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El arte de conspirar, de Mariano José de Larra, se enmarca dentro del género de la época denominado «comedia de costumbres políticas». La obra narra el intrincado proceso de conspiraciones que la reina madre de Dinamarca, María Julia, y el conde Beltrán de Rantzau han de tramar en 1772 para expulsar del poder al malvado Estruansé, primer ministro designado sucesor de la corona por el moribundo rey Cristiano VIII. El arte de conspirar legitima la conspiración como medio para echar al hostil sucesor, colocando a Rantzau y a María Julia como los valerosos protagonistas.
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Mariano José de Larra
El arte de conspirar
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: El arte de conspirar.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: [email protected]
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN tapa dura: 978-84-9897-340-2.
ISBN rústica: 978-84-96428-04-1.
ISBN ebook: 978-84-9897-047-0.
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Créditos 4
Brevísima presentación 9
La vida 9
Personajes 10
Acto I 11
Escena I 11
Escena II 13
Escena III 16
Escena IV 18
Escena V 20
Escena VI 23
Escena VII 29
Escena VIII 33
Escena IX 37
Escena X 42
Acto II 45
Escena I 45
Escena II 46
Escena III 52
Escena IV 55
Escena V 60
Escena VI 63
Escena VII 64
Escena VIII 66
Escena IX 69
Escena X 70
Escena XI 73
Escena XII 75
Acto III 79
Escena I 79
Escena II 83
Escena III 84
Escena IV 88
Escena V 91
Escena VI 96
Escena VII 96
Escena VIII 98
Escena IX 99
Escena X 102
Escena XI 103
Acto IV 107
Escena I 107
Escena II 108
Escena III 112
Escena IV 113
Escena V 115
Escena VI 118
Escena VII 123
Escena VIII 124
Escena IX 124
Escena X 126
Escena XI 129
Escena XII 130
Acto V 137
Escena I 137
Escena II 140
Escena III 141
Escena IV 145
Escena V 146
Escena VI 149
Escena VII 150
Escena VIII 152
Escena IX 153
Escena X 153
Libros a la carta 159
Mariano José de Larra (Madrid, 1809-Madrid, 1837), España.
Hijo de un médico del ejército francés, en 1813 tuvo que huir con su familia a ese país tras la retirada de las fuerzas bonapartistas expulsadas de la península. Como dato sorprendente cabe decir que a su regreso a España apenas hablaba castellano. Estudió en el colegio de los escolapios de Madrid, después con los jesuitas y más tarde derecho en Valladolid. Siendo muy joven se enamoró de una amante de su padre y este incidente marcó su vida. En 1829 se casó con Josefa Wetoret, la unión resultó también un fracaso.
Las relaciones adúlteras que mantuvo con Dolores Armijo se reflejan en el drama Macías (1834) y en la novela histórica El doncel de don Enrique el Doliente (1834), inspiradas en la leyenda de un trovador medieval ejecutado por el marido de su amante. Trabajó, además, en los periódicos El Español, El Redactor General y El Mundo y se interesó por la política.
Aunque fue diputado, no ocupó su escaño debido a la disolución de las Cortes. Larra se suicidó el 13 de febrero de 1837, tras un encuentro con Dolores Armijo.
María Julia, reina viuda, suegra de Cristiano VIII, rey de Dinamarca
El conde Beltrán de Rantzau, miembro del consejo de Estruansé, primer ministro
Falklend, ministro de la Guerra, miembro del consejo de Estruansé
Federico de Geler, sobrino del ministro de Marina
Carolina, hija de Falklend
Koller, coronel
Berton Burkenstaf, mercader de sedas
Marta, su mujer
Eduardo, su hijo
Juan, mancebo de su tienda
Jorge, criado de Falklend
Bergen, señor de la corte
Un ujier
El presidente del tribunal supremo de justicia
Pueblo
Comedia en cinco actos y en prosa
La escena se supone pasar en Copenhague en enero de 1772
Salón del palacio del rey Cristiano. A la izquierda la habitación del rey. A la derecha la de Estruansé
Koller, sentado a la derecha; al mismo lado Grandes del reino, militares, empleados de palacio, pretendientes, con memoriales, esperando la audiencia de Estruansé.
Koller (Mirando a la izquierda.) ¡Qué soledad en las habitaciones del rey! (Mirando a la derecha.) ¡Qué multitud a la puerta del favorito!... Si yo fuera poeta satírico, mi empleo era el más a propósito... ¡capitán de guardias en una corte donde un médico es primer ministro, la mujer del médico reina y el rey nada! Ya se ve, ¡un rey débil y enfermo! ¿Quién ha de mandar? ¡Paciencia!... Para eso está aquí la Gaceta, que ve en eso nuestra mayor felicidad... (Leyendo para sí.) ¡Hola!... Otro decreto... «Copenhague, 14 de enero de 1772. Nos Cristiano VIII, por la gracia de Dios rey de Dinamarca y de Noruega, por la presente hemos venido en confiar a su excelencia el conde de Estruansé, primer ministro y presidente del consejo, el sello del Estado; y mandamos que todos los actos emanados de él se guarden, cumplan y obedezcan en todo el reino, sin más requisito que su sola firma, y aunque nos no pongamos la nuestra...» Ahora comprendo la causa del gentío que acude esta mañana a cumplimentar al favorito... ¡eh! ya es rey de Dinamarca... este decreto es una abdicación del otro... (Viendo llegar a Bergen.) ¡Ah! ¡vos aquí, querido Bergen!
Bergen Sí, coronel, ¿Veis qué gentío en la antecámara?
Koller Aguardan que se levante el amo.
Bergen Desde que amanece le llueven las visitas.
Koller Eso es muy justo. Ha hecho tantas él cuando era médico, que es razón que se las paguen ahora que es ministro. ¿Habéis leído la Gaceta de hoy?
Bergen No me habléis de eso... Todo el mundo está escandalizado. ¡Qué descaro! ¡Qué infamia!
Un ujier (Sale de la habitación derecha.) Su excelencia el conde de Estruansé está visible.
Bergen Perdonad. (Se mete entre la multitud y entra en la habitación de la derecha.)
Koller ¡También éste va a pretender! He aquí los hombres que logran los empleos, y nosotros por más que pretendamos, ¡nada!... Pues bien; antes morir que deberle la menor gracia... ¡tengo demasiado orgullo para eso! Cuatro veces me ha negado ya... a mí... el coronel Koller, el grado de general, que tengo tan merecido, aunque no deba yo decirlo... pues hace diez años que lo pretendo. Pero le ha de pesar... él sabrá quién soy yo... ¿No quiere comprar mis servicios?... Se los venderé a otros. (Mirando al foro.) La reina madre, María Julia; viuda, a su edad... demasiado pronto por cierto... ¡Es terrible! razón tiene para aborrecerle más que yo.
La reina, Koller
Reina (Mirando alrededor con inquietud.) ¡Ah! ¡sois vos, Koller!
Koller Nada temáis, señora; estamos solos: todos acaban de entrar a besar los pies de Estruansé y de la hermosa condesa... ¿Habéis hablado al rey?
Reina Ayer, como teníamos convenido, le hallé solo en un cuarto retirado triste, pensativo... se le caían las lágrimas, y estaba haciendo fiestas a su enorme perro, su fiel compañero, el único de sus dependientes que no le ha abandonado. «Hijo mío, le dije, ¿no me conoces? —Sí, me contestó; sois mi madrastra... no, no, añadió cariñosamente, mi amiga, mi verdadera amiga, porque me tenéis lástima, ¡me venís a ver!...» Y alargándome la mano, me decía afligido: «¡Veis qué malo estoy! Yo muero, señora, y no hay remedio para mí».
Koller ¿No es cierto, pues, que esté privado del juicio, como quieren hacernos creer?
Reina No, sino viejo antes de tiempo, aniquilado enteramente por excesos de toda especie: se han embotado sus facultades, y se ha debilitado su cabeza hasta el punto de no poder soportar el menor trabajo, la más ligera ocupación: hasta el hablar le cuesta un esfuerzo... pero al oír lo que se le dice, se animan sus ojos, y brillan con una expresión particular. Ayer su semblante manifestaba muy al vivo cuánto sufría, y me dijo con una sonrisa amarga: «Ya lo veis; todos me abandonan. ¿Y la condesa? ¿Y Estruansé? ¡Estruansé!... ¡lo quiero tanto! ¿dónde está? que venga a curarme».
Koller Entonces era ocasión de manifestarle... de abrirle los ojos...
Reina Ya lo hice; pero era preciso mucho tino... Sabéis lo que puede en el corazón de un enfermo pusilánime, abatido, débil, un médico que le promete la salud... la vida... Es su oráculo... su amo... ¡su Dios! Empecé, pues, por recordarle cuando ese hombre oscuro logró introducirse en palacio, a pretexto de la enfermedad del príncipe, y casi le hice ver que él lo mató errando torpemente la cura; le puse ante los ojos cómo después su carácter intrigante logró granjearle su intimidad, y adulando sus pasiones llevarlo él mismo de exceso en exceso al estado de postración en que se halla... con la idea sin duda de hacerse cada día más preciso, de dominarle más y más, y llegar a satisfacer los planes desmedidos de ambición que la casualidad le ofrecía... Le hice ver que, lejos de emplear su ciencia en curarlo, su interés era mantenerle largos años en aquel estado doloroso de sufrimiento y de debilidad que tanto le atormenta, y con promesas y esperanzas mentidas, con consejos falsos y pérfidos, asustarlo, aislarlo, y arrancar de sus manos el poder. Se le presenté elevándose sucesivamente al rango de ayo de príncipe, de consejero, de conde... aspirando y logrando con escándalo del reino y con toda la osadía de un favorito hasta la mano de una mujer unida a la familia real por los vínculos de la sangre, montando su casa con la etiqueta y servidumbre palaciega, y hasta el punto de contar él, primer ministro, entre las damas de honor de esa su insolente esposa, a la hija de otro ministro: le patenticé la conducta descabellada de su parienta traficando con su posición, con su hermosura, con los empleos... se le pinté, en fin, haciendo gala de su ilimitado poder, y burlándose casi en público de la aprensión... de la nulidad, de la demencia de un rey a quien todo lo debe, y a quien manda como a un esclavo, o más bien como a un autómata... Al oír esto, un rayo de indignación brilló en aquel rostro desfigurado; sus facciones pálidas y ajadas se encendieron de repente, y con un tono que me sorprendió empezó a exclamar a gritos: «¡Estruansé! ¡infame!... ¡Estruansé! ¡que venga aquí! ¡quiero hablarle!».
Koller ¡Cielos!
Reina De allí a poco vino Estruansé con aquel aire de superioridad... de seguridad... dirigiéndome al paso una sonrisa de triunfo y de desdén. El rey estaba irritado... aquella era la ocasión... pero en vano. Yo los dejé solos, e ignoro qué armas pudo emplear en su defensa: lo que sé es que este incidente ha contribuido a aumentar el ascendiente del favorito; que la condesa estaba anoche más altanera que nunca, y que han llegado al pináculo del poder: ese decreto que ha arrancado al infeliz monarca, y que publica hoy la Gaceta oficial, reviste al primer ministro, a nuestro mortal enemigo, de toda la potestad real.
Koller Y el primer uso que harán de ella será contra vos, señora; no dudaré que llegue su venganza hasta el punto de...
Reina Sí; y es preciso evitarlo... es preciso que hoy mismo... ¿Quién viene?
Koller (Mirando al foro.) ¡Favoritos del favorito! El sobrino del ministro de Marina, Federico Geler... y Falklend, el ministro de la Guerra... ese hombre que para adular a Estruansé no ha dudado en consentir la humillación de hacer a su hija dama de honor de la condesa... Ella viene con él.
Reina Sí: Carolina: silencio delante de ella.
Geler, Carolina, Falklend, La reina, Koller
Geler (Dando la mano a Carolina.) Sí; hoy acompaño a la condesa Estruansé en la magnífica cabalgada que ha dispuesto... Si vierais, Carolina, qué bien se tiene a caballo... ¡con un aire! ¡oh, aquello no es una mujer!
Reina (A Koller.) No; es un sargento de caballería.
Carolina (A Falklend.) ¡La reina madre!... (Los tres la saludan.) Señora, iba a ver a Vuestra Majestad.
Reina (Con sorpresa.) ¿A mí?
Carolina Tenía encargo de hacer a Vuestra Majestad una súplica.
Reina Esta es la mejor ocasión.
Falklend Hija mía, te dejo; voy al cuarto del conde de Estruansé, nuestro primer ministro.
Geler Yo os acompaño: tengo que cumplimentarle por mí y por mi tío, el ministro de Marina, que está hoy algo indispuesto.
Falklend ¿De veras?
Geler Sí; ayer tarde acompañó a la condesa Estruansé en el paseo que dio en la falúa real... y el mar le ha hecho daño...
Reina ¡A un ministro de Marina!
Geler ¡Oh, no será nada!
Falklend (Viendo a Koller.) ¡Ah, buenos días, coronel Koller!... ya sabéis que no me olvido de vuestra pretensión.
Reina (Bajo a Koller.) ¿Vos pretendéis de ellos?
Koller (Ídem.) Por alejar toda sospecha.
Falklend Por ahora, amigo, no hay cabida: la condesa Estruansé nos ha recomendado a un joven oficial de dragones.
Geler ¡Hermosa figura! en el último baile se llevó la atención bailando la húngara.
Falklend Pero ya veremos; entraréis a la primera promoción de generales, si continuáis sirviéndonos con el mismo celo.
Reina ¡Y si aprendéis a bailar!
Falklend (Sonriéndose.) ¡Su Majestad está hoy de un humor graciosísimo!... veo que participa de la satisfacción que nos causa a todos el nuevo favor concedido a Estruansé... Tengo el honor de ofrecer a Vuestra Majestad mis respetos. (Éntrase por la derecha con Geler.)
Carolina, La reina, Koller
Reina Hablad, pues señorita, veníais...
Carolina Señora, la condesa Estruansé me ha rogado...
Reina ¡La condesa Estruansé!... (A Koller.) ¿Qué embajada será esta?
Carolina Que diese parte a Vuestra Majestad de que mañana da un baile en su palacio, y le suplicase al mismo tiempo en su nombre que se dignase honrarlo con su presencia...
Reina ¿Yo?... (A Koller.) ¡Qué insolencia! ¿Con que un baile?...
Carolina Sí, Señora: ¡un baile magnífico!...
Reina ¡Para celebrar sin duda su nuevo triunfo!... Y tiene la bondad de convidarme... ¡a mí!
Carolina Señora... ¿qué le diré?
Reina Que no.
Carolina ¡Señora!... ¡Vuestra Majestad se niega!
Reina ¿Y queréis que os dé las razones, no es verdad? ¡Aun no he olvidado el decoro que se me debe como reina y como mujer, y nunca autorizaré con mi presencia el escándalo de esos saraos, el olvido del pudor, el desprecio de las costumbres públicas! Donde presiden Estruansé y su mujer... donde reinan la traición y la deshonra... no hay sitio para mí... ¡ni para vos tampoco, señorita!... Y ya creo que lo hubierais echado de ver, si vuestro padre, atento solo a su ambición, al permitiros alternar en semejante sociedad, ¡no os mandase sin duda cerrar los ojos sobre lo que allí pasa!...
Carolina Ignoro, señora, lo que puede motivar la severidad y el rigor que Vuestra Majestad manifiesta... y no entraré en una discusión ajena de mi edad y mi conducta. Sumisa a mis deberes, yo obedezco a mis padres y nada más... a nadie tengo motivo de acusar, porque nada he visto... Si a mí me acusaren, ¡dejaré a mi conducta el cuidado de mi defensa!... (Saludando.) A los pies de Vuestra Majestad.
Reina ¿Os vais?... ¿tanta prisa corre la contestación?...
Carolina No, señora... otros quehaceres...
Reina ¡Ah! sí, se me había olvidado... ya sé que vuestro padre también da hoy un convite... ¡no se ve otra cosa! ¿una gran comida, según creo, a que deben asistir todos los ministros?
Carolina Sí, señora.
Koller ¡Convite diplomático!
Reina Tiene otro motivo además: vuestro contrato de boda...
Carolina ¡Cielos!
Reina Con Federico Geler, el que acabamos de ver... el sobrino del ministro de Marina... ¿Qué, no lo sabíais? ¿Es esta la primera noticia?
Carolina Sí, señora.
Reina Siento habérosla dado, porque parece que no os ha agradado...
Carolina Señora, mi obligación y mi deseo serán siempre obedecer a mi padre. (Saluda y vase.)
La reina, Koller
Reina Ya lo habéis oído, Koller... esta tarde en el palacio del conde de Falklend... ese convite donde se hallarán reunidos Estruansé y sus colegas... Eso es lo que iba a contaros cuando vinieron a interrumpirnos.
Koller Y bien, señora, ¿qué hacemos con eso?
Reina (En voz baja.) ¡Cómo! ¡qué hacemos!... ¿No veis cómo el cielo nos entrega así a todos nuestros enemigos de una vez? Es preciso apoderarnos de ellos.
Koller ¿Qué decís?
Reina El regimiento que vos mandáis está de guardia en palacio esta semana... podéis disponer de él... y sobra para una empresa que solo pide prontitud y osadía.
Koller ¿Y creéis?
Reina Por lo que he visto ayer, el rey, a causa de su debilidad, no tomará ningún partido, pero aprobará seguramente todos los que se tomen. Una vez destituido Estruansé, no faltarán pruebas contra él... pero lo primero es echarlo abajo... es cosa fácil... si he de creer en esta lista que me habéis dado y que os devuelvo. Es el único medio de acabar con ese usurpador y tomar yo la regencia en nombre de Cristiano VII.
Koller Tenéis razón, un golpe atrevido: es lo más pronto... esto vale más que todas esas intrigas diplomáticas, de que no entiendo una palabra. Esta tarde os entrego los ministros, muertos o vivos... nada de perdón... el primero Estruansé... Geler, Falklend, ¡y el conde Beltrán de Rantzau!...
Reina No, no; a ese no hay que tocarle.
Koller A ese más que a ninguno; le aborrezco personalmente: sus chanzonetas continuas contra los oficiales palaciegos, soldados de antecámara, como él los llama...
Reina ¿Y qué os importa eso?
Koller Es que lo dice por mí, bien le entiendo... y me vengaré...
Reina Bueno; pero no ahora. Necesitamos de él... lo necesitamos mucho para que ponga de nuestra parte al pueblo y a la corte. Su nombre, sus riquezas, sus talentos personales pueden dar consistencia a nuestro partido... que no la tiene; porque todos esos nombres que me habéis enseñado valen poco... son de ninguna influencia, y no basta derribar a Estruansé, es preciso que uno ocupe su lugar... y sobre todo que sepa mantenerse en él.
Koller Convengo... ¡pero ir a buscar aliados entre vuestros enemigos!...
Reina Rantzau no lo es: tengo pruebas de ello: ha podido perderme mil veces, y no tan solo no lo ha hecho, sino que en mil ocasiones me ha advertido indirectamente los riesgos a que iba a exponerme mi imprudencia; por último, estoy segura de que Estruansé, su colega, le teme y quisiera deshacerse de él; que él por su parte aborrece a Estruansé y vería con placer su caída... ya veis... de esto a ayudarnos, no hay más que un paso...
Koller