Matrimonio por encargo - Lee Wilkinson - E-Book
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Matrimonio por encargo E-Book

Lee Wilkinson

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Beschreibung

¿De verdad Luke Ransome había engañado a su padre en los negocios y había tenido una aventura con su madrastra? Jessica se quedó destrozada al oír aquello justo antes de descubrir que estaba embarazada de Luke; lo único que podía hacer era huir... Jake fue en su busca empeñado en hacerle saber la verdad. Pero el secreto que ella le había estado ocultando significaba que las reglas habían cambiado. A Luke ya no le interesaba solo que supiera la verdad... ¡quería que se casara con él!

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Seitenzahl: 207

Veröffentlichungsjahr: 2015

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Lee Wilkinson

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

Matrimonio por encargo, n.º 1248 - enero 2015

Título original: Wedding on Demand

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2001

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6092-6

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Publicidad

Capítulo 1

 

Aquella madrugada de octubre, Jessica Fenton, mientras dormía en su piso de Hampstead, soñaba con Luke.

Llevaba más de cuatro años intentando no pensar en él, pero aunque por lo general lo lograba durante las horas de trabajo, él seguía presente en sus sueños, obligándola a revivir momentos del pasado: tanto los buenos como los malos. Los momentos de éxtasis que habían compartido, el cariño y la pasión cuando estaba segura de que él era el hombre de su vida, y, también, el dolor y la amarga desilusión al descubrir cómo los había utilizado y traicionado tanto a ella como a su padre.

Una vez despierta, y dando vueltas inquieta en la cama, recordó su angustioso último encuentro. Por aquel entonces Jessica creyó erróneamente que todo había terminado entre ellos, que su apasionada relación había llegado a su fin y que nunca volvería a verlo. Pero aunque ella se fue sin avisar de casa de su padre, en Regent’s Park, Luke la localizó en la pequeña y sucia habitación que había alquilado en Bayswater Road.

Jessica acababa de llegar del trabajo cuando alguien llamó a la puerta. Creyendo que sería la vecina, fue a abrir, quedándose horrorizada al ver a Luke la puerta, alto, moreno y con la expresión seria. Asustada, intentó cerrar de golpe, pero él lo impidió colocando el pie en el hueco.

—Déjame entrar, Jess.

Sabiendo que no podía hacer otra cosa, Jessica se apartó e inmediatamente entró él, cerrando la puerta tras de sí.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó con voz temblorosa—. ¿Para qué has venido?

—Ya lo sabes.

Al ver que Jessica no decía nada, Luke la observó de cerca con sus ojos grises y continuó hablando.

—Susan me lo ha contado.

—¿Qué? —preguntó ella.

—Que estás embarazada.

El color desapareció de la cara de Jessica. ¿Por qué le había contado Susan lo del bebé? Si no lo hubiera hecho, él nunca habría ido a buscarla. Intentó tranquilizarse.

—Mi madrastra no tiene derecho a contarte nada, y menos aún mentiras —dijo con la voz entrecortada.

—Pero es cierto, ¿verdad? Jess, tenemos que hablar —insistió él al ver que ella apretaba los labios con fuerza.

—No tenemos nada de qué hablar. No tengo absolutamente nada que decirte —contestó ella.

Luke se le acercó y tomó su cara entre las manos.

—Entonces escúchame —dijo acariciando su sedoso pelo castaño.

—No quiero escucharte. Quiero que te marches —contestó ella con frialdad al tiempo que retiraba su cara de las manos de Luke.

—Jess, no puedes arruinar nuestras vidas de esta manera. Quiero que te cases conmigo para que pueda cuidar de ti y de nuestro bebé.

—¿¡Que me case contigo!? —dijo ella incrédula—. ¡Te odio! Después de lo que me has hecho no me casaría contigo ni para salvar mi vida.

—El bebé es mío y lo quiero —dijo él apretando las mandíbulas.

Claro que lo quería. Jessica recordó cómo en una ocasión, abrazados tras hacer el amor, habían hablado sobre su futuro y sobre el deseo de ambos de tener hijos.

Pero aquel bebé no le pertenecía.

—No hay ningún bebé —dijo ella.

—No me mientas. Sé que estás embarazada.

—No hay ningún bebé —insistió ella.

—¿Quieres decir que…? ¡Jess! ¿Cómo has podido? —dijo Luke aturdido.

—¿Y tú, cómo pudiste hacerle el amor a la mujer de mi padre ?

—Te equivocas…

—Ella estaba en tus brazos —replicó Jessica.

—Da igual lo que pareciera, fue un abrazo inocente. Nunca le he hecho el amor a Susan.

—Entonces, ¿por qué estaba en tu habitación a aquellas horas de la noche?

—Quería hablar conmigo —contestó Luke.

Jessica recordaba con claridad cómo lo había encontrado abrazando a Susan.

—¿Me tomas por idiota?

—Si me escucharas sin prejuicios, en vez de llegar a las peores conclusiones…

—¿Qué quieres que crea? Desde el principio todo el mundo se dio cuenta de cómo te miraba, cuando se suponía que solo erais «viejos amigos». Estaba claro que le gustabas pero yo jamás imaginé que acabarías en brazos de la esposa de otro hombre; una mujer diez años mayor que tú.

—Ya te lo he dicho, nunca la toqué —interrumpió Luke de manera cortante—. Al menos no con intenciones sexuales.

Jessica ignoró sus palabras y dijo en voz alta lo que muchas veces había dado vueltas en su cabeza.

—Después de haber estado solo tantos años, no entiendo por qué papá quiso casarse de nuevo, y con una mujer mucho más joven que él…

—Quizás fue precisamente porque había estado solo tanto tiempo. Puede que necesitase un poco de alegría en su vida.

—Pues no tuvo mucha alegría casado con una mujer como aquélla. Ya antes de que terminara la luna de miel, ella lo dejaba en casa y salía a divertirse —dijo Jessica con el desprecio reflejado en su mirada.

—Escucha, no intento excusar a Susan —comenzó a decir Luke—, pero tu padre era…

—No te atrevas a decirme lo que era mi padre —lo interrumpió furiosa—. Era bueno y noble. Mucho mejor que tú, que lo traicionaste y le robaste su mujer y su negocio. El banco Doyles era su vida…

La voz de Jessica se quebró y no pudo seguir hablando.

—Yo no lo traicioné ni le robé —se defendió Luke con calma—. Intenté hacer lo mejor para él y para Doyles.

—¿Cómo puedes decir eso? —gritó ella—. ¡Eres despreciable! Solo alguien así traicionaría al hombre al que debería estar ayudando. Pero yo sé por qué has venido y quién te ha traído. Michael me contó la verdad.

—Apostaría cualquier cosa a que no lo hizo.

—¿Por qué iba a mentirme? —preguntó Jessica.

—Porque me odia.

—¿Y te extraña? En cuanto Doyles estuvo en tus manos lo despediste, acusándolo de ser un irresponsable…

—Créeme, lo era.

—No te creo —replicó ella.

—Pues es así. Si no me hubiera hecho cargo del banco, habría quebrado. Muchas personas, además de tu padre, se habrían arruinado. Dejando a un lado las consideraciones personales, hice lo que era necesario.

—Ayudaste a matar a mi padre —lo acusó con la voz quebrada.

Luke le tomó la mano.

—Sé el cariño que le tenías y que fue duro perderle de aquella forma, pero tienes que creer que mis actos no contribuyeron a su muerte. Él estaba…

—No quiero escuchar tus mentiras y tus justificaciones —dijo soltándose de su mano—. No puedes justificar tus actos, así que no te molestes en intentarlo.

Los ojos de Luke se oscurecieron.

—¿Puedes justificar tú lo que le hiciste a nuestro bebé? —preguntó.

Y antes de que ella pudiera responderle, continuó hablando, seguro de sí mismo.

—No te creo, tú querías tener hijos. Aunque me odiaras, no habrías abortado.

—No lo hice.

—¿Entonces lo perdiste?

—Se llama aborto espontáneo —le informó con sequedad—. Seguramente el estrés y las preocupaciones tuvieron algo que ver.

—Pero podrás tener más, podremos tener más. Te quiero, Jess…

Jessica se negó a seguir escuchándolo, e incapaz de soportar el dolor de sus mentiras abrió la puerta de la casa.

—O te vas tú o me voy yo —gritó casi histérica.

Luke se dio cuenta de que estaba al borde de un ataque de nervios, así que, momentáneamente vencido, se dio la vuelta y se marchó.

Jessica cerró la puerta y se apoyó contra ella mientras le oía alejarse. Las lágrimas empezaron a resbalar por sus mejillas.

Volver a ver a Luke había resultado traumático, algo que no deseaba repetir. Pero aunque había logrado convencerlo de que no había ningún bebé, él ya sabía dónde vivía y podía volver, lo que significaba que ya no estaba segura en aquel lugar, así que al día siguiente recogería sus cosas y volvería a huir…

 

 

Jessica abrió los ojos, roto su sueño tenía la garganta seca y la cara empapada en sudor.

Era muy temprano. Aún no había amanecido. No se oía el ruido del tráfico ni el trinar de los pájaros en el parque. En el piso también reinaba el silencio, pero temiendo quedarse dormida y que la tortura comenzara de nuevo, se levantó de la cama y se dirigió al cuarto de baño.

Era viernes, y en Foster Gilles había mucho trabajo; tenían reunión de analistas por la mañana, así que aprovecharía aquella tranquilidad antes de que Stacy se despertara para terminar su último informe.

Cuando Jessica llegó con quince minutos de antelación a su despacho en la City, el teléfono interno ya estaba sonando.

Descolgó el auricular y contestó con brío.

—Jessica Fenton.

—No estaba segura de que hubieras llegado —dijo Helen Waring—. El señor Franklin quiere verte lo antes posible.

—Díle que iré enseguida —contestó Jessica.

Colgó su abrigo y comprobó que llevaba el pelo bien recogido en el moño. Después dejó el maletín sobre la mesa y se dirigió al despacho del señor Franklin.

Al entrar, Helen levantó la vista y le sonrió.

—Te alegrará saber que está de buen humor —le informó.

—Entra, Jessica —dijo una voz seca y precisa cuando llamó a la puerta.

Stamford Franklin, un hombre alto y enjuto, de cara pálida y alargada y pelo canoso, se puso de pie para recibirla con educación algo anticuada.

El presidente de la compañía era un anacronismo. Predecible, formal y de estrictos principios, era un hombre anticuado en un ambiente moderno. Sin embargo tenía una visión para los negocios que muchos jóvenes empresarios envidiaban.

Era temido y respetado en toda la empresa. Jessica lo respetaba.

A menudo se sentía incómodo con la nueva generación de mujeres empresarias, incapaz de comprender su dureza y su poca femineidad, así que Jessica le había gustado desde el principio.

Guapa, con gracia y sin artificios, tenía carácter y era reservada, algo que le agradaba.

Era una mujer joven a la que comprendía y con la que podía relacionarse, y juzgando que tenía la suficiente inteligencia y visión como para desenvolverse en el complicado mundo de las altas finanzas, decidió apoyarla. No se había equivocado.

Jessica era dedicada y trabajaba duro, además, con el camino allanado por su guía y mentor, su ascenso en la empresa había sido increíble. En los escasos tres años que llevaba trabajando allí, sus análisis de mercado habían sido siempre buenos. Tenía una intuición para predecir cómo cambiaría el mercado, y sus predicciones habían demostrado ser las más exactas. Como si fuera su padre, Stamford sentía un orgullo personal con sus logros.

—Buenos días, querida —dijo sonriéndole.

Era alta para ser mujer, y delgada. Demasiado delgada para su gusto, pero esa parecía ser la moda aquellos días, pensó él indicándole el sillón para que se sentara.

—Buenos días, señor Franklin —dijo ella sonriendo también.

—Tengo buenas noticias para ti. Ayer, Leroy International se puso en contacto conmigo para comunicarme que están interesados en hacer negocios con nosotros. Se trata de una empresa americana con sede en Nueva York, aunque ya está presente en buena parte de Oriente próximo, en el continente europeo y, en menor medida, en el propio Londres. Está considerada como una empresa fuerte y con futuro, y el año que viene quieren ampliar sus operaciones, especialmente en el Reino Unido.

»Para lanzar el proyecto han programado una reunión en la que su director va a exponer, en líneas generales, sus planes para el futuro. Ya sé que es algo muy repentino, pero quieren que alguien de Foster Gilles asista a la reunión, y he decidido mandarte a ti por dos razones: porque creo que es el momento de que amplíes tus horizontes y porque ellos parecen querer que vaya una mujer.

»No hace falta que te diga lo importante que es este primer paso. Si Leroy decide trabajar con nosotros se convertirá en uno de nuestros clientes más importantes.

Jessica se sonrojó por la emoción.

—¿Dónde y cuándo se celebrará la reunión? —preguntó ella.

—Mañana en Nueva York.

Parte de la emoción de Jessica se disipó, pues aunque Nueva York era una ciudad que deseaba conocer, no le gustaba la idea de estar tan lejos de casa.

—Como ya te he dicho, han avisado con poco tiempo, así que tendrás que tomar un avión mañana a primera hora. Después de la reunión con el director habrá otras con uno de sus ejecutivos. Estas reuniones te ayudarán a evaluar tus primeras impresiones y te darán la oportunidad de aclarar las dudas que tengas. Solo estarás fuera tres o cuatro días.

—¿Tres o cuatro días? —dijo Jessica sin poder ocultar su decepción.

Stamford frunció el ceño.

—¿Hay algún problema? Creía que no tenías ataduras.

Jessica sintió que la sensación de culpa la invadía. En su primera entrevista, Helen Warring la avisó de que si mencionaba a Stacy no conseguiría el trabajo, así que había mentido y había tenido que continuar haciéndolo desde entonces.

—No, no hay ningún problema. Es que es un poco precipitado, y estoy… —dijo sin poder terminar la frase.

—¿Te sientes un poco perdida? —dijo Stamford—. No te preocupes, querida, confío en ti. La señorita Warring se encargará de tu billete de avión. Cuando esté todo listo, y si no tienes nada especialmente urgente que hacer, sugiero que te tomes el resto del día libre para que puedas prepararte.

—Gracias —dijo ella realmente agradecida.

Stamford se puso de pie, señal de que habían terminado, y sonrió.

—Estoy impaciente por leer tu informe.

Jessica estaba de vuelta en casa a la una del mediodía. No se había detenido para comer porque, con tantos días de separación por delante, quería estar el mayor tiempo posible con su hija de tres años.

Sin embargo, cuando llegó al piso estaba vacío. Debería haber llamado para avisar de que iba a llegar pronto. Seguramente Alice, una viuda de mediana edad se había llevado a Stacy a la piscina o a algún otro sitio a divertirse, algo que parecía disfrutar tanto como la niña.

A Jessica se le iba la mayor parte del sueldo en pagar el alquiler de un piso en condiciones y pagar a una niñera a tiempo completo, pero Alice era una persona en la que podía confiar plenamente y a quien Stacy adoraba.

Cuando se despidió la anterior niñera, una mujer joven y eficiente a la que no encontró ninguna falta pero que realmente nunca le gustó y que la había dejado en la estacada hacía dos meses, Jessica se desesperó, pero cuando, poco después, Alice, cariñosa y maternal y con excelentes referencias, contestó a su apresurado anuncio, se sintió muy aliviada.

Alice había nacido en el norte de Inglaterra, y se marchó a los Estados Unidos para trabajar de niñera. Acabó casándose con un americano y vivió durante casi veinte años en Nueva York. Sin hijos, había pasado la mayor parte de aquellos años cuidando a los hijos de los demás. Después, tras la muerte de su marido, sintió nostalgia por su país natal y decidió volver al Reino Unido.

Al no tener casa propia, el trabajo de niñera a tiempo completo era perfecto para ella, y las dos mujeres se llevaron bien desde el principio. Alice era muy práctica y nada entrometida, y aceptó sin hacer preguntas la historia de Jessica de que el papá de Stacy las había abandonado. Tarde o temprano, cuando Stacy empezara a preguntar por su papá, Jessica le diría lo mismo.

Pero no sin un sentimiento de culpa, que la acompañaba siempre. ¡Cuantas veces se despertaba por la noche angustiada porque le había robado a Stacy un padre que la habría querido! Y a Luke una hija que, con su pelo oscuro, y sus ojos grises y aquel aire de seguridad en sí misma, era exactamente igual que él.

Pero su corazón acababa endureciéndose al recordar la traición de Luke. Se preguntaba si el no haberle informado de la existencia de su hija no sería una forma inconsciente de castigarlo.

Quizás en parte sí, pero principalmente lo había hecho por su propia necesidad de mantenerse alejada de él. Si Luke se enterase de la existencia de Stacy podría exigir sus derechos como padre, pero ni siquiera por el bien de su hija podría ella soportar verlo con frecuencia y permitirle que entrara en su vida.

Suspiró y abrió su maletín, sacó el bocadillo de queso que se había preparado aquella mañana y entró en la cocina para prepararse una taza de café.

Hacía más de cuatro años que no veía a Luke, y aunque no lo podía olvidar estaba empezando a ser dueña de su vida otra vez, a recuperar su estabilidad mental. Ya solo necesitaba que los recuerdos fuesen desapareciendo hasta que él y el pasado ya no importasen.

Pero sabía que aquello no era todavía posible. Aunque lo odiaba por lo que había hecho, Luke aún tenía una presencia muy fuerte en su vida. Había sido así desde el principio.

Ella estaba en la universidad a punto de hacer sus exámenes finales, y aunque tenía veintiún años y él tenía veintisiete, se compenetraron e hicieron saltar de inmediato…

 

 

Hacía frío, y Jessica estaba sentada ante la chimenea en el salón de la casa familiar en Regent’s Park. Repasaba los últimos apuntes cuando la puerta se abrió y entró su padre acompañado de un hombre joven.

Jessica, que llevaba unos vaqueros viejos y una camisa, y tenía el pelo malamente recogido en un moño, deseó haber estado más arreglada.

Aunque el invitado iba vestido de una manera convencional, con camisa y corbata y un elegante traje, llamó su atención. Alto, moreno y de atractivas facciones desprendía una sexualidad que despertaba los sentidos.

«¡Qué boca!» Mejor no mirarla, pues le provocaba cosquilleos en el estómago…

Su padre los presentó.

—Jess, te presento a Luke Ransome. Luke, ésta es mi hija, Jess.

Jessica dejó los papeles sobre la mesa y se puso de pie extendiendo la mano. Él la tomó con una firmeza que hizo que el corazón de Jess diera un vuelco.

—¿Qué tal? —dijeron los dos al unísono. La sonrisa de Luke, ligeramente torcida y dejando al descubierto sus blanquísimos dientes, hizo que Jessica se sintiera como si se hubiese tirado de un avión sin paracaídas.

Todos los pensamientos relacionados con el hombre con el que estaba saliendo desde los dieciocho años desaparecieron. Michael Dawson, protegido de su padre e hijo de su mejor amigo, había dejado de existir.

—Luke es el director de Ransome Enterprises. Ha venido de Estados Unidos para estudiar nuestro sistema bancario —dijo su padre mientras ella tomaba asiento de nuevo—. Se quedará con nosotros hasta que encuentre un piso para alquilar.

Las palabras de su padre le hicieron sentirse excitada, pero consciente de que Luke la estaba observando mostró indiferencia.

El divertido brillo en los ojos plateados del hombre, y rodeados por densas pestañas, indicó que no lo había engañado.

Avergonzada, balbuceó lo primero que le vino a la cabeza.

—¿No son parecidos los sistemas bancarios en todo el mundo?

—Supongo que sí, pero quiero ponerme al tanto de cómo funciona un banco comercial británico. La verdad es que nací en Inglaterra, pero he vivido en los Estados Unidos casi toda mi vida —contestó Luke.

El padre de Jess le dio unas palmadas en la espalda a su invitado.

—¿Por qué no te sientas y te pones cómodo? —le dijo con un entusiasmo que sorprendió a su hija.

Asintiendo, Luke se sentó en una silla frente a Jessica.

—Jess, cielo —continuó su padre, ¿serías tan amable de hacer de anfitriona y preparar unas bebidas mientras yo voy a ver si Susan está ya aquí? Luke ha llegado una semana antes de lo previsto, así que será una agradable sorpresa para ella. Los dos son viejos amigos; se conocieron en Nueva York cuando ella vivía allí con su primer marido.

Ante la mención de su madrastra, los labios de Jessica se endurecieron. En el año siguiente a la boda había notado un cambio drástico en su padre, que había pasado de ser un atractivo hombre de cincuenta y tres años a tener un aspecto viejo y cansado.

A pesar de que solo mostraba cariño por su joven esposa americana y soportaba sus continuas idas y venidas, Jessica estaba segura de que su padre se arrepentía de aquella apresurada boda, aunque no lo manifestaba y parecía determinado a llevarlo de la mejor manera posible. Lo que sí había expresado era su deseo de que las dos mujeres a las que más quería en el mundo fueran amigas.

Pero aunque Susan parecía dispuesta a intentarlo, la desaprobación de su estilo de vida por parte de Jessica lo había hecho imposible. A lo más que ésta podía llegar era a mantener una relación civilizada, pero distante.

El padre de Jessica se dirigió a la puerta.

—Mientras Jess se ocupa de las bebidas, voy a preguntar a la señora Rufford en qué habitación tenía previsto Susan que te instalaras, y mandaré subir tu equipaje.

Al cerrarse la puerta tras él, Jessica se preguntó por qué nadie le había comentado que iban a tener un invitado.

—Mary, por favor, dígale a Clayton que traiga el carrito de las bebidas —dijo Jessica a través del interfono.

Jessica se sonrojó al darse cuenta de que Luke se había fijado en su escote, ya que tenía el botón superior de la camisa desabrochado. No obstante, resistió la tentación de abrochárselo y jugueteó nerviosamente con los papeles que había sobre la mesa.

—¿Te molesto? —preguntó él.

La ligera insinuación de burla la convenció de que iba con segundas, así que permaneció callada.

—Trabajas mucho —continuó él mirando los papeles.

Jessica lo miró a los ojos y respondió con tranquilidad.

—Ya casi he terminado.

—¿Sabes que tienes los ojos más fascinantes que he visto? —dijo él suavemente—. Verdes y dorados, con motas azules, como un mar tropical… Ojos de sirena…

Completamente aturdida, Jess intentaba pensar en algo que decir cuando llamaron a la puerta y entró el mayordomo con el carrito de las bebidas.

—¿Desea que lo sirva yo, señorita Jessica? —preguntó el mayordomo.

—No. Gracias, Clayton.

El mayordomo inclinó la cabeza y se retiró.

Jessica se volvió hacia su acompañante.

—¿Qué te apetece? —le preguntó.

Él la miró con un brillo en los ojos.

—¿Te refieres para beber? Whisky con agua. Pero yo lo sirvo —dijo levantándose—. ¿Qué tomas tú?

—Un martini seco, por favor.

—¿Con limón y hielo? —preguntó él.

—Sí, por favor.

—Eres muy educada.

El comentario le hizo sentir como una colegiala.

—¿Te molesta? —le preguntó con aspereza.

—En absoluto. Me parece encomiable y encantador, en especial lo educada que eres con los criados.

—¿Por qué no iba a serlo? —respondió al presentir una burla—. Conozco a Clayton desde que era niña, me sentaba sobre sus rodillas de pequeña. Me educaron para pensar que todos somos iguales.

—No puedo discutir eso, ya que comparto la misma opinión —respondió él.

Luke terminó de preparar la bebida y se la dio. Sus largos y delgados dedos rozaron los de ella, «a propósito» pensó Jessica, lo que le provocó un cosquilleo por todo el brazo.

Conscientemente, ella no le dio las gracias, y vio por el brillo en sus ojos que él que se había dado cuenta.

Sin embargo Luke no hizo ningún comentario, se sirvió un poco de whisky con agua y se sentó.

—¿Cuánto tiempo estarás en Inglaterra? —preguntó Jessica por decir algo.

—No estoy seguro. El que haga falta. Espero que no te moleste que me quede aquí temporalmente.

—Ni mucho menos. De todos modos ésta no es mi casa. En cuanto termine los exámenes y empiece a trabajar buscaré piso.

—Me sorprende que aún vivas aquí —dijo él.

Jessica percibió la crítica.

—Sigo aquí porque es lo que papá quería. Cuando se volvió a casar yo hubiera preferido irme a un piso para estudiantes —contestó ella.

—¿No te llevas bien con Susan? —preguntó Luke.

—¿Qué te hace pensar eso?

—Vi la cara que pusiste cuando se mencionó su nombre. Es como si te disgustara.

Su sinceridad la atravesó como un cuchillo, y ella no intentó aparentar un cariño que no sentía.

—Tú la conoces, ¿crees que es una esposa adecuada para mi padre?

—Quizás él no buscaba que fuera adecuada. ¿Cuánto tiempo hace que murió tu madre?

El repentino cambio en la conversación la desconcertó.

—Doce años, y en todo ese tiempo nunca salió con otra mujer —contestó ella.

—Así que durante doce años tuviste a tu padre solo para ti. Debió de ser duro cuando conoció a una joven viuda americana y se casó con ella en el plazo de un mes.

—Parece que piensas que estoy celosa —dijo ella secamente.

—¿No es así?

—¡No lo es! —negó Jessica, aunque en aquel momento se preguntó si no sería cierto.

Apartando de su mente aquella duda repentina continuó hablando.

—Quiero mucho a mi padre, y no soporto verlo esperar a que ella vuelva a casa noche tras noche —dijo, y se calló bruscamente al darse cuenta de que había hablado demasiado.