Descubrir la pasión - Victoria Pade - E-Book
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VICTORIA PADE

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Beschreibung

Él luchaba por salvar a su hijo, ella por encontrar su lugar en el mundo. Entre ambos se estableció un vínculo muy especial… Cuando el viudo Hunter Coltrane se enteró de que su hijo adoptivo, Johnny, sufría una extraña enfermedad de la sangre, se dispuso a encontrar a la familia biológica del pequeño. Su búsqueda pronto llegó a un callejón sin salida… hasta que conoció a Terese, una tímida mujer que llevó un soplo de esperanza a su maltrecho corazón. Tierna y cariñosa, Terese Warwick había sufrido mucho por culpa de los hombres. Pero Hunter parecía diferente: era fuerte, amable y la hacía sentirse bella. Le encantaba sentir que formaba parte de aquella familia, pero… ¿podría curar las heridas del corazón de aquel hombre y conseguir que fuera capaz de volver a amar?

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Harlequin Books S.A.

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Descubrir la pasión, n.º 132 - enero 2014

Título original: For Love and Family

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicada en español en 2006

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

™ Harlequin Oro ® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-4100-0

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Entra a formar parte deEl legado de los Logan

 

Porque el derecho de nacimiento tiene sus privilegios, y los lazos de familia son muy fuertes

 

Cuando una tímida profesora se enamoró de él, Hunter tuvo que decidir si estaba de nuevo listo para el amor...

 

Hunter Coltrane: viudo, con un niño pequeño y enfermo, Hunter no estaba dispuesto a abrir su corazón al amor. Pero entonces, la dulce y bella Terese entró en su vida, y él no pudo negar lo que estaba sintiendo. Quizá pudiera darle una segunda oportunidad al amor...

 

Terese Warwick: Terese no había tenido mucha suerte con los hombres hasta que conoció a Hunter y a su adorable niño. Eran la familia encantadora que ella siempre había deseado, pero Hunter tenía el corazón herido. ¿Sería Terese capaz de curar sus antiguas heridas y encontrar el amor?

 

¡Solteros por doquier! Con la subasta de solteros de beneficencia que se avecinaba, el amor estaba en el aire en el Hospital General de Portland, pero... ¿había alguien que quería manchar el nombre de Children’s Connection?

1

 

—No tengo tiempo para explicárselo, señor. Necesito hablar con Eve Warwick. Y, sea como sea, voy a verla, y voy a verla ahora.

Después de pasar diez minutos intentando razonar con el mayordomo de los Warwick, que le estaba impidiendo entrar en la mansión de la familia, Hunter Coltrane había llegado a los límites de la paciencia. Había agarrado al mayordomo por las solapas y le había acercado la cara a un centímetro de la nariz al sirviente.

Hunter se daba cuenta de que el mayordomo tenía el miedo reflejado en el rostro, pero en aquel momento, el miedo de aquel hombre no era nada comparado con el miedo que estaba sintiendo él mismo, y estaba demasiado desesperado como para preocuparse de si lo estaba asustando. Si atemorizándolo conseguía lo que necesitaba, estaba dispuesto a aterrorizarlo.

—La señorita está a punto de marcharse, y me despediría si permitiera que usted o cualquier otra persona le hiciera llegar tarde a su cita —le dijo el mayordomo con un susurro ahogado.

—Entonces, ¿qué le parece si me dice en qué habitación de este maldito mausoleo está ella y la voy a buscar yo mismo?

—¿Qué cree que está haciendo? —preguntó una voz femenina chirriante en aquel momento.

Sin apartar la mirada de la del mayordomo, Hunter reconoció a la persona que había hablado. Aquella voz era la de Eve Warwick. Apartó al sirviente de su camino y entró en el vestíbulo de la imponente residencia, que su esposa y él habían visitado en una sola ocasión, un poco más de cuatro años antes.

Eve Warwick estaba en lo más alto de una gran escalinata curva que llevaba al segundo piso de la mansión. Tenía aspecto de estar completamente indignada, pero Hunter estaba dispuesto a soportar lo que fuera con tal de conseguir lo que había ido a buscar. Intentó reprimir la cólera y la frustración que sentía para poder hablar civilizadamente.

—No sé si se acuerda de mí o no. Soy Hunter Coltrane —le dijo—. Mi mujer y yo adoptamos a su bebé.

—Sé quién es usted y no tiene nada que hacer aquí —declaró Eve Warwick despóticamente.

—Se equivoca. He venido por Johnny. Él...

—No me importa en absoluto el motivo por el que ha venido. Márchese ahora mismo —le ordenó ella.

Hunter hizo caso omiso de aquello.

—Johnny necesita su sangre —le dijo.

Pero ni siquiera aquello tuvo impacto en la mujer perfectamente arreglada, vestida con un traje rosa de alta costura. Su única respuesta fue mirar al mayordomo y decir:

—Pixley, llame a seguridad.

—Por favor, escúcheme —le imploró Hunter—. Johnny está en el Hospital General de Portland, en la sala de urgencias, y necesita su sangre. Usted sabe que el niño es del grupo AB negativo, el mismo que el suyo, que es muy poco común. Ayer hubo un accidente de autobús y una familia entera de ese grupo sanguíneo resultó herida. Ellos agotaron las reservas del banco de sangre del hospital. Pero Johnny necesita una transfusión rápidamente, así que usted tiene que venir conmigo al hospital rápidamente. ¡Ahora!

Hunter se dio cuenta de que tenía la voz temblorosa de preocupación por su hijo, pero no le importaba.

—Yo accedí a pasar por un proceso de adopción abierta a través de Children’s Connection para asegurarme de que el niño iba a una familia adecuada —respondió Eve—, no para que pudieran molestarme en cualquier momento después de la adopción. Por si no lo recuerda, usted firmó un acuerdo al respecto. Siento que su hijo esté enfermo, pero eso no tiene nada que ver conmigo. Así que, por favor, márchese.

Aquella mujer no lo lamentaba. Su voz tenía un tono frío, distante y completamente despreocupado.

—¿Es que no me ha entendido? —dijo Hunter, con la voz mucho más aguda de lo normal—. No estoy aquí para molestarla, y en otras circunstancias me habría atenido al acuerdo y nunca habríamos vuelto a vernos. ¡Pero mi hijo está en peligro y necesita la transfusión inmediatamente!

Eve Warwick le lanzó una mirada dura y exigente al mayordomo, que estaba en el mismo sitio donde lo había dejado Hunter.

—¿Pixley? No puede llamar a seguridad, tal y como le he pedido que haga, si se queda ahí escuchando las conversaciones de los demás.

—Sí, señora —respondió el mayordomo, mientras se apresuraba a cumplir sus órdenes.

—Mire —dijo Hunter, intentando razonar con la mujer—, a mí tampoco me gusta estar aquí. Yo tampoco tenía la intención de que volviéramos a vernos. Pero mi hijo está en peligro y necesita su ayuda. Lo único que tiene que hacer es venir conmigo al hospital y donar sangre.

—No me gustan las agujas —respondió ella, alzando la barbilla—. Y tengo cita para que me hagan la manicura. Estoy segura de que usted, o el hospital, encontrarán a alguien que pueda ayudarlos. Después de todo, Portland, Oregón, no es el fin del mundo. Es muy probable que haya personas del grupo sanguíneo AB negativo.

—¡No hay tiempo para encontrar a otra persona! —gritó Hunter, completamente frustrado.

—Tendrá que haberlo, porque yo no estoy dispuesta a hacerlo, y se acabó.

—No se acabó —bramó Hunter—. Aunque usted diera a Johnny en adopción, ¡estamos hablando de su propia carne! ¡Eso tiene que significar algo para usted!

—Sólo significa que voy a llegar tarde a mi cita por su culpa. El niño es suyo. Él no es cosa mía.

Hunter y su difunta esposa habían conocido a Eve Warwick cuando habían ido a entrevistarse con ella después de solicitar la adopción del niño que ella iba a tener tres meses después. Y ninguno de los dos la tenía en buen concepto: parecía que el bebé era sólo algo de lo que tenía de deshacerse. Sin embargo, en aquel momento Hunter no podía creer lo que estaba oyendo. ¿Cómo era posible que aquella mujer le estuviera negando la sangre a un niño, y sobre todo al niño al que ella misma había dado a luz?

—Por favor, venga conmigo al hospital —dijo Hunter. Pensó que, si ella quería que le rogara, estaba dispuesto a hacerlo. Haría cualquier cosa por su hijo.

Sin embargo, no surtió efecto.

—No.

—Eso no es una opción —replicó Hunter, y se dirigió hacia la gran escalinata.

Si tenía que echarse a aquella mujer al hombro y llevarla al hospital a la fuerza, lo haría. No le importaban las consecuencias a las que tuviera que enfrentarse más tarde.

No había subido tan siquiera el primer escalón cuando aparecieron dos guardias de seguridad. Él lanzó un puñetazo, pero antes de que pudiera hacer algo más uno de los guardias lo agarró y le sujetó los brazos a la espalda para reducirlo.

—¿Eve? ¿Qué ocurre?

La voz femenina provenía de la puerta principal, que se había quedado abierta después de que Hunter entrara con tan pocos miramientos. Sin embargo, él no reconoció la voz. Tenía un tono agradable, pese a la sorpresa que denotaba.

—No pasa nada, Terese —dijo Eve Warwick—. Nada.

—A mí no me lo parece —insistió la otra mujer mientras el mayordomo volvía al vestíbulo, y el guardia de seguridad al que había golpeado Hunter compartía la tarea de sujetarlo.

La otra mujer rodeó a Hunter y entonces él la miró. Lo que vio lo dejó confundido.

Al contrario que Eve Warwick, no llevaba un traje de diseñador, sino unos pantalones vaqueros y una sencilla blusa blanca con un jersey sobre los hombros. Tenía el pelo rojizo recogido en una coleta y no llevaba maquillaje.

Su presencia hizo que Eve finalmente bajara las escaleras. Mientras descendía, iba dando su versión de los hechos.

—Este... individuo ha empujado a Pixley en la puerta y se ha colado en casa. Y yo voy a hacer que lo echen.

—¿Cómo puede hacer esto? —preguntó Hunter, con los dientes apretados de rabia.

—Puedo hacer lo que quiera —respondió la altanera mujer, sin mirarlo apenas.

La otra mujer le prestó más atención y lo miró directamente al hablarle.

—¿Cómo puede hacer qué?

Sin embargo, antes de que Hunter pudiera contestarle, pareció que el mayordomo se deleitaba haciéndolo él mismo.

—Este hombre quiere que la señorita Eve vaya al hospital con él para darle sangre a su hijo.

—El hijo al que ella misma trajo al mundo —añadió Hunter significativamente, mirando a la heredera mientras ella alzaba la mirada al cielo con irritación ante el anuncio.

—¿El bebé de Eve? —preguntó la otra mujer, como si todo hubiera cambiado de repente.

—Ya no es un bebé. Tiene cuatro años y está en peligro. Necesita urgentemente su sangre —dijo Hunter.

La mujer miró a Eve.

—¡Eve! ¿Y te has negado?

—Oh, por favor, Terese, déjame en paz. Este hombre está exaltado y...

—¿Exaltado? —preguntó Hunter con sarcasmo—. Por supuesto que lo estoy. Mi hijo está en la sala de urgencias del hospital y yo estoy aquí intentando conseguir algo que debería haber resuelto con una simple llamada telefónica... ¡si usted hubiera respondido a alguna de las seis que le he hecho antes de venir!

La mujer a la que Eve había llamado Terese se volvió hacia Hunter. O, más exactamente, hacia los guardias de seguridad que lo mantenían sujeto.

—Suelten a este hombre —les ordenó.

—Quería acercarse a mí —dijo Eve con petulancia.

—Bueno, ahora ya no tendrá necesidad, porque yo voy a ocuparme de esto —dijo Terese. Después se dirigió de nuevo a los guardias y les dijo, con más firmeza—: Lo digo en serio. Suéltenlo.

Hunter fue liberado después de la segunda orden, aunque los guardias permanecieron junto a él.

—Soy Terese Warwick, la hermana gemela de Eve —dijo ella.

Durante un momento, Hunter se quedó mirándola con sorpresa. Había cierto parecido entre las dos mujeres, pero no lo suficiente como para darse cuenta de que eran gemelas.

—Sé que no nos parecemos mucho. En realidad, somos mellizas —dijo Terese Warwick, como si le estuviera leyendo el pensamiento.

—Yo soy Hunter Coltrane —respondió él, recuperándose de su sorpresa—. Mi mujer y yo adoptamos al hijo de su hermana.

—¿Y necesita sangre?

—Sí. Fue algo muy tonto. Tuvo una pequeña caída, nada fuera de lo corriente. Pero se dio un golpe en la nariz y comenzó a sangrar. Yo hice todo lo que pude por cortar la hemorragia, pero cuando me di cuenta de que no podía, lo llevé a urgencias. Los médicos tampoco consiguieron que dejara de sangrar y ahora están hablando de hemofilia. Mientras todo esto ocurría, el niño ha perdido mucha sangre y necesita una transfusión, y su hermana es la solución más rápida.

—Pero ya sabes el miedo que me producen las agujas, Terese —dijo Eve a la defensiva, como si aquello fuera más importante que la salud del niño.

—Algunas veces, Eve, me asombras —respondió Terese.

—Oh, ya lo sé, tú eres mucho mejor que yo, ¿no? —replicó Eve con desprecio—. ¿Por qué entonces no lo haces tú, Terese? Si yo tuviera tu aspecto quizá también fuera tan bondadosa. Es lo único que tienes.

Terese no respondió a aquel comentario cortante. Volvió su atención hacia Hunter como si ya se hubiera dicho todo entre ellas dos.

—Está bien —dijo—. Yo tengo el mismo tipo de sangre. Iré contigo al hospital, y haré lo que necesites.

 

 

—Pase —dijo Terese.

Eran las nueve de la noche y alguien había llamado a la puerta de su habitación del hospital.

Después de haber donado casi un litro de sangre y de que los médicos responsables de la sala de urgencias se convencieran de que su nivel de azúcar había vuelto a la normalidad y de que podía mantenerse en pie sin desmayarse ni marearse, finalmente le habían dado el alta. Así que estaba sentada en una silla, esperando que su visitante fuera una enfermera con los formularios que tenía que rellenar para poder marcharse.

Sin embargo, no fue ninguna enfermera la que asomó la cabeza por la puerta, sino Hunter Coltrane.

—¿Estás visible? —le preguntó él, con la voz más rica y más profunda que Terese hubiera oído nunca.

—No he tenido que hacer nada más que remangarme —respondió ella, riéndose.

Una risita que fue casi infantil, por ninguna razón en particular, salvo porque se había pasado todo el tiempo desde que lo había conocido pensando en él. Preguntándose cosas sobre él.

—Pasa —repitió, intentando que su impaciencia por verlo no se le notara en la voz.

Hunter Coltrane aceptó la invitación, entró y cerró la puerta.

La habitación no era muy grande, pero ninguno de los médicos y las enfermeras que habían estado saliendo y entrando había llenado el espacio como lo hacía aquel hombre. Era una presencia imponente. Medía uno noventa, tenía los hombros anchos y musculosos, las piernas largas y unas caderas y una cintura estrechas. Tenía la mandíbula cuadrada y los labios llenos, y los ojos del mismo color que el topacio de uno de los anillos que Terese había heredado de su abuela, ámbar con brillantes motas doradas. Llevaba el pelo, rubio oscuro, un poco largo y despeinado, pero cuando se pasó las manos por la cabeza se le ordenó en ligeras ondulaciones. Ciertamente, no tenía nada que ver con los hombres perfectamente peinados con los que ella se relacionaba en su círculo social.

—¿Cómo estás? —le preguntó él.

—Bien, gracias. He estado un poco débil y mareada, pero me han dado zumo y galletas y ahora estoy bien. Me han dado el alta.

—La enfermera me ha dicho que te marchabas, así que por eso he venido.

Parecía que aquello iba a ser un adiós rápido, y Terese no quería que fuera así. No antes de enterarse de cómo estaba su sobrino. Así que dijo:

—Pero lo más importante es cómo está Johnny.

Si Hunter Coltrane había estado pensando en salir rápidamente de allí no se notó, porque pasó la pierna por encima del taburete que había usado el médico para reconocerla y se sentó frente a ella.

—Johnny está bien —respondió él en un tono aliviado—. Ya no sangra por la nariz. Y con la transfusión se siente mucho mejor. Lo van a mantener en observación durante cuarenta y ocho horas, para comprobar sus niveles de hemoglobina y asegurarse de que se estabiliza. Pero siempre y cuando no sangre, estará bien.

—¿Y durante esas cuarenta y ocho horas, van a averiguar si tiene hemofilia o no? —el trayecto hacia el hospital sólo había durando veinte minutos, pero Hunter le había explicado unas cuantas cosas durante el camino.

—Sí, tendrán los resultados antes de que le den el alta. Están bastante seguros de que la tiene, pero dicen que no hay que sentir pánico, sólo ser precavidos y saber cómo reaccionar en algunas ocasiones específicas. No es una enfermedad degenerativa, ni nada que le vaya a hacer enfermar ni a debilitarlo.

—En otras palabras, no es algo que quieras tener, pero podría haber sido peor.

—Exacto. Siento que no hayas podido verlo durante todo este tiempo. Las enfermeras me han dicho que lo has intentado, pero entre la hemorragia de la nariz y la transfusión, el pobre niño ha estado demasiado abrumado y no podía tener visitas.

—No pasa nada, lo entiendo —respondió Terese.

Sin embargo, eso no significaba que no se hubiera quedado desilusionada. Había tenido la esperanza de poder conocer a su sobrino. Un sobrino al que probablemente no tendría más oportunidad de conocer, aunque era algo que siempre había querido hacer.

—Me alegro de que esté bien —dijo.

—Yo me voy a quedar aquí con él, pero como ahora está dormido, pensé que podría llevarte a casa sin que me echara de menos. No quiero que tengas que volver a casa en taxi, ni que nadie tenga que venir a buscarte.

—¿Tu mujer no está aquí? —preguntó Terese. Sabía que al bebé de Eve lo había adoptado un matrimonio.

Los magníficos rasgos de Hunter reflejaron tensión nuevamente.

—Murió hace dos años —dijo suavemente.

—Oh. Lo siento muchísimo.

Él no ofreció más información sobre la muerte de su esposa, y aunque Terese sentía curiosidad, no le preguntó nada.

Él continuó con lo que había estado diciendo antes de aquello.

—No quiero que tengas que volver a casa en taxi ni molestar a nadie para que venga a buscarte.

—No pasa nada. He llamado a casa y ya han enviado un coche. Pero gracias por pensar en mí.

La expresión del ranchero se relajó una vez más y soltó una carcajada seca.

—Soy yo el que tengo que darte las gracias. No sé cómo agradecerte que vinieras aquí e hicieras esto. Estoy en deuda contigo. Si hay algo que pueda hacer para compensarte...

Terese no respondió inmediatamente. Al cabo de unos segundos, dijo lentamente:

—Hay una cosa que sí me gustaría.

—Lo que quieras —dijo él.

—Verás... durante los tres días siguientes a que naciera Johnny, y antes de que tú ganaras su custodia, mi hermana no quiso saber nada de él. Sin embargo, yo detestaba la idea de que sólo lo cuidaran enfermeras, y pasé mucho tiempo con él. Le di de comer, lo cambié y... —se le estaban llenando los ojos de lágrimas al recordar lo mucho que le había dolido aceptar que su hermana no iba a quedarse con el niño.

—Bueno, el caso es que me enamoré de él. Después se fue y... bueno, yo siempre lamenté no poder estar en contacto con él, no poder saber qué tal estaba y qué hacía. Verlo crecer, aunque fuera a distancia...

La postura de Hunter Coltrane parecía más tensa que antes, y Terese se apresuró a borrar cualquier duda que ella pudiera estar provocándole.

—Tengo completamente asumido que tú eres su padre y su familia. Por favor, nunca lo olvides. Sin embargo, me encantaría conocerlo. Bajo tus condiciones —añadió rápidamente—. Y él no tendría por qué saber que hay alguna relación entre nosotros si tú no quieres. Podrías decirle que soy una amiga, o la persona que le donó la sangre y dejarlo así.

Hunter no respondió. Parecía que lo estaba pensando cuidadosamente. O quizá sólo estuviera intentando encontrar alguna excusa para negarse.

—De veras, yo no haría nada que pudiera ser malo para él, y...

—Está bien —dijo entonces el ranchero, alzando una mano para detener la avalancha de argumentos que ella iba a empezar a darle.

—¿De verdad?

—De verdad. Si me dieras un minuto, te diría que no veo nada malo en el hecho de que Johnny te conozca.

—¿Y no lo dices sólo porque te sientes obligado, como si me debieras algo? Porque no es verdad. Yo no querría que hicieras nada que te inquietara. Sé que, algunas veces, la seguridad de un padre adoptivo puede ser...

—Yo no tengo ninguna inseguridad sobre el hecho de ser el padre de Johnny —le dijo Hunter, con una suave sonrisa que hizo que Terese se diera cuenta de lo cierto que era aquello—. Adoptado o no, él es mi hijo, y eso no va a cambiar nunca. Creo que no quiero que vaya a tu casa, ni nada de eso, pero ¿que tú lo conozcas? Eso no es ningún problema para mí.

Terese no quería decirle que su hermana tampoco querría que el niño fuera a la casa, así que se limitó a asentir.

—No, yo tampoco creo que sea bueno para Johnny ir a la casa. Yo podría conocerlo aquí mismo, mientras está en el hospital, si no quieres que sepa dónde vivís, o...

—No estoy seguro de que sea una buena idea que lo veas en el hospital. Hay demasiados extraños, y él ya está un poco intimidado por el hecho de estar aquí. Pero el lugar donde vivimos no es ningún secreto.

—Yo estoy dispuesta a hacerlo como tú quieras —dijo Terese.

El ranchero se quedó pensativo otro momento y ella se preocupó por si acaso estaba arrepintiéndose. De hecho, la pausa fue tan larga, y él la observaba con tanta atención, que Terese comenzó a pensar que iba a decirle que no, después de todo.

—¿Sabes? Tengo una cabaña en el rancho. No es gran cosa, pero si quieres venir y pasar unos días con nosotros, podrás conocer a Johnny y estar con él en su propio territorio. ¿Qué te parece?

—Eso sería maravilloso —dijo ella.

—¿Puedes tomarte unos días libres en el trabajo...? ¿Trabajas?

—Sí. Doy clase de Psicología en la Universidad Estatal de Portland. Pero en este momento tengo un periodo sabático, así que tengo tiempo.

—Estupendo.

En aquel momento llegó la enfermera con los papeles que tenía que firmar Terese.

Hunter se puso en pie para cederle el taburete.

—Bien, ahora me quitaré de en medio para que puedas marcharte tranquilamente, pero te llamaré en cuanto tenga a Johnny en casa y podemos pensar en la fecha en la que vendrás al rancho.

—Estoy impaciente —respondió Terese, mientras él salía de la habitación.

Sin embargo, mientras se arreglaba el pelo con las manos, una imagen se le pasó por la cabeza, la imagen de Hunter Coltrane. La imagen de Hunter con ella...

—Eso sí que es un sueño —murmuró para sí misma.

Y nadie lo sabía mejor que ella.

Porque Hunter Coltrane era lo suficientemente guapo como para parar la circulación, y ella sabía que no era la mujer que podría volverlo loco.

Del montón. Así era ella.

Su madrastra siempre lo había dicho, y también Eve. Su hermana lo había mencionado aquella misma tarde. Era algo irrefutable que Terese Warwick era una mujer muy corriente.

Salió de la habitación del hospital diciéndose que debía estar contenta porque iba a conocer a su sobrino.

Y obligándose a quitarse de la cabeza la imagen del padre del niño.

2

 

—Eh... ¿Johnny? ¿Qué estás haciendo?

Era domingo por la noche y Hunter estaba esperando a que Terese llegara al rancho en cualquier momento. Él había tenido a su hijo de vuelta en casa desde el jueves anterior, y después de mucho meditarlo, había cumplido su palabra y el viernes por la noche la había llamado para fijar la fecha en que Terese iría al rancho a conocer a Johnny.

Ella le había dicho que tenía que acudir a algunos eventos benéficos durante aquel fin de semana, y le había preguntado si le parecía bien que llegara a las nueve de la noche. Hunter había accedido. Sin embargo, se estaba retrasando, y como ya se había pasado la hora de que Johnny se acostara, Hunter había bañado al niño y le había puesto el pijama. Después, el pequeño había desaparecido en el piso de arriba durante un rato, y en aquel momento acababa de volver al salón. Hunter se quedó sorprendido al ver el resultado de aquel viaje.

—Tú estás guapo y yo también quería estarlo —le dijo Johnny.

Su hijo se había dado cuenta de que él se había dado una segunda ducha y de que se había afeitado otra vez, y de que llevaba unos pantalones de pinzas y una camisa en vez de los vaqueros y la camiseta que hubiera llevado, normalmente, en una noche de domingo.

—Ven aquí y déjame ver lo que has hecho —dijo Hunter, intentando no reírse.