brillo en los ojos.

–Milly me ha hablado mucho de usted.

Él la miró fugazmente con un gesto que ella no supo descifrar.

–¿Se puede esperar que una secretaria diga algo bueno de su jefe? –preguntó irónicamente él.

–Naturalmente, depende del jefe –la respuesta fue un poco cortante, pero Joanne recordó el papel que estaba representando y lo miró tímidamente con los ojos medio tapados por las largas pestañas–. Si es un hombre como usted…

–¿Qué… le ha dicho exactamente… Milly de mí? –preguntó como si la curiosidad fuera sincera.

–Me ha dicho que es inteligente, atractivo y absolutamente encantador.