Secuestrada: La trilogía completa - Anna Zaires - E-Book

Secuestrada: La trilogía completa E-Book

Anna Zaires

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Beschreibung

Los 3 libros de una de las trilogías más vendidas según el New York Times, disponibles por primera vez en un práctico lote con descuento.
Más de 1000 páginas de un romance oscuro emocionante y superadictivo con un descuento sobre el precio individual de los libros.

—¿Me dejarás ir alguna vez?
—No, Nora —responde, y noto su sonrisa en la oscuridad—. Nunca.


En la víspera de su decimoctavo cumpleaños, Nora Leston conoce a Julian Esguerra y su vida cambia para siempre. Secuestrada y llevada a una isla privada, se encuentra a merced de un hombre poderoso y peligroso cuyas caricias la hacen arder.

Un hombre cuya obsesión por ella no tiene límites.

Su enigmático captor es tan cruel como atractivo, pero es su ternura lo que la desmonta. Atraída por su mundo violento, Nora debe encontrar la manera de adaptarse y sobrevivir... y encontrar la luz en la oscuridad.

Más de 100 reseñas de 5 estrellas en los libros individuales. Esto dicen los lectores:

«Tan cautivadora, apasionante, descarnada, emocionante y extraordinaria que no podía apagar el Kindle».

«Te sume en una agonía y un miedo desgarradores, pero al mismo tiempo te deja con ganas de más. Es muy adictiva».

«Disfruté de este libro con miedo y excitación, sorprendida por la belleza que habita en su oscuridad».

«Esta serie se me ha quedado grabada a fuego para siempre en el corazón. Me encantó desde la primera página a la última y lloré porque no quería que terminara».

«¡Esta trilogía se merece 10 estrellas!».

«Completamente fabulosa».

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Secuestrada: La trilogía completa

Anna Zaires

♠ Mozaika Publications ♠

Esta es una obra de ficción. Los nombres, los personajes, los lugares y los acontecimientos son producto de la imaginación del autor o se usan de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, establecimientos comerciales, eventos o sitios es pura coincidencia.

Copyright © 2018 Anna Zaires

www.annazaires.com/book-series/espanol

Reservados todos los derechos.

Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión sin la autorización previa y por escrito del titular del copyright.

Publicado por Mozaika Publications, de Mozaika LLC.

www.mozaikallc.com

Traducción de Scheherezade Surià 

Diseño de cuberta de Najla Qamber Designs

www.najlaqamberdesigns.com/

e-ISBN: 978-1-63142-375-8

ISBN impreso: 978-1-63142-376-5

Contents

Secuestrada

Prologue

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Hazme Tuya

I. Parte I: La Llegada

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

II. Parte II: La Finca

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

III. Parte III: El Cautivo

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Siempre Tuya

I. El Regreso

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

II. El Viaje

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

III. Las Consecuencias

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Epílogo

Extracto de Contactos Peligrosos

Sobre la autora

Secuestrada

Secuestrada: Libro 1

Prologue

Nora

Sangre.

Está por todos sitios. El charco de líquido rojo oscuro del suelo se está expandiendo, se multiplica. Tengo sangre en los pies, en la piel, en el pelo… Casi puedo notar su gusto, olerla y sentir cómo me cubre. Me estoy ahogando, me asfixio con la sangre.

¡No! ¡Para!

Quiero gritar, pero no puedo inspirar suficiente aire. Quiero moverme, pero estoy atada y no puedo. Las cuerdas se me clavan en la piel al forcejear.

Sin embargo, sí oigo los gritos de ella. Son alaridos inhumanos de agonía y dolor que me desgarran por dentro y me dejan la mente tan desollada y mutilada como su piel.

Él levanta el cuchillo de nuevo y el charco de sangre se transforma en océano, la resaca me absorbe…

Me levanto chillando su nombre con las sábanas empapadas de sudor frío.

Por un momento, estoy desorientada… y entonces me acuerdo.

Él ya no volverá a por mí.

1

Dieciocho meses antes

Nora

Tengo diecisiete años cuando lo conozco.

Diecisiete años y estoy loca por Jake.

—Nora, vamos, me aburro —dice Leah, sentada conmigo en las gradas viendo el partido. Fútbol americano. No sé nada de fútbol, pero finjo que me encanta porque es donde puedo verlo. Allí, en ese campo, mientras entrena cada día.

No soy la única chica que mira a Jake, claro. Es el quarterback y el más buenorro del mundo… o por lo menos de Oak Lawn, un barrio residencial de Chicago, Illinois.

—No es aburrido —le digo—. El fútbol es divertidísimo.

Leah pone los ojos en blanco.

—Ya, ya. Anda y ve a hablar con él. No eres tímida. ¿Por qué no haces que se fije en ti?

Me encojo de hombros. Jake y yo no nos movemos en los mismos círculos. Las animadoras se le pegan como lapas y llevo observándolo bastante tiempo para saber que le van las rubias altas y no las morenas bajitas.

Además, por ahora es divertido disfrutar de esta atracción. Sé qué nombre tiene este sentimiento: lujuria. Hormonas, así de simple. No sé si me gustará Jake como persona, pero me encanta como está sin camiseta. Cuando pasa por mi lado, noto que se me acelera el corazón de la alegría. Siento calor en mi interior y me entran ganas de removerme en el asiento.

También sueño con él. Son sueños sensuales y eróticos donde me coge la mano, me acaricia la cara y me besa. Nuestros cuerpos se tocan, se frotan el uno contra el otro. Nos desvestimos.

Trato de imaginar cómo sería el sexo con Jake.

El año pasado, cuando salía con Rob, casi llegamos hasta el final, pero entonces descubrí que se había acostado, borracho, con otra chica en una fiesta. Acabó arrastrándose cuando me enfrenté a él, pero ya no podía fiarme y rompimos. Ahora me ando con mucho más ojo con los chicos con los que salgo, aunque sé que no todos son como Rob.

Pero puede que Jake sí lo sea. Es demasiado popular para no ser un mujeriego. Aun así, si hay alguien con quien me gustaría hacerlo por primera vez, ese es Jake, sin duda alguna.

—Salgamos esta noche —dice Leah—. Noche de chicas. Podemos ir a Chicago a celebrar tu cumpleaños.

—Mi cumpleaños no es hasta la semana que viene —le recuerdo, aunque sé que tiene la fecha marcada en el calendario.

—¿Y qué? Podemos adelantar la celebración.

Sonrío. Siempre está a punto para la fiesta.

—No sé. ¿Y si vuelven a echarnos? Esos carnets no son muy buenos…

—Iremos a otro sitio. No tiene por qué ser el Aristotle.

El Aristotle es el club más molón de la ciudad. Pero Leah tenía razón… había otros.

—De acuerdo —digo—. Hagámoslo. Adelantemos la fiesta.

Leah me recoge a las nueve.

Va vestida para salir de fiesta: unos vaqueros ceñidos oscuros, un top brillante sin tirantes de color negro y botas de tacón hasta las rodillas. Lleva la melena rubia completamente lisa y suave, que le cae por la espalda como una cascada radiante.

Sin embargo, yo aún llevo puestas las zapatillas de deporte. Tengo los zapatos de tacón dentro de la mochila que dejaré en el coche de Leah. Un jersey grueso esconde el top sexi que llevo. No me he maquillado y llevo la melena castaña recogida en una coleta.

Salgo de casa así para no levantar sospechas. Digo a mis padres que me voy con Leah a casa de una amiga. Mi madre sonríe y me dice que me lo pase bien.

Ahora que casi tengo dieciocho años, no tengo toque de queda. Bueno, quizá sí, pero no es oficial. Siempre y cuando llegue a casa antes de que mis padres empiecen a preocuparse, o por lo menos les diga dónde voy a estar, no pasa nada.

Cuando subo al coche de Leah empiezo a transformarme.

Me quito el jersey, que revela el ajustado top que llevo debajo. Me he puesto un sujetador con relleno para aprovechar al máximo mis encantos, algo pequeños. Los tirantes del sujetador están diseñados inteligentemente para ser bonitos, así que no me da vergüenza que se me vean. No tengo unas botas tan llamativas como las de Leah, pero he conseguido sacar a hurtadillas mi mejor par de zapatos negros de tacón. Me añaden unos diez centímetros de altura. Y como necesito hasta el último centímetro, me los pongo.

Después, saco mi neceser de maquillaje y bajo el visor para mirarme al espejo.

Unos rasgos familiares me devuelven la mirada. Mis ojos grandes y marrones y las cejas negras y muy definidas dominan mi pequeño rostro. Rob me dijo una vez que parecía exótica, y sí, algo así es. Aunque solo tengo una cuarta parte de latina, siempre estoy algo bronceada y mis pestañas son más largas de lo normal. Leah dice que son postizas, pero son auténticas.

No tengo ningún problema con mi aspecto, aunque a veces me gustaría ser más alta. Es por los genes mexicanos. Mi abuela era bajita y yo también lo soy, aunque mis padres tienen una altura normal. Y no me preocupa, lo que pasa es que a Jake le gustan las altas. Creo que ni siquiera me ve en el pasillo porque estoy por debajo del nivel de su vista.

Suspiro, me pongo brillo de labios y sombra de ojos. No me paso con el maquillaje porque a mí me funciona más lo sencillo.

Leah sube el volumen de la radio y las nuevas canciones pop llenan el coche. Sonrío y empiezo a cantar con Rihanna. Leah se une y ahora las dos estamos cantando a voz en grito la de S&M.

Sin casi darme cuenta, ya hemos llegado al grupo.

Nos acercamos como si fuéramos las reinas del mambo. Leah sonríe al portero y le enseñamos nuestros carnets. Nos dejan pasar, sin problemas.

Nunca habíamos estado antes en este club. Está en una parte del centro de Chicago más vieja y deteriorada.

—¿Cómo descubriste este sitio? —grito a Leah para que me oiga por encima de la música.

—Me lo dijo Ralph —grita ella y yo pongo los ojos en blanco.

Ralph es el exnovio de mi amiga. Rompieron cuando él empezó a comportarse de forma extraña, pero, por algún motivo, siguen en contacto. Creo que ahora él está metido en las drogas o algo así. No lo sé seguro y Leah no me lo quiere contar por lealtad a él. Es un tío muy turbio, y que estemos aquí porque nos lo haya recomendado él no me tranquiliza en absoluto.

Pero, bueno, da igual. La zona de fuera no es lo mejor, pero la música es buena y me gusta la gente variada que hay.

Estamos aquí para pasárnoslo bien y eso es exactamente lo que hacemos durante la hora siguiente. Leah consigue que un par de tíos nos inviten a unos chupitos. No nos tomamos más de una copa. Leah porque tiene que llevar el coche y yo porque no metabolizo bien el alcohol. Puede que seamos jóvenes, pero no somos tontas.

Después de los chupitos, bailamos. Los dos chicos que nos han invitado bailan con nosotras, pero poco a poco nos vamos alejando de ellos. Tampoco son tan monos. Leah encuentra a unos buenorros de edad universitaria y nos ponemos a su lado. Entabla conversación con uno y yo sonrío al verla en acción. Se le da muy bien esto del flirteo.

En esas que la vejiga me dice que tengo que ir al baño. Así que los dejo y allá que voy.

Ya de vuelta, pido al camarero un vaso de agua. Después de bailar me ha entrado sed.

El chico me lo da y me lo bebo de un trago. Cuando termino, dejo el vaso en la barra y levanto la vista.

Me topo con un par de ojos azules y penetrantes.

Está sentado al otro lado de la barra, a unos tres metros de mí. Y me está mirando.

Le devuelvo la mirada, no puedo evitarlo. Es el hombre más guapo que haya visto en mi vida.

Tiene el pelo oscuro y un poco rizado. Su rostro es de facciones duras y masculinas, con rasgos simétricos. Tiene las cejas rectas y oscuras por encima de los ojos, que son increíblemente claros. Y una boca que podría pertenecer a un ángel caído.

De repente me acaloro al imaginar esa boca rozando mi piel y mis labios. Si fuera propensa a ponerme roja, ahora mismo me habría puesto como un tomate.

Él se levanta y camina hacia mí sin dejar de mirarme. Anda sin prisa, tranquilo. Se lo ve muy seguro de sí mismo. ¿Y por qué no iba a estarlo? Es muy guapo y lo sabe.

Al acercarse, me doy cuenta de que es grande. Es alto y fornido. No sé qué edad tiene, pero supongo que se acerca más a los treinta que a los veinte. Es un hombre, no un chiquillo.

Se coloca a mi lado y tengo que acordarme de respirar.

—¿Cómo te llamas? —pregunta en una voz baja, pero audible por encima de la música. Oigo su tono profundo a pesar de este entorno tan ruidoso.

—Nora —respondo con voz queda, mirándolo. Me he quedado fascinada y estoy segura de que él lo sabe.

Sonríe. Al separar esos labios tan sensuales deja entrever unos dientes blancos y rectos.

—Nora. Me gusta.

Como él no se presenta, me armo de valor y le pregunto:

—¿Cómo te llamas?

—Puedes llamarme Julian —dice, y miro cómo mueve los labios. Nunca me había fascinado tanto la boca de un hombre.

—¿Cuántos años tienes, Nora? —me pregunta a continuación.

Parpadeo.

—Veintiuno.

Se le ensombrece la expresión.

—No me mientas.

—Casi dieciocho —admito a regañadientes. Espero que no se lo diga al camarero y me echen de aquí.

Asiente, como si hubiera confirmado sus sospechas. Entonces levanta la mano y me toca el rostro. Suavemente, con cuidado. Me roza el labio inferior con el pulgar como si sintiera curiosidad por su textura.

Estoy tan sorprendida que me quedo allí plantada. Nadie me lo había hecho antes, nadie me había tocado así, como si nada, de aquella forma tan posesiva. Siento frío y calor a la vez, y un escalofrío de miedo me recorre la espalda. No vacila en sus gestos. No pide permiso ni se detiene a ver si lo dejo tocarme.

Me toca sin más. Como si tuviera derecho a hacerlo. Como si yo le perteneciera.

Con la respiración agitada y entrecortada, doy un paso atrás.

—Tengo que irme —susurro, y él vuelve a asentir, mirándome con una expresión inescrutable en su hermoso rostro.

Sé que me deja ir y me siento agradecida porque algo en mi interior me dice que podría haber ido más allá, que no sigue las normas establecidas.

Que seguramente sea la persona más peligrosa que he conocido jamás.

Me doy la vuelta y me abro paso entre la muchedumbre. Me tiemblan las manos y el pulso me late con fuerza en la garganta.

Tengo que salir de allí, así que cojo a Leah y le pido que me lleve a casa en coche.

Al salir de la discoteca, miro hacia atrás y vuelvo a verlo. Sigue mirándome.

A su mirada se asoma una oscura promesa; algo que me hace estremecer.

2

Nora

Las siguientes tres semanas pasan volando. Celebro mi decimoctavo cumpleaños, estudio para los exámenes finales, salgo con Leah y mi otra amiga, Jennie, voy a los partidos de fútbol para ver jugar a Jake y me preparo para la graduación.

Intento no volver a pensar en el incidente del club porque cuando lo hago me siento cobarde. ¿Por qué hui? Julian apenas me había tocado.

No entiendo mi extraña forma de reaccionar. Me había excitado, aunque de forma absurda también me había asustado.

Ahora las noches son inquietas. En lugar de soñar con Jake, me despierto excitada, molesta y con una sensación palpitante entre las piernas. En mis sueños se cuelan imágenes sexuales y oscuras, pensamientos que nunca antes había tenido. Y muchos de ellos tienen que ver con Julian haciéndome cosas mientras yo permanezco inmóvil.

A veces creo que me estoy volviendo loca.

Aparto de mi mente esos pensamientos inquietantes y me concentro en vestirme. Hoy es mi graduación y estoy emocionada. Leah, Jennie y yo tenemos grandes planes para cuando acabe la ceremonia. Jake va a dar una fiesta en su casa para celebrar la graduación. Será el momento perfecto para poder hablar con él por fin.

Llevo un vestido negro bajo la toga azul de graduación. Es simple, pero resalta mis suaves curvas y me sienta bien. También me he puesto zapatos de tacón de unos diez centímetros. Es un poco exagerado para la ceremonia de graduación, pero necesito parecer más alta.

Mis padres me llevan al instituto. Este verano espero ahorrar un poco y así poder comprarme un coche nuevo para ir a la universidad. Voy a quedarme en una universidad cercana porque es lo más barato, de modo que voy a seguir viviendo con mis padres.

No me importa. Son simpáticos y nos llevamos bien. Me dan bastante libertad, seguramente porque piensan que soy una buena chica, que nunca me meto en problemas. Y por lo general es cierto, más allá de los carnés falsos, las contadas salidas a las discotecas, y a pesar de aquella vez que casi vomito en una fiesta, llevo una vida de lo más tranquila. No bebo mucho, no fumo ni me drogo.

Llegamos y encuentro a Leah. Esperamos en fila con paciencia a que nos llamen. Es un día de junio perfecto; no hace ni demasiado calor ni demasiado frío.

Primero llaman a Leah. Tiene suerte de que su apellido empiece por A. Mi apellido es Leston, y eso me hace esperar otros treinta minutos. Pero por suerte solo hay unas cien personas en mi curso. Una de las ventajas de vivir en una ciudad pequeña.

Me llaman y voy a recoger el título. Mirando a la gente, sonrío y saludo a mis padres. Estoy contenta de que estén tan orgullosos. Le estrecho la mano al director y me giro para volver a mi sitio.

Y entonces lo veo.

Se me hiela la sangre.

Está sentado al fondo, mirándome. Puedo sentir sus ojos sobre mí a pesar de la distancia.

No sé cómo, pero consigo bajar del escenario sin caerme. Me tiemblan las piernas y se me ha acelerado la respiración. Me siento junto a mis padres y rezo para que no se fijen en mi actitud.

¿Por qué está Julian aquí? ¿Qué quiere de mí? Cojo aire y me obligo a calmarme. Lo más seguro es que esté aquí por otra persona. Quizá tiene un hermano o una hermana en mi clase de graduación. O cualquier otro familiar.

Pero sé que me estoy mintiendo.

Recuerdo su caricia posesiva y sé que no ha acabado conmigo.

Me desea.

Me estremezco con solo pensarlo.

No vuelvo a verlo tras la ceremonia y eso me tranquiliza. Leah nos lleva hasta la casa de Jake. Jennie y ella se pasan todo el camino hablando, emocionadas por haber acabado el instituto y por la nueva etapa que empieza.

En otra situación me habría unido a la conversación, pero estoy demasiado afectada por haber visto a Julian, así que me mantengo en silencio todo el camino. Por alguna razón no he mencionado a Leah nada sobre mi encuentro con él en el club. La excusa fue que me dolía la cabeza y que quería irme a casa.

No sé por qué no puedo hablar con Leah sobre Julian. No tengo problemas para hablar sin parar sobre Jake. Quizá sea porque es demasiado difícil expresar cómo me hace sentir Julian. Leah no entendería la razón por la que me asusta.

Ni siquiera yo misma la entiendo.

Cuando llegamos a casa de Jake, la fiesta está en su máximo apogeo. Sigo decidida a hablar con Jake, pero estoy demasiado alterada por haber visto a Julian antes, así que decido que necesito un poco de coraje en forma de líquido.

Me alejo de las chicas, camino hasta el barril y me sirvo una copa de ponche. La huelo, compruebo que lleva alcohol y me la tomo de un trago.

Casi en ese mismo momento empiezo a sentirme mareada. Tal y como ya había descubierto hace unos años, no tolero el alcohol. Una sola copa se puede considerar mi límite.

Veo a Jake dirigirse a la cocina y lo sigo.

Está limpiando, tirando a la basura algunos vasos y platos de plástico.

—¿Te ayudo un poco? —le pregunto.

Sonríe y se le arrugan los bordes de los ojos.

—Claro, eso sería genial. —El pelo, un poco largo y algo aclarado por el sol, le cae sobre la frente y lo hace parecer aún más adorable.

Siento que me derrito. Es muy guapo. No de la forma inquietante en la que lo es Julian, sino de una forma más agradable y alegre. Jake es alto y está fuerte, pero no es lo bastante grande para ser quarterback. No es lo suficientemente grande para jugar en la universidad o al menos eso me dijo Jennie una vez.

Lo ayudo a limpiar. Quito algunas migas de la encimera y paso un trapo por los restos de ponche derramado por el suelo. Durante todo este tiempo, el corazón no para de latirme con fuerza a causa de los nervios.

—Nora, ¿verdad? —dice Jake mirándome.

«¡Sabe cómo me llamo!».

Le regalo una sonrisa enorme.

—Eso es.

—Muchas gracias por ayudar Nora —dice con sinceridad—, me gusta organizar fiestas, pero es un rollo tener que limpiar al día siguiente. Por eso intento limpiar un poco durante la fiesta antes de que quede todo hecho un desastre.

Mi sonrisa aumenta y asiento.

—Es muy buena idea.

Todo eso me suena bastante lógico. Me gusta que no sea el típico deportista, sino que también sea amable y considerado.

Empezamos a hablar. Me cuenta sus planes para el año que viene. Al contrario que yo, él se irá fuera a estudiar. Le cuento que mis planes son quedarme en la ciudad los siguientes dos años para ahorrar dinero y que después quiero ir a una universidad de verdad.

Asiente con aprobación mientras me dice que es una decisión inteligente. Él había pensado hacer algo así, pero tuvo la suerte de contar con una beca completa para estudiar en la Universidad de Michigan.

Sonrío y lo felicito. En mi interior estoy dando saltitos de alegría.

Hemos conectado. ¡Hemos conectado de verdad! Puedo decir con seguridad que me gusta. ¿Por qué no me he acercado antes a él?

Hablamos durante unos veinte minutos antes de que alguien entre en la cocina buscándolo.

—Oye, Nora —dice Jake antes de volver a la fiesta—, ¿haces algo mañana?

Niego con la cabeza mientras contengo la respiración.

—¿Te gustaría ir a ver una película? —sugiere Jake—. Tal vez podemos ir a cenar algo a esa pequeña marisquería.

Sonrío y asiento como una idiota. Me da apuro decir algo extraño, así que me quedo callada.

—Genial —dice Jake y me sonríe—, entonces te recogeré a las seis.

Jake vuelve para seguir de anfitrión y yo me reúno con las chicas. Nos quedamos otras cuantas horas, pero no vuelvo a hablar con Jake. Está rodeado de sus amigos deportistas y no quiero interrumpir.

Sin embargo, de vez en cuando lo pillo mirándome con una sonrisa.

Las siguientes veinticuatro horas las paso en una nube. Cuento a Leah y Jennie todo lo que pasó. Se alegran por mí.

Para la cita me pongo un bonito vestido azul y unas botas de tacón marrones. Son una mezcla entre botas de cowboy y algo un poco más elegante; sé que me quedan genial.

Jake me recoge a las seis en punto.

Vamos al Fish-of-the-Sea, una marisquería local bastante popular, no muy lejos del cine. Es un lugar muy agradable y no demasiado formal. Perfecta para una primera cita.

Pasamos un buen rato. Jake me cuenta cosas sobre él y su familia. Él también me pregunta y descubrimos que nos gusta el mismo tipo de películas. No sé por qué, pero no soporto las películas para chicas y, sin embargo, me encantan las historias sobre el fin del mundo con muchos efectos especiales. Y al parecer a Jake también.

Después de cenar vamos a ver la película. Por desgracia no es sobre un apocalipsis, pero es de acción y es bastante buena. Durante la película Jake me pasa el brazo por los hombros y apenas puedo contener la emoción. Espero que me bese esta noche.

Cuando salimos del cine vamos al parque a dar un paseo. Es tarde, pero me siento completamente protegida. El índice de criminalidad en la ciudad es insignificante, además hay un montón de farolas.

Caminamos cogidos de la mano. Estamos hablando sobre la película cuando se para y se queda mirándome.

Sé lo que quiere. Es lo mismo que quiero yo.

Lo miro y sonrío. Me devuelve la sonrisa, me pone las manos en los hombros y se inclina para besarme.

Tiene los labios suaves y el aliento le huele a la menta del chicle que mascaba antes. Su beso es dulce y agradable, exactamente como esperaba que fuera.

Y de repente, en un simple pestañeo, todo cambia.

Ni siquiera sé qué ocurre ni cómo ocurre. Un instante antes estaba besando a Jake y al siguiente está tirado en el suelo, inconsciente. Una figura amenazante se cierne sobre él.

Abro la boca para gritar, pero no puedo más que soltar un ruidito antes de que una enorme mano me cubra la boca y la nariz.

Siento un agudo pinchazo en un lado del cuello y de repente todo oscurece a mi alrededor.

3

Nora

Me despierto con un agudo dolor de cabeza y el estómago revuelto. Está oscuro y no alcanzo a ver nada.

Durante unos segundos no recuerdo que ha pasado. ¿Bebí demasiado en la fiesta? Entonces mi mente se aclara y los acontecimientos de la noche anterior se cuelan en mí como si de un ciclón se tratase. Me acuerdo del beso y entonces… «Jake».Dios, ¿qué le ha pasado a Jake?

Estoy tan aterrorizada que solo puedo quedarme ahí tumbada, temblando.

Estoy acostada en una cama con un buen colchón, uno muy bueno, seguramente. Estoy tapada con una manta, pero no noto que lleve ropa encima, solo siento la suavidad del algodón de las sábanas que rozan mi piel. Me toco y se confirman mis sospechas: estoy desnuda.

Mis temblores se intensifican.

Con una mano compruebo entre mis piernas. Para mi gran alivio todo parece igual. No hay humedad, ni dolor ni ninguna señal de que me hayan violado.

Al menos por ahora.

Me escuecen los ojos por las lágrimas, pero no rompo a llorar. Llorar no arreglaría mi situación actual. Necesito averiguar qué está pasando. ¿Quieren matarme? ¿Violarme? ¿Violarme y luego matarme? Si me han secuestrado para cobrar un rescate, ya puedo considerarme muerta. Desde que despidieron a mi padre por la crisis, apenas pueden pagar la hipoteca.

Con mucho esfuerzo logro contener mi histeria. No quiero empezar a gritar porque eso llamaría la atención. En lugar de eso sigo tumbada en la oscuridad, recordando todas esas historias espantosas que salen en las noticias. Pienso en Jake y en su cálida sonrisa. Pienso en mis padres y en lo abatidos que se quedarán cuando la policía les diga que he desaparecido. Pienso en todos mis planes y en que es posible que nunca vaya a ir a la universidad.

Y entonces empiezo a enfadarme. ¿Por qué me hacen esto? ¿Quiénes son? He asumido que son ellos en lugar de él porque recuerdo haber visto una oscura figura cernirse sobre el cuerpo de Jake. Debía haber alguien más para atraparme por detrás.

La furia me ayuda a controlar el pánico y entonces puedo pensar un poco. No puedo ver nada, pero sí puedo palpar.

Me muevo con sigilo y, con sumo cuidado, empiezo a estudiar mi alrededor.

Primero, confirmo que estoy en una cama. Una gran cama de esas king size. Hay almohadas y una manta, las sabanas son suaves y agradables al tacto. Parecen caras.

Sea por lo que sea, eso me asusta aún más: son criminales con dinero.

Gateo hasta el borde de la cama y me siento mientras agarro con fuerza la manta contra mi cuerpo. Toco el suelo con el pie descalzo. Está frío y es liso como si fuera madera.

Me enrollo la manta al cuerpo y me levanto dispuesta a seguir con la exploración.

En ese mismo instante escucho que la puerta se abre.

Entra una luz cálida. Y aunque no es muy brillante me ciega durante un momento. Parpadeo una cuantas veces para acostumbrarme a la luz.

Y entonces lo veo a él.

Es Julian.

Está parado junto a la puerta como un ángel oscuro. Tiene el pelo un poco rizado, le da un toque de suavidad a sus facciones perfectas. Tiene la mirada fija en mi rostro y los labios curvados en una leve sonrisa.

Es impresionante. Y aterrador.

Mi intuición era buena: este hombre es capaz de cualquier cosa.

—Hola, Nora —dice con suavidad mientras entra en la habitación.

Lanzo una mirada desesperada a mi alrededor, pero no veo nada que me sirva de arma.

Tengo la boca más seca que la mojama. Ni si quiera puedo reunir la saliva necesaria para hablar. Me quedo ahí mirando cómo me acecha; es como si fuese un tigre hambriento y yo su presa.

Pienso luchar como se atreva a tocarme.

Da un paso hacia mí y yo doy otro hacia atrás. Luego da otro y otro hasta que me topo con la pared. Me encojo tras la manta.

Levanta la mano y me tenso; estoy dispuesta a defenderme. Pero se limita a coger una botella de agua y me la tiende.

—Toma —dice—. Imagino que tendrás sed.

Me quedo mirándolo. Me estoy muriendo de sed, pero no quiero que vuelva a drogarme.

Parece que entiende mi indecisión.

—No te preocupes, mi gatita, solo es agua, te quiero despierta y consciente.

No sé cómo reaccionar a eso. El corazón me martillea en el pecho, estoy muerta de miedo.

Permanece quieto, observándome con paciencia. Me rindo ante mi propia sed y sujetando la manta con fuerza, cojo el agua con la mano libre. Me tiemblan las manos y le rozo los dedos sin querer. Siento que me recorre una ola de calor y me olvido de ella rápidamente.

Tengo que desenroscar el tapón… Eso significa que tengo que dejar caer la manta. Julian observa mi dilema con interés y diversión. Por suerte no me toca. Se limita a mirarme desde su posición, a menos de medio metro de mí.

Con fuerza aprieto los brazos contra el cuerpo para agarrar la manta y a la vez poder abrir el tapón. Después vuelvo a sujetar la manta con una mano y con la otra me llevo la botella a los labios.

El agua fría es un alivio absoluto para los labios y la lengua que siento totalmente secos. Me bebo la botella entera. No recuerdo la última vez que disfruté tanto bebiendo agua. La boca seca debe ser el efecto secundario de la droga que utilizó para traerme aquí.

Ahora que puedo hablar le pregunto.

—¿Por qué?

Para mi gran sorpresa, mi voz suena casi normal.

Levanta la mano y me vuelve a acariciar la cara. Igual que hizo en el club. Y tal como ocurrió esa vez, le dejo hacer sin ni siquiera moverme. Siento sus dedos suaves contra la piel, es una caricia casi delicada. Es un contraste tan brutal con la situación actual que me siento confusa durante un momento.

—Porque no me gustó verte con él —dice Julian, con furia mal contenida en la voz—. Porque te tocó, te puso las manos encima.

Apenas puedo pensar.

—¿Quién? —susurro, intentado averiguar de quién está hablando. Entonces lo entiendo—. ¿Jake?

—Sí, Nora —dice desafiante—, Jake.

—Está… —Ni siquiera estoy segura de poder decirlo en alto— ¿Está…vivo?

—De momento —responde él con una mirada penetrante—, está en el hospital con una conmoción cerebral leve.

Siento tanto alivio que me dejo caer contra la pared. De repente caigo en la cuenta de sus palabras.

—¿De momento? ¿Qué quiere decir eso?

Julian se encoge de hombros.

—Su salud y bienestar dependen completamente de ti.

Trago para humedecerme la garganta.

—¿De mí?

Vuelve a acariciarme la cara y me pone un mechón de pelo tras la oreja. Tengo tanto frío que siento como si su tacto me quemara la piel.

—Sí, mi gatita, de ti. Si te portas bien, él estará bien. Si no…

Casi no puedo respirar.

—¿Si no…?

Julian sonríe.

—Estará muerto dentro de una semana.

Tiene la sonrisa más hermosa y aterradora que he visto jamás.

—¿Quién eres? —susurro—. ¿Qué quieres de mí?

No responde. En lugar de eso me toca el pelo, coge un mechón castaño y se lo lleva a la cara para olerlo.

Lo miro, inmóvil. No sé qué hacer. ¿Debería enfrentarme a él? Y si lo hiciera ¿qué ganaría? Todavía no me ha hecho daño, y no quiero provocarlo. Es mucho más grande que yo, mucho más fuerte. Le veo los músculos definidos bajo la camiseta de manga corta negra que lleva. Sin los zapatos de tacón, apenas le llego a los hombros.

Mientras sopeso las posibilidades de enfrentarme a alguien que me supera en peso considerablemente, Julian toma la decisión por mí. Me suelta el pelo y me agarran la manta que sujeto con fuerza.

No lo dejo hacer, si acaso la agarro con más fuerza. Y entonces hago algo vergonzoso.

Suplico.

—Por favor —le digo con desesperación—, por favor, no lo hagas.

Vuelve a sonreír.

—¿Por qué no? —Todavía con las manos tirando de la manta de forma lenta e implacable. Sé que lo está haciendo para alargar la tortura. Podría arrancarme la manta de un solo tirón.

—No quiero hacer esto. —Apenas puedo coger el aire suficiente para respirar y de repente mi voz suena más jadeante.

Julian tiene aspecto de estar divirtiéndose, pero tiene un brillo oscuro en la mirada.

—¿No? ¿Crees que no noté cómo reaccionabas ante mí en el club?

Niego con la cabeza.

—No reaccioné de ninguna forma, te equivocas… —digo con la voz espesa por las lágrimas que contengo—. Yo solo quiero a Jake…

En ese momento noto cómo levanta la mano y me agarra por el cuello. No hace nada más, no aprieta, pero sigo teniendo miedo. Siento la violencia que emana y me aterra.

Se inclina sobre mí.

—No quieres a ese chico —dice con dureza—, él nunca te podrá dar lo mismo que yo. ¿Lo entiendes?

Me limito a asentir porque estoy demasiado asustada para decir algo.

Me suelta el cuello.

—Bien —dice más suave—, ahora, quítate la manta. Quiero verte desnuda otra vez.

¿Otra vez? Tuvo que ser él quien me desnudó.

Intento pegarme aún más a la pared sin quitarme la manta.

Julian suspira.

Dos segundos más tarde, la manta está en el suelo. Como había supuesto, no tengo ninguna posibilidad si él decide usar la fuerza.

Me resisto de la única forma que puedo. En lugar de quedarme quieta y dejarlo contemplar mi cuerpo desnudo, me muevo por la pared hasta quedarme sentada en el suelo con las rodillas contra el pecho. Las envuelvo con los brazos y me quedo quieta con todo el cuerpo temblando. El pelo, grueso y largo, me cubre la mitad del cuerpo y me cae por la espalda y los brazos.

Escondo la cara en las rodillas. Estoy tan asustada de lo que me vaya a hacer ahora que se me saltan las lágrimas y empiezan a resbalar deprisa por las mejillas.

—Nora —dice con dureza en la voz—, levántate. Levántate ahora mismo.

Sacudo la cabeza sin mirarlo.

—Nora, esto puede ser agradable para ti o puede ser doloroso. Tú decides.

¿Agradable? ¿Pero este está loco? Me tiembla todo el cuerpo por los sollozos.

—Nora —vuelve a decir con impaciencia—, tienes exactamente cinco segundos para hacer lo que te digo.

Él espera y casi lo oigo contar mentalmente. Yo también estoy contando y cuando llego a cuatro me levanto con las lágrimas todavía recorriéndome la cara.

Me avergüenzo de mi propia cobardía, pero me da mucho miedo el dolor. No quiero que me haga daño.

No quiero que me toque, aunque seguro que lo hará.

—Buena chica —dice con suavidad a la vez que me toca de nuevo la cara y me coloca el pelo tras los hombros.

Me estremezco con su tacto. No me atrevo a mirarlo, así que mantengo la mirada baja.

Y al parecer no le gusta porque me levanta la barbilla hasta que no tengo más remedio que mirarlo a los ojos.

Bajo esta luz sus ojos se han vuelto de un tono azul oscuro. Está tan cerca que puedo sentir cómo le emana el calor del cuerpo. Me gusta porque tengo frío. Estoy desnuda y helada.

De repente llega hasta mí y se inclina. Sin tiempo para asustarme, me pasa un brazo alrededor de la espalda y el otro bajo las rodillas.

Y sin esfuerzo me levanta y me lleva hasta la cama.

Me tumba casi con delicadeza y me enrosco haciendo un ovillo, temblando. Julian empieza a desnudarse y no puedo evitar mirarlo.

Lleva puestos unos vaqueros y una camiseta de manga corta, que es lo primero que se quita. Su torso es una obra de arte, tiene los hombros anchos, los músculos definidos y la piel bronceada y suave. Tiene el pecho cubierto por una capa fina de vello oscuro. En cualquier otra circunstancia habría estado encantada de estar con un chico tan guapo.

En estas circunstancias, solo quiero gritar.

Lo siguiente son los vaqueros. Puedo escuchar cómo se baja la cremallera: con eso mi cuerpo ya entra en acción.

En un segundo, paso de estar tumbada en la cama a cruzar el umbral de la puerta que se había dejado abierta.

Puede que sea pequeña, pero soy rápida. Hice atletismo durante diez años y era bastante buena. Por desgracia me lesioné la rodilla en una de las carreras y ahora me limito a correr sin prisa y a hacer otros ejercicios.

Me las arreglo para salir de la habitación y bajar las escaleras, pero cuando casi he alcanzado la puerta de la entrada, me atrapa.

Sus brazos me rodean por la espalda y me aprieta tan fuerte que no puedo respirar durante unos minutos. Tengo los brazos totalmente atrapados y no puedo enfrentarme a él. Me levanta y yo empiezo a dar patadas hacia atrás. Logro lanzar unos cuantos puntapiés antes de que Julian me gire en sus brazos y nos quedemos cara a cara.

Estoy segura de que ahora me va a hacer daño, conque me preparo para el golpe.

Sin embargo, vuelve a abrazarme y me sujeta con fuerza. Tengo la cara enterrada en su pecho y el cuerpo desnudo contra el suyo. Su piel huele a limpio y a almizcle. Siento algo duro y caliente contra mi estómago.

Su erección.

Está completamente desnudo y excitado.

Por la forma en que me tiene sujeta estoy casi totalmente indefensa. No puedo ni golpearlo ni arañarlo. Pero sí puedo morder.

Hundo los dientes en sus pectorales y lo escucho maldecir antes de agarrarme del pelo y obligarme a soltarle la piel.

Me sostiene con un brazo rodeándome la cintura, apretando la parte baja de mi cuerpo contra el suyo. Mientras, me agarra el pelo con la otra mano, por lo que tengo que arquear el cuello hacia atrás. Llevo las manos contra su pecho en un inútil intento de poner un poco de distancia entre nosotros.

Me encuentro con su mirada y lo miro con insolencia; paso por alto las lágrimas que me corren por la cara. Ahora solo me queda ser valiente. Si muero, quiero hacerlo con algo de dignidad.

Su expresión se ha vuelto oscura y enfadada, y me mira con los ojos azules entrecerrados.

Me cuesta respirar y el corazón me late con tanta fuerza que parece querer salirse del pecho. Nos miramos el uno al otro, depredador y presa, conquistador y conquistada, y en ese mismo momento siento una extraña conexión con él. Como si una parte de mi hubiera cambiado para siempre debido a lo que está pasando entre nosotros.

De repente su gesto se suaviza y aparece una sonrisa en sus labios sensuales.

Se inclina hacia mí, baja la cabeza y presiona la boca contra la mía.

Estoy aturdida. Sin embargo, aunque me tiene sujeta bajo su control férreo, noto sus labios dulces y cariñosos sobre los míos.

Este hombre tiene muchas tablas. He besado a unos cuantos chicos y nunca he sentido nada parecido. Su aliento es cálido y dulce y su lengua juega con mis labios hasta que estos se abren involuntariamente para abrirle el camino hacia mi boca.

No sé si son los efectos secundarios de la droga que me dio o es el alivio de saber que no va a herirme, lo que hace que me rinda ante el beso. Una extraña languidez se apodera de mi cuerpo y me quita las ganas de pelear.

Me besa despacio, sin prisa, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Con su lengua acaricia la mía y me muerde el labio inferior con suavidad, lo que me origina una explosión de calor por todo el cuerpo. Desliza las manos que tiene entre mi pelo y en su lugar, las posa sobre mi nuca. Es casi como si me estuviera haciendo el amor.

Encuentro mis manos apoyadas en sus hombros. No tengo ni idea de cómo han llegado allí, pero ahora lo atraigo en lugar de alejarlo. No entiendo mi propia reacción. ¿Por qué no rehúyo su beso, asqueada?

Sin embargo, su increíble boca me hace sentir muy bien. Tiene los labios húmedos, brillantes y un poco hinchados por el beso. Probablemente igual que los míos.

Ya no parece estar enfadado, más bien parece hambriento y satisfecho a la vez. En su cara perfecta veo una lujuria y ternura que me impiden apartar la mirada.

Me paso la lengua por los labios y sus ojos se centran en ellos durante un segundo. Después vuelve a besarme; es un simple roce de sus labios con los míos.

Luego me levanta de nuevo y me lleva escaleras arriba hacia la cama.

4

Nora

Cuando pienso en ese día, no entiendo el comportamiento que tuve. No entiendo cómo no me rebelé más, ni por qué no intenté huir de nuevo. En parte, no fue una decisión racional, colaborar para evitar el dolor no fue una acción premeditada.

No, actúo por puro instinto y mi instinto es entregarme a él.

Me deja en la cama y yo me quedo allí tendida. Estoy demasiado cansada por el forcejeo de antes y sigo un poco atontada por la droga.

Lo que está pasando es tan surrealista que no termino de procesarlo. Es como si estuviese viendo una obra de teatro o una película. No puede ser que me esté pasando esto. No puedo ser yo la chica a la que han drogado y secuestrado y que permite que su secuestrador la toque y manosee por todas partes.

Los dos estamos tumbados de lado, uno frente al otro. Noto sus manos sobre mi piel. Son un poco ásperas y están encallecidas; cálidas en contacto con mi piel helada. Son fuertes, aunque ahora mismo no está empleando la fuerza. Podría doblegarme con facilidad, como ha hecho antes, pero no hace falta; no me estoy resistiendo. Estoy flotando en una neblina confusa y sensual.

Me vuelve a besar y me acaricia el brazo, la espalda, el cuello, el muslo... Su roce es suave pero firme, es como si me estuviese haciendo un masaje, salvo que noto que lleva intenciones sexuales.

Me besa el cuello, mordisquea con suavidad la parte sensible de la clavícula, y me estremezco de placer. Cierro los ojos. Esa inesperada delicadeza es desconcertante. Sé que debería sentirme violada, y así es, pero también me siento extrañamente querida.

Con los ojos cerrados, finjo que esto es solo un sueño; una oscura fantasía como las que tengo a veces por las noches. Esto hace soportable que este extraño me haga estas cosas.

Con una de las manos en mis nalgas, me masajea la suave piel. La otra mano me sube por el vientre, por el tórax... Llega hasta los pechos, me agarra el izquierdo con la palma y lo aprieta con delicadeza. Tengo los pezones duros y me gusta cómo me toca; es casi relajante. Rob ya me había hecho esto antes, pero no de esta manera. Nunca me había sentido así.

Sigo con los ojos cerrados mientras me inclina sobre mi espalda. Lo tengo casi encima de mí, pero la mayor parte de su peso está sobre la cama. No quiere aplastarme, me doy cuenta y lo agradezco.

Me besa la clavícula, el hombro, el abdomen. Su boca es cálida y me deja un rastro húmedo en la piel.

Después cierra los labios alrededor de mi pezón derecho y lo chupa. Me arqueo y siento algo de presión en el vientre. Vuelve a hacer lo mismo en mi otro pezón y la presión en mi interior crece, se intensifica.

Él lo siente. Sé que lo siente porque su mano se aventura entre mis muslos y nota la humedad.

—Buena chica —susurra mientras acaricia mis pliegues—. Eres tan dulce, tan obediente… respondes tan bien.

Empiezo a gimotear cuando sus labios bajan por mi cuerpo, su pelo me hace cosquillas. Sé qué intenciones lleva y me quedo en blanco cuando llega a su destino.

Por un segundo intento resistirme, pero me aparta las piernas sin ningún esfuerzo. Me palpa con delicadeza, me aparta los labios menores y los besa, desencadenando una explosión de calor por todo el cuerpo. Su habilidosa boca lame y mordisquea alrededor de mi clítoris hasta que empiezo a gemir; lo rodea con los labios y lo chupa suavemente.

El placer es tan fuerte, tan abrumador, que abro los ojos.

No sé qué me está pasando y me aterra. Ardo por dentro, siento los latidos entre las piernas. Me late tan rápido el corazón que no puedo controlar la respiración y jadeo. Forcejeo un poco y él suelta una leve risa. Noto el aire de su respiración en mi piel sensible. Me retiene con facilidad y sigue con lo que estaba haciendo. La presión en mi interior es cada vez más insoportable. Trato de zafarme de su lengua, pero mis movimientos parecen acercarme al borde de algo casi inalcanzable.

Y entonces estallo con un pequeño grito. Mi cuerpo entero se tensa y me inunda una ola de placer tan intensa que me hace apretar hasta los dedos de los pies. Noto cómo laten mis músculos internos y me doy cuenta de que acabo de tener un orgasmo.

El primer orgasmo de mi vida. Y ha sido a manos o, mejor dicho, a boca de mi secuestrador.

Estoy tan destrozada que solo quiero acurrucarme y llorar. Cierro los ojos con fuerza otra vez.

Sin embargo, él aún no ha acabado conmigo. Se desliza por mi cuerpo y vuelve a besarme en la boca. Ahora sabe diferente; es un beso salado y algo almizcleño. Es por mí. Me estoy probando a mí misma en sus labios. Me embarga la vergüenza, aunque al mismo tiempo vuelve a despertar el deseo en mí.

Su beso es más carnal que antes, más salvaje. Me penetra la boca con la lengua en una imitación obvia del acto sexual y me coloca las caderas entre las piernas. Con una mano me agarra la cabeza mientras me hunde la otra entre los muslos, frotando y estimulándome otra vez.

Sigo sin resistirme mucho, aunque mi cuerpo se tensa cuando el miedo vuelve. Noto el calor y la dureza de su erección que me presiona en la parte interior del muslo y sé que me va a hacer daño.

—Por favor —susurro al abrir los ojos para mirarlo. Veo borroso por las lágrimas—. Por favor… no lo he hecho nunca.

Sus fosas nasales se dilatan y sus ojos son más brillantes.

—Me alegro —dice en voz baja. Luego desplaza sus caderas un poco y con una mano dirige el miembro hasta mi sexo.

Jadeo en cuanto empieza a introducirlo. Estoy húmeda, pero mi cuerpo se resiste a esta intrusión desconocida. No sé qué tamaño tiene, pero lo noto enorme cuando la cabeza de su pene comienza a entrar lentamente. Empieza a doler, a arder, y grito mientras le empujo los hombros. Se le dilatan las pupilas y se le oscurecen los ojos. El sudor perla su frente y me doy cuenta de que se está conteniendo.

—Tranquila, Nora —susurra con dificultad—. Te dolerá menos si te relajas.

Estoy temblando. Estoy demasiado nerviosa para seguir su consejo; me duele mucho a pesar de que solo la ha introducido un poco.

Sigue empujando y mi sexo va dando de sí despacio, se estira para él en contra de mi voluntad. Me retuerzo de dolor, sollozo y le araño la espalda, pero él persiste y sigue empujando lentamente, centímetro a centímetro.

Luego se detiene un momento y veo cómo le late la vena de la sien. Parece que le duele, pero sé que para él es muy placentero; a quien realmente le duele es a mí.

Baja la cabeza para besarme la frente y entonces atraviesa mi barrera virginal, arrancando la fina membrana con una firme embestida. No para hasta que ha introducido todo el miembro y su vello púbico entra en contacto con el mío.

Estoy a punto de desmayarme por el dolor. Empiezo a tener náuseas y me siento débil. No puedo ni gritar; solo puedo respirar poco a poco para no perder el conocimiento. Siento el pene erecto muy dentro de mí y es lo más invasivo y doloroso que he experimentado jamás.

—Relájate —me murmura al oído—, solo relájate, mi gatita. Ya se te pasará el dolor y todo mejorará.

No lo creo. Siento como si me hubieran introducido una barra caliente para abrirme. No puedo hacer nada para escapar o conseguir que me duela menos. Él es mucho más grande que yo y mucho más fuerte. No me queda otra: quedarme allí, impotente, atrapada debajo de él.

No mueve las caderas ni me embiste, a pesar de que siento la tensión en sus músculos. Por el contrario, me besa en la frente otra vez con cariño. Cierro los ojos, que derraman unas lágrimas amargas, y siento cómo me roza los párpados con los labios.

No sé cuánto tiempo nos quedamos así. No deja de besarme con dulzura en el rostro y el cuello. Me abraza y me acaricia como si del roce de un amante se tratase y, mientras, su miembro sigue clavado en mi interior. Su dureza inflexible me hiere, me quema por dentro.

No sé en qué momento sucede, pero el dolor comienza a cambiar. Mi cuerpo traicionero empieza a tranquilizarse y a responder a sus besos, a la ternura de las caricias.

El cabrón se da cuenta y empieza a moverse despacio, sacándola y metiéndola un poco otra vez.

Al principio los movimientos vuelven a hacerme daño, pero luego introduce una mano entre nuestros cuerpos y con un dedo me presiona ligeramente el clítoris, pero sin parar de moverlo. Sus embestidas me mueven las caderas y con el dedo me frota de forma rítmica.

Horrorizada, vuelvo a notar cierta presión en mi interior. Siento dolor, pero también placer. Me retuerzo en sus brazos, pero ahora también forcejeo conmigo. Sus embestidas se vuelven más duras, más profundas, y grito por esta intensidad insoportable. El dolor y el placer se mezclan hasta hacerse indistinguibles el uno del otro… y entonces me sobreviene una sensación pura y arrolladora. Y exploto en un orgasmo que se extiende por todo mi cuerpo con tanta fuerza que se me nubla la vista un instante.

De repente lo oigo gemir en mi oído y noto cómo dentro de mí se le está poniendo más gruesa y larga. Mueve y sacude el miembro y sé que también ha alcanzado el éxtasis.

Al terminar, se quita de encima, se me arrima y me abraza con fuerza. Y yo lloro en sus brazos, buscando consuelo en la misma persona que ha provocado mis lágrimas.

Después de esto, estoy confusa y echa un lió. Me lleva en brazos hasta algún otro lugar y yo me dejo llevar, sin fuerzas, como una muñeca.

Ahora me está lavando. Estoy de pie en la ducha con él. Estoy hasta sorprendida de poderme tenerme en pie. Me siento adormecida, como indiferente.

Tengo sangre en los muslos. Veo cómo se mezcla con el agua y desaparece por el desagüe. También noto algo pegajoso entre las piernas. Seguramente sea semen. No ha usado protección.

Puede que ahora tenga una ETS. Debería estar horrorizada de solo pensarlo, pero me siento entumecida. Al menos no tengo que preocuparme por si me ha dejado embarazada. Al poco de salir en serio con Rob, mi madre insistió en llevarme al médico para que me implantaran un anticonceptivo en el brazo. Como auxiliar de enfermería en una clínica sin ánimo de lucro para mujeres, ha visto muchos embarazos de adolescentes y quiso asegurarse de que no me pasara.

Ahora mismo se lo agradezco muchísimo.

Mientras tanto, Julian me asea con minuciosidad: me lava el pelo con champú y me aplica acondicionador. Incluso me depila las piernas y las axilas.

Cuando estoy limpísima e impoluta, cierra el agua y me saca de la ducha.

Me seca a mí primero con una toalla y luego a él. Seguidamente me envuelve en una suave bata y me lleva hasta la cocina para darme de comer.

Me como lo que me pone delante, pero ni lo saboreo. Es un bocadillo de algo, pero no sé qué lleva, también me da un vaso de agua que me bebo de un trago. Espero que no me esté drogando, aunque, a decir verdad, ni siquiera me importa. Estoy tan cansada que solo quiero dormir.

Después de comer y beber, me lleva de nuevo al cuarto de baño.

—Venga, lávate los dientes —me dice, y me lo quedo mirando fijamente. ¿Se preocupa por mi higiene bucal?

Sin embargo, sí me apetece lavármelos, así que obedezco. También aprovecho para orinar. En esto sí tiene consideración y me deja sola.

Acto seguido me acompaña al dormitorio. No sé cómo, pero ahora la cama tiene sábanas limpias y no hay ni rastro de sangre, cosa que agradezco.

Me besa en los labios, sale de la habitación y la cierra con llave. Estoy tan cansada que me acerco a la cama, me tumbo y al instante me quedo dormida.

5

Nora

Cuando me despierto tengo la mente despejada por completo. Recuerdo todo y me dan ganas de gritar.

Salgo de la cama de un salto y veo que llevo puesta la bata de anoche. La brusquedad del movimiento hace que note un fuerte dolor y se me estremece la parte inferior del cuerpo al recordar a qué se debe. Todavía siento toda su plenitud dentro de mí y me entran escalofríos.

Me doy mucho asco. ¿Qué me pasa? ¿Cómo pude quedarme allí tumbada como si nada para que Julian se acostase conmigo? ¿Cómo pude sentir placer?

Sí, es muy atractivo, pero no es excusa. Es malo. Lo sé, lo sentí desde el primer momento. Su belleza externa esconde maldad en el interior. Tengo el presentimiento de que está empezando a enseñarme cómo es de verdad.

Ayer estaba demasiado asustada y traumatizada para prestar atención a mi alrededor. Hoy me encuentro mucho mejor, así que examino la habitación con atención.

Hay una ventana. Está cubierta por una gruesa cortina color marfil, pero aun así veo que se asoma un poco de luz. Corro hacia ella, retiro las cortinas y parpadeo por el resplandor repentino. Tardo unos segundos en adaptarme a la luz y miro al exterior.

Me da un vuelco el corazón.

La ventana no está sellada herméticamente ni nada por el estilo. De hecho, parece fácil abrir y salir por ella. Esta habitación está en la primera planta, conque podría hacerlo y caer al suelo sin lastimarme. No, la ventana no es el problema.

Son las vistas.

Alcanzo a ver palmeras y una playa de arena blanca. Más allá hay una inmensidad de agua, azul y reluciente por la luz del sol. Todo es muy bonito y de aspecto tropical, muy diferente en todos los sentidos de mi pequeña ciudad en el Medio Oeste.

Vuelvo a tener frío. Tanto frío que estoy temblando. Sé que es por la propia ansiedad, ya que la temperatura ronda los veinticinco grados.

Voy de aquí para allá por la habitación y de vez en cuando me detengo para observar por la ventana.

Cada vez que miro es como un puñetazo en el estómago.

No sé qué esperaba. En realidad, no he tenido la oportunidad de pensar en donde estoy. No sé por qué, pero supuse que me retendría en algún lugar cercano, puede que por Chicago, donde nos vimos por primera vez. Creí que para escaparme solo tendría que encontrar el modo de salir de esta casa, pero ahora compruebo que es mucho más complicado que eso. Intento abrir la puerta otra vez, pero sigue cerrada con llave.

Hace unos minutos he descubierto un pequeño cuarto de baño dentro de la habitación. He aprovechado para hacer mis necesidades básicas y lavarme los dientes. Ha sido una distracción agradable.

Ahora camino de un lado a otro como un animal enjaulado, lo que hace crecer mi miedo y mi ira cada minuto que pasa.

Finalmente, la puerta se abre y una mujer entra.

Estoy tan aturdida que solo me quedo mirándola fijamente. Es bastante joven, quizá tenga unos treinta y es guapa.

Lleva una bandeja con comida y me sonríe. Tiene el pelo pelirrojo y ondulado y sus ojos son de color marrón claro. Es más alta que yo, al menos más de diez centímetros, y es de constitución atlética. Viste de manera muy informal, lleva un par de vaqueros cortos y una camiseta de tirantes blanca y unas chanclas.

Pienso en atacarla. Es una mujer y tengo una pequeña posibilidad de ganarle en una pelea, en cambio, no tengo posibilidad alguna contra Julian.

Esboza una gran sonrisa, como si me leyera la mente.

—Por favor, no te me eches encima —dice ella y puedo percibir la diversión en su voz—. No tiene sentido, de verdad. Sé que quieres escapar, pero no puedes ir a ningún sitio. Estamos en una isla privada en medio del Pacífico.

La ansiedad que sentía empeora.

—¿De quién es la isla privada? —pregunto a pesar de ya saber la respuesta.

—Pues de Julian, evidentemente.

—¿Quién es él? ¿Quiénes sois?

Mi voz es un poco más serena cuando le hablo. Ella no me pone nerviosa como Julian.

Suelta la bandeja.

—Lo sabrás todo a su debido tiempo. Estoy aquí para cuidar de ti y de la vivienda. Por cierto, me llamo Beth.

Respiro hondo.

—¿Por qué estoy aquí, Beth?

—Estás aquí porque Julian te ha elegido.

—¿Y no ves nada malo en eso? —escucho mi tono casi histérico; no entiendo cómo esa mujer está de acuerdo con ese loco ni cómo se comporta como si fuese algo normal.

Ella se encoge de hombros.

—Julian hace lo que quiere. No soy nadie para juzgarlo.

—¿Por qué no?

—Porque le debo mi vida —dice con seriedad y sale de la habitación.

Me como la comida que Beth me ha traído. Está bastante buena, aunque no es un desayuno típico. Hay pescado a la parrilla y una especie de salsa de setas y patatas asadas con un poco de ensalada al lado. De postre hay mango cortado a trocitos. Fruta local, supongo. Pese a mi desconcierto, me las apaño para comérmelo todo. Si fuese menos cobarde, me hubiese resistido y negado a comer, pero tengo más miedo al hambre que al dolor.

Hasta ahora no me ha lastimado mucho. Bueno, me dolió cuando me penetró, pero no me hizo daño a propósito. Me imagino que tratándose de la primera vez, me hubiese dolido independientemente de las circunstancias.

La primera vez. De repente me doy cuenta de que ha sido mi primera vez. Ya no soy virgen.

Extrañamente, no siento que haya perdido nada. La fina membrana que tenía dentro nunca había significado algo especial para mí. Nunca pretendí esperar hasta el matrimonio ni nada por el estilo. Me arrepiento de que mi primera vez haya sido con un monstruo, eso sí, pero no de perder mi etiqueta de «virgen». Me hubiese gustado que todo esto hubiese sido con Jake, si es que hubiese tenido la oportunidad.