El castigo sin venganza - Lope de Vega - E-Book

El castigo sin venganza E-Book

Лопе де Вега

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Beschreibung

"El castigo sin venganza" (1631) es uno de los dramas más perfectos de Lope de Vega. Para su composición, Lope tomó la esencia del argumento de fuentes literarias italianas que llegaron a España traducidas del francés; es un buen ejemplo de cómo los temas circulan por toda Europa más allá de las fronteras lingüísticas. Recrea hechos que realmente ocurrieron en Ferrara, Italia, a mediados del siglo XV.

Casandra era la joven esposa del Duque de Ferrara, pero esta mantenía una relación amorosa con el hijo bastardo del Duque , el Conde Federico. Cuando el Duque descubre el adulterio después de volver de la guerra quiere castigar al Conde Federico manteniendo su deshonra en secreto. El Duque manda a su hijo para que mate a un traidor disfrazado (que resulta ser Casandra) y luego le pide matar a Federico diciendo que éste había asesinado a su madrastra porque creía que iba a dar a luz un heredero que le quitaría el ducado...

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Lope de Vega

El castigo sin venganza

Tabla de contenidos

EL CASTIGO SIN VENGANZA

Personas que hablan en ella

PRIMER ACTO

SEGUNDO ACTO

TERCER ACTO

EL CASTIGO SIN VENGANZA

Lope de Vega

Personas que hablan en ella

El DUQUE de Ferrara

FEBO, criado del Duque

RICARDO, criado del Duque

El conde FEDERICO, su hijo ilegítimo

BATÍN, lacayo del Conde Federico

El MARQUÉS Gonzaga, de Mantua

RUTILIO, criado del Marqués

AURORA, sobrina del Duque de Ferrara

CASANDRA, la Duquesa de Ferrara

LUCRECIA, criada de la Duquesa

FLORO, criado

LUCINDO, criado

ALBANO, criado

CINTIA, mujer del pueblo

PRIMER ACTO

(Salen el DUQUE, FEBO y RICARDO)

RICARDO: ¡Linda burla!

FEBO: ¡Por extremo!

Pero, ¿quién imaginara

que era el duque de Ferrara?

DUQUE: Que no me conozcan temo.

RICARDO: Debajo de ser disfraz,

hay licencia para todo;

que aun el cielo en algún modo

es de disfraces capaz.

¿Qué piensas tú que es el velo

con que la noche le tapa?

Una guarnecida capa

con que se disfraza el cielo.

Y para dar luz alguna,

las estrellas que dilata

son pasamanos de plata,

y una encomienda la luna.

DUQUE: ¿Ya comienzas desatinos?

FEBO: No lo ha pensado poeta

de estos de la nueva seta,

que se imaginan divinos.

RICARDO: Si a sus licencias apelo,

no me darás culpa alguna;

que yo sé quién a la luna

llamó requesón del cielo.

DUQUE: Pues no te parezca error;

que la poesía ha llegado

a tan miserable estado,

que es ya como jugador

de aquellos transformadores,

muchas manos, ciencia poca,

que echan cintas por la boca,

de diferentes colores.

Pero dejando a otro fin

esta materia cansada,

no es mala aquella casada.

RICARDO: ¿Cómo mala? ¡Un serafín!

Pero tiene un bravo azar,

que es imposible sufrillo.

DUQUE: ¿Cómo?

RICARDO: Un cierto maridillo

que toma y no da lugar.

FEBO: Guarda la cara.

DUQUE: Ése ha sido

siempre el más crüel linaje

de gente de este paraje.

FEBO: El que la gala, el vestido

y el oro deja traer

tenga, pues él no lo ha dado,

lástima al que lo ha comprado;

pues si muere su mujer,

ha de gozar la mitad

como bienes gananciales.

RICARDO: Cierto que personas tales

poca tiene caridad,

hablando cultidiablesco,

por no juntar las dicciones.

DUQUE: Tienen esos socarrones

con el diablo parentesco;

que, obligando a consentir,

después estorba el obrar.

RICARDO: Aquí pudiera llamar;

pero hay mucho que decir.

DUQUE: ¿Cómo?

RICARDO: Una madre beata

que reza y riñe a dos niñas

entre majuelos y viñas,

una perla y otra plata.

DUQUE: Nunca de exteriores fío.

RICARDO: No lejos vive una dama,

como azúcar de retama:

dulce y morena.

DUQUE: ¿Qué brío?

RICARDO: El que pide la color;

mas el que con ella habita

es de cualquiera visita

cabizbajo rumiador.

FEBO: Rumiar siempre fue de bueyes.

RICARDO: Cerca habita una mujer,

que diera buen parecer

si hubiera estudiado leyes.

DUQUE: Vamos allá.

RICARDO: No querrá

abrir a estas horas.

DUQUE: ¿No?

¿Y si digo quien soy yo?

RICARDO: Si lo dices, claro está.

DUQUE: Llame pues.

RICARDO: Algo esperaba,

que a dos patadas salió.

CINTIA(en alto): ¿Quién es?

RICARDO: Yo soy.

CINTIA: ¿Quién es yo?

RICARDO: Amigos, Cintia; abre, acaba,

que viene el duque conmigo.

Tanto mi alabanza pudo.

CINTIA: ¿El duque?

RICARDO: ¿Eso dudas?

CINTIA: Dudo.

No digo el venir contigo,

mas el visitarme a mí

tan gran señor y a tal hora.

RICARDO: Por hacerte gran señora

viene disfrazado así.

CINTIA: Ricardo, si el mes pasado

lo que agora me dijeras

del duque, me persuadieras

que a mis puertas ha llegado;

pues toda su mocedad

ha vivido indignamente,

fábula siendo a la gente

su viciosa libertad.

Y como no se ha casado

por vivir más a su gusto,

sin mirar que fuera injusto

ser de un bastardo heredado,

aunque es mozo de valor

Federico, yo creyera

que el duque a verme viniera.

Mas ya que como señor

se ha venido a recoger,

y de casar concertado,

su hijo a Mantua ha envïado

por Casandra, su mujer,

no es posible que ande haciendo

locuras de noche ya,

cuando esperándola está

y su entrada previniendo;

que si en Federico fuera

libertad, ¿qué fuera en él?

Y si tú fueras fïel,

aunque él ocasión te diera,

no anduvieras atrevido

desilustrando su valor;

que ya el duque, tu señor,

está acostado y dormido

y así cierro la ventana;

que ya sé que fue invención

para hallar conversación.

Adiós, y vuelve mañana.

DUQUE: ¡A buena casa de gusto

me has traído!

RICARDO: Yo, señor,

¿qué culpa tengo?

DUQUE: Fue error

fïarle tanto disgusto

para la noche que viene.

FEBO: Si quieres yo romperé

la puerta.

DUQUE: ¡Que esto escuché!

FEBO: Ricardo la culpa tiene.

Pero, señor, quien gobierna,

si quiere saber su estado,

como es temido o amado,

deje la lisonja tierna

del crïado adulador,

y disfrazado de noche,

en traje humilde, os en coche,

salga a saber su valor;

que algunos emperadores

se valieron de este engaño.

DUQUE: Quien escucha, oye su daño;

y fueron, aunque los dores,

filósofos majaderos,

porque el vulgo no es censor

de la verdad, y es error

de entendimientos groseros

fïar la buena opinión

de quien, inconstante y vario,

todo lo juzga al contrario

de la ley de la razón.

Un quejoso, un descontento

echa, por vengar su ira,

en el vulgo una mentira,

a la novedad atento.

Y como por su bajeza

no la puede averiguar

ni en los palacios entrar,

murmura de la grandeza.

Yo confieso que he vivido

libremente y sin casarme,

por no querer sujetarme,

y que también parte ha sido

pensar que me heredaría

Federico, aunque bastardo;

mas ya que a Casandra aguardo,

que Mantua con él me envía

todo lo pondré en olvido.

FEBO: Será remedio casarte.

RICARDO: Si quieres desenfadarte

pon a esta puerta el oído.

DUQUE: ¿Cantan?

RICARDO: ¿No lo ves?

DUQUE: ¿Pues, quién

vive aquí?

RICARDO: Vive un autor

de comedias.

FABIO: Y el mejor

de Italia.

DUQUE: Ellos cantan bien.

¿Tiénelas buenas?