Don Juan de Austria - Mariano José de Larra - E-Book

Don Juan de Austria E-Book

Mariano José de Larra

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Beschreibung

En su viaje a París de 1835, Larra conoció a Casimiro Delavigne y decidió traducir y adaptar su obra más reciente. Nos referimos a Don Juan d'Autriche ou La vocation. Cuyo título en español es Don Juan de Austria. Para adaptar el texto original a los gustos y al contexto españoles, Larra introdujo críticas a aspectos concretos de la política y la sociedad de su tiempo. La España de entonces estuvo marcada por convulsiones políticas y sociales muy graves. Mariano José de Larra retrata en esta obra la personalidad de Don Juan de Austria, uno de los personajes literarios favoritos del Romanticismo. La vida de Don Juan de Austria fue convulsa desde el principio. Su padre, el emperador Carlos I de España tuvo un romance con Bárbara Blomberg, una joven burguesa alemana, con quien concibió un hijo fuera del matrimonio. La vida daría un nuevo vuelco para él, cuando Carlos I de España fallece por paludismo el 21 de septiembre de 1558. Cuatro años antes Carlos I redactó un documento donde afirmaba que, tras enviudar, mantuvo una relación con una mujer soltera, con quien tuvo un hijo. En dicho documento, reconocía a Don Juan como miembro de la familia real bajo el nombre de Juan de Austria. Desde entonces el joven fue bienvenido también por el rey Felipe II de España, su hermano mayor. Con el tiempo, Juan de Austria fue admirado como militar y ávido diplomático, representando a la familia real durante el reinado de su hermano. Don Juan de Austria lo tenía todo: era un hombre valiente, culto, devoto, atractivo… Su hermano Felipe II le confió misiones decisivas y en todas ellas brilló con luz propia. Don Juan destacaba por su carisma a diferencia de su hermano, hombre huraño y triste, encerrado en El Escorial.

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Mariano José de Larra

Don Juan de Austria o la vocaciónTraducción y adaptación de Mariano José de Larra

Barcelona 2024

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: Don Juan de Austria o la vocación.

© 2024, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño de cubierta: Michel Mallard.

ISBN tapa dura: 978-84-1126-619-2.

ISBN rústica: 978-84-96428-21-8.

ISBN ebook: 978-84-9897-043-2.

Obra original de Delavigne; traducida y versionada por Mariano José de Larra

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 9

La vida 9

Personajes 10

Acto I 11

Escena I 11

Escena II 14

Escena III 16

Escena IV 17

Escena V 23

Escena VI 24

Escena VII 29

Escena VIII 31

Escena IX 37

Escena X 38

Escena XI 44

Escena XII 46

Acto II 49

Escena I 49

Escena II 53

Escena III 53

Escena IV 59

Escena V 60

Escena VI 62

Escena VII 62

Escena VIII 66

Escena IX 69

Escena X 71

Escena XI 74

Escena XII 78

Escena XIII 80

Acto III 83

Escena I 83

Escena II 83

Escena III 88

Escena IV 89

Escena V 89

Escena VI 91

Escena VII 91

Escena VIII 94

Escena IX 94

Escena X 101

Escena XI 102

Escena XII 103

Escena XIII 104

Escena XIV 105

Escena XV 105

Escena XVI 109

Escena XVII 110

Escena XVIII 115

Escena XIX 116

Escena XX 116

Escena XXI 117

Escena XXII 119

Escena XXIII 121

Acto IV 123

Escena I 123

Escena II 125

Escena III 126

Escena IV 127

Escena V 127

Escena VI 128

Escena VII 132

Escena VIII 132

Escena IX 133

Escena X 135

Escena XI 135

Escena XII 138

Escena XIII 145

Escena XIV 147

Escena XV 147

Acto V 149

Escena I 149

Escena II 151

Escena III 151

Escena IV 156

Escena V 157

Escena VI 157

Escena VII 159

Libros a la carta 165

Brevísima presentación

La vida

Mariano José de Larra (Madrid, 1809-Madrid, 1837), España.

Hijo de un médico del ejército francés, en 1813 tuvo que huir con su familia a ese país tras la retirada de las fuerzas bonapartistas expulsadas de la península. Como dato sorprendente cabe decir que a su regreso a España apenas hablaba castellano. Estudió en el colegio de los escolapios de Madrid, después con los jesuitas y más tarde derecho en Valladolid. Siendo muy joven se enamoró de una amante de su padre y este incidente marcó su vida. En 1829 se casó con Josefa Wetoret, la unión resultó también un fracaso.

Las relaciones adúlteras que mantuvo con Dolores Armijo se reflejan en el drama Macías (1834) y en la novela histórica El doncel de don Enrique el Doliente (1834), inspiradas en la leyenda de un trovador medieval ejecutado por el marido de su amante. Trabajó, además, en los periódicos El Español, El Redactor General y El Mundo y se interesó por la política.

Aunque fue diputado, no ocupó su escaño debido a la disolución de las Cortes. Larra se suicidó el 13 de febrero de 1837, tras un encuentro con Dolores Armijo.

La personalidad de don Juan de Austria siempre se ha opuesto a la de su hermano Felipe II, saliendo beneficiado el primero. Juan es el vencedor de Lepanto mientras el monarca nos parece un hombre huraño y triste, encerrado en El Escorial. Don Juan era hijo natural del emperador Carlos V y Bárbara Blomberg. Su destino, en un primer momento, era la carrera eclesiástica pero pronto demostró su afición por las armas, intentando enrolarse en una armada destinada a tomar Malta. Nombrado en 1568 general de los mares, la victoria sobre la revuelta morisca de Granada fue su primer gran éxito bélico antes de comandar la flota de la Liga Santa que venció a los turcos en Lepanto.

Tras esta victoria pretendió el tratamiento de alteza y la concesión del título de infante. Su hermano Felipe contuvo esos deseos nombrándolo gobernador general de los Países Bajos en 1576. Allí consiguió el regreso de Flandes a la órbita española gracias a la publicación del Edicto Perpetuo. Juan murió en el campamento de Namur el 1 de octubre de 1578.

Personajes

Carlos V

Cortesanos, Ugieres, Alguaciles, Frailes, Guardias

Domingo

Don Juan

Don Pedro Gómez

Don Rodrigo Quesada, del Consejo de S. M. Carlos V

Doña Florinda Sandoval

Dorotea, dueña

El prior del convento de Jerónimos de Yuste

Felipe II

Fray Lorenzo

Fray Timoteo

Ginés

Pablo, novicio de quince años

Rafael criados de don Rodrigo

Un ugier del palacio

Acto I

Una librería en casa de don Rodrigo: en los alrededores de Toledo.

Escena I

Don Rodrigo, Ginés con bujías en la mano, Domingo

Rodrigo Alumbra, Ginés. Véalos yo después de tres días de ausencia, mis caros libros, mis amigos y mis consejeros... (Separando las luces que Ginés acerca.) ¡Eh! no tan cerca; ¿quieres hacer un auto de fe con mi biblioteca? ¡Por Santo Domingo! esos libros son mejores cristianos que tú y que yo. ¿No debo a su intervención la conversión a Dios del mozo más mundano de entrambas Castillas? (¡Pobre don Juan! ¡Sepultar dentro de un hábito tan raras y tan altas prendas! Pero así lo quiso el emperador, mi señor, y nuestro nuevo rey don Felipe ha jurado no reconocerle sino con esta condición.) ¿Eh? Paréceme que oigo ruido en su aposento. (Acercándose a una puerta lateral.). Don Juan, hijo mío, ¿no dormís?

Una voz de adentro Padre y señor, estoy en oración.

Rodrigo ¡Santa palabra! (A don Juan.) Proseguid, hijo mío; mi regreso después de tan corta ausencia no ha de turbaros en vuestros piadosos deberes hacia el Padre común de todos los hombres. (A Ginés.) Ven hacia esta parte, y hablemos bajo. Ginés, ¿qué ha hecho mi hijo durante mi viaje? ¿Ha asistido todos los días al templo a la hora acostumbrada?

Ginés A la hora acostumbrada.

Rodrigo ¿Su estancia en él era larga?

Ginés Larga.

Rodrigo ¿Al ir o al volver no has visto nada sospechoso?

Ginés Nada sospechoso.

Rodrigo ¿No has recibido para él ninguna carta?

Ginés Ninguna carta.

Domingo Fuera de esta. (Deslizándola por debajo de la puerta de don Juan.) Ya está en el buzón.

Rodrigo Estoy satisfecho. Sírveme siempre con el mismo celo.

Ginés Con el mismo celo.

Rodrigo ¡Es un eco este asturiano! Una mula he tenido de su tierra, que gastaba más palabras. Pero fiel. A ti, Domingo. ¿Qué hizo mi hijo el día de mi partida?

Domingo Levantose un tanto triste. Acompañele en sus devotas oraciones, y, si no lo habéis a enojo, hícele pie para el almuerzo.

Rodrigo Veo que si tomas parte en sus devociones, no olvidas sus desayunos.

Domingo Suéleme decir que reza con más fervor cuando estoy a su lado, y que almuerza con mejor apetito.

Rodrigo (Este es más suelto que el otro. Ha andado tres años al servicio de un canónigo.) (A Domingo.) ¿Y después?

Domingo Le leí para edificarle un sermón del padre Fresneda... pero pesia mi...

Rodrigo ¿Se durmió?

Domingo No, sino antes del Ave María...

Rodrigo ¡Oh! ¿qué? ¿no le recordabas los grandiosos hechos del reinado anterior?

Domingo Temí que el nombre de Francisco I despertase en él sus antiguas imaginaciones marciales.

Rodrigo ¿Francisco I sigue pues siendo su héroe? (Extraña fantasía en un hijo de Carlos V.) (A Domingo.) ¿Y después?

Domingo Acostose como de costumbre al caer del día, y reposó con un sueño tan tranquilo como su conciencia; díjome a la mañana que los ensueños que había tenido hubieran honrado a un padre del yermo.

Rodrigo ¡El gozo ha de matarme! Hace seis meses, Domingo, cuando don Juan parecía cuidar más del mundo que de su salvación, ¿quién hubiera creído que hablamos de ver jamás tan milagrosa conversión? Modelo es de buena crianza. Da las llaves.

Domingo Aquí están todas. (Salvo la buena.)

Rodrigo Ahora no pudiera salir sin mi licencia.

Domingo (Pero entrará con la nuestra.).

Rodrigo Podéis recogeros. Tomad para vosotros. (Les da dinero.) Y Dios os guarde.

Ginés Dios nos ayude.

Rodrigo No, no; no pecará por palabra de más.

Escena II

Don Rodrigo Estoy fatigado. (Sentándose.) Bueno será ver si no he perdido en el viaje alguno de mis papeles. (Abre una cartera y saca algunas cartas que recorre.) ¡Ah! La orden del rey don Felipe, que se niega a verme en Madrid, y me manda volverme al punto a Villa García de Campos, donde, a Dios gracias, ya estoy de vuelta.

«Últimos consejos de Ignacio de Loyola a su amigo y señor don Rodrigo Quesada, del consejo que fue de Su Majestad el señor emperador don Carlos V.» La carta que aquel santo varón me escribió algunos días antes de su muerte. ¿Quién hubiera adivinado jamás, cuando mandaba aquella compañía de migueletes en el sitio de Pamplona, que había de verse un día al frente de otra compañía, Dios me perdone, bien diversa, y que ha de venir a ser andando el tiempo un ejército, según levanta gente para ella? Letras por cierto bien preciosas. Mal haya yo, si me canso jamás de pasarla y repasarla. (Leyendo.) «Os ocurre una dificultad, un escrúpulo de conciencia, mi muy caro hermano, tocante al hijo natural del emperador Carlos V, el mancebo don Juan, nacido en Ratisbona el 24 de febrero de 1545, quien fue cometido a vuestro celo desde la edad más tierna, y que pasa en la opinión de las gentes por hijo vuestro. En el caso, me decís, de que mi discípulo no fuese reconocido por el rey don Felipe, su hermano, a pesar de la palabra que delante de mí empeñó al emperador, religioso actualmente en el monasterio de Yuste, ¿debo o no publicar la verdad? Distingamos, hermano mío; distingo.» ¡Eh ¡eh! Cuando cursaba en el colegio de Monteagudo a los treinta y cinco años ya era el escolar más sutil para estos casos de conciencia... siempre cortaba el nudo con su distingo.

«Si don Juan estuviese aislado en el mundo, yo os diría: Hablad, don Rodrigo. Pero se trata de un suceso que atañe a dos testas coronadas; no es posible, hermano, dar a luz las faltas de los grandes de la tierra sin grave escándalo de los pequeños. Considerad, además, cuán eminente riesgo corrierais vos mismo. Yo os propondría, por tanto, un término medio, que conciliase vuestros deberes con vuestro interés, cual sería acreditar el nacimiento de vuestro discípulo por medio de un instrumento que él pudiese hacer valer algún día a su riesgo y peligro; esta medida os reportaría la doble ventaja de daros tranquilidad en esta vida, y de no intimidaros en la otra...»

Ya está hecho, ya está hecho; aquí está el instrumento. «Segunda dificultad tocante a la madre del mancebo don Juan. Veo que no sabéis a quién achacar esta debilidad, y que andáis dudoso entre una real princesa de Hungría, una nobilísima marquesa de Nápoles, y una humilde cuanto hermosa panadera de Ratisbona. Bien que fuese lo más natural, mi muy caro hermano, designar la plebeya por caridad hacia las dos nobilísimas señoras, apruebo con todo vuestra dificultad. Pero en tal caso os quedará el medio, tan conciliador como el otro, de dejar en blanco el nombre de la madre.»

Es un portento para estas sutilezas. He seguido su consejo, vista la dificultad de acertar en medio de tantas fragilidades imperiales. En resumen, del lado de la madre hay confusión, tropel: por lo regular sucede todo lo contrario. (Guardando las cartas.) Creo que reina la mayor tranquilidad en la cámara de mi discípulo. Se habrá recogido. Hagamos otro tanto.

Escena III

Domingo, Ginés, después Don Juan, Rafael

Domingo (En voz baja.) Entrad, entrad, señor don Juan: ha pasado a su cámara.

Juan ¡Lléveme el diablo! si ha vuelto, llego tarde.

Ginés ¿Tarde?

Domingo Jura como un hereje.

Juan Como un devoto; a fe que vosotros, con toda vuestra devoción, no desconocéis ninguno de los siete pecados mortales.

Domingo Pero nos arrepentimos; si los buenos cristianos no pecasen, habría una multitud menos en la tierra.

Juan ¡Silencio, víbora! (Corriendo hacia la puerta de su cuarto.) Rafael, Rafael, soy yo.

Rafael (Abriendo la puerta.) En buen hora, señor don Juan; a no ser por un ardid de guerra, la plaza estaba tomada. Hemos parlamentado a través de la puerta. Pero ¡voto a Dios! la superchería no le va bien a un soldado viejo.

Juan Toma ejemplo de Domingo es oficio que no le cuesta, y que le vale. (Sacando la bolsa.) Toma, Ginés, por tu discreción, y tú, Domingo, por tus embolismos: insignes bribones, cobráis por dos lados vuestros leales servicios.

Domingo Dios nos dio dos manos, y usamos de ellas en obsequio vuestro.

Ginés En obsequio nuestro.

Juan Esta es la primera vez que ha alterado el texto. Ea, id con Dios. (Sacudiendo la bolsa vacía.) He aquí dónde paran los dineros que mi buen padre me da para el rescate de cautivos.

Escena IV

Don Juan, Rafael

Rafael Don Rodrigo puede alabarse de estar bien servido por cierto, y vuestra salvación está en buenas manos. Vuestra señoría, sin embargo, me había prometido volver pronto.

Juan ¡Hallara yo medio de separarme de ella! lo que me pasma aún no es el haberla dejado tan tarde, sino el haber tenido fuerzas para separarme de ella; y si no me entiendes, buen Rafael, tanto peor para ti. Será señal de que no has amado jamás.

Rafael ¡Pluguiera a Dios!

Juan Sí, a tu modo.

Rafael Si hay dos modos, vive Dios que era el mejor; pero no se me acuerda que el amor me hiciese faltar nunca de mi puesto; ni aun después de la gloriosa jornada de Pavía, cuando hacíamos zafarrancho de las milanesas; y puedo jurar con toda vuestra señoría que el día de nuestra partida las morenas de aquella tierra no podían decir como nuestro prisionero: Todo se ha perdido menos el honor.

Juan ¡Oh, Francisco I! Gran rey, que admiro más todavía por sus defectos que por sus raras prendas. Ese sabía amar.

Rafael Y se batía como un león, ¡capo di dio!

Juan ¡Parece que no se te olvidó todavía el italiano!

Rafael ¡Pardiez! sé jurar en todas las lenguas: y es gran recurso en el extranjero.

Juan ¡Vive Dios que no lo haces mal en castellano! acuérdate sino del día en que el viento jugando con el manto de doña Florinda dejó por primera vez su rostro descubierto en el paseo, y nos mostró la más peregrina belleza de que pueda envanecerse la Andalucía.

Rafael ¡Cuerpo de Cristo! ¿No os dije yo que era andaluza? Dónde hay ojos...

Juan ¡Y los suyos, Rafael! ¡Oh! me enloquecen de amor y de placer.

Rafael A vuestra edad, señor, decía yo otro tanto. Pero ¿adónde os llevará ese galanteo?

Juan ¿Galanteo, Rafael? ¿Galanteo osas llamar al amor más ardiente y más puro que ardió nunca en pecho castellano? ¿Cuál mayor prueba le pides a esa pasión que este mismo papel que me hace su violencia representar? ¿Creíste por ventura que la hipocresía repugne menos a la fiera condición de un hidalgo bien nacido, que a la llaneza de un soldado de los viejos tercios de Flandes y de Italia? Y con todo, para burlar la vigilancia de mi padre cedí a los malos consejos de Domingo.

Rafael No hay como un santurrón para tentaros a pecar.

Juan Yo compré los escrúpulos de su conciencia y la imbécil afición de Ginés. Yo revestí el exterior de una vocación que no tengo, pesia a mi alma; debajo de esa máscara, que me lastima, supe encubrir...

Rafael Los paseos nocturnos, las serenatas... los eternos plantones al lado del poste de la iglesia.

Juan ¡Ah! donde le ofrecía el agua bendita... pero confiesa que jamás dedos más hermosos de mujer han desnudado el guante para tocar los de...

Rafael Los de caballero más galán.

Juan Más enamorado, Rafael, más enamorado. ¿Cómo pudiera tanta constancia no conquistarme su afecto? ¿Cómo pudiera haberme negado la puerta de su casa, a su vuelta de Madrid, adonde estuvo en poco que mi locura y mi desesperación no la siguiesen? Si más la vi, más conocí que no me era posible vivir sin verla. No hay otra doña Florinda; no es la pasión quien me ciega: hay en ella, ora hable, ora calle, un no sé qué, que me tiraniza y me encadena a sus plantas para siempre. Es forzoso, Rafael, es forzoso que sea mía.

Rafael En buen hora, ¿quién lo estorba? acabad una vez, como yo empezaba siempre.

Juan (Con altanería.) Será mi mujer; nos ofendes a entrambos.

Rafael (Tiene a veces un modo de mirar que me impone.)

Juan Sí; y pues tengo su consentimiento, mañana mismo habré de ser dichoso.

Rafael ¡Mañana! Reparad con todo en los obstáculos...

Juan