Contactos recordados: Las Crónicas de Krinar: Volumen 3 - Anna Zaires - E-Book

Contactos recordados: Las Crónicas de Krinar: Volumen 3 E-Book

Anna Zaires

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Beschreibung

Cuando un despiadado enemigo lanza por fin su ataque, Mia y Korum se enfrentan a la prueba más grande por la que haya pasado hasta el momento su relación. Pero son los secretos del propio Korum los que al final podrían llegar a destruirles.

Desde las playas de Costa Rica hasta un planeta en una galaxia lejana, la suya es una historia de amor que podría cambiar el mundo.

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Contactos recordados

Las Crónicas de Krinar: Volumen 3

Anna Zaires

♠ Mozaika Publications ♠

Contents

PARTE I

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

PARTE II

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

PARTE III

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Epílogo

Extracto de Secuestrada

Sobre la autora

Este libro es una obra de ficción. Los nombres, personajes, y situaciones narrados son producto de la imaginación del autor o están utilizados de forma ficticia y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, establecimientos comerciales, acontecimientos o lugares es pura coincidencia.

Copyright © 2018 Anna Zaires

www.annazaires.com/book-series/espanol/

Traducción de Isabel Peralta

Todos los derechos reservados.

Salvo para su uso en reseñas, queda expresamente prohibida la reproducción, distribución o difusión total o parcial de este libro por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, sin contar con la autorización expresa de los titulares del copyright.

Publicado por Mozaika Publications, una marca de Mozaika LLC.

www.mozaikallc.com

Portada de Najla Qamber Designs

http://www.najlaqamberdesigns.com/

e-ISBN: 978-1-63142-422-9

ISBN: 978-1-63142-423-6

PARTE Uno

Prólogo

El Krinar caminaba por las calles de Moscú, observando tranquilamente la aglomeración humana que pululaba a su alrededor. Veía al pasar el miedo y la curiosidad reflejados en sus rostros, sentía el odio que emanaba de algunos de los transeúntes.

Rusia era uno de los países que más se había resistido, y en el cual el coste del Gran Pánico en vidas había sido el más elevado. Con un gobierno mayoritariamente corrupto y una población que recelaba de cualquier autoridad, muchos rusos habían utilizado la invasión de los krinar como excusa para el pillaje y para acaparar todos los suministros que pudieron. Incluso ahora, más de cinco años después, algunos de los escaparates de Moscú continuaban todavía vacíos, y con sus ventanas cubiertas de cinta adhesiva daban testimonio de los tumultuosos meses que habían seguido a su llegada.

Afortunadamente, el aire era mejor ahora en la ciudad, menos contaminado de lo que el krinar recordaba que había sido años atrás. Por aquel entonces, una nube de contaminación flotaba sobre la ciudad, irritándole hasta el infinito. No es que le pudiera perjudicar en modo alguno, pero aun así, el K prefería con mucho respirar aire sin excesivo contenido en partículas de hidrocarburos.

Al acercarse al Kremlin, el K se cubrió la cabeza con la capucha de su chaqueta e intentó parecer lo más humano posible, prestando especial atención a sus movimientos para hacerlos más lentos y menos elegantes. No se engañaba a sí mismo con respecto a que los satélites K no le estuvieran observando en ese mismo momento, pero nadie en los Centros tenía ningún motivo para sospechar de él. Durante los últimos años, se había esforzado por viajar tanto como le había sido posible, apareciendo con frecuencia en las principales ciudades humanas por una u otra razón. De este modo, si a alguien se le ocurría analizar su comportamiento, sus últimas expediciones no serían motivo de alarma.

No es que nadie fuera a molestarse en hacerle un perfil. En lo que a todos respectaba, los krinar que habían ayudado a la Resistencia, los llamados kets, estaban a buen recaudo, y el pobre Saur había cargado con la culpa de borrarles la memoria. No podría haber salido mejor ni si el mismo K lo hubiese planeado así.

No, no necesitaba ocultar su identidad de los ojos krinar en el cielo. Su objetivo era engañar a las cámaras humanas colocadas alrededor de las paredes del Kremlin, solo por si acaso los líderes rusos se alarmaban antes de que él tuviera ocasión de visitar el resto de ciudades importantes.

Sonriendo, el K fingió no ser más que un turista humano, dándose tranquilamente una vuelta por la Plaza Roja, mientras las suelas de sus zapatos se desmenuzaban contra el pavimento, liberando diminutas cápsulas que contenían las semillas de una nueva era en la historia humana.

Cuando terminó, se dirigió hacia la nave que había dejado en uno de los callejones cercanos.

Mañana, volvería a ver a Mia.

Saret apenas podía esperar.

Capítulo Uno

―Oh Dios mío, Korum, ¿cuándo has tenido tiempo para hacer esto?

Mia miraba a su alrededor en estado de shock. Todos los muebles que conocía habían desaparecido y la casa de Korum en Lenkarda, el lugar que había comenzado a considerar su hogar, ahora se parecía mucho más a una vivienda totalmente krinar, con sus planchas flotantes y espacios diáfanos. Lo único que seguía igual que antes eran las paredes y el techo transparentes, una característica krinar que Korum había permitido desde el principio.

Su amante sonrió, mostrando el bien conocido hoyuelo de su mejilla izquierda.

―Puede que me haya escapado una hora o así mientras dormías.

―¿Hiciste todo el camino desde Florida hasta aquí solo para cambiar el mobiliario?

Él se rio, meneando la cabeza.

―No, mi vida, ni siquiera yo soy tan entregado. Tenía que ocuparme de un par de asuntos de negocios y decidí darte una sorpresa.

―Bien, ha sido una sorpresa con cambio de colorido ―dijo Mia, girando sobre sí misma para estudiar el nuevo panorama que la había recibido a su regreso a Lenkarda.

En lugar del sofá color marfil, ahora había una larga plancha blanca flotando a algo más de medio metro del suelo. Según Korum le había explicado, los krinar podían hacer que sus muebles flotaran utilizando una variación de la misma tecnología de campos de fuerza que protegía sus colonias. Mia sabía que, si se sentaba en la superficie plana, esta se adaptaría inmediatamente a su cuerpo, volviéndose lo más cómoda posible. Cerca de las paredes había unas cuantas planchas flotantes más, algunas de ellas ocupadas por alguna clase de plantas de interior con flores de color rosa brillante.

El suelo también estaba distinto, y no se parecía a nada que Mia hubiese visto en las otras casas krinar. Intentó visualizar en su mente cómo habían sido esos otros suelos, pero todo lo que pudo recordar era que eran duros y de color claro, como de piedra. No les había prestado demasiada atención por aquel entonces, porque los materiales de los suelos krinar no parecían demasiado distintos de lo que uno podía encontrarse en una casa humana. Sin embargo, lo que había ahora bajo sus pies tenía una textura muy inusual y una consistencia casi esponjosa. A Mia le hacía sentir como si estuviera caminando en el aire.

―¿Qué es eso? ―le preguntó a Korum, señalando hacia la extraña sustancia de abajo.

―Quítate los zapatos y prueba ―le sugirió él, librándose con dos patadas de sus propias sandalias. Es algo nuevo que ideó recientemente uno de mis empleados... es una adaptación de la tecnología de la cama inteligente.

Curiosa, Mia siguió su ejemplo, dejando que sus pies descalzos se hundieran en el cómodo suelo. El material pareció fluir alrededor de ellos, envolviéndolos, y entonces fue como si mil dedos diminutos estuvieran frotando suavemente los dedos de sus pies, sus talones y sus empeines, eliminando toda la tensión acumulada. Un masaje de pies... solo que mil veces mejor.

―Oh, vaya ―suspiró Mia, y una enorme sonrisa felicidad apareció en su rostro―. ¡Korum, esto es increíble!

―Ajá. ―Él estaba dando vueltas por allí, disfrutando al parecer de sus propias sensaciones―. Me imaginé que esto te resultaría atractivo.

Con los pies en el paraíso, Mia observó cómo él dibujaba un lento círculo alrededor de la habitación, con su cuerpo alto y musculoso moviéndose con la gracia felina típica de su especie. A veces, ella apenas podía creer que este hombre magnífico y complicado era suyo, que la amaba tanto como ella lo amaba a él.

Su felicidad era tan absoluta esos días que casi le daba miedo.

―¿Quieres ver el resto de la casa? ―Se detuvo junto a ella y le dedicó una cálida sonrisa.

―¡Sí, por favor! ―Mia sonrió, impaciente como un niño en una tienda de golosinas.

Tres días atrás, durante uno de sus paseos nocturnos por Florida, le había mencionado a Korum que sería agradable ver cómo había sido su casa antes de que la “humanizara” por ella. A pesar de lo considerado que en su momento había sido el gesto, Mia ya estaba ahora acostumbrada al estilo de vida krinar y no necesitaba un entorno conocido que la reconfortara. Por el contrario: quería ver cómo vivía su amante alienígena antes de que se conocieran. Él le había sonreído, le había prometido redecorar pronto la casa... y obviamente se había tomado esa promesa en serio.

―Vale ―le dijo, bajando la vista hacia ella con una mirada ligeramente traviesa en su hermoso rostro―. Hay una habitación que no has visitado todavía, y que me he estado muriendo por mostrarte...

―¿Sí? ―Mia levantó las cejas, con el corazón empezando a latirle más rápido y la parte inferior de su vientre tensándose expectante. Sus ojos tenían ahora un tono dorado, y ella adivinó que lo que fuera que quisiese mostrarle pronto la tendría gritando de éxtasis entre sus brazos. Si había algo con lo que siempre podía contar, era con su insaciable deseo por ella. Daba igual las veces que practicaran el sexo, él siempre parecía querer más... y ella también.

―Vamos ―dijo él, cogiéndola de la mano y guiándola hacia la pared a su izquierda.

Cuando se acercaron, la pared no se disolvió como solía hacerlo. En vez de eso, Mia sintió como su cuerpo se hundía más en el material esponjoso bajo sus pies. Su pies fueron absorbidos primero, y luego sus tobillos y rodillas. Era igual que las arenas movedizas, excepto que estaba sucediendo dentro de la mismísima casa. Lanzó una mirada de sorpresa hacia Korum, y se agarró con fuerza de su mano.

―¿Qué...?

―No pasa nada. ―Él le devolvió un apretón tranquilizador―. No te preocupes. ―A él le estaba ocurriendo lo mismo: ella vio como el suelo se lo estaba prácticamente tragando.

―Eh, Korum, no estoy muy convencida de todo esto... ―Mia estaba ya hundida hasta la cintura, y sentía decididamente algo extraño en la parte inferior de su cuerpo, como si no pesara nada.

―Solo unos segundos más ―le prometió él, con una gran sonrisa.

―¿Unos segundos más? ―El extraño material ya le llegaba a Mia hasta el pecho―. ¿Antes de qué?

―Antes de esto ―dijo él, al tiempo que su descenso se aceleraba de repente y atravesaban el suelo por completo.

Mia dejó escapar un breve grito, y apretó con más fuerza la mano de Korum. Al principio había solamente oscuridad y la aterradora sensación de no tener nada debajo de los pies, y de repente se encontraron flotando en una habitación circular suavemente iluminada, con el techo y las paredes color melocotón.

Sí, literalmente flotando en el aire.

Mia ahogó una exclamación y miró a su amante, incapaz de creer lo que estaba pasando.

―Korum, ¿esto es...?

―¿Una cámara de gravedad cero? ―Él sonreía como un niño a punto de presumir de un juguete nuevo―. Sí, en efecto.

―¿Tienes una cámara de gravedad cero en tu casa?

―Así es ―admitió él, obviamente encantado con su reacción. Soltando la mano de Mia, dio una lenta voltereta en el aire―. Como puedes ver, es muy divertido.

Mia se echó a reír con incredulidad, y luego trató de seguir su ejemplo... pero no encontraba la manera de controlar sus movimientos. No tenía ni idea de cómo había logrado Korum dar una voltereta con tanta facilidad. Ella movía sus brazos y piernas, pero eso no parecía ayudarla demasiado. Era como si estuviera flotando en el agua, pero sin notar sensación de humedad.

No podía decir qué era arriba ni qué abajo; la cámara no tenía ventanas, y no había una distinción clara entre las paredes, el suelo y el techo. Era como si estuvieran en una burbuja gigante, lo que probablemente no se alejaba demasiado de la realidad. Mia no era ninguna experta en el tema, pero se imaginaba que no era fácil crear un ambiente de gravedad cero en la Tierra. Tenía que haber un montón de compleja tecnología rodeándoles ahora mismo y oponiéndose a la fuerza gravitacional del planeta.

―Guau ―dijo ella con voz queda, flotando a la deriva en el aire―. Korum, esto es increíble... ¿También lo tienen otros krinar?

Él había conseguido alcanzar una de las paredes, y la usó para darse impulso, enviándose a sí mismo en su dirección.

―No ―se estiró para cogerla por el brazo mientras flotaba a su lado―, no es algo que tengamos muchos de nosotros.

Mia sonrió cuando él se la acercó.

―¿Oh, sí? ¿Solo tú?

―Quizás ―murmuró, envolviéndole la cintura con un brazo y sujetándola firmemente contra él. Sus ojos se iban haciendo más y más dorados en cuestión de segundos, y la dureza que presionaba contra el vientre de ella no dejaba duda de sus intenciones.

Mia abrió mucho los ojos.

―¿Aquí? ―preguntó, con el pulso acelerándose por la excitación.

―Ajá.... ―Él ya la estaba moviendo hacia arriba (¿o era hacia abajo?) para mordisquearle la zona sensible de detrás del lóbulo de la oreja.

Como siempre, su contacto hizo que su cuerpo entero vibrara expectante. Echó la cabeza hacia atrás y gimió suavemente, mientras un líquido calor corría por sus venas.

―Te quiero ―le susurró él al oído, mientras bajaba acariciando su cuerpo con sus grandes manos, quitándole el vestido, que se quedó flotando, pero eso Mia apenas lo notó; no podía apartar la vista del hombre al que amaba más que a la vida misma.

Mia pensó que jamás se cansaría de escucharle decir esas palabras, observando como él se apartaba un segundo para quitarse su propia ropa. La camisa desapareció primero, luego sus shorts, y entonces se quedó completamente desnudo, mostrando un cuerpo impresionante en su perfección masculina. El hecho de que estuvieran flotando en el aire añadía un punto de surrealismo a toda la escena, haciendo que Mia sintiese que estaba teniendo un sueño erótico poco habitual.

Estiró los brazos y recorrió su pecho con las manos, admirando la suave textura de su piel y los músculos duros como rocas de debajo.

―Yo también te quiero ―murmuró, y vio cómo se le encendían aún más los ojos por el deseo.

Le acercó y le dio la vuelta para que se quedaran flotando en perpendicular, con la parte inferior del cuerpo de ella a la altura de sus ojos. Antes de que ella pudiera decir nada, él ya estaba abriendo sus muslos, exponiendo sus delicados pliegues a su mirada hambrienta.

―Tan hermoso... ―susurró―, tan cálido y húmedo... No puedo esperar a saborearte... ―y a sus palabras siguió un lento lametazo en su zona más privada― a hacer que te corras...

Gimiendo, Mia cerró los ojos, y la tensión habitual empezó a enroscarse profundamente en su vientre. Estar flotando en el aire parecía agudizarle todos los sentidos. Sin una superficie en la que tumbarse ni nada más que tocase su cuerpo, lo único que podía sentir, lo único en lo que podía concentrarse, era en el increíble placer que le daban su boca, lamiendo y mordisqueando alrededor de su clítoris, y sus fuertes manos acariciándole los muslos arriba y abajo.

Sin avisar, un poderoso orgasmo estalló por todo su cuerpo, naciendo de lo más profundo de ella y extendiéndose hacia afuera. Mia gritó y sus dedos se encorvaron por la intensidad de la tensión liberada, y luego él la giró hasta que se encontraron cara a cara. Antes de que sus palpitaciones hubieran podido detenerse siquiera, él ya tenía su gruesa polla junto a su vagina, y entró en ella con un fluido empentón.

Mia contuvo una exclamación, abrió los ojos y le agarró por los hombros, con el impacto de su posesión reverberando por todo su cuerpo. Él se detuvo un instante, y entonces empezó a moverse lentamente, dándole tiempo a ella para adaptarse a la plenitud de su interior. Con cada cuidadosa embestida, la punta de su polla presionaba el punto sensible de su interior, haciéndola jadear por la sensación.

Parecían estar siendo eternos esos empujones suaves y calculados, cada uno de ellos llevándola más cerca de llegar pero sin realmente hacerlo. Gimiendo de frustración, Mia le clavó las uñas en los hombros, queriendo que él se moviera más rápido.

―Por favor, Korum… ―susurró, sabiendo que a veces eso era lo que él deseaba, que le gustaba oírla suplicar por el placer final.

―Oh, lo haré ―murmuró él, con los ojos casi de oro puro―. Definitivamente te haré un favor, mi cielo―. Y sosteniéndola firmemente con un brazo, le pasó el otro por detrás hasta llegar a la zona por donde estaban unidos, bañando un dedo en la humedad que allí había. Entonces, para sorpresa de ella, su dedo se aventuró más arriba, entre los suaves semicírculos de sus nalgas, y presionó suavemente contra la diminuta abertura trasera.

A Mia se le cortó el aliento, y levantó la vista hacia él con una mezcla de temor y excitación.

―Shhh, relájate... ―la tranquilizó él, con voz aterciopelada. Y antes de que ella pudiera decir nada, él bajó la cabeza, comiéndole la boca con un beso profundo y seductor, al mismo tiempo que su dedo comenzaba a entrar en ella.

Al principio, parecía doler y quemar, y la extraña intromisión le hizo retorcerse contra él en un vano esfuerzo por aliviar su malestar. Con su polla enterrada hasta el fondo dentro de ella, la invasión adicional de su cuerpo era demasiado, todo un conjunto de sensaciones extrañas y desconcertantes. Una vez él se hubo detenido, sin embargo, con su dedo solo parcialmente dentro de ella, el ardor comenzó a desvanecerse, dejando a su paso una rara sensación de plenitud.

Korum levantó la cabeza y la miró fijamente a través de unos párpados entrecerrados.

―¿Todo bien? ―le preguntó con dulzura, y Mia asintió vacilante, incapaz de decidir si le agradaba o no esa peculiar sensación.

―Bien ―susurró él, y comenzó a mover sus caderas de nuevo, manteniendo su dedo inmóvil―. Simplemente relájate... Sí, buena chica...

Mia cerró los ojos y se concentró en no ponerse tensa, aunque le estaba resultando cada vez más difícil. El extraño malestar de alguna manera fue haciendo su aportación a la presión que se iba reuniendo dentro de ella, y cada empuje de su polla iba haciendo que el dedo también se moviera, aunque fuera levemente, abrumando a sus sentidos. Su ritmo fue aumentando poco a poco, sus caderas se movían más y más deprisa... y entonces de repente se encontró volando en mil pedazos, con el cuerpo entero convulsionando por un orgasmo tan intenso que la dejó débil y jadeante al terminar.

Korum gimió, martilleando contra ella mientras sus músculos internos apretaban rítmicamente su pene, desencadenando su propio clímax. Ella pudo sentir los chorros calientes de su semilla dentro de su vientre, escuchar su áspera respiración en sus oídos, a la vez que su brazo se apretaba alrededor de su cintura, sosteniéndola firmemente en su lugar.

Cuando todo hubo acabado, él retiró el dedo despacio y le dio un dulce y suave beso.

Y se quedaron juntos a la deriva unos minutos más, con los cuerpos resbaladizos por el sudor e íntimamente entrelazados.

Al día siguiente, Mia despertó, se desperezó, y una enorme sonrisa apareció en su cara al recordar lo que había pasado el día anterior. Parecía que Korum solo acababa de empezar a introducirla en los variados placeres eróticos que le tenía preparados... y apenas podía esperar a experimentarlos todos. Estuviera bien o mal, ahora mismo era totalmente adicta a él, al placer que experimentaba entre sus brazos, y no podía imaginarse estar jamás con otro... y menos aún con un humano normal.

Tenía gracia: siempre había oído que las relaciones tendían a perder su intensidad inicial con el tiempo, pero parecía que su pasión solo se hacía más fuerte con cada día que pasaba. En parte, eso era por el hecho de que Korum era un amante extraordinario; a lo largo de sus dos mil años de vida había tenido mucho tiempo para aprenderse todas las zonas erógenas del cuerpo femenino. Pero también había algo más, algo indefinible, esa química única entre ellos que había resultado obvia desde el primer momento.

A veces a ella le asustaba hasta qué punto le necesitaba ahora. Su sed iba más allá de lo físico, aunque no podía imaginarse pasar un solo día sin el alucinante placer que experimentaba entre sus brazos. Era como si estuvieran sintonizados a nivel celular: dos mitades de un mismo todo.

Todavía sonriendo, Mia salió de la cama. Cogió su dispositivo de pulsera y lo miró para ver la hora. Para su sorpresa, ya eran las ocho de la mañana, lo que significaba que solo le quedaba una hora para desayunar y llegar al laboratorio. Aunque fuese sábado, era día laborable en Lenkarda, ya que los krinar no seguían el calendario humano en lo que a los fines de semana se refería. Su "semana" solo tenía cuatro días en vez de siete: tres días de trabajo, seguidos de uno de descanso. Mia todavía pensaba en el tiempo en términos del calendario humano; claro que eso era a lo que estaba acostumbrada.

Korum ya se había ido, así que Mia le pidió a la casa que le hiciera un batido y se fue corriendo a darse una ducha rápida. Hasta eso era diferente ahora, después de los trabajos de reforma de Korum. En lugar del combo ducha-jacuzzi al que ella se había acostumbrado, el baño ahora tenía un compartimento circular con la misma tecnología inteligente que el resto de la casa. El agua salía de todas partes y de ninguna, restregando y masajeando cada parte de su cuerpo, y ajustando la presión y la temperatura automáticamente a sus necesidades. Tampoco tuvo que hacer ningún esfuerzo para lavarse; en vez de eso, jabones suavemente perfumados, champús y algún tipo de raro aceite se le fueron aplicando mientras ella simplemente se quedaba quieta, dejando que la tecnología krinar hiciera todo el trabajo.

Cuando terminó de ducharse, Mia salió y unos chorros de aire caliente la secaron. También su pelo, que automáticamente quedó seco y peinado en rizos brillantes y suaves que podían haber sido el resultado de una sesión en una peluquería de lujo. Al mismo tiempo, su boca se llenó con el sabor de algo refrescantemente limpio, como si acabara de lavarse los dientes.

Para cuando terminó de ducharse y estuvo vestida, ya había un batido de fresa y almendras sobre la mesa de la cocina. Mia lo cogió sobre la marcha, salió de la casa y se dirigió a su trabajo.

Aunque sólo había estado fuera una semana, Mia se dio cuenta de que había echado de menos el entorno del laboratorio. Le encantaba aprender, y el desafío de dominar una materia difícil nunca le había intimidado. Parte de su reticencia inicial en empezar algo con Korum se había debido a su miedo a perderse a sí misma, de convertirse en nada más que una esclava sexual con pretensiones. Pero en cambio, parecía haber descubierto un modo de convertirse en un individuo útil para la sociedad krinar, de aportar su pequeño granito de arena. Al encontrarle las prácticas, Korum había hecho algo más que simplemente mejorar su currículum; le había demostrado que la consideraba una persona inteligente y capaz, alguien a quien podía no solo desear, sino también respetar.

Cuando llegó al laboratorio, Mia se pasó la mayor parte de la jornada poniéndose al día sobre lo que se había perdido durante su semana en Florida. A pesar de sus charlas casi a diario con Adam, su compañero de proyecto, sentía que se había quedado atrás en algunos de los últimos avances. Tampoco tenía demasiado tiempo para coger el ritmo de nuevo porque Adam planeaba marcharse a visitar a su propia familia adoptiva humana esa misma tarde.

―¿Cómo es que Saret te ha dejado? ―bromeó Mia―. ¿Marcharte toda una semana? Korum prácticamente tuvo que retorcerle el brazo para que me dejara irme el mismo tiempo, y tú eres mucho más útil...

Adam se encogió de hombros.

―No tuvo demasiada elección. Le dije que me iba, y eso fue todo.

Mia le sonrió, impresionada de nuevo por el joven krinar. A pesar de su educación humana, o tal vez a causa de ella, era capaz de plantarle cara a cualquiera de ellos.

Por fin, alrededor de las cuatro, Adam le dio un montón de lecturas y salió para empezar sus vacaciones, dejándola sola en el laboratorio. Los otros aprendices estaban trabajando en un proyecto conjunto con el laboratorio mental de Tailandia, y se habían ido allí unos días para concluir algún experimento.

Mia se pasó las siguientes dos horas leyendo y después fue a comprobar los datos que estaban siendo generados por la simulación virtual de un joven cerebro krinar. Parecía que el último método que ella y Adam habían ideado era de hecho un paso en la dirección correcta. La transferencia de conocimientos estaba teniendo lugar a un ritmo más rápido y con menos efectos secundarios desagradables. Con suerte, podrían mejorarlo todavía más para el final del verano.

―¿Cómo han ido tus vacaciones en Florida? ―preguntó una voz conocida desde detrás de ella, y Mia dio un respingo, sobresaltada.

Mientras se volvía, respiró hondo para intentar reducir la velocidad de su pulso.

―Me has asustado ―le dijo a Saret, sonriéndole―. No sabía que hubiera nadie más en el laboratorio.

Su jefe se pasó los dedos por sus oscuros cabellos.

―Solo estoy terminando unas cosas. ―Parecía extraordinariamente tenso, y Mia pensó que tenía pinta de cansado, lo cual era raro en un krinar.

―¿Va todo bien? ―preguntó vacilante, sin querer traspasar ningún límite. Aunque llevaba un par de semanas trabajando para Saret, sentía que no lo conocía aún. Él no pasaba demasiado tiempo en el laboratorio, ya que el proyecto en el que estaba trabajando, fuera el que fuese, le llevaba por todo el mundo. Cuando sí estaba, se quedaba por lo general en su oficina, aunque ella lo había sorprendido mirándola algunas veces, aparentemente vigilando al único ser humano que hubiera accedido jamás a su laboratorio.

―Por supuesto ―dijo Saret, y su rostro se relajó esbozando una sonrisa ―¿Por qué no iba a ir bien? Una de mis ayudantes favoritas ha vuelto.

Mia le devolvió la sonrisa, sintiéndose ligeramente incómoda.

―Gracias ―dijo―. Es genial estar de vuelta. Acabo de mirar los datos, y definitivamente se han hecho progresos...

―Eso es estupendo ―la interrumpió Saret―. Estoy deseando recibir pronto tu informe.

―Por supuesto. Lo haré esta noche...

―No, no es necesario. Hoy puedes irte a casa temprano. Es el primer día que has vuelto, y sé que tu cheren no estará contento si te retengo hasta tarde.

Sorprendida, Mia asintió.

―Vale, si estás seguro... ―Normalmente a Saret no le gustaba que sus aprendices no se quedaran el día entero. Incluso había discutido con Korum sobre eso al principio de las prácticas de Mia. Y ahora parecía que de verdad quería que ella se marchara... Sin embargo, no iba a ponerle ninguna pega; de todos modos, había planeado irse a casa en una hora.

―Estoy seguro. ―Saret le sonrió. Hubo algo en esa sonrisa que la hizo sentir incómoda, pero no pudo decidir qué era.

―Estupendo entonces, gracias. Nos vemos mañana ―dijo Mia, mientras pasaba por su lado. Y al hacerlo, podría haber jurado que él se acercó un poco, cogiendo aire... casi como si estuviera inhalando su aroma.

Mia se dijo a sí misma que sería cosa de su imaginación hiperactiva, salió del laboratorio y se subió a una pequeña nave que estaba aparcada junto al edificio. Korum la había hecho para ella con el propósito expreso de que viajara por Lenkarda. Igual que el dispositivo de pulsera que le había dado, estaba programada para responder a sus órdenes verbales. Sintiéndose cansada después de un día de tanto trabajo, Mia se sentó en uno de los asientos inteligentes y ordenó a la nave que la llevara a casa.

Saret observó cómo Mia se marchaba, con las manos casi temblorosas por el ansia de extender el brazo y tocarla.

Tenerla tan cerca después de su larga ausencia había sido una tortura. La tenue dulzura de su aroma impregnaba el laboratorio, y había sido incapaz de detenerse a sí mismo y no acercarse, no aspirarlo. Si ella no se hubiera marchado justo entonces, él habría hecho algo estúpido... como acercársela para probar un poquito su sabor. Y no habría sido capaz de probar solo un poquito.

Cuando intentaba analizar su propia mente, como cualquier experto de la mente debería de hacer, podía encontrar una docena de razones por las que se había obsesionado tanto con ella. La primera y más importante: que ella pertenecía a Korum. Hasta cuando eran niños, Saret siempre había deseado los juguetes de Korum. Su enemigo había sido ingenioso incluso en esa época, cambiando los diseños de los juegos populares y creando cosas que eran mejores que las de todos los demás. Saret había odiado a Korum por ello entonces, y le odiaba ahora. Por supuesto, nunca lo había demostrado. A los enemigos de Korum nunca les iba bien. Era mucho mejor ser su amigo... o al menos actuar como si uno lo fuera.

Y Mia era el juguete más insuperable. Tan pequeña, tan delicada, tan perfectamente humana. Por primera vez, Saret entendía por qué su especie tenía mascotas. Tener una criatura tan linda que sea tuya, acariciarla y tocarla a tu antojo... tenía algo increíblemente atrayente. Sobre todo, cuando esa criatura te quería, dependía de ti... Ella haría una muy buena mascota, pensó Saret irónico, con esa densa melena de pelo que parecía tan suave y agradable al tacto.

Estaba sorprendido de que Korum la dejara pasar tanto tiempo lejos de él. Saret lo había puesto a prueba al principio, insistiendo en que Mia trabajara a jornada completa, solo por ver si eso convencería a Korum de lo ridículo que era tener a un humano en un ambiente de trabajo krinar. Su némesis era la última persona de la que esperaría que tratara a una humana como a una igual. Sí, ella era inteligente, al menos para ser una humana, pero también era joven y maleable. No le costaría demasiado moldearla en lo que él quisiera que fuera. Lo que ella pensaba ahora que quería... nada de eso importaba de verdad. Si hubiera sido su charl, la habría convencido fácilmente de estar contenta con su papel, dentro de su vida, dentro de su cama. Había tantas diversiones para que una chica humana disfrutara: todo tipo de tratamientos de spa virtuales y reales, ropa bonita, grabaciones interesantes, libros divertidos... Y en vez de eso, Korum la tenía trabajando sin parar. No era de extrañar que ella todavía se opusiera a ser una charl. Su cheren simplemente no sabía cómo tratarla correctamente.

Suspirando, Saret volvió a entrar en su oficina. Todos los análisis de la mente del mundo no cambiarían el hecho de que él la deseaba. Y pronto podría tenerla. Solo necesitaba ser paciente un poco más.

Poniendo de nuevo su atención en su tarea, Saret hizo aparecer un mapa tridimensional de Shanghái.

China era la siguiente en su lista.

Capítulo Dos

―No hay nada de qué preocuparse ―dijo Korum con dulzura, poniendo un punto blanco en la mejilla de Mia―. Te van a adorar, igual que yo.

Mia retorció un mechón de pelo nerviosamente entre sus dedos y luego se lo puso detrás de la oreja.

―¿No les importará que sea humana?

―No ―la tranquilizó él―. Ya lo saben todo de ti, y están muy contentos de que haya encontrado a alguien que me importe tanto.

Cuando llegó de trabajar, Korum la había sorprendido con la noticia de que quería que ella también conociera a su familia. Así que estaba a punto de llevarla a un entorno de realidad virtual donde iba a conocer a sus padres. Supuestamente, el entorno era muy realista, y ella podría interactuar con sus padres como si estuvieran viéndose en persona.

También estaba en Krina.

―¿Estás seguro de que no tengo que cambiarme? ―Mia sabía que estaba remoloneando, pero se sentía ridículamente ansiosa―. ¿Y no le importará a tu madre que lleve el collar de vuestra familia?

―Estás preciosa, y el collar te queda perfecto ―dijo él, rotundo. Mi madre estará encantada de verlo en tu cuello; me lo dio explícitamente para eso... para dárselo a la definitiva, la persona de la que me hubiera enamorado.

Mia respiró hondo, intentando que el corazón no se le desbocara.

―Vale, entonces estoy lista. ―Por lo menos tan lista como podría estarlo jamás para conocer a los padres de su amante extraterrestre, que residían miles a de años luz de distancia.

Korum sonrió y el mundo se puso borroso durante un segundo.

Mia se sintió mareada, cerró los ojos y cuando los volvió a abrir estaba dentro de un edificio grande y espacioso que se parecía vagamente a la casa de Korum en Lenkarda. Era transparente y en el exterior se veían plantas exóticas. La mayor parte de las plantas eran de un verde normal, pero también proliferaban los tonos rojos, naranja y amarillos. Era asombrosamente hermoso. El interior del edificio tenía el mismo ambiente 'Zen' que la casa de Arman. Todo era de un bonito color blanco hueso y el sol, que entraba a raudales a través del techo transparente, se reflejaba brillantemente en un maravilloso arreglo floral que había en el centro de la habitación, y constituía el único toque de color que rompía el prístino ambiente. Las flores parecían crecer directamente de una abertura en el suelo. A lo largo de las paredes, había unas planchas flotantes de aspecto conocido que hacían las veces de mobiliario multifuncional.

―Es precioso ―susurró Mia, mirando el cuarto a su alrededor―. ¿Es esta la casa de tus padres?

Korum asintió, sonriente. Parecía muy contento.

―Es el hogar de mi infancia ―explicó, cogiéndole de la mano y dándole un suave apretón.

Como de costumbre, su contacto le hacía sentir calor por dentro, y ella se maravilló otra vez por lo auténtica que parecía esta realidad virtual. De alguna manera, esto era incluso más convincente que aquel club donde él la había llevado una vez para satisfacer sus fantasías. Todos sus sentidos estaban completamente activados, como si ella estuviera físicamente presente allí, en un planeta de una galaxia diferente.

Al inhalar profundamente, Mia se dio cuenta de que el aire era un poco más pobre en oxígeno de lo estaba acostumbrada, como si estuvieran a gran altitud. De hecho se sentía un poco mareada, y esperaba poder aclimatarse pronto. La temperatura era agradablemente cálida y parecía brotar una leve brisa de algún lugar, a pesar de que estaban dentro del edificio. Había también un aroma exótico pero atractivo en el aire. Posiblemente provenía de las flores, decidió Mia. El aroma era casi... frutal. Ella nunca había olido nada igual.

Mientras Mia estudiaba lo que les rodeaba, una de las paredes se disolvió y dejó paso a una mujer krinar. Era alta y delgada, con el cuerpo de piernas largas de una supermodelo y cabello oscuro y brillante. Sus ojos eran del mismo color ámbar cálido que los de Korum. Solo podía tratarse de la madre de Korum; el parecido era inconfundible.

Al verlos allí, su rostro se iluminó con una enorme sonrisa.

―Mi niño ―dijo suavemente, con ojos que brillaban de amor al mirar a su hijo―, estoy tan contenta de verte. ―Como pasaba con todas las K, era imposible determinar su edad; no parecía pasar ni un día de los veinticinco.

Korum soltó la mano de Mia, cruzó la habitación y le dio a su madre un dulce abrazo.

―Yo también, Riani, yo también...

Mia observó el reencuentro, sintiendo que se estaba entrometiendo en un momento familiar privado. No era capaz de llegar a imaginarse lo que podía ser para sus padres tener a su hijo viviendo tan lejos. Sí, podían verse de esta forma virtual, pero probablemente aún echaban de menos verlo en persona.

Korum se volvió hacia Mia, sonrió y dijo:

―Ven aquí, cariño. Permíteme que te presente a mi madre.

Los labios de Mia dibujaron una sonrisa recíproca, y ella se acercó, notando la manera en que los ojos de la K la examinaban de pies a cabeza. Empezaron a sudarle las palmas de las manos. ¿Qué estaba pensando esta hermosa mujer? ¿Se preguntaba cómo su hijo había terminado con una humana?

Mia se detuvo a medio metro y sonrió más aún.

―Hola ―dijo, sin estar segura de si debía acercarse y acariciar con los nudillos la mejilla de la K. Ella había aprendido en las últimas semanas que ese era el saludo habitual entre las mujeres krinar.

La madre de Korum ignoró esas reservas. Levantó la mano, tocó suavemente la mejilla de Mia y le devolvió la sonrisa.

―Hola, querida mía. Estoy enormemente encantada de conocerte por fin.

―Riani, esta es Mia, mi charl ―dijo Korum―. Mia, esta es Riani, mi madre.

―Es un gran placer conocerte, Riani. ―Mia estaba empezando a sentirse más a gusto. A pesar de la despampanante belleza y el aspecto juvenil de la mujer, había algo en su comportamiento que era muy tranquilizador. Casi maternal, pensó Mia sonriendo interiormente.

―¿Dónde está Chiaren? ―preguntó Korum, dirigiéndose a su madre.

―Oh, llegará enseguida ―dijo ella, agitando la mano―. Le han entretenido en el trabajo. No te preocupes... él sabe que estáis aquí.

Chiaren tenía que ser el padre de Korum, decidió Mia. Era interesante que llamara a sus padres por su nombre, aunque también tenía sentido. Como los K eran tan longevos, las barreras entre las generaciones probablemente estuvieran mucho menos definidas que para los humanos. Aunque Korum le había mencionado una vez que sus padres eran mucho mayores que él, ella suponía que la diferencia entre tener dos mil años y varios milenios no era demasiado acusada.

Un suave zumbido interrumpió las reflexiones de Mia. Giró la cabeza hacia un lado y vio como la pared se volvía a abrir. Un guapo krinar de tez morena entró, vestido a la manera de los K. Cruzó rápidamente la habitación, levantó la mano y tocó con la palma el hombro de Korum, saludando a su hijo.

Korum le devolvió el gesto, pero parecía mucho más contenido de lo que había estado con su madre.

―Hola, Chiaren ―dijo con voz serena―. Estoy contento de que hayas podido venir.

Algo en el tono de su voz sorprendió a Mia. ¿Había una cierta tensión entre padre e hijo?

Su padre inclinó la cabeza.

―Por supuesto. No me perdería tu visita. ―Entonces, dirigiendo su atención hacia Mia, ladeó la cabeza y la estudió con una expresión inescrutable en la cara.

Mia tragó saliva, necesitando repentinamente humedecer su garganta seca. La postura de Chiaren, el rictus ligeramente burlón de sus labios... todo eso le resultaba muy familiar. Puede que Korum tuviera el aspecto de su madre, pero definitivamente también había heredado rasgos de personalidad de su padre. Ella encontró al K intimidante, con su mirada fría y oscura y esa carencia de ninguna emoción visible. Le recordaba a cómo era Korum cuando se conocieron.

―Chiaren, esta es Mia ―dijo Korum, acercándose a ella y pasándole un brazo protector por los hombros―. Ella es mi charl. Mia, este es mi padre, Chiaren.

El K sonrió, pareciendo repentinamente mucho más cercano.

―Qué encanto ―exclamó con suavidad―. Vaya chica humana tan bonita que tienes ahí. ¿Cuántos años tienes, Mia? Pareces más joven de lo que me imaginaba.

―Tengo veintiuno ―dijo Mia, consciente de que probablemente aparentaba estar al final de la adolescencia. Era un problema común para los que tenían la constitución tan menuda como ella, un problema que ahora nunca desaparecería.

La sonrisa de Chiaren se hizo más amplia.

―Veintiuno...

Mia se sonrojó al darse cuenta de que él la consideraba poco más que una niña. Y en comparación con él, lo era. Aun así, ella hubiera preferido que su edad no le resultara tan divertida.

―Mia, querida, cuéntanos algo sobre ti ―dijo Riani, con una cálida sonrisa de ánimo―. Korum mencionó que estás estudiando la mente. ¿Es eso cierto?

Mia asintió, volviendo su atención a la madre de Korum. Todavía no sabía cómo se sentía con respecto a su padre, pero definitivamente Riani le estaba empezando a gustar.

―Sí ―confirmó―. Empecé a trabajar con Saret este verano. Antes de eso, me especialicé en Psicología en una de nuestras universidades.

―¿Qué te están pareciendo hasta ahora? ¿Tus prácticas? ―preguntó Chiaren―. Imagino que deben de ser bastante distintas de todo lo que hayas hecho antes. ―Parecía auténticamente curioso.

―Sí, lo son ―dijo Mia―. Estoy aprendiendo muchísimo. ―Mucho más en su elemento, se lo contó todo sobre su trabajo en el laboratorio, y sus ojos se iluminaron mientras hablaba del proyecto de transferencia de conocimientos.

Después, Riani le preguntó por su familia, pareciendo particularmente interesada por el hecho de que Mia tuviese una hermana. El embarazo de Marisa pareció fascinarla, y escuchó con atención como Mia relataba las dificultades que su hermana había vivido antes de la llegada de Ellet. Después de eso, Chiaren quiso saber más sobre los padres de Mia y sus ocupaciones, y cómo se medían las contribuciones humanas a la sociedad, así que Mia habló un rato sobre el papel de los maestros y profesores en el sistema educativo americano.

Antes de que pasara mucho tiempo, se encontró enfrascada en una animada conversación con los padres de Korum. Se enteró de que habían estado juntos cerca de tres milenios, y que Riani era casi quinientos años mayor que su compañero. A diferencia de Korum, que había descubierto su pasión por el diseño tecnológico desde el principio, Riani y Chiaren eran “diletantes”. La mayoría de los krinar lo eran en realidad. En lugar de especializarse en un tema específico, cambiaban con frecuencia de carreras y áreas de interés, sin alcanzar el nivel de “expertos” en ningún campo en particular. Como resultado, aunque su posición en la sociedad era absolutamente respetable, ninguno de los padres de Korum había estado mínimamente cerca de formar parte del Consejo.

―No estoy segura de cómo logramos engendrar un niño tan inteligente y ambicioso ―le confió Riani, sonriente―. Ciertamente, no fue algo intencionado.

Al ver la expresión perpleja en la cara de Mia, Chiaren le explicó:

―Cuando una pareja decide tener un hijo, generalmente lo hace bajo condiciones muy controladas. Eligen la combinación óptima de características físicas y capacidades intelectuales, consultan a los mayores expertos médicos...

―¿La mayoría de los krinar son bebés de diseño? ―Mia abrió mucho los ojos al caer en la cuenta: eso explicaba por qué todos los krinar que había conocido eran tan guapos. Ellos habían tomado el control de su propia evolución practicando una forma de selección genética para sus hijos. Tenía todo el sentido. Cualquier civilización lo bastante avanzada como para manipular su propio código genético, como habían hecho los krinar para deshacerse de su necesidad de sangre, podría especificar fácilmente qué genes querían en su descendencia. Mia estaba sorprendida de que no se le hubiera ocurrido antes.

Chiaren dudó.

―No estoy familiarizado con ese término...

―Sí, exactamente ―Korum dijo, sonriendo a Mia―. Pocos padres están dispuestos a jugar a la ruleta genética, no cuando hay una manera mejor.

―Pero nosotros sí lo hicimos ―dijo Riani, con aire avergonzado―. Me quedé embarazada por accidente... uno de los pocos accidentes de este tipo en los últimos diez mil años. Hablamos de tener un hijo, y ambos dejamos los anticonceptivos, planeando ir a un laboratorio como todas las otras parejas que conocíamos. Estadísticamente, las posibilidades de quedarse embarazada de forma natural en el primer año fértil son algo así como una entre un millón. Por supuesto, esto ocurrió durante mi periodo de estudios musicales, y yo estaba muy metida en la expresión vocal, hasta el punto que retrasamos la visita al laboratorio unos cuantos meses. Y para cuando el experto me vio, ya llevaba tres semanas embarazada de Korum.

―Soy un salto atrás en la evolución, ya ves ―dijo Korum, riendo―. No tuvieron ningún control sobre los rasgos genéticos que yo heredaría de mis antepasados.

Mia le sonrió.

―Bueno, creo que es bastante obvio de dónde has sacado tu complexión en general en cuanto al color. ―Podía haber sido el hermano gemelo de Riani, en vez de su hijo.

―Es lo de la ambición lo que nos sorprende ―dijo Chiaren, lanzando a su hijo una mirada indescifrable―. Parece haber surgido de la nada...

Los ojos de Korum se entornaron un poco, y Mia percibió que este probablemente fuera el punto de discordia entre padre e hijo. Ella decidió preguntarle a Korum por ello después. Por ahora, tenía curiosidad sobre este nuevo cotilleo acerca de su amante del que acababa de enterarse.

―Entonces no eres un bebé de diseño, ¿eh? ―Se burló, sonriéndole.

―Noo ―sonrió Korum―. Soy todo lo natural que puedas desear.

―Bueno, has salido perfecto de cualquier modo ―dijo Mia, estudiando sus hermosos rasgos masculinos. No podía imaginarse cómo podía llegar a ser más atractivo.

Para su sorpresa, Korum meneó la cabeza.

―No, en realidad, no. Tengo una pequeña deformidad.

―¿Qué? ―Mia lo miraba en shock. ¿Este hombre con una belleza de infarto tenía una deformidad? ¿Dónde la había escondido todo este tiempo?

Él sonrió y señaló el hoyuelo en su mejilla izquierda.

―Sí, justo ahí. ¿La ves?

Mia le lanzó una mirada de incredulidad.

―¿Tu hoyuelo? ¿En serio?

Él asintió, con los ojos brillantes por la risa.

―Se considera una deformidad entre los de mi especie. Pero he aprendido a vivir con ella. Al parecer, a algunas mujeres hasta les gusta.

¿Gustarles? A Mia le encantaba, y eso le dijo, haciendo que él y sus padres se echaran a reír.

―Probablemente deberíamos irnos marchando ―dijo Korum después de un rato―. Es hora de cenar, y Mia necesita dormir un poco antes de levantarse temprano para ir a trabajar por la mañana.

―Por supuesto. ―Riani le dirigió una cálida mirada de comprensión―. Sé que los humanos se cansan más fácilmente...

Mia abrió la boca para protestar, pero luego cambió de opinión. Era la verdad, incluso si ella no estaba particularmente cansada en este momento. En vez de eso, dijo:

―Ha sido estupendo conocerte, Riani... y a ti, Chiaren. Me lo he pasado muy bien hablando con vosotros dos.

―Igualmente, querida, igualmente. ―Riani acarició de nuevo su mejilla con suavidad ―. Esperamos verte pronto.

Mía sonrió y asintió:

―Por supuesto. Estoy deseándolo.

―Ha sido un placer conocerte, Mia ―dijo el padre de Korum, sonriente. Entonces, volviéndose hacia Korum, añadió―: y ha estado bien verte, hijo mío.

Korum inclinó la cabeza.

―Hasta la próxima.

Y el mundo volvió a hacerse borroso a su alrededor, haciendo que Mia cerrase los ojos. Cuando volvió a abrirlos, estaban de vuelta en casa de Korum, en Lenkarda.

―Me gustan tus padres ―le dijo Mia a Korum mientras cenaban―. Parecen muy majos.

―Oh, lo son ―dijo Korum, mordiendo un pedazo de jícama con sabor a granada―. Riani es estupenda. Chiaren también, aunque no siempre estemos de acuerdo en ciertas cosas.

―¿Por qué no?

Él se encogió de hombros.

―No estoy seguro. Siempre ha sido así. En algunos aspectos, somos demasiado parecidos, pero en otros, somos totalmente diferentes. Nunca ha entendido por qué he dedicado todo mi tiempo a desarrollar mi empresa en vez de simplemente disfrutar de la vida y encontrar una compañera, como hizo él. Y todavía no me ha perdonado por marcharme de Krina y privar a Riani de su único hijo, a pesar de que yo los visite con frecuencia en el mundo virtual.

Mia sonrió, viendo cosas que le sonaban a su propia familia en esa dinámica... Ya había sido bastante complicado para sus padres que ella se fuera a la universidad a Nueva York; no podía ni imaginarse cómo habrían afrontado que se largara a otra galaxia. Realmente, no podía culpar al padre de Korum por estar molesto, especialmente si no comprendía ni apreciaba la ambición de su hijo.

Todavía pensando en la familia de Korum, Mia siguió comiendo lentamente su guiso, disfrutando de la apetitosa combinación de raíces y hortalizas de potente sabor de Krina. De repente, se le ocurrió algo inquietante, que le hizo soltar el cubierto y levantar la vista hacia a Korum.

―¿Tú querrías volver a vivir en Krina alguna vez? ―preguntó, frunciendo un poco el ceño―. Debes de echar de menos a tus padres, y todo parecía tan bonito por allí...

Él titubeó un par de segundos.

―Quizás algún día ―dijo por fin, devolviéndole una inescrutable mirada dorada―. Pero probablemente no en mucho tiempo.

Mia sintió una ligera opresión en el pecho.

―¿Y qué pasaría conmigo?

―Tú vendías conmigo, por supuesto ―dijo con despreocupación, y bebió un sorbo de agua―. ¿Hay alguna otra opción?

Ella respiró profundamente, tratando de mantener la calma:

―¿A otro planeta? ¿Dejando todo y a todos atrás?

Él entornó ligeramente los ojos.

―No he dicho que fuéramos a irnos pronto, Mia. Quizá ni siquiera mientras tu familia siga viva. Pero algún día, sí, puede que necesite visitar Krina y querré que vengas conmigo.

Mia parpadeó y apartó la mirada, con el corazón encogido al serle recordada la diferencia que ahora existía entre ella y el resto de la humanidad. Gracias a los nanocitos que circulaban por su cuerpo, nunca envejecería ni moriría... pero también sobreviviría a sus seres queridos. El hecho de que los krinar tuvieran los medios para alargar la vida humana indefinidamente pero decidieran no usarlos le molestaba mucho, haciéndole sentirse culpable cada vez que pensaba en ese tema.

―Mia... ―Korum se estiró por encima de la mesa para cogerle la mano―. Escúchame. Te conté que iba a hacerles una petición a los Ancianos en nombre de tu familia, y ya he empezado el proceso. Pero no puedo prometerte nada. Nunca he oído que se hiciera ninguna excepción por nadie que no fuese considerado charl.

―Pero, ¿por qué? ―preguntó Mia con frustración―. ¿Por qué no compartir vuestro conocimiento, vuestra tecnología con nosotros? ¿Por qué este asunto les importa tanto a los Ancianos?

Korum suspiró, acariciándole la palma de la mano con el pulgar.

―Ninguno de nosotros lo sabe exactamente, pero tiene algo que ver con el hecho de que todavía sois muy imperfectos como especie, y los Ancianos quieren que tengáis más tiempo para evolucionar...

―¿Que somos imperfectos? ―Mia se le quedó mirando, incrédula― ¿Qué se supone que quiere decir eso? ¿Qué, estás diciendo que somos defectuosos? ¿Como una pieza de coche que no funciona bien?

―No, no como una pieza de coche ―le explicó él pacientemente, tensando los dedos cuando ella intentó liberar su mano―. Tu especie es muy joven, eso es todo. Tu sociedad y tu cultura están evolucionando a un ritmo rápido, y vuestra alta tasa de natalidad y corta esperanza de vida probablemente tengan algo que ver con eso. Si os diéramos nuestra tecnología ahora mismo, si cada humano pudiera vivir miles de años, vuestro planeta estaría rápidamente superpoblado... a menos que también hiciéramos algo con vuestra tasa de natalidad. Verás, Mia, es todo o nada: o lo controlamos todo u os dejamos básicamente en paz. No existe un buen término medio en esto, mi vida.

Mia notó como apretaba los dientes.

―Entonces, ¿por qué no darle esa opción a la gente? ―preguntó, enfadada por todo el asunto―. ¿Por qué no dejarles elegir si quieren vivir durante mucho tiempo o si preferirían tener hijos? Estoy segura de que muchos optarían por lo primero antes que enfrentarse a la enfermedad y la muerte...

―No es tan sencillo, Mia ―dijo Korum, mirándola a la cara―. Verás, la sobrepoblación no es la única preocupación de los Ancianos. Cada generación trae algo nuevo a vuestra sociedad, cambiándola para mejor. No hace ni doscientos años que a los humanos de tu país no les parecía nada del otro mundo el tener esclavos. Y ahora esa idea es abominable para ellos, porque han pasado varias generaciones y los valores han cambiado. ¿Crees que podríais haber erradicado la esclavitud si las mismas personas que una vez tuvieron esclavos estuvieran todavía vivas? El progreso de tu sociedad se ralentizaría tremendamente si extendiéramos uniformemente vuestra esperanza de vida... y eso no es algo que los Ancianos quieran en este momento.

―Así que somos solo un experimento ―dijo Mia, incapaz de ocultar la amargura de su voz―. Únicamente queréis ver lo que pasa con nosotros, sin importar cuantos humanos sufran en el proceso...

―Los humanos no estarían aquí para sufrir si no fuera por los krinar, mi vida ―la interrumpió él aparentemente un poco divertido por su arrebato―. Tú omites ese hecho cuando te conviene.

―Vale, nos habéis creado, y ahora podéis jugar a ser Dios―. Ella notó como el antiguo resentimiento resurgía, haciéndola arremeter contra lo injusto de todo el asunto. Por mucho que amara a Korum, a veces su arrogancia le daba ganas de gritar.

Él sonrió, sin inmutarse lo más mínimo por su furia. Aflojó los dedos que sujetaban su palma, y su contacto se tornó suave y cariñoso de nuevo.

―Se me ocurren otras cosas a las que preferiría jugar ―murmuró, con los ojos empezando a llenarse con un calor dorado.

Mientras Mia lo miraba incrédula, envió la mesa flotante lejos, eliminando las barreras entre los dos. Todavía sosteniendo su mano, tiró hasta que a ella no le quedó más opción que sentarse a horcajadas en su regazo.

―¿Crees que el sexo lo arreglará todo? ―preguntó ella, irritada por la inevitable respuesta de su propio cuerpo a su cercanía. Daba igual lo furiosa que estuviera, lo único que él tenía que hacer era mirarla de cierta manera y ella estaba totalmente perdida, se convertía en un lago de líquido deseo.

―Mmm... Mmm... ―Ya lo tenía inclinado hacia adelante para besarle el cuello, con la boca húmeda y caliente sobre su piel desnuda ―. El sexo siempre hace que todo mejore ―susurró, mordisqueando la sensible intersección entre su cuello y su hombro.

Y durante las horas siguientes, Mia no encontró razón alguna para estar en desacuerdo con esa afirmación.

Después del ruido y las multitudes de Shanghái, el inhóspito paisaje de la tundra siberiana era casi relajante. De no haber sido por el frío, Saret probablemente hubiera disfrutado visitando esta remota región del norte de Rusia.

Pero hacía frío. La temperatura aquí, justo por encima del Círculo Polar Ártico, nunca era lo suficientemente cálida para un krinar, ni siquiera en el día más caluroso del verano. Hoy, no obstante, estaba por debajo de cero, y Saret se aseguró de que cada parte de su cuerpo estuviera cubierta por ropa térmica antes de salir de la nave.

El edificio grande y gris frente a él constituía uno de los ejemplos más feos de la arquitectura de la era soviética. El alambre de púas y las torres de vigilancia en cada esquina delataban exactamente lo que era: una prisión de máxima seguridad para los peores delincuentes violentos de toda Rusia. Pocas personas conocían la existencia de este lugar, razón por la cual Saret lo había elegido para su experimento.

Se acercó a la puerta abiertamente, sin preocuparse de ser visto por ninguna cámara ni satélite. Para esta excursión, llevaba puesto un disfraz, uno de los dos que había desarrollado a lo largo de los años. No solo cambiaba su aspecto, sino también la capa exterior de su ADN, haciendo casi imposible descubrir su verdadera identidad. Los humanos veían que era un krinar, por supuesto, pero eso era todo lo que sabían acerca de él.

Al acercarse, la puerta se abrió dejándole entrar. Saret caminó rápidamente hacia el edificio, donde fue recibido por el alcaide, un humano barrigudo de mediana edad que apestaba a alcohol y cigarrillos.

Sin decir palabra, el director lo llevó a su oficina y cerró la puerta.

―¿Y bien? ―preguntó Saret en ruso en cuanto tuvieron privacidad―. ¿Tienes los datos que te pedí?

―Sí ―dijo el funcionario de prisiones lentamente―. Los resultados son bastante... excepcionales.

―¿Excepcionales, cómo?

―Han pasado seis semanas desde su última visita ―dijo el humano, jugueteando nerviosamente con un bolígrafo―. Durante el mes pasado, no hemos tenido ni un solo homicidio. En las últimas tres semanas, no ha habido peleas. Llevo a cargo de este sitio veinte años, y nunca había visto cosa igual.

Saret sonrió.

―No, estoy seguro de que no. ¿Cuál era antes la tasa de homicidios?

El hombre abrió una carpeta y sacó una hoja de papel, que entregó a Saret.

―Eche un vistazo. Generalmente tenemos dos o tres asesinatos al mes y más o menos una pelea diaria. No podemos entenderlo. Es como si todos hubieran sufrido un trasplante de personalidad.

La sonrisa de Saret se hizo más amplia. Si este humano supiera la verdad... Satisfecho, dobló la hoja de papel y se la guardó en el bolsillo de sus pantalones térmicos.

―Mañana recibirá el pago final ―dijo al alcaide, antes de salir de la habitación.

No podía esperar a volver a su nave y alejarse del frío.