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No más mostrador es una comedia escrita por Mariano José de Larra, un famoso escritor y periodista del romanticismo español. Esta obra fue estrenada en el año 1831. La trama se inspira en Les adieux au comptoir, una obra del género vodevil escrita por el dramaturgo francés Eugène Scribe. El vodevil es un género de comedia ligera, a menudo con elementos de música, baile y canciones, muy popular en Francia durante el siglo XIX. En No más mostrador, Larra adopta los convencionalismos del vodevil para satirizar aspectos de la sociedad de su tiempo. Como es típico en su obra, Larra combina el humor con una aguda crítica social y política. Su talento para el análisis social y su ingenio se manifiestan en esta obra, que refleja las tensiones y contradicciones de la sociedad española de su época.
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Seitenzahl: 89
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Eugène Scribe
No más mostrador Traducción y adaptación de Mariano José de Larra
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: No más mostrador.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: [email protected]
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN tapa dura: 978-84-1126-128-9.
ISBN ebook: 978-84-9897-998-5.
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Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
Personajes 8
Acto I 9
Escena I 9
Escena II 13
Escena III 17
Escena IV 17
Escena V 23
Escena VI 23
Acto II 27
Escena I 27
Escena II 27
Escena III 29
Escena IV 30
Escena V 31
Escena VI 33
Escena VII 33
Escena VIII 38
Escena IX 41
Escena X 46
Escena XI 46
Escena XII 47
Escena XIII 48
Escena XIV 49
Acto III 53
Escena I 53
Escena II 54
Escena III 59
Escena IV 62
Escena V 63
Escena VI 63
Escena VII 64
Escena VIII 67
Escena IX 69
Escena X 70
Escena XI 71
Acto IV 77
Escena I 77
Escena II 77
Escena III 78
Escena IV 85
Escena V 89
Escena VI 91
Escena VII 93
Escena VIII 93
Acto V 95
Escena I 95
Escena II 95
Escena III 96
Escena IV 97
Escena V 98
Escena VI 99
Escena VII 101
Libros a la carta 107
Mariano José de Larra (Madrid, 1809-Madrid, 1837), España.
Hijo de un médico del ejército francés, en 1813 tuvo que huir con su familia a ese país tras la retirada de las fuerzas bonapartistas expulsadas de la península. Como dato sorprendente cabe decir que a su regreso a España apenas hablaba castellano. Estudió en el colegio de los escolapios de Madrid, después con los jesuitas y más tarde derecho en Valladolid. Siendo muy joven se enamoró de una amante de su padre y este incidente marcó su vida. En 1829 se casó con Josefa Wetoret, la unión resultó también un fracaso.
Las relaciones adúlteras que mantuvo con Dolores Armijo se reflejan en el drama Macías (1834) y en la novela histórica El doncel de don Enrique el Doliente (1834), inspiradas en la leyenda de un trovador medieval ejecutado por el marido de su amante. Trabajó, además, en los periódicos El Español, El Redactor General y El Mundo y se interesó por la política.
Aunque fue diputado, no ocupó su escaño debido a la disolución de las Cortes. Larra se suicidó el 13 de febrero de 1837, tras un encuentro con Dolores Armijo.
Don Deogracias, comerciante
Doña Bibiana, su mujer
Julia, su hija
Bernardo, su amante
El Conde del Verde Saúco
Simón, su ayuda de cámara
Señor Borderó, sastre
Francisco, criado
Pascasio, jardinero
Un Jockey del Conde
No más mostrador
Comedia original en cinco actos
Mariano José de Larra
Hic vivimus ambitiosa
Paupertate. JUV. SÁT. V.
Pobres y vanos: este
es nuestro carácter.
La escena es en Madrid en casa de Don Deogracias
El teatro representa la trastienda de un grande almacén; en el fondo habrá una puerta que conduce al almacén; a la izquierda una puerta que da salida a la calle, y otra que figura dar a un jardín; a la derecha dos puertas, una que conduce a las habitaciones interiores, y la otra al cuarto de Don Deogracias. Muebles de moda.
Don Deogracias y Doña Bibiana.
Don Deogracias Pero, mujer, ¿es posible que hayas perdido el juicio hasta el punto de querer hacer la señora? Tú, hija de una honrada corchetera, que en toda su vida no supo salir de los portales de Santa Cruz con su puesto de botones de hueso y abanicos de novia... Tu abuelo un pobre cordonero de la calle de las Urosas, que, gracias a tu boda conmigo, concluyó sus días en una cama de tres colchones con colcha de cotonía...
Doña Bibiana ¿Y qué tenemos con esa relación tan larga de mi padre, y de mi abuelo, y de mí?... Vaya, que es gracioso. Sí señor, quiero dejar el comercio; sabe Dios lo que la suerte me reserva todavía: verdad es que mi madre vendía botones; pero por eso mismo no los quiero vender yo... sobre todo, si yo conozco mi genio... y, vamos a ver, dime: ¿qué era la marquesa del Encantillo, que anda desempedrando esas calles de Dios en un magnífico landó? A ver si su abuelo no era un pobre valenciano, que vino vendiendo estera, y se ponía por más señas en un portal de la calle de las Recogidas, hecho un pordiosero, que era lo que había que ver. En fin, fuera cuestiones, Deogracias; te lo he dicho, no quiero más comercio. Llevo ya veinticuatro años de medir sedas, y de estirar la cotanza para escatimar un dedo de tela a los parroquianos, y de poner la cortina a la puerta para que no se vean las macas de las piezas... qué sé yo... maldito mostrador; basta, basta, no más mostrador.
Don Deogracias Pero, mujer, ven acá. ¿No es el comercio, que tanto maldices, el mismo que nos ha puesto en estado de hacer los señores, y de gastar, y de?...
Doña Bibiana Tanto más motivo para dejarlo, y para descansar y disfrutar lo que hemos ganado. Cada vez que me acuerdo del baile de la otra noche, adonde fui con nuestra hija Julia, y de cómo tiene puesta la casa doña Amelia... vaya... Deogracias, desengáñate, mientras yo no tenga mi magnífica casa, y esté en un soberbio taburete recibiendo la gente del gran tono, y dando disposiciones para las arañas, y los quinqués, y la mesa de juego, y las alfombras, y el ambigú, y no entren mis lacayos abriendo la mampara, y anunciando: «el conde tal... el vizconde cual...» y mientras no tenga palco en la ópera, y un jockey que me acompañe al Prado por las mañanas en invierno, con mi chal en el brazo, y mi sombrilla en la mano... desengáñate, me verás aburrida morirme de tedio...
Don Deogracias Valiente papel haré yo en tu magnífico salón, allí revuelto con aquellos condes y marqueses... yo que nunca he salido, como quien dice, de los portales de Guadalajara. Vamos, créeme, Bibiana.
Doña Bibiana ¡Bibiana! ¡Dios mío! ¡Qué marido tan ordinario! ¿No te he dicho ya cien mil veces que no quiero que me vuelvas a llamar Bibiana? ¿Dónde has visto tú una mujer del gran tono que se llame Bibiana? Concha me llamo, y me quiero llamar; y mi señora doña Concha seré hasta que me muera, y me lo llamarán, sí señor, que para eso tengo dinero, y «¿cómo está usted, Conchita?». ¡Conchita, qué mona es usted!
Don Deogracias Mira, mujer. Bibiana Cartucho eras cuando me enamoré de ti, por mi mala estrella: con Bibiana Cartucho me casé, que ojalá fuera mentira, para purgar sin duda mis pecados en este mundo; y para mí Bibiana Cartucho has sido, eres y serás hasta que me muera; y si te mueres tú antes, en tu lápida he de poner: «aquí yace Bibiana Cartucho», y nada más.
Doña Bibiana Ay, Dios mío, ¡qué vergüenza! ¡Hasta después de mi muerte! Pues bien, rencoroso, enhorabuena, quédate en tus portales de Guadalajara, hecho un criado de todo el que te venga a pedir una cuarta de bayeta... haz lo que quieras, ya que eres un pobre hombre, y no quieres brillar y darte tono así como así, no son los maridos en lo que más reparan las gentes; pero tienes hijos, y no me parece que será cosa de sacrificarlos a tu capricho: creo que no harás ánimo de que sean también horteras.
Don Deogracias Sí por cierto. Teodoro, que va a cumplir catorce años, saldrá de la Escuela Pía en cuanto tenga más formada su letra, y sepa decir alguna cosa en latín, no para ver de ponerle los cordones, como tú crees, sino para reemplazarme en el almacén. No ceñirá espada; pero sin eso podrá ser un buen español: no tendrá, a imitación mía, más insignia que la vara de medir; pero ¿quién duda que podrá servir con ella a Dios y al Rey tan bien como cualquier otro? Además de que no le faltan al Rey jóvenes nobles y bien dispuestos, que han nacido para defenderle, y que saben sostener el brillo de su casaca, el honor de sus antepasados y los derechos de su Soberano.
Doña Bibiana ¿Es posible? Bien; pero en cuanto a mi hija Julia... ya está en edad de poderse casar... una joven de su mérito, que la he criado yo misma, que canta, que baila, que toca... Es verdad que no sabe fregar, ni barrer, ni coser ninguna cosa; pero para ser elegante tampoco lo necesita.
Don Deogracias Sí, Julia se casará; ya hace tiempo que tengo tratada su boda; y si no lo sabes ya, tú tienes la culpa. Tus eternos deseos de casarla con un personaje me han obligado a ocultártelo; pienso casarla con Bernardo, el hijo de mi amigo Benedicto, comerciante de tapices de Barcelona.
Doña Bibiana ¡Yo! ¿Suegra de un tapicero?
Don Deogracias De un tapicero; ¿y por qué no? Cuánto mejor es un tapicero, que puede contar con cien mil reales de renta al año y probidad, que un elegante jugador, un marqués plagado de trampas, un militar sin juicio, un abogado sin clientela, un médico sin enfermos...
Doña Bibiana Bien... pero, ¿y si tu hija experimentase una aversión particular hacia esa boda?
Don Deogracias Aversión, no es posible; ni aún le conoce; yo mismo, si le veo en la calle, no puedo decir «éste es;» ya se ve, como que no le he visto nunca. Su padre me escribió el proyecto de casar a nuestros hijos; y yo, que no creo poder encontrar partido alguno más ventajoso, he aceptado. Por lo que hace a Julia, yo creo que ni piensa en eso: tú la vuelves loca.
Doña Bibiana Corriente; pues me remito a ella; ella puede decidir entre los dos.
Don Deogracias Enhorabuena; yo sé que la chica es otra cosa.
Doña Bibiana ¡Julia! ¡Julia!
Don Deogracias Ella nos dirá su gusto; pero en la inteligencia que si quiere, la boda se hará al momento.
Doña Bibiana ¡Tal precipitación! ¡Julia!
Don Deogracias Sí señor; esta es una buena ocasión de colocarla; y sabe Dios, si la dejamos escapar, cómo nos veremos luego para encontrar otra igual.
Doña Bibiana, Don Deogracias, Julia.
Julia Mamá, ¿me llamaba usted?
Don Deogracias Ven aquí, hija mía. Vas a responder con toda libertad, sin ceñirte a nuestro gusto... a declararnos francamente el tuyo.
Doña Bibiana Se trata de un asunto muy serio para ti; tu padre quiere casarte.
Julia (Aparte.) ¡Casarme! ¡Dios mío! ahora...
Doña Bibiana Levanta la cabeza; mírame; sin cortedad, ¿quieres casarte? (Le hace señas con la cabeza que diga que no.) la verdad.
Julia Mamá... casarme... ahora soy tan joven...
Don Deogracias Eres joven; pero, hija...
Doña Bibiana Eso no es lo pactado; ya ves que yo no la obligo a responder; así déjala tú también en plena libertad. Vaya, hija mía, di, ¿y si tratasen de casarte con un rico tapicero de Barcelona, de más de cien mil reales de renta?...
Julia (Aparte.)