Tómame: La trilogía Atrápame: tercer libro - Anna Zaires - E-Book

Tómame: La trilogía Atrápame: tercer libro E-Book

Anna Zaires

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Beschreibung

Puede que Yulia haya escapado, no está a salvo. El peligro que conlleva mi trabajo me tiene muy ocupado, pero vivo para perseguirla. Y cuando la encuentre, ya no volverá a escapar.

Haré lo que sea para retenerla.

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Tómame

La trilogía Atrápame: tercer libro

Anna Zaires

♠ Mozaika Publications ♠

Índice

I. La Huida

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

II. La Pista

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

III. El Cuidador

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

IV. El Nuevo Cautiverio

Capítulo 41

Capítulo 42

Capítulo 43

Capítulo 44

Capítulo 45

Capítulo 46

Capítulo 47

Capítulo 48

Capítulo 49

Capítulo 50

Epílogo extra: Nora y Julian

Extracto de Secuestrada

Extracto de Contactos Peligrosos

Sobre la autora

Este libro es una obra de ficción. Los nombres, personajes, y situaciones narrados son producto de la imaginación del autor o están utilizados de forma ficticia y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, establecimientos comerciales, acontecimientos o lugares es pura coincidencia.

Copyright © 2019 Anna Zaires

www.annazaires.com/book-series/espanol

Traducción de Scheherezade Surià

Todos los derechos reservados.

Salvo para su uso en reseñas, queda expresamente prohibida la reproducción, distribución o difusión total o parcial de este libro por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, sin contar con la autorización expresa de los titulares del copyright.

Publicado por Mozaika Publications, una marca de Mozaika LLC.

www.mozaikallc.com

Portada de Najla Qamber Designs

www.najlaqamberdesigns.com

ISBN: 978-1-63142-486-1

Print ISBN: 978-1-63142-487-8

I

La Huida

1

Lucas

—Repítelo otra vez. —Cojo el teléfono con más fuerza, casi aplastándolo, mientras mi incredulidad se transforma en una furia descontrolada—. ¿Qué diablos quieres decir con que se ha escapado?

—No sé cómo ha pasado. —El tono de Eduardo es serio—. Fuimos a tu casa hace media hora y no estaba. Encontramos las esposas en el suelo de la biblioteca y había cortado las cuerdas con algo pequeño y afilado. Hemos hecho que los guardias recorran cada centímetro de la selva y han encontrado a Sánchez inconsciente en la frontera norte. Tiene una grave conmoción cerebral, pero hemos conseguido que se despertara hace unos minutos. Dice que se la encontró en el bosque, pero que lo sorprendió y lo dejó inconsciente. Eso fue hace más de tres horas. Estamos recibiendo los vídeos de los drones, aunque no pinta bien.

Mi rabia aumenta con cada frase que dice el guardia.

—¿Cómo ha conseguido tener en sus manos «algo pequeño y afilado»? ¿O abrir las putas esposas? Se suponía que Diego y tú la vigilaríais en todo momento…

—Lo hicimos. —Eduardo parece desconcertado—. Le revisamos los bolsillos después de cada comida, como nos dijiste, e inspeccionamos varias veces el baño, el único lugar donde ha estado sola y desatada. Allí no había nada que haya podido usar. Debe haber ocultado las herramientas de alguna manera, pero no sé cómo ni cuándo. Tal vez las tuviera ya antes, o tal vez…

—Está bien, supongamos que no la habéis cagado del todo. —Tomo aire para controlar la ira que me estalla en el pecho. Lo importante ahora es obtener respuestas y averiguar dónde están los agujeros en nuestra seguridad. En un tono más tranquilo, digo—: ¿Cómo pudo haber salido sin que se activaran las alarmas o sin que la detectaran desde cualquiera de las torres de vigilancia? Tenemos ojos en cada centímetro de esa frontera.

Se produce un silencio prolongado. Entonces Eduardo dice en voz baja:

—No sé por qué no se activó ninguna de las alarmas de seguridad, pero es posible que haya un par de horas en las que no hayamos vigilado la frontera desde todas las posiciones.

—¿Qué? —No puedo contener la ira esta vez—. ¿Qué cojones quieres decir con eso?

—La hemos jodido, Kent, pero te juro que no teníamos idea de que el programa de seguridad dejaría pasar algo por alto. —El joven guardia habla precipitadamente, como si estuviera ansioso por soltar las palabras—. Era solo una jugada de póker amistosa; no sabíamos que el ordenador no...

—¿Una jugada de póker? —Mi voz se vuelve muy tranquila—. ¿Estabais jugando al póker mientras estabais de servicio?

—Lo sé. —Eduardo suena arrepentido de verdad—. Fue estúpido e irresponsable y estoy seguro de que Esguerra nos dará una paliza. Solo pensamos que, con tanta tecnología, no sería un gran problema. Solo una manera de escapar del bochorno de la tarde por un par de horas, ya sabes.

Si pudiera traspasar el teléfono y aplastarle la tráquea a Eduardo, lo haría.

—No, no lo sé —mascullo—. ¿Por qué no me lo explicas todo bien y despacio? O, mejor aún, pon a Diego al teléfono para que pueda hacerlo él.

Hay otro momento de silencio. Luego, escucho a Diego contestar:

—Lucas, escucha, tío... Ni siquiera sé qué decir. —La voz generalmente optimista del guardia está cargada de culpa—. No sé por qué decidió pasar por esa torre, pero estoy viendo las imágenes de los drones y es justo lo que ha hecho. Ha pasado por delante de nosotros, en dirección oeste, y, luego, ha subido al puente. Es como si supiera adónde tenía que ir y cuándo. —Se percibe una nota de incredulidad en su voz—. Como si supiera que estaríamos distraídos.

Me pellizco el puente de la nariz. «Mierda». Si lo que dice es verdad, la huida de Yulia no es solo cuestión de suerte.

Alguien le ha dado a mi prisionera detalles claves sobre la seguridad, una persona íntimamente familiarizada con el horario de los guardias.

—¿Con quién se ha puesto en contacto? —Lo más lógico sería pensar que el traidor fuera Diego o Eduardo, pero conozco bien a esos dos, y ambos son demasiado leales e inteligentes para este tipo de traición—. ¿Alguien ha hablado con ella además de vosotros dos?

—No. Al menos no hemos visto a nadie. —La voz de Diego se endurece cuando capta mi sospecha—. Pero, por supuesto, ha estado sola durante gran parte del día, por lo que alguien podría haber ido a tu casa cuando no estábamos allí.

—Cierto. —Mierda, el traidor podría incluso haberse acercado a Yulia antes de venirme a Chicago—. Quiero que reúnas imágenes de los drones sobre cualquier actividad alrededor de mi casa en las últimas dos semanas. Si alguien ha puesto un pie en el porche, quiero saberlo.

—Hecho.

—Bueno. Ahora ve y rastrea a Yulia. No puede haber llegado muy lejos.

Diego cuelga, claramente ansioso por remediar su error y el de Eduardo, y meto el teléfono en el bolsillo, forzando los dedos para cogerlo con más suavidad.

La atraparán y la traerán de vuelta.

Tengo que creer en eso o no podré trabajar esta tarde.

Mientras espero noticias de Diego, hago las rondas con los guardias, asegurándome de que todos estén en su puesto en la nueva casa de vacaciones de Esguerra en Chicago. La mansión se encuentra en la rica urbanización privada de Palos Park y está bien situada desde el punto de vista de la seguridad, pero tengo que revisar las cámaras recién instaladas en busca de puntos ciegos y confirmar los horarios de patrullaje con los guardias. Lo hago porque es mi trabajo, pero también porque necesito algo para alejar mi mente de Yulia y la ira sofocante del pecho.

Ha huido. En el momento en que me fui, corrió hacia su amante, hacia ese tal Misha, cuya vida me rogó que perdonara.

Ha huido a pesar de que hace menos de dos días me dijo que me amaba.

La furia que me recorre al pensarlo es poderosa e irracional. Ni siquiera sé si las palabras de Yulia iban dirigidas a mí; las murmuró mientras estaba medio dormida y no tuve la oportunidad de averiguarlo. Sin embargo, la posibilidad de que me amara me mantuvo dando vueltas la noche antes de mi partida.

Por primera vez en mi vida, sentí que estaba cerca de algo… Cerca de alguien.

«Te quiero. Soy tuya».

Qué puta mentirosa. Se me contrae el pecho al recordar los intentos de Yulia de manipularme, de adularme para que así aceptara salvar la vida de su amante. Desde el principio, solo he sido un medio para lograr un fin. Se acostó conmigo en Moscú para obtener información e hizo el papel de cautiva obediente para facilitar su fuga.

Ni el tiempo que pasamos juntos ni mi persona significaron nada para Yulia.

El zumbido del teléfono en el bolsillo interrumpe mis amargos pensamientos. Al cogerlo, veo el número cifrado de la red privada de las instalaciones.

—¿Sí?

—Tenemos un problema. —La voz de Diego suena entrecortada—. Parece que tu chica cronometró su fuga a la perfección en varios aspectos. Esta tarde ha habido una entrega de comestibles en las instalaciones y la policía de Miraflores acaba de encontrar al conductor caminando por un lado de la carretera, a pocos kilómetros de la ciudad. Al parecer, recogió a una preciosa autoestopista estadounidense justo al norte de nuestro complejo. No tenía ni idea de que fuera algo más que una turista perdida hasta que sacó un cuchillo y lo hizo salir de la camioneta. Eso fue hace más de una hora.

—¡Joder! —Si Yulia tiene transporte, sus posibilidades de eludirnos aumentan exponencialmente—. Busca en todo Miraflores y encuentra esa furgoneta. Pídele ayuda a la policía local.

—Ya estamos manos a la obra. Te mantendré informado.

Cuelgo y vuelvo a la casa. Los suegros de Esguerra ya están entrando por el camino de acceso para cenar con mi jefe y su esposa, y es probable que Esguerra no esté de humor para que se le moleste en este momento. Aun así, tengo que hacerle saber lo que ha pasado, por lo que le mando un correo electrónico de una sola línea:

«Yulia Tzakova se ha escapado».

2

Yulia

Tan pronto como estoy en la frontera de la ciudad de Miraflores, entro en una gasolinera y le pregunto al empleado si puedo usar el teléfono fijo de la pequeña tienda. Entiende inglés lo suficiente para dejarme hacerlo y marco el número de emergencia que todos los agentes de la UUR hemos memorizado. Mientras espero que la llamada se conecte, observo la puerta, con las palmas de las manos resbaladizas por el sudor.

A estas alturas, Diego y Eduardo ya deben saber que he desaparecido, lo que significa que los guardias de Esguerra me están buscando. Me sentí mal amenazando al conductor de la furgoneta y forzándolo a salir del coche…, pero necesitaba el vehículo. Tal y como están las cosas, no tengo mucho tiempo antes de que los hombres de Esguerra sigan mi rastro hasta aquí, si es que no lo han hecho ya.

—Allo. —El saludo ruso, pronunciado por una voz suave y femenina, me devuelve la atención al teléfono.

—Soy Yulia Tzakova —le digo, dando mi identidad actual. Al igual que la operadora, estoy hablando ruso—. Estoy en Miraflores, Colombia, y necesito hablar con Vasiliy Obenko de inmediato.

—¿Código?

Recito un conjunto de números y, luego, respondo las preguntas de la operadora diseñadas para verificar mi identidad.

—Por favor, espere —dice y hay un momento de silencio antes de que escuche el clic que indica una nueva conexión.

—¿Yulia? —La voz de Obenko rezuma incredulidad—. ¿Estás viva? El informe de los rusos decía que habías muerto en la cárcel. ¿Cómo has…?

—El informe era falso. Los hombres de Esguerra me retuvieron. —Mantengo la voz baja, consciente de que el empleado está mirándome con creciente recelo. Le he dicho que soy una turista estadounidense y que hable en ruso, sin duda, le crea confusión—. Escucha, estás en peligro. Todos los que están conectados a la UUR están en peligro. Necesitas desaparecer y hacer desaparecer a Misha...

—¿Esguerra te retuvo? —Obenko parece horrorizado—. Entonces ¿cómo es que estás…?

—No hay tiempo para explicaciones. He escapado de sus instalaciones, pero me están buscando. Tenéis que desaparecer tú y toda tu familia. Y Misha. Van a ir a por vosotros.

—¿Te han hecho confesar?

—Sí. —El autodesprecio se me transforma en un nudo grueso en la garganta, pero mantengo la voz calmada—. No conocen tu ubicación actual, pero tienen las iniciales de la agencia y el nombre real de un exagente. Es solo cuestión de tiempo que den contigo.

—¡Joder! —Obenko se queda en silencio un momento y luego dice—: Necesitamos sacarte de ahí antes de que vuelvan a capturarte. —Antes de que tengan la oportunidad de sacarme más información, quiere decir.

—Sí. —El empleado está escribiendo algo en el móvil mientras me mira y entiendo que necesito darme prisa—. Tengo un coche, pero necesitaré ayuda para salir del país.

—Vale. ¿Puedes acercarte a Bogotá? Es posible que podamos pedirle algunos favores al gobierno venezolano y pasarte de incognito a través de la frontera.

—Creo que sí. —El empleado baja el teléfono y se dirige hacia mí, así que le digo a toda velocidad—: Ya me voy. —Y cuelgo.

El empleado está casi a mi lado, con la frente fruncida, pero me apresuro a salir de la tienda antes de que pueda atraparme. Me subo a la furgoneta, cierro la puerta a mis espaldas y enciendo el motor. El empleado viene corriendo detrás de mí, pero ya estoy saliendo del aparcamiento con un chirrido de neumáticos.

Cuando vuelvo a la carretera, evalúo la situación. Solo queda un cuarto de gasolina en el tanque de la furgoneta y el empleado probablemente haya informado a las autoridades sobre mí, lo que significa que la furgoneta me ha puesto en riesgo antes de lo que esperaba.

Necesitaré un transporte diferente si quiero salir de Miraflores.

Me martillea el corazón cuando piso el acelerador, llevando la vieja furgoneta al límite mientras vigilo la carretera. Un kilómetro, un kilómetro y medio, dos kilómetros… Mi ansiedad se intensifica con cada minuto que transcurre. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que los hombres de Esguerra escuchen algo de una extraña rubia en la gasolinera? ¿Cuánto falta para que empiecen a buscar la furgoneta vía satélite? En este momento, no me debe quedar más de media hora.

Por fin, después de otro kilómetro, lo veo: una pequeña carretera sin pavimentar que parece conducir a alguna granja. Rezando para que mi corazonada sea cierta, la cojo y dejo la carretera principal.

Un par de cientos de metros más allá, veo un cobertizo. Está a una docena de metros a la derecha y, detrás, hay una zona boscosa hacia la que me dirijo. Aparco la furgoneta tras el cobertizo, escondiéndola bajo los árboles. Si tengo suerte, pasará algún tiempo hasta que la vean.

Ahora necesito encontrar otro vehículo.

Dejo el cobertizo y camino hasta que llego a un granero con un viejo y machacado tractor enfrente. No veo a nadie así que me acerco al granero y me asomo.

Bingo.

Dentro hay una pequeña camioneta. Parece vieja y oxidada, pero sus ventanas están limpias. Alguien la usa regularmente.

Aguantando la respiración, me meto en el granero y me acerco a la camioneta. Lo primero que hago es buscar llaves en los estantes cercanos. A veces las personas son lo bastante estúpidas como para dejarlas al lado del vehículo.

Para mi desgracia, este agricultor en particular no parece ser estúpido. Las llaves no están por ningún lado. Bueno… Echo un vistazo alrededor y veo una piedra que sujeta un trozo de lona. La cojo y la uso para romper la ventana de la camioneta. Es una solución de fuerza bruta, pero es más rápido que intentar desbloquear las cerraduras.

Ahora viene la parte difícil.

Tras abrir la puerta del conductor, me subo al asiento y quito, debajo del volante, la tapa de la caja de arranque. Luego, estudio la maraña de cables, esperando recordar lo suficiente para no cargarme el vehículo o electrocutarme. Aprendimos a hacer un puente durante el entrenamiento, pero nunca he tenido que hacerlo en la vida real y no tengo ni idea de si funcionará. Cada coche es diferente; no hay un sistema universal de colores para los cables y los más viejos, como esta camioneta, son particularmente difíciles. Si tuviera alguna otra opción, no me arriesgaría, pero es mi mejor apuesta en este momento.

Allá vamos. Estabilizo mi respiración y empiezo a probar las diferentes combinaciones de cables. En mi tercer intento, el motor del camión da signos de vida.

Exhalo un suspiro de alivio, cierro la puerta, salgo del granero y me dirijo hacia la carretera principal.

Con suerte, el propietario de la camioneta no descubrirá que ha desaparecido hasta dentro de un tiempo y llegaré a la siguiente ciudad antes de que tenga que conseguir otro vehículo.

Mientras conduzco, mis pensamientos se dirigen a Lucas. ¿Le habrán hablado los guardias sobre mi fuga? ¿Estará enfadado? ¿Sentirá que lo he traicionado al irme?

«Te quiero. Soy tuya». Aún me arden las mejillas al recordar esas palabras, dichas en un sueño que podría no haberlo sido. Hasta esa noche, no sabía cómo me sentía, no me daba cuenta de lo apegada que me encontraba a mi captor. Había tantos errores entre nosotros, tanto miedo, ira y desconfianza que me costó bastante tiempo entender ese extraño deseo.

Darle sentido a algo que no lo tiene y que es tan irracional.

«Te echaré de menos». Lucas me dijo eso cuando me abrazó en su regazo a la mañana siguiente e hice todo lo que pude para no estallar en lágrimas. ¿Sabía lo que me estaba haciendo con esas desconcertantes palabras de cariño? ¿Esa incongruente ternura era parte de su diabólica venganza? ¿Una forma aún más sádica de destruirme sin tener que infligirme tanto daño como con un golpe?

El camino se nubla ante mí y me doy cuenta de que las lágrimas que contuve aquel día resbalan por mi cara, la adrenalina de mi huida agudiza el dolor recordado. No quiero pensar en cómo me destrozó Lucas, en cómo me prometió seguridad y me rompió el corazón en pedazos, pero no puedo evitarlo. Los recuerdos pasan por mi mente y no puedo apagarlos. Algo sobre el comportamiento de Lucas el último día me sigue preocupando, una nota discordante que registré, pero que no procesé por completo en aquel momento.

—Que no ruegues por él, joder —me espetó Lucas cuando le pedí que salvara a mi hermano—. Yo decido quién vive, tú no.

Hubo otras cosas que también dijo. Cosas hirientes. Sin embargo, cuando me folló aquella noche, no hubo ira en su tacto. Lujuria, sí. Obsesión insana, en definitiva. Pero no ira, al menos no el tipo de ira que hubiera esperado de un hombre que me odia lo suficiente como para permitir que mi único familiar sea asesinado. Y ese «te echaré de menos» a la mañana siguiente. Simplemente no encaja.

Nada de aquello encaja, a menos que fuera así como lo quería Lucas.

Tal vez aún no ha terminado de liarme la puta cabeza.

Me empieza a doler la cabeza por la confusión y me limpio las lágrimas antes de apretar con fuerza el volante. Lo que Lucas planeó para mí ya no importa. He escapado y no puedo seguir mirando al pasado.

Tengo que seguir avanzando.

3

Lucas

Me levanto el viernes por la mañana con un palpitante dolor de cabeza que aumenta mi rabia. Apenas he dormido porque Diego y Eduardo han seguido enviándome, cada hora, noticias sobre la búsqueda de Yulia y necesito dos tazas de café antes de empezar a sentirme casi humano.

Cuando estoy preparándome para salir de la cocina, entra Rosa, vestida con pantalones vaqueros en lugar de su atuendo habitual de criada.

—¡Oh! Hola, Lucas —dice—. Justo estaba buscándote.

—¿Eh? —Trato de no mirar a la chica. Todavía me siento mal por haberla decepcionado después de que se encaprichara conmigo. No es culpa de Rosa que mi prisionera haya escapado y no quiero pagar mi mal humor con ella.

—El señor Esguerra dijo que puedo explorar la ciudad hoy si viene un guardia conmigo —dice Rosa, mirándome con recelo. Debe de haber percibido mi ira a pesar de mis intentos de parecer tranquilo—. ¿Puedes prestarme a alguien?

Considero su petición. A decir verdad, la respuesta es no. No quiero enviar a ningún guardia lejos de la casa de los padres de Nora y, hace quince minutos, Esguerra me envió un mensaje de texto diciendo que se lleva a Nora a un parque, lo que significa que necesitará que al menos una docena de nuestros hombres esté allí preparada.

—Voy a ir hoy a Chicago —le contesto después de un momento de reflexión—. Tengo una reunión. Puedes venir conmigo si no te importa esperar un poco. Después, te llevaré a dónde quieras ir y, para la hora del almuerzo, uno de los guardias estará disponible para reemplazarme, suponiendo que desees quedarte en la ciudad más de un par de horas, claro.

—Oh, yo… —Un rubor oscurece la piel bronceada de Rosa, incluso cuando sus ojos se iluminan por la emoción—. ¿Estás seguro de que no molesto? No tengo que ir hoy si…

—No pasa nada. —Recuerdo lo que la chica me contó el miércoles acerca de que nunca había visitado Estados Unidos—. Estoy seguro de que estás ansiosa por ver la ciudad y a mí no me importa.

Tal vez su compañía me distraiga de pensar en Yulia y en que mi prisionera todavía anda suelta.

Rosa habla sin parar mientras nos dirigimos a Chicago, contándome lo que ha leído en internet acerca de las diversas curiosidades de la ciudad.

—¿Y sabías que se llama la Ciudad del Viento debido a los políticos que dejaban sus promesas sin cumplir? Se las llevaba el viento —dice mientras me dirijo a West Adams Street, en el centro de Chicago, y al aparcamiento subterráneo de un alto edificio de vidrio y acero—. En realidad, no tiene nada que ver con el viento que viene del lago. ¿No te parece una locura?

—Sí, increíble —digo distraído, revisando el teléfono cuando salgo del coche. Para mi decepción, no hay noticias de Diego. Dejo el teléfono, rodeo el coche y abro la puerta para que salga Rosa.

—Vamos —le digo—. Ya llevo cinco minutos de retraso.

Rosa se apresura a seguirme mientras camino hacia el ascensor. Da dos pasos por cada uno de los míos y no puedo evitar comparar sus enérgicos pasos a los pasos largos y gráciles de Yulia. La criada no es tan pequeña como la esposa de Esguerra, pero, aun así, la veo baja, sobre todo porque me he acostumbrado a la altura de modelo de Yulia.

«Joder, deja de pensar en ella». Cierro las manos con fuerza dentro de los bolsillos mientras espero a que llegue el ascensor; solo escucho a medias a Rosa hablando sobre la Magnificent Mile. La espía es como una astilla debajo de la piel. No importa lo que haga, no puedo sacármela de la cabeza. Compulsivamente, saco el teléfono y lo reviso de nuevo.

Aún nada.

—Entonces ¿de qué trata la reunión? —pregunta Rosa, y me doy cuenta de que me mira expectante—. ¿Es algo para el señor Esguerra?

—No —digo, deslizando el teléfono de nuevo en el bolsillo—. Son cosas mías.

—Oh. —La noto desanimada por mi breve respuesta y suspiro, recordándome que no debería reflejar mi frustración con la chica. No tiene nada que ver con Yulia y con toda esa jodida situación.

—Voy a reunirme con mi gestor de carteras —le digo mientras las puertas del ascensor se abren—. Necesito ponerme al día con mis inversiones.

—Oh, ya veo. —Rosa sonríe cuando entramos en el ascensor—. Tienes inversiones, como el Señor Esguerra.

—Sí. —Presiono el botón del piso superior—. Este tipo también es su gestor de carteras.

El ascensor se eleva. Todas las superficies son de acero lustroso y reluciente y en menos de un minuto estamos saliendo a un área de recepción igual de elegante y moderna.

Para un chico de veintiséis años nacido en la miseria, Jared Winters lleva realmente una buena vida.

La recepcionista, una delgada mujer japonesa de edad indeterminada, se pone de pie cuando nos acercamos.

—Señor Kent —dice, sonriéndome con educación—. Por favor, tome asiento. El Señor Winters lo atenderá en un minuto. ¿Puedo ofrecerles a usted y a su compañera algún refresco?

—Nada para mí, gracias. —Miro a Rosa—. ¿Te gustaría tomar algo?

—Um… No, gracias. —Mira fijamente hacia la ciudad que se extiende a sus pies a través de la ventana que se extiende desde el suelo hasta el techo—. Estoy bien.

Antes de tener la oportunidad de sentarme en uno de los lujosos sillones junto a esa ventana, un hombre alto y de pelo oscuro sale de la oficina de la esquina y se acerca a mí.

—Lamento haberte hecho esperar —dice Winters, extendiendo la mano para estrechar la mía. Le brillan con frialdad los ojos verdes detrás de las gafas sin montura—. Estaba terminando de hacer una llamada.

—No te preocupes. Hemos llegado un poco tarde.

Sonríe y veo que mira a Rosa, que todavía está allí parada, hipnotizada al parecer por la vista exterior.

—Tu novia, imagino —dice Winters en voz baja y parpadeo, sorprendido por la pregunta personal.

—No —le digo, siguiéndolo mientras camina hacia su oficina—. Más bien es mi tarea para el próximo par de horas.

—Ah. —Winters no dice nada más, pero al entrar en su oficina veo que mira a Rosa como si no pudiera evitarlo.

4

Yulia

—¿Yulia Tzakova?

Casi se me sale el corazón del pecho cuando me doy la vuelta y agarro automáticamente el cuchillo que tengo metido en los vaqueros.

Hay un hombre de pelo oscuro parado frente a mí. Se le ve una persona del montón en todos los sentidos; incluso las gafas de sol y la gorra son de edición estándar. Podía haber sido cualquiera del ajetreado mercado de Villavicencio, pero no es así.

Es el contacto venezolano de Obenko.

—Sí —digo manteniendo la mano en el cuchillo—. ¿Eres Contreras?

Asiente.

—Por favor, sígueme —dice en ruso con acento español.

Suelto el mango del cuchillo y le sigo cuando comienza a serpentear entre la multitud. Como él, llevo una gorra y gafas de sol, dos artículos que robé en otra gasolinera de camino aquí, pero todavía siento que alguien podría señalarme y gritar:

—¡Es ella! ¡Esa es la espía que están buscando los hombres de Esguerra!

Para mi alivio, nadie me presta mucha atención. Además de la gorra y las gafas de sol, adquirí una voluminosa camiseta y pantalones holgados en esa misma estación de servicio. Con la ropa sin forma y el pelo metido en la gorra, parezco más un adolescente que una mujer joven.

Contreras me lleva hacia una insulsa furgoneta azul aparcada en la esquina.

—¿Dónde está el vehículo que has utilizado para llegar aquí? —me pregunta mientras subo a la parte trasera.

—Lo dejé a una docena de manzanas de aquí, como me dijo Obenko —le contesto. He hablado con mi jefe dos veces desde mi contacto inicial en Miraflores y ha sido él quien me ha dado la ubicación de este encuentro y las órdenes sobre cómo proceder—. No creo que me hayan seguido.

—Tal vez no, pero necesitamos sacarte del país en las próximas horas —dice Contreras arrancando la camioneta—. Esguerra está ampliando la cobertura. Ya tienen tu foto en todos los cruces fronterizos.

—Entonces ¿cómo me vas a sacar?

—Hay una caja en la parte de atrás —dice Contreras mientras nos movemos entre el tráfico—. Y uno de los guardias fronterizos me debe un favor. Con un poco de suerte, eso será suficiente.

Asiento mientras noto el frío del aire acondicionado de la furgoneta en la cara llena de sudor. He conducido toda la noche, deteniéndome solo para robar otro coche y conseguir ropa, y estoy agotada. Cada minuto que he pasado en la carretera, he estado buscando el sonido de las hélices del helicóptero y el zumbido de las sirenas. Que haya llegado tan lejos sin incidentes no es más que un milagro y sé que mi suerte podría acabarse en cualquier momento.

Aun así, incluso ese miedo no es suficiente para superar mi agotamiento. A medida que la furgoneta de Contreras entra en la carretera, en dirección noreste, siento que se me cierran los párpados y no lucho contra el impulso del sueño.

Solo necesito una siesta de un par de minutos y, luego, estaré lista para enfrentarme a lo que venga después.

—Despierta, Yulia.

La urgencia implícita del tono de Contreras me saca de un sueño en el que estoy viendo una película con Lucas. Abro los ojos al incorporarme y pronto me doy cuenta de la situación.

Ya casi es de noche y estamos atrapados en un atasco de tráfico.

—¿Dónde estamos? ¿Qué es esto?

—Un control —dice Contreras con sequedad—. Están revisando todos los coches. Tienes que meterte en la caja, ahora.

—El guardia de la frontera no iba a…

—No, todavía estamos a unos veinte kilómetros de la frontera de Venezuela. No sé de qué se trata este control, pero no puede ser bueno.

«Mierda». Me desabrocho el cinturón de seguridad y me cuelo por una pequeña ventana hacia la parte trasera de la camioneta. Como ha dicho Contreras, hay una caja, pero parece demasiado pequeña para que quepa una persona. Un niño, tal vez, pero no una mujer de mi estatura.

Por otra parte, en los espectáculos de magia, introducen a las personas en todo tipo de contenedores aparentemente demasiado pequeños. Así es como se hace a menudo el truco de cortar por la mitad: una primera chica flexible es la «parte superior del cuerpo» y una segunda, «las piernas».

No soy tan flexible como la típica asistente de un mago, pero estoy mucho más motivada.

Abro la caja, me tumbo bocarriba e intento doblar las piernas de tal manera que pueda cerrar la tapa. Después de un par de minutos frustrantes, me doy por vencida; tengo las rodillas al menos cinco centímetros por encima del borde de la caja. ¿Por qué me ha traído Contreras una caja tan pequeña? Hubiera estado bien que fuera unos centímetros más profunda.

La camioneta comienza a moverse y me doy cuenta de que nos estamos acercando al punto de control. En cualquier momento, las puertas de la parte trasera de la camioneta se abrirán y me descubrirán.

Necesito encajar en esta puta caja.

Apretando los dientes, me volteo hacia un lado y trato de meter las rodillas en el pequeño espacio que queda entre el pecho y el lateral de la caja. No encajan, así que tomo aire y lo intento de nuevo, ignorando el estallido de dolor en la rótula cuando choca con el borde metálico. Mientras lo intento, escucho voces muy altas que hablan español y siento que la camioneta se detiene de nuevo.

Estamos en el punto de control.

Frenética, me doy la vuelta, agarro la tapa de la caja y tiro de ella con manos temblorosas.

Oigo pasos seguidos de voces en la parte trasera de la camioneta.

Van a abrir las puertas.

Me late el corazón con fuerza. Me hago una bola increíblemente pequeña aplastando los pechos con las rodillas. A pesar de los efectos adormecedores de la adrenalina, mi cuerpo grita de dolor en esta posición antinatural.

La tapa se encuentra con el borde de la caja y las puertas de la furgoneta se abren.

5

Lucas

Mi encuentro con Winters dura poco menos de una hora. Revisamos el estado actual de mis inversiones y decidimos cómo proceder dado la reciente caída en el mercado. Desde que Jared Winters administra mi cartera, la ha triplicado hasta conseguir más de doce millones, por lo que no estoy especialmente preocupado cuando dice que está liquidando la mayoría de mis participaciones en el capital y preparándose para vender una acción tecnológica popular.

—El presidente está a punto de meterse en un grave problema legal —explica Winters y no me molesto en preguntar cómo lo sabe. El intercambio de información privilegiada puede ser un delito, pero nuestros contactos en la SEC aseguran que la inversión de Winters no está en su radar.

—¿Cuánto invertirás en el negocio? —pregunto.

—Siete millones —responde Winters—. Se va a poner feo.

—Está bien —le digo—. Ve a por ello.

Siete millones es una suma considerable, pero si la acción está a punto de caer como Winters piensa, podría fácilmente triplicarlo o conseguir incluso más.

Repasamos algunos negocios más y, luego, Winters me acompaña al área de la recepción, donde Rosa está leyendo una revista.

—¿Lista para irnos? —pregunto y ella asiente.

Tras levantarse, vuelve a colocar la revista sobre la mesa de café y nos mira a Winters y a mí.

—Totalmente lista.

—Gracias de nuevo —le digo girándome para darle la mano a Winters, pero no me está mirando.

A través de sus ojos verdes, observa a Rosa con extrañas intenciones.

—¿Winters? —le provoco, divertido.

Aparta los ojos de ella.

—Oh, sí. Fue un placer —murmura, estrechándome la mano y, antes de que pueda decir una palabra más, vuelve a su oficina y cierra la puerta detrás de él.

Como le prometí a Rosa, después de la reunión la llevo de compras a la Magnificent Mile, también conocida como Michigan Avenue. Mientras se prueba un montón de vestidos en un centro comercial, me siento junto al probador y vuelvo a revisar el correo electrónico de nuevo. Esta vez, hay un nuevo mensaje de Diego:

«Localizada la camioneta robada en una gasolinera cerca de Granada. Ningún otro coche robado por ahora. Bloqueos en todas las carreteras principales según tus órdenes».

Suelto el móvil con una ira y frustración que me revuelven el estómago. Todavía no han encontrado a Yulia y ya podría estar en otro país. Sin duda, ha contactado con su agencia y, dependiendo de lo hábiles que sean, es muy posible que la hayan sacado de incógnito.

Por lo que sé, podría estar ya en un avión volando hacia su amante.

—¿Qué te parece? —me pregunta Rosa y me vuelvo para ver que ha salido del vestuario con un vestido amarillo, corto y ajustado.

—Está bien —digo con el piloto automático encendido—. Deberías comprártelo.

Objetivamente, puedo ver que a la chica de pelo oscuro le queda bien ese vestido, pero en lo único en lo que puedo pensar ahora es en que Yulia puede estar camino a Misha… al hombre que realmente ama.

—Genial. —Rosa me sonríe—. Lo compraré.

Vuelve rápido al probador y saco el teléfono para enviar un correo electrónico a los piratas informáticos que buscan a la UUR.

Incluso si Yulia ha logrado escapar, no permanecerá libre durante mucho tiempo.

Cueste lo que cueste, la encontraré y no escapará nunca más.

6

Yulia

—Lo siento —dice Contreras, quitando la tapa de la caja—. No esperaba que fueras tan alta. Me alegro de que hayas cabido ahí.

Gimo cuando me saca. Tengo calambres musculares por haber estado encerrada en la caja durante la última hora. Siento las rodillas como si tuviera dos moretones gigantes y la columna me palpita tras haberla tenido aplastada contra el lateral de la caja. Sin embargo, estoy viva y al otro lado de la frontera con Venezuela, lo que significa que valió la pena.

—Estoy bien —digo girando la cabeza en un semicírculo. Tengo el cuello engarrotado y dolorido, pero nada que un buen masaje no cure—. Engañó a la policía y a la patrulla fronteriza. Ni siquiera intentaron mirar dentro de la caja.

Contreras asiente.

—Por eso la traje. Parece demasiado pequeña para que quepa una persona, pero cuando uno está decidido a hacer algo… —Se encoge de hombros.

—Sí. —Giro otra vez la cabeza y me estiro, intentando que los músculos respondan—. Entonces ¿cuál es el plan ahora?

—Ahora te llevaremos al avión. Obenko ya lo ha preparado todo. Mañana deberías estar en Kiev, sana y salva.

Tardamos menos de una hora en llegar a la pequeña pista de aterrizaje y, luego, nos detenemos frente a un avión con aspecto antiguo.

—Ya hemos llegado —dice Contreras—. Tu gente se encargará a partir de ahora.

—Gracias —le digo y asiente con la cabeza mientras abro la puerta.

—Buena suerte —dice en ruso con acento español y le sonrío antes de saltar de la camioneta y apresurarme hacia el avión.

Mientras subo la escalera, un hombre de mediana edad sale y bloquea la entrada.

—¿Código? —dice, con la mano apoyada en una pistola que tiene en el costado.

Mirando el arma con recelo, le digo mi número de identificación. Técnicamente, acabar conmigo supondría lo mismo que alejarme de Esguerra: no podría revelar más secretos de la UUR. De hecho, sería una solución aún más limpia…

Antes de que mi mente se desvíe por ese camino, el hombre baja la mano y se aparta a un lado, dejándome entrar en el avión.

—Bienvenida, Yulia Borisovna —dice, usando mi apellido verdadero—. Nos alegra que lo hayas logrado.

7

Lucas

El sábado por la mañana, estoy convencido de que Yulia ya habrá vuelto a Ucrania. Diego y Eduardo pudieron rastrearla hasta Venezuela, pero parece que allí le perdieron el rastro.

—Creo que se ha ido del país —dice Diego cuando lo llamo para que me ponga al corriente—. Un avión privado registrado en una corporación fantasma presentó un plan de vuelo a México, pero no hay registros de su aterrizaje en ese país. Debe haber sido su gente y, si eso es lo que ha ocurrido, se ha ido.

—Eso no es seguro. Sigue buscando —le digo, aunque sé que es muy probable que tenga razón.

Yulia se ha escapado y, si quiero mantener la esperanza de recuperarla, tendré que ampliar la red y llamar a algunos de nuestros contactos internacionales.

Pienso en poner a Esguerra al tanto de toda esta situación, pero decido posponerlo hasta el domingo. Hoy es el vigésimo cumpleaños de su esposa y sé que no está de humor para que lo molesten. Lo único que le importa a mi jefe es darle a Nora todo lo que quiere… Incluido el viaje a un club nocturno popular en el centro de Chicago.

—Eres consciente de que vigilar ese lugar va a ser una pesadilla, ¿no? —le digo cuando menciona la salida a la hora del almuerzo—. Hay demasiada gente. Y un sábado por la noche…

—Sí, lo sé —dice Esguerra—, pero es lo que ha pedido Nora, así que vamos a encontrar la manera de hacerlo posible.

Pasamos las siguientes dos horas repasando los planos del club y decidiendo dónde colocar a todos los guardias. Es poco probable que alguno de los enemigos de Esguerra se entere de esto, ya que es un evento muy espontáneo, pero aun así decidimos colocar francotiradores en los edificios cercanos y tener a los otros guardias en un radio de una manzana. Mi papel será permanecer en el coche y vigilar la entrada del club en caso de que haya alguna amenaza proveniente de esa dirección. También elaboramos un plan para asegurar el restaurante donde Esguerra y su esposa cenarán antes de ir a la discoteca.

—Oh, casi se me olvida —dice Esguerra mientras terminamos—. Nora quiere que Rosa se una a nosotros allí. ¿Puedes hacer que uno de los guardias la lleve?

—Sí, creo que sí —digo después de un momento de reflexión—. Thomas puede llevar a la chica a la discoteca antes de colocarse al final de la manzana.

—Estaría bien. —Esguerra se pone de pie—. Te veré esta noche.

Se marcha de la habitación y salgo para asignarles a los guardias sus tareas.

La cena de Esguerra transcurre sin incidentes y, luego, lo llevo a la discoteca junto a Nora. Rosa ya está allí esperando, con el vestido amarillo que adquirió en nuestro viaje de compras. En el momento en que Nora sale del coche, Rosa corre hacia ella y escucho a las dos jóvenes charlar con entusiasmo mientras se dirigen al club. Esguerra las sigue mirándolas un tanto divertido y yo me quedo en el coche, acomodándome para lo que promete ser una noche larga y aburrida.

Una hora después aproximadamente, me como el bocadillo que me he preparado y reviso el correo electrónico. Para mi alivio, hay una actualización de nuestros piratas informáticos.

El correo dice: «Finalmente hemos traspasado los cortafuegos del gobierno ucraniano y descifrado algunos archivos. UUR es el acrónimo de Ukrainskoye Upravleniye Razvedki, que se traduce más o menos como «Oficina de Inteligencia Ucraniana». Es un grupo de espías extraoficial que se estableció en respuesta a la corrupción de su principal agencia de seguridad y a los estrechos vínculos con Rusia. Ahora estamos trabajando en la descodificación de un mensaje que puede señalar a dos agentes de campo de la UUR y una ubicación en Kiev».

Sonriendo sombríamente, escribo una respuesta y guardo el teléfono. Es solo cuestión de tiempo que destruyamos la organización de Yulia. Una vez que lo hagamos, no tendrá hacia dónde correr, a nadie para ayudarla.

Ningún amante con el que pueda regresar.

Aprieto los dientes cuando me atraviesan unos celos violentos. Yulia ya podría estar con él, con su Misha. Él podría estar abrazándola en este preciso instante.

Incluso podría estar follándosela.

El pensamiento me llena de rabia ardiente. Si tuviera a ese hombre frente a mí en este momento, lo mataría con mis propias manos y haría que Yulia lo viese. Sería su castigo por esta última traición.

La vibración del teléfono me interrumpe los pensamientos negativos. Lo cojo y, leyendo el mensaje de Esguerra, se me hiela la sangre.

«Nora y Rosa agredidas», dice el mensaje. «Rosa capturada. Voy tras ella. Avisa a los demás».

8

Yulia

El olor familiar de los tubos de escape de los automóviles y de las lilas me impregna la nariz cuando el coche pasa por las concurridas calles de Kiev. No conozco al hombre que Obenko envió a recogerme al aeropuerto. No habla mucho, lo que me permite contemplar las calles de la ciudad donde viví y me formé durante cinco años.

—¿No vamos al Instituto? —le pregunto al conductor cuando el coche gira por un lugar desconocido.

—No —responde el hombre—. Te llevaré a un piso franco.

—¿Está Obenko allí?

El conductor asiente.

—Te está esperando.

—Genial. —Respiro profundamente. Debería sentirme aliviada de estar aquí, pero, en cambio, estoy tensa y con ansiedad. Y no solo porque he jodido y comprometido a la organización. Obenko no se lleva bien con el fracaso, pero que me haya sacado de Colombia, en lugar de matarme, me alivia en ese sentido.

No, el motivo principal de mi ansiedad es el sentimiento de vacío en mi interior, un dolor que se agudiza con cada hora sin Lucas. Siento que tengo abstinencia, pero eso significaría que Lucas es mi droga y me niego a aceptarlo.

Todo lo que había empezado a sentir por mi captor pasará. Tiene que hacerlo porque no hay otra alternativa.

Lucas y yo hemos terminado para siempre.

—Hemos llegado —dice el conductor deteniéndose frente a un edificio de cuatro pisos. Se parece a cualquier otro edificio del vecindario: antiguo y deteriorado, el exterior cubierto con un yeso amarillento sin brillo de la era soviética. El olor de las lilas es más fuerte aquí. Viene de un parque que hay al otro lado de la calle. En cualquier otra circunstancia, me hubiera gustado la fragancia que asocio con la primavera, pero hoy me recuerda a la jungla que dejé atrás y, por consiguiente, al hombre que me retuvo allí.

El conductor aparca el coche y me lleva al edificio. Hay un ascensor y la escalera está tan deteriorada como el exterior. Cuando pasamos por el primer piso, escucho voces y huele a orina y vómito.

—¿Quiénes son los del primer piso? —pregunto mientras nos detenemos frente a un apartamento en el segundo piso—. ¿Son civiles?

—Sí. —El conductor llama a la puerta—. Están demasiado ocupados emborrachándose como para prestarnos atención.

No tengo oportunidad de hacer más preguntas porque la puerta se abre y veo a un hombre con el pelo oscuro allí parado. Tiene la frente arrugada y la boca apretada por la tensión.

—Entra, Yulia —dice Vasiliy Obenko, apartándose para dejarme pasar—. Tenemos mucho de lo que hablar.

Durante las siguientes dos horas, me someto a un interrogatorio tan agotador como todo lo que experimenté en la prisión rusa. Además de Obenko, hay dos agentes superiores de la UUR, Sokov y Mateyenko. Al igual que mi jefe, tienen unos cuarenta años y sus cuerpos delgados son armas mortales durante décadas de entrenamiento. Los tres se sientan frente a mí en la mesa de la cocina y se turnan para hacerme preguntas. Quieren saberlo todo, desde los detalles de mi fuga hasta la información exacta que le di a Lucas sobre la UUR.

—Todavía no entiendo cómo pudo contigo —dice Obenko cuando termino de contar esa historia—. ¿Cómo sabía lo del incidente con Kirill?

Me arde la cara de vergüenza.

—Se enteró por una pesadilla que tuve.

Y porque confié en Lucas después, pero no lo digo. No quiero que mi jefe sepa que siempre estuvo en lo cierto conmigo, que no pude controlar mis emociones cuando debía.

—Y, en esa pesadilla, tú… ¿hablaste de tu instructor? —Es Sokov quien me pregunta esto. Su expresión deja claro que duda de mi historia—. ¿Hablas normalmente mientras duermes, Yulia Borisovna?

—No, pero no eran circunstancias normales. —Hago todo lo posible para no sonar a la defensiva—. Me mantuvieron prisionera y me expusieron a situaciones que fueron factores desencadenantes para mí y lo hubieran sido para cualquier mujer que haya sufrido una violación.

—¿Cuáles han sido esas situaciones? —interrumpe Mateyenko—. No pareces especialmente maltratada.

Me muerdo la lengua para no soltar una respuesta airada.

—No me han torturado físicamente ni me han matado de hambre, ya te lo he contado —digo de manera firme—. Los métodos de interrogación de Kent han sido más de naturaleza psicológica. Y sí, eso se debió en gran parte a que me veía atractiva. De ahí los desencadenantes.

Los dos agentes intercambian miradas y Obenko frunce el ceño.

—¿Así que te violó y eso provocó tus pesadillas?

—Él… —Se me tensa la garganta al recordar la respuesta impotente de mi cuerpo con Lucas—. Era la situación en general. No supe manejarla.

Los agentes se vuelven a mirar y Mateyenko dice:

—Cuéntanos más sobre la mujer que te ayudó a escapar. ¿Cómo dijiste que se llamaba?

Haciendo uso de mi paciencia, les cuento mis encuentros con Rosa por tercera vez. Después de eso, Sokov me pide que repase mi fuga de nuevo, minuto a minuto, y, luego, Mateyenko me pregunta sobre la logística de la seguridad de las instalaciones de Esguerra.

—Mirad —les digo después de otra hora de incansables preguntas—, os he dicho todo lo que sé. No me importa lo que penséis de mí, la amenaza a la agencia es real. La organización de Esguerra ha destruido redes terroristas enteras y nos persiguen. Si tenéis medidas de contingencia, ahora es el momento de implementarlas. Poneos a salvo, vosotros y a vuestras familias.

Obenko me estudia por un momento y, luego, asiente.

—Hemos terminado por hoy —dice, volviéndose hacia los dos agentes—. Yulia está cansada después de su largo viaje. Seguiremos mañana.

Los dos hombres se van y me desplomo en la silla, sintiéndome aún más vacía que antes.

9

Lucas

En cuanto leo el mensaje de Esguerra, llamo por radio a los guardias y ordeno que la mitad se dirija a la discoteca. Ninguno de ellos ha notado actividad sospechosa alguna, lo que significa que la amenaza, sea lo que sea, ha venido desde dentro del club, no desde fuera como esperábamos. Estoy a punto de correr hacia la sala de fiestas cuando recibo otro mensaje de Esguerra:

«Rosa recuperada. Sigue al todoterreno blanco».

Al instante, le pido a los guardias que lo hagan y, en ese momento, me llega otro mensaje:

«Lleva el coche al callejón de atrás».

Arranco el coche y doy la vuelta a la manzana; casi atropello a un par de peatones en el proceso. El callejón de la parte trasera del club es oscuro y apesta a basura mezclada con orina, pero apenas reparo en el ambiente. Al salir del coche, espero con la mano en el arma que tengo colgada en el costado. Unos segundos más tarde, los hombres me comunican que han localizado el deportivo blanco y que lo están siguiendo. Estoy a punto de darles más instrucciones cuando la puerta del club se abre y sale Nora rodeando a Rosa con los brazos. Esguerra las sigue, con el rostro alterado por la rabia. Cuando la luz del coche ilumina sus figuras, me doy cuenta del porqué.

Ambas mujeres, temblorosas, tienen la cara pálida y llena de lágrimas. Sin embargo, el estado de Rosa me pone la presión arterial por las nubes. Tiene el vestido amarillo brillante desgarrado y manchado de sangre y un lado de la cara grotescamente hinchado.

Han agredido a la chica violentamente, igual que le ocurrió a Yulia hace siete años.

Una niebla carmesí me empaña la visión. Sé que mi reacción es desproporcionada, Rosa es poco más que una extraña para mí, pero no puedo evitarlo. Las imágenes en mi mente son las de una niña frágil de quince años, con el cuerpo delgado desgarrado y sangrando. Puedo ver la vergüenza y la devastación en el rostro de Rosa y saber que Yulia pasó por esto hace que se me revuelvan las tripas.

—Esos cabrones. —Mi voz está llena de rabia cuando rodeo el coche para abrir la puerta—.¡Malditos cabrones! Los vamos a matar.