Castillos en la arena - Sherryl Woods - E-Book
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Castillos en la arena E-Book

SHERRYL WOODS

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Beschreibung

Años atrás, Emily Castle había tomado una difícil decisión: marcharse de casa para convertirse en diseñadora de interiores. En aquel entonces estaba desesperada por demostrar su valía, sin embargo, el éxito le había costado caro, ya que había tenido que dejar atrás al hombre al que amaba. Boone Dorsett se había quedado con el corazón destrozado al perder a Emily, pero otra mujer había estado esperando a tener la oportunidad de conquistarlo y, años después, era un viudo que tenía un hijo pequeño a su cargo. Cuando una tormenta llevó a Emily de vuelta a casa, tuvo una segunda oportunidad con ella, pero la familia de su difunta esposa amenazaba con iniciar una batalla legal para arrebatarle la custodia de su hijo, así que el precio de amarla podía ser más alto que nunca.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2013 Sherryl Woods

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

Castillos en la arena, n.º 77 - marzo 2015

Título original: Sand Castle Bay

Publicada originalmente por Mira Books, Ontario, Canadá

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQN y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6058-2

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

 

 

Portadilla

Créditos

Índice

Dedicatoria

Queridas amigas

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Publicidad

 

 

Para todos los que habéis descubierto la magia de la cadena de islas de Carolina del Norte y habéis creado allí recuerdos felices, incluyendo a mi propia familia especial. Gracias por los buenos ratos que hemos vivido juntos.

 

 

 

Queridas amigas:

 

La mayoría de vosotras sabéis cuánto me gusta vivir cerca del agua (ya sea a la orilla del río Potomac, en Virginia, o en la costa del cayo Vizcaíno, en Florida), y hay otra zona que se ha vuelto muy especial para mí en estos últimos años: la de las poblaciones costeras de Carolina del Norte.

Os invito a compartir conmigo mi propia versión de esa zona tan especial en la nueva trilogía que empieza con esta novela. Vais a conocer a las tres hermanas Castle y a su sabia y maravillosa abuela, por no hablar de los fuertes y sexys hombres con los que comparten su vida, y vais a ver cómo se enfrentan a los cambios y a los desafíos que muchas de vosotras habréis vivido en alguna ocasión.

Espero que disfrutéis de esta nueva familia y de este nuevo escenario, y que mientras leéis sus historias os imaginéis la arena bajo vuestros pies y la caricia de la brisa marina en las mejillas.

 

Un saludo,

 

Sherryl

 

Capítulo 1

 

 

Emily Castle estaba en una habitación de hotel en Aspen, Colorado, con la televisión puesta en el canal del tiempo. Estaban dando un seguimiento pormenorizado del huracán que se dirigía hacia la costa de Carolina del Norte, el lugar que había sido como un segundo hogar para ella. Los veranos que había pasado allí en su infancia habían sido plácidos, relajantes y dulces. En la localidad costera donde vivía su abuela había sufrido por amor por primera vez, pero, a pesar de aquellos dolorosos recuerdos y de lo atareada que estaba en ese momento, se sentía en la obligación de regresar a aquel lugar de inmediato.

Incluso antes de que sonara el teléfono, ya estaba consultando en su portátil los vuelos que había programados. Seleccionó uno que iba de Atlanta a Raleigh, una ciudad de Carolina del Norte, mientras contestaba a la llamada.

–Ya estoy en ello –le dijo a su hermana Gabriella–. Llegaré a Raleigh mañana por la tarde.

–Ni lo sueñes, van a cancelar todos los vuelos de la Costa Este durante uno o dos días como mínimo. Será mejor que esperes hasta la semana que viene y reserves plaza para el lunes o el martes, así evitarás todo el jaleo.

–¿Qué sabes de Samantha? –le preguntó, haciendo referencia a la mayor de las tres hermanas.

–Ha alquilado un coche y ya ha salido de Nueva York, estará aquí esta misma noche; con un poco de suerte, logrará adelantarse a la tormenta. Han pronosticado que el huracán entrará en tierra esta misma noche, aquí ya han empezado a llegar rachas fuertes de viento y lluvia.

Emily estaba convencida de que Samantha iba a lograr adelantarse a la tormenta, y no pudo evitar fruncir el ceño. La extraña rivalidad que siempre había tenido con su hermana mayor, una rivalidad que ni ella misma había entendido nunca, resurgió con fuerza. Teniendo en cuenta que eran tres hermanas, quizás fuera comprensible que existiera cierta competitividad entre ellas, pero no entendía por qué le pasaba con Samantha y no con Gabi; al fin y al cabo, esta última era la exitosa empresaria centrada en su carrera, la que más se parecía a ella en cuanto a ambición.

–Tomaré un vuelo esta misma noche aunque tenga que ir en coche desde Atlanta –afirmó con decisión, motivada por los planes de Samantha.

En vez de reprenderla, Gabi soltó una carcajada y admitió:

–Samantha ha adivinado que ibas a decir algo así. Desde que aprendiste la diferencia que hay entre ganar y perder, no soportas que ella te gane en nada. Haz lo que quieras, lo que importa es que llegues aquí sana y salva. Esta tormenta tiene muy mala pinta. Si se desvía lo más mínimo hacia el oeste, golpeará de lleno a Sand Castle Bay. Te apuesto lo que quieras a que la carretera de Hatteras volverá a quedar intransitable si no hicieron las cosas con más cabeza cuando la arreglaron después de la última tormenta.

–¿Cómo está la abuela?

Cora Jane Castle tenía setenta y tantos años, pero seguía rebosando energía y estaba decidida a mantener abierto el restaurante que su difunto marido había abierto en la costa, a pesar de que nadie de la familia había mostrado interés alguno en tomar las riendas del negocio; en opinión de Emily, debería venderlo y disfrutar de su vejez, pero la mera mención de semejante idea se consideraba una blasfemia.

–Estoica ante la tormenta, pero hecha un basilisco porque papá fue a buscarla para traerla a Raleigh hasta que pase el huracán –le contestó Gabi–. Está aquí, en mi casa, cocinando y mascullando unas palabrotas que me sorprende que se sepa. Creo que por eso papá se ha marchado en cuanto la ha dejado aquí, para no estar cerca cuando ella tuviera a mano mis cuchillos.

–Puede que no supiera qué decirle. Típico en él, ¿no?

Emily lo dijo con un deje de amargura. Su padre, Sam, no era nada comunicativo en el mejor de los casos; en el peor, simplemente se esfumaba sin más. Ella había acabado por resignarse en gran medida, pero los resentimientos que permanecían latentes salían a la superficie de vez en cuando.

Tal y como solía pasar, Gabi salió en defensa de su padre de inmediato.

–Está ocupado, su trabajo es importante. ¿Tienes idea del impacto que podrían tener en la vida de la gente los estudios biomédicos que lleva a cabo su empresa?

–Me gustaría saber cuántas veces le dijo eso a mamá cuando se largaba y ella tenía que criarnos sola.

Por una vez, Gabi no sacó las cosas de quicio y admitió:

–Sí, la verdad es que era una excusa habitual en él, ¿verdad? Pero ya somos adultas, a estas alturas ya tendríamos que haber superado el hecho de que no viniera a vernos en los recitales, las obras de teatro y los partidos de fútbol de la escuela.

–Y eso lo dice la mujer nada equilibrada que parece empeñada en seguir sus pasos –comentó Emily, en tono de broma–. Sabes que eres igualita a él, Gabriella. Puede que no seas una científica, pero eres adicta al trabajo. Por eso te molestas tanto cuando le critico.

El silencio que se creó tras aquellas palabras fue ensordecedor, y Emily se apresuró a disculparse al darse cuenta de que acababa de pasarse de la raya.

–Ha sido una broma, Gabi, no lo he dicho en serio. Sabes lo orgullosos que estamos de ti. Eres una alta ejecutiva en una de las empresas de biomedicina más importantes de Carolina del Norte, puede que de todo el país.

–Sí, ya lo sé, es que tu comentario me ha pillado desprevenida. Bueno, avísame cuando vayas a llegar, iré a buscarte al aeropuerto.

Antes de que Emily pudiera disculparse de nuevo por hacer un comentario tan desconsiderado y fuera de lugar, Gabriella ya había colgado. No lo hizo de golpe, con un arranque de genio similar a los que tenía la propia Emily, sino con suavidad… y, por alguna razón, eso fue mucho, pero que mucho peor.

 

 

Boone Dorsett había vivido una buena cantidad de situaciones de alerta por el acercamiento de huracanes que, en algunos casos, habían llegado a afectar a la costa, así que se sabía de memoria cómo había que sellar la casa con tablones para protegerla; aun así, la pura verdad era que la Madre Naturaleza era la que tenía siempre el control de la situación.

De pequeño le fascinaban las tormentas fuertes, pero en aquel entonces no era consciente del caos que podían generar en la vida de la gente. A esas alturas era un adulto con un hijo, un hogar y un concurrido restaurante, y sabía las pérdidas que podían causar los vendavales, las devastadoras tormentas y las inundaciones. Había visto carreteras destrozadas, casas derrumbadas, vidas arrancadas de raíz.

Por suerte, aquella última tormenta se había desviado en el último momento hacia el este y tan solo les había golpeado de refilón. Había habido daños, y muchos, pero de momento no había visto el nivel de destrucción de veces anteriores; de hecho, él había salido relativamente bien parado. En su restaurante había entrado un poco de agua y varias tejas del tejado de su casa habían sido arrancadas, pero lo que más le preocupaba después de examinar sus propiedades era el restaurante familiar de Cora Jane.

Castle’s by the Sea había sido una constante en su vida, al igual que la propia Cora Jane, y ambos habían sido su inspiración a la hora de decidir embarcarse en el negocio de la restauración. Su intención no había sido emular el éxito del Castle’s, sino crear su propio ambiente acogedor. No había recibido el apoyo de ninguno de los miembros de su disfuncional familia, y estaba en deuda con Cora Jane porque ella le había ayudado a creer en sí mismo.

La principal razón del éxito que tenía el Castle’s, aparte de su ubicación a pie de playa, la buena comida y la cordialidad del servicio, era la dedicación con la que ella dirigía el negocio. Después de que pasara la tormenta, Cora Jane le había llamado más de una docena de veces para ver si ya le habían permitido regresar a Sand Castle Bay, y él había cruzado el puente para ver cómo estaban los dos restaurantes en cuanto se había levantado la orden de evacuación.

Al final, la llamó desde el comedor húmedo y revuelto del Castle’s by the Sea para darle la evaluación de daños. Ella había estado esperando con ansia su llamada y, sin pararse a saludarle siquiera, le preguntó sin más:

–¿Está muy mal? Dime la verdad, Boone. No te atrevas a engañarme.

–Podría haber sido peor. Ha entrado algo de agua, como en el mío.

–¡Qué desconsiderada soy! No te he preguntado cómo te ha ido a ti. ¿Te ha entrado agua?, ¿no hay más daños?

–No, eso es todo. Mis empleados ya están limpiando, saben lo que hay que hacer. Mi casa está bien, y la tuya también. Un montón de ramas rotas en el jardín, un par de tejas arrancadas, pero nada más.

–Gracias a Dios. Bueno, termina de contarme cómo está el Castle’s.

–El viento ha arrancado un par de contraventanas, y los cristales se han roto. Vas a tener que reemplazar las mesas y las sillas que están empapadas, aplicar algún producto contra el moho y pintar, pero la verdad es que podría haber sido mucho peor.

–¿Cómo está la terraza?

–Sigue en pie. A mí me parece bastante sólida, pero haré que la revisen.

–¿Y el tejado?

Boone respiró hondo. No le gustaba dar malas noticias, y había dejado aquello para el final de forma deliberada.

–Mira, Cora Jane, no voy a mentirte. El tejado tiene mala pinta. Ya sabes lo que pasa cuando el viento consigue arrancar unas cuantas tejas.

–Sí, claro que lo sé. ¿El asunto es grave? ¿Está destrozado, o solo se han soltado unas cuantas tejas?

Boone sonrió al ver que se lo tomaba con tanto pragmatismo.

–Me gustaría que Tommy Cahill viniera a echar un vistazo, pero yo creo que será mejor que lo reconstruyas por completo. ¿Quieres que le llame? Me debe un favor, seguro que consigo que venga hoy mismo. Puedo llamar a tu compañía de seguros para que envíen una cuadrilla de limpieza.

–Me harás un favor si consigues que Tommy vaya cuanto antes, pero yo me encargo de llamar al seguro. No me hace falta ninguna cuadrilla de limpieza, las niñas y yo iremos mañana a primera hora y lo limpiaremos todo en un abrir y cerrar de ojos.

Boone sintió que le daba un brinco el corazón al oír aquello. Las «niñas» en cuestión tenían que ser las nietas de Cora Jane, incluyendo la que le había dejado tirado diez años atrás y se había marchado para iniciar una vida mejor que la que él podía ofrecerle.

–¿También vendrá Emily? –albergaba la débil esperanza de que ella no volviera, de no tener que soportar el tenerla delante de sus narices, de que no se pusiera a prueba si de verdad había logrado sacársela de la cabeza.

–Claro que sí –Cora Jane hizo una pequeña pausa antes de preguntar, con muchísimo tacto–: ¿Va a haber algún problema con eso, Boone?

–Por supuesto que no. Lo mío con Emily quedó en el pasado, en un pasado muy distante.

–¿Estás seguro? –insistió ella.

–Seguí adelante con mi vida y me casé con otra persona, ¿no?

–Sí, y perdiste a Jenny demasiado pronto.

A Boone no le hacía falta que le recordaran que hacía poco más de un año que había fallecido su esposa.

–Pero no perdí a nuestro hijo. Tengo que pensar en B.J., ahora él es mi vida entera.

–Sé cuánto quieres a ese niño, pero necesitas algo más. Te mereces una vida plena y llena de felicidad.

–Puede que algún día encuentre esa felicidad de la que hablas, pero no estoy buscándola y tengo muy claro que no voy a encontrarla junto a una mujer que pensaba que yo era un tipo sin futuro.

Cora Jane soltó una exclamación ahogada.

–Las cosas no fueron así, Boone. Ella no pensaba eso, lo que pasa es que tenía la cabeza llena de sueños absurdos. Sintió la necesidad de marcharse de aquí y ponerse a prueba, de ver lo que podía llegar a conseguir por sí misma.

–Esa es tu opinión, yo lo vi de otra forma. Será mejor que dejemos de hablar de Emily, tú y yo hemos conservado nuestra amistad porque hemos dejado ese tema a un lado. Ella forma parte de tu familia y la quieres, es normal que la defiendas.

–Tú también eres de mi familia, o como si lo fueras –afirmó ella con vehemencia.

Boone sonrió al escuchar aquello y admitió:

–Sí, siempre has hecho que me sienta como uno más de los vuestros. En fin, deja que haga esas llamadas, a ver lo que puedo hacer para dejar este sitio listo antes de que vengas. Te conozco y sé que querrás encender la cafetera y abrir las puertas en cuanto vuelvan a darte la luz, pero te advierto que puede que tarden un par de días. Quizás deberías plantearte quedarte con Gabi hasta que esté todo arreglado.

–No, tengo que estar ahí –le contestó ella con determinación–. No voy a conseguir nada quedándome aquí sentada de brazos cruzados, yo creo que podremos arreglárnoslas con el generador que instalaste después de la última tormenta.

–Comprobaré si está funcionando, y revisaré las neveras y la cámara frigorífica para ver si no se ha echado a perder la comida. ¿Necesitas que haga algo más antes de que vuelvas?

–Si Tommy te da un presupuesto razonable para lo del tejado, dile que puede ponerse manos a la obra.

–El precio será razonable, tienes mi palabra. Y serás la primera de su lista, ya te he dicho que me debe un favor.

–Muy bien, te veo mañana. Gracias por ir a echarle un vistazo a mis cosas.

–Los miembros de una familia se apoyan los unos a los otros.

Esa era una lección que había aprendido de Cora Jane, ya que dar apoyo y comprensión era algo que no entraba en la forma de ser de sus padres.

Después de colgar, no pudo evitar preguntarse si llegaría el día en que no lamentara que el vínculo que le unía a Cora Jane y a la familia de esta no fuera uno mucho más permanente.

 

 

Emily tardó dos días de lo más frustrantes en completar el trayecto desde Colorado hasta Carolina del Norte. Para cuando aterrizó por fin en Raleigh en un día despejado en el que no quedaba ni rastro del mal tiempo que había afectado al estado entero dos días atrás, las horas que había perdido en los aeropuertos no la fastidiaban tanto como el hecho de saber que Gabi estaría esperándola con el consabido «Ya te lo dije»… pero al salir del aeropuerto con su equipaje de mano era Samantha, su hermana mayor, quien estaba esperándola y la recibió con un fuerte abrazo.

Aunque unas enormes gafas de sol a la última moda le ocultaban gran parte del rostro y llevaba el pelo, un pelo con unas mechas que realzaban su color, recogido en una cola informal, saltaba a la vista que era alguien famoso. Emily nunca había llegado a entender cómo era posible que Samantha siguiera pareciendo una modelo de revista aunque llevara unos vaqueros viejos y una camiseta. La verdad era que su hermana tenía un aire innato de famosa, a pesar de que en su carrera como actriz nunca había alcanzado el éxito que ella esperaba.

–¿Dónde está Gabi? –le preguntó, mientras miraba a su alrededor.

–Adivínalo, te doy tres oportunidades –le contestó Samantha.

–La abuela se ha empeñado en volver a casa.

–¡Lo has adivinado a la primera! Hizo las maletas en cuanto dieron luz verde para que los residentes volvieran a la zona. Gabi logró retenerla un día entero, pero al final se rindió y le dijo que vale, que podía ser tan terca como una mula vieja si quería, pero que no iba a dejarla ir sola. Se han ido esta mañana a primera hora, y a mí me ha tocado hacer de chófer y venir a buscarte.

–¿Te acuerdas de conducir?, hace mucho que vives en Nueva York.

Su hermana se limitó a enarcar una ceja, pero le bastó con ese gesto para dejar claro lo que opinaba de su sentido del humor. Eso era algo habitual al tener a una actriz en la familia. Samantha podía comunicar más con una sola mirada que muchos con toda una diatriba, y Emily había recibido un montón de esas miradas a lo largo de los años.

–No empieces, Emily. He conseguido llegar hasta aquí, ¿no?

Emily señaló con un gesto de la cabeza el coche que había a un lado.

–¿Es el que usaste para venir desde Nueva York, o ese quedó hecho chatarra y has tenido que alquilar este otro?

–No tienes ni pizca de gracia –al ver la pequeña maleta que llevaba en la mano, le preguntó–: ¿Eso es todo lo que traes?

–Estoy acostumbrada a viajar con poco equipaje. Estaba en Aspen por asuntos de negocios cuando me enteré de lo de la tormenta, no tuve tiempo de volver a Los Ángeles a por más cosas.

–¿Traes algo para ponerte a limpiar y a fregar? No te imagino limpiando el restaurante con tus zapatos de marca. Esos son unos Louboutin, ¿verdad? Siempre has tenido gustos caros.

Emily sintió que se ruborizaba y se puso a la defensiva.

–Trabajo con gente que está obsesionada con la ropa cara, pero te aseguro que trabajo duro cuando estoy renovando una casa –suspiró antes de admitir–: Pero tienes razón, no traigo ropa adecuada para ponerme a limpiar. Mi viaje a Colorado iba a ser corto, fui para conocer a un nuevo cliente. Supongo que tendré que comprarme unos cuantos pantalones cortos y varias camisetas en algún sitio. ¿Y tú qué? Siempre vas de lo más elegante, ¿a qué vienen esos vaqueros viejos y…? –abrió los ojos como platos, sorprendida–. ¿Es esa la vieja sudadera de Ethan Cole?

Samantha se puso roja como un tomate.

–Estaba en el ático de Gabi, dentro de una caja llena de ropa vieja. Agarré lo primero que vi que me quedaba bien.

–Esa sudadera no te queda bien, tú tienes seis tallas menos. Pareces una adolescente de catorce años loquita por el capitán del equipo de fútbol –Emily sonrió de oreja a oreja al añadir–: Espera, pero si eras justo así… aún te recuerdo allí, sentadita en las gradas, mirándolo encandilada y llena de esperanza…

–Supongo que sabes que, como sigas así, es muy posible que no llegues viva a Sand Castle Bay. Seguro que encuentro algún lugar desierto de la carretera donde deshacerme de tu cadáver.

–Vaya, qué forma tan bonita de hablarle a tu hermana pequeña. Siempre me decías que me querías, incluso cuando me comportaba como una pesada insoportable.

–Te quería en aquel entonces, no hay quien pueda resistirse a una chiquitina preciosa con unos mofletitos regordetes –afirmó Samantha, sonriente–. Pero ahora ya no te quiero tanto.

Mientras iban en dirección este por la carretera, el buen humor de Emily se esfumó.

–¿Se sabe si ha habido muchos daños? –le preguntó a su hermana–. ¿Con qué se va a encontrar la abuela cuando llegue al restaurante?

–Boone le dijo que el edificio sigue en pie, aunque entró mucha agua. Van a hacer falta unas buenas dosis de cuidados y mimitos, y es probable que un tejado nuevo.

Emily sintió que le daba un brinco el corazón.

–¿Qué Boone? No será Boone Dorsett, ¿verdad? ¿Qué tiene que ver él en todo esto?

–Cora Jane y él tienen una relación muy estrecha, ¿no lo sabías?

–¿Cómo iba a saberlo?, nadie me cuenta nada –nada relevante, como el hecho de que su propia abuela y el hombre que había sido su perdición, don Boone Dorsett, fueran amiguitos del alma.

Su abuela siempre había tenido debilidad por él. Boone le había caído bien desde el principio, desde que ella había empezado a aparecer con él por casa cuando ambos tenían catorce años. Ella se había enamorado de un chico malo y desafiante que parecía estar abocado a meterse en problemas, pero su abuela había visto a un muchacho que se rebelaba contra unos padres que se comportaban con total indiferencia, había visto potencial y había tenido el acierto de ayudarle a desarrollarlo… aun así, lo normal habría sido que cortara ese vínculo al ver que su nieta terminaba su relación con él, ¿no? Aunque solo fuera por solidaridad con ella…

En cuanto la idea tomó forma en su cabeza, se dio cuenta de lo absurda que era. A diferencia de ella, su abuela sería incapaz de abandonar a Boone; de hecho, aunque nunca le había dado su opinión al respecto, estaba claro que no aprobaba en absoluto que ella hubiera elegido su carrera profesional por encima del hombre del que todos sabían que estaba enamorada.

–¿Qué es lo que pretende Boone? –le preguntó a Samantha con suspicacia.

–¿Qué quieres decir?, yo no creo que pretenda nada en concreto. Cora Jane dice que la ha ayudado mucho con el restaurante, no sé nada más.

–Si Boone está ayudando tanto, es porque quiere algo.

Lo afirmó con convicción, porque sabía por experiencia propia que él siempre andaba detrás de algo. En su momento había dicho que la quería, pero, cuando ella le había dicho que necesitaba tiempo para poder explorar un poco de mundo, él no había tardado ni diez segundos en casarse con Jenny Farmer. Lo último que había sabido de ellos era que tenían un hijo, ¿qué había pasado con el supuesto amor eterno que había jurado sentir hacia ella? Sí, ella se había marchado, pero había sido él quien había cometido una profunda traición de la que ella jamás había podido recobrarse por completo.

–Seguro que quiere apropiarse del Castle’s by the Sea.

Era una acusación muy seria, pero la posibilidad de que él pudiera haber tenido algún motivo ulterior para querer conquistarla era algo que se le había ocurrido en más de una ocasión durante aquella dolorosa época; al fin y al cabo, ¿qué otra explicación podía haber para que él se casara con otra poco después de que ella se fuera? El amor verdadero no podía ser tan voluble.

–Apuesto a que está deseando que este huracán sea la gota que colme el vaso, y que la abuela decida venderle a él una propiedad tan bien situada.

Samantha le lanzó una mirada llena de ironía antes de comentar:

–Sabes que Boone es propietario de tres restaurantes que funcionan de maravilla, ¿no?

Aquello la tomó por sorpresa.

–¿Tres?

–Sí. Primero abrió el Boone’s Harbor en la bahía, y ahora también tiene uno en Norfolk y otro en Charlotte. Creo que un asistente administrativo suyo se encarga de buscar las nuevas ubicaciones y de poner en marcha los locales, pero Boone es quien está al mando. Según la abuela, las críticas han sido fantásticas en todas partes. Ella colecciona los recortes, me extraña que no te los haya enviado.

–Supongo que pensó que ese tema no me interesaría.

Por alguna extraña razón, saber todo aquello la desanimaba. Quería tener una muy mala opinión de Boone, sentía la necesidad de pensar que él era un impresentable. No le hacía ninguna gracia plantearse que quizás le había juzgado mal, que a lo mejor no era tan ambicioso como ella creía, que había podido cometer un terrible error al dejarle ir sin más. Ella no creía en los arrepentimientos, así que ¿a qué se debía aquella extraña sensación que la embargaba?

Su hermana la miró desconcertada.

–Yo creía que hacía mucho que le habías olvidado. Fuiste tú la que rompió la relación y no al revés, ¿verdad? Siempre di por hecho que se lio con Jenny por despecho.

–¡Pues claro que le he olvidado! –exclamó, indignada–. En los diez años que hace que me largué de aquí, no he pensado en él ni por asomo –la vocecilla interior de su conciencia le gritó que estaba mintiendo.

–¿A qué viene entonces todo esto?

–Es que no quiero que se aproveche de la abuela, es demasiado confiada.

Samantha se echó a reír.

–¿Cora Jane, confiada? Supongo que estás pensando en otra abuela. La nuestra es tan lista como la que más en cuestiones de negocios, y un lince a la hora de calar a la gente.

–Yo solo digo que no es inmune ante un hombre con tanto encanto como Boone. Vamos a dejar el tema, me está dando dolor de cabeza –frunció el ceño al darse cuenta de que estaban en el abarrotado aparcamiento de un supermercado–. ¿Por qué paras aquí?

–Para comprar tu nuevo vestuario de limpieza –Samantha esbozó una sonrisa de lo más inocente al añadir–: No podemos olvidar las sandalias ni las zapatillas de deporte.

Emily la miró consternada. Las únicas sandalias que se ponía a esas alturas de su vida las compraba en la selecta boutique que un conocido diseñador tenía en Rodeo Drive.

–Vale, pero que ni a Gabi ni a ti se os olvide que no limpio ventanas –vaciló antes de añadir–: ni suelos.

Samantha le pasó el brazo por los hombros mientras cruzaban el abarrotado aparcamiento.

–Lo que tú digas, Cenicienta. Te dejaremos a ti el colector de grasa, verás cómo te diviertes.

Emily la miró ceñuda. Daba la impresión de que iban a ser un par de semanas muy largas, sobre todo si Boone iba a estar metido en el asunto.

 

Capítulo 2

 

 

–¿Vamos a ayudar a la señora Cora Jane, papá?

Boone miró a su hijo de ocho años, B.J., que parecía tan entusiasmado como si estuvieran hablando de ir al circo, y se limitó a contestar:

–Si ella nos deja, sí.

Cora Jane no pedía ayuda nunca y se resistía a aceptarla cuando se le ofrecía, así que él había aprendido a ser increíblemente sutil a la hora de asegurarse de que tanto el restaurante como ella estuvieran bien cuidados.

–Oye, papá, ¿crees que me hará tortitas con forma de Mickey Mouse? Las dos pequeñitas que hacen de orejas son las que más me gustan –el pequeño le miró con expresión de culpa al admitir–: Las suyas son más buenas que las de Jerry, pero no se lo digas a él. No quiero herir sus sentimientos.

Boone se echó a reír, ya que era consciente de lo competitivos que podían llegar a ser el cocinero en cuestión y Cora Jane.

–No creo que haya abierto la cocina, aún no han acabado de achicar el agua que entró durante la tormenta. Tú mismo viste los destrozos que hubo en nuestro local, ¿no? Pues el Castle’s estaba igual de mal cuando fui a echar un vistazo ayer.

Cora Jane era una mujer a la que le gustaba sentirse con el control de cualquier situación, y ningún huracán iba a lograr alterar por mucho tiempo su rutina. Seguro que en cuestión de un día más ya estaría cocinando lo que pudiera en la parrilla a gas, aunque aún no tuviera a punto el horno.

–No le pidas tortitas hasta que sepamos qué tal están las cosas, B.J. –le advirtió al niño–. Hemos venido a ayudar, no a darle más trabajo.

–¡Pero ella siempre dice que no le cuesta ningún trabajo hacerme tortitas, que lo hace por amor!

Boone soltó una carcajada. No le extrañaba que Cora Jane le hubiera dicho eso al pequeño, ya que con él mismo siempre se había comportado así. Siempre le había hecho sentir como si cuidarle no supusiera carga alguna para ella, a pesar de que sus propios padres le consideraban un estorbo. De no ser por Cora Jane, por los trabajos que ella le había asignado para mantenerle ocupado y que no se metiera en problemas, su vida habría tomado una dirección muy distinta. Estaba en deuda con ella, de eso no había duda, y se consideraba afortunado porque ella no le había echado de su vida cuando Emily le había abandonado. Teniendo en cuenta la fuerte lealtad familiar que existía entre los Castle, no habría sido extraño que sucediera algo así.

Sí, verla y oírla alardear de sus tres nietas, incluyendo a la que había sido el amor de su vida, resultaba doloroso, pero eso tan solo era el precio que tenía que pagar a cambio de tenerla cerca. Cora Jane era como una especie de brújula moral, compasiva y carente de prejuicios, que a él le hacía mucha falta.

En cuanto detuvo el coche junto al restaurante, B.J. se bajó y echó a correr hacia el edificio.

–¡Alto ahí! –cuando el niño se detuvo a media carrera y se volvió a mirarlo, se le acercó y le puso una mano en el hombro–. ¿No te he dicho que ahora hay que ir con mucho cuidado? Fíjate en cómo está todo. Hay tablas de madera con clavos tiradas por todas partes, y el suelo está lleno de cristales. Tómate tu tiempo y presta atención.

La sonrisa traviesa con la que le miró su hijo le recordó tanto a Jenny, que Boone sintió una punzada de dolor en el corazón. Su difunta esposa había sido la mujer más dulce del mundo, y perderla por culpa de una infección descontrolada con resistencia a los antibióticos había sido devastador tanto para B.J. como para él.

El pequeño estaba recuperándose gracias a la capacidad de recuperación tan propia de los niños, pero él no sabía si iba a poder superar aquel dolor. Era consciente de que dicho dolor estaba teñido en parte por el sentimiento de culpa que le atenazaba por no haberla amado ni la mitad de lo que ella le había amado a él. ¿Cómo iba a poder hacerlo, si Emily Castle seguía siendo la dueña de parte de su corazón? Pero, al margen de sus sentimientos, estaba convencido de haber hecho todo lo posible por estar a la altura de las circunstancias. A Jenny nunca le había faltado de nada y él había sido un buen esposo y un padre abnegado; aun así, a veces, en la oscuridad de la noche, no podía evitar preguntarse si eso había bastado, y no ayudaba en nada el hecho de que los padres de Jenny le culparan de todo tipo de cosas, desde arruinarle la vida a su hija hasta contribuir a su muerte. No había duda de que estaban buscando cualquier excusa para poder arrebatarle a B.J., pero él no estaba dispuesto a permitírselo. ¡Iban a tener que pasar por encima de su cadáver!

En cuanto a todo lo demás… se dijo para sus adentros que eso ya era agua pasada, y respiró hondo antes de echar a andar hacia el restaurante tras su hijo. Cora Jane le había comentado que sus tres nietas iban a regresar para ayudar a limpiar los destrozos que había provocado la tormenta, así que estaba sobre aviso y se preparó para volver a ver a Emily después de tantos años, pero al entrar en el local tan solo vio a Gabriella mirando frenética a Cora Jane, que estaba subida de forma bastante precaria en el peldaño más alto de una escalera de mano. La pobre Gabi sujetaba dicha escalera con tanta fuerza, que tenía los nudillos blanquecinos.

–¿Se puede saber qué es lo que estás haciendo, Cora Jane? –le preguntó, exasperado. Le pasó un brazo por la cintura, la bajó de la escalera, y no la soltó hasta que vio que tenía los pies firmemente apoyados en el suelo.

Ella se volvió como una exhalación y le fulminó con la mirada.

–¿Qué es lo que estás haciendo tú, Boone Dorsett? –sus ojos marrones estaban llenos de indignación.

Boone le guiñó el ojo a Gabi, que no podía ocultar lo aliviada que estaba antes de contestar:

–Evitar que te rompas la cadera. Te dije hace mucho que yo me encargaba de arreglar las luces siempre que hiciera falta, y que si no podía se lo encargaría a Jerry o a tu encargado de mantenimiento, ¿no?

–Jerry no está aquí, y no encuentro por ninguna parte al de mantenimiento; además, ¿desde cuándo te necesito a ti para poner unas cuantas bombillas?

Se llevó las manos a las caderas y procuró amedrentarlo con la mirada, pero, teniendo en cuenta la diferencia de tamaño que había entre ambos, no logró ni de lejos el efecto amenazador que estaba claro que quería lograr.

–Al menos podrías haber dejado que se encargara Gabi –alegó él.

Dio la impresión de que ella intentaba contener una sonrisa al escuchar aquello, y evitó mirar a su nieta al admitir en voz baja:

–A la pobre le dan miedo las alturas, ha estado a punto de desmayarse con solo subir dos peldaños.

–Es verdad –admitió la aludida, ruborizada–. Ha sido humillante, sobre todo cuando ella ha subido la escalera como si nada.

Por suerte, B.J. eligió ese momento para agarrar a Cora Jane de la mano.

–Señora Cora Jane, ya ha vuelto la luz, ¿verdad?

Ella sonrió y le alborotó el pelo en un gesto afectuoso.

–Sí, volvió hace una media hora más o menos. A ver, deja que adivine… lo preguntas porque te gustaría que te preparara unas tortitas, ¿no?

Los ojos del niño se iluminaron.

–Sí, pero papá me ha dicho que no se lo pida, porque estamos aquí para ayudar.

–Bueno, como tu papá parece empeñado en ocuparse de las tareas más peligrosas, yo creo que voy a poder prepararle unas tortitas a mi cliente preferido. ¿Me echas una mano?

–¡Vale! Batiré la mantequilla como usted me enseñó la otra vez –le propuso el pequeño, mientras se alejaba con ella.

Boone les siguió con la mirada y le dijo a Gabi:

–No sé cuál de los dos va a provocarme mi primer ataque al corazón, pero lo más probable es que sea tu abuela.

Ella se echó a reír y admitió:

–Sí, tiene ese efecto en todos nosotros.

–Me comentó que tus hermanas y tú ibais a volver para ayudar a poner a punto este sitio.

Intentó aparentar indiferencia y ocultar el pánico que sentía con solo pensar en Emily, pero, a juzgar por la mirada que Gabi le lanzó, era obvio que no había logrado engañarla.

–Samantha acaba de llamarme –le dijo ella–. El vuelo de Emily aterrizó hace una hora más o menos, y se han parado a comprar un par de cosas. Em estaba en Aspen cuando la llamé, y la ropa que tenía a mano no es demasiado adecuada para limpiar.

–¿Estaba en Aspen? Viaja bastante, ¿no?

–Sí, su reputación como diseñadora de interiores subió como la espuma cuando la renovación que hizo para una actriz salió publicada en una revista. Ahora trabaja con un montón de casas de famosos en Beverly Hills y Malibú. El año pasado renovó la villa de no sé quién en Italia, y me parece que ha ido a Aspen para echarle un vistazo a la casa que un amigo de uno de sus clientes habituales quería transformar en un hotel de montaña.

–Suena glamuroso –comentó, mientras por dentro se le hacía un nudo en el estómago.

Eso era lo que Emily había deseado desde siempre, ¿no? Disfrutar de la buena vida rodeada de gente famosa. Algunos de sus antiguos amigos la consideraban superficial y frívola, pero él sabía que, en realidad, ella había estado intentando llenar el vacío que sentía en el alma con las cosas que creía que no podía conseguir con la vida sencilla que tenía en Carolina del Norte.

Se preguntó si Emily seguía pensando que el mundo era fascinante, si con alguno de esos famosos había logrado entablar una amistad verdadera más allá de una relación puramente profesional. Él había aprendido tiempo atrás que era mucho mejor tener unas pocas personas con las que se podía contar que mil conocidos. La gente que había estado a su lado durante la enfermedad de Jenny, y que después había seguido apoyándole cuando había enviudado, le había enseñado el verdadero significado de la amistad.

–Será mejor que vaya a ver lo que está haciendo la abuela –le dijo Gabi. Echó a andar hacia la cocina, pero se detuvo de repente y volvió a acercarse a él–. Lo siento, Boone.

Él frunció el ceño al verla tan seria y le preguntó, desconcertado:

–¿El qué?

–Lo que te pasó con Emily. Ella no quería hacerte daño, lo que pasa es que había una serie de cosas que necesitaba llevar a cabo. Creo que tenía la intención de volver, pero tú te casaste con Jenny, y… en fin, ya sabes cómo fue todo después de eso.

Boone asintió. Agradecía sus buenas intenciones al decirle aquello, pero quiso dejarle claro que no hacían falta explicaciones.

–Acepté la decisión de tu hermana hace mucho, Gabi. Una cosita: yo creo que ella nunca tuvo intención de volver, por eso seguí adelante con mi vida.

Gabi lanzó una mirada hacia la cocina y asintió.

–Nadie te culpa por eso, y B.J. es un crío genial.

–Sí, el mejor, aunque supongo que no gracias a mí. Jenny era una madre fantástica y me parece que la influencia de tu abuela también le ha ayudado mucho, igual que me ayudó a mí.

–No te infravalores –le dijo ella, antes de ir a la cocina.

Boone la siguió con la mirada y suspiró al verla entrar en la cocina. Se preguntó por qué todas las mujeres de aquella familia le consideraban un tipo con valía… menos la que le había robado el corazón años atrás.

 

 

Emily se había preparado para volver a ver a Boone, estaba mentalizada… bueno, eso era lo que pensaba ella, porque verle subido a una escalera, vestido con unos vaqueros desgastados que moldeaban a la perfección su magnífico trasero y con una ajustada camiseta descolorida que enfatizaba su ancho pecho y sus imponentes bíceps, bastó para darle palpitaciones. Él llevaba puesta una gorra de béisbol que ocultaba en parte su rostro, pero estaba convencida de que la mandíbula de granito, los ojos oscuros como el ónice y los hoyuelos eran los mismos de siempre.

Siempre le había parecido increíble que un hombre pudiera ser puro fuego en un momento dado, pasar a parecer tan frío como el Polo Norte en un abrir y cerrar de ojos, y después dar media vuelta y sonreír como un niñito al que acababan de pillar haciendo una travesura. Boone Dorsett siempre le había parecido un poco contradictorio.

Mientras ella permanecía allí como un pasmarote, mirándole embobada, Samantha entró en el restaurante y exclamó:

–¡Hola, Boone!

Él giró la cabeza tan rápido que habría perdido el equilibrio si Emily no hubiera agarrado la escalera de forma instintiva para mantenerla en pie.

–Hola, Samantha –saludó él, muy serio, antes de mirarla a ella–. Emily.

La fastidió que no hubiera ni la más mínima diferencia en cómo pronunció su nombre, nada que indicara que ella era más especial que su hermana, nada que revelara que en el pasado la enloquecía con sus manos y con aquella seductora boca siempre que lograban escabullirse para estar solos. A ver, lo normal habría sido que usara un tono de voz un poco más íntimo al llamarla por su nombre, ¿no?

Tuvo que recordarse a sí misma que todo aquello había quedado en el pasado, que él era un hombre casado que pertenecía a otra mujer.

–¿Qué haces aquí, Boone? –le preguntó con irritación.

–¿No es obvio? –le contestó él, mostrando la bombilla que tenía en la mano.

–Me refiero a qué estás haciendo aquí, ayudando a mi abuela en vez de ocuparte de tus propios asuntos.

Sabía que estaba siendo grosera y desagradecida, pero era incapaz de contenerse. Aunque las reglas habían cambiado, daba la impresión de que sus sentimientos por aquel hombre seguían siendo los mismos, y eso la había tomado desprevenida. A lo largo de aquellos años no había sentido por nadie la atracción que Boone Dorsett seguía ejerciendo sobre ella, y eso que él estaba subido a una escalera y ni siquiera la había tocado. Era un descubrimiento perturbador, porque hasta ese momento había estado convencida de que la amargura que había sentido cuando él la había traicionado había conseguido eliminar para siempre todos esos viejos sentimientos.

–Mira, cielo, ya sé que te marchaste hace mucho, pero aquí nos ayudamos los unos a los otros cuando hay una crisis, y yo diría que este último huracán cumple los requisitos; ah, por cierto, tu abuela está en la cocina. Seguro que está deseando verte –se volvió sin más, y retomó lo que estaba haciendo.

Emily se quedó mirándolo boquiabierta. Cuando se volvió a mirar a Samantha y la vio sonriendo de oreja a oreja como si acabara de ver la escena de una absurda comedia romántica, echó a andar hacia la cocina con paso airado y masculló en voz baja:

–Cierra el pico.

Su hermana la siguió hasta la cocina y le dijo, sin dejar de sonreír:

–No he dicho ni una palabra, pero, por si te interesa mi opinión, te diré que eso ha sido súper ardiente.

Emily la miró desconcertada.

–¿Estás loca?, el tipo acaba de echarme como si yo fuera un mosquito fastidioso o algo así.

–Saltaban chispas. Yo creo que lo vuestro no ha terminado ni mucho menos.

–Está casado.

La sonrisa de su hermana se ensanchó aún más.

–¿No te ha contado nadie que perdió a su mujer?

–¿Qué pasó?, ¿se la dejó olvidada en el Gran Pantano Tenebroso? –contestó ella con sarcasmo.

Samantha se puso seria, y en su voz no quedaba ni rastro de diversión cuando contestó.

–No, hermanita. Jenny murió hace poco más de un año.

Emily se detuvo en seco justo en la entrada de la cocina y la miró horrorizada mientras la asaltaban de repente una maraña de emociones imposible de desenredar: tristeza por Jenny, que había sido una buena persona; dolor por Boone y por su hijo, que debían de haberse quedado destrozados; y un relampagazo de alivio completamente inapropiado e inesperado seguido de inmediato por un intenso pánico. Descubrir que no era inmune a aquel hombre sabiendo que él estaba fuera de su alcance era muy distinto a darse cuenta de que estaba disponible. ¿Por qué había tenido que enterarse de eso? ¡No tendría que haberse enterado de eso!

Lo último que necesitaba en su vida, una vida muy ajetreada y con una agenda de lo más apretada, era sentir algo por Boone Dorsett, el hombre al que había dejado atrás de forma más que deliberada.

 

 

La mirada de Cora Jane se posó de inmediato en Emily al verla entrar junto a Samantha en la cocina. Le bastó con ese somero vistazo para darse cuenta de que su nieta estaba demasiado delgada y tenía el rostro demacrado, así que no dudó en evaluar que seguro que había estado trabajando demasiado duro y que no se tomaba el tiempo necesario para cuidarse.

El rápido vistazo le bastó también para ver el rubor que le teñía las mejillas y el brillo que había en sus ojos, y, como estaba convencida de que ambos se debían a Boone, se apresuró a girarse para que sus nietas no vieran la sonrisa de satisfacción que no podía contener. Le habría encantado haber presenciado el primer encuentro de la pareja después de tanto tiempo, pero con ver la cara de Emily le bastaba para saber que sus esperanzas se habían cumplido y todo había ido de maravilla.

–Cariño, hacía mucho que no venías a casa –le dijo, antes de abrir los brazos.

Emily se acercó a darle un fuerte abrazo.

–Ya lo sé, lo siento. Siempre estoy pensando en venir, pero el tiempo vuela.

–Ahora ya estás aquí, eso es lo que importa –Cora Jane miró a Samantha, Gabi y B.J., que estaban sentados alrededor de la mesa, y sus ojos se empañaron de lágrimas–. Estáis las tres. No sabéis lo que significa para mí que lo hayáis dejado todo a un lado para venir hasta aquí.

–¿Por qué te extrañas? –le dijo Emily–. Esa es una lección que tú misma intentaste inculcarnos, ¿no? Que uno siempre tiene que apoyar a su familia. A ver, ¿se puede saber qué estás haciendo aquí, cocinando? A juzgar por cómo está el comedor, tendríamos que estar todas fregando el suelo de rodillas.

–Está haciéndome tortitas –le explicó B.J.

Cora Jane vio el momento en que su nieta se dio cuenta de quién era el niño. El pequeño era la viva imagen de Boone, así que estaba claro que era su hijo. El rostro de Emily reflejó por un instante lo impactada que estaba, pero logró sonreír y dijo, con voz suave pero un poco trémula:

–¿Quién es este caballero que ha conseguido que mi abuela le haga tortitas?

–Soy B.J. Dorsett –le contestó el niño, muy formal–. Boone es mi papá y yo ayudo mucho aquí. ¿Verdad que sí, señora Cora Jane?

–B.J. es el mejor ayudante del mundo, y lo de las tortitas me ha parecido muy buena idea. A todos nos vendrá bien un buen desayuno antes de empezar a adecentar este sitio.

–Apuesto a que la has convencido de que te las haga con forma de Mickey Mouse.

Al niño se le iluminaron los ojos al oír el comentario de Emily, y le contestó sonriente:

–¡Sí, son mis preferidas!

–Las mías también, desde siempre.

–¿Cómo es que no te había visto nunca por aquí? –le preguntó el pequeño, perplejo–. Gabi viene a veces, pero Samantha y tú no habíais venido nunca.

–Es que vivimos muy lejos –intentó justificarse ella, ruborizada–. Samantha vive en Nueva York, es actriz y siempre está muy ocupada.

B.J. miró a Samantha con los ojos como platos, y se quedó boquiabierto al reconocerla.

–¡Te he visto en la tele! Eres la mamá en el anuncio de mis cereales preferidos –alzó el puño en un gesto victorioso antes de añadir–: ¡Lo sabía! ¡Qué pasada! ¿Dónde más has salido?

–En un montón de cosas que seguro que no habrás visto –le contestó Samantha–. En un par de obras de teatro de Broadway, una telenovela, y varios anuncios más.

B.J. estaba tan entusiasmado que empezó a dar saltitos en la silla.

–¡Ya verás cuando se lo cuente a mis amigos del cole! Señora Cora Jane, ¿lo sabe mi papá? ¡Voy a contárselo!

–Espera un momento, tu desayuno está listo –le dijo ella, consciente de que Emily parecía un poco molesta al ver el entusiasmo del niño al conocer a una actriz famosa. Estaba claro que la rivalidad que siempre había existido entre sus dos nietas seguía vigente.

Después de poner platos con tortitas, huevos y beicon delante de todos y de servir más café, se sentó a la mesa y le comentó a B.J. que Emily había trabajado para varias estrellas de cine, con lo que logró que el niño centrara de inmediato toda su atención en dicha nieta.

–¡Ostras! ¿a qué te dedicas?, ¿con quién has trabajado? ¿Conoces a Johnny Depp?

Cora Jane era consciente de que a Emily no le gustaba hablar de sus clientes famosos, pero sabía que tenía que lograr que su nieta volviera a ser el centro de atención en ese momento. Un niño podía ser muy voluble con sus afectos y, por muy ridículo que pudiera parecer, estaba convencida de que B.J. podía ser la clave para que Emily y Boone se reconciliaran. Al niño le hacía falta una madre. Sí, Boone estaba esforzándose al máximo y no estaría de acuerdo con ella en eso, pero durante aquella hora había visto cómo respondía B.J. al ser el centro de atención de sus nietas.

A lo largo de los años, había tenido la suerte de que las tres niñas pasaran con ella casi todos los veranos, y habían estado más unidas que muchos otros abuelos con sus nietos. A lo mejor eso se debía en parte a que no se había entrometido demasiado en sus vidas. Les había dado consejos y algún que otro empujoncito en la dirección correcta cuando había sido necesario, claro, pero por regla general había dejado que ellas cometieran sus propios errores y tomaran sus propias decisiones.

El problema radicaba en que, a esas alturas de la vida, ninguna de las tres parecía interesada en echar raíces. Todas tenían logros profesionales de los que enorgullecerse, pero ninguna de ellas tenía una vida; al menos, lo que ella consideraba que era una vida de verdad.

Las cosas tenían que cambiar. Ninguna de sus tres nietas se había criado en Sand Castle Bay, pero el tiempo que habían pasado allí les daba derecho a considerar que aquel lugar era su hogar.

Se limitó a observar en silencio mientras B.J. bombardeaba a Emily con un sinfín de preguntas sobre Hollywood, preguntas a las que su nieta fue contestando con paciencia y una sonrisa en los labios.

–¿Y en Disneyland?, ¿has estado allí? ¡Apuesto a que has ido mil veces!

Emily se echó a reír.

–Siento decepcionarte, pero no he ido nunca.

El niño la miró atónito.

–¿Nunca?

–No.

–¡Pues puedes venir con papá y conmigo! –exclamó él con entusiasmo–. Él me prometió que me llevaría, y nunca rompe sus promesas.

Emily puso cara de desconcierto, como si no supiera cómo contestar ante semejante sugerencia, y al final dijo:

–Seguro que lo pasaréis muy bien los dos.

–¡Tú también puedes venir! ¡Voy a decírselo a papá!

Cora Jane y sus nietas sonrieron al verle salir de la cocina a toda velocidad.

–Me parece que has hecho una conquista –comentó Gabi.

–De tal palo tal astilla –apostilló Samantha.

–¡Dejadlo ya! –protestó Emily, ruborizada–. Está en esa edad en la que se quiere a todo el mundo.

–¿Tienes mucha experiencia con niños de ocho años? –le preguntó Gabi en tono de broma.

–No, pero me parece una obviedad. Estaba charlando muy animado con la abuela y contigo antes de que llegáramos Samantha y yo, aquí se siente cómodo.

Gabi se puso seria al advertirle:

–Ten cuidado con él, Em. Ha sufrido mucho.

–¿A qué viene eso? Voy a estar aquí un par de días, no va a tener tiempo de encariñarse conmigo.

–Solo te pido que tengas cuidado. Es posible que él no entienda que tú acabarás por marcharte.

–Me parece de lo más dulce lo bien que le habéis caído las tres de buenas a primeras –comentó Cora Jane–. Le vendrá bien contar con algo de influencia femenina.

Emily soltó una carcajada antes de preguntar:

–¿Crees que Boone no es capaz de inculcarle buenos modales?

–Boone es capaz de eso y de mucho más. Yo lo que digo es que eso no es lo mismo que contar con el toque de una madre, nada más.

Emily la miró con suspicacia.

–Abuela, no te habrás hecho ilusiones pensando que Boone y yo podríamos retomar nuestra relación, ¿verdad? Porque eso es imposible, mi vida está en California.

–Sí, vaya vida –murmuró Cora Jane.

Emily la miró ceñuda.

–¿Qué significa eso? Mi vida es fantástica. Gano un montón de dinero, y soy una profesional respetada en mi campo.

–¿Ah, sí? ¿Y con quién compartes ese éxito?, ¿a quién tienes a tu lado? ¡A nadie! A menos que haya alguien especial, y no te hayas molestado en hablarnos de él –miró a sus otras dos nietas, y les preguntó con firmeza–: ¿Alguna de vosotras la ha oído hablar de alguien?

–Muchas mujeres tienen una vida feliz y plena sin un hombre –protestó Emily, antes de volverse hacia sus hermanas–. ¿A que sí?

–Bueno, los hombres tienen alguna que otra utilidad –comentó Gabi, sonriente.

–En eso tienes razón, hermanita –afirmó Samantha.

Emily las miró indignada.

–Gracias por el apoyo, ¡esperad a que empiece a sermonearos a vosotras!

–Eso no va a pasar, porque nuestras vidas son perfectas –alegó Gabi, antes de ponerse en pie y de posar la mano sobre el hombro de su abuela.

Cora Jane alzó la mirada hacia ella y se limitó a decir:

–Bueno, ahora que lo mencionas…

Dejó la frase inacabada ex profeso, pero el significado implícito en sus palabras estaba claro y seguro que les daría que pensar a las tres. Tenía planes para cada una de sus nietas y, Dios mediante, se le había concedido una oportunidad inesperada y perfecta para llevarlos a cabo.

 

Capítulo 3

 

 

Boone se había quedado impactado al ver a Emily, eso estaba claro. Le temblaba la mano mientras reemplazaba las bombillas dañadas, tanto las que se habían fundido con el apagón como las que se habían roto cuando la tormenta había arrancado la protección de una de las ventanas delanteras.

En teoría, se suponía que la había olvidado. Eso era lo que le había dicho a Gabriella escasos minutos antes de que Emily entrara por la puerta y le pillara desprevenido, ¿no? Sí, eso era lo que él mismo había dicho… y lo había dicho convencido de que era la pura verdad, ¿no? No estaba dispuesto a permitir que aquella mujer pisoteara sus sentimientos por segunda vez, sobre todo teniendo en cuenta que tenía que pensar en su hijo.

Había tenido unas cuantas citas tras la muerte de Jenny, pero siempre había procurado dejar a B.J. al margen. Su propia madre había hecho desfilar por su vida a media docena de hombres antes de decidirse por el que había reemplazado a su padre, así que conocía de primera mano los peligros que conllevaba permitir que un niño se encariñara demasiado con alguien que al final iba a marcharse.

Por desgracia, eso no parecía factible con Emily, ya que en ese mismo momento B.J. y ella parecían estar pasándoselo de maravilla en la cocina junto con las demás integrantes de la familia Castle. Seguro que entre el niño y ella ya estaba creándose un vínculo afectivo, y que Cora Jane estaba contribuyendo a que así fuera.

Su hijo salió de la cocina justo entonces. Tenía la cara pringada de sirope de arce, sus ojos brillaban de entusiasmo, y el comentario que brotó de sus labios no hizo sino confirmar sus sospechas.

–¡Papá, Emily conoce a estrellas de cine!

–¿Ah, sí? –aunque fingió indiferencia, una perversa parte de su ser estaba deseando saber hasta el último detalle.

–¡Sí, ha estado en sus casas y todo! Habló una vez con Johnny Depp, ¿a que es genial?

Boone vaciló, no sabía cuál era la respuesta apropiada en ese momento. Se preguntó si debía mostrar un entusiasmo ficticio y explicar que un famoso era una persona como cualquier otra, o si era mejor dejarlo pasar y aceptar que Emily había impresionado a su hijo con un estilo de vida que él no podía igualar.

–Oye, papá, ¿por qué no me habías dicho nunca que conocías a una famosa?

–No sé si Emily es famosa por el mero hecho de trabajar con estrellas de cine…

–No, ella no, Samantha –le corrigió el niño con impaciencia–. Sale en las telenovelas esas que dan por la tele, y estuvo en una obra de teatro de Broadway. Ah, y también salió en un anuncio de los cereales que me gustan… ¿Te acuerdas?, ella hacía de madre. Yo no la he reconocido al principio porque es más guapa en persona.

Boone solo se acordaba de que, cada vez que había visto a Samantha en un anuncio, había pensado en Emily, así que por lealtad a Jenny se había esforzado por borrar de su mente todos esos recuerdos.

–¡Ven a la cocina!, ¡están contando unas historias geniales! –le dijo su hijo.

–Hemos venido a ayudar a limpiar a la señora Cora Jane.

–Ya, pero ella también está en la cocina. Me parece que está contenta por tener aquí a sus nietas.

Boone sabía que el niño tenía razón en eso, porque había visto la melancolía que aparecía en los ojos de Cora Jane al hablar de ellas. Sí, alardeaba con orgullo de los logros de las tres, pero había en su voz una tristeza que no podía ocultar, al menos ante él. No había duda de que estaba entusiasmada al ver que un huracán las había llevado de vuelta a casa.

Lástima que ninguna de las tres apareciera por allí cuando no había problema alguno.

B.J. le agarró de la mano y tiró de él, así que no tuvo más remedio que acompañarle a la cocina.

–¿Sabes qué? Emily no ha ido nunca a Disneyland, así que yo le he dicho que puede venir con nosotros cuando vayamos a California. Sí que puede, ¿verdad?

Boone se paró en seco. Las cosas estaban yendo demasiado deprisa. Se agachó y miró a su hijo a los ojos al advertirle:

–Emily está aquí de visita.

–Sí, ya lo sé, por eso le he dicho que nosotros iremos a verla –lo dijo como si fuera lo más razonable del mundo.

–Hijo, no cuentes con Emily para nada. ¿De acuerdo?

Estaba claro que el niño no entendió la advertencia.

–¿Y qué pasa con Disneyland, papá? Tú me prometiste que iríamos, ¿por qué no puede venir ella con nosotros?

Boone contó hasta diez. B.J. no tenía la culpa de que aquella conversación estuviera enloqueciéndole.

–Te prometí que te llevaría al Disney World de Florida, para aprovechar y poder ir a ver a tus abuelos.