Contactos Obsesivos: Las Crónicas de Krinar: Volumen 2 - Anna Zaires - E-Book

Contactos Obsesivos: Las Crónicas de Krinar: Volumen 2 E-Book

Anna Zaires

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Beschreibung

En Lenkarda, la principal colonia krinar de la Tierra, Mia se encuentra totalmente a merced de Korum. Sin forma de salir de allí ni idea alguna de cómo manejar ni la más simple de las tecnologías de los krinar, no tiene más elección que confiar en el K que la ha llevado hasta allí, el amante a quien ella ha traicionado.

¿Cumplirá él su promesa de llevarla a casa o estará destinada a ser su prisionera para siempre? ¿Puede una humana convertirse en un miembro de la sociedad krinar? ¿Korum la ama o solamente desea poseerla?

Sigue leyendo para averiguarlo…

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Contactos Obsesivos

Las Crónicas de Krinar: Volumen 2

Anna Zaires

♠ Mozaika Publications ♠

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Epílogo

Extracto de Secuestrada

Sobre la autora

Este libro es una obra de ficción. Los nombres, personajes, y situaciones narrados son producto de la imaginación del autor o están utilizados de forma ficticia y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, establecimientos comerciales, acontecimientos o lugares es pura coincidencia.

Copyright © 2018 Anna Zaires

www.annazaires.com/book-series/espanol/

Traducción de Isabel Peralta

Todos los derechos reservados.

Salvo para su uso en reseñas, queda expresamente prohibida la reproducción, distribución o difusión total o parcial de este libro por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, sin contar con la autorización expresa de los titulares del copyright.

Publicado por Mozaika Publications, una marca de Mozaika LLC.

www.mozaikallc.com

Portada de Najla Qamber Designs

http://www.najlaqamberdesigns.com/

e ISBN-13: 978-1-63142-402-1

Print ISBN-13:  978-1-63142-403-8

Prólogo

El krinar contemplaba la escena frente a él apretando los puños con fuerza.

El holograma tridimensional mostraba a Korum y a los guardianes aproximándose a la choza de la playa. Uno de los guardianes levantó el brazo y la choza voló en mil pedazos, haciendo salir despedidos fragmentos de madera en todas direcciones. La frágil construcción humana no era rival, obviamente, para las sencillas nanoarmas de ráfagas que llevaban los guardianes.

El K levantó la mano y la imagen cambió al acercarse el dispositivo de grabación volador a los restos para echar un vistazo más de cerca. No le preocupaba que el dispositivo fuera detectado; era más pequeño que un mosquito y había sido diseñado por el propio Korum.

No, el dispositivo era perfecto para esta tarea.

Planeando sobre la choza, le mostró al K el drama que se desarrollaba en el sótano, que había quedado expuesto por la explosión. Los guardianes bajaron allí de un salto, mientras que Korum parecía estar estudiando cuidadosamente los restos de la choza en la superficie.

Por supuesto, pensó el K, su archienemigo iba a ser concienzudo. Korum querría asegurarse de que ni nada ni nadie escapasen del lugar de los hechos.

Los kets, como el K había empezado a llamarles mentalmente también, eran presas del pánico, y Rafor atacó estúpidamente a uno de los guardianes. El K pensó con frialdad que ese había sido un movimiento insensato por su parte, al tiempo que veía como el escudo protector invisible que rodeaba a los guardianes repelía el ataque. Ahora el krinar de pelo negro estaba retorciéndose incontrolablemente en el suelo, con el sistema nervioso frito por el contacto con el mortal escudo. Si hubiese sido humano, habría muerto en el acto.

Los guardianes no le dejaron sufrir demasiado. En cuanto su líder dio la orden, uno de ellos utilizó el arma paralizante insertada en sus dedos para dejar inconsciente a Rafor.

El resto de los kets fueron lo bastante inteligentes como para evitar el destino de Rafor y se quedaron allí quietos mientras colocaban los collares de contención plateados en sus cuellos. Parecían enfadados y desafiantes, pero no había nada que pudieran hacer. Ahora eran prisioneros, y el Consejo los juzgaría por su crimen.

Un par de minutos después, Korum saltó a su vez al sótano, y el K vio que su enemigo estaba furioso. Sabía que lo estaría. Los kets podían darse por perdidos; Korum no les mostraría piedad alguna.

Suspirando, el K apagó la imagen. Más tarde lo volvería a ver todo en detalle. Por ahora, tenía que pensar en algún otro modo de neutralizar a Korum y poner en práctica su plan.

El futuro de la Tierra dependía de ello.

Capítulo Uno

—Bienvenida a casa, querida —dijo Korum con suavidad mientras el verde paisaje de Lenkarda se extendía bajo sus pies, y la nave aterrizaba tan silenciosamente como había despegado.

Con el corazón latiéndole muy fuerte en el pecho, Mia se levantó del asiento en el que tan confortablemente se había acomodado su cuerpo. Korum ya estaba de pie, tendiéndole la mano. Ella vaciló durante un segundo y después la aceptó, agarrándose a ella con todas sus fuerzas. El amante que había considerado su enemigo durante el último mes constituía ahora su única fuente de consuelo en esta extraña tierra.

Salieron de la nave y caminaron unos pasos antes de que Korum se detuviera. Se volvió hacia la nave e hizo un pequeño gesto con su mano libre. De repente, el aire alrededor de la cápsula empezó a titilar, y Mia escuchó de nuevo el zumbido grave que acompañaba al funcionamiento de las nanomáquinas.

—¿Estás construyendo algo más? —le preguntó, sorprendida.

Él sonrió y negó con la cabeza.

—No, estoy desmantelándolo.

Y ante la mirada de Mia, de la superficie de la nave parecieron irse desprendiendo capas de material marfileño, que se disolvían frente a sus ojos. En menos de un minuto, la nave había desaparecido por completo, y todos sus componentes se habían disgregado de nuevo en los átomos individuales que habían sido fabricados allí en Nueva York.

A pesar de su estrés y agotamiento, Mia no pudo dejar de maravillarse ante el milagro que acababa presenciar. La nave que acababa de recorrer miles de kilómetros en cuestión de minutos para traerles hasta aquí se había desintegrado totalmente, como si, desde un principio, nunca hubiera existido.

—¿Por qué has hecho eso? —le preguntó a Korum—. ¿Por qué desmantelarla?

—Porque ahora mismo no hay necesidad de que exista y ocupe espacio —le explicó él— Puedo volver a crearla cada vez que necesitemos usarla.

Era verdad, él podía. Mia lo había visto por sí misma hacía solo unos minutos, en la azotea de su apartamento de Manhattan. Y ahora él la había deshecho. La cápsula que les había llevado hasta allí ya no existía.

Cuando cayó en la cuenta de las implicaciones de todo eso, su ritmo cardíaco se aceleró de golpe otra vez, y se dio cuenta de repente de que le costaba respirar.

Una ola de pánico la inundó.

Allí estaba, tirada en Costa Rica, en la principal colonia K y dependiendo para todo de Korum. Él había construido la nave que les había llevado hasta allí y acababa de desmantelarla. Si había alguna otra forma de salir de Lenkarda, Mia no la conocía.

¿Y si antes él le había mentido? ¿Y si jamás podía volver a ver a su familia?

Debía de parecer tan aterrorizada como se sentía por dentro porque Korum le apretó la mano con delicadeza. Sentir su mano grande y cálida era extrañamente tranquilizador.

—No te preocupes —dijo él con suavidad—. Todo irá bien, te lo prometo.

Mia se concentró en respirar hondo, intentando luchar contra su pánico. Ahora no le quedaba más opción que confiar en él. Hasta cuando estaban en Nueva York, él podía hacerle lo que quisiera. No había ninguna razón para que le hiciera promesas que no tenía intención de mantener.

Aun así, el miedo irracional la devoraba por dentro, sumándose al desagradable cóctel de emociones que bullía en su interior. Saber que Korum la había estado manipulando todo el tiempo, usándola para aplastar a la Resistencia, era como un ácido ardiente en su estómago. Todo lo que él había hecho, todo lo que había dicho... todo era parte de su plan. Mientras ella se moría de angustia al espiarlo, probablemente él se habría estado riendo secretamente de sus patéticos intentos de ser más lista que él apoyando una causa que él desde el principio sabía que estaba condenada al fracaso.

Ahora se sentía tan idiota por haberse dejado arrastrar por todo lo que le había contado la Resistencia… En aquel momento, le había parecido que tenía toda la lógica; ella se había sentido muy noble ayudando a los suyos a luchar contra los invasores que les habían arrebatado el planeta... Y en vez de eso, había participado sin saberlo en el golpe de estado de un pequeño grupo de K.

¿Por qué no se había parado a pensar, a analizar exhaustivamente la situación?

Korum le había contado que todo el movimiento de la Resistencia había estado desencaminado, completamente errado en su misión. Y muy a su pesar, Mia le había creído.

Los K no habían matado a los luchadores por la libertad que habían atacado sus Centros, y ese simple hecho le decía mucho acerca de los krinar y su opinión sobre los seres humanos. Si los K hubieran sido realmente los monstruos que la Resistencia decía que eran, ninguno de los combatientes habría sobrevivido.

Al mismo tiempo, no se fiaba del todo de la explicación de Korum sobre lo que era una charl. Cuando John le había hablado de su hermana secuestrada, su voz había mostrado demasiado dolor para que todo fuese mentira. Y el comportamiento de Korum con ella concordaba mucho más con las explicaciones de John que con las de él. Su amante había negado que los K tuvieran humanos como esclavos sexuales; sin embargo, él le había dejado escasas opciones para decidir sobre ningún aspecto de su relación hasta el momento. Él la había deseado y, así de fácil, su vida ya no le pertenecía. Ella había perdido la cabeza hasta encontrarse dentro de su ático de Tribeca... y ahora, aquí estaba, en el Centro K de Costa Rica, siguiéndole hacia algún destino desconocido.

Por mucho que temiera la respuesta a su pregunta, tenía que saberlo.

—¿Está Dana aquí? —le preguntó Mia con cautela, sin querer provocar su mal genio— ¿La hermana de John? John dijo que era una charl en Lenkarda...

—No —dijo Korum, dirigiéndole una mirada impenetrable—. John estaba mal informado, me imagino que deliberadamente, por los kets.

—¿Ella no es una charl?

—No, Mia, ella nunca ha sido una charl en el verdadero sentido de la palabra. Ella era lo que tú llamarías una xeno: una humana obsesionada con todo lo de los krinar. Su familia nunca lo supo. Cuando conoció a Lotmir en México, le suplicó que la llevara con él, y él accedió a hacerlo durante un tiempo. Lo último que oí acerca de ella es que había conseguido que alguien se la llevara a Krina. Imagino que es muy feliz allí, dadas sus preferencias. En cuanto a por qué se fue sin decirle nada a su familia, creo que eso probablemente tenga algo que ver con su padre.

—¿Su padre?

—Dana y John no han tenido una infancia muy feliz —dijo Korum, mientras ella notaba como se tensaba la mano que sujetaba la suya—. Su padre es alguien que debería haber sido exterminado hace mucho tiempo. Basándonos en los informes que hemos reunido acerca de tu contacto en la Resistencia, el padre de John tiene un fetiche concreto que involucra a niños muy pequeños…

—¿Es pederasta? —preguntó Mia quedamente, con la bilis subiéndole por la garganta de pensarlo.

Korum asintió

—Efectivamente. Creo que a sus propios hijos fueron los principales destinatarios de sus afectos.

Asqueada y sintiendo una profunda pena por John y Dana, Mia apartó la mirada. Si eso era cierto, no podía culpar a Dana por querer alejarse y dejar atrás todo lo relacionado con su antigua vida. Aunque la familia de Mia era normal y cariñosa, ella había tenido algunas interacciones con víctimas de violencia doméstica y abuso infantil como parte de sus prácticas del verano pasado. Conocía las cicatrices que eso dejaba en la psique de un niño. Cuando se hacían mayores, algunos de ellos recurrían a las drogas o al alcohol para paliar su dolor. Al parecer, Dana había recurrido a acostarse con los K.

Contando, por supuesto, con que Korum no le estuviera mintiendo sobre todo esto.

Mia lo pensó y decidió que probablemente no fuera así. ¿Qué necesidad tendría él? Ella no podría dejarle aunque se enterara de que Dana había estado retenida aquí contra su voluntad.

—¿Y qué hay sobre John? —preguntó—. ¿Está bien? ¿Y Leslie?

—Supongo que sí —dijo él, y su tono se tornó notablemente más frío—. Ninguno de los dos ha sido capturado aún.

Aliviada, Mia decidió dejarlo estar. Sospechaba que hablar con Korum sobre la Resistencia no era el proceder más inteligente para ella en ese momento. En lugar de eso, volvió a centrarse en lo que les rodeaba.

—¿Adónde vamos? —preguntó, mirando a su alrededor. Estaban caminando a través de lo que parecía una selva virgen. Bajo sus pies crujían palitos y ramas, y se escuchaban los sonidos de la naturaleza por todas partes: pájaros, los zumbidos de algún insecto, el susurro de las hojas... No tenía ni idea de lo que él tenía previsto para lo que quedaba del día, pero ella sólo deseaba enterrar la cabeza bajo una manta y esconderse unas cuantas horas. Los acontecimientos de esa mañana y la borrasca emocional resultante la habían dejado completamente agotada, y necesitaba con urgencia un rato tranquilo para empezar a asumir todo lo que había pasado.

—A mi casa —contestó Korum, volviendo la cabeza hacia ella. En su rostro había otra vez una leve sonrisa—. Está a un paso de aquí. Podrás relajarte y descansar un poco en cuanto lleguemos allí.

Mia le lanzó una mirada de desconfianza. Su respuesta se acercaba increíblemente a lo que ella acababa de pensar.

—¿Puedes leerme la mente? —preguntó, horrorizada ante esa posibilidad.

Él sonrió, haciendo aparecer el hoyuelo de su mejilla izquierda.

—Eso estaría bien, pero no. Ya te conozco lo suficientemente bien como para saber cuándo estás exhausta.

Aliviada, Mia asintió y se concentró en poner un pie delante del otro mientras caminaban por la selva. A pesar de todo, esa deslumbrante sonrisa suya le había enviado una sensación cálida que le recorrió todo el cuerpo.

Eres una idiota, Mia.

¿Cómo era posible que se sintiera así después de lo que él le había hecho pasar, después de haberla manipulado de esa forma? ¿Qué clase de persona era ella, para enamorarse de un alienígena que había asumido por completo el control de su vida?

Se daba asco a sí misma, pero aun así no podía evitarlo. Cuando él sonreía de esa forma, casi podía olvidarse de todo lo que había sucedido, simplemente por la pura alegría de estar con él. A pesar de toda su amargura, en el fondo era inmensamente feliz de que la Resistencia hubiese fracasado, porque él todavía seguía estando en su vida.

Sus pensamientos seguían volviendo a lo que él le había dicho antes... al momento en que había admitido que había llegado a sentir algo por ella. Él no había pretendido que ocurriera, le dijo, y Mia se dio cuenta de que había hecho bien en temerlo y resistirse a él al principio, porque por aquel entonces él la había considerado un mero entretenimiento, un juguetito humano que poder usar y tirar a su antojo. Por supuesto, "sentir algo" distaba bastante de ser una declaración de amor, pero era más de lo que ella había esperado escucharle decir. Como un bálsamo aplicado a una herida supurante, sus palabras la hicieron sentirse un poquitín mejor, dándole esperanzas de que tal vez todo saliera bien al final, de que tal vez él cumpliera sus promesas y de que ella iba a volver a ver a su familia.

La sensación de algo blando y húmedo bajo su pie la sacó de sus pensamientos. Dando un respingo, Mia miró hacia abajo y vio que había pisado un insecto grande con caparazón.

—¡Puaj!

—¿Qué te pasa? —preguntó Korum, sorprendido.

—Acabo de pisar algo —le explicó Mia con cara de asco, intentando limpiarse la zapatilla en la zona de hierba más cercana.

Él la miró divertido.

—No me digas. ¿Tienes miedo a los insectos?

—No diría miedo, exactamente —dijo Mia con cautela—. Más bien es que los encuentro realmente repugnantes.

Él se rio.

—¿Por qué? Son solo un tipo de seres vivos, al igual que tú y que yo.

Mia se encogió de hombros y decidió no explicárselo más. Ella misma no estaba segura de entenderlo. En vez de eso, decidió prestar más atención a lo que la rodeaba. A pesar de haberse criado en Florida, en realidad no se sentía cómoda con la naturaleza tropical en su forma más pura. Ella prefería caminos ordenadamente pavimentados en hermosos parques bellamente diseñados, donde podía sentarse en un banco y disfrutar del aire fresco con los mínimos encuentros posibles con insectos.

—¿No tenéis carreteras ni aceras? —preguntó consternada a Korum, saltando por encima de algo que parecía ser un hormiguero.

Él le sonrió con indulgencia.

—No. Nos gusta que nuestro entorno se aproxime lo máximo posible a su estado original.

Mia arrugó la nariz: eso no le gustaba en absoluto. Sus zapatillas ya estaban cubiertas de tierra, y daba gracias de que la temporada de lluvias en Costa Rica no hubiera comenzado oficialmente todavía. De ser así, se imaginaba que estarían abriéndose paso entre pantanos. Dado el nivel tan avanzado de la tecnología krinar, le parecía extraño que eligieran vivir en esas condiciones tan primitivas.

Un minuto después, entraron en otro claro, esta vez uno mucho más grande. En el centro había una particular construcción color crema. Tenía la forma de un cubo estirado con esquinas redondeadas, sin ventanas, puertas ni ninguna otra abertura visible.

—¿Esta es tu casa?

Mia ya había visto antes, ese mismo día, estructuras así en el mapa tridimensional de la oficina de Korum. Le habían parecido muy raras y extraterrestres desde lejos, y ahora que estaba junto a una de ellas, esa sensación era todavía más intensa. Parecía tan increíblemente extraña, tan diferente a todo lo que ella había visto en su vida…

Korum asintió, guiándola hacia el edificio.

—Sí, este es mi hogar; y ahora también el tuyo.

La ansiedad de Mia aumentó al escuchar la última parte de su frase y tragó saliva, nerviosa. ¿Por qué seguía repitiendo eso? ¿Pretendía en serio que ella se quedara a vivir allí permanentemente? Le había prometido llevarla de vuelta a Nueva York para terminar su último curso universitario, y Mia se aferraba desesperadamente a ese pensamiento mientras observaba los pálidos muros de la casa que se erigía imponente ante ella.

Al acercarse, una sección de la pared se desintegró de repente frente a ellos, creando una abertura lo bastante grande para que pudieran entrar por ella.

La sorpresa hizo que Mia se quedase sin aliento, y Korum sonrió ante su reacción.

—No te preocupes —dijo—. Este es un edificio inteligente. Se anticipa a nuestras necesidades y crea entradas cuando hace falta. No hay nada que temer.

—¿Lo hace para todo el mundo o solo para ti? —preguntó Mia, deteniéndose ante la entrada. Sabía que su reticencia a entrar era algo ilógico. Si Korum pretendía mantenerla prisionera, no había nada que pudiera hacer al respecto: ella ya estaba en una colonia alienígena sin forma de escapar. Aun así, no podía permitirse a sí misma entrar voluntariamente en su nuevo "hogar" hasta estar segura de poder abandonarlo por sus propios medios.

Intuyendo al parecer la fuente de su preocupación, Korum le lanzó una mirada tranquilizadora.

—También lo hará para ti. Podrás entrar y salir siempre que quieras, aunque sería conveniente que te quedaras cerca de mí durante las primeras semanas... al menos hasta que te hayas acostumbrado a nuestro estilo de vida y tenga la ocasión de presentarte a los demás.

Respirando aliviada, Mia levantó la vista hacia él.

—Gracias —dijo con voz queda, mientras una parte de su pánico se desvanecía.

Tal vez no estaría tan mal quedarse allí, después de todo. Si él la llevaba de verdad de vuelta a Nueva York cuando acabase el verano, al final su estancia en Lenkarda sería solo eso: un par de meses en un sitio increíble que pocos humanos podían imaginar siquiera, con la extraordinaria criatura de quien se había enamorado.

Mia se sintió ligeramente mejor acerca de la situación, y dio un paso hacia la puerta, entrando por primera vez en una residencia krinarLo que vio al entrar era algo totalmente inesperado.

Mia había estado preparándose para alguna cosa extraterrestre y de alta tecnología, quizás sillas flotantes similares a los que había en la nave que les había transportado hasta allí. En lugar de eso, la habitación era exacta al ático de Korum en Nueva York, hasta por el cómodo sofá color crema. Mia se sonrojó al recordar lo que había ocurrido en ese sofá tan solo hacía un rato. Lo único distinto eran las paredes: parecían estar hechas del mismo material transparente que la nave, y a través de ellas se podía ver la vegetación del exterior en lugar del río Hudson.

—¿Tienes los mismos muebles aquí? —preguntó sorprendida, soltando su mano y dando un paso hacia adelante para mirar boquiabierta el inesperado panorama. No se podía creer que las tiendas de muebles hicieran entregas en los Centros K…pero claro, seguramente él podía crear todo lo que quisiera usando su nanotecnología.

—No exactamente —dijo Korum sonriéndole—. He preparado esto antes de que llegaras. Pensé que sería más fácil para ti adaptarte si te podías relajar en un entorno familiar durante el primer par de semanas. Cuando ya te sientas más cómoda, podré enseñarte cómo vivimos normalmente.

Mia le miró y parpadeó.

—¿Lo has preparado solo para mí? ¿Cuándo?

Incluso con su sistema de fabricación rápida, o como fuera que Korum llamara la tecnología que le permitía crear objetos a partir de la nada, habría necesitado algo de tiempo para hacer todo esto. ¿Cuándo había tenido ocasión de pensar en ello siquiera, con los acontecimientos de esa mañana? Intentó imaginárselo fabricando un sofá mientras capturaba a los kets y casi tuvo que disimular una risita.

—Hace poco —dijo Korum crípticamente, encogiéndose ligeramente de hombros.

Mia frunció el ceño.

—Entonces... ¿no ha sido hoy? —Por alguna razón, saber cuándo lo había hecho le parecía importante.

—No, hoy no.

Mia se lo quedó mirando fijamente.

—¿Has estado planeando esto desde hace tiempo? ¿El que yo viniera aquí, quiero decir?

—Por supuesto —dijo él con aire despreocupado—. Yo lo planifico todo.

Mia cogió aire.

—¿Y si yo no hubiera estado en peligro a causa de la Resistencia? ¿Aun así me habrías traído hasta aquí?

Él la miró, con rostro inescrutable.

—¿Tiene eso alguna importancia? —preguntó suavemente.

Tenía importancia para Mia, pero no estaba lista para tener esa discusión justo en ese momento. Así que simplemente se encogió de hombros y apartó la mirada, estudiando la habitación. Era bastante reconfortante estar en algún sitio que parecía al menos familiar, y tenía que admitir que crear un entorno humano para ella en su casa había sido algo muy considerado por su parte.

—¿Tienes hambre? —preguntó Korum, observándola con una sonrisa.

Cocinar para ella parecía ser una de sus actividades favoritas; incluso le había dado algo de comer esa mañana cuando ella temía que fuera a matarla por ayudar a la Resistencia. Era una de las cosas que siempre la habían hecho estar en conflicto consigo misma acerca de él, de su relación en general. A pesar de su arrogancia, podía ser increíblemente cariñoso y atento. A Mia le sacaba de quicio el hecho de que él nunca hubiera actuado como el villano que ella creía que era.

Ella negó con la cabeza.

—No, gracias. Todavía estoy llena por el sándwich de antes. —Y lo estaba. Lo único que quería hacer era acostarse y tratar de dar un descanso a su cerebro.

—Vale entonces —dijo Korum—. Puedes relajarte un rato. Yo tengo que salir durante una hora o así. ¿Crees que estarás bien aquí sola?

Mia asintió.

—¿Tienes una cama por alguna parte? —preguntó.

—Claro. Ven por aquí.

Mia caminó detrás de Korum por un pasillo familiar hasta el dormitorio, que era idéntico al que él tenía en Tribeca. También tomó nota de dónde estaba el baño.

—Entonces, ¿todo lo que hay aquí son cosas que sé cómo usar? —preguntó.

—Sí, básicamente —dijo él, estirando el brazo para acariciar brevemente su mejilla. Notó sus dedos calientes contra la piel—. La cama es probablemente más cómoda que las que acostumbras a usar porque utiliza la misma tecnología inteligente que el asiento de la nave y las paredes de esta casa. Pensé que no te importaría. No te asustes cuando se ajuste a tu cuerpo, ¿vale?

A pesar de la tensión que se agolpaba en sus sienes, ella sonrió al recordar lo cómodo que había sido el asiento de la nave.

—Vale, eso suena bien. Estoy deseando probarla.

—Estoy seguro de que te encantará. —Sus ojos resplandecían por alguna emoción desconocida—. Échate una siesta si quieres, y pronto estaré de vuelta.

Se inclinó, le dio un casto beso en la frente y se fue, dejándola sola en una vivienda inteligente dentro del asentamiento alienígena.

A menos de dos kilómetros, el krinar observó cómo llegaba su némesis junto con su charl.

La forma tan dulce en la que Korum sujetaba su mano al guiarla hacia su casa era algo tan poco propio de él que el K casi se echó a reír. El que hubiera una chica humana involucrada suponía un nuevo e interesante parámetro. ¿Eso cambiaría algo? De algún modo, él lo dudaba.

Su enemigo no dejaría que nadie le apartara de su camino y, desde luego, no una pequeña humana.

No, solo había una forma de salvar a la especie humana.

Y él era el único que podía hacerlo.

Capítulo Dos

Mia se despertó en medio de una total oscuridad.

Se quedó allí tumbada un momento, intentando averiguar qué hora era. Se sentía increíblemente bien descansada, con cada músculo de su cuerpo relajado y su mente totalmente clara. Enseguida se dio cuenta de que estaba en casa de Korum en Lenkarda, tumbada en su cama "inteligente". Se estiró, bostezando, y se preguntó cómo habría podido Korum dormir en un colchón humano normal allá en Nueva York. No podía imaginarse querer dormir en ningún otro sitio que no fuera esta cama durante el resto de su vida.

Las sábanas se abrazaban a su cuerpo, acariciando su piel desnuda con un tacto ligero y sensual. No tenía ni frío ni calor, y la almohada sostenía su cabeza y su cuello justo de la forma más adecuada. Cualquier tensión que hubiera sentido antes había desaparecido por completo.

No había tenido la intención de dormirse, pero el descanso definitivamente había obrado maravillas en su estado de ánimo. En cuanto se había metido en la cama, las sábanas se habían movido solas, arropándola en forma de una agradable crisálida, y había sentido vibraciones sutiles por debajo de las zonas más tensas de su cuerpo. Era como si unos dedos suaves la masajearan haciendo desaparecer los nudos de su espalda y su cuello. Recordaba estar disfrutando de la sensación, y después debió de haberse dormido, porque no se acordaba de nada más.

Notando al parecer que estaba despierta, la habitación se fue haciendo gradualmente más luminosa, aunque no hubiera ninguna fuente evidente de luz artificial.

Era una idea ingeniosa, pensó Mia, que la luz se fuera encendiendo tan poco a poco. La luz brillante después de la oscuridad total era a menudo dolorosa para los ojos, pero así era como funcionaban la mayoría de aparatos de iluminación humanos, simplemente encendiendo y apagando, sin tener en cuenta que las transiciones de luz a oscuridad en la naturaleza eran bastante más sutiles.

Reacia a abandonar la comodidad de la cama, Mia se quedó allí tendida e intentó decidir qué iba a hacer después. Su sensación de pánico y malestar físico anterior había desaparecido, y podía pensar con más claridad.

Era cierto que Korum la había usado y manipulado.

Pero, para ser justos, él lo había hecho para proteger a su especie, de igual modo en que ella pensaba que estaba ayudando a toda la humanidad al espiarle a él. El sentimiento de traición del día anterior había sido irracional y había estado fuera de lugar considerando la naturaleza de su relación y sus propios actos con respecto a él. El hecho de que él no hubiera hecho realmente nada para castigarla por su traición decía mucho acerca de sus intenciones.

Ella se había equivocado anteriormente al verle bajo un prisma tan negativo. Si no le había hecho ningún daño por lo que ella había hecho hasta entonces, probablemente ya no iba a hacérselo jamás.

Sin embargo, estaba claro que él no tenía problema alguno en ignorar sus deseos. Como ejemplo ilustrativo: aquí estaba ella, en Lenkarda. Aunque, para ser sinceros, todavía podría visitar pronto a sus padres, e incluso volver a Nueva York para terminar la universidad.

En general, su situación era mucho mejor de lo que se había temido esa mañana, cuando pensó que él podría matarla por colaborar con la Resistencia.

Aun así, las circunstancias en las que se encontraba eran inquietantes. Estaba en un Centro K, sin saber hablar el idioma, sin conocer a nadie excepto a Korum, y sin tener ni idea de cómo usar ni la tecnología krinar más básica. Como humana, era el máximo exponente de forastera que podía haber allí. ¿Pensarían los K que era estúpida por ser lo que era? ¿Por no poder entender el idioma krinar o leer diez libros en un par de horas como hacía Korum? ¿Se burlarían de su ignorancia y su analfabetismo tecnológico? Ella no era exactamente una experta en tecnología, ni siquiera para los estándares humanos. En general, ¿era la arrogancia de Korum simplemente parte de su personalidad, o era algo típico de su especie y de su actitud general hacia los seres humanos?

Por supuesto, torturarse con todo esto no cambiaría los hechos. Le gustase o no, iba a quedarse en Lenkarda al menos durante un par de meses, y tenía que sacarle el mayor partido. Y mientras tanto, había tanto que aprender allí...

La puerta del dormitorio se abrió sin hacer ningún ruido, y Korum entró, interrumpiendo sus pensamientos.

—Eh, dormilona, ¿qué tal te encuentras?

Mia no pudo evitar sonreírle, olvidándose de sus preocupaciones por el momento. Por primera vez desde que se conocían, Korum vestía con ropas krinar: una camisa sin mangas confeccionada con algún tipo de tejido blanco de aspecto suave y un par de pantalones cortos y holgados de color gris que le llegaban justo por encima de las rodillas. Era un atuendo sencillo, pero obraba maravillas en su apariencia física, acentuando su complexión musculosa. Se le hacía la boca agua al verle tan atractivo, con su suave piel de bronce radiante de salud y esos ojos ambarinos que brillaban al verla acostada en su lecho.

—La cama es impresionante —admitió Mia—. No sé cómo has sido capaz de dormir en ninguna otra.

Él sonrió, y se sentó junto a ella, eligiendo un mechón de su pelo con el que juguetear.

—Lo sé. Era un verdadero sacrificio... pero tu presencia lo hizo bastante tolerable.

Mia se rio y se tumbó sobre su estómago, sintiéndose absurdamente feliz.

—¿Y ahora qué? ¿Voy a conocer a otros objetos inteligentes? Tengo que decir que vuestra tecnología es genial.

—Oh, no tienes ni idea de lo genial que es nuestra tecnología —dijo Korum, mirándola con una sonrisa misteriosa—. Pero pronto lo verás.

Se agachó, besó su hombro desnudo, y luego posó su boca suave y cálida contra su piel y le mordisqueó levemente el cuello. Cerrando los ojos, Mia se estremeció por la agradable sensación. Su cuerpo respondió de inmediato a su contacto, y ella gimió suavemente, sintiendo como una ola de cálida humedad brotaba entre sus piernas.

Él se detuvo y se sentó derecho.

Sorprendida, Mia abrió los ojos y le miró.

—¿No me deseas? —preguntó con voz queda, intentando evitar que su voz mostrara un tono dolido.

—¿Qué? No, querida mía, te deseo muchísimo. —Y era cierto: ella veía las cálidas motas doradas de sus expresivos ojos, y como el suave tejido de sus pantalones cortos a duras penas ocultaba su erección.

—Entonces, ¿por qué has parado? —preguntó Mia, intentando con todas sus fuerzas no sonar como una niña a la que hubieran quitado un caramelo.

Él suspiró, con aspecto frustrado.

—Un amigo mío va a venir a conocerte. Estará aquí en unos minutos.

Mia lo miró sorprendida.

—¿Tu amigo quiere conocerme? ¿Por qué?

Korum sonrió

—Porque me ha oído hablar mucho de ti. Y también porque es uno de nuestros principales expertos en el campo de la mente y puede ayudarte con el proceso de adaptación.

Mia frunció ligeramente el ceño.

—¿Un experto en temas de la mente? ¿Quieres que vea a un psiquiatra?

Korum meneó la cabeza, sonriendo.

—No, él no es ningún psiquiatra. En nuestra sociedad, un experto en la mente es alguien que tiene que ver con el cerebro en todos los aspectos. Es como un neurocirujano, psiquiatra y terapeuta todo junto: literalmente, un experto en todos los asuntos que tienen que ver con la mente.

Eso era interesante, pero en realidad, no respondía a su pregunta.

—Entonces, ¿por qué quiere verme?

—Porque creo que hay algo que puede hacer para que te sientas aquí más como en tu casa —dijo Korum, bajando los dedos por su brazo y acariciándola suavemente.

Mia había notado que a él le gustaba hacer eso, tocarla de manera casual durante sus conversaciones, como si ansiara su contacto físico constantemente. A Mia no le importaba. Era esa química de la que él le había hablado antes: sus cuerpos gravitaban el uno hacia el otro como dos objetos en el espacio exterior.

Se obligó a volver a concentrarse en la conversación.

—¿Como qué? —preguntó ella, sintiéndose un poco recelosa.

—Bueno, por ejemplo, ¿querrías ser capaz de entender y hablar nuestra lengua?

Mia abrió mucho los ojos, y asintió con energía.

—¡Claro!

—¿Te has preguntado alguna vez cómo puedo hablar inglés tan bien? ¿Y cualquier otro idioma humano? ¿Cómo todos nosotros hablamos así?

—Yo no sabía que hablabas más idiomas aparte del inglés —confesó Mia, mirándole asombrada. Se había preguntado brevemente cómo hablaba un inglés americano tan perfecto, pero siempre había asumido que el K básicamente lo había estudiado todo antes de venir a la Tierra. Korum era increíblemente inteligente, así que ella nunca se había cuestionado seriamente el hecho de que él hablara su idioma y fuera capaz de hacerlo sin ningún acento. ¿Y ahora le estaba contando que también hablaba un montón de otros idiomas?

—Entonces, ¿hablas francés? —preguntó. Cuando él asintió, prosiguió—: ¿Español? ¿Ruso? ¿Polaco? ¿Chino mandarín? —Con cada idioma él iba haciendo un gesto afirmativo.

—Vale... ¿Y qué hay del swahili? —preguntó Mia, segura de haberle pillado esa vez.

—Ese también —dijo, sonriendo ante su expresión atónita.

—Vale —dijo Mia lentamente—. Supongo que estarás a punto de decirme que no se trata de pura inteligencia por tu parte.

Él sonrió.

—Exacto. Pude haber aprendido esos idiomas por mí mismo, si hubiera tenido bastante tiempo, pero existe un sistema más eficiente… y eso es lo que Saret puede hacer por ti.

Mia se le quedó mirando fijamente.

—¿Puede enseñarme a hablar krinar?

—Mejor que eso. Puede proporcionarte las mismas capacidades que tengo yo: comprensión y conocimiento instantáneos de cualquier idioma, ya sea humano o krinar.

Mia soltó un gritito ahogado de sorpresa, y su corazón se puso a latir más deprisa por la emoción.

—¿Cómo?

—Poniéndote un pequeño implante que influirá en una región específica de tu cerebro y actuará como un dispositivo muy avanzado de traducción.

—¿Un implante cerebral? —Su emoción rápidamente se transformó en terror cuando las entrañas de Mia rechazaron violentamente esa idea. Él ya le había insertado dispositivos de seguimiento en las palmas de las manos: lo último que ella necesitaba era una tecnología alienígena que influyera en su cerebro. La habilidad que él había descrito era increíble, y ella deseaba desesperadamente tenerla, pero no a ese precio.

—El dispositivo no es lo que te estás imaginando —dijo Korum—. Va a ser diminuto, del tamaño de una célula, y no sentirás ningún tipo de molestia, ni durante su inserción ni después.

—¿Y si digo que no, que no lo quiero? —preguntó Mia con voz queda, alarmada ante la idea de que Korum ya tenía al experto de la mente yendo hacia allí.

—¿Por qué no? —Él la miró con el ceño un poco fruncido.

—¿De verdad tienes que preguntarlo? —dijo ella con incredulidad—. Tú me iluminaste, me colocaste dispositivos de seguimiento con la excusa de curarme las palmas de las manos. ¿De verdad te has creído que me parecería bien que me pusieras algo en el cerebro?

El ceño de Korum se hizo más pronunciado.

—Esto no tiene ninguna funcionalidad extra, Mia. —No parecía ni mínimamente arrepentido de haberla iluminado.

—¿En serio? —le preguntó ella, mordaz— ¿No hace nada extra? ¿No influye en mis pensamientos o sentimientos de ninguna manera?

—No querida mía, no lo hace. —Él parecía encontrar la idea vagamente divertida.

—No quiero un implante cerebral —dijo Mia con firmeza, mirándole con expresión desafiante.

Él le devolvió la mirada.

—Mia —dijo con voz suave—, si hubiese querido poner algo realmente perverso en tu cerebro, lo podría haber hecho de un millón de formas distintas. Puedo implantar en tu cuerpo lo que sea en cualquier momento y tú no te darías ni cuenta. La única razón por la que te ofrezco esta habilidad es porque quiero que te sientas cómoda aquí, para que puedas comunicarte con todos por tu cuenta. Si tú no quieres, entonces esa es tu elección. No te voy a obligar a hacerlo. Pero muy pocos humanos tienen esta oportunidad, así que te recomendaría pensar muy bien en ello antes de rechazarla.

Mia apartó la mirada, sorprendida al darse cuenta de que tenía razón. Él no necesitaba informarle u obtener su consentimiento para hacer con ella lo que quisiera. El pánico que pensaba que tener bajo control amenazaba con volver a desbordarse, y lo contuvo haciendo un esfuerzo.

Había algo que no tenía sentido. Mia respiró hondo y volvió a mirarle a la cara, estudiando su expresión inescrutable. Le molestaba lo poco que lo entendía todavía, que la persona que tenía tanto poder sobre ella constituyese todavía una gran incógnita.

—Korum... —No estaba segura de si debía sacar el tema, pero no pudo resistirse. Hacía semanas que le atormentaba la pregunta— ¿Por qué me iluminaste? Ni siquiera había conocido a la Resistencia en ese momento, así que no necesitabas controlarme para cumplir tu gran plan...

—Porque quería asegurarme de que siempre pudiera encontrarte —dijo, y en su voz había una nota posesiva que la asustó—. Te sostuve en mis brazos ese día, y supe que quería más. Lo quería todo, Mia. Desde ese momento, me perteneciste, y no tenía ninguna intención de perderte, ni siquiera por un instante.

¿Ni siquiera por un instante? ¿Se daba cuenta él de cuán loco sonaba eso? Había visto a una chica a la que deseaba, y se había asegurado de estar siempre informado de su ubicación.

El hecho de que pensara que tenía derecho a hacer eso era aterrador. ¿Cómo se podía lidiar con alguien así? No tenía ningún concepto de los límites en lo que a ella respectaba, ni respeto por su libre albedrío. Acababa de arrogarse un acto horrible y arbitrario como si tal cosa, y ahora ella no tenía ni idea de qué decirle.

En respuesta a su silencio, Korum respiró profundamente y se puso en pie.

—Deberías vestirte —dijo, con voz tranquila—. Saret estará aquí en un minuto.

Mia asintió y se sentó, sujetando las sábanas contra el pecho. Ahora no era el momento de analizar las complejidades de su relación. Respiró hondo mentalmente y dejó sus temores de lado. No tenía modo alguno de cambiar su situación en ese momento, y centrarse en lo negativo sólo empeoraría las cosas. Necesitaba encontrar una manera de llevarse bien con su amante y averiguar cómo arreglárselas mejor con su naturaleza dominante.

—¿Qué debería ponerme? —preguntó Mia— No me he traído nada de ropa...

—¿Quieres tu camiseta y tus vaqueros habituales, o preferirías vestirte como todos los de por aquí? —preguntó Korum, mientras su rostro se iluminaba con una sonrisa. Una parte de la tensión que había en el cuarto se disipó.

—Eh, como todo el mundo, supongo. —No quería destacar como un perro verde.

—Vale, pues. —Korum hizo un pequeño gesto con la mano y le entregó un pedazo de tela de color claro que no había estado allí sólo un segundo antes.

Con los ojos como platos, Mia miró la prenda de ropa que él acababa de darle.

—¿Más fabricación instantánea? —preguntó, intentando comportarse como si no fuera aún un shock enorme para ella ver cosas materializándose de la nada.

Él sonrió.

—Así es. Si no te gusta, puedo conseguirte otra cosa. Vamos, pruébatelo.

Mia soltó la sábana y salió de la cama, cómoda con su desnudez. A pesar de todos sus defectos, Korum había hecho maravillas por su imagen corporal y su confianza en sí misma. Como le decía sin parar lo hermosa que la encontraba, ya no le preocupaba ser demasiado delgada o tener el pelo rizado y la piel pálida. De haber estado allí él habría supuesto una bendición en sus tiempos de inseguridad adolescente.

No, tacha ese pensamiento. Ninguna adolescente debería estar sometida a alguien tan avasallador.

Cogió el vestido y se lo puso, asegurándose de que la parte de escote más bajo quedaba en la espalda.

—¿Qué te parece? —preguntó, dando un pequeño giro.

Él sonrió con un cálido resplandor en sus ojos.

—Te queda perfecto.

En sus shorts era visible un bulto, y Mia sonrió para sí misma, satisfecha. A pesar de todo, era agradable saber que causaba ese tipo de efecto sobre él, que su necesidad era tan intensa como la de ella. Al menos en eso eran iguales.

Curiosa por saber cómo le quedaba el vestido, se acercó al espejo del otro lado de la habitación.

Korum tenía razón; el atuendo era precioso. Su estilo era parecido a los que había visto llevar a las kets, el color era un bonito tono de marfil con matices melocotón, y se ajustaba a su cuerpo justo de la manera en que debía. Tenía la espalda y los hombros casi del todo al aire, y su pecho estaba castamente cubierto, con unos pliegues estratégicamente colocados para ocultar sus pezones. El largo también era perfecto para ella y la vaporosa falda le llegaba a solo unos centímetros por encima de las rodillas.

Cuando se dio la vuelta, él le entregó un par de sandalias planas color marfil, hechas de algún material inusualmente suave. Mia se las probó. Se ajustaban a sus pies a la perfección y eran sorprendentemente cómodas.

—Genial, gracias —dijo. Entonces, recordando un último elemento crucial, preguntó—: ¿Y qué hay de la ropa interior?

—En general, no llevamos —dijo Korum—. Puedo hacerla para ti si insistes, pero podrías probar a llevar solo nuestras prendas.

—¿Sin ropa interior? ¿Y si se me levanta el vestido o algo?

—No lo hará. La tela también es inteligente. Está diseñada para adherirse a tu cuerpo de la forma más adecuada posible. Si te mueves o te inclinas en alguna dirección, se moverá contigo para que siempre quedes tapada.

Eso era práctico. Mia pensó en los innumerables fallos de vestuario de Hollywood que podrían haberse evitado con ropa de los K.

—Bueno, pues entonces estoy lista, supongo —dijo—. Tengo que usar el lavabo, y después estoy lista para salir.

—Estupendo —dijo Korum, sonriendo—. Nos vemos en la sala de estar.

Y después de darle un rápido beso en la frente, salió de la habitación.

—Me gusta lo que has hecho en este sitio. Un estilo muy del siglo veintiuno norteamericano.

El amigo de Korum acababa de entrar y estaba mirando a su alrededor con una sonrisa. Era cuatro o cinco centímetros más bajo que Korum, pero con su misma complexión musculosa, y tenía el tono de piel más moreno típico de los K. Sin embargo, su rostro era algo más redondo y sus pómulos más pronunciados, lo que a ella le recordó un poco a alguien de ascendencia asiática.

—¿Qué puedo decir? Sabes que tengo buen gusto —dijo Korum, levantándose del sofá donde había estado sentado con Mia para saludar al recién llegado. Korum se acercó y le tocó ligeramente el hombro con la palma de la mano, y el otro K le correspondió con el mismo gesto.

Mia se preguntó si esa sería la versión K de un apretón de manos.

Volviéndose hacia ella, Korum dijo:

—Mia, este es mi amigo Saret. Saret, esta es Mia, mi charl.

Saret sonrió, con sus ojos castaños centelleantes. Parecía verdaderamente encantado de verla.

—Hola, Mia. Bienvenida a nuestro Centro. ¿Lo habrás encontrado todo a tu gusto hasta ahora, espero?

Mia se levantó y le devolvió la sonrisa. Era extraño conocer a otro K. Con la excepción de un par de breves encuentros con colegas de Korum, su amante era el único krinar con el que había interactuado hasta el momento.

—Ha sido muy agradable, gracias.

¿Debería ofrecer su mano para estrechársela? ¿O hacer eso del hombro que acababa de hacer Korum? En cuanto le sobrevino ese pensamiento, lo descartó. Ella no tenía ni idea de cuáles eran las reglas K en cuanto al contacto físico, y no quería causar ninguna ofensa sin pretenderlo.

—¿Has tenido ocasión de visitar alguna parte de Lenkarda hasta ahora? Korum me ha dicho que has llegado esta misma mañana.

Mia negó con la cabeza con gesto de pesar.

—No. Me temo que me he pasado la mayor parte del día durmiendo. —Pero, ¿qué hora debía de ser? A través de las paredes transparentes de la casa, ella podía ver que afuera estaba oscuro. Tenía que ser el final de la tarde, o puede que incluso estuvieran en mitad de la noche.

—Mia tenía jet-lag y estaba agotada por lo que había pasado antes —explicó Korum, acercándose a ella y rodeándole los hombros con gesto de propiedad. Él la hizo sentarse en el sofá a su lado, y Saret ocupó uno de los mullidos sillones frente a ellos.

—Por supuesto —dijo Saret—, lo entiendo perfectamente. Ha tenido que ser muy traumático para ti, enterarte de la verdad de esta manera.

Mia le miró sorprendida. ¿Cuánto sabía? ¿Le habría contado Korum todo, incluyendo su papel en el ataque de la Resistencia a los Centros? No tenía ni idea de cómo verían sus actos los krinar. ¿Le castigarían de algún modo por haber colaborado con la Resistencia?

—Bien, lo bueno es que todo ha terminado —dijo Korum, cogiendo una de las manos de Mia entre las suyas y acariciando suavemente la palma de su mano con el pulgar. Se volvió hacia ella y le prometió—:No tendrás que volver a preocuparte por nada de esto nunca más.

—De hecho —puntualizó Saret con una expresión de pesar en su hermoso rostro—, me temo que puede que haya una cosa más que Mia tenga que hacer.

La cara de Korum se ensombreció.

—Ya les dije que no. Ella ya ha sufrido suficiente.

Saret suspiró.

—Hubo una solicitud formal de las Naciones Unidas.

—Que les den a las Naciones Unidas. No tienen derecho a solicitar nada después de este fiasco. Son condenadamente afortunados de que no hayamos tomado represalias...

—Sea como sea, la mayor parte del Consejo opina que sería importante concedérselo como gesto de buena voluntad hacia ellos.

Mia les escuchaba discutir con una sensación de frío en la boca del estómago. ¿Las Naciones Unidas? ¿El Consejo? ¿Qué tenía todo esto que ver con ella?

—El Consejo puede ir y que le den también —dijo Korum con tono inflexible—. Nada de todo esto es necesario, y lo saben. Ella es mi charl y no tienen derecho a decirme lo que tengo que hacer.

—Ella no es sólo tu charl, Korum, y tú lo sabes. Ella es uno de los testigos en lo que será el juicio más grande de los últimos diez mil años, y eso sin mencionar los procesos judiciales humanos...

A Mia le dieron ganas de vomitar al empezar a entender a dónde iba a parar la conversación.

—Disculpadme —dijo con voz queda—, exactamente, ¿qué necesitan de mí?

—Eso no importa —dijo Korum, tajante—. No pueden obligarte a hacer nada sin mi permiso.

Saret volvió a suspirar.

—Mira, también el Consejo quiere que testifique. Realmente lo mejor sería que la dejaras hacerlo...

Mirándolos a los dos, Mia empezó a sentirse enfadada. Se referían a ella como si fuera una niña o una mascota o algo así. Fuera lo que fuese lo que ellos quisieran de ella, debería ser su decisión, no la de Korum.

—Ella no necesita nada de esto ahora mismo —dijo Korum con firmeza. Tienen un montón de pruebas, y no pienso exponerla a ningún tipo de estrés adicional...

—Perdonadme —intervino Mia con frialdad—. Quiero saber de qué cojones estáis hablando.

Evidentemente descolocados, Korum lanzó a Mia una mirada de desaprobación, y Saret se echó a reír.

—Creo que tu charl tiene más agallas de las que tú le reconoces —le dijo a Korum, todavía risueño. Dirigiéndose a Mia, le explicó—: Verás, Mia, los traidores que nos ayudaste a atrapar, los kets, como los llamaron tus amigos de la Resistencia, serán juzgados de acuerdo con nuestras leyes. Aunque nuestro proceso judicial sea bastante diferente a lo que tú estás acostumbrada, sí requerimos que todas las pruebas disponibles se presenten, entre ellas la declaración de todos testigos. Ya que estuviste implicada a lo largo de todo el proceso, tu testimonio podría jugar un importante papel en decidir si se les condena y en la severidad de las penas impuestas.

—¿Queréis que testifique en un juicio krinar? —preguntó Mia con incredulidad.

—Sí, exacto, y también hemos recibido una petición formal requiriendo tu comparecencia por parte del embajador de las Naciones Unidas...

—No va a hacerlo, Saret. Olvídalo. Ya puedes volver con Arus y decirle que eso no va a ocurrir.

—Mira, Korum, ¿estás seguro de que quieres hacer esto? Estamos tan cerca de conseguir la aprobación... Sabes que esto no va a verse con buenos ojos.

—Lo sé —dijo Korum—. Estoy dispuesto a asumir ese riesgo. No será la primera vez que están cabreados conmigo.

Saret parecía frustrado.

—Vale, pero creo que estás cometiendo un gran error. Lo único que ella tiene que hacer es ponerse en pie y hablar...

—Sabes tan bien como yo que si sube al estrado, el Protector intentará hacerla pedazos. No voy a hacerla pasar por eso. Y no quiero que se acerque lo más mínimo a las Naciones Unidas ahora mismo: sería demasiado peligroso. Además, los medios de comunicación humanos podrían olerse la historia, y Mia no necesita que el mundo entero esté observando como testifica ante la ONU. Su familia ni siquiera sabe nada aún.

Con su ira ya olvidada, Mia apretó la mano de Korum en señal de gratitud. No podía evitar conmoverse por su afán de protección. Era difícil decidir lo que menos le atraía: la idea de presentarse delante del Consejo de los Krinar, o la de comparecer ante las Naciones Unidas con el mundo entero pendiente de ella.

—Arus dijo que se podría disponer todo de otra forma para ella. La audiencia con la ONU puede tener lugar a puerta cerrada, sin filtraciones a los medios de comunicación. Y el Consejo ha acordado aceptar su testimonio grabado para el juicio.

—Dile a Arus que venga él mismo a hablar conmigo si está tan decidido a que eso suceda —dijo Korum bajando la voz, y con los ojos entornados por la furia—. Ella es mi charl. Si él quiere que ella haga algo, necesita pedírmelo muy pero que muy amablemente. Y entonces, si Mia dice que le parece bien, puede que esté dispuesto a considerarlo.

Saret sonrió con tristeza.

—Vale. Sabes que odio estar en medio de esta forma. Arus y tú podéis hablarlo entre vosotros. Me pidieron que te diera el mensaje, y ahí es donde termina mi responsabilidad.

Korum asintió

—Entendido. —La expresión de su rostro seguía siendo dura, y Mia se removió en su asiento, sintiéndose incómoda por el papel que había jugado sin pretenderlo en toda esa discusión. Necesitaba saber más acerca de ese juicio y todo lo que implicaba, pero no quería hacer más preguntas delante de Saret. En vez de eso, preguntó cautelosamente, con intención de rebajar la tensión de la sala:

—Entonces, ¿de qué os conocéis vosotros dos?

Saret le sonrió, al entender lo que ella estaba haciendo.

—Oh, nos conocemos desde hace mucho. Desde que éramos niños.

Mia abrió mucho los ojos. Si habían crecido juntos, se encontraba en presencia de dos alienígenas que medían su edad en milenios.

—¿Eráis compañeros de clase o algo? —preguntó fascinada.