Átame: La trilogía Atrápame: segundo libro - Anna Zaires - E-Book

Átame: La trilogía Atrápame: segundo libro E-Book

Anna Zaires

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Beschreibung

Mi nueva prisionera es una contradicción que me vuelve loca: obediente pero desafiante, frágil pero fuerte. Tengo que descubrir sus secretos, pero hacerlo podría truncarlo todo.

Mi obsesión podría destruirnos a ambos.

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Átame

La trilogía Atrápame: segundo libro

Anna Zaires

♠ Mozaika Publications ♠

Índice

I. Su Cautiva

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

II. La Huida

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

III. La Ruptura

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Extracto de Secuestrada

Extracto de Contactos Peligrosos

Sobre la autora

Este libro es una obra de ficción. Los nombres, personajes, y situaciones narrados son producto de la imaginación del autor o están utilizados de forma ficticia y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, establecimientos comerciales, acontecimientos o lugares es pura coincidencia.

Copyright © 2019 Anna Zaires

www.annazaires.com/book-series/espanol

Traducción de Scheherezade Surià

Todos los derechos reservados.

Salvo para su uso en reseñas, queda expresamente prohibida la reproducción, distribución o difusión total o parcial de este libro por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, sin contar con la autorización expresa de los titulares del copyright.

Publicado por Mozaika Publications, una marca de Mozaika LLC.

www.mozaikallc.com

Portada de Najla Qamber Designs

www.najlaqamberdesigns.com

ISBN: 978-1-63142-473-1

Print ISBN: 978-1-63142-474-8

I

Su Cautiva

1

Yulia

Prisionera. Cautiva.

Con el cuerpo musculoso de Lucas aplastándome contra la cama, siento esa realidad más intensa que nunca. Tengo las muñecas inmovilizadas por encima de la cabeza, y el hombre que me acaba de mostrar el cielo y el infierno me está invadiendo. Puedo sentir la polla de Lucas ablandándose dentro de mí y me arden los ojos por las lágrimas no derramadas mientras estoy ahí tumbada, con la cara girada hacia un lado para evitar mirarlo.

Me ha follado y, una vez más, le he dejado hacerlo. No, no solo le he dejado, le he recibido con los brazos abiertos. Sabiendo cuánto me odia mi captor, le he besado por voluntad propia, cediendo a sueños y fantasías que no tienen lugar en mi vida.

He sucumbido al deseo por un hombre que va a destruirme.

No sé por qué Lucas no lo ha hecho todavía, por qué estoy en su cama en lugar de colgada en algún cobertizo de tortura, rota y sangrando. Esto no es lo que esperaba cuando los guardias de Esguerra me trajeron aquí ayer y me di cuenta de que el hombre cuya muerte creí haber causado estaba vivo.

Vivo y decidido a castigarme.

Lucas se agita sobre mí, su peso se reduce levemente, y siento la brisa fresca del aire acondicionado en la piel humedecida por el sudor. Se me encogen los músculos internos cuando desliza la polla fuera de mí y empiezo a ser consciente de un profundo dolor entre las piernas.

Se me contrae la garganta, y el picor tras los párpados se intensifica.

«No llores. No llores». Repito las palabras como un mantra, concentrándome en mantener las lágrimas bajo control. Es más difícil de lo que creía y sé que es debido a lo que acaba de ocurrir entre nosotros.

Dolor y placer. Miedo y lujuria. Nunca pensé que la combinación pudiera ser tan devastadora. Nunca hubiera sospechado que podría volar justo después de haber caído en el abismo de mi pasado.

Nunca había imaginado que podría correrme poco después de recordar a Kirill.

El simple hecho de pensar en el nombre de mi instructor hace que el nudo en la garganta se haga más grande y que los recuerdos oscuros amenacen con brotar de nuevo.

«No, para. No pienses en eso».

Lucas se mueve de nuevo, levanta la cabeza, y exhalo con alivio cuando me suelta las muñecas y se quita de encima. La sensación de picazón en los ojos se desvanece cuando respiro profundamente, llenando los pulmones con el aire que tanto necesitaba.

Sí, eso es. Solo necesito distanciarme un poco de él.

Inhalo de nuevo y vuelvo la cabeza para ver a Lucas levantarse y quitarse el condón. Nuestros ojos se encuentran y capto un indicio de confusión en la frialdad azul grisácea de su mirada. Justo después, sin embargo, la emoción desaparece, mostrando su habitual cara dura e inflexible de mandíbula cuadrada.

—Levántate. —Lucas estira la mano hacia mí y me agarra del brazo—. Vamos. —Me saca de la cama a rastras.

Estoy temblando demasiado como para resistirme, así que tropiezo mientras me lleva a la fuerza por el pasillo.

Segundos después, se detiene frente a la puerta del baño.

—¿Necesitas un minuto? —pregunta y yo asiento agradecida por la oferta.

Necesito más de un minuto, necesito una eternidad para recuperarme de esto, pero me conformaré con un minuto de privacidad si eso es todo lo que puedo conseguir.

—No intentes nada —dice mientras cierro la puerta. Me tomo en serio su advertencia, sin hacer nada más que ir al baño y lavarme las manos tan rápido como puedo. Incluso si encontrara algo para enfrentarme a él, no tendría fuerzas ahora mismo.

Estoy agotada tanto física como emocionalmente. Me duele el cuerpo casi tanto como el alma. Ha sido demasiado: la breve conexión que pensé que teníamos, la forma en la que de repente se volvió frío y cruel, los recuerdos combinados con el devastador placer, que Lucas me capturase a pesar de tener a esa otra chica, la morena que me espiaba desde la ventana…

Siento cómo la garganta se me estrecha de nuevo y tengo que contener un sollozo. No sé por qué este último pensamiento, de entre todas las cosas, es tan doloroso. No tengo que reclamarle nada a mi captor. Como mucho, soy su juguete, su posesión. Jugará conmigo hasta que se aburra y luego me romperá.

Me matará sin pensarlo dos veces.

—Eres mía —ha dicho mientras me estaba follando y, por un breve momento, pensé que lo decía en serio. Pensé que se sentía tan atraído por mí como yo por él.

Claramente, estaba equivocada.

Una delgada capa de humedad me cubre la visión y parpadeo para alejarla de los ojos. La cara que me devuelve la mirada desde el espejo del baño está demacrada y pálida. Dos meses en la prisión rusa han hecho mella en mi aspecto. Ni siquiera sé por qué Lucas me desea en este momento. Su novia es infinitamente más guapa, con esa cálida tez y esos rasgos tan vivos.

Un golpe fuerte me asusta.

—Se te acabó el minuto. —El tono de Lucas es severo, y sé que no puedo retrasar más el momento de hacerle frente. Tomo aire para calmarme y abro la puerta.

Está parado en la entrada, esperándome. Creía que me llevaría de vuelta, pero pasa al baño.

—Entra —dice, empujándome hacia la ducha—. Vamos a ducharnos.

¿Vamos? ¿Va a entrar conmigo? Se me encoge el estómago y noto el calor extendiéndose por la piel, pero obedezco. No tengo otra opción, pero, incluso si la tuviera, el recuerdo de las semanas sin ducha en la prisión de Moscú todavía está demasiado reciente en mi mente.

Si mi captor quiere que me dé cinco duchas al día, lo haré con gusto.

La cabina de la ducha es lo suficientemente grande como para que entremos los dos. La mampara de cristal está limpia y es moderna. En general, todo en la casa de Lucas está limpio y es moderno, muy diferente al pequeño apartamento de la etapa soviética en el que solía residir en Moscú.

—Tienes un baño bonito —le digo en un tono casual cuando abre el grifo. No sé por qué he elegido este tema entre todos, pero necesito distraerme de alguna manera. Estamos juntos en la ducha, desnudos, y, aunque nos acabamos de acostar, no puedo dejar de mirarlo. Sus músculos bien definidos se abultan con cada movimiento y le cuelgan los testículos entre las piernas, donde la polla medio dura brilla por los rastros de semen. No es el único hombre que he visto desnudo, pero es, con diferencia, el más impresionante.

—¿Te gusta el baño? —Lucas se vuelve hacia mí, dejando que el chorro de agua le golpee la ancha espalda y me doy cuenta de que no soy la única consciente de la tensión sexual que hay en el aire. Está ahí, en la manera en que me mira con esos ojos enormes recorriéndome el cuerpo antes de volver a la cara, en la forma en que cruza sus grandes manos, como para evitar que me alcancen.

—Sí. —Trato de mantener un tono informal, como si no fuera un problema que estuviéramos aquí de pie juntos después de que me haya follado sin parar y de que haya enviado mis emociones a la mierda—. Me gusta la sencillez de la decoración.

Produce un contraste agradable con la complejidad de este hombre.

Me mira, con los ojos pálidos más grises que azules bajo esta luz, y veo que, a diferencia de mí, no está dispuesto a distraerse. Quería que nos bañáramos juntos por una razón y esa razón se vuelve obvia cuando me alcanza y me empuja junto a él bajo el chorro de la ducha.

—Baja. —Acompaña la orden con un fuerte empujón sobre mis hombros. Se me doblan las piernas, incapaces de soportar la fuerza de esas manos presionándome hacia abajo, y me encuentro de rodillas delante de él, con la cara al nivel de la ingle. Desvía con la amplitud de su espalda la mayor parte del agua que cae, pero aún me alcanzan algunas gotitas, lo que me obliga a cerrar los ojos mientras me agarra del pelo y me acerca la cabeza a la polla endurecida.

—Si me muerdes… —Deja la amenaza sin terminar, pero no necesito saber los detalles para entender que saldría malparada de tal acción. Quiero decirle que la advertencia no es necesaria, que estoy demasiado destrozada para resistirme en este momento, pero no me da la oportunidad. Tan pronto como separo los labios, empuja la polla hacia adentro, penetrándome con tanta profundidad que casi me ahogo antes de que la saque. Jadeando, me apoyo en las duras columnas de sus muslos y él vuelve a empujar con más lentitud esta vez.

—Bien, buena chica. —Disminuye la fuerza con la que me coge del pelo cuando cierro los labios alrededor de su gruesa polla y aprieto las mejillas, chupándola—. Justo así, preciosa.

Extrañamente, sus palabras de aliento me envían una espiral de calor a través del clítoris. Todavía estoy mojada por nuestro polvo, y siento esa humedad cuando presiono los muslos, tratando de contener la lujuria en mi interior.

No es posible que lo desee de nuevo. Tengo el sexo en carne viva e hinchado y mi interior sensible por su dura posesión. También tengo reciente esa oscuridad invasora, los recuerdos que han estado tan cerca de absorberme. Estar con un hombre así, completamente en su poder y queriendo castigarme, es mi peor pesadilla, pero con Lucas nada de eso parece importar.

Todavía estoy caliente.

Me aprieta con fuerza el pelo con los dedos mientras se mete en mi boca, marcando el ritmo, y hago lo que puedo para relajar los músculos de la garganta. Sé cómo hacer una buena mamada, por lo que uso esa habilidad, acariciándole las pelotas con ambas manos mientras succiono con los labios.

—Sí, así. —Su voz está llena de lujuria—. Sigue.

Obedezco, apretándole más fuerte las pelotas y metiéndomelo aún más profundo en la garganta. Curiosamente, no me importa darle este placer. Aunque estoy de rodillas, siento que tengo más control ahora que en cualquier momento desde mi llegada esta mañana. Le estoy dejando hacer esto y, en esa decisión, hay poder, aunque sé que es, más que nada, una ilusión. Soy su prisionera, no su novia, pero, por el momento, puedo fingir que lo soy, que el hombre que me mete la polla entre los labios me considera algo más que un objeto sexual.

—Yulia… —gime mi nombre, sumándose a la ilusión, y, luego, la mete hasta el fondo y se detiene, esparciendo grandes chorros de semen por la garganta. Me concentro en respirar y no ahogarme mientras trago a la vez que sigo acunándole las duras pelotas con las manos—. Buena chica —me susurra, haciéndome tragar cada gota, y, luego, me acaricia el pelo, tocándome con una suavidad que nunca antes había sentido. Su aprobación debería resultarme humillante, pero me deleito con esta pequeña muestra de ternura, empapándome de ella por una necesidad desesperada. Me siento cansada, tan cansada que todo lo que quiero hacer es quedarme así, con él acariciándome el pelo mientras me quedo dormida.

De repente, me ayuda a ponerme de pie y abro los ojos cuando el agua comienza a golpearme en el pecho en lugar de en la cara. Lucas no habla, pero cuando vierte el gel en la palma de la mano y me lo extiende sobre la piel, su tacto es aún suave y relajante.

—Reclínate hacia atrás —murmura, dando un paso detrás de mí, y yo me apoyo sobre él, colocando la cabeza sobre su hombro mientras me lava la frente. Me enjabona el pecho, el vientre y la zona sensible entre las piernas con sus grandes manos. Me doy cuenta, distraída, de que me está cuidando. Mi mente se deja llevar cuando cierro los ojos para disfrutar de la atención.

Demasiado pronto, estoy limpia y él retrocede, dirigiendo el chorro de agua hacia mí para que me enjuague. Me balanceo ligeramente, apenas capaz de sostenerme sobre las piernas cuando Lucas cierra el grifo y me guía fuera de la ducha.

—Venga, vamos a llevarte a la cama. Estás a punto de caerte. —Me envuelve en una toalla gruesa y me levanta, llevándome fuera del baño—. Necesitas dormir.

Me dirige hacia el dormitorio y me deja en la cama.

Parpadeo mirándole mientras pienso con extremada lentitud. ¿No me va a atar junto a la cama en el suelo?

—Vas a dormir conmigo —dice, respondiéndome a la pregunta no formulada. Parpadeo otra vez, demasiado cansada para analizar lo que significa todo esto, pero, en ese momento, saca un par de esposas del cajón de la mesita de noche.

Antes de que pueda imaginarme sus intenciones, me coloca una esposa alrededor de la muñeca izquierda y engancha la segunda a la suya. Luego, se acuesta, estirándose detrás de mí y encaja el cuerpo con el mío desde detrás, colocándome el brazo izquierdo esposado sobre el costado.

—Duerme —me susurra al oído, y yo obedezco, hundiéndome en el cálido confort del olvido.

2

Lucas

La respiración de Yulia se estabiliza casi de inmediato. Su cuerpo se vuelve débil mientras se me duerme entre los brazos. Tiene el pelo mojado por la ducha y la humedad se filtra en la almohada, pero no me molesta.

Estoy demasiado concentrado en la mujer que tengo abrazada.

Huele a mi gel de ducha y a ella misma, un aroma único y delicado que, de alguna manera, aún me recuerda a melocotones. Tiene el cuerpo delgado, sedoso y cálido y siento amortiguada la curva de su culo contra la ingle. Mi cuerpo rebosa alegría mientras estoy aquí acostado, pero mi mente se niega a relajarse.

Me la he follado.

Me la he follado y, una vez más, ha sido el mejor sexo que he practicado en mi vida, superando incluso a nuestra vez en Moscú. Cuando he entrado en ella, la intensidad de las sensaciones me ha dejado sin aliento. No parecía sexo, sino que era como volver a casa.

Incluso ahora, recordar cómo ha sido deslizarse en su estrechez profunda y cálida hace que se me contraiga la polla y me duela el pecho de manera inexplicable. No quiero tener esto con ella, sea lo que sea «esto». Debería haber sido tan simple como follarla, deshacerme de las emociones y, luego, castigarla, extrayéndole información en el proceso. Ha matado a hombres con los que había trabajado y entrenado durante años.

¡Casi me mata!

La idea de que no pueda sentir más que odio y lujuria por Yulia me enfurece. He tenido que hacer un esfuerzo tremendo para ignorar la suavidad en su mirada y tratarla como la prisionera que es, para follármela en lugar de hacerle el amor. Sabía que le estaba haciendo daño, he sentido que se resistía mientras me la tiraba sin piedad, pero no podía dejarle saber que eso me afectaba.

No podía rendirme ante esta loca debilidad.

Aunque ha sido exactamente eso lo que he hecho cuando me ha chupado la polla sin una pizca de protesta, ordeñándome con la boca como si no tuviera suficiente. Me ha dado placer después de tratarla como a una puta y esa maldita necesidad me ha sobrepasado de nuevo.

La necesidad de abrazarla y protegerla.

Se ha arrodillado frente a mí, con las pestañas mojadas y puntiagudas revoloteando por las pálidas mejillas mientras tragaba cada gota de mi semen y he querido abrazarla, tomarla entre los brazos y hacerle promesas que nunca debería cumplir. Me he decidido a lavarle el cuerpo, pero no he podido atarla y hacerle dormir en el suelo, al igual que antes no he podido hacerle daño de verdad.

Qué puto desastre. Ha estado aquí menos de veinticuatro horas y la furia que me ha ardido por dentro durante dos meses ya está empezando a enfriarse. Su vulnerabilidad me afecta como ninguna otra cosa. No debería importarme que esté débil y muerta de hambre, que su cuerpo sea una sombra de lo que era y que tenga los ojos azules llenos de agotamiento. No debería importarme que la reclutaran a los once años y la enviaran a trabajar a Moscú como espía a los dieciséis.

Ninguno de esos hechos debería marcar la diferencia, pero lo hacen.

¡Hostia puta!

Cierro los ojos y me digo a mí mismo que sea lo que sea lo que siento es temporal, que pasará una vez que me haya saciado de ella.

Lo digo aunque sé que estoy mintiendo.

No va a ser tan simple y debería haberlo sabido.

Un extraño ruido me saca de un sueño profundo. Abro los ojos y cualquier rastro de somnolencia ha desaparecido debido a la adrenalina que me recorre las venas. Me tenso, preparándome para pelear y, luego, recuerdo que no estoy solo.

Hay una mujer entre mis brazos, con la muñeca izquierda esposada a la mía.

Exhalo lentamente, dándome cuenta de que el ruido proviene de ella. Se mueve inquieta y lo vuelvo a escuchar.

Un suave gemido que termina en un grito ahogado.

—Yulia. —Le pongo la mano izquierda en el hombro, levantándole el brazo al moverla—. Yulia, despierta.

Se retuerce, luchando con repentina ferocidad, y me doy cuenta de que aún sigue dormida. Está medio llorando, medio jadeando y tira de las esposas con todas sus fuerzas.

«Joder».

Le agarro de la muñeca izquierda para evitar que nos hagamos daño y ruedo sobre ella, usando mi peso para inmovilizarla.

—Cálmate —le susurro al oído—. Es solo un sueño.

Espero a que deje de luchar, se despierte y se dé cuenta de lo que está pasando, pero no sucede.

En vez de eso, se transforma en un animal salvaje.

3

Yulia

«Es culpa tuya, zorra. Todo es culpa tuya».

Un cuerpo pesado me presiona contra el suelo, con manos crueles rasgándome la ropa y, luego, siento dolor, un dolor brutal y punzante, cuando me embiste, diciéndome que ese es mi castigo, que merezco pagar.

—¡No! —grito, resistiéndome, pero no puedo moverme, no puedo respirar debajo de él—. ¡Para, por favor, para!

—Tranquilízate —me susurra al oído en inglés—. Cálmate de una puta vez.

La incongruencia de que Kirill hable inglés me sorprende por un segundo, pero estoy demasiado asustada para analizarlo del todo. El dolor de la violación y la vergüenza son como un metal aplastándome el pecho. Me estoy asfixiando, dando vueltas en la fría oscuridad, y todo lo que puedo hacer es luchar, gritar y luchar.

—Yulia. Joder, ¡deja de hacer eso! —Su voz es más profunda de lo que recordaba y está hablando en inglés otra vez. ¿Por qué lo hace? No estamos entrenando en este momento. Tanta anomalía me inquieta y me doy cuenta de que no es lo único extraño.

Tampoco lleva colonia.

Sigo debajo de él, confundida, y me doy cuenta de que, en realidad, no me duele.

Está encima de mí, pero no me está haciendo daño.

La realidad cambia y se vuelve a reajustar. Entonces lo recuerdo.

Lo de Kirill fue hace siete años. No estoy en Kiev, estoy en Colombia y soy prisionera de otro hombre que quiere castigarme por lo que he hecho.

—Yulia —me dice Lucas con voz serena al oído—. ¿Puedo soltarte?

—Sí —susurro contra la almohada. Tengo los músculos temblando por el esfuerzo excesivo y me cuesta respirar, como si hubiera estado corriendo. Debo de haber estado luchando contra Lucas en lugar de contra el fantasma de la pesadilla—. Ya estoy bien. De verdad.

Lucas se quita de encima y siento un tirón en la muñeca izquierda, donde las esposas todavía nos unen. Bajo el metal, tengo la piel herida y en carne viva. Debo de haber estado tirando de las esposas durante la pelea.

Se aleja de mí y, un segundo después, se enciende una luz suave que ilumina la habitación. La imagen de las limpias paredes blancas me sirve como prueba adicional de que estaba soñando y de que Kirill no está cerca de mí.

Lucas se estira hasta la mesita de noche y coge una llave para quitarnos las esposas. Cuando vuelve a poner la llave en el cajón, me quedo con su ubicación automáticamente, aunque me empiezan a castañear los dientes. No he tenido una pesadilla tan fuerte y realista en años y había olvidado lo malo que puede llegar a ser.

Lucas se vuelve hacia mí.

—Yulia. —Su mirada es sombría cuando me toca—. ¿Qué ha pasado?

Dejo que me lleve hacia su regazo. Así, siento el calor de su cuerpo sobre la piel congelada. No puedo dejar de temblar, la sombra de la pesadilla sigue flotando sobre mí.

—Yo… —Se me quiebra la voz—. He tenido un mal sueño.

—No. —Me levanta la barbilla con una mano, obligándome a mirarlo a los ojos—. Dime por qué has tenido ese sueño. ¿Qué te ha pasado?

Aprieto los labios con fuerza, luchando contra un impulso ilógico de obedecer esa orden amable. La manera en que me sostiene, casi como un padre que consuela a un niño, me hace querer confiar en él, decirle cosas que solo he compartido con el terapeuta de la agencia.

—¿Qué ha pasado? —Lucas me presiona, suavizando el tono y siento una oleada de anhelo, de deseo por la conexión que imaginé que había entre nosotros. Aunque tal vez no me lo he imaginado, tal vez hay algo. Tengo tantas ganas de que haya algo…

—Yulia. —Curvando la palma de la mano sobre la mandíbula, Lucas me acaricia la mejilla con el pulgar—. Cuéntamelo, por favor.

Esto último me rompe al provenir de un hombre tan duro y dominante. No hay ira en la forma en que me está tocando, no hay lujuria violenta. Es cierto que antes me ha hecho daño, pero también me ha dado placer y, después, algo de ternura. Y, en este momento, no me está exigiendo respuestas, está preguntándome.

Me pregunta y no puedo rechazarlo.

No mientras me sienta tan perdida y sola.

—Está bien —susurro mirando al hombre con el que he soñado durante los últimos dos meses—. ¿Qué quieres saber?

4

Lucas

—¿Cuántos años tenías cuando pasó? —pregunto, poniéndole la mano detrás del cuello para masajearle los músculos tensos. Yulia tiembla sobre mi regazo y una nueva oleada de rabia me remueve las entrañas.

Alguien le hizo daño, mucho, y lo va a pagar.

—Quince —contesta ella y me doy cuenta de cómo le tiembla la voz.

«Quince». Me contengo para no sacar la violencia volcánica que siento dentro de mí. Sospechaba que era algo así. Cuando ha gritado, su voz se ha vuelto aguda, casi infantil. Escupía palabras en ruso o en ucraniano.

—¿Quién fue? —Continúo mi pequeño masaje manteniendo la voz tranquila. Parece que la calma, y el temblor se reduce ligeramente. El color de su cara combina con el de las sábanas blancas y la luz tenue de la lámpara de mesa hace que sus ojos adquieran un tono azul oscuro. Puede que tenga veintidós años, pero parece extremadamente joven.

Joven y muy frágil.

—Se llamaba… —Traga—. Se llamaba Kirill. Era mi instructor.

Kirill. Nota mental. Necesitaré su apellido para iniciar la búsqueda, pero al menos ya tengo algo. Entonces la segunda parte de lo que ha dicho cala en mi interior.

—¿Tu instructor?

Desvía la mirada.

—Uno de ellos. Su especialidad era el combate cuerpo a cuerpo.

«Hijo de puta». Una niña de quince años, joder. Ni aunque hubiera sido un hombre adulto habría tenido alguna oportunidad.

—¿Y la gente para la que trabajabas lo permitió? —La rabia se me nota en la voz y ella se estremece casi imperceptiblemente. Sin querer asustarla, respiro hondo, tratando de recuperar el control. Sigue sin mirarme. Tiene los ojos fijos en algún lugar a mi izquierda, así que le paso la mano por el pelo y le cojo con suavidad la cabeza, atrayendo de nuevo su atención hacia mí.

—Yulia, por favor. —Me esfuerzo en usar un tono tranquilo—. ¿Lo castigaron?

—No. —Curva los labios con amarga ironía—. Eso es lo malo, que no lo hicieron.

—No lo entiendo.

Suelta una carcajada salvaje y llena de dolor.

—Deberían haberlo sancionado solamente. Si lo hubieran hecho, no se habría enfadado tanto.

Siento cómo la sangre se me hiela y me hierve a la vez..

—Cuéntamelo.

—Empezó a acercarse a mí cuando cumplí quince años, justo después de que me quitasen los aparatos dentales. —Su mirada se aleja de nuevo de la mía—. Era una niña fea, alta, delgada y torpe, pero, cuando crecí, mejoré. A los chicos les empecé a gustar y los hombres empezaron a darse cuenta de que existía. Todo ocurrió de la noche a la mañana.

—Y él fue uno de esos hombres.

Asiente, mirándome de nuevo.

—Sí, fue uno de esos hombres. Al principio, no me supuso un gran problema. Me sostenía contra la lona más de la cuenta o me obligaba a practicar un movimiento unas cuantas veces más para poder tocarme. Ni siquiera me daba cuenta de que lo hacía, no hasta que… —Se detiene bruscamente mientras un estremecimiento le recorre la piel.

—¿No hasta qué? —pregunto intentando mantener la calma para escucharla.

—No hasta que me acorraló en el vestuario. —Traga de nuevo—. Me cogió después de una ducha y me tocó. Por todas partes.

«Maldito pedazo de mierda». Quiero matar tanto a ese hombre que puedo saborearlo.

—¿Qué pasó entonces? —Me obligo a preguntar. No es el final de la historia, lo sé.

—Lo denuncié. —El cuerpo delgado de Yulia se estremece—. Fui al jefe del programa y le hablé de Kirill.

—¿Y?

—Y lo despidió. Le dijeron que se alejara y que no tuviera nada más que ver conmigo.

—Pero no lo hizo.

—No —afirma débilmente—. No lo hizo.

Cojo aire y me preparo.

—¿Qué te hizo?

—Vino a la residencia donde vivía y me violó. —Su tono es monótono y aparta la mirada de mí otra vez—. Decía que me estaba castigando por lo que había hecho.

Sus palabras me dejan sin aliento. Los paralelismos no se me escapan. Yo también he planeado usar el sexo como castigo, saciando mi lujuria con su cuerpo y mostrándole, al mismo tiempo, lo poco que significa para mí.

De hecho, eso es lo que he hecho esta noche, cuando me la he tirado bruscamente, ignorando su forcejeo.

—Yulia… —Por primera vez en años siento el amargo azote del odio hacia mí mismo. No me extraña que se asustara cuando la aplasté contra el suelo del pasillo—. Yulia, yo…

—Los médicos me dijeron que había tenido suerte de que los demás aprendices me encontraran. —Continúa como si no hubiese dicho nada—. De lo contrario, me habría desangrado.

—¿Desangrado? —Una ola de rabia me sube por la garganta—. ¿Tanto daño te hizo el hijo de puta?

—Tenía una hemorragia —explica con la cara extrañamente calmada al mirarme de nuevo—. Fue mi primera vez y fue brusco. Muy brusco.