6,99 €
Por más de 50 años, Luis Chiozza ha dedicado la mayor parte de su tiempo a ahondar en las conductas humanas y en sus más diversos comportamientos. A lo largo de su calificado recorrido como médico, al que incorpora una vastísima trayectoria como psicoanalista, ha logrado sintetizar de una forma amena, didáctica y cercana la imbricada relación entre alma, cuerpo y espíritu. En nuestras conversaciones hemos alternado temas de los títulos de sus exitosos libros publicados tales como Las cosas de la vida; ¿Por qué enfermamos?; ¿Para qué sirve el psicoanálisis?; Hipertensión; Cáncer; Intimidad, sexo y dinero, entre tantos otros. La síntesis del ilustrado pensamiento de Luis Chiozza se ve reflejada en los distintos capítulos de este libro, que seguramente dejarán su huella en aquellos que tienen interés por el ser interior y su enriquecimiento continuo. Carlos Abad
Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:
Seitenzahl: 149
Veröffentlichungsjahr: 2020
LUIS CHIOZZAY CARLOS ABAD
Conversaciones sobre por qué nos enfermamos
Conversaciones sobre por qué nos enfermamos / Luis Chiozza y Carlos Abad. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Libros del Zorzal, 2014.
E-Book.
ISBN 978-987-599-376-1
1. Ensayo. 2. Psicoanálisis. I. Abad, Carlos II. Título
CDD 150.195
Diseño de tapa: Silvana Chiozza
© Libros del Zorzal, 2013 Buenos Aires, Argentina
Printed in Argentina
Hecho el depósito que previene la ley 11.723
Para sugerencias o comentarios acerca del contenido de esta obra, escríbanos a:
Asimismo, puede consultar nuestra página web:
<www.delzorzal.com>
Índice
Prólogo | 5
¿Por qué enfermamos? | 7
Cáncer. ¿Por qué a mí, por qué ahora? | 18
La hipertensión arterial | 26
Cuerpo, alma y espíritu | 34
Los cuatro gigantes del alma | 44
La culpa es mía | 56
Las cosas de la vida | 66
El interés en la vida | 76
Intimidad, sexo y dinero | 89
¿Para qué sirve el psicoanálisis? | 99
Ser médico hoy | 111
Otros libros del autor publicados por Libros del Zorzal | 119
Prólogo
Por Carlos Abad
Durante los últimos dos años, he tenido el privilegio de conversar dentro y fuera de un estudio de televisión con Luis Chiozza. Se trata de un hombre significante, con una profundidad intelectual, espiritual y humana de gran hondura.
Por más de cincuenta años, ha dedicado la mayor parte de su tiempo a ahondar en las conductas humanas y en sus más diversos comportamientos. A lo largo de su calificado recorrido como médico, al que incorpora una vastísima trayectoria como psicoanalista, ha logrado sintetizar de una forma amena, didáctica y cercana la imbricada relación entre alma, cuerpo y espíritu.
En nuestras conversaciones hemos alternado temas de los títulos de sus exitosos libros publicados, tales como Las cosas de la vida;¿Por qué enfermamos?; ¿Para qué sirve el psicoanálisis?; Hipertensión;Cáncer;Intimidad, sexo y dinero, entre otros.
El presente libro tiene como objetivo la difusión de estos temas de tan alto interés, como lo han demostrado los televidentes en Argentina y en las Américas junto con los de las redes sociales. La síntesis del ilustrado pensamiento de Luis Chiozza se ve reflejada en los distintos capítulos que seguramente dejarán su huella en aquellos que tienen curiosidad por el ser interior y su enriquecimiento continuo.
Invitamos finalmente a los lectores de esta flamante publicación a compartir desde su intimidad lo dicho, sentido y planteado en conjunto con el Dr. Luis Chiozza.
Noviembre de 2013
¿Por qué enfermamos?
Carlos Abad: ¿Por qué enfermamos?
Luis Chiozza: La manera más breve de contestar esa pregunta es pensar que nos enfermamos porque estamos viviendo una historia, un episodio de nuestra vida que no podemos soportar y que reprimimos. De allí surge el subtítulo del libro, La historia que se oculta en el cuerpo. Los síntomas expresan lo reprimido de una manera encubierta que, al mismo tiempo, representa un intento simbólico de modificar esa historia, ese episodio traumático que no se pudo resolver de un modo saludable. Por eso tiene mucha importancia poder acercar a la consciencia lo que generó la necesidad de enfermarse.
CA: Pensaba en una frase bastante usual entre los psicoanalistas: “Cuando uno no habla, el cuerpo habla por uno”. ¿Usted está de acuerdo?
LC: Sí, por supuesto, es una frase muy lograda. Muchas veces hablamos con palabras y otras veces hablamos con gestos. Freud señala, refiriéndose a una paciente que estaba jugando con los dedos en una especie de carterita, que “aquellos cuyos labios callan hablan con los dedos”, y continúa diciendo que de ese modo podemos comprender lo que sienten. Los años nos han enseñado, cada vez mejor, que muchas transformaciones en las vísceras, espasmos, movimientos o secreciones equivalen a gestos inconscientes, son la expresión de emociones que no se registran conscientemente. Tengamos en cuenta que una emoción es un proceso que, ya sea motor o secretor, es visceral. Uno, por ejemplo, cuando tiene vergüenza, puede ponerse colorado, o si tiene envidia, verde y, dicho sea de paso, nunca se pone colorado de envidia ni verde de vergüenza. Es decir que algunos cambios corporales expresan determinadas emociones, y si no fuera por eso, jamás podríamos hacernos
una idea de lo que siente un semejante nuestro. Cuando esas transformaciones corporales no conservan su forma típica, ya no podemos reconocer, o “sentir”, en esos cambios, ni siquiera nuestras propias emociones, y nos referimos a ellos diciendo que son trastornos “del cuerpo”. Hoy sabemos que en esos distintos trastornos corporales se expresan otras tantas deformaciones típicas de determinadas emociones que, de ese modo, permanecen lejos de la consciencia.
CA: Las enfermedades tienen aspectos negativos, pero también a veces enseñan o cumplen una función.
LC: Sí, es así. Quizás el ejemplo más claro y más fácil lo encontremos en la inflamación, que podemos contemplar como un trastorno, pero también como un intento de gestionar los cambios necesarios para luchar contra una infección. Podemos ver, en las enfermedades, intentos de adaptación. Sin embargo, sucede que a veces lo que hay que pagar por ellas es un precio excesivo. Un buen ejemplo de ello es
la hipersensibilidad, la sensibilidad exagerada, que llamamos alergia, acerca de la cual hemos comprendido que funciona como funcionan las fobias, generando temores que no se justifican.
Weizsaecker, el insigne médico alemán en cuyo honor bautizamos nuestro Centro, señalaba que frente a la enfermedad no se puede decir, como si fuera solamente un enemigo, “fuera con ella”; es necesario, en cambio, decirle “sí, pero no así”, no de esa manera. Porque muchas veces sucede que el modo en que la enfermedad intenta resolver el conflicto no es el mejor, aunque puede ser lo mejor que el paciente ha encontrado.
CA: ¿Podría traer algunos ejemplos cotidianos? Porque los televidentes estarán pensando que Fulano de Tal se hizo malasangre y tuvo un episodio de colon, o una psoriasis, o un cuadro cardiovascular. Cada uno tiene su zona de protesta. Hay cosas a nivel inconsciente que uno puede llegar a descubrir, percibir y atender, pero hay cosas que se nos cuelan y que van por encima de nuestra voluntad. La enfermedad nos atrapa, nos toma, involuntariamente…
LC: En realidad, Freud decía que el primer movimiento de la represión es siempre voluntario, pero también es cierto que ese primer movimiento a veces es muy fugaz, y que el paciente no tiene la más remota idea de haber sido quien empezó ese camino de reprimir en lugar de asumir. De todos modos, el lenguaje es muy esclarecedor. La gente suele decir “el disgusto que tuvo con su hijo le partió el corazón” y, con mayor frecuencia, se asocia, en una expresión un tanto grosera, el miedo con la diarrea, porque esa relación está más cerca de la consciencia.
CA: Lo echaron del trabajo injustamente y comenzó con ataques de pánico y ansiedad…
LC: Es cierto, pero me refería a cuando el lenguaje denuncia una relación específica.
CA: Correcto.
LC: Nunca se dice, por ejemplo, que el miedo le partió el corazón, lo que parte el corazón es una ignominia, algo que no tiene nombre, y esa ignominia es la ofensa que nos inflige alguien que amamos.
CA: En el caso del miedo se dice “se hizo encima”.
LC: Por un lado, tenemos el lenguaje popular, o los giros lingüísticos que revelan relaciones específicas entre las alteraciones del cuerpo y los afectos conflictivos que se reprimen, pero por otro lado, es muy interesante que nosotros, los médicos, también tenemos expresiones que son significativas y que las usamos a diario.
CA: ¿Por ejemplo?
LC: En general nunca decimos que el paciente “hizo una gripe” o “hizo un mareo”, lo que suele suceder, en cambio, es que frecuentemente digamos que “hizo una complicación”, una neumonía o una apendicitis, como si nos hubiéramos dado cuenta de que hay una participación del paciente. No quiero sugerir, como es obvio, que sabemos, los médicos, que el paciente hace sus enfermedades de manera deliberada y voluntaria. Me refiero, en cambio, a que, en la enfermedad, siempre participa el enfermo desde una complicidad inconsciente.
CA: Parece que hay enfermedades que están permitidas y otras que no tanto… Una vez entrevisté acá al Dr. Collazo, un colega suyo, y él decía que fácilmente se dice “soy reumático”, “soy celíaco”, “soy hipertenso”, pero se dice, en cambio, “estoy deprimido”… Porque cuesta asumir que uno está depresivo…
LC: Tenemos, en nuestro idioma, esa diferencia en el lenguaje, entre ser y estar, que marca la diferencia entre permanente y transitorio, que puede ayudarnos a describir la realidad, pero también a negarla. Hemos hablado otras veces de que, cuando se le hace a un paciente el diagnóstico de hipertensión, no se le dice que “está hipertenso”, se le dice “usted es hipertenso”, y sabemos que muchas veces es un poco apresurado decir que el paciente es hipertenso, porque no todo paciente que nos muestra una elevación de la tensión arterial la conservará toda la vida ni va a tener un destino aciago a menos que se medique.
CA: Dr. Chiozza, hemos hablado muchas veces y yo siento que estamos en presencia de una medicina prescriptiva, farmacológica, de pocos minutos; las pastillitas o el menú farmacológico que resolverán todo lo que uno quisiera. Para ponerle luz a la gente que nos está viendo, que está presenciando… Usted distingue mucho entre causa y significado, insiste en que somos alma, cuerpo y espíritu, que no es que la hipertensión o el cuadro cardiovascular vienen como un efecto de una causa física, sino que es un todo… Da el ejemplo del beso…, son los labios, el cuerpo, el sentimiento…, ese ejemplo me parece muy interesante… ¿Qué les podría sugerir usted a las personas para intentar entender?… ¿Cuáles serían los caminos, o las posibilidades que hay…?
LC: En primer lugar, quiero decir que la farmacología nos ha dado y nos sigue dando muchas cosas buenas. El gran Sydenham decía, por ejemplo, “yo no quisiera ser médico de no existir la morfina”. Lo que de alguna manera perjudica son las exageraciones y, además y sobre todo, pedir de algo como la farmacología lo que no puede dar. La medicina ha hecho desaparecer, por ejemplo, la viruela y la poliomielitis. No es de extrañar que nos queden “en el frasco” aquellas que se resisten a los recursos de la medicina tecnológica. De manera que el mejor consejo que uno le puede dar a un enfermo, sea cual fuere su enfermedad, es que no omita la precaución de pensar en la relación que puede tener el hecho de que se haya enfermado con lo que, en ese momento, le está sucediendo con su vida entera, y con la manera en que convive con sus actividades y con las personas que más quiere. Es necesario que sepamos a quiénes y a qué dedicamos la vida, porque eso le da su sentido. Es obvio que hay una parte de todo eso en la cual uno puede indagar reflexionando, pero también es cierto que hay otra en la cual sólo se puede penetrar con la ayuda de un diálogo con un interlocutor cualificado.
CA: Usted habla de una historia oculta en el cuerpo. ¿A qué se refiere?
LC: Me refiero a que uno la oculta como producto de un movimiento del ánimo, de una “deliberación” que permanece fuera de la consciencia, aunque a veces comience de manera consciente. La historia se esconde porque encierra un conflicto, doloroso y difícil, entre los motivos que impulsan un deseo intenso y los que sostienen una oposición tenaz que no cede. Hay una forma “veloz” de aliviar un conflicto que no se resuelve, y es pasar por encima de una, por lo menos, de las dos fuerzas en pugna. Reprimirla, olvidarla, “dejándola atrás”, y eso no siempre se logra sin mucho defecto. El defecto consiste, esencialmente, en que lo reprimido suele retornar bajo la forma de un síntoma, de un trastorno que, aparentemente, nada tiene que ver con algo reprimido, pero que, en realidad, es un representante encubierto de lo que se ha reprimido.
El psicoanálisis descubrió, en primer lugar, la represión del deseo, que interpretó como el origen de las perturbaciones neuróticas, como sucede, por ejemplo, en las fobias, en las cuales el temor injustificado que las caracteriza surge en las condiciones en las que el deseo prohibido se acerca peligrosamente a la consciencia. Pronto se agregó el descubrimiento de que también se puede reprimir la instancia que condena. En ese caso, la permisibilidad de los deseos prohibidos conduce a lo que denominamos perversión. Allí, en la perversión que conduce hacia la psicopatía, nos encontramos con lo que Freud describió como el negativo de la neurosis, para subrayar que una reprime lo que la otra permite.
CA: El dilema en la historia humana, el de la enfermedad y la salud, tiene muchos exponentes. Además de la farmacología y de la relación médicopaciente, hay otras opciones. Yo pensaba, no sé, inevitablemente, cuando Jesús se encuentra con una mujer que tenía flujos de sangre, con un leproso, con un tullido, propugna un camino…, las distintas religiones creen que existe un camino… Usted propone la psicoterapia, el psicoanálisis. ¿Puede contarnos algún ejemplo de estos contundentes que usted, en sus más de 50 años de actividad, ha verificado en una persona enferma, y que nos pueda ilustra esto que estamos conversando? Alguien que se haya beneficiado con la asistencia del psicoanálisis, de la psicoterapia, y con la ayuda de la palabra y del pensamiento.
LC: Le puedo contar un caso muy curioso, muy significativo, doblemente interesante porque pertenece a mi práctica, y en una época en que todavía no me había recibido de médico, ni había iniciado mi formación psicoanalítica “oficial”, pero ya me había internado en el estudio de las cuestiones que aborda el psicoanálisis. Era entonces practicante en la guardia del Hospital Argerich, y también en la sala de clínica médica.
Vimos en la guardia una adolescente, que internamos en nuestra sala y que vivía en San Luis. Llegó con un cuadro que en su provincia habían diagnosticado, erróneamente, como Corea de Sydenham. Cuando, al día siguiente, la examinó el jefe de sala, el profesor Mario Pantolini, sostuvo que era una histeria y que el tratamiento adecuado (estamos hablando de sesenta años atrás) era un electroshock. El médico del sector en donde estaba internada y yo le pedimos si nos permitía probar con la psicoterapia, y nos autorizó. Utilizando amytal sódico endovenoso (un somnífero cuya acción se ejerce y se desvanece en un tiempo muy corto), y en los momentos en que empezaba a dormirse o a despertarse, con la técnica de las asociaciones condicionadas de Jung, logramos descubrir los puntos que nos llevaron a su conflicto reprimido, relacionado con un episodio
traumático que vivió con su hermano y con su novio. El cuadro por el cual se había internado desapareció completamente, y guardo todavía la tarjeta que, para agradecérmelo, me mandó desde San Luis.
CA: Usted escribió un libro sobre el Cáncer. ¿Por qué a mí, por qué ahora? Yo he leído, en su libro ¿Por qué enfermamos?, acerca de una experiencia similar a esta, aunque “más cercana” a lo somático, digamos, aunque este también era un cuadro clínico, con una internación hospitalaria. Allí nos habla de una experiencia muy positiva con una niña que trataron en Italia.
LC: Fue una experiencia muy conmovedora, una de las más conmovedoras que me ha tocado vivir. Cuando supervisamos por segunda vez el estudio de una “patobiografía” que se realizó en Roma y sus sesiones de psicoanálisis, era una niña de tres años y medio, que llamamos Milena, prácticamente desahuciada por la oncología a causa de un rabdomiosarcoma alveolar gravísimo y recidivante que se inició en el muslo derecho y creció velozmente. Fue diagnosticado un año antes y tratado con cirugía por un renombrado especialista de París, y luego, con quimioterapia en Roma. Comprendimos, acerca de lo que le sucedía, cosas muy importantes que describimos con detalle en el libro, y es uno de los pocos casos conocidos en el mundo que con ese tipo de cáncer, y en sus condiciones, pudo sobrevivir. Supe que, en 2010, era una joven sana de veinte años.
Hay cánceres que se curan con psicoterapia o sin ella, y cuando uno se encuentra con un paciente afectado por un cáncer grave, es muy difícil que, con la psicoterapia, se logre un efecto tan dramático como el que ocurrió con Milena. No me parece bueno ni honesto desparramar ilusiones que pueden conducir, rápidamente, a dolorosos desengaños. Siempre repito algo que me parece importante subrayar. Cuando a un paciente que un diagnóstico médico correcto considera grave se lo comprende desde un punto de vista psicoanalítico, continúa siendo grave, aunque también es cierto que una oportunidad se abre.
CA: Y también un alivio, ¿no es cierto?
LC: Sí, usted tiene mucha razón cuando dice que surge alivio, porque cuando uno comprende más profundamente lo que la enfermedad significa, y eso conduce, aunque sea en parte, a que ya no se la experimente como un suceso absurdo, los sufrimientos que produce se toleran mejor. También puede ocurrir que en su evolución surjan cambios positivos, que a veces se traducen, por ejemplo, en que disminuyan los efectos tóxicos que la quimioterapia produce.
CA: Se reformula el sentido de la vida…
LC: Es cierto. Y además hay que acordarse de que la medicina no se propone curar; también encuentra su sentido en aliviar o, inclusive, en acompañar al enfermo en el proceso de morir.
CA:Primum non nocere…, primero no dañar… A mí me parece que esta necesidad de una atención balsámica que no esté centrada en la enfermedad, sino en el enfermo, es muy importante. Porque también me parece —y esto corre por mi cuenta, Dr.— que hoy vemos un gran entusiasmo por la enfermedad que trascurre junto con la ausencia de una medicina con rostro humano…
LC: Sí, lamentablemente es así. El mecanicismo ha llevado a grandes éxitos, pero trae aparejado un gran defecto. El médico se encuentra con algo que funciona mal, y suele olvidarse de que eso le está ocurriendo a alguien. A veces el paciente queda reducido a ser un territorio en donde el médico combate con la enfermedad, y entonces se comporta como si le dijera al enfermo: “Molésteme lo menos posible, porque estoy trabajando para usted”.
CA: