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mariano jose de larra - Uno de los articulos costumbristas en los que Larra satiriza la forma de vida española. Todos ellos se caracterizan por reflejar la observacion de los habitos, costumbres e intereses de la sociedad española de su tiempo.
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MARIANO JOSÉ DE LARRA
Entre las personas que me hacen demasiado favor, sin duda, en ocuparse de los articu-lejos que he sólido dar a luz durante mi corta existencia periodística, algunos hay que me dirigen diariamente amistosas reconvenciones sobre lo perezosa que se ha hecho mi pluma de algún tiempo a esta parte. Esto es lo que llamaría yo de buena gana no saber de la mi-sa la media, si no temiese ofender a los que con su aprecio me honran y distinguen: no entraré en aclaraciones acerca del particular, porque acaso no me bastará el querer satisfa-cerlas: sólo les diré, que llamarme perezoso equivale a reconvenir a un cojo de ambas piernas, porque no ande. Si esto no basta, ya no sé qué decir: ¡Ojalá no sobre! Les podré añadir que por una rara combinación de cir-cunstancias que mis lectores no entenderán, y que yo entiendo demasiado, nunca escribo yo más artículos que cuando ellos no ven ningu-no, de suerte que en vez de decir: "Fígaro no ha escrito este mes", fuera más arrimado a la verdad decir el mes en que no hubiesen visto un solo Fígaro al pie de un artículo: "¡Cuánto habrá escrito Fígaro este mes!". Parece la co-sa digna de explicación; pero, amigo lector, como de esas cosas suceden que no se expli-can, y como de esas cosas se explicarían que no se entenderían.
Sentadas estas bases, basta por toda satis-facción saber que tengo un criado montañés, que, a fuer de quererme, se toma conmigo raras libertades: lo mismo es ver que he escrito como cosa de un cuarto de hora, que es todo lo más que él me permite, porque blaso-na de cuidarse mucho de mi bienestar, éntra-se en mi cuarto gruñendo entre dientes, como criado viejo; tiende la vista descortésmente sobre mi papel, y mirándose sólo con un ojo a causa de no tener otro: "¡Hola! -dice-, ¿oposi-cioncita, eh? ¡Basta, señor, basta!", y unas veces derribando el tintero sobre el escrito llénamelo de borrones, y otras, que son las más, asiendo de un apagador, encájalo por montera sobre el candelero y apaga la luz. Yo no sé con quién diablos ha servido el tal montañés; pero él jura que esto me conviene; verdad es que me conoce, y sabe que si no me fuera a la mano estaría escribiendo todavía, porque, como él dice, la materia no es corta, y la intención no es buena. El montañés tiene ascendiente sobre mí, sin que yo lo pueda remediar; por consiguiente, no hay que echarle de casa: conténtome, pues, con decir, cada vez que me corta el hilo de mis eternos discursos:
Dios le dé salud a aquel montañés que apagó la luz.